—¿Estás loco? —grité yo mientras corría hacia el lobo.
No podía creer lo que acababa de ocurrir. Nada de lo que acababa de ocurrir.
El lobo no estaba muerto, pero sus preciosos ojos plateados tenían un toque vidrioso. Estaba jadeando. Hizo un inútil esfuerzo por levantarse, pero volvió a dejarse caer. Yo enterré los dedos en su pelo, buscando las heridas. No encontré más que un chorrito de sangre, y entonces me di cuenta de que Mason no le había disparado con balas, sino con dardos.
—¡Lo tengo! —le oí yo exclamar.
Giré la cabeza hacia él. Sujetaba un walkie-talkie. Se acercó a mí y se agachó a mi lado.
—No está herido, solo drogado.
Le di un puñetazo en el hombro, y luego otro en el pecho.
—¡Eres un mal bicho!
—¡Eh! —gritó él, agarrándome de las dos manos—. ¡Tranquila! No iba a hacerte daño. Solo quería que él lo creyera.
Yo me solté y lo empujé para apartarlo de mí. Deseaba arrancarle los ojos por haberme asustado así.
—¡Eh!, ¿quieres parar ya? —volvió él a gritar, esforzándose por volver adonde estaba—. ¡Dios!, no iba a hacerte nada. Solo estaba fingiendo. Quería que él pensara que estabas en peligro.
—¿De qué estás hablando?
—Sabía que él se presentaría si te atacaba.
¿Estaba loco? ¿Creía que la misión del lobo era protegerme? Quiero decir que sí, claro, puede que él y yo hubiéramos creado un cierto lazo después del ataque del oso, pero él era un animal salvaje, no un perro guardián domesticado. Nadie podría haber adivinado que él iba a seguirme o a acudir en mi ayuda una segunda vez. Se trataba simplemente de una tremenda coincidencia. Yo estaba atónita por la presencia del lobo, pero también furiosa por lo que había hecho Mason y por su traición.
—¿Así que todo el rollo romántico no era más que un plan para atraer al lobo?
No me molesté en ocultar mi enfado al hacer la pregunta. Lo que había hecho Mason era intolerable. Asustarme, hacerme creer que iba a hacerme daño, utilizarme como cebo… Era inhumano.
—No lo digas como si mis sentimientos hacia ti no fueran sinceros —contestó Mason, tratando de engatusarme—. Tú me gustas, Kayla. Mucho. Pero tenemos algo muy importante que hacer, y necesitamos que tú formes parte del equipo.
Yo estaba tan enfadada, que apenas podía pensar con claridad. Me sentía como si Mason me hubiera tomado el pelo. Peor aún: como si me hubiera utilizado para capturar al lobo. Mi voz estaba llena de ira cuando pregunté:
—Mason, ¿qué está ocurriendo?
Pero Mason no me miraba. El lobo lo tenía hipnotizado.
—¡Mira lo grande que es! ¡Y lo humanos que son sus ojos! Todo lo demás cambia, pero los ojos siguen siendo humanos. Es exactamente tal y como él me dijo que sería.
—¿Quién?, ¿de quién demonios estás hablando?
Antes de que Mason pudiera responder, oí el crujido de la maleza al pisotearla alguien. De entre los árboles surgieron Ethan y Tyler, que cargaban con una jaula de barrotes de metal. Era un poco más pequeña que el cajón que habían estado arrastrando por el bosque. ¿Era eso lo que llevaban dentro?
El profesor Keane los seguía de cerca. Se adelantó y le dio unas palmaditas en la espalda a Mason, diciendo:
—Buen trabajo, hijo.
—Gracias, papá.
Al ponerle un bozal en el hocico, el lobo hizo otro valiente esfuerzo por levantarse.
—Le he dado dos dosis de tranquilizante. Debería estar inconsciente con esa cantidad —dijo Mason, claramente desconcertado—. ¿Quieres que le dispare otra vez?
—No, está lo suficientemente drogado como para que podamos manejarlo. Tiene mucha resistencia. Eso es bueno —murmuró el profesor Keane—. Necesitará toda su fuerza.
