3

Un par de minutos más tarde alcancé a Lucas. No le enseñé el regalo que me había hecho Mason. En parte esperaba que no lo viera. No sabía por qué, pero pensaba que él no lo aprobaría.

—Mason salió por el bosque anoche —le dije yo a Lucas—. Debió de ser a él a quien oí.

—Ya sé que él estuvo en el bosque. Lo olí.

—¿Cómo dices?

—Ese jabón que usa… es muy fuerte. Pero de cualquier modo, no creo que fuera él la persona que nos observaba.

—Pero él me ha dicho estuvo observándonos.

—Bueno, entonces puede que fuera él.

Yo sabía reconocer una respuesta evasiva cuando la oía.

—No lo dices muy convencido.

—No, es que simplemente creo que tenemos que estar alerta.

Yo asentí y contesté:

—Vale.

—¡Vamos! —gritó él a todo nuestro grupo.

Según parecía, al decir Lucas que nosotros dos iríamos delante debía de referirse a que él iría el primero y yo lo seguiría de cerca. Me dije que no teníamos más remedio que ir en fila india, porque el camino era muy estrecho. Aquel día teníamos que tomar un sendero que la gente había seguido tantas veces que estaba perfectamente marcado. No había ramas ni arbustos que entorpecieran el camino. Sin embargo al llegar a determinado punto nos desviamos hacia un área que nadie más había explorado. Eso era lo que más me gustaba de montar en bicicleta por el campo: poder llegar a lugares a los que nadie había llegado antes. Siempre constituía una aventura, siempre nos esperaba una sorpresa a la vuelta de cada esquina. Y en ese preciso momento, observando a Lucas, mi mayor sorpresa era comprobar cuánto disfrutaba contemplando sus movimientos. Era una persona segura de sí, y conocía el terreno que pisaba.

Yo sabía que él iba a la universidad en alguna parte y que había vuelto solo para trabajar en verano, pero ahí estaba el asunto. Lo que sabía de él no alcanzaba ni remotamente a satisfacer la inmensa curiosidad que suscitaba en mí.

Sabía también que estaba en una forma física estupenda. Apenas le costaba respirar mientras que yo, para mi desgracia, respiraba ya trabajosamente. El sendero formaba una ligera pendiente de subida y el terreno del bosque era duro y montañoso. Montar en bici a su ritmo requería de un verdadero esfuerzo. Y yo que me creía que estaba en forma. ¡Ja!

—Solo un poco más —dijo Lucas por fin.

Era humillante que no solo me oyera resoplar, sino que encima se sintiera obligado a hacerme saber que se había dado cuenta de cuánto luchaba por mantener su paso. Allí nadie me había hecho sentir como una extraña, pero en ese momento comprendí la verdad: lo era.

—Estoy bien.

Él miró para atrás sin alterar en absoluto la marcha y respondió:

—Pero el profe y los estudiantes están pasándolo mal.

Yo pensé en la aparente antipatía que sentía por Mason. O en la que Mason sentía por él.

—¿Estás tratando de demostrarles algo?

—Si estuviera tratando de demostrarles algo, no pararía.

Sí, probablemente seguiría pedaleando todo el día sin hacer ni una sola parada. Sentí una extraña mezcla de admiración y de celos. No tenía ni idea de por qué me importaba tanto, pero quería ser capaz de compararme con él, quería sorprenderlo con mi fortaleza y mi resistencia física. Quería impresionarlo.

El sendero se ensanchó ligeramente. Él aminoró la marcha hasta ponernos los dos a la par.

—Entonces, ¿cuánto tiempo hace que eres serpa? —pregunté yo.

Él dirigió su mirada plateada hacia mí para contestar:

—Cuatro años.

—¿Y es por eso por lo que me han puesto en tu equipo, por tu experiencia?

Él pareció observarme de esa forma lenta, tan propia de él, y por fin respondió:

—Yo pedí que te pusieran conmigo.

Por un segundo me quedé con la boca abierta, pero no creo que a él le diera tiempo a verlo, porque al mismo tiempo di un traspié. Lucas se movió con tal rapidez, que me dejó atónita. Me sujetó y me devolvió el equilibrio antes de que pudiera caer bajo el peso de la mochila que llevaba a la espalda. Sus largas y cálidas manos me agarraron de los brazos.

