—¿De qué estás hablando? —exigió saber el profesor Keane.
Por un momento, mientras miraba a Lucas a los ojos, casi olvidé que no estábamos solos.
—Después de que Lucas saliera corriendo, Connor y yo tiramos de la cuerda hasta la orilla —explicó Rafe—. Pensamos que quizá se habría frotado contra la corteza de un árbol y que se había desgastado, pero el borde era perfectamente regular. Alguien la cortó con un cuchillo.
—Pero ¿quién podría hacer una cosa así? —preguntó Monique.
Lucas se estiró, como si fuera un depredador, de ese modo tan típicamente suyo y preguntó:
—¿Tienes algún enemigo, profesor?
—Uno de mis colegas, y con el que además compito por las subvenciones, pero no creo que sea el tipo de hombre capaz de sabotear una expedición —dijo el profesor Keane con calma. Su mirada, sin embargo, se dirigía de un serpa a otro como si buscara en ellos al sospechoso—. No tiene sentido que nadie se sienta amenazado por lo que estamos haciendo. Sugiero que todos nos acostemos. Hoy hemos perdido tiempo por culpa de este… percance. Me gustaría recuperarlo mañana.
Yo había estado a punto de ahogarme, ¿y él lo consideraba un percance? ¿Y además pretendía no hacer el menor caso de lo que pudiera significar que alguien hubiera cortado la cuerda? Aunque yo no estuviera muy segura de qué quería decir, sí creía que merecía la pena hablar de ello.
Mason me lanzó una miradita como si quisiera decirme algo. Pensé que quizá quería disculparse por la actitud de su padre.
Los estudiantes protestaron y refunfuñaron, pero cada uno se dirigió a su tienda. A excepción de Mason. Yo comprendí que, fuera lo que fuera lo que quisiera decirme, no quería hacerlo delante de todo el mundo. Me dio lástima de él. No era culpa suya que su padre fuera un imbécil.
Me puse en pie y me acerqué a él. Traté de esbozar una sonrisa.
—Creo que no vamos a poder cenar a la luz de las velas —dije yo.
Sus mejillas se colorearon de un tono oscuro al ruborizarse.
—Esta noche no, pero sí podríamos ir a dar un paseo, ¿no?
Yo asentí y eché a caminar, alejándome del fuego.
—No os alejéis del campamento —ordenó Lucas de mal humor.
Giré la vista por encima del hombro hacia él. No parecía contento. Yo había estado a punto de morir, y de resultas todo el mundo se había puesto de mal humor. No sabía si sentirme halagada por el hecho de tener tanta influencia, o ponerme yo también de mal humor.
—No, no nos alejaremos.
—Desde luego ese chico es muy protector contigo —comentó Mason mientras nos alejábamos del campamento.
—Es protector con todo el mundo. Es su trabajo.
—Deberías de haberlo visto correr cuando te llevó la corriente. Jamás había visto a nadie correr así. Casi se le veía borroso.
—Según parece es una estrella formidable del atletismo.
—Sí, eso dicen.
Nos detuvimos a una distancia suficiente como para que nadie pudiera oírnos. Él me tomó de la mano que me quedaba libre, con la que no sujetaba la manta.
—Yo iba a echar a correr detrás de él, pero Rafe me detuvo. Además, me habría sido imposible mantener su paso.
—No importa. Estabas ahí cuando te necesité.
—Lo intenté, pero los serpas son todos tan protectores contigo, que me hacen sentir como si yo fuera un extraño.
—No importa, en serio —insistí yo.
No me gustaba que él se sintiera tan mal por esa razón. Ni que hubiera querido echar a correr para estar conmigo pero los otros no lo hubieran dejado. Yo sabía que él no se sentía del todo cómodo con ellos. Me figuraba que era porque él era universitario. Era muy joven para haber terminado ya el instituto. Lo más probable era que tuviera un increíble coeficiente intelectual.
—Bueno, y entonces, ¿cuál llegó antes, el lobo, o el oso? —preguntó él.
—¿Me estás preguntando qué fue antes, si el huevo o la gallina?
No me molesté en disimular mi enfado. La pregunta no venía a cuento.
—En serio. Tengo curiosidad. Quiero decir que los osos, por lo general, no atacan.
