No alcanzamos el ruidoso río hasta última hora de la tarde del día siguiente. El agua fluía con rapidez, formando olas de crestas blancas y espumosas. Y aunque no parecía demasiado profundo, sí tenía el aspecto de ser un río muy peligroso.
Yo observé a Lucas atravesarlo con el corazón en un puño. Llevaba atada a la cintura una cuerda llena de nudos que habíamos asegurado bien a un árbol de la orilla. Si resbalaba, la cuerda evitaría que se lo llevara la corriente. Una vez llegara a la orilla opuesta, Lucas ataría la cuerda a otro árbol para que el resto de nosotros nos agarráramos a ella al cruzarlo. Estaba en mitad de la corriente, y el agua le golpeaba con fuerza alrededor de las caderas, lo cual significaba que a mí me llegaría a la cintura o incluso un poco más arriba.
El peligro me producía descargas de adrenalina y cierta excitación que me recorrían todo el cuerpo. Aquello iba a ser divertido, por no decir que iba a ser un reto. A mí me gustaba el agua casi tanto como montar en bici. Y estaba deseando probar mi habilidad frente a aquel caudaloso río.
—¡Eh, Kayla!, ¿quieres venir a ayudarnos aquí? —preguntó Brittany.
Yo miré en su dirección. Habían inflado una balsa amarilla y estaban cargándola con los víveres y el equipo. Mason y su grupo estaban cargando otra balsa con el baúl de madera que aún seguían arrastrando; un baúl que ese día pesaba un poco menos.
Yo me arrodillé junto a la balsa y comencé a amarrar bien las cosas.
—Mason y tú estabais muy pegaditos anoche —comentó Lindsey.
—Solo estábamos mirando las estrellas —expliqué yo. No sé por qué de pronto me dio vergüenza haber pasado el tiempo con él—. Nunca ha visto una estrella fugaz.
—¡Sí, claro! —exclamó Brittany—. Los excursionistas siempre utilizan esa excusa para quedarse a solas con una serpa.
—No, es verdad —insistí yo.
Brittany soltó una risita y dijo:
—Si no pasa nada. Es mono.
En eso tenía razón.
—Lo más seguro es que Lucas quiera que uno de nosotros se quede rezagado, con los excursionistas, para vigilarlos —dijo Lindsey.
—Y eso, ¿es normal? —pregunté yo.
Lindsey se había quedado con mi familia el verano pasado, pero nosotros solo habíamos estado en el parque alrededor de una semana.
—Sí, sobre todo cuando los clientes quieren internarse en lo más profundo del bosque, como este grupo. Al parque no le conviene formarse la reputación de que sus excursionistas no hacen más que meterse en problemas.
—¿Quién se quedará con ellos?
—Aún no lo sabemos. El que saque la pajita más corta, seguramente —dijo Brittany—. Pero ya que a ti te gusta Mason, puede que te quedes tú.
A nuestro alrededor se oyó un grito de victoria. Provenía de Connor y Rafe, que estaban de pie en la orilla, de observadores. Supongo que si Lucas hubiera perdido el equilibrio o se hubiera hundido, uno de los dos se habría tirado al agua para buscarlo. Aunque no estoy segura de para qué habría servido eso.
Pero bueno, eso era discutible. Lucas había conseguido llegar sano y salvo al otro lado. No sé por qué me sentía tan orgullosa de él, pero era como si su victoria fuera mía. Se desató la cuerda y se quitó la camiseta para tenderla a secar encima de un arbusto. Incluso a esa distancia, yo podía apreciar la belleza de su torso desnudo. Estábamos a primeros de junio, pero él lucía ya un moreno perfecto. No me daba la sensación de que fuera el típico tío que va a una cabina de bronceado. A él le gustaba estar al aire libre tanto como a mí, así que ese moreno era completamente natural.
Al girarse Lucas, me di cuenta también de que llevaba algo en la parte de atrás del hombro izquierdo. ¿Una marca de nacimiento?, ¿un tatuaje? Parecía demasiado perfecto. Tenía que ser de tinta. ¿No era de lo más interesante? Me pregunté qué podía considerar Lucas lo suficientemente importante como para llevarlo tatuado para siempre, formando parte de su cuerpo. Tampoco puedo negar que la idea del tatuaje me resulta muy sexi, siempre que esté bien hecho. Y el suyo, incluso a esa distancia, era de lo más sexi.