Yo me puse de pie, de puntillas, miré al profesor Keane directamente a la cara para que comprendiera hasta qué punto estaba enfadada y pregunté:
—¿Qué vas a hacerle?
El profesor Keane me miró como si yo no fuera más que un mosquito molesto y respondió:
—¿Y qué crees tú que voy a hacerle? ¡Estudiarlo, naturalmente!
Mi corazón tronó durante la caminata de vuelta al campamento. Me sentía como si hubiera sido yo quien hubiera traicionado al lobo. Pensé en lo protector que se mostraba Lucas con la vida salvaje, con los animales y, en especial, con los lobos. Esperaba que él jamás se enterara de lo ocurrido. Y solo se me ocurría un modo de arreglarlo. Tenía que encontrar el modo de liberar al lobo.
Ethan y Tyler dejaron la jaula en un extremo del claro donde habíamos acampado, cerca ya del bosque. Todo el mundo se acercó y se quedó un rato mirando al lobo, y enseguida se extendió una especie de loca excitación por el campamento. Detestaba que el lobo estuviera expuesto de esa forma. Me pregunté si los animales podían sentir la humillación. Pero aunque el lobo no la sintiera, yo la sentía por él. Aquel animal parecía una criatura muy orgullosa. Se merecía un trato mejor. Mi corazón estaba dolido por él.
Después de un rato, todo el mundo se marchó. Todo el mundo menos Mason y yo. Mason estaba absolutamente fascinado por el lobo. Entonces, ¿cómo podía hacerle algo así a una criatura tan bella? No estaba bien. Yo creía conocer a Mason, pero me daba cuenta de que no lo conocía en absoluto. ¿Por qué no me había marchado con Lucas y los demás? ¿Qué podía hacer? La puerta de la jaula tenía una simple cerradura que se abría con una llave. Pero no creía que dejaran al lobo sin vigilancia.
—¿No es precioso? —preguntó Mason sin apartar los ojos del lobo.
Una vez mi terapeuta me había hipnotizado para tratar de llegar a la raíz de mis miedos. Creo que mi aspecto entonces era muy parecido al de Mason en ese instante: como si me hubiera fumado algo ilegal.
Estaba furiosa con Mason y conmigo misma. ¿Cómo no había visto lo que se me venía encima? No había muchos lobos con aquella mezcla única de tonos de pelo. Sabía que era el lobo que me había salvado del ataque del oso. Estaba en deuda con él. Pero precisamente por mi culpa, él estaba encerrado en una jaula.
El lobo se estiró. Yo lo observé luchar por ponerse en pie. La jaula era demasiado pequeña. No podía erguirse del todo. No podía andar. Le costaría trabajo darse la vuelta. Le habían quitado el bozal al meterlo en la jaula. Lo miré a los ojos plateados y sentí la misma conexión que había sentido justo después del ataque del oso. ¿Qué era lo que pretendía estudiar el profesor Keane? Probablemente aquel ejemplar era un descendiente de los lobos que habían sido reintroducidos en el bosque. Me daba la sensación de que su tendencia a no atacar a los humanos estaba a punto de cambiar. El profesor Keane y sus estudiantes le habían declarado la guerra a la especie. ¿Por qué?
Mason se agazapó, metió un palo entre los barrotes y pinchó al lobo en el lomo. El animal enseñó los dientes y emitió un largo gruñido de advertencia.
Yo le quité el palo a Mason y lo arrojé a un lado. Hervía de ira.
—¡No hagas eso!
Mason se puso en pie.
—Tienes razón. Si se enfada, no cambiará.
—¿Cambiar? ¿De qué estás hablando? Es un lobo, y es ilegal capturarlos.
Mason esbozó una sonrisa que pareció querer decir: «Pero tú, ¿en qué mundo vives?».
—No es un lobo —negó Mason—. Bueno, evidentemente ahora es un lobo, pero antes de cambiar era humano. Y con ese color de pelo, yo diría que es Lucas. Vamos, estoy convencido. Es lógico. Por la forma en que te miraba, yo sabía que no iba a dejarte sola.
