Al despertar, empezaba a anochecer. Lucas seguía durmiendo, pero yo salí de la cueva y de detrás de la cascada. Era una de esas extrañas primeras horas de la noche en las que la luna era visible al mismo tiempo que el sol. Yo siempre había encontrado la luna muy relajante, pero aquella noche no. Esa noche me resultó amenazadora, un símbolo del cambio al que no sabía si quería enfrentarme.
Miré a mi alrededor. No había ni rastro de los lobos que habían estado allí antes, pero yo tenía la sensación de que no andaban lejos, de que nos protegían. Ellos sabían lo que se suponía que debía de ocurrir esa noche. A mí me parecía que yo debía sentirme diferente. Sin embargo, solo me preguntaba cómo sería mi último curso de bachillerato con un novio en una universidad de otro estado. Me preocupaban la ropa, los zapatos y las clases. Las típicas cosas de una adolescente. Lo que no sabía era si a partir de ese momento seguiría siendo la típica adolescente.
Sentí la presencia de Lucas antes de oírlo o de verlo. Se acercó y se quedó de pie, a mi lado. Había vuelto a transformarse en humano. A pesar de que seguía recuperándose de la herida, noté la energía que emanaba de él.
—Los otros siguen aquí, ¿verdad? —pregunté yo.
—Sí. Devlin dijo que Keane se había ido. Sería mala suerte que volviera esta noche. La primera transformación es mucho más fácil si no se producen interrupciones, si no hay ninguna otra cosa que nos distraiga.
Desvié la vista hacia su costado. Él llevaba una camiseta, así que no podía verle la venda, pero sabía que la llevaba.
—¿Qué tal estás?
—No estoy mal para haber recibido un disparo. Estoy tan acostumbrado a transformarme para curarme las heridas, que estoy un poco impaciente por el hecho de que no se me haya curado del todo. Pero me pondré bien.
—Podría haberte matado.
—Pero no me mató. Y ahora tenemos que centrarnos en tu supervivencia.
Se me quedó la boca seca. En ese momento estaba tan asustada como lo había estado durante toda la tarde.
—Si estás en lo cierto acerca de lo que va a pasar, entonces supongo que a partir de esta noche ya no volveré a ser una chica normal y corriente nunca más.
Lucas esbozó una triste sonrisa antes de responder:
—Jamás lo fuiste, Kayla.
Yo asentí.
—Ya sé que te parecerá una completa locura y que no vamos a casarnos, pero siento que voy hecha una guarra. Me gustaría ponerme guapa.
—Muchos chicos traen aquí a sus chicas para la primera transformación. Hay una caja con un montón de cosas de chicas. Te la enseñaré. Yo también tengo que preparar algunas cosas.
Encontré en la cueva todo lo que necesitaba. Me figuro que estaban acostumbrados a que las chicas sintieran que tenían que ponerse lo más guapas que pudieran para superar la primera transformación. Había muestras de todo, igual que en una habitación de hotel. Me acerqué al borde de la cascada, por donde el agua no caía con tanta fuerza, me lavé el pelo con champú y me froté el cuerpo. Me di una loción en la piel. Me peiné el pelo y me lo sequé, ahuecándomelo con los dedos. Me lo dejé suelto y colgaba más allá de los hombros. Por un breve instante me pregunté qué aspecto tendría mi peluda piel de lobo, pero enseguida deseché ese pensamiento. En realidad no quería pensar en la enormidad de lo que iba a suceder en unas pocas horas.
Hice un fardo con mi ropa y la arrojé junto con los sacos de dormir. Encima de unos contenedores había una capa que Lucas me había sugerido que me pusiera. Me proporcionaría un modo de taparme sin obstaculizar mis movimientos hasta el momento de transformarme. Luego, sencillamente, caería al suelo.
Era blanca y sedosa y parecía muy apropiada para una primera transformación. Me la coloqué encima de los hombros y me envolví en ella. Tenía suficientes pliegues y volumen como para que no tuviera que estar agarrándome los bordes todo el rato para que no se abriera. Supongo de después de miles de años, los cambiaformas habían descubierto qué ropa era la más adecuada para ese momento.
Volví a la cascada y me quedé mirando la corriente de agua. Yo no tenía la seguridad que tenía Lucas en el hecho de que iba a cambiar. Por un lado me daba miedo la transformación, pero por otro me aterraba aún más la posibilidad de que no se produjera por mucho que él me lo hubiera asegurado mil veces, porque entonces perdería a Lucas.
Lucas y yo cenamos a la luz de la luna. Nos sentamos sobre una capa negra igual a la mía. Supuse que era la que iba a llevar él, y me pregunté por qué no se la había puesto aún. Según parecía, había rituales implicados en esa primera transformación que yo aún desconocía.
