17

Aquella noche dormí en brazos de Lucas, envuelta en la capa blanca. Cambié a la forma humana sin ningún problema en absoluto.

—Lo llevas en la sangre —me había dicho Lucas con cierto tono de orgullo en la voz.

Habíamos pasado mucho tiempo besándonos y hablando antes de caer rendidos al sueño.

Yo me desperté primero. La luz dentro de la cueva era tenue, pero me bastó para quedarme contemplando a Lucas, que dormía. Y al estar allí, con él, durmiendo a su lado, comprendí que era donde debía estar.

La noche anterior, al transformarme en lobo, todo lo que siempre había sido, todo lo que siempre había creído que sería también había cambiado. Yo ya no era la que creía ser, pero, por extraño que parezca, en ese momento me conocía mejor a mí misma de lo que me había conocido jamás.

De pronto comprendía que los miedos que siempre había albergado eran por la bestia de mi interior, que estaba despertando. Muy dentro de mí, yo siempre había sabido que me esperaba esa transformación, pero nunca había comprendido qué era, ni había sabido qué hacer.

Aquella mañana ya no tenía miedo. Ni del pasado, ni del futuro. La noche anterior había descubierto mi verdadero ser, y con ese descubrimiento mis miedos se habían disipado.

Y además tenía a Lucas. Yo era todo lo que él esperaba, todo lo que él quería. Y él era lo que quería yo.

Me levanté y me acerqué a la cascada muy silenciosamente.

Me pregunté si mi madre habría experimentado su primera transformación en ese mismo lugar. ¿La habría ayudado mi padre? Traté de recordar si había visto un tatuaje en su hombro. Yo no era más que una niña cuando ellos murieron. Había tantas cosas a las que yo no había prestado atención por aquel entonces.

Pero me había conformado con los recuerdos del día en que murieron. Mi transformación había abierto la puerta de mi pasado. A partir de ese momento, podía ver claramente el último día en que estuvimos juntos. Mis padres habían estado tratando de explicarme lo que era, lo que éramos los tres. Podía verlos mirándome a mí y el uno al otro con amor. Ellos no tenían miedo. Para ellos la transformación era una celebración de lo que eran; de lo que éramos los tres. Estaban tan concentrados, tratando de asegurarse de que yo no tenía miedo, que no habían oído a los cazadores.

Hacía mucho tiempo que yo no los echaba de menos. Pero en ese momento sí los eché de menos. Terriblemente.

Aunque no lo oí, supe que Lucas estaba detrás de mí antes de que me rodeara con los brazos y me atrajera hacia sí. Desde la transformación, mis sentidos estaban más despiertos y en sintonía con él.

—¿Estás bien? —preguntó él.

—Estaba pensando en mis padres. El verano pasado no me encontraba preparada para ir a ver el lugar en el que murieron —dije yo. Me giré en sus brazos y lo miré a los ojos—. Creo que ahora necesito hacerlo, pero no sé dónde fue exactamente.

Él me puso el pelo detrás de la oreja.

—En Wolford lo sabrán. Tus padres formaban parte de nuestra manada.

Wolford. El lugar que él luchaba por conservar, donde la gente a la que él protegía buscaba santuario una vez al año.

Yo asentí. Antes tenía mis dudas con respecto a la existencia de ese lugar, pero en ese momento lo creía. Era extraño, pero no sentí la tensión en el estómago ni los nervios que siempre me producía el hecho de pensar en la muerte de mis padres. Por fin estaba preparada para enfrentarme a mi pasado.

—¿Iremos en forma de lobo? —pregunté yo.

—Sí, pero llevaré una mochila para tener ropa cuando lleguemos.

—¡Ah!, buena idea —dije yo, frunciendo el ceño—. Aunque, de todos modos, ¿cómo os apañáis con eso?, ¿cómo es que siempre encontráis ropa cuando la necesitáis?

