4

—¿Hombres lobo? ¿De verdad crees en la existencia de los hombres lobo?

Casi me ahogo al tratar de reprimir la risa, mientras hacía la pregunta. Sabía que de cara al público el cliente siempre tiene razón, pero no estaba muy segura de poder aplicarles ese mantra a los excursionistas que me habían contratado para servirles como guía. Sin duda el cliente no tenía razón en ese caso, así que yo era incapaz de permanecer callada.

Muchos de nosotros estábamos sentados alrededor de la hoguera junto al profesor Keane. El resto del día había transcurrido de un modo bastante parecido a la mañana: habíamos caminado trabajosamente por el bosque, habíamos hecho un pequeño descanso, y otra vez habíamos vuelto a caminar. Hasta el momento de llegar a aquel enorme claro, en el que Lucas había anunciado que acamparíamos para pasar la noche. Para entonces el sol ya se estaba poniendo. En ese momento era de noche y estábamos tostando dulces de malvavisco. El mismo cliché de siempre, pero ¡Dios, esos dulces están exquisitos!

El profesor Keane había estado regalándonos los oídos con historias de hombres lobo, lo cual había resultado fascinante. Absurdo, pero fascinante. Y después había continuado hablando acerca de los lobos que habían sido vistos por los alrededores, en el mismo bosque en el que estábamos. Lobos que, él estaba convencido, eran en realidad hombres lobo. Él creía que ese parque nacional en particular era su territorio de caza, y que era allí donde se ocultaban del resto del mundo.

—¿Por qué te cuesta tanto creerlo? —preguntó el profesor Keane en respuesta a mi pregunta. Estaba sentado en un taburetito plegable, y tenía un aire muy profesional. Solo le faltaba una pajarita roja—. Todas las culturas cuentan con una leyenda sobre un hombre que se transforma y toma la forma de un animal. Y las leyendas están basadas en hechos reales.

—Yo estoy con Kayla en esto —dijo Lindsey, que estaba sentada junto a Connor—. Los hombres lobo existen solo en los cuentos de ficción. O si no, acuérdate del Big Foot o del monstruo del lago Ness. Al final, a todos los desmitifican.

—Pues no sé… —dijo Connor—. Puede que el profesor Keane haya dado con algo realmente importante. En mi cabaña había un chico que podría haber sido un hombre lobo. Jamás se afeitaba, ni se cortaba el pelo, ni se bañaba. Costaba trabajo llamarlo humano.

Yo volví a reprimir la risa. Según parecía, nadie se tomaba las teorías del profesor en serio.

—Pero ¿y si es cierto?, ¿y si los hombres lobo existen y viven en este bosque? —preguntó Mason.

Estaba sentado sobre el tronco de un árbol a mi lado. Era muy maniático con el dulce de malvavisco. Tenía que estar tostado lenta y cuidadosamente, hasta que quedara de un marrón dorado. Ni aunque hubiera tenido un buen día, habría tenido la paciencia suficiente como para tostarlos así. Pero aquel día estaba tan cansada que no me quedaba ni pizca. Arrojaba el dulce al fuego a toda pastilla y me lo metía en la boca sin más tardanza.

—En ese caso todos estamos condenados a morir —bromeé yo, dándomelas de científica en una película de miedo. Solo me faltó la luz de la linterna y el efecto de sonido del trueno. Connor y Lindsey se echaron a reír ante mi escena teatral. Los estudiantes ni siquiera esbozaron una sonrisa.

—O nos convertiremos todos en lobos —sugirió Lucas en un tono amenazador. No estaba sentado en el círculo alrededor del fuego, sino apoyado en el tronco de un árbol, un poco más allá—. ¿No es así como funciona, profesor? El hombre lobo te muerde, y te conviertes en hombre lobo tú también, ¿no?

—Esa es una posibilidad. La otra es que sea genético. Los hombres lobo nacen con cierto tipo de mutación genética…

—¿Cómo?, ¿igual que los X-Men? —lo interrumpió Lucas con una sonrisa socarrona.

—Hasta la ficción tiene una base real —insistió el profesor Keane.

—Pero ¿por qué van a ser los hombres lobo los mutantes? —preguntó Lucas, dibujando los signos de interrogación en el aire—. ¿Y si son los demás los que mutaron en realidad? Puede que al principio todo el mundo fuera hombre lobo.