Vale, alguien debe haberse olvidado de tomar sus pastillas. Solté una carcajada.
—¿Te has vuelto loco?
Mason me miró con el ceño fruncido.
—Los hombres lobo existen, Kayla. Aquí, en el bosque. Hay un pueblo entero…
—¡No!, no existen —lo interrumpí yo—. ¡Y no, no hay ningún pueblo entero de hombres lobo! En todo caso es una leyenda, una historia inventada que la gente cuenta alrededor de una hoguera.
Mason se inclinó hacia mí con una sonrisa malévola en los labios y dijo:
—Puedo demostrarte que es cierto.
Se agachó, abrió la cremallera de la mochila y sacó un arma. No era un arma como la que había usado antes. La nueva parecía una Glock como la que llevaba siempre mi padre.
—¿Qué demonios…?
Antes de que yo pudiera terminar la frase, él apuntó con toda tranquilidad al lobo y…
—¡No! —grité yo, al tiempo que me lanzaba encima de Mason.
Una vez más, demasiado tarde.
Mason tiró del gatillo. El lobo aulló y cayó a un lado. Le salió sangre de una cadera.
Los estudiantes vinieron corriendo.
—¡No pasa nada! ¡Ha sido un accidente! Se me ha disparado el arma. No tiene importancia —gritó Mason, sacudiendo una mano para que se dieran todos la vuelta.
¿Que no tenía importancia? ¡Le había disparado a propósito!
Empujé a Mason con fuerza y él se tambaleó hacia atrás.
—Pero ¿qué te pasa? —exigí yo saber.
—Te estoy demostrando que tengo razón.
—¡Estás loco!
De haber podido hacerme con el arma, le habría disparado. Agarré la cerradura de la puerta de la jaula y la sacudí. El lobo jadeaba. Había dolor en sus ojos.
—Abre esto para que lo cure antes de que se desangre hasta la muerte.
—Tranquila, no se va a desangrar hasta la muerte.
—No me digas que me tranquilice. No voy a permitir que vuelvas a hacerle daño. Tengo que verle la herida.
Él volvió a dirigirme esa sonrisa tranquila que yo comenzaba a detestar.
—Vale —dijo él, agachándose—. Mira.
Me dejé caer de rodillas, agarrándome con las manos a dos de los barrotes de la jaula.
—Mira la pata trasera, donde le he disparado —añadió Mason.
Casi con la misma rapidez con la que había comenzado a salirle sangre, se paró. Y de pronto dejó por completo de sangrar. Mason le levantó el pelo con otro palo. La herida se le estaba cerrando. Era como en los vídeos en los que se aceleraba el paso del tiempo que yo había visto en clase de biología. Jamás lo habría creído de no haberlo visto con mis propios ojos.
—Cuando tienen la forma de lobo, se curan con más rapidez que nosotros —explicó Mason—. Imagínate las ventajas para el avance de la medicina. Si pudiéramos aislar el gen, podríamos crear un suero que reprodujera el rápido rejuvenecimiento celular. Supón que alguien tuviera un accidente de coche y se desangrara hasta la muerte. Le pondríamos una inyección y se curaría antes de que la ambulancia lo llevara al hospital más cercano. Y luego están, por supuesto, los usos militares. Un ejército de soldados mutantes, con los sentidos del olfato, el oído y la vista altamente desarrollados. Sería invencible.
Mason hablaba como si todo lo hiciera por el bien de la humanidad. ¿Acaso era yo la mala por pensar que era incorrecto explotar de ese modo a otra especie? No es que yo pensara ni por un segundo que se trataba de un hombre lobo. Ni de Lucas, claro. No sabía por qué, pero ese lobo en particular tenía cualidades curativas increíbles. No obstante, tenía que tratarse de una mutación genética casual, de pura suerte. Porque desde luego no se trataba de una especie de humanos especial, que mutaban y se convertían en lobos, ni de lobos que se convertían en humanos.
Mason me miró.