—Eso cuéntaselo al boy scout al que atacaron en Alaska hace unos años —dije yo. De pronto me di cuenta de que mi enfado era tan estúpido como su pregunta. ¿Qué más daba? Lo importante era que yo seguía viva—. El oso.
—Así que había un oso, ¿y el lobo acudió después en tu rescate?
—No creo que él acudiera en mi rescate. Quiero decir que sí, él asustó al oso, pero seguramente porque a él tampoco le gustan los osos —contesté yo, a punto de soltar una carcajada—. Puede que no tuviera nada que ver conmigo. Ni siquiera estoy segura de que el lobo me viera hasta después.
—¿Cómo era el lobo?
La situación comenzaba a ser ridícula. Aparté la mano de él.
—Negro.
—¿Solo negro? ¿Igual que el que vimos anoche?
No, pensé yo. Pero no quise decírselo. No sé por qué. Quería proteger a ese lobo.
—¿Cómo esperabas tú que fuera?
Mason apartó la vista de mí y la dirigió hacia los serpas, que esperaban aún en el campamento, sentados alrededor del fuego. El profesor Keane no nos había dicho cuándo teníamos que irnos a la cama. Yo tenía la sensación de que esa noche, y solo por cabezonería, todos se quedarían hasta muy tarde. Y probablemente lo dirían en voz bien alta.
—No lo sé. Creí que quizá fuera de una mezcla de colores —contestó Mason en voz baja. Entonces se inclinó y bajó la voz aún más para añadir—: Que quede entre tú y yo, pero me parece muy raro que Lucas no te encontrara antes de llegar nosotros.
¿De qué está hablando?, me pregunté yo.
Recordé la conversación que él había tenido con su padre la noche anterior. ¿Pensaba que Lucas era… un lobo? ¡Era una locura!
¿De verdad estaba teniendo lugar semejante conversación? Era evidente que yo había padecido falta de oxígeno mientras estaba debajo el agua.
—Creo que si Lucas corría muy deprisa y yo estaba debajo del agua, como de hecho fue durante un rato, él pudo perderme de vista.
—Puede —musitó Mason—. Pero hay algo raro en todo esto.
—Lo que tú digas. Estoy cansada.
—Lo siento. No pretendía traerte aquí para darte la charla. Simplemente tenía curiosidad. En este bosque ocurren muchas cosas que no tienen explicación.
—La gente se pasa la vida gastando bromas a los excursionistas, tratando de asustarlos. Como las historias de miedo que se cuentan alrededor de la hoguera.
—Sí, supongo —dijo él, sonriendo—. Me alegro de que estés bien. La verdad es que estaba un poco celoso, pensando que Lucas se había ido a salvarte. En serio, me alegro de que cometiera esa estupidez y se fuera demasiado lejos. Significa que no es perfecto.
—No tienes por qué estar celoso —contesté yo, tocando su brazo.
—Entonces puede que tengamos esa cita mañana por la noche.
—Puede.
Él se inclinó hacia delante como si fuera a besarme. Pero luego se detuvo. Probablemente porque sintió lo mismo que yo. Sin darme siquiera la vuelta, supe que Lucas nos estaba observando.
Vi un brillo de decisión iluminar los ojos de Mason, y supe que iba a besarme. Quería hacerlo para cobrarse un tanto frente a Lucas y ponerse a su nivel. Pero yo no iba a jugar a ese juego. Antes de que pudiera girar de nuevo la atención hacia mí, le di las buenas noches y me marché.
El campamento estaba saturado de testosterona.
Yo casi había llegado hasta mi tienda cuando Lucas me llamó:
—¡Eh, Kayla!, ¿puedes venir con nosotros un segundo?
Las palabras formaban una oración interrogativa, pero el tono de voz no. Se trataba de una orden. Yo estaba física y mentalmente agotada. Aun así, reuní la poca fuerza que me quedaba y me acerqué hasta donde estaban reunidos él y los otros serpas. Me pregunté de qué iban sus expresiones de reserva. Tenía la sensación de que fuera lo que fuera lo que estaban discutiendo, no querían que el grupo de Keane se enterara.
—¿Qué tal estás? —preguntó Lucas.
Su voz expresaba verdadera preocupación. Yo parpadeé con fuerza para evitar llorar y revelar así mi debilidad. Trataba de probarme a mí misma. No solo ante Lucas, sino también ante el resto de guías. Lindsey me dedicó una sonrisa tranquilizadora.