—Es una teoría interesante, pero de ser así ellos serían la especie dominante, ¿no te parece? Serían ellos los que nos cazarían a nosotros, en lugar de nosotros a ellos.

—¿Nosotros los cazamos a ellos? —preguntó Rafe, incrédulo.

—No, no me he explicado bien —dijo el profesor Keane—. Me refería a que somos nosotros los que los descubrimos a ellos.

—Pero si ellos no quieren que los descubramos, puede que sea porque ellos son posteriores a nosotros —sugirió Brittany—. Y entonces, ¿qué?

—Pues que no creo que esta noche tengamos nada de qué preocuparnos —respondió Lucas, alzando la vista al cielo—. No hay luna llena.

—Eso funcionaría solo en el caso de que la transformación estuviera controlada por la luna —afirmó el profesor Keane—. Pero ¿y si pueden transformarse a voluntad?

—Entonces yo diría que tenemos un grave problema —contestó Lucas con total indiferencia, hasta el punto de que yo no supe si hablaba en serio o en broma.

—Tú no te crees nada de esto, ¿verdad? —le pregunté yo.

Lucas era la última persona a la que yo creía capaz de tragarse esa ridícula historia acerca de los hombres lobo.

Él me guiñó un ojo, y yo sentí que mi corazón daba un vuelco.

—Tú piensa que por las noches, después de cerrar la cremallera de la tienda, yo ya no salgo para nada hasta que se hace de día.

—Ninguna tienda puede detener a un hombre lobo —afirmó Mason justo antes de ponerse a soplar sobre uno de sus dulces perfectos.

—Jamás se ha documentado ningún ataque de un lobo sano a un ser humano —argumentó Lucas en tono desafiante.

—Pero no estamos hablando de lobos, amigo —le contestó Mason cortante, girando la cara hacia él.

Al volverse, se le cayó el palo a un hoyo, y el pegajoso dulce de malvavisco aterrizó en el suelo. No sé por qué eso me molestó. Puede que porque le había costado bastante trabajo tostarlo, y total no había servido para nada.

—Estamos hablando de hombres lobo —continuó Mason—. De personas que se convierten en bestias. Están ahí fuera, y nosotros vamos a demostrar que existen.

¿Y era ese el chico que había dudado de mi cordura poco antes por el hecho de que yo fuera a una terapia?

—¿Es para eso para lo que hacéis esta expedición? —preguntó Lucas con una voz mortalmente serena, que me produjo un escalofrío que me recorrió toda la espalda.

—Mason se ha mostrado quizá demasiado entusiasta —contestó el profesor Keane—. Esperamos ver a unos cuantos lobos y poder estudiarlos. Admito que a mí, personalmente, me fascina la idea de la licantropía. Pero ¿creer realmente que existen? No, por supuesto que no. Sin embargo me gusta tener una mentalidad lo suficientemente abierta como para dar paso a esa posibilidad.

—Los lobos originarios de esta zona se extinguieron, pero hace unos veinte años trajeron a unos cuantos para repoblar el parque. Esos primeros lobos que trajeron probablemente estén ya muertos, pero sus descendientes siguen vivos. Y son una especie protegida —explicó Lucas.

—No vamos a hacerles daño —le aseguró el profesor Keane a Lucas.

—Bueno, entonces puede que tengáis suerte y veáis alguno —contestó Lucas, que se apartó del árbol—. Mañana tenemos que levantarnos pronto. Yo me voy a la cama. Rafe, asegúrate de que todo el mundo permanece a salvo esta noche.

—Yo me encargo —dijo Rafe que, segundos después, se metió un dulce de malvavisco tostado en la boca.

Una vez que Lucas desapareció en su tienda, la tensión se relajó. Tuve la sensación de que yo no era la única que pensaba que Lucas y Mason acabarían por pelearse.

—¿De verdad crees en todo eso? —le pregunté yo a Mason.

Él sacudió la cabeza sin dejar de reírse y contestó:

—No, pero ¿a que molaría?

—En las películas los lobos siempre están un poco rabiosos —le recordé yo.

—A mí una vez me mordió un lobo —anunció él.

—¿En serio?

—Sí —contestó, inclinándose hacia delante y remangándose una de las perneras del pantalón. Tenía una horrible cicatriz en la pantorilla—. Me dio un mordisco.

—Mason se ha dedicado a estudiar a los lobos desde entonces —dijo el profesor Keane con una voz que delataba cierto orgullo.