—Por supuesto, la verdadera pasta se sacaría del uso recreativo del descubrimiento. Si pudiéramos dar con la fórmula de la droga que transforma a un ser humano en lobo, aunque solo fuera durante un par de horas, ¿tú no te la tomarías? Solo para saber qué se siente. ¡Las fiestas de hombres lobo serían la bomba! ¡Y nosotros tendríamos la patente! Y si la Administración de Alimentos y Fármacos no lo aprueba, pues, ¿a quién le importa? ¡Se hace todavía más dinero en el mercado negro!
Así que no se trataba del bien de la humanidad. Sino de dinero.
—Ha sido muy egoísta por tu parte mantener tu secreto, Lucas. Deberías de haberte presentado voluntario para la investigación. Pero en lugar de eso, hemos tenido que venir aquí y tenderte una trampa. Aunque ha sido muy fácil al ver lo protector que te mostrabas con Kayla —dijo Mason, al tiempo que volvía a pinchar con un palo al lobo que, a su vez, gruñó.
—¡No es Lucas! ¡Estás loco! —insistí yo.
—Por supuesto que es Lucas. Ya lo verás. Se irá quedando cada vez más débil y no podrá seguir reteniendo esa forma, y entonces tendrá que volver a la forma humana. Pronto lo verás.
—No te dejarán salir del parque tan ricamente, cargando con un lobo.
Mason me dedicó una sonrisa impertinente antes de contestar:
—No vamos a salir cargando con él. Mañana por la mañana aterrizarán aquí varios helicópteros. ¿Por qué crees que queríamos un claro al borde del valle? Te llevaremos con nosotros, y una vez que lo hayas visto todo, comprenderás la importancia de lo que estamos haciendo. Quiero que formes parte de esto. Tenemos que celebrarlo con una cena a la luz de las velas.
En mi mente resonó un grito: ¡De ningún modo!
Pero yo sabía que tenía que aguantar el tipo. Mientras no encontrara la forma de soltar al lobo y escapar los dos, tenía que comenzar a fingir que lo encontraba todo increíblemente estupendo. Tenía que mentir. Y tenía que conseguir más información.
—¿Y luego qué?, ¿lo llevarás de vuelta a la universidad?
—¡Dios, Kayla!, ¿cómo puedes ser tan ingenua? ¡Espabila! Era todo mentira. Mi padre no es profesor. Es el jefe de investigación de Bio-Chrome. ¿Has oído hablar de nosotros?: «Analizamos los cromosomas para un mañana mejor».
Recordé vagamente un estúpido anuncio de la televisión.
—Pero esos estudiantes…
—Todos forman parte del equipo de investigación. ¡Son genios! —contestó Mason, que inmediatamente se echó a reír—. Yo me gradué en la universidad a los diecisiete. Mi compañero de habitación vivía por esta zona. Fue él quien me contó los rumores sobre los mutantes que se escondían en este bosque. Me dijo incluso que no le quitara la vista de encima a Lucas. Así que comencé a investigar. Se habían producido demasiados avistamientos por aquí como para no ser verdad. Y ahora no solo lo hemos demostrado, sino que vamos a beneficiarnos de ello —explicó Mason, que desvió la vista hacia el lobo—. Vas a hacer historia, Lucas.
Mason se giró de nuevo hacia mí y continuó:
—¿Te lo puedes imaginar? ¿Te d as cuenta de lo que vamos a conseguir? Quiero que tú formes parte de esto, Kayla. Todos queremos que formes parte del equipo.
—¡Pero yo todavía voy al instituto, Mason! —exclamé yo, siguiéndole el juego.
De ningún modo estaba dispuesta a unirme a su equipo.
Él puso los ojos en blanco antes de responder:
—Esta es una de esas oportunidades que se presentan solo una vez en la vida, Kayla. Mi padre puede conseguirte un diploma equivalente al título de bachillerato. Podrías comenzar las clases universitarias on-line al mismo tiempo que trabajas en nuestra investigación. Esto va a ser una revolución científica. Todos vamos a hacernos millonarios. Te estoy ofreciendo una oportunidad de formar parte del equipo.
Yo tragué con fuerza.