Hubiera debido de sentirme avergonzada por mi torpeza, pero en realidad no estaba pensando en eso. Estaba demasiado intrigada por lo que él había dicho.

—¿Por qué? —pregunté yo—. ¿Por qué pediste que me pusieran contigo?

—Porque no creo que nadie pueda protegerte tan bien como yo.

—¿Y quién te crees tú que eres, un superserpa? ¿O es que no me crees capaz de cuidar de mí misma?

—No soy yo quien acaba de tropezar.

Decidí que era una estupidez discutir y decirle que me había tropezado por su culpa, por lo que él me había dicho; justificar que mi torpeza se debía de algún modo a un error suyo.

—¿Vamos a parar aquí? —preguntó Lindsey mientras se acercaba a nosotros, mirándome de una forma extraña.

—Sí —dijo Lucas.

Él me soltó, se apartó y se quitó la mochila con la mayor facilidad, como si se tratara de una chaqueta. La apoyó contra el tronco de un árbol. Yo me quité trabajosamente la mía e hice lo mismo.

—Quince minutos de descanso. Hidrataos bien —dijo Lucas una vez que todos llegaron adonde estábamos nosotros—. Voy a explorar el área y los alrededores.

Antes de que nadie pudiera responder, Lucas desapareció entre dos árboles.

Vale, señor Yo-nunca-me-canso, pensé yo. Tú sigue así. Demuéstranos que no eres humano, que no necesitas descansar.

—¿Es que ese tío no se cansa nunca? —preguntó Mason de mal humor mientras se dejaba caer al suelo después de quitarse la mochila.

—Dicen que es el mejor —contestó el profesor Keane.

El profesor Keane tenía el pelo negro salpicado de canas. Y tenía un aspecto distinguido incluso con la ropa de montar en bici, como si en cualquier momento fuera a comenzar la clase. No parecía el tipo de profesor al estilo de Indiana Jones. Se acercó lentamente hacia dos de sus estudiantes, Tyler y Ethan, que cargaban con un enorme cajón de madera que iba suspendido de una especie de litera. Ambos estudiantes resoplaban fuertemente y sudaban a mares. El profesor los ayudó a dejar el cajón con cuidado en el suelo.

—¿Qué es eso, profesor? —preguntó Connor.

—Es una parte del equipo que necesitaremos para recoger muestras una vez que nos adentremos en la espesura.

—Pues debes de estar planeando recoger muchas muestras.

El profesor Keane sonrió de un modo que me recordó a mi psicoterapeuta cuando quería hacerme comprender que él sabía cosas con las que mi débil mente jamás hubiera soñado siquiera.

—Pretendo recuperar todo el dinero que me está costando realmente este viaje. Y solo he traído a estudiantes con verdadera curiosidad, así que estoy convencido de que hay muchas cosas aquí que querrán examinar de cerca.

Así que Mason no era el único con resentimientos. Yo no tenía ni idea de cuánto cobraba el parque por los servicios de un serpa. Solo sabía que a mí me pagaban el sueldo mínimo. La idea era que nuestra verdadera recompensa consistía en poder pasar el verano en el bosque. Ninguno de nosotros habría estado allí de no habernos gustado realmente lo que hacíamos.

El resto de estudiantes, David, Jon y Monique, se sentaron los tres juntos formando un grupito. Los serpas nos reunimos. David y Jon parecían un poco mayores para ser estudiantes recién graduados. Me pregunté si habrían decidido tardíamente lo que querían hacer con sus vidas. Pensé que debían estar ya cerca de los treinta. Monique era una chica encantadora, ágil y con la silueta de una supermodelo. Era alta, con una piel del color del chocolate con leche y un cutis perfecto.

Teniendo en cuenta la actitud del profesor Keane acerca de recuperar con creces el dinero que había invertido, no me pareció una buena idea separarnos en dos grupos distintos: serpas por un lado contra estudiantes por el otro. Busqué la botella de agua por la mochila y me senté junto a Mason. Él estaba hurgándose la uña del dedo pulgar.

—¿Qué te ha pasado?

—Ah, que me he roto la uña esta mañana cuando estábamos empaquetando los víveres. Ahora se me engancha todo.

—Yo tengo una lima de uñas, si quieres —dije al tiempo que abría la cremallera de un bolsillo de mi mochila.