—Pero Lucas dice que no hay documentado ningún caso de ataque de lobo a humano.

—Supongo que él no lo sabe todo —contestó Mason en voz baja.

Esa respuesta me produjo un escalofrío.

—Entonces, ¿te conviertes en lobo cuando hay luna llena? —le preguntó Lindsey.

Mason soltó un bufido antes de contestar:

—¡Ojalá!

—Yo siempre me pongo de parte de los hombres lobo —continuó Lindsey—. En las películas, siempre les echan la culpa de todo. Como si fueran el demonio del infierno. Creo que son una metáfora de lo mal que tratamos a la gente que es diferente de nosotros.

—Es solo ficción, Lindsey —le recordó Connor—. En esas películas no hay ni mensaje subliminal, ni la revelación de ninguna gran verdad. Y de todos modos, ninguna chica se pondría a gritar ni se acurrucaría contra ti en el asiento del cine si estuvieras viendo una película en la que el hombre lobo fuera simpático y comprensivo.

—Pero es cierto que hay una predisposición en contra de ellos. Siempre hacen el papel del malo. Por una vez, me gustaría ver al hombre lobo como si fuera el héroe de la película —insistió Lindsey.

—Te lo tomas de un modo muy personal —comentó Mason, que comenzó a tostar su siguiente dulce de malvavisco.

—¿Qué quieres que te diga? Me gustan los caninos.

—Los vampiros también cargan siempre con la culpa —dijo entonces Brittany—. ¿Vas a defenderlos a ellos también?

—En las películas, hay muchos vampiros que tratan de luchar contra la adicción a la sangre, que intentan ser nobles. Yo solo digo que, de vez en cuando, estaría bien ver a un hombre lobo noble en una película.

—Pero siempre pierden su humanidad cuando se transforman —dijo Mason, distraído. Sacó el dulce de malvavisco perfectamente tostado del fuego y miró a su alrededor—. O al menos es lo que ocurre en las películas.

—En todas las leyendas los hombres lobo hacen cosas horribles e imperdonables —intervino el profesor Keane—. Por eso es completamente natural que Hollywood haya incorporado esos miedos en sus historias.

—Aun así —musitó Lindsey.

No obstante, Lindsey parecía haberse dado por vencida en su defensa de los hombres lobo. De todos modos era una tontería. Al fin y al cabo, no era más que un cuento.

Mason me ofreció su dulce de malvavisco ligeramente tostado.

—No puedo aceptarlo —le dije yo—. Te ha costado mucho trabajo tostarlo en su punto exacto.

—Porque quería que fuera perfecto para ti.

¿Cómo podía negarme? Me lo metí en la boca. Estaba de muerte. Le sonreí. Él me sonrió a mí. Cuando no discutíamos de hombres lobo y Lucas no estaba presente, yo disfrutaba de la compañía de Mason. Con él estaba a salvo. Él no me hacía desear hacer cosas que no debía hacer… cosas que iban mucho más allá de un simple beso.

Nada más meternos Brittany, Lindsey y yo en nuestra tienda, Brittany se tumbó encima del saco de dormir, se dio la vuelta y se durmió sin decir una palabra. Yo miré a Lindsey y arqueé una ceja. Ella se encogió de hombros.

—Algo la molesta. Pero no sé qué.

Las dos nos metimos en nuestros sacos de dormir. Lindsey apagó el farol de nuestra tienda y encendió una linterna que tenía forma de lápiz. Proyectaba una luz fantasmal.

—Bueno, ¿qué hay entre tú y Mason? —me preguntó ella en voz baja.

—No estoy segura. Quiero decir que él me gusta.

—Tienes que tener cuidado. Algunos tipos se creen que las serpas estamos solo para enrollarnos con ellos, que somos tías facilonas.

—No creo que Mason piense eso. Y desde luego yo no soy una tía fácil.

—Tú ten cuidado. No me gustaría ver cómo te quedas destrozada después de la primera expedición.

—Puede que ahora esté con él, pero jamás me tomaría en serio a una persona a la que sé que no voy a volver a ver.

—Sí, eso es lo que dicen todas —musitó Brittany.

—¡Creíamos que estabas durmiendo! —exclamó Lindsey.

—¿Cómo voy a dormir con vosotras dos cotorreando sin parar?

Lindsey le sacó la lengua a Brittany, que seguía de espaldas. Yo reprimí una risita. Lindsey se puso cómoda dentro del saco.

