14

—Devlin era el líder de la manada antes que yo.

Lucas y yo ya no estábamos bañándonos en el agua. Estábamos otra vez vestidos, tumbados sobre una manta cerca del lago, lo suficientemente alejados de la cascada como para que el ruido no ahogara nuestras palabras. Aquel lugar era demasiado sereno en contraste con todo lo que Lucas me estaba contando acerca de sí mismo. El cielo era increíblemente azul, pero de vez en cuando pasaban volando mullidas nubes blancas. Al llegar la oscuridad, yo estaría a un paso de la luna llena. Mi cuerpo vibraba solo de pensarlo; era como si no pudiera esperar más. Sin embargo, psicológicamente, yo seguía sin poder aceptar que iba a cubrirme de pelo. A los ocho años me había roto un brazo. Me habían hecho una placa de rayos X. Sin duda los huesos de un cambiaforma eran diferentes, tenían que tener múltiples uniones. ¿Cómo, si no, iban a poder transformarse de humanos en criaturas tan distintas? Para mí resultaba inconcebible.

—No tuve oportunidad de matarlo —me dijo Lucas. Noté cierto tono de decepción en su voz—. Él huyó, como un cobarde. Por eso mi ascenso al papel del líder de la manada quedó ligeramente manchado.

Giré la cabeza a un lado para examinar su bello perfil. Él contemplaba el cielo. Puede que contarme todos aquellos oscuros secretos de su pasado le resultara tan difícil a él como a mí. Yo no podía imaginarme qué significaba matar a alguien, pero hacerlo para lograr el poder… Quería comprender a Lucas, pero aquel mundo me daba miedo.

—¿Por qué querías ser el líder?

Él giró la cabeza para observarme.

—Devlin era un líder terriblemente malo. No dejaba de arriesgar la vida de los demás. Aprovechaba cualquier oportunidad. Exponía a toda nuestra sociedad. Alguien tenía que pararlo. Pero al final no lo paré. Estoy casi convencido de que el lobo negro que viste… era él.

—Así que cuando dijiste que tenía una mascota que era un lobo…

—Estaba tergiversando la verdad. A veces nos vemos obligados a hacerlo. Igual que Keane hablaba de hombres lobo y todos nos reíamos de él como si fuera ridículo.

Me daba cuenta de que a veces tenían que pensar muy deprisa para no delatarse.

—Entonces, ¿piensas que es posible que haya sido por él por quien Keane haya descubierto a… los cambiaformas?

Él sonrió con un gesto sombrío y contestó:

—A los cambiaformas, y a ti también. Tú eres una de nosotros.

—Sí.

Él estaba convencido. Yo no. Peor para él si se había equivocado y había elegido a una no cambiaforma. Me incorporé, me senté y me crucé de piernas.

—Ya sé que debería de estar encantada con la idea, pero…

—Son muchas las cosas en las que tienes que pensar —dijo él, levantándose y apoyándose en los codos.

—¿Tengo que hacer algo para prepararme?

Me parecía que debía de hacer algo. Evidentemente, ya no me hacía falta depilarme las piernas. Me acaricié la pierna desnuda e intenté pensar en las cosas que realmente no podía aceptar.

—Como lobo, ¿tendré las piernas calvas si ahora me depilo?

—¿Tenía yo la cara sin pelo? —preguntó él a su vez.

Yo solté una risita antes de responder:

—No. De hecho, eras igual de guapo como lobo que como…

Dejé que mi voz se fuera apagando. ¿En serio quería confesárselo?

Él esbozó una sonrisa pícara.

—Crees que soy mono.

—¡Mono no! Desde luego que no. Guapo sí.

Él se alzó hasta sentarse y se inclinó hacia mí.

—Yo también creo que eres guapa. Lo he pensado desde el primer momento en que te vi.

Me sentí agradablemente complacida.

—¿Es esa la razón por la que me mirabas todo el rato?

—Sí. Creía que te darías cuenta de lo que sentía. Pero me imagino que en cierto modo también da miedo ver cómo un tío te observa todo el rato y jamás te dirige la palabra.

—No pareces una persona tímida —dije yo.

—La primera vez que te vi, sentí como si me hubiera caído algo de golpe en el pecho. En serio. Creí que no volvería a respirar bien jamás. No sabía qué decirte.

