9

Lindsey tenía razón. Mi turno de vigilancia fue con Lucas.

—Si no te encuentras con fuerzas para hacerlo, yo puedo vigilar solo —dijo Lucas nada más unirme a él en medio del campamento, después de que Lindsey me despertara al terminar su turno.

—No, estoy bien.

Él me dirigió una mirada significativa.

—Vale, no estoy bien, pero soy capaz de vigilar sin caerme a cachitos.

Lucas hizo ese gesto rápido de los labios que se parecía a una sonrisa antes de decir:

—¿Necesitas una dosis de cafeína antes de empezar? Estoy haciendo café.

—¡Ah, eso sería genial!

Nos sentamos sobre un tronco frente a la hoguera y él me dio una taza de café. Era una noche fría, y el calor del fuego resultaba reconfortante. Lucas estaba inclinado hacia delante con los codos sobre los muslos, las dos manos extendidas alrededor de la taza, agarrándola, y la vista fija sobre el café. Yo lo veía de perfil. Sus rasgos eran duros y bellos.

—Yo te asusto, ¿verdad? —preguntó él en voz baja.

De haber dado yo un solo sorbo de café, o bien me habría atragantado, o bien lo habría arrojado fuera violentamente.

—Es que eres muy serio —admití yo.

Lucas soltó una breve y sombría carcajada.

—Sí. Yo me tomo muy en serio la protección de esta extensión de tierra salvaje, y cuando llega gente como el profesor y su grupo, no estoy seguro de que la respeten como se merece —explicó Lucas, que me miró por encima del hombro—. Yo crecí aquí. Amo este lugar. ¿No sientes tú lo mismo por Dallas?

—Jamás he sentido que perteneciera a allí —confesé yo—. Siempre me he sentido mucho más en casa cuando estaba en el bosque.

—Entonces tenemos eso en común.

Era extraño pensar que él y yo pudiéramos tener un lazo en común.

—Entonces, ¿en qué vas a especializarte?

—En ciencias políticas.

Yo arqueé las cejas.

—¿Cómo?, ¿vas a estudiar política? —volví a preguntar yo.

Él me dedicó una sonrisa irónica.

—Quiero mejorar mis habilidades comunicativas.

Yo tenía que admitir que él no era de los que perdían el tiempo con chácharas inútiles, pero una vez que se ponía a hablar, no creo que tuviera ningún problema de comunicación. En realidad, lo cierto era que a mí me cautivaba cada vez que él y yo nos poníamos a hablar. Y era evidente que cuando algo le importaba, le importaba de verdad.

—Lindsey dice que tu padre era una persona importante dentro de la comunidad.

—Sí, fue el alcalde de Tarrant y estuvo en la junta directiva del colegio, así que supongo que mi interés por la política me viene de familia. Él siempre ha tenido grandes expectativas puestas en mí.

—¿Descubrió que habías echado a la calle a ese tal Devlin?

—Sí, y no le hizo ninguna gracia —contestó Lucas, sacudiendo la cabeza.

—¡Padres! A veces, hagas lo que hagas, es imposible complacerlos.

—Dímelo a mí.

Nos quedamos ahí sentados en silencio durante un minuto, sorbiendo café.

—El color de tu pelo me recuerda a un zorro que vi una vez —dijo él en voz baja.

—Gracias. Supongo. Porque es un halago, ¿no?

Él se echó a reír antes de contestar:

—Sí, no cabe ninguna duda.

—Yo jamás he visto ningún zorro en el bosque.

—Puede que te yo te enseñe uno antes de que se acabe el verano.

—Eso sería estupendo —dije yo.

Realmente me lo parecía. Mucho mejor que una cena a la luz de las velas en la que el plato principal sería una lata de judías. Incluso mientras me imaginaba la escena, me sentí culpable por restarle importancia al intento de Mason de ligar conmigo de una forma romántica. Pero lo más gracioso era que, de haber podido elegir entre una caminata por el bosque en busca del zorro y una cena a la luz de las velas en el restaurante más sofisticado del mundo, yo habría elegido al zorro. Así que yo hubiera debido de pensar: «Lucas me comprende. Lo prefiero a él». Pero en lugar de eso, tragué con fuerza y decidí cambiar de tema de conversación, porque tenía la sensación de que con respecto a las relaciones, Lucas tampoco se andaría por las ramas. Se mostraría tan serio con el amor como con el resto de cosas. Y yo seguía arrastrando demasiado equipaje psicológico como para salir en serio con nadie. Puede que después de haber tenido la oportunidad de deshacerme de parte de las maletas…

—Entonces, ¿de verdad crees que fue ese chico, Devlin, quien cortó la cuerda? —pregunté yo.