—Tú ten cuidado —repitió antes de acurrucarse para dormir.

Yo me quedé mirando el techo de la tienda. Lindsey quería que la linterna lápiz nos sirviera de luz nocturna. Durante el verano pasado, en aquel mismo bosque, yo me había dado cuenta de que a ella no le gustaba nada la oscuridad absoluta. A última hora, después de que mis padres se fueran a dormir, yo siempre me escabullía y reptaba hasta la tienda de Lindsey. Hablábamos durante horas del colegio, de ropa y de chicos. Ella había sido la primera persona a la que yo le había contado que mis padres biológicos habían sido asesinados. Por alguna razón, y a excepción de la noche anterior, cuando estaba con ella jamás tenía pesadillas. Quizá porque yo para ella no me definía por mi pasado. En cierto sentido ella era mucho más tolerante que mi terapeuta.

A Brittany la había conocido también el verano anterior, pero no me sentía tan próxima a ella. Puede que presintiera que ella tenía sus propios problemas. En ese momento estaba roncando. Hacía un ruido como de olisquear, como el que hace mi perra de raza lhasa apso, Fargo, en casa.

Pero no eran ni el ruido ni la luz lo que me impedía dormir. Eran los lobos. No se oía ningún aullido, pero yo tenía la sensación de que merodeaban por los alrededores. Si lo que había dicho Lucas era cierto, llevaban en el bosque solo veinte años. Lo suficiente como para que estuvieran aquí, en el parque, cuando vine con mis padres biológicos de acampada durante aquel lejano verano. ¿Así que aquellos cazadores habían visto lobos? ¿Estábamos nosotros montando en bici en ese preciso momento por una zona cercana al lugar donde habían estado los lobos, cercana al lugar en el que habían asesinado a mis padres?

El verano anterior yo no había querido visitar el lugar exacto. No me sentía preparada para hacerlo. Además, nadie parecía recordar dónde había ocurrido. O eso al menos me habían dicho. Aunque también puede que tuvieran miedo de que el trauma fuera demasiado fuerte para mí. Sin embargo, esa noche no podía evitar recordar unos gruñidos graves, emitidos desde lo más profundo de la garganta, y que no había oído en sueños. ¿Acaso mis padres y yo habíamos estado huyendo de los lobos? Pero Lucas había dicho que los lobos jamás atacaban a los humanos, así que esas extrañas ideas mías no tenían sentido.

¿Qué había ocurrido realmente ese día?

Eché la parte superior del saco hacia atrás y me senté encima. De pronto sentí como si necesitara salir de la tienda. Antes no me había molestado en quitarme la ropa, así que lo único que tenía que hacer era ponerme las botas. Nada más terminar de atármelas, agarré mi linterna. Subí la cremallera de la tienda lo más silenciosamente que pude y salí.

Alguien había dejado encendidas un par de farolas, pero no había nadie despierto. Yo no quería compañía. Solo quería…

No sabía qué quería.

Tenía que enfrentarme a mis miedos, me había dicho el doctor Brandon. Pero habría sido mucho más fácil de haber sabido yo cuáles eran esos miedos. Sinceramente, no tenía ni idea. Solo sabía que tenía la sensación de que algo trascendental se cernía sobre el horizonte, de que yo estaba a punto de cambiar. No sabía qué esperar, pero intuía que se relacionaba con mi pasado y que tendría una influencia importante sobre mi futuro. Tenía muchas preguntas, pero ninguna respuesta. Y también tenía mucho miedo injustificado.

Di la vuelta a la tienda y me dirigí hacia el bosque. Había dado solo un par de pasos cuando oí voces. Hablaban en voz baja. Estaban cerca, muy próximas a una de las otras tiendas.

Yo sabía que no era asunto mío, pero me acerqué sigilosamente a escuchar.

—Lo sé, papá. ¡Dios!, ¿cuántas veces tengo que decirte que lo siento?

Reconocí la voz. Era la de Mason.

—No queremos despertar sospechas.

—¡Pero si fuiste tú el que comenzó a hablar de hombres lobo!

—Como leyenda.

—Pero hablabas igual que un predicador, soltando el evangelio del hombre lobo. Esa es la razón por la que Kayla te preguntó si creías en ellos. Tú metiste la pata tanto como yo.

—A partir de ahora tenemos que estar más alerta, y tener más cuidado con lo que decimos.