—Aquí ya hemos terminado —dijo Mason.
Me sobresaltó su repentino anuncio y lo cerca que estaba de mí; como si me hubiera pillado haciendo algo que no hubiera debido estar haciendo. Por suerte, él no parecía muy perspicaz a la hora de leerle a nadie el pensamiento. Porque no le habría gustado lo que estaba pensando acerca de Lucas. Aunque, ¿hasta qué punto le debía yo lealtad? Lo único que habíamos hecho era observar juntos las estrellas.
—Kayla, ¿tienes un segundo? —me preguntó él.
Yo desvié la vista hacia Lindsey y Brittany. Las dos se encogieron de hombros.
—Casi hemos terminado —dijo entonces Lindsey vacilante, como si no estuviera segura de si yo buscaba o no una excusa para negarme.
Me puse en pie y seguí a Mason hasta que estuvimos a escasa distancia del resto.
—¿Qué ocurre? —pregunté yo.
—En realidad hoy no he tenido mucho tiempo para hablar contigo. Me gustaría que Lucas te dejara en paz.
—Él no es mi perro guardián —sonreí yo.
—Entonces, cuando hayamos cruzado al otro lado del río, dile que quieres venir andando conmigo. O, si prefieres, se lo diré yo.
—No sé si él está abierto a ese tipo de sugerencias, pero será mejor que yo hable con él.
—Estupendo. Ya sabes lo que pasa cuando vas de acampada: que es casi imposible tener una cita. Quiero decir que, ¿y si quiero pedirte que salgas conmigo? No es como si pudiéramos ir al cine.
Yo sonreí, pensando que sabía dónde iba a terminar todo aquello y sintiéndome terriblemente halagada.
—Eso es cierto.
—Pero una cena a la luz de las velas…
—¿Una lata de judías a la luz de las velas?
—¡Eh!, no se trata de lo que se come, sino de la compañía, y me he traído una vela. Así que puede que esta noche…
Mason dejó la frase sin terminar, de forma que en realidad no arriesgaba nada con la pregunta. Esa noche, si yo quería…
Pero ¿quería? Dirigí la vista hacia el agua. Lucas cruzaba otra vez el río y volvía. No podía imaginármelo siendo romántico. Aunque había sido terriblemente amable aquella primera noche cuando yo había sentido la necesidad de salir a pasear.
¿Amable? No era exactamente la palabra que yo habría asociado a él. Pero ¿qué me pasaba, que hiciera lo que hiciera, siempre pensaba en él? Era una locura, sobre todo cuando tenía delante a un chico pidiéndome una cita en medio del bosque.
—Es absolutamente perfecto: una cena a la luz de las velas esta noche.
—Estupendo. Nos escaparemos.
La chica aventurera que había en mí se sentía viva y traviesa.
—¡Guay! Te veo luego.
Volví hacia el lugar en donde Lindsey y Brittany seguían metiendo aún unas cuantas cosas en la balsa. La idea era que cuanto menos tuviéramos que cargar encima, más fácil nos sería cruzar el río. Las mochilas, las botas y cualquier cosa que pesara, iría en la balsa.
Una vez que entre todos tuvimos tres balsas bien cargadas, los chicos las arrastraron hasta el agua. Lucas, Connor y Rafe se encargaron de cruzar la balsa de los víveres al otro lado del río. Detrás de ellos, el profesor Keane, Mason y Ethan lucharon por cruzar arrastrando la balsa con su equipo secreto. David, Jon y Tyler tiraron de la última de las tres balsas, en la que iban las mochilas de los estudiantes y un montón de cosas sueltas de todo tipo.
El resto de nosotros esperamos en la orilla del río.
—¡Y luego hablan del machismo! ¡Como si nosotras no fuéramos lo suficientemente fuertes como para cruzar el río arrastrando una balsa! —se quejó Monique.
—A mí me parece bien —dijo Lindsey—. Deja que ellos hagan el trabajo duro.
—Para ti es fácil decirlo. Tú no tienes que impresionar al profesor Keane. Apenas puedo esperar a que lleguemos a nuestro destino final para ponerme manos a la obra con nuestra verdadera tarea.