—Suena genial —mentí yo—. Me apunto.
—Sabía que te gustaría en cuanto lo comprendieras. Y no te preocupes por Lucas. Él también lo comprenderá.
Mason se puso en pie y se marchó, dejándome ahí sola. Me aferraba con tal fuerza a los barrotes, que los dedos comenzaban a dolerme. Observé al lobo y sostuve su mirada. Él sostuvo la mía.
Era una extraña conexión. Puede que fuera también una locura. Yo sabía que los hombres lobo, los mutantes o como quisiera uno llamarlos, existían solo en las películas y las series de televisión. Aun así, me acerqué y susurré:
—¿Lucas?
Con gran esfuerzo, el lobo alzó la cabeza y me lamió los dedos.
Yo solté los barrotes y me eché atrás. No podía ser. Sencillamente no podía ser. Los hombres lobo no existían. Y aquel no era Lucas.
Ladeé la cabeza al oír que alguien se acercaba. Era Ethan, que llevaba un rifle. Yo no sabía si iba cargado con balas o con más dardos tranquilizantes. Esbozó una sonrisa incómoda en mi dirección.
—Es precioso, ¿verdad?
Ethan se sentó en el suelo, se apoyó en un árbol y dejó el rifle sobre su regazo.
—¿Es que tienes miedo de que el lobo tenga un plan para huir de su prisión? —pregunté yo, tratando de sonar indiferente y lo menos amenazadora posible.
Ethan se encogió de hombros y contestó:
—No sabemos de qué es capaz hasta que no lo estudiemos. Además, no es el único que hay por aquí. Puede que los otros intenten algo.
La cosa se ponía cada vez mejor.
Yo estaba furiosa con Mason y con su padre, y además estaba aterrorizada por lo que pudiera ocurrirle al lobo. Planeaba cómo escapar. Pero sabía que no debía notárseme nada en la cara cuando me senté esa noche para cenar ante la hoguera. Mason estaba otra vez tostando un dulce de malvavisco, lo cual me pareció insólito. El profesor Keane estaba sentado en su minúscula banquetita. Imaginé que le daba una patada y que me echaba a reír al ver cómo se caía al suelo. Pero no merecía la pena el esfuerzo.
Tenía que actuar con normalidad. Tenía que causarles la impresión de que aceptaba su absurdo plan y de que podían confiar en mí.
Mason me ofreció su dulce perfectamente tostado. Yo le dediqué una sonrisa coqueta antes de metérmelo en la boca.
—¿Lo ves, papá? —dijo Mason—. Te dije que en cuanto lo comprendiera, sabría ver el valor de nuestro trabajo.
El profesor Keane me lanzó una mirada suspicaz, así que yo esbocé una enorme sonrisa y dije:
—¡Creo que eres un verdadero genio!
El pecho del profesor Keane se desinfló ligeramente, y acto seguido comenzó a parlotear durante un rato en un tono sostenido y repetitivo acerca de todo el dinero que iban a hacer en cuanto descubrieran el secreto de la transformación de los hombres lobo.
—¿Entonces cree que hay más criaturas como esta? —pregunté yo, fingiendo que me interesaban sus locas ideas.
—¡Ah!, por supuesto —contestó el profesor Keane.
Yo desvié la vista hacia la jaula. Tyler estaba allí de pie, de guardia.
—¿No deberías darle de comer? ¿O darle agua, al menos? No querrás que se muera, ¿no?
—No, está lejos de morir. Ahora mismo es preciso que se debilite para que retorne a la forma humana. Necesita mucha energía para permanecer en el estado de lobo —dijo el científico malévolo, como llamaba yo en mi fuero interno al profesor Keane.
—¿Cómo puedes afirmarlo? —seguí preguntando yo.
—Porque tiene sentido.
—¿Y si el estado de lobo es la forma natural, y para lo que necesita mucha energía es para permanecer como humano?