—Ya te lo he dicho: no he sido yo el que ha empezado.

—En serio, Mason, cualquiera de nuestros guías podría serlo.

Tuve que taparme la boca con la mano para no echarme a reír a carcajada limpia.

—Yo apuesto por Lucas —dijo Mason. Eso me dejó aún más de piedra—. Ese tipo es demasiado callado. Es inquietante como puede quedarse ahí, tan quieto. ¿Y por qué no deja de desaparecer cada vez que paramos para descansar? ¿A qué se dedica cuando se marcha?

—Ya lo averiguaremos. Tranquilo; ya lo averiguaremos.

Yo me quedé ahí de pie, atónita, mientras sus voces se iban apagando progresivamente al alejarse hacia sus respectivas tiendas. Pero ¿de qué estaban hablando realmente? ¿Creían que los serpas eran hombres lobo, que Lucas era un hombre lobo?

La sola idea de que la gente pudiera metamorfosearse para convertirse en un animal era ridícula, pero el hecho de que alguien pudiera creerlo seriamente resultaba aterrador. Pensé en todo el equipo que transportaban. ¿Llevaban una jaula dentro del enorme cajón de madera? ¿Iban a tratar de capturar a un lobo? ¿Y cuando se dieran cuenta de que el lobo era simplemente un lobo?, ¿entonces, qué?

Yo sabía que había gente que creía en todo tipo de cosas inexistentes, y eso era lo que parecía que les ocurría al profesor y a sus estudiantes.

Caminé con toda la precaución y el silencio que fui capaz hacia los árboles. De ningún modo quería que ellos me oyeran, que supieran que había oído su conversación. No es que pensara que iban a asesinarme para obligarme a guardar silencio ni nada de eso, pero estaba asustada ante la idea de que habían salido de expedición para cazar a un hombre lobo. Aunque, en realidad, ¿dónde estaba el verdadero peligro? La gente observaba el cielo en busca de ovnis. Algunas personas estaban convencidas de que habían sido examinadas por los alienígenas o de que habían subido a sus platillos espaciales. Otros invertían en sofisticados equipos para detectar la existencia de fantasmas. Así que, en realidad, quizá no fuera tan raro que alguien creyera en los hombres lobo. A mí me parecían fantasías animadas, pero mientras no hicieran daño a nadie, tenían tanto derecho como cualquiera a explorar el bosque.

En cuanto llegué a un punto en el que creí estar lo suficientemente lejos como para que nadie me viera, encendí la linterna. La luz siempre me proporcionaba cierta confianza, pero, por extraño que parezca, en aquel momento me sentí tan reconfortada por los árboles que me rodeaban como por todo lo demás. Oí el roce de las hojas al soplar la brisa, y casi me pareció como si sonara igual que una canción de cuna. Por un alocado instante me pareció incluso oír a mi madre, cantando. Yo no creía en los fantasmas, pero sí creía que el alma, el espíritu o lo que sea que nos hace ser quienes somos, sigue vivo más allá de la muerte. Así que, después de todo, creer en los hombres lobo quizá no fuera tanta locura.

—¿Vas a algún sitio, chica de ciudad?

Giré el haz de luz de la linterna hacia el lugar de donde procedía la voz. Lucas estaba de pie a mi lado. Yo no lo había oído llegar. ¿Cómo había podido acercárseme tan silenciosamente?

Apreté una mano contra el pecho, donde el corazón me latía tan deprisa, que amenazaba con romperme una costilla.

—¡Casi me matas del susto! —exclamé yo en tono acusador.

Y con razón.

—¿Qué estás haciendo aquí fuera? —preguntó él.

—No podía dormir.

—¿Así que se te ocurrió que sería una buena idea merodear alrededor del campamento?

—No estaba merodeando. Estaba… —¿Por qué tenía que darle explicaciones? Fruncí el ceño y añadí—: ¿Qué estás haciendo tú aquí?

—Yo tampoco podía dormir. ¿Tú por qué no podías dormir?

Me había arrepentido de haberme mostrado tan abierta con Mason poco antes, así que decidí dar una respuesta más vaga esa vez:

—Tenía muchas cosas en la cabeza.

—Tus padres murieron aquí, ¿verdad?

Su voz sonó amable y comprensiva.

—¿Cómo lo sabes?

—Oí algo el verano pasado. Nos dijeron por qué estabas aquí. Para que no nos comportáramos como unos brutos insensibles al guiarte por el bosque. Debe de haber sido muy duro para ti volver aquí.