—Tenemos montones escondidos por los alrededores. Montaremos más escondites para ti. Y siempre que puedas, deja tu ropa en un lugar en el que puedas encontrarla después. Ya irás aprendiendo.

Tardamos un día y medio en llegar a Wolford. No era un lugar que yo hubiera podido encontrar sola, sin un guía. Llegamos al caer el crepúsculo. Yo no estaba muy segura de que la palabra correcta para describirlo fuera «aldea».

Era una fortaleza, rodeada por una valla de hierro forjado que terminaba en lanzas puntiagudas. Había lobos merodeando por el perímetro interior. Y sin embargo, a pesar de su aspecto único, de alguna manera se confundía con el paisaje, de modo que yo no la vi hasta que no estuvimos justo delante.

Al llegar a la puerta, Lucas marcó unos números en un diminuto teclado y la pesada puerta comenzó a abrirse muy despacio. Según parecía, aquel lugar era una mezcla de lo antiguo y lo moderno.

Lucas me tomó de la mano y me guio por un sendero de tierra hacia una enorme casa de piedra y ladrillo que me produjo un mal presentimiento. Dos diminutos perritos Westie vinieron corriendo y ladrando por una esquina. Él se agachó y les hizo caricias.

—¿Son perros de verdad? —pregunté yo.

—¡Pues claro! —contestó Lucas, riendo.

—¿Podemos comunicarnos con los perros?

—Naturalmente. Tú diles simplemente: «siéntate», «tráelo», «ven». Puedo enseñarte las órdenes.

Yo le di un codazo en broma en el brazo y me eché a reír.

—¡Muy divertido!

—No puedes leerles el pensamiento —dijo entonces él, poniéndose en pie. Los perros salieron corriendo—. Ni siquiera sé si tienen pensamientos.

—Supongo que tendré que aprender a aceptar nuestras limitaciones y a pensar en términos de lo que somos, no de lo que no somos.

—Sí, algo así.

Yo miré a mi alrededor y pregunté:

—Vale, ¿y qué es exactamente esta aldea?

—Quedan unas pocas casas por los alrededores, pero la mayor parte de ellas han desaparecido, a excepción de esta.

—Parece una mansión enorme o un hotel de lujo.

—Sí, es lo bastante grande como para que quepa todo el mundo cuando vienen para el solsticio —explicó Lucas—. Pero a diario solo viven los mayores. El resto nos reunimos aquí únicamente durante el solsticio de verano. Faltan todavía un par de semanas, así que supongo que ahora mismo no habrá mucha gente.

—No importa. Aquí estaré bien.

Subimos las monumentales escaleras que daban a la puerta principal. Lucas la empujó y la abrió. Yo me quedé maravillada al entrar.

El vestíbulo era inmensamente grande. A un lado arrancaba una enorme escalera. En las paredes se alineaban retratos, y había una enorme lámpara de araña con brazos de cristal y muchas luces relucientes. Era como si lo hubieran sacado de la revista Casas de ricos y famosos.

—No es precisamente una cabaña en medio del bosque, ¿verdad? —pregunté yo.

—No —rio Lucas.

—¿Tú vives en una casa como esta?

—Vivo en una residencia de estudiantes.

Yo sonreí e insistí:

—Ya sabes a qué me refiero. ¿Creciste en una casa como esta cuando eras niño?

—No. Crecí en una casa normal.

A mí seguía costándome trabajo pensar en los cambiaformas como en gente normal, ya fuera en un sentido o en otro.

—¡Lucas! —tronó una potente y estruendosa voz que retumbó por todo el vestíbulo, al tiempo que un hombre con una melena plateada salía a grandes zancadas por una puerta.

Yo vi por la rendija de la puerta que se trataba de una sala. Lucas se tornó de pronto increíblemente sombrío.

—Papá.

¿Era el padre de Lucas? Parecía… bueno, sinceramente, tenía el aspecto de un político. Agarró a Lucas y le dio un inmenso abrazo al estilo de un oso. Vi una fina película de lágrimas en sus ojos, que eran de un color plateado, idéntico al de Lucas.