La cena fue sencilla: solo sándwiches y barritas de proteínas. Lucas me dijo que comiera bastante cantidad porque necesitaría todas mis fuerzas. Di sorbos a una botella de agua y observé como la luna iba levantándose en el cielo.
—Así que después de la primera transformación, ¿podré cambiar a mi antojo? —pregunté yo, que quería saber todo lo que pudiera por si acaso al final se producía el cambio.
Lucas estaba metiendo los envoltorios de los sándwiches y las barritas en el bolsillo delantero de la mochila. Era un firme defensor de la limpieza de nuestro entorno. Alzó la vista y me miró.
—Sí.
—Y, ¿cómo se hace eso?
—El primer cambio no puedes controlarlo. Tu cuerpo va a hacer lo que necesita hacer para aprender a cambiar él solo. Cuando estés lista para volver a la forma humana, simplemente cierra los ojos e imagínate a ti misma como humana. Tu cuerpo hará el resto.
—¿Y si no lo hace?, ¿y si me atasco?
Él sonrió.
—Jamás he oído decir que nadie se atascara en ninguna de las dos formas. Si crees que vas a tener algún problema, dímelo —contestó Lucas, apartándose de pronto como si se sintiera incómodo—. Tú simplemente recuerda que yo podré leer todos tus pensamientos… y tú podrás leer los míos.
—¿Y será así como nos comuniquemos?
—Sí.
—Esto va a ser tremendamente extraño. ¿De verdad estás seguro de que no me has confundido con otra persona?
—Estoy seguro.
—Y entonces, ¿a qué hora ocurrirá todo?, ¿cuándo llegará la luna al cénit?
—Alrededor de la medianoche.
Yo asentí.
—¿Y qué harás tú?
—Si me aceptas…
—Espera, ¿qué quieres decir con eso de que si te acepto?
—Tienes que aceptarme como tu pareja.
—¿Y cómo se hace eso?
Él volvió a sonreír.
—Con un beso.
Yo le devolví la sonrisa, pero entonces me fallaron los nervios y me puse seria.
—Entonces, ¿este es un ritual de transformación y de apareamiento al mismo tiempo?
Me pareció que él volvía a sonrojarse.
—No va más allá de un beso… a menos que las dos partes lo quieran.
—¿Tú lo has hecho? Como lobo, quiero decir.
Él se echó a reír. Fue un sonido profundo: era la primera vez que yo le oía reír de verdad. Me hizo sentirme bien, incluso relajó en parte la tensión que sentía en mi interior.
—No puedo creer que me hayas preguntado eso —dijo él.
—¿Cómo?, ¿es que jamás lo habías pensado?
Él esbozó esa sonrisa torcida suya y contestó:
—No, jamás lo he hecho como un lobo.
—¿Y como… ya sabes, como humano?
Él me tomó de la mano y sacudió la cabeza.
—Los lobos solo tomamos una pareja para toda la vida.
Yo tragué con fuerza.
—Entonces has estado… digamos… ¿esperándome?
—Toda mi vida.
No era de extrañar que Devlin se hubiera vuelto loco. Pero yo no quería pensar ni en él, ni en el profundo problema con el que se enfrentaba Lucas. Primero tenía que superar lo que me iba a ocurrir esa noche para poder ayudarlo a él a superar la carga que había elegido sobrellevar. Mi terapeuta iba a pasarse un día entero analizándome cuando volviera de las vacaciones de verano.
—Así que esta tela sedosa sobre la que estamos sentados, ¿es lo que vas a ponerte?
Él asintió.
—¿Y seguirás con la forma humana hasta que…?
—Nos transformaremos juntos, al mismo tiempo… o lo más juntos que podamos.
—¿Y me dirás qué tengo que hacer?
Él volvió a asentir.
Yo me estrujé las manos.
—Escucha, ya sé que se acerca el momento, pero no puedo quedarme aquí sentada, esperando sin más. No te lo tomes a mal, pero necesito caminar. Y necesito estar sola un rato para mentalizarme.
—Vale —contestó él.
—Vale.
Hubiera debido sentirme aliviada por el hecho de que él no discutiera. De todos modos Lucas necesitaba descansar. Aún faltaban un par de horas para el momento de la transformación. Me puse en pie y comencé a caminar a lo largo del perímetro del claro.
Lo que me alucinaba era que la noche fuera tan serena. Me daba la sensación de que hubiera tenido que estar tronando, cayendo rayos, desatándose tormentas. Como si el mundo tuviera que sentir el caos que retumbaba en mi interior. Esa mañana, al enfrentarse Lucas a la muerte, yo había pensado las apasionadas palabras «te quiero». Él aún tenía que repetirme a mí esas palabras. Íbamos a ser una pareja para toda la vida. ¿No debíamos ser generosos a la hora de decirlas?