—Estoy bien. Le debo la vida a ese lobo. Lo has oído, ¿no? ¿Sabes lo del oso?
—Sí, Rafe me lo ha contado. Lamento no haber estado allí para ayudarte.
—No me parece que tú seas de los que les entra pánico y echan a correr sin mirar atrás —contesté yo.
En el mismo momento en el que lo decía me di cuenta de que no hubiera debido de hacer ese comentario delante del resto de los serpas. Y también entonces me di cuenta de que era absolutamente cierto. Lucas jamás se dejaría invadir por el pánico. Nunca. Él no cometía errores estúpidos.
—La corriente iba tan rápida, que creí que estarías mucho más allá. No se me ocurrió ir más despacio y comprobarlo.
Yo asentí, aunque la explicación no me sonó cierta.
—De haber podido, le habría dejado un filete al lobo —dije yo.
—Seguro que le habría gustado. De todos modos, te he llamado porque queríamos saber si viste algo, si notaste algo extraño en la orilla del río antes de cruzar.
Yo observé los rostros serios de los serpas que me rodeaban y sacudí la cabeza.
—Tuve un segundo para mirar atrás antes de hundirme en el agua, pero solo vi sombras. ¿Por qué iba nadie a querer sabotear esta expedición? No tiene ningún sentido.
—No estamos seguros de que sea esta expedición lo que quieren sabotear —dijo Rafe—. Pensamos que puede ser alguien que les guarde rencor a los serpas, a nosotros.
—Bueno, eso no es del todo cierto —dijo Lucas—. En realidad, es un resentimiento hacia mí.
—¿Y por qué iba nadie a tenerte rencor? —pregunté yo—. Quiero decir que tú eres la amabilidad personificada.
Lucas sonrió, enseñando por un momento los dientes blancos. Luego dijo:
—¡Qué mona!
Sí, pensé yo. Él sí que estaba mono cuando sonreía así.
—No, en serio. ¿Quién podría tener algo contra ti? —insistí yo.
—Devlin. Fue serpa durante el verano pasado. Hizo algunas cosas que no hubiera debido hacer, se aprovechó de ciertas oportunidades, arriesgó la vida de los excursionistas —explicó Brittany.
—Lucas le dio la patada —afirmó Connor, que parecía tan encantado con su jefe que me sorprendió que no le diera una palmadita de felicitación.
—Después de lo cual, Devlin se fue a paseo —añadió Rafe que, según parecía, sintió la necesidad de terminar de contarme la historia.
—Pero eso no significa que él no haya vuelto o que no ande merodeando por aquí —advirtió Lindsey.
Todo el mundo miró a su alrededor como por acto reflejo. Me pareció extraño que todos se pusieran tan nerviosos por un serpa descuidado del verano anterior. Además, ¿por qué iba a estar merodeando por el parque? Yo era la novata. Era yo quien se suponía que debía estar nerviosa. No ellos. Aquello me dio mala espina.
—Nosotros nos habríamos dado cuenta si él estuviera por aquí —aseguró Connor.
—No si se mantiene lo suficientemente alejado —le respondió Lindsey.
—Lindsey tiene razón —dijo Lucas.
—No pretendo sumarme a la paranoia que se respira aquí, pero yo sigo teniendo la sensación de que me observan —les dije entonces yo.
—Eso es cierto —murmuró Lindsey—. Aquella primera noche tenías los pelos de punta…
—No tenía los pelos de punta. Simplemente tenía la sensación de que alguien me observaba. Y anoche también.
—¿Anoche? —preguntó Lucas.
—Mientras bebíamos cerveza, tuve la sensación de que me observaban. Quiero decir que después vi a un lobo y…
—¿De qué color?
—Mason acaba de hacerme exactamente la misma pregunta acerca del lobo que atacó al oso. ¿Ocurre algo con los lobos de este parque que yo deba saber? Tú dijiste que no atacan a la gente.
—Y no atacan, pero hemos tenido algunos informes acerca de, al menos, un lobo que justifican la vigilancia por nuestra parte. Bueno, ¿de qué color era el que viste?