—¿Y cuál es vuestra verdadera tarea exactamente? —le pregunté yo entonces a Monique.
Seguía un poco confusa con relación a lo que pretendían lograr.
—Descubrir la fuente de la leyenda de los hombres lobo en este bosque. Es parte del tema central del estudio académico del profesor Keane.
—¿Es que crees que vais a encontrar un libro abandonado en alguna parte? —seguí preguntando yo.
Monique me dedicó una sonrisa indulgente.
—Algo así. Ellos saben que nosotros venimos. Me refiero a los lobos. ¿Es que no los oyes por la noche?
Pensé en el que había visto la noche anterior. Me pregunté si debía mencionárselo a Lucas. Aquel lobo tenía algo que me resultaba amenazador. Pero de haber sido la rabia, probablemente ya nos habría atacado. También era posible que yo estuviera volviéndome más recelosa cuanto más nos alejábamos de la civilización y salíamos del área en el que me sentía cómoda.
—Los lobos aúllan —dijo Brittany—. Ese es el ruido que hacen.
—Bueno, lo que sea —asintió Monique, mirando en dirección al río—. ¡Lucas es tan atractivo! No puedo creer que no tenga novia.
—Creo que es uno de esos chicos que creen en eso de esperar hasta que aparezca la chica adecuada —comentó Lindsey.
—¡Sí, seguro! ¿El típico tío duro, silencioso? Esos son siempre los eternos jugadores. Créeme. He conocido a muchos como él en el campus, lo sé bien.
—¿Vais a la misma universidad? —pregunté yo, sorprendida ante sus palabras.
—No, nosotros somos de Virginia. Lucas me dijo que él iba a Michigan.
—Sí —confirmó Lindsey—. Tiene una beca.
—Me imagino que siempre podría pedir el traslado —dijo Monique sin apartar los ojos de Lucas ni por un instante, mientras él y los otros dos tiraban de la balsa por la orilla del río.
—Vale, me parece que nos toca a nosotras cruzar el río —dijo Brittany.
Lindsey y yo nos metimos en la corriente del río. El agua fría nos golpeaba con fuerza las pantorrillas. Las dos nos dimos la vuelta para echarles una mano a Brittany y a Monique. Las ayudamos a mantener el equilibrio a pesar de la corriente. Una vez que llegaron a medio camino, Lindsey se despidió de mí y comenzó a cruzar hasta la distante orilla.
Lucas había decidido que yo iría la última. Yo no iba a engañarme a mí misma: en ningún momento iba a creer que era porque él pensaba que yo era especial. Probablemente había leído mi solicitud y sabía que era una buena nadadora. Yo había pertenecido al equipo de natación del instituto y había hecho pruebas para ingresar en el equipo olímpico. No lo había conseguido por solo unas cuantas centésimas de segundo. Así que aunque nadie me cubriera las espaldas, yo no estaba preocupada.
Como íbamos a separarnos del grupo del profesor Keane para volver al campamento de la entrada del parque exactamente por la misma ruta, nuestra idea era dejar la cuerda allí atada y lista para cuando volviéramos. La mayor parte de los víveres se los quedaría el profesor Keane, así que la vuelta sería más sencilla.
Esperé hasta que Lindsey hubo recorrido casi tres cuartas partes del río antes de comenzar a cruzar. Agarré la cuerda con fuerza y luché contra la poderosa corriente que me arrastraba. Yo sabía que no habría podido mantener el equilibrio sin la cuerda ni seguir erguida, caminando. Las corrientes eran turbulentas y peligrosas. El agua me llegaba ya a la cintura cuando sentí un rápido tirón. Aquella extraña vibración me recordó a la forma en que se ponía tirante el hilo de la caña de pescar cuando picaba un pez siempre que iba con mi padre adoptivo de pesca.
Brittany y Monique habían llegado a la orilla. Lindsey aún estaba cruzando, pero ella no había podido sentir la sacudida de la cuerda porque se había producido detrás de mí y solo había llegado hasta mi mano. De pronto sentí otra vez esa extraña sensación de ser observada que me había estado persiguiendo desde la primera noche, cuando Lindsey me preparó la fiesta de cumpleaños sorpresa. A pesar de las repetidas advertencias que no cesaban en el interior de mi cabeza, me detuve y miré para atrás. Las sombras se estaban alargando porque estábamos en las últimas horas de la tarde. No pude ver nada. Supongo que pudo ser un pájaro: un pájaro grande, aterrizando o despegando.