Así que probablemente, después de esa noche, los dos comenzaríamos a salir juntos para que nuestro lado humano se pusiera al día y alcanzara el punto que iba a alcanzar nuestro lado lobuno. Parecía un atraso, pero me imagino que Lucas no había tenido elección dado que yo no había sabido la verdad acerca de mí misma hasta muy tarde. Lo desconocido era importante y daba miedo.
No sé cuánto tiempo estuve caminando. Caminé hasta que las piernas se me cansaron y ya no fui capaz ni de huir, ni de escalar las pendientes que nos rodeaban.
«Enfréntate a tus miedos», me había dicho el doctor Brandon.
Pero él no podía conocer ni de lejos los miedos que me atenazaban. Me detuve al borde del bosque y esperé. La luna se alzaba bastante más alta que horas antes. Yo siempre la había encontrado tranquilizadora. Tenía el poder de cambiar las mareas, pero esa noche posiblemente cambiaría mi vida.
Por fin Lucas se levantó y se acercó hasta donde yo estaba esperando. Sentí que las rodillas se me ponían flojas, y me alegré de tener un sólido árbol sobre el que apoyarme. Él alzó el brazo y apoyó el antebrazo contra el tronco del árbol, por encima de mi cabeza, como si él también necesitara de algún tipo de apoyo. Y eso lo acercó aún más a mí. Sentí el calor de su cuerpo alcanzar el mío. Yo había dormido acurrucada contra ese cuerpo. Lo conocía tanto en su forma humana, como en su forma de lobo. Así que no me asustó.
Él inclinó la cabeza. Sus labios casi rozaban los míos. Casi.
—Kayla —susurró él, acariciándome la mejilla con el aliento—. Ha llegado el momento.
Los ojos se me llenaron de lágrimas. Sacudí la cabeza. La verdad era que yo no quería convertirme en lobo. Me parecía algo doloroso. No era la forma en que me veía a mí misma. Era un paso de gigante que me aterraba.
—No estoy lista. Aún no.
Oí un rugido amenazador y gutural en la distancia. Lucas se puso tenso. Sabía que él también lo había oído. Se apartó de mí y miró para atrás por encima del hombro. Fue entonces cuando yo los vi. Los lobos habían vuelto y merodeaban por el perímetro del claro.
Lucas volvió la vista hacia mí. Sus ojos plateados reflejaban decepción.
—Entonces elige a otro. Pero no puedes superar esto sola.
Me dio la espalda y comenzó a dar grandes zancadas en dirección a los lobos.
—¡Espera! —le grité yo.
Pero era demasiado tarde.
Él había comenzado a deshacerse de la ropa mientras apresuraba el paso. Y de pronto estaba corriendo. Dio un salto en el aire…
Y cuando cayó a tierra, era un lobo. Yo antes siempre me había perdido la transformación. O bien cambiaba cuando yo no estaba mirando, o bien se escondía. Esperaba que la transformación fuera un proceso horrible: que fuera como en las películas. Su cuerpo luchando contra la metamorfosis. Pero en lugar de ello, era como un destello rápido y trémulo, elegante y poderoso en su misma intensidad. Y me pareció… perfecto.
Él echó atrás la cabeza y le aulló a la luna. El angustiado sonido reverberó a través de mí, me llamó. Luché por no responder, pero el lado salvaje que residía en lo más profundo de mi ser era demasiado fuerte, y estaba decidido a salirse con la suya.
Eché a correr detrás de él. La hierba estaba suave y fresca al contacto con mis pies descalzos. Él había estado a punto de morir por mí. Así que yo podía vivir sin que me dijera que me quería. Pero no podía vivir sin él. Atravesé el claro, me agaché y recogí la capa negra. Seguí corriendo hasta alcanzarlo. Lo cubrí con la capa y me arrodillé a su lado.
—Te elijo a ti.
Tras otro trémulo parpadeo Lucas estaba de pie ante mí, de nuevo en su forma humana, cubierto con la capa negra. Yo me levanté y sonreí. Él era un guerrero, un guardián. Ya fuera en forma de hombre o de lobo, él era Lucas. Era valiente. Y un año antes él me había mirado y había sabido… eso a lo que yo tenía miedo de enfrentarme: que nos pertenecíamos el uno al otro. Él llevaba mi nombre grabado para siempre en la piel.
Me tomó de la mano y me llevó al centro del claro. Cuando volví a mirar, los lobos habían desaparecido sigilosamente. Así que solo estaban ahí para ofrecerme otras opciones, para obligarme a elegir. Una vez más, Lucas y yo disponíamos de intimidad. Me sentí aliviada de que se hubieran ido. No quería compartir ese momento con una multitud.
Lucas dejó de caminar y me atrajo a sus brazos. Y esperó. Esperó a que yo lo aceptara. A que lo besara. En cierto sentido, aquel instante era más grandioso que el que seguiría después. Yo me alcé de puntillas. Y con eso le bastó. Él inclinó los labios sobre los míos.