—Es difícil decir de qué color era el de anoche. Si tuviera que decidirme por uno yo diría que negro, aunque puede que me lo pareciera solo por las sombras y porque era de noche. La historia es que Mason estaba conmigo anoche cuando vi a ese lobo, y dice que lo había visto antes, la noche de la fiesta de mi cumpleaños. Dice que era exactamente el mismo lobo, que andaba merodeando por la zona. Pero bueno, eso es lo que él cree.
—¿Mason estaba fuera, por el bosque, el día de la fiesta? —preguntó Lindsey—. ¿Y el lobo también?
—Mason dice que esa noche no podía dormir. Pero yo no creo que fuera él quien me observaba. Más bien creo que fue el lobo, porque tuve la misma sensación estremecedora que anoche —expliqué yo, soltando una pequeña carcajada—. Pero, por supuesto, ningún lobo puede cortar una cuerda, así que no creo que nada de esto signifique gran cosa.
Lucas intercambió una extraña mirada con Rafe.
—¿Qué? —pregunté yo.
—Devlin tiene una mascota. Un lobo —dijo Lucas—. Si está por aquí, es muy probable que Devlin también lo esté. Quiero que todo el mundo esté alerta. Esta noche comenzaremos a hacer guardias. Rafe y Brittany, vosotros seréis los primeros.
Minutos más tarde me pareció maravilloso poder acurrucarme en mi saco de dormir. Estaba toda dolorida y llena de rasguños, pero era increíble que no hubiera sufrido ningún corte ni ningún golpe importante. Después de todo, había tenido una suerte tremenda.
Tras darme cuenta de ello, comencé a pensar en el lobo. Me pregunté si estaría en algún sitio del bosque, curándose las heridas. ¿Tenía una loba en alguna parte, esperándolo? ¿Se apareaban los lobos con una sola pareja para toda la vida? ¿Eran incluso más fieles que los humanos?
—¿Kayla? —me llamó Lindsey con un susurro.
Yo rodé por el saco sin pensármelo dos veces, pero al sentir los músculos doloridos y la piel arañada, gruñí. El verano anterior Lindsey y yo habíamos compartido la tienda y nos habíamos quedado hablando hasta muy tarde por la noche. Por mucho que me gustara Brittany, no me sentía tan próxima a ella como a Lindsey, y tenía la sensación de que Lindsey tampoco se sentía tan cómoda al hablar estando Brittany presente en la tienda.
—¿Sí?
—¿Qué piensas de Rafe?
De todas las cosas que Lindsey habría podido preguntarme después de lo ocurrido aquel día, aquella ni siquiera había saltado dentro de mi radar de posibilidades.
—Creo que es majo. ¿Por qué?
—No lo sé. Él siempre ha estado aquí. Yo he crecido con él. Pero es que ahora parece… no sé, diferente. Como si controlara más la situación que antes. Quiero decir que he estado pensando mucho en él últimamente… y es raro.
—¿Quieres decir que te gusta?
—Sí, eso creo.
—¿Y Connor?
—Sí, lo sé. Y no quiero hacerle daño. De verdad que no, pero es que no sé si es la persona adecuada para mí.
—¿Tienes que decidirte este verano?
—Bueno, en nuestras familias es como una especie de tradición decidir con quién vas a pasar toda la vida cuando cumples los diecisiete. Y pronto va a ser mi cumpleaños.
—¡Pero eso es tan… medieval!
Lindsey soltó una tensa carcajada.
—Sí, lo sé. Ojalá Lucas me hubiera emparejado con Rafe para hacer la guardia esta noche en lugar de ponerlo con Brittany. No tiene ninguna gracia que me haya puesto con Connor. Últimamente no estamos nada juntos.
Yo fruncí las cejas y contesté:
—Puede que luego me empareje a mí con Connor para la guardia.
—¡Sí, seguro! ¿Es que no ves la forma en que te mira Lucas? No cabe duda de que vas a hacer la guardia con él.
De pronto sentí que hacía demasiado calor dentro del saco de dormir. Saqué una pierna y rodé para ponerme de lado, con medio cuerpo fuera y medio dentro.
—No sé qué puede significar, pero a veces me da la impresión de que me ve como un gran problema. Además, él es muy guapo. Seguro que ya tiene novia.
—Yo jamás lo he visto con ninguna chica más de dos veces seguidas. Nunca ha ido en serio con ninguna. Al menos, que yo sepa.
—Ni siquiera estoy segura de que me guste. En serio. Siempre me está gruñendo.