Él rozó mi mejilla con los dedos. Al mirarlo en ese momento, me pareció como cualquier otro chico adolescente normal.

—La noche antes de que se marcharan todos los serpas, Rafe y tú estuvisteis discutiendo.

—Sí. Él sabía que tú eras una de nosotros, y pensaba que yo era un irresponsable por consentir dejarte allí. Yo no quería forzarte a venir, no quería que estuvieras resentida contra mí, pero aún no había encontrado el modo de hablarte de tus habilidades. Y bueno, es cierto, para ser sinceros, estaba celoso de que te gustara Mason.

—No estoy del todo segura de que me gustara Mason. Me gustaba porque él no es complicado, porque no me hacía sentir todas esas cosas extrañas que me haces sentir tú. Esa atracción de la que hablabas… yo jamás había sentido nada igual. ¿Qué es, exactamente, un lazo animal o algo así?

—Puede llegar a ser algo muy intenso, pero no puede hacerte sentir lo que no sientes de verdad. Si es que eso tiene algún sentido. Nosotros sentimos esas necesidades tan primarias porque caminamos por la delgada línea entre el hombre y la bestia, pero en nuestro corazón somos humanos. Simplemente tenemos la habilidad de cambiar de una forma a otra.

—Lo dices como si no fuera nada.

—Crecí viendo como la gente cambiaba de forma con la facilidad con la que otros cambian de canal de televisión, apretando un botón.

—¿Y quién te enseñó a ti? —pregunté yo.

—Los machos lo aprenden solos.

—Pero entonces, ¿no es mucho más doloroso?

—No parece muy justo, ¿verdad? Pero es la forma en la que funciona la selección natural. Los machos débiles no sobreviven.

—¿Pasaste miedo?

—Me moría de impaciencia porque me llegara el momento, pero yo sabía lo que me iba a ocurrir. Cuando era niño, mis padres me llevaron al bosque, me explicaron las cosas, me enseñaron…

—¡Oh, Dios mío! —exclamé yo.

Rápidamente comencé a mirar a mi alrededor. Siempre era más seguro que mirarlo a él o que mirar en el interior de mí misma.

Él se puso tenso, se sentó erguido.

—¿Qué?, ¿qué pasa?

—Mis padres… esos cazadores de ciervos dijeron que habían visto lobos —expliqué yo. Enterré la cara entre las manos—. ¿Y si eran mis padres? ¿Y si estaban tratando de enseñarme? Recuerdo que corrimos. Mamá me empujó detrás de un arbusto. Oí gruñidos —continué yo. Había reprimido las imágenes durante mucho tiempo—. ¡Había lobos! —añadí con una certeza que jamás antes había tenido.

Bajé las manos y miré a Lucas a los ojos. Sabía qué era lo que él vería en los míos: dolor.

—¡Lobos! ¿Es posible que fueran mis padres?

—Sí, es posible. Tendría sentido.

Pero solo si era cierta toda la historia de que yo era una mujer lobo. Yo seguía teniendo dificultades para aceptar la idea.

—Si mueres con la forma de lobo, ¿qué ocurre? —pregunté yo.

—Nuestra especie siempre se transforma otra vez en humana justo antes de morir.

—Entonces, ¿puede que los cazadores estuvieran en lo cierto cuando dijeron que ellos les dispararon a lobos?

Lucas asintió.

Yo sacudí la cabeza.

—No, mis padres no estaban desnudos. Y además, si les dispararon, ¿no deberían de haberse curado?

—No, si les dieron en el corazón o en la cabeza.

—Pero sí deberían de haber estado desnudos —musité yo.

Y no lo estaban. Al menos yo no recordaba que lo estuvieran.

El verano anterior yo no había querido ir a la parte del bosque en la que habían muerto. De pronto me daba cuenta de que para enfrentarme a mi pasado y a mis miedos tenía que volver a ese lugar. Ni siquiera sabía cómo averiguar dónde estaba.

Aquella misma noche, un poco más tarde, estuve merodeando por la cueva con una energía nerviosa que ni yo misma me podía explicar. O puede que simplemente no quisiera enfrentarme a la verdad. Pasar la tarde con Lucas, en nuestro mundo tan aislado, me había hecho más sensible a él. Creía poder oler la fragancia de su piel. Me sería más difícil tumbarme a su lado esa noche para abrazarlo y dejar que me abrazara así, sin más.