Apartó a Lucas hacia atrás, pero sin soltarlo de los brazos.

—Siento mucho lo de Devlin —dijo Lucas—. No tuve elección.

—Es duro, pero ya sabíamos hacía tiempo que lo sería. Lo perdimos hace mucho. El dolor es grande, pero así será también nuestra paz.

—Mamá…

—Ella lo comprende. Es como tenía que ser. Devlin nos traicionó y se traicionó a sí mismo —lo interrumpió su padre, dándole golpecitos en el hombro con su mano enorme y fuerte—. No debes culparte.

A pesar de las reconfortantes palabras de su padre, yo sabía que Lucas cargaba con el enorme peso de la culpa por lo que había ocurrido. ¿Y cómo no? Lucas no sería el chico del que yo me había enamorado de no haber sentido remordimientos.

El señor Wilde desvió entonces la atención hacia mí.

—Esta debe de ser Kayla.

—Sí, señor.

El señor Wilde me dirigió una sonrisa tímida.

—Me recuerdas a tu madre.

Yo abrí la boca atónita y pregunté:

—¿La conoció usted?

—Desde luego. Y a tu padre también. Eran buena gente.

—Entonces quizá pueda usted contarme algo de ellos algún día. ¡Tengo tan pocos recuerdos!

—Ya hablaremos luego.

—¡Oh, Lucas!

Una atractiva mujer mayor salió corriendo de la misma sala y estrechó a Lucas entre sus brazos. Luego se echó hacia atrás y tomó el rostro de él con ambas manos. Le salían lágrimas de los ojos.

—Ya sé que eres un guardián, pero sigues siendo mi hijito y estaba muy preocupada por ti.

—Mamá, lo siento.

—¡Chss! —Lo arrulló ella—. No tienes nada de qué disculparte. Juraste protegernos a todos a cualquier precio. A veces el precio es alto. Pero eso ya lo sabíamos.

Ella volvió a abrazarlo, y yo pude sentir que Lucas se relajaba en parte. Enseguida lo soltó, y entonces Lucas dio un paso atrás, me tomó de la mano y tiró de mí.

—Mamá, esta es Kayla.

La señora Wilde me sonrió.

—Naturalmente. Bienvenida de nuevo al hogar, preciosa.

—Me alegro de volver… creo.

—Siempre fue tu lugar de origen, el lugar al que perteneces —añadió ella, dándome un abrazo—. Ya hablaremos más tarde. Ahora mismo los mayores os están esperando.

Lucas y yo atravesamos solos la enorme casa. Oíamos el eco de nuestras propias pisadas. Finalmente llegamos a una sala en la que había estatuas de lobos de tamaño natural a cada lado de una puerta cerrada. Lucas se detuvo y me miró.

—Esa es la sala del Consejo —dijo él en voz baja—. Solo les está permitida la entrada a los mayores y a los guardianes ocultos.

—Entonces, ¿te espero aquí fuera?

—Eso es elección tuya, Kayla. No tienes por qué elegir la vida de una guardiana, pero si decides hacerlo, yo hablaría en tu favor. Te confiaría mi vida.

—¿Tendría que luchar para ocupar un puesto?

—No. Tienes que hacer el juramento de servir, proteger y guardar.

Yo solté una risita tímida.

—¿Qué? —preguntó él.

—Mi padre adoptivo es poli. Yo estaba pensando en especializarme en justicia criminal. Me imagino que esto no es tan diferente. Solo que hay tantas cosas que aún no sé.

—Yo te enseñaré.

Él no tenía ninguna duda. Y como él no la tenía, yo tampoco.

—Quiero hacerlo, Lucas.

Él me tomó de la mano, abrió la puerta y juntos entramos en una sala en la que había una enorme mesa redonda.

—No me digas que el rey Arturo…

—Puede ser. Después de todo, él tenía a Merlín.