—¿Literalmente hablando? —preguntó Lindsey mientras soltaba una carcajada.
—¿Qué? ¡No! Pero está de mal humor, aunque supongo que es porque tiene muchas responsabilidades.
—No es solo por eso. Estoy convencida de que siempre está tratando de no defraudar las expectativas de nadie. Su familia es muy poderosa por esta zona.
—Eso no lo sabía.
—Pues sí. Los Wilde son dueños de muchas cosas.
—¿Llevan mucho tiempo viviendo aquí?
—Claro. Son una familia antigua. Llevan aquí como desde la guerra civil o algo así.
—Me pregunto si estaban por aquí cuando asesinaron a mis padres. Mi terapeuta dice que tengo que enfrentarme al pasado, pero es difícil cuando no tengo ningún recuerdo claro de lo que sucedió, ni conozco a nadie que fuera testigo.
—Tiene que ser duro. Me refiero a ver a tus padres morir. No puedo ni siquiera imaginar…
—En realidad no los vi morir. Mamá me empujó y me metió en esa… —de pronto vi una imagen y, con ella, oí ruidos y capté olores—… cueva o algo así. Oí gruñidos.
¿Eran lobos? ¿Disparaban los cazadores a los lobos pero dieron a mis padres? ¿Trataba mi madre de protegerme?
—¿Sabes el lugar exacto del parque en el que ocurrió?
Yo sacudí la cabeza antes de contestar:
—No. No le pregunté a nadie el año pasado. Creo que, en realidad, no quería ver el lugar concreto. Me bastó con venir aquí. Pero este año… no sé cómo explicarlo, Lindsey, pero me siento diferente. Siento como si debiera de estar aquí, como si estuviera a punto de hacer un descubrimiento.
—¿Qué clase de descubrimiento?
—No estoy segura. Pero ese lobo de hoy… no me ha dado miedo. Es como si lo conociera. ¿No es de lo más raro?
—¿Había lobos cuando mataron a tus padres?
—Yo creía que no. Creía que los cazadores simplemente se habían vuelto locos. Pero últimamente he estado recordando algunos detalles en los que hay lobos, pero sin la rabia propia de ellos ni nada de eso.
—Puede que lo mejor sea que te relajes y que no hagas mucho caso de esos pensamientos. Deja que te lleven adonde ellos quieran.
—Puede —confirmé yo, soltando un profundo suspiro—. Esta noche estoy demasiado cansada como para pensar con claridad acerca de ello. Creo que estoy a punto de derrumbar-me después de semejante descarga de adrenalina.
Lindsey sacó un brazo y me apretujó la mano.
—Me alegro de que estés bien.
—Yo también —contesté yo con una sonrisa—. Buenas noches.
Volví a rodar y traté de dormir, pero no pude evitar pensar otra vez en el lobo. ¿Por qué me había producido esa sensación tan familiar? ¿Habíamos descubierto mis padres biológicos y yo una guarida de lobos?, ¿con algunos lobeznos, tal vez? ¿Trataban mis padres de protegerme de los cazadores? Me habría gustado haber recordado más cosas de ese día. ¿Cuánto tiempo vivían los lobos? ¿Por qué me sentía unida de algún modo a ese lobo?
Entonces oí un aullido solitario y de algún modo supe, supe a ciencia cierta, que era él, que me llamaba. Lo sentí en lo más profundo de mi pecho. Deseé incorporarme y sentarme, echar la cabeza atrás y responderle con otro aullido. Quise responder a su llamada. Mi extraña respuesta al aullido me daba miedo. Era como si él llamara a la parte más primitiva de mí misma: una parte que yo ni siquiera sabía que existía.
Tenía que enfrentarme a mis miedos, me había dicho el doctor Brandon.
Pero era difícil cuando esos miedos cambiaban constantemente. Al principio se centraban en mi pasado y en lo que les había ocurrido a mis padres. Esos miedos me habían producido pesadillas. Pero últimamente mis miedos tenían más que ver con el futuro, con lo desconocido, con algo que se agitaba en mi interior. A veces, simplemente, sentía como si estuviera atravesando cambios que no podía comprender. Y no sabía con quién hablar acerca de ellos, porque no podía precisar exactamente qué me estaba ocurriendo.