Si lo sorprendió el hecho de que yo cambiara de tema de conversación, no lo demostró.

—Es la única explicación que tiene sentido.

—Pues, ¿sabes?, para mí no tiene ningún sentido. Vale, lo echaste. Pero ya se ha ido.

—No se ha ido. O no se va a ir hasta que no haya equilibrado la balanza. Pero como yo me marché a la universidad, él ha tenido que esperar. Es en este sitio, en estos bosques, donde querrá tomarse la revancha.

—¿Revancha? ¿Solo porque le diste la patada? Me parece un poco exagerado.

Lucas soltó una áspera carcajada.

—¿Exagerado? Así es Devlin. En ciertos aspectos es casi un psicótico.

—Pero ¿qué iba a conseguir cortando la cuerda más que asustar a todo el mundo?

—Para él, ese es un buen motivo. Crea caos.

—¿Crees que el profesor Keane y sus estudiantes estarán a salvo cuando los dejemos solos?

—Sí. Devlin quiere desacreditarme a mí. No les hará daño a ellos.

—Parece que lo conoces bien.

Lucas giró su mirada plateada hacia mí.

—No te quepa duda. Es mi hermano.

Me sentí como si me hubieran dado un puñetazo en el pecho. Debió notárseme el susto en la cara porque él se puso en pie, arrojó el café al fuego y echó a caminar a grandes zancadas lejos de la hoguera. Yo pensé que iba a desaparecer en el bosque, pero se detuvo en el lugar exacto en el que había visto a Rafe y Brittany hacer la vigilancia como centinelas.

Así que se había peleado con su hermano y lo había echado; incluso lo había entregado a la policía por su comportamiento inapropiado. Dejé la taza a un lado, me puse en pie y me acerqué a él. Toqué su brazo.

—Debió de ser muy duro para ti tener que hacer lo que hiciste.

Él sacudió rápidamente la cabeza y dijo:

—Fue como si él se metamorfoseara en Anakin Skywalker y se pasara al lado oscuro o algo así. Se puso a hacer todo tipo de locuras estúpidas. Él conoce estos bosques tan bien como yo. Puede ocultarse en ellos, sobrevivir sin que nadie sepa que está aquí.

—Tú no eres responsable de su mal comportamiento.

Mi frase sonó igual que si la hubiera dicho el doctor Phil en su famoso programa de psicología de la televisión.

—Me enfrenté a él. Lo humillé —contestó Lucas, que rozó mi mejilla. Sus dedos eran cálidos contra mi piel. Sus ojos se habían oscurecido hasta alcanzar un tono gris plomizo—. Me encantaría enseñarte ese zorro, de verdad, pero mi trabajo ahora mismo es llevar al profesor a su destino, y luego tengo que buscar a Devlin y enfrentarme a él. Tengo que concentrarme en eso.

Lucas dejó caer la mano a un lado. Parecía sentirse incómodo: como si quisiera decir muchas más cosas, pero fuera demasiado pronto para decirlas.

—Deberías ocupar tu puesto como centinela allí —añadió Lucas, señalando la posición contraria del campamento.

—Sí, claro. Buena idea.

Su rechazo me decepcionó profundamente. Mientras cruzaba a grandes zancadas hacia el otro lado del campamento decidí que, sintiera lo que sintiera por Lucas, no se trataba más que de algo pasajero. Contaba con toda la atención de Mason. Y yo siempre había sido una chica de un solo tío.

Mason era ese tío. Mason era un chico seguro. Lucas tenía demonios contra los que luchar. Puede que después de hacer las paces con su hermano tuviera tiempo para mí.

O puede que esa extraña atracción que yo sentía por él se rompiera, igual que se había roto la cuerda que cruzaba el río. Puede que pudiera cortarse con la misma limpieza.

Sí, seguro, Kayla Madison, me dije yo. El doctor Brandon estaba en un error. Yo no necesitaba enfrentarme a mis miedos, sino a la realidad.

Desde la muerte de mis padres yo me había negado a admitir cualquier sentimiento que pudiera albergar. Lucas me asustaba porque, a su lado, volvía a sentir.

Y al sentir, siempre podía volver a resultar herida.

Y yo no quería volver a resultar herida jamás. Pero Mason nunca me haría daño.