Oí un grito y giré la cabeza.

—¡Lindsey! —grité yo a mi vez.

Ella me estrechó en sus brazos y me abrazó con fuerza.

—Me alegro mucho de que hayas vuelto.

Vi a Brittany por encima del hombro.

—Deberías de habérmelo dicho, Lindsey —dije yo—. Tanto correo electrónico, tanto mensaje, tanto tiempo colgadas del Messenger juntas, ¿y no podías habérmelo mencionado?

—Te habrías asustado. Te habrías marchado, y entonces, ¿qué?

—¿Así que Brittany y tú sois guardianas ocultas?

—Solo aprendices de guardianas ocultas. Aún no nos hemos transformado, pero con la próxima luna llena… —dijo Lindsey, suspirando—. ¡No puedo esperar!

Un golpe en la mesa llamó nuestra atención. Lucas me guio hacia dos sitios que quedaban libres alrededor de la mesa. Supongo que todos sabían que yo me presentaría allí aquel día.

Fue muy fácil distinguir quiénes eran los mayores y quiénes los guardianes ocultos. Los mayores eran… bueno, mayores, y los guardianes eran todos jóvenes y tenían cierto aire de guerreros.

Uno de los mayores se puso en pie. Tenía el rostro arrugado, y el cabello gris le llegaba hasta los hombros.

—¿Es ella una de los nuestros?

—Sí, abuelo, lo es —contestó Lucas. Me sorprendió un poco que aquel fuera el abuelo de Lucas, pero era lógico. El papel de líder pasaba de abuelo a nieto—. Y además es mi pareja. Adonde va ella, voy yo.

El abuelo de Lucas asintió con un gesto que yo interpreté como una aprobación. Sus ojos, de un plateado pálido, se fijaron entonces en mí:

—¿Estás dispuesta a hacer el juramento?

—Lo estoy.

Se acercó hasta quedarse frente a mí y ordenó:

—¡Arrodíllate!

Me pareció un ritual arcaico, pero aun así apoyé una rodilla en el suelo. Lucas se arrodilló a mi lado y me tomó de la mano.

—¿Estás seguro de que no nos estamos casando? —le pregunté yo a Lucas en susurros.

—Seguro.

—¿Juras, Kayla Madison, mantener nuestros secretos y guardarnos de todo mal y de todo daño que pueda amenazarnos?

—Sí, lo juro.

No sé cómo supe cuáles eran las palabras que tenía que decir, pero los ojos de aquel hombre mayor se iluminaron y Lucas me apretó la mano.

—Entonces eres bienvenida en las filas de los guardianes ocultos —dijo él con solemnidad.

Oí aplausos. Lucas se puso en pie y tiró de mí. Entonces, uno por uno, el resto de los mayores se fueron presentando a sí mismos. Después se acercaron los guardianes ocultos, también de uno en uno, y Lucas me los fue presentando. Entre ellos estaba Rafe y, por supuesto, Connor. Había otros seis a los que yo no conocía: cuatro chicos y dos chicas. En cuanto Lindsey y Brittany terminaran el aprendizaje, habría en total doce guardianes ocultos. Me figuré que, con el tiempo, acabaría por conocer mejor a los otros.

Una vez que nos hubimos presentado, volvimos a ocupar nuestros puestos alrededor de la mesa, igual que los mayores.

El abuelo de Lucas, Elder Wilde, habló a todo el grupo:

—Es para mí muy triste tener que informaros de que Devlin nos ha hecho mucho daño con su mala conducta. Esos científicos no van a darse por vencidos fácilmente. Debemos prepararnos para lo que se nos avecina.

Lucas se puso en pie.

—Buena parte de la culpa es mía, porque vacilé a la hora de matar a mi hermano como debería haber hecho cuando tuve oportunidad, y por eso ahora estamos en peligro. Sé que hay dudas acerca de mi capacidad para ser el líder. Si alguien quiere poner a prueba mi derecho a serlo, estoy listo para afrontar esa prueba.