Pero sí sabía una cosa: yo no tenía miedo de ese lobo. Abrí el saco y me puse las botas. Lindsey no se movió. Agarré el equipo de primeros auxilios y la linterna, y salí de la tienda. Brittany y Rafe estaban de pie, charlando, en el extremo opuesto del campamento. En realidad no prestaban mucha atención. Y aunque me vieran, la verdad es que vigilaban por si se acercaba algún peligro desde fuera. Pero yo no suponía una amenaza para nadie, y tampoco nadie nos había prohibido salir.
Vacilé un momento y se me ocurrió ir a buscar a Lucas, pero no planeaba ir demasiado lejos. No creí que me hiciera falta. Me apresuré a dar la vuelta a la tienda y caminé a grandes zancadas entre los matorrales, guiándome con la linterna hasta llegar a un punto lo suficientemente lejos del campamento como para que nadie oyera mi voz al hablar, pero sí si gritaba. Entonces apagué la linterna y esperé. Era una estupidez pensar que el lobo se acercaría a mí. O esperarlo.
Una luna creciente brillaba por encima de mí. Bastaba para ver. En la ciudad, nunca me había dado cuenta de lo brillante que era la luna. O puede que simplemente mis ojos se estuvieran acostumbrando a la oscuridad. De un modo u otro, mi vista era más aguda de noche que antes.
De pronto oí suaves pasos. Parecía también como si mis oídos estuvieran más alerta. Desvié la vista hacia ese lado, y ahí estaba.
Me dejé caer sobre una rodilla. Me hubiera gustado llevarle algo de comer. La luz de la luna se reflejaba sobre su piel de múltiples colores como si la atrajera.
—¡Eh, amigo!
Mi voz sonó teñida ligeramente de precaución. Yo solía hablar con Fargo todo el tiempo, la perra lhasa apso que tenía en casa. Pero aquello era diferente. Aquel era un animal del bosque, y sin embargo no tenía un aspecto amenazador. Yo no quería hacer ningún movimiento brusco, no quería asustarlo.
—Quería darte las gracias.
Para mi sorpresa, él se acercó un poco más: lo suficiente como para que yo pudiera acariciarlo. Vacilé antes de enterrar la mano en su espeso manto de piel. La parte externa del pelo estaba tieso, pero por dentro era suave y estaba caliente. Traté de mantener el tono de voz uniforme y sereno, y añadí:
—No tengas miedo. Sé que el oso te hizo daño. Quiero ver hasta qué punto es grave la herida.
No estaba muy segura de qué podía hacer para ayudarlo. ¿Limpiarle la herida, ponerle un antiséptico? Temía que si le vendaba la herida, sería mucho más visible para los depredadores. Yo sabía que los lobos tenían diferentes colores para poder ocultarse más fácilmente en su entorno. Comencé a arrullarlo mientras movía la mano hacia el cuarto trasero en el que el oso lo había herido. Yo jamás había estado tan cerca de una criatura salvaje. Era emocionante y desconcertante. Sabía que si él decidía atacarme, yo no tendría ninguna posibilidad de sobrevivir. Pero también sabía instintivamente que él no me haría daño. Lo que no sabía era que un animal pudiera quedarse tan inmóvil. Restregué la mano contra su pelo, esperando encontrármelo enmarañado y lleno de sangre seca. Pero tenía el pelo exactamente igual que en el hombro. Busqué la linterna y la encendí para verle la herida.
No había sangre. Ni rastro. Eso no tenía sentido. Habría jurado que el oso lo había herido. Se me ocurrió que quizá se hubiera metido en el río o en un estanque, y que eso le habría lavado la sangre. Pero aun así, hubiera debido de tener carne desgarrada en el lugar en el que el oso le había clavado las pezuñas. Le aparté el pelo suavemente, pero no encontré ninguna herida. Intrigada, me eché hacia atrás y me senté en cuclillas.
—Supongo que entonces sería sangre del oso —dije yo en voz alta.
Al fin y al cabo, en ese momento yo no me había recuperado de la terrible experiencia del río. Puede que me engañara con respecto a lo que había pasado.
Miré al lobo. Torcía la cabeza para mirarme.
—¡Eres precioso! Me alegro de que estés bien, pero no puedes quedarte. Podrías resultar herido —añadí yo en voz alta. Sobre todo si el profesor Keane o Mason lo veían—. Tienes que volver con los tuyos.