Me acerqué hasta la salida de la cueva, cerré los ojos y escuché cómo caía el agua. Quería vaciar mi mente de todo pensamiento. Pero había uno del que no me podía despojar: si no cambiaba durante la noche del día siguiente, ¿lo perdería a él?

A pesar del estruendo de la cascada y de tener los ojos cerrados, adiviné el momento exacto en el que él se acercó a mí por detrás.

—¿Kayla?

Adoraba el sonido de su voz y la forma en que sonaba mi nombre cuando lo decía él. Me giré para mirarlo.

—No ha cambiado nada entre nosotros —afirmó él.

—Todo ha cambiado. Ahora te conozco mejor. Es como si hubiera realizado un curso intensivo acerca de Lucas Wilde. Siento cosas que jamás antes había sentido.

—¿Cosas buenas?

—Cosas que me dan miedo. Cosas muy fuertes. ¿Y si no soy lo que tú crees que soy?

—¿Quieres decir que no eres valiente?

Yo solté una risita tímida y sacudí la cabeza.

—No es a eso a lo que…

—¿No tienes fuerza interior? ¿No tienes coraje? Vas a cambiar, Kayla, pero lo que yo siento por ti no lo siento porque vayas a cambiar, sino por todo lo demás que no va a cambiar.

—¡Ah!

No supe qué decir a eso. Pensé que era lo más parecido a una declaración de amor que él me diría jamás.

—Ven.

Me tomó de la mano y me llevó hasta el saco de dormir.

Me sentí mejor en brazos de Lucas. Pude oír su corazón latir, sentir el calor de su cuerpo. Aquella noche fue diferente. Nuestra proximidad había cambiado, había evolucionado. Él ya no era Lucas, mi jefe. Era Lucas, mi guardián oculto.

Aunque pensara que no me hacía ninguna falta un guardián oculto, sabía que él siempre estaría ahí.

—¿Ocurrirá… en cuanto aparezca la luna? —pregunté yo.

Si es que ocurre, pensé.

—No, no ocurrirá hasta que la luna alcance su cénit.

—¿Y cómo lo sabré?

—Comenzarás a sentirte diferente. Pero no dejes que eso te asuste. Ya sé que has estado mucho tiempo sin saber nada, pero para nosotros metamorfosearse es una parte natural de la vida, como la pubertad.

—Sí, vale, pero ya he tenido bastantes calambres desagradables durante la pubertad.

Él apretó los labios contra mi frente y dijo:

—Pues ahora los tendrás por todo el cuerpo, pero vendrán y se irán muy rápidamente.

Cuanto más se acercaba mi momento, más preguntas tenía yo.

—Cuando tienes la forma de lobo, ¿piensas como un lobo?

—No lo sé. No sé cómo piensa un lobo.

Yo solté una carcajada y luego me quedé callada.

—Ya sabes a qué me refiero.

—Sigues siendo la misma, Kayla. Por dentro eres la misma. Solo que un poco diferente por fuera. Cuando tengo la forma de lobo soy más agresivo, más capaz de luchar; esa es la razón por la que cambié cuando el oso iba a atacarte. Puedo correr más rápido como lobo, así que si necesito llegar a un sitio deprisa, por lo general me transformo.

—Pues a mí me pareciste muy rápido anoche, cuando no tenías forma de lobo.

—La mayor parte de los cambiaformas son rápidos y fuertes. Nuestros cuerpos hacen ejercicio físico constantemente —me explicó Lucas, que rozó mi sien con los labios—. Lo harás bien, Kayla.

Un escalofrío me recorrió al oír su voz junto a mi oído. Su piel estaba cálida al contacto de mis dedos, que descansaban sobre su pecho.

—Dijiste que yo era tu pareja —dije yo en voz baja, vacilante—. ¿Significa eso que nos casaremos?

—No necesariamente. Por lo general las parejas se casan, pero no siempre. Podemos seguir todo el proceso de salir juntos, si es que quieres salir conmigo. Pero no estás obligada a estar conmigo, si no quieres.

Él se quedó muy callado.

—Si yo no quisiera ser tu pareja, ¿te buscarías a otra?