Al principio no trataba más que de darle conversación, pero sus palabras me habían producido un escalofrío. Yo no creía una sola de sus locas teorías, pero ¿y si eran ciertas? ¿No sería molón cambiar y tomar otra forma? ¿O sería, quizá, una pesadilla? Sí, sería una pesadilla, decidí. Desde la muerte de mis padres, yo me había pasado la vida entera tratando de encajar allí donde fuera. No podía imaginar nada más terrible que ser completamente diferente de todos los demás.
El científico malévolo se quedó considerando mi pregunta por un momento y después esbozó una de sus maliciosas sonrisas.
—Bueno, tendremos que hacer algunos experimentos para averiguarlo. ¿Qué fue primero, el lobo, o el humano?
Ojalá hubiera mantenido la boca cerrada. Yo no quería que experimentaran con el lobo. Me sentía en la obligación de protegerlo.
Mason me tomó de la mano.
—No te preocupes tanto. Si le hacemos daño es en nuestro propio beneficio.
Exacto. Y dispararle un tiro era para Mason la forma de hacer al lobo sentirse bien.
No lo dije en voz alta. Simplemente me estampé en la cara una sonrisa falsa y contesté:
—Creo que eres absolutamente maravilloso. Serás un novio genial. ¡Soy la chica con más suerte del mundo!
—El helicóptero estará aquí al amanecer —advirtió el profesor Keane—. Tenemos que desmontar el campamento antes de que lleguen. Así que será mejor que todos nos acostemos pronto.
Todo el mundo se levantó y se dirigió a su tienda, y Mason aprovechó para tomarme de la mano y llevarme a un rincón oscuro.
—Solo quería que supieras que te pedí que te quedaras con nosotros porque me gustas de verdad. Y no era solo porque quisiera utilizarte para capturar al hombre lobo.
—Podrías habérmelo dicho. Yo podría haberos ayudado.
—Necesitábamos que tu reacción fuera sincera —contestó él, tocando mi mejilla—. Me gustas de verdad, Kayla.
Yo sonreí.
—Tú a mí también me gustas.
No me costó mentir. Puede que porque él me había contado tantas mentiras, que no me importó devolverle alguna.
Mason se inclinó para besarme. Yo puse una mano sobre su pecho. No podía soportar la idea de que me besara.
—Lo siento. Pero después de lo de esta tarde, me siento dolida. Física y sentimentalmente. Comprendo por qué hiciste lo que hiciste, y sé que yo habría hecho lo mismo que tú de haber estado en tu lugar, pero me gustaría ir más despacio a partir de ahora.
—Claro. Tienes razón. Ha sido un día lleno de descubrimientos.
Yo más bien estaba pensando en que había sido un día lleno de traiciones.
Mason me acompañó a mi tienda y me dio las buenas noches. Yo entré reptando en la tienda que compartía con Monique. Ella estaba ya hecha un ovillo dentro del saco, leyendo un libro.
—¿Así que todo ese ligoteo tuyo con Lucas…?
Monique sonrió.
—Parte de la trampa. Aunque es muy sexi. Y si es ese lobo, entonces es mucho más sexi aún.
La pobre chica estaba enferma. Por completo.
Mientras me preparaba para irme a la cama, saqué a escondidas la lima de uñas de la mochila y me la guardé en el bolsillo de los pantalones cortos. La necesitaría para abrir la cerradura de la jaula.
Puede que parezca extraño, pero, al fin y al cabo, mi padre adoptivo es poli. Así que era inevitable que yo supiera unos cuantos trucos criminales, como hacerle un puente a un coche o abrir una cerradura.
—Buenas noches —dije, mientras me metía en el saco.
Monique tardó bastantes minutos en apagar la luz. Yo me quedé ahí, inmóvil, maquinando un plan.
Por fin oí como la respiración de Monique se iba haciendo más lenta y superficial, lo cual significaba que se había quedado dormida. Yo no había subido la cremallera del saco para no hacer ruido y no despertarla. Salí del saco. La miré por encima del hombro, cogí mis botas. La brillante luna me bastaba para ver su silueta. Monique no se movió en absoluto. Metí la mano de nuevo en el saco de dormir y agarré la linterna. Siempre la tenía a mano por si acaso la necesitaba a media noche. Y sin duda esa noche la necesitaba.