—¿Cómo? ¡De ningún modo! —grité yo. Me puse en pie tan deprisa, que casi tiré la silla—. Si alguien se atreve a desafiarlo, tendrá que pelearse primero conmigo.

—¡Kayla…!

—¡No sería justo! No, mientras no tengas la herida curada del todo. Y no comprendo cómo puede ser culpa tuya que Devlin hiciera las cosas mal.

Varias personas se aclararon la garganta, y yo entonces me di cuenta de que probablemente había roto algún protocolo.

—En parte ella tiene razón —dijo Elder Wilde—. Pero no creo que haya nadie dispuesto a desafiarlo.

El anciano tenía razón. Nadie lo desafió. Lo cual me alegró porque yo hablaba en serio cuando decía que le daría una patada en el culo al que se atreviera a hacerlo. Yo acababa de conocer a Lucas y no estaba dispuesta a que nadie me lo arrebatara tan pronto.

La discusión continuó durante un rato, pero la mayoría quería esperar a ver qué pasaba. Pensaban que quizá los científicos no volverían. Yo, sin embargo, creía que se estaban haciendo ilusiones. Por fin salimos de la sala.

Aquella misma noche, después de la cena, Lucas y yo nos sentamos en un diminuto sofá de un gran salón con una enorme chimenea. Sus padres se sentaron frente a nosotros.

—No te imaginas lo contentos que nos pusimos el verano pasado cuando tus padres adoptivos te trajeron aquí —dijo la señora Wilde—. Y cuando Lindsey y tú os hicisteis tan amigas, comprendimos que ella te convencería para volver este verano.

—¿Y por qué nadie me dijo nada el verano pasado? —pregunté yo.

—Para ser sinceros —comenzó a explicar el señor Wilde—, no sabíamos muy bien qué hacer. Eres un caso único, Kayla. Ninguno de los nuestros ha sido criado jamás por extraños. Había mucha gente en el bosque el día en que murieron tus padres. Llamaron a la policía inmediatamente, y las autoridades se hicieron cargo de ti antes de que nadie pudiera hacer nada. Nunca antes se había producido una situación así. Estábamos hechos un lío, la verdad. Hicimos todo lo que pudimos para buscarte, pero la policía cerró el caso. Y nosotros tampoco tenemos tanta influencia.

Me daba miedo pensar en lo que podría haberme ocurrido de no haber vuelto al bosque el verano anterior. Bastante miedo había pasado durante la primera transformación, teniendo solo una vaga idea de lo que podía suceder. Pero ¿transformarse sin saber nada en absoluto?

Y mis pobres padres adoptivos…

—Entonces, con mis padres adoptivos, ¿simplemente vuelvo a casa al final del verano, y hago como que no ha pasado nada?

—¿Crees que podrás hacerlo? —preguntó la señora Wilde—. O también podríamos hablar nosotros con ellos, decirles que somos parientes lejanos, arreglarlo todo para que te mudes a vivir aquí.

Yo sacudí la cabeza en una negativa.

—Ellos me quieren. No quiero abandonarlos hasta que llegue el momento de ir a la universidad —expliqué yo. Apreté la mano de Lucas—. No sería justo para ellos. Quiero que estén conmigo este último año, tal y como ellos siempre han esperado.

Mi madre adoptiva había hecho todo tipo de planes para mi graduación. Al fin y al cabo, yo era su hija.

—Ellos comprenderán que me haya enamorado este verano y que quiera ir a la misma universidad que tú el año que viene. Además, pronto necesitarás la aprobación de mi padre —añadí yo.

Lucas sonrió.

—No será tan terrible —aseguré yo—. Los dos sois guardianes y protectores, así que tenéis eso en común.

—Sí, pero yo no puedo decírselo —dijo Lucas.