—No, me quedaría solo.

Mi corazón vaciló. Me erguí, me apoyé en un codo y desvié la vista hacia abajo para no mirarlo directamente a los ojos. Una luna enorme y brillante, a la que solo le faltaba una pizca para estar llena, reflejaba su luz a través de la cascada como si fuera un tejido vaporoso.

—Eso no es justo.

—Lo sé. Los machos cambiaformas se llevan la peor parte del trato. Sienten lo que sienten, pero las chicas eligen.

—¿Luchan alguna vez por una chica?

—¡Claro! A veces la chica quiere saber quién es el más fuerte, quién la quiere más. Somos humanos, pero también somos animales.

—No sé si alguna vez me acostumbraré a todo eso.

Lucas posó una mano sobre mi mejilla y extendió los dedos para acariciarme el pelo.

—¿Te asusta lo que soy?

Por extraño que parezca, no estaba asustada por él. Estaba asustada por mí. Sin lugar a dudas me estaba costando aceptar lo que era. Lucas, en cambio, era Lucas. Tumbada junto a él, me resultaba muy fácil olvidar lo peludo que se ponía a veces.

—No —respondí yo con sinceridad.

—Bien.

Él rodó por encima del saco hasta que yo estuve boca abajo y él encima de mí. Colocó su larga y cálida mano sobre mi mejilla y repitió:

—Bien.

Y entonces me besó. No fue igual a ningún otro beso que me hubieran dado antes pero, la verdad, tampoco yo esperaba que lo fuera. Fue un beso de Lucas. Y él no era como ningún otro chico al que hubiera conocido antes. Sus labios eran suaves y ligeros, como si él no estuviera seguro de que yo quisiera eso. Pero ¿cómo no iba a quererlo?

Era lo que había deseado el día de mi cumpleaños.

Él se apartó y me miró inquisitivamente.

—¿Sonríes cuando te besan?

Mi sonrisa se hizo aún más amplia.

—Acaba de hacerse realidad mi deseo de cumpleaños. Cuando soplé las velas, deseé que tú me besaras.

—¿En serio?

—Es raro, ya lo sé. Ni siquiera estaba segura de que tú me gustaras. Estabas siempre tan serio —contesté yo. Alcé una mano y le peiné el pelo con los dedos—. Pero ahora ya sé por qué.

Quería creer lo que creía él, que iba a cambiar, que yo era su destino. Pero era todo demasiado sorprendente.

Él volvió a estrecharme entre sus brazos. Yo apreté los labios suavemente contra su hombro.

—Ahora deberíamos dormir —dijo él—. Mañana por la noche necesitarás toda tu fuerza.

Él siempre tan práctico. Yo hubiera querido ponerme cursi y decir algo así como «¿Fuerza? ¿Y quién necesita fuerza cuando te tengo a ti?».

Pero él tenía razón. Todo cambiaría al día siguiente por la noche. Y, según él, yo también.

—¡Kayla, despierta!

Lucas hablaba con un tono de voz nervioso que yo jamás le había oído. Me había dormido abrazada a él. No sabía cuándo se había despertado, pero en ese momento estaba agachado a mi lado, sacudiéndome por el hombro. Abrí los ojos a medias. No esperaba quedarme dormida tan profundamente, y me molestaba que me despertara.

—¿Qué ocurre?

—No lo sé, pero tengo un mal presentimiento.

Aquellas palabras fueron para mí como una descarga de cafeína. De inmediato yo también lo sentí. Fue como la primera noche, como aquella sensación que había tenido, parecida a un hormigueo, de que me estaban observando.

—¡Mason nos ha encontrado! —exclamé yo.

—Imposible. En su grupo no hay rastreadores. Y esta zona está demasiado bien escondida.

—También creíamos que en su grupo no había científicos, y sí los había.

—Es verdad —contestó él. Puso una mochila en mis manos y añadió—: Toma, cuélgate esto. Puede que tenga que cambiar.

Yo empecé a ponerme las botas.

—¿Qué vamos a hacer?

—Echaremos un vistazo por los alrededores y, si hace falta, correremos.

Él se puso en pie con esa elegancia y esos movimientos tan ágiles típicamente suyos. Luego me tendió la mano, tomó la mía y me ayudó a ponerme en pie. De la mano aún, comenzó a llevarme hacia la salida de la cueva.