Yo asentí. De pronto sentí que tenía la garganta obstruida por las lágrimas.

—Sí.

—Si quieres seguir caminando, yo te acompañaré.

—Gracias, pero… no tengo ganas de estar con nadie.

—No he dicho hablar. Solo caminar. Yo puedo vigilar, mantenerte a salvo.

—¿Y si nos perdemos?

—Conozco estos bosques como la palma de mi mano. Cuando creces en Tarrant, el parque nacional es como el jardín de tu casa.

—Vale, bien. Si a ti no te importa. Solo quiero dar una vuelta un rato.

Eché a caminar y él me alcanzó y siguió mi paso. No me hizo gracia tener que admitirlo, pero él me resultaba mucho más reconfortante que los árboles o que el haz de luz de la linterna. De hecho, era incluso agradable tenerlo ahí al lado y no tener que darle conversación ni nada.

Era extraño, pero mientras caminábamos fui capaz de oler la fragancia única de su piel. Era una fragancia a tierra, igual que la de los bosques que nos rodeaban. Resultaba agradable, potente y sexi. No podía creer lo silencioso que era al caminar. Por un segundo alumbré con la linterna hacia abajo. Él iba descalzo.

—¿No es eso peligroso? —pregunté yo al tiempo que retiraba la luz de la linterna para dirigirla otra vez hacia delante.

—Tengo los pies endurecidos. Voy descalzo desde que era pequeño.

—Te mueves con mucho sigilo.

—He tenido que aprender a hacerlo. Connor, Rafe y yo solíamos jugar a juegos de guerra con los otros chicos. El único modo de ganar era acercarse a los demás a hurtadillas sin que te oyeran.

—Y a ti te gusta ganar.

—Claro. Si la meta es perder, no tiene sentido jugar.

Yo me detuve y apoyé la espalda contra el tronco de un árbol. Apunté con la linterna hacia el suelo para tener luz, de modo que nuestros rostros quedaran en sombras. Pero a pesar de todo seguía sintiendo que él me observaba.

—¿Tú tienes malos recuerdos? —le pregunté yo.

Él se había hecho cierta idea acerca de mí. Yo quería equilibrar la balanza.

—Todo el mundo tiene malos recuerdos —dijo él.

—Esa no es una respuesta.

—Sí, tengo algunos malos recuerdos.

Su voz no delataba emoción alguna, y yo supe que él no iba a hablar de ellos, pero me bastó con saber que los tenía. Suspiré pesadamente.

—Yo estaba con ellos cuando los asesinaron. Me refiero a mis padres. Pero no recuerdo lo que pasó. Recuerdo el eco de los disparos. Sonaron muy fuerte. Y de pronto mis padres estaban muertos. Últimamente ese recuerdo me está volviendo loca, desde que he vuelto a estos bosques este año. El año pasado fue como si estuviera metida en una burbuja, como si estuviera tratando de aislarme del pasado. No quería enfrentarme a él. Pero este año es diferente. Es como si algo en mi interior quisiera liberarse. No puedo explicarlo, pero siento como si estuviera a punto de recordar algo realmente importante.

Él se acercó a mí y me acarició la mejilla a lo largo con los nudillos. Hasta ese momento yo no me había dado cuenta de que estuviera llorando. Entonces estallé y solté una risita de pura vergüenza.

—¡Lo siento! No pretendía soltarte todo ese rollo.

—No importa. Ha tenido que ser muy duro para ti volver aquí. Yo adoro este bosque. Tú, en cambio, debes odiarlo.

—Debería, pero no. En cierto sentido, cuando estoy aquí, me siento conectada con mis padres.

Él guardó silencio. Fue extraño, pero eso me hizo mejorar mi opinión de él. Mejor guardar silencio que tratar de decir algo, porque cualquier cosa que hubiera dicho no habría sido más que un comentario inútil y trillado. Yo pensé que quizá debía apartarme un poco, pero no lo hice. Aunque él sintiera mi dolor, no podía experimentarlo.

—Según mi psicoterapeuta, se supone que debo enfrentarme a lo ocurrido, pero yo solo quiero olvidarlo. No hago más que tener pesadillas que no tienen sentido.

De nuevo me rozaba con los nudillos, pero en esa ocasión además acariciaba la curva de mi mejilla con el dedo pulgar. Era una caricia increíblemente suave. Incluso en la oscuridad, él sostenía mi mirada.