De pronto el lobo giró la cabeza hacia delante. Y soltó un aullido ronco.
—¿Qué ocurre, chico?
Entonces comencé a hacerme reproches a mí misma. ¿De verdad creía que el lobo comprendía lo que le estaba diciendo, que podía responderme?
El animal volvió la vista hacia mí por un instante antes de salir disparado como una bala. Si antes me había preocupado no poder encontrar la herida, en ese momento supe con toda certeza que no tenía ninguna.
Me quedé allí un momento, mirando el oscuro vacío en la misma dirección en la que el lobo se había ido. Yo había visto programas especiales de televisión en los que algunas personas se comunicaban con animales salvajes, pero aquella era mi primera experiencia de ese tipo. En parte creía que debía sentirme extraña, pero al mismo tiempo me parecía lo más natural del mundo; como si el lobo y yo estuviéramos de algún modo conectados.
Era muy raro. Desde el momento en el que había vuelto a ese bosque, yo tenía la extraña sensación de estar en el lugar en el que debía estar, en el lugar al que pertenecía. Sentía la necesidad de proteger en especial a los lobos. Y no solo por el hecho de que fueran preciosos. Era como si tuvieran cualidades humanas: eran inteligentes, monógamos, estaban orientados hacia la formación de una familia. Puede que fuera ese sentido de la familia lo que me atraía del lobo. Después de haber perdido a mis padres, la familia era muy importante para mí.
—¿Kayla?
Me giré, sobresaltada por la repentina e inesperada voz de Lucas.
—¡Eh!
—¿Qué estás haciendo aquí?
Sentía que mi encuentro con el lobo era algo personal e íntimo. No quería compartirlo con nadie. Además, era posible que él pensara que estaba un poco loca.
—Nada. Otra noche más sin poder dormir —dije yo mientras me ponía en pie.
—Te comprendo. Cuando estás agotado, crees que caerás redondo en la cama, pero en lugar de eso te quedas despierto mirando el techo.
—Sí, es bastante molesto.
Yo estaba convencida, sin embargo, de que si volvía a mi saco de dormir, me caería redonda del sueño. No sé si Lucas vio el equipo de primeros auxilios, pero no dijo nada. Aunque también podría haberme visto hablar con el lobo y fingir que se creía mis mentiras.
—¿Es que tú no duermes nunca? —pregunté yo.
—No duermo mucho, no. Es una mala costumbre que he cogido este año en la universidad: paso demasiado tiempo estudiando cuando no estoy de fiesta.
—No te enfades, pero no me pareces el tipo de tío que está todo el día de fiesta.
—Bueno, durante el primer semestre fuera de casa me volví un poco salvaje. Todos nos volvimos un poco salvajes: Connor, Rafe y yo. En el campus, a la gente le gustaba llamarnos los «hombres salvajes». Pero para finales de año sentamos la cabeza —explicó Lucas, que entonces miró a su alrededor—. Antes dijiste que anoche habías visto a un lobo negro. Pero ¿y el lobo de esta tarde?, ¿era negro también?
—No —contesté yo. Había vacilado a la hora de revelarle a Mason el verdadero color del pelo del lobo, pero yo sabía que Lucas solo pretendía proteger la fauna salvaje—. Tenía el pelo de diferentes colores. De hecho, se parecía a tu pelo: negro, castaño y blanco.
—La mayor parte de los lobos tienen distintos tonos de pelo, y esa es la razón por la que los lobos negros destacan tanto. No creo que sea buena idea salir sin compañía hasta que veamos a ese lobo y sepamos si quiere o no hacer daño a alguien.
—Hablas como si conocieras a todos los lobos.
—Bueno, a lo largo de los años hemos tenido oportunidad de ver a muchos de ellos. No creas que los conocemos a todos, pero algunos se muestran más amistosos que otros.
Yo asentí. El lobo en el que yo había comenzado a pensar como «mío» parecía incapaz de hacer daño a nadie jamás.
—Creo que después de un día como el de hoy, voy a derrumbarme —dije yo.
Lucas me acompañó de vuelta a mi tienda sin decir una palabra. Esperó hasta que yo estuve dentro.
Yo tenía razón. No me costó nada quedarme dormida. Soñé con la cena a la luz de las velas que me había prometido Mason. Solo que en mi sueño, en lugar de cenar con Mason, cené con Lucas.