—Quiero que te quedes esperando en la entrada de la cueva hasta que haya comprobado…

Entonces apareció una figura en la entrada, empuñando un arma igual que en las películas policíacas. Yo no lo conocía, pero Lucas se puso tenso y me empujó detrás de él. Dio un paso hacia la cascada y trató de empujarme más atrás.

—¡Vete hacia el fondo!

—¡Pero Lucas!, ¿de verdad quieres que se pierda la fiesta? ¿Y dónde está tu educación? ¿No deberías presentarle a tu novia a tu querido hermano?

¿Devlin?, ¿ese era Devlin? Asomé la cabeza para verlo mejor. Pensé que de no haber sido por todo el odio que había en sus ojos, Devlin podría haber sido guapo. Y probablemente hubo un momento en el que lo fue. ¿Qué era lo que lo había hecho cambiar?

Lucas emitió un gruñido grave y se quedó terriblemente quieto.

—Ni se te ocurra siquiera transformarte —dijo Devlin—. He cargado el arma con una bala de plata. Si te disparo mientras tienes la forma de lobo, para ti será el final: morirás. Puede que no inmediatamente, pero antes o después morirás.

—Sé cómo funciona la plata. ¿Qué quieres?

—Que me devuelvas el lugar que me corresponde por derecho como líder de la manada, eso estaría bien.

—El líder de la manada es también el líder de los guardianes ocultos, que es quien protege la vida de los suyos. Tú has traído a Keane hasta nosotros.

—Eso solo es una suposición por tu parte, aunque da la casualidad de que tienes razón.

—¿Los has traído hasta aquí?

—No. Son idiotas. Me lavé las manos en cuanto vi que no iban a matarte. Se marcharon en sus helicópteros. Me imagino que volverán. Pero no me importa. Se suponía que iban a hacerte la autopsia, a estudiarte. Pero en lugar de ello pensaban sacarte sangre y tomar muestras de tu boca. ¿Qué hay de divertido en eso?

—Has puesto en peligro la vida de todos nosotros.

Devlin soltó un profundo suspiro. Yo seguía tratando de encontrar en él aunque solo fuera un resquicio que me recordara a Lucas, pero fue inútil. Tenía el pelo de un solo color: negro. Los ojos de un gris sin vida. ¿Qué le había pasado para llegar a ese estado?

—Nuestra vida ya estaba amenazada. Quedamos muy pocos. ¿Crees que alguna mujer estática va a aceptar emparejarse con nosotros? ¡Dios, detesto lo que somos!

—Solo porque una chica…

—¿Una chica? ¡Ella lo era todo para mí! ¡Ni siquiera mi familia quiso aceptarla! ¡Ella no quiso aceptarme a mí! Me transformé para salvar su vida una noche en la que unos gamberros la atacaron en un callejón, pero solo conseguí que se quedara horrorizada. ¿Sabes lo que es elegir a tu pareja y comprender que no puedes tenerla, comprender que estás destinado a pasar toda tu vida solo, en soledad, a sentirte siempre vacío y a no tener un amor para llenar ese vacío?

—Sé que fue duro…

—¡Tú no sabes nada! ¡Pero te vas a enterar! ¡Antes de la luna llena, te vas a enterar! Vas a saber lo que es odiar lo que eres. Acudí a Keane porque quería encontrar la cura para lo que soy. Quería que él me hiciera normal. ¡Pero en lugar de eso, él quería hacer a todo el mundo como nosotros!

—Entonces, ¿ya no trabajas con él? —pregunté yo.

Noté que Lucas volvía a ponerse tenso. Yo sabía que él quería que yo desapareciera sigilosamente, pues su hermano era peligroso.

Devlin no contestó a mi pregunta. En lugar de ello dijo:

—Si no estás con ella la primera vez que cambie, puedes perderla por completo. Se te romperá el corazón, y entonces comprenderás mi dolor.

—Voy a estar con ella.

—Eso ya lo veremos.

Devlin comenzó a moverse lentamente dentro de la cueva. Lucas se giró para mirarlo de frente sin dejar de empujarme mientras tanto.