—Pero él lo notará —contesté yo. A mi padre se le daba bien juzgar a la gente. Me giré hacia los padres de Lucas y pregunté—. ¿Sabéis dónde murieron mis padres biológicos?

El señor Wilde asintió.

—Se lo indicaré a Lucas.

Antes de irnos a la cama, Lucas y yo dimos un paseo fuera del terreno vallado. Estar dentro de una casa, aunque fuera una casa tan grande, me había puesto los nervios de punta. Siempre me había gustado salir de casa, pero en ese momento significaba mucho más para mí. Era el lugar donde quería estar.

—¿Te sientes saturada? —me preguntó Lucas en voz baja.

—No, tus padres son muy agradables. ¿Y si Lindsey no me hubiera convencido para venir?

—Habría ido a buscarte, Kayla.

Yo lo rodeé con un brazo y me apreté contra él.

—Pensé que las cosas cambiarían cuando cumpliera los diecisiete. Pero no esperaba que cambiaran tanto —dije yo. Alcé la vista hacia él y añadí—: No esperaba encontrar novio.

—Has encontrado algo más que eso.

Lucas se detuvo y me hizo girarme para mirarlo. Se llevó una mano al pecho y añadió:

—Mi corazón, mi alma, mi vida: todo es tuyo.

Sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas.

—Te quiero, Lucas.

Él me tomó en sus brazos y me besó. Como siempre, fue maravilloso y cálido, tal y como era Lucas.

En el camino de vuelta a casa, él me preguntó:

—¿Estás nerviosa por lo de mañana?

Su padre le había dado las indicaciones, e íbamos a ir al lugar en el que habían muerto mis padres.

—Un poco —admití yo—. Ojalá pudieras dormir conmigo esta noche.

Lo habían arreglado todo para que yo compartiera una habitación con Lindsey y Brittany. Después de todo lo que habíamos pasado Lucas y yo, se me hacía extraño no pasar la noche juntos, pero estábamos en la misma casa que sus padres y, según parecía, los padres cambiaformas no eran muy diferentes de los padres estáticos en lo que se refería al tema del sexo.

—Los guardianes han venido por lo que ocurrió con Mason y su grupo. Se marcharán todos mañana y se dirigirán al campamento de la entrada del parque. Tenemos otros grupos a los que guiar. Así que mañana por la noche ya no volveremos a dormir aquí. Dormiremos bajo las estrellas.

—Apenas puedo esperar. Pero volveremos para el solsticio de verano, ¿verdad?

—Sí. En un par de semanas.

Yo miré a mi alrededor.

—¿Y si Mason y su grupo encuentran este lugar?

—Ya nos ocuparemos de eso.

Volvimos a la casa. Yo tenía grandes esperanzas en que al día siguiente se desvelaría de verdad mi pasado.

A la mañana siguiente Lucas y yo nos marchamos antes del amanecer. Nos transformamos para poder viajar con más rapidez. Tengo que admitir que yo disfrutaba de muchos de los aspectos de mi forma de lobo. Mis sentidos se habían agudizado, y después de cada transformación adquirían poco a poco más sensibilidad al volver a la forma humana. Me sorprendió lo natural que encontré enseguida el hecho de transformarme de una forma a la otra, con solo pensarlo.

Perdí la noción del tiempo, y, sin embargo, de alguna manera supe que estábamos llegando a nuestro destino. No podía explicarlo. Mi paso se fue volviendo paulatinamente más lento; pasé de correr a caminar, y finalmente me detuve por completo. Respiraba con más dificultad de lo normal, y supe que era por los nervios. Pero no me daba miedo lo que iba a descubrir.

Por fin conocía todos los secretos. Pero todo se me mostraría con más intensidad. Porque mis padres habían muerto allí.

Lucas se dio cuenta de que aminoraba el paso y de que no iba a su altura. Aún con la forma de lobo, volvió a mi lado y dejó caer la mochila a mis pies. Después se apartó de mi vista y se metió detrás de un matorral. Yo me transformé, me puse un pantalón corto y una camiseta de tirantes. Le arrojé la mochila.