En cierto sentido, fue como cualquier otro beso que me hubieran dado antes. Suave y cálido. En otro sentido, fue distinto de cualquier otro beso que me hubieran dado antes. Voraz y salvaje.
En un abrir y cerrar de ojos, nuestra relación pasó de la fase «somos amigos, probando a ver cómo va la cosa», a la fase de «somos pareja, y la vida de cada uno de nosotros está en manos del otro: nuestros destinos están entrelazados». Un abrir y cerrar de ojos en el caso de que yo no los hubiera tenido cerrados desde el primer suave contacto.
«Enfréntate a tus miedos», me había dicho el doctor Brandon. Pero ¿cómo enfrentarme a lo que me estaba ocurriendo? ¿Cómo enfrentarme al hecho de que lo que sentía por él era ya tan fuerte que si algo le ocurría mi vida habría terminado?
Pareja. Destino. Para siempre.
Las palabras sonaban como un suave estribillo en mi mente. Por supuesto, yo tenía otras opciones. Podía abandonar, pero incluso aunque lo hiciera, creo que mi pensamiento y mi alma se quedarían allí, con Lucas.
Él se apartó un poco, pero me estrechó con más fuerza con los brazos. Rozó un lado de mi cuello con la cara, y lo oí inhalar mi olor. Yo inhalé también la fragancia masculina que desprendía él.
Y esperé.
Esperé a que la luna alcanzara el cénit. Esperé a que mi cuerpo respondiera. Esperé ese dolor insoportable. Esperé, preguntándome si me sentiría decepcionada o aliviada en el caso de que no ocurriera nada.
Sentí la primera caricia de la luz de la luna y un hormigueo en la piel. Me puse tensa y nerviosa al darme cuenta. Nadie podía sentir la luz de la luna, y sin embargo yo la sentía.
Lucas me dijo en voz baja:
—Relájate. No opongas resistencia, al contrario: quédate conmigo.
Sentí ligeros pinchazos, miles de diminutas agujas por fuera y por dentro. Oí mi sangre corriendo rítmicamente entre los oídos. Inhalé la fragancia terrenal de los bosques y el olor a sexo del chico que estaba de pie a mi lado. Oí el rápido repiqueteo de mi corazón. No podía mantener los pies quietos, tenía que moverme.
—Te quiero, Kayla.
Ladeé la cabeza hacia atrás y miré a Lucas a los ojos plateados. Como efecto sedante, desde luego él era increíble.
—No podía decírtelo antes, hasta que tú no me eligieras. Te quiero.
Él volvió a besarme. Fue maravilloso y aterrador. Posesivo y liberador.
Sentí una ola de fuego recorrerme la espalda.
—Aún no —dijo él—. Quédate conmigo. Agárrate a mí. Concéntrate en mi voz.
Me besó un lado del cuello.
Yo había tenido calambres antes, pero nada parecido a aquello. Me afectaba a todo el cuerpo, de la cabeza a los pies. Parecían crecer y crecer…
—¡Suéltalo! —dijo él con voz áspera—. ¡Ahora, suéltalo!
Hubo un estallido blanco, un destello de colores, un golpe que no hizo ningún ruido, pero que resultó ensordecedor…
Y de pronto estaba mirando a Lucas a los ojos de plata y contemplando su rostro peludo. Bajé la vista hacia mis patas, mis piernas. A la piel de pelo rojo bañada por la luz de la luna.
¿Estás bien?
La pregunta la hacía él, pero sin palabras.
Sí.
Él tocó mi nariz con la suya, me acarició con ella el cuello y luego el hombro. Aunque era un lobo, yo podía oler a Lucas, podía oler la esencia de su forma humana.
Eres bella, pensó él.
¿Solo cuando soy un lobo? Sí, era una pregunta un tanto vanidosa.
Siempre. Es más fácil pensarlo que decirlo.
No me siento diferente.
Es solo una forma.
Quería echarme a reír. Había tenido tanto miedo. Y había sido tan fácil. Con él a mi lado había sido como dar un paso sobre un manto de seda.
¿Me dolerá mañana?
Un poco.
¿Qué hacemos ahora?
Jugar.
¿Y tu herida?
Está casi curada.
Él se abalanzó sobre mí en broma, con suavidad. Rodamos por el suelo. Nos empujamos.
A ver si me pillas, pensé yo instantes antes de echar a correr por el claro.
Él me dio ventaja. Me encantaba sentir el viento en el pelo. Me encantaba la velocidad a la que corría. Corría más rápido de lo que lo había hecho nunca.
Pero no pude distanciarme mucho de él. Me atrapó con facilidad. Y entonces echamos a correr juntos bajo la luz de la luna.