Yo no sé qué esperaba. Puede que pensara que los dos se transformarían y se lanzarían el uno sobre el otro para pelearse. Quiero decir que si lo que Devlin quería era que Lucas sufriera, entonces necesitaba que siguiera vivo.

Así que la explosión que resonó como un eco por toda la cueva y el hecho de que Lucas cayera hacia atrás, bajo la cascada, me dejó atónita, pero fue mi instinto el que reaccionó.

El grito horrorizado que emití se perdió bajo el rugido de la cascada de agua, mientras me lanzaba a bucear tras él.

Ser una buena nadadora era una ventaja cuando te caían encima toneladas de agua. Aquellas clases de salvamento a las que había asistido cuando trabajaba como socorrista tampoco me vinieron mal.

En cualquier otro momento, yo me habría maravillado de lo luminoso que era el lago cuando se reflejaba la luz de la luna en el agua transparente, pero entonces solo podía concentrarme en sacar de allí a Lucas. Metí un brazo por debajo de su hombro y lo agarré por el pecho, y entonces traté de salir a la superficie. Nadé hasta el borde del lago, lejos de la cascada.

—¡Ayúdame, Lucas! —le ordené.

Le oí gruñir, le sentí temblar, y noté cómo su sangre cálida fluía a mi alrededor. Traté de empujarlo fuera del agua.

—¡Lucas, por favor!

Lucas gruñó de nuevo, hizo un esfuerzo hercúleo y se alzó hasta desplomarse de bruces sobre la orilla. Yo terminé de arrastrarlo completamente fuera del agua. Salí arrastrándome y me arrodillé a su lado.

—¿Estás muy mal? —le pregunté.

—Sí —contestó él, apretando los dientes.

Le subí la camiseta. Entre la luz de la luna y los débiles rayos del amanecer, que estaba próximo, pude ver el oscuro e irregular agujero del que manaba la sangre. Me rasgué la camisa y me quedé solo con el top que llevaba debajo. Me lo habría quitado también si hubiera hecho falta. Apreté la camisa contra la herida para tratar de parar el río de sangre.

—¿Estás seguro de que no puedes transformarte? —pregunté yo—. Aunque solo sea durante unos segundos.

—Si lo hace, morirá.

La voz de Devlin me sobresaltó. No estaba muy segura de en qué momento se había acercado a nosotros, pero hubiera debido de comprender que él estaría ansioso por ver su hazaña.

—Ahora está sintiendo cómo le quema la plata. Sabe que no mentía acerca de la bala —dijo Devlin con satisfacción—. No quiero que muera. Solo quiero evitar que me impida hacer lo que voy a hacer.

—¿Y qué vas a hacer? —pregunté yo.

Devlin tiró de mí hasta ponerme en pie y, antes de que pudiera protestar, me echó un lazo y me ató por la cintura, me apretó con fuerza y tiró de nuevo de mí hacia él.

—Alejarte de él.

Entonces comenzó a tirar de mí, pero yo hinqué los talones en el suelo.

—¡Estás loco!

—Según Nietzsche, «Siempre hay algo de locura en el amor» —contestó él. Me miró por encima del hombro y esbozó una sonrisa cruel—. Era un filósofo de los importantes.

—Lucas hizo lo que hizo para proteger a la manada. No puedes castigarlo por eso.

—Por supuesto que puedo. Basta con que tenga sentido para mí. Esa es la belleza de la locura. Y tú no vas a oponer resistencia, porque tengo más balas en esta arma. Matarte significaría alejarte de él para siempre.

—De todos modos voy a morir. Lucas me dijo que no sobreviviría si él no estaba conmigo.

—Bueno, eso ya lo averiguaremos.

Él dio un tirón de la cuerda, y yo lo seguí. No tenía miedo de morir. Vale, sí lo tenía. La idea me aterraba. No quería abandonar a Lucas, pero tampoco tenía elección. No se lo puse fácil, pero tampoco me resistí con todas mis fuerzas.

Miré atrás por encima del hombro. Lucas luchaba por ponerse de rodillas. Por favor, no me sigas, pensé. Sálvate. Espérame.

Era optimista, y pensaba que, de un modo u otro, podría escapar y encontrar ayuda para Lucas.