—¿Fue de noche o de día? —preguntó él en voz baja.

—De noche. Nada más oscurecer. Al terminar la puesta de sol. Quedaba todavía luz suficiente para ver, pero no para verlo todo. Pero tampoco estaba tan oscuro como para encender la linterna.

—¿Estabais todos juntos?

—Sí, querían enseñarme algo. Nos habíamos alejado de los otros —respondí yo. De pronto parpadeé y traté de recordar—. Se me había olvidado que hubiera otros. Acabo de acordarme.

¿Quiénes eran? ¿Más familiares? No, en ese caso me habrían acogido. ¿Amigos? Sacudí la cabeza.

—No sé quiénes eran. ¿Crees que es importante?

—Yo no soy loquero. ¿Qué querían enseñarte tus padres?

—Soy incapaz de recordarlo. Estaba asustada por algo. Había visto algo. No lo sé.

—Yo no me preocuparía por eso. Si es importante, ya saldrá.

—Creía que no eras loquero.

—No lo soy, pero sé que a veces puede ser peor empeñarse demasiado en intentarlo, que no intentarlo en absoluto.

—Eso no tiene sentido.

Sus dientes produjeron un destello blanco en la oscuridad. Yo estuve a punto de dirigir hacia él la linterna, aunque solo fuera para ver si esa sonrisa era real. Allí fuera, lejos de todos los demás, cuando no tenía que mostrarse como un líder, cuando se convertía simplemente en un chico, ya no resultaba tan amenazador.

—Y tú, ¿por qué no podías dormir? —pregunté yo, suponiendo que era cierto lo que me había dicho antes y que no era una mera burla, una mera imitación de mis propias palabras.

—Por toda esa conversación acerca de los hombres lobo. No he podido evitar echarme a temblar.

Eso me hizo sonreír.

—¡Sí, seguro! Así que te da miedo el lobo grande y malo, ¿eh?

Él sonrió. Tenía una sonrisa increíblemente sexi.

—Creen que tú eres un hombre lobo —dije yo que, acto seguido, continué explicando—: Lo creen el profesor Keane y Mason.

—¿En serio? —preguntó él en un tono inconfundiblemente divertido.

—Lo encuentras divertido.

—¡Mientras no lleven balas de plata!

—¡Ah, fantástico! Así que tú también crees en todas esas cosas, ¿eh?

—No, pero no quiero que disparen a ningún lobo con el que nos crucemos por casualidad.

—Porque a ellos también quieres protegerlos.

—He pasado mucho tiempo en estos bosques. He llegado a conocer a los animales que viven aquí. Y no quiero ver cómo los hieren. Igual que no quiero ver cómo te hieren a ti.

Él inclinó la cabeza ligeramente, y fue increíble, pero yo me di cuenta de que iba a besarme. Y no solo me di cuenta de eso, sino que además me di cuenta de que yo lo deseaba con desesperación.

De pronto un aullido en la distancia nos obligó a quedarnos inmóviles. Fue un sonido solitario y único. Por alguna extraña razón, me hizo pensar en el lamento de un animal.

—Creo que deberíamos volver —dijo Lucas en voz baja, poniendo cierta distancia entre los dos.

—Sí —asentí yo.

Yo dirigí el haz de luz de la linterna hacia el camino.

—De hecho, es por aquí —me corrigió Lucas, que me tomó de la mano y me guio en la dirección correcta.

—¿Estás seguro?

—Sin duda.

Yo no sé cómo me desorienté, pero lo seguí a él. Enseguida vi las débiles luces de nuestro campamento.

—Gracias por venir conmigo —dije yo en cuanto llegamos a mi tienda.

—Cuando quieras salir a dar un paseo de noche, dímelo. No es seguro salir solo por estos bosques.

No me di cuenta hasta que no estuve acurrucada dentro de mi saco de que él también había salido solo ahí fuera. ¿Por qué sí era seguro para él, pero no para mí?

Entonces oí el aullido de otro lobo. Sonó mucho más cerca: tan cerca, que casi habría jurado que estaba pegado a mi tienda. Hubiera debido de entrarme miedo. O al menos eso pensé. Pero en lugar de ello, igual que cuando paseaba con Lucas, me sentí reconfortada.

Y tras caer rendida por el sueño, por primera vez en mucho tiempo, volví a soñar con lobos, pero no me desperté gritando.