Salí reptando de la tienda. No me llevé la mochila. No pensaba marcharme; no me creía capaz de volver yo sola al campamento de la entrada del parque. Solo quería liberar al lobo. Si Mason y su padre averiguaban que había sido yo quien lo había soltado se enfadarían, pero no me dispararían. ¿O sí? Por supuesto que no. Yo pensaba que se habían pasado al lado oscuro, pero eran científicos, no asesinos.
El campamento estaba misteriosamente silencioso. Me enderecé y di la vuelta a la tienda. Me moví sigilosamente hasta alcanzar el perímetro exterior del claro, en donde Ethan seguía vigilando la jaula. Estaba sentado en el suelo con las piernas cruzadas. Pinchaba al lobo de vez en cuando con un palo afilado. Supongo que pensaba que si él no podía dormir, entonces el lobo tampoco. O puede que su plan fuera debilitar al lobo hasta que adquiriera forma humana. A mí, personalmente, me parecía una mala idea andar pinchando a una criatura salvaje.
Me aferré con fuerza a la linterna. Era una herramienta sólida, pesada y de buena calidad. En caso necesario, podía ser una porra magnífica. Y justo en ese momento yo necesitaba una porra.
El corazón me latía con tal fuerza, que me sorprendió que el chico no lo oyera. De hecho, me sorprendió que el ruido no despertara a todo el campamento. Di otro paso y…
¡Crac!
Pisé una rama seca e hice una mueca. Ethan comenzó a girarse mirando a su alrededor…
Lo golpeé con toda la fuerza que pude. La linterna le dio en el cráneo. Sentí el sobresalto que supuso el contacto al rebotar y subir por mi brazo. Ethan se desplomó en el suelo. Ni siquiera me vio. Yo me arrodillé junto a él y le tomé el pulso. Era regular. Probablemente no estaría inconsciente mucho tiempo. Tenía que darme prisa.
Miré a mi alrededor a toda prisa. No podía creer que tuvieran solo a una persona para vigilar a su preciosa presa. Debían creer que era suficiente y que estaba bien protegida. El científico malévolo era el único que tenía la llave de la jaula.
Di la vuelta a la jaula, encendí la linterna e iluminé la cerradura. No era nada complicada. Me resultaría fácil. Me saqué la lima del bolsillo y comencé a trabajar.
—Te saco de aquí en un minuto —le susurré al lobo.
Me sorprendió ver lo alerta que parecía el lobo. Sobre todo porque le habían estado negando todo tipo de comodidades e incluso de necesidades básicas, como el alimento y el agua, para tratar de debilitarlo. ¡Sádicos!
El lobo emitió un gruñido grave, casi un ronroneo. Un sonido gutural. Yo no le hice caso. No quería que intentara comunicarse conmigo. Solo quería que desapareciera de allí cuanto antes.
Oí el clic de la cerradura. La solté y abrí la puerta. Tragué fuerte y salí pitando hacia atrás.
El lobo salió de la jaula con paso tranquilo y movimientos ágiles, y se acercó al que había sido su guardián. Comenzó a olisquear a su alrededor. Yo me pregunté si estaba considerando la posibilidad de comérselo.
Me acerqué a él.
—¡No! —le susurré—. Tienes que marcharte. ¡Fuera! ¡Vete!
Pero él no se marchó. Simplemente se quedó completamente inmóvil, en una actitud tan poco natural, que sentí una especie de carga eléctrica en el aire. Me puse en pie y miré a mi alrededor. La suerte seguía de nuestra parte. Aún no había aparecido nadie. Pensé que quizá el lobo se asustaría y se marcharía si lo alumbraba directamente con la linterna. Me agaché, recogí la linterna del suelo donde la había dejado y me giré…
El lobo se había ido. Pero eso no me hizo sentir ningún alivio. De hecho, lo que sentí fue algo muy parecido al pánico. Porque al mismo tiempo que el lobo desaparecía, aparecía Lucas.