La escalada por uno de los lados más verdes de la pendiente que creaba la cuenca donde estaban la cascada y el lago fue dura, sobre todo con las manos atadas. Lucas y yo habíamos llegado al punto más bajo de la pendiente. Devlin quería alejarse de allí por la cima.

Yo estaba agotada cuando por fin alcanzamos nuestro destino. El cielo estaba coloreado de un naranja rojizo para anunciar el nuevo día. Desde allí arriba se podía ver el río que desembocaba en la fuerte cascada. Pero yo no tenía ni tiempo, ni deseos de maravillarme con su grandeza.

Me dejé caer de rodillas, respirando trabajosamente.

—Dame un minuto para descansar, por favor.

—Olvidaba que los humanos tenéis poca resistencia antes de la primera transformación.

Él seguía sujetando la cuerda que yo llevaba atada a las manos. Me pregunté si, tirando de ella, podría derribarlo a él y lanzarlo por el precipicio hacia el valle que acabábamos de escalar.

—Lucas es tu hermano —señalé yo sin dejar de jadear.

—¿Y?

—¿Cómo puedes hacerle esto?

Él se agachó delante de mí.

—¡Él me retó! Me arrebató mi puesto de líder. Vale, puede que yo jugara un poco con mi responsabilidad, pero había perdido a Jenny. Podían haberme dado un poco de manga ancha.

—Mason me dijo que su compañero de habitación en la universidad…

—Sí, era yo. Mason era un tipo tan inepto y estaba tan maravillado con su padre, que cuando se puso a hablar de Bio-Chrome, pensé que era el destino.

—Si tan desesperado estabas por conseguir la curación, ¿por qué no les dejaste experimentar contigo?

—Porque no confiaba en que Keane no me convirtiera para siempre exactamente en lo que soy: en un monstruo —contestó Devlin, encogiéndose de hombros—. Además, yo quería vengarme —añadió, poniéndose en pie y tirando de la cuerda para que yo hiciera lo mismo—. Y ahora, ¡vamos!

Oí un gruñido grave y amenazador. En ese bosque habría probablemente un centenar de lobos, y quién sabe cuántos cambiaformas. Pero yo supe antes de girarme y ver aquel pelo multicolor que era Lucas en forma de lobo. Lucas enseñó los afilados incisivos.

—¡Maldita sea!, Lucas, ¿qué has hecho?, ¿sacarte la bala con los dedos? Estás decidido a probarte a ti mismo, ¿verdad? Por desgracia, no tengo más balas de plata. ¿Sabes lo caras que son?

Devlin me empujó y me tiró al suelo. Caí con un golpe sordo.

—Bueno, supongo que solucionaremos esto al estilo de nuestra especie.

Yo no podía ver a Lucas desde mi posición. Pero seguía sangrando. Aunque ya no tuviera alojada la bala, me figuro que no había podido curarse por completo. Estaría débil…

Una camisa salió volando y aterrizó sobre mi rostro. Para cuando pude quitármela de encima, Devlin se había transformado y había un lobo negro agazapado a mi lado. Era el lobo negro que había visto la noche de la fiesta de la cerveza. Era más grande que Lucas. Sus dientes parecían más grandes, más afilados.

Mason había dicho algo acerca de que los ojos no cambiaban. En ese momento comprendí a qué se refería. Los cambiaformas conservaban sus ojos humanos. Podía reconocer a Lucas por sus ojos plateados y reconocer la locura de Devlin en sus ojos grises.

Sabía que aquella sería una lucha a muerte, tal y como debía haber sido la primera vez, cuando Lucas retó a Devlin como líder de la manada. Sabía que Lucas estaba débil y herido. Sabía que Devlin era fuerte y estaba loco, y que la locura conllevaba siempre cierta fortaleza. Lucas se lo jugaba todo: podía perderlo todo. Devlin ya lo había perdido todo. No arriesgaba nada, y por eso era el más peligroso de los dos.

Sabía que Devlin contaba con todas las ventajas. Era probable que yo perdiera a Lucas, que perdiera todo lo que acababa de descubrir.

Te quiero.

Las palabras fueron solo un murmullo en mi mente. Pero bastó. Lucas las oyó. Ladeó la cabeza hacia mí.

Fue un error táctico. Devlin se lanzó sobre Lucas, y yo me di cuenta de que, al pronunciarlas, había sentenciado a Lucas a muerte.