Escasos minutos después de que él volviera a mi lado, vestido con unos vaqueros y una camiseta, y con forma humana, él me dijo:

—Es por aquí.

Me tomó de la mano.

—Lo sé.

Él me miró sorprendido.

—¿Reconoces el lugar?

—No, en realidad no. Y sin embargo me suena.

—Papá me dibujó un mapa de este sitio. Me dijo que los informes de la policía indicaban que todo ocurrió por aquí.

Comencé a quedarme helada conforme nos acercábamos a un lugar en el que los matorrales se espesaban. Yo sabía que con todos los años transcurridos, las cosas habrían cambiado. Algunos árboles habrían muerto. Otros habrían crecido. Pero había un muro de piedra cuya base estaba recorrida a lo largo por un denso matorral.

Me arrodillé para apartar el matorral y descubrí una pequeña cueva. Las imágenes me bombardearon.

Escondite.

«¡Silencio, Kayla!».

Mis padres…

Me puse de pie rápidamente, con la respiración entrecortada, y miré a mi alrededor.

—¿Qué ocurre? —preguntó Lucas.

—Recuerdo cosas. Me trajeron aquí. Querían… —comencé yo a explicar. Me dejé caer al suelo y enterré la cara en las manos—. Se transformaron. ¡Eran tan preciosos! Cuando oímos a los cazadores gritando que habían visto lobos… Hubo disparos. ¡Sonaban tan fuerte!

Luché por recordarlo todo. Lucas se arrodilló a mi lado y puso una mano sobre mi rodilla.

—No te fuerces —dijo él.

Yo sacudí la cabeza.

—No, yo… Mamá me empujó dentro de esa cueva. Entonces se transformó en humana y se vistió. Los cazadores estaban borrachos. No dejaban de disparar a todas partes, por donde veían lobos. Era un caos.

Sacudí la cabeza. No veía las imágenes claramente. Lo único que sabía era que mis padres tenían forma humana en el momento de morir, porque estaban vestidos. A los dos les habían atravesado el corazón.

—Recuerdo que me quedé esperando, aterrorizada y en silencio —continué yo, desviando entonces la vista hacia la pequeña cueva, en ese momento oculta—. Oí pisadas. Era uno de los cazadores. Me encontró y me sacó de ahí. Supongo que jamás tendré todas las respuestas —dije, volviéndome entonces hacia Lucas—. Creo que mis padres querían mostrarme qué eran para que yo no tuviera miedo. Pero después de lo ocurrido, yo siempre he tenido miedo. No comprendía qué era a lo que ellos trataban de evitar que le tuviera miedo.

—¿Sigues teniendo miedo? —preguntó Lucas.

—No —contesté. Toqué su mejilla—. Ahora te tengo a ti.

—Siempre —dijo él.

Esa noche acampamos cerca de una serie de pequeñas cascadas.

De pie, bajo el gran cielo negro, yo me incliné hacia atrás y me apoyé sobre el pecho de Lucas. Él me estrechó con los brazos y bajó la cabeza para acariciarme y besarme el cuello. Él era el elegido de mi corazón. Para siempre.

O al menos mientras los dos siguiéramos respirando.

Alcé la vista a la luna. Menguaba hacia la oscuridad. Para cuando llegara el solsticio de verano, no sería más que una diminuta rodajita.

Aún nos acechaban peligros ahí fuera, sentí la amenaza. Pero los afrontaría junto con el resto de los guardianes ocultos cuando llegaran, porque a partir de ese momento yo era una de ellos.

Esa noche, sin embargo, estábamos a salvo.

Me di la vuelta en brazos de Lucas. Él inclinó los labios sobre los míos y me besó apasionadamente. Su sabor y su perfume me confirmaban que los dos seguíamos vivos.

De momento, me bastó con eso. De momento, eso lo era todo para mí.