Un Lucas completamente desnudo, agachado junto a Ethan. Eso no podía asimilarlo. ¿Era un hombre lobo? ¿Acaso el profesor Keane y Mason tenían razón? ¡No, no, no! Había otra explicación. Tenía que haber otra explicación. Mi mundo se tambaleaba y yo sentía la urgente necesidad de gritar como una histérica.
Me quedé mirando su espalda desnuda mientras le quitaba los pantalones cargo a Ethan. Lucas no tenía absolutamente ninguna marca del sol. Era como un dios perfectamente bronceado. Yo podría haber caído rendida de deseo allí mismo, de no haber sabido que además de ese cuerpo tenía otro peludo y unos incisivos caninos.
—¡Buena suerte! —exclamé yo, trémula.
Comprendí que mi voz había sonado por completo aturdida. De hecho, estaba a punto de perderla totalmente. En realidad, puede que siguiera durmiendo en la tienda. Di un paso atrás en dirección a la oscuridad.
—¡Espera! —gritó Lucas en voz baja.
Volví la vista atrás. Él ya se había puesto los pantalones y estaba subiéndose la cremallera.
—Tengo que irme —dije yo.
Antes de que yo pudiera echar a correr, él estaba a mi lado y me agarró del brazo. Yo me aparté.
—Déjame en paz. Eres libre. Vete.
—No voy a dejarte aquí con Mason. No, después de lo que ha tratado de hacerte…
—Era todo una farsa. No iba a hacerme daño —contesté yo, sacudiendo la cabeza—. No sé cómo ni por qué, pero él sabía que tú andabas por aquí. Trataba de hacerte salir. Y evidentemente ha funcionado.
Lucas apretó los dientes.
—Caí en su trampa. Cuando te atacó, me olvidé de todo. Solo quería arrancarle el cuello. Pero puede que vuelva a intentarlo…
—No, ahora yo ya sé de qué va. Y no voy a permitirle que vuelva a ponerme en esa situación.
De hecho, estaba pensando en marcharme yo sola en cuanto Lucas se hubiera ido sano y salvo.
—Tienes que venir conmigo —insistió Lucas.
—No me pasará nada. Estaré bien.
—No. No lo estarás —negó él con una increíble seriedad. Aunque la verdad era que él siempre estaba serio. Aquel chico jamás se reía, y raramente esbozaba una sonrisa. Pero ¡oh!, cuando sonreía, ¡la de cosas que le ocurrían a mi corazón!
—Ellos no saben que he sido yo quien te ha soltado —insistí yo.
—Eso no importa. En menos de cuarenta y ocho horas habrá luna llena, la primera luna llena desde el día de tu cumpleaños.
—¿Y qué?
—La primera transformación se produce durante la primera luna llena después del decimoséptimo cumpleaños.
—Vale, estupendo, me alegra saberlo, pero ahora no tenemos tiempo para dar una clase acerca de hombres lobo para tontos. Tienes que salir de aquí.
Debería de haber salido corriendo cuando Lucas dio un paso hacia mí, pero no lo hice. Me quedé ahí, mirando sus ojos plateados. Esos ojos que me mantenían cautiva, que no me permitían apartar la vista de él. Sentí esa extraña atracción. Quería reclinarme sobre él. Quería envolverlo con mi cuerpo. Abrazar a Lucas, que siempre me hacía sentir como si quisiera salir reptando fuera de mí. Sus ojos se mostraron muy solemnes. Pero había en ellos algo más, algo posesivo.
Yo quería que ese fuera un momento romántico, igual que en las películas de amor. Quería que él me tomara en sus brazos y que me besara como si su vida dependiera de ello. Y quería que luego saliera corriendo, que se internara en el bosque y desapareciera para siempre. Que se pusiera a salvo.
¿Por qué, de pronto, era tan importante para mí que él se pusiera a salvo?
Él colocó las manos sobre mis brazos y me envolvió con ellas. Creí que tiraría de mí por fin y plantaría en mis labios ese beso que yo tan desesperadamente deseaba.
Pero, en lugar de ello, dijo con solemnidad:
—Kayla, tú eres una de nosotros.