—¡Kayla!
A pesar del estruendo de la corriente, reconocí la voz de Lucas y su tono de impaciencia. Me giré de nuevo hacia la orilla más distante. Lindsey estaba en ese momento saliendo del agua. Yo sabía que Lucas estaba enfadado conmigo. Porque yo suponía un retraso para todos los demás. Lucas quería caminar otro poco más antes de que anocheciera. El pobre chico no conocía el sentido de las palabras «divagar» o «tomárselo con calma». Con él, todo era superar los límites, sus límites y…
De pronto la cuerda se rompió. La tumultuosa corriente me tiró de las piernas y caí al fondo. Perdí la cuerda, ya floja, y comencé a buscarla con desesperación. Había desaparecido. Pero lo peor de todo era que no podía respirar. Estaba completamente sumergida y atrapada por la corriente. Los pulmones me quemaban, tenía el pecho oprimido.
Luché por ponerme en pie, pero el caos del agua tiraba de mí en la dirección de la corriente. No era capaz de encontrar el fondo del río. Debía de haber llegado a una zona más profunda…
¡Zas!
Me golpeé contra una roca increíblemente grande o contra algo enorme y muy duro. El golpe me hizo expulsar el poco aliento que me quedaba. Comencé a luchar por salir a la superficie. Los pulmones me ardían; me dolía el pecho. No sabía si se me colapsarían o si reventarían. Pensé que podían hacer las dos cosas a la vez.
Llegué a la superficie, jadeé, y volví a sumergirme en la corriente. Tenía que controlar la situación. Luché contra el incipiente pánico y contra el miedo a la muerte.
No voy a ahogarme. Me niego a ahogarme.
Me esforcé por sacar la cabeza fuera de la corriente y me giré hasta quedar boca abajo. ¿De dónde habían salido aquellos rápidos tan turbulentos? En aquel lugar el agua corría más deprisa. Y era más fuerte. ¿Cuánta distancia había recorrido? Me parecían kilómetros.
Vi una larga rama flotando por el rabillo del ojo. Me lancé a por ella. Me mantendría a flote, me daría una oportunidad para orientarme y recuperar el aliento. Tenía que llegar a la orilla. Di patadas, tratando de usar la rama como medio para mantenerme a flote, pero los rápidos jugueteaban con ella como si fuera de su propiedad. La solté y comencé a nadar hasta la orilla.
No estaba tan lejos. Podía llegar. Podía hacerlo.
Algo me arañó la rodilla a lo largo. Me escoció, pero también me hizo darme cuenta de que había llegado a una zona en la que el río era menos profundo. La corriente seguía siendo fuerte, seguía empujándome hacia el fondo rocoso e impidiéndome recuperar el equilibrio. Me arrastré hasta llegar casi al margen del río. Por fin me levanté, medio tambaleándome, y llegué a la orilla, que estaba cubierta de verde.
Al toser y vomitar agua me dolió el estómago y el pecho. Entonces me derrumbé en el suelo y comencé a respirar trabajosamente. Me dolía todo. Tenía las piernas y los brazos arañados, y por algunos sitios me sangraban. Comencé a temblar, no solo de frío, sino también por el susto. No quería pensar en lo cerca que había estado de ahogarme. Había dado unas clases de salvamento hacía un par de veranos, antes de ponerme a trabajar como socorrista en una piscina, pero el río era mucho más peligroso que una piscina. Había tenido suerte… de momento. Sabía por las clases de salvamento que no podía permitirme el lujo de descansar. Era urgente que entrara en calor.
Me esforcé por incorporarme y sentarme. Escurrí la ropa todo lo que pude, pero eso no me calentó ni reconfortó de inmediato.
Solo quería tumbarme y dormir, pero sabía que tenía que volver con los demás. Correr me ayudaría a recuperar el calor. Necesitaba calor. Me puse en pie y me tambaleé entre los árboles.
Y entonces un sonoro gruñido me detuvo en seco.
Creía que el río sería lo más peligroso a lo que tendría que enfrentarme ese día. Pero estaba muy, muy equivocada.
Aquel violento oso era mucho peor.