—¿Te has traído una lima de uñas? —preguntó él, realmente atónito.

—Claro. Ninguna chica que se preocupe mínimamente por su manicura puede ir por el bosque sin su lima de uñas.

Mason se echó a reír, aceptó mi ofrecimiento y se limó la uña. Me la devolvió poco después. Yo volví a guardármela en el bolsillo.

—Deberías beber —le recordé yo.

—¡Ah!, sí, cierto.

Él sacó una botella de la mochila y se la bebió entera en cuestión de segundos. Luego alzó la vista por encima de la botella hacia mí y preguntó:

—¿Qué sabes tú de ese tipo?

—¿De qué tipo?

—Del tipo que se cree que está al mando aquí.

—Si te refieres a Lucas, está realmente al mando aquí. Tiene papeles y todo lo que tú quieras para demostrártelo.

Yo no estaba muy segura de por qué lo defendía cuando su actitud era tan soberbia.

—Lo que sea. ¿Es de por aquí?

—Sí. Quiero decir que creo que va a la universidad en otra parte, pero creció por aquí.

—Tiene un pelo raro. Quiero decir que, ¿quién tiene el pelo de tantos colores diferentes?

A mí en realidad me gustaba su pelo, pero no lo defendí porque no quería que nadie pensara que Lucas me gustaba. No estaba muy segura de cómo definir lo que sentía por él. Por un lado me resultaba increíblemente sexi, por el otro él era mayor y parecía tener mucha más experiencia que yo. La verdad era que me daba un poco de miedo.

—¿Y tú? —preguntó Mason, interrumpiendo mis extrañas meditaciones—. Te he oído decir que eres de Dallas. Y este parque está casi en Canadá. ¿Cómo es que te has decidido a trabajar tan lejos de casa?

Mi instinto me aconsejó que le contestara cualquier cosa, pero la verdadera clave para que una terapia funcionara era enfrentarse al pasado y no esconderse, no tenerle miedo. Además, yo aún sentía ciertas emociones espeluznantes a causa de la pesadilla que había tenido. Puede que necesitara liberarme de ellas, y Mason parecía un chico majo que, de algún modo, estaba interesado en mí. Toqué la pulsera de piel trenzada que me había regalado y dije con la voz más baja que pude:

—Me lo recomendó mi loquero.

—¿Vas al loquero?

No supe adivinar si estaba impresionado u horrorizado. La gente de mi colegio solía pensar que si alguien iba al psiquiatra era porque estaba a punto de iniciar la aventura de asesinar a alguien, así que yo jamás hablaba del asunto con nadie. Por eso en casa me sentía mucho más encerrada en mí misma de lo que me sentía allí, en medio del bosque. Entre aquella espesura me encontraba mucho más cómoda que en Dallas. De haberme dado a elegir entre vivir en la ciudad o vivir en el bosque, yo siempre habría elegido el bosque. De pronto, en aquel momento, sentí que necesitaba conectar con alguien a un nivel al que jamás había llegado. Así que asentí en dirección a Mason y lo admití:

—Sí.

—Entonces… ¿eres bipolar o qué?

Vale, ahí estaba: la connotación negativa, bien envuelta y con lazo y todo.

—Digamos simplemente que tengo problemas —contesté yo. Y dado que él había tocado un tema delicado, yo seguí hablando de manera cortante—. Mataron a mis padres en este bosque. Mi terapeuta dice que necesito hacer las paces con este parque para poder superar su muerte.

—¡Vaya, eso sí que es fuerte!

Era evidente que él tenía problemas para hablar de asuntos sentimentales, pero fuera cual fuera la conexión que yo había creído entablar con él momentos antes, sin duda había sido un completo error. De hecho ya me estaba arrepintiendo de haberle revelado ese secreto.

—Sí. No suelo contárselo a nadie. Olvida que lo he mencionado. No sé por qué te lo he dicho.

—¡No, espera!, ha sido culpa mía. Jamás había conocido a nadie cuyos padres hubieran sido asesinados. Quiero decir que no me esperaba nada de eso. ¿Cómo los mataron? ¿Fue algún animal salvaje?

Yo sacudí la cabeza.

—Lo siento. No quiero seguir hablando de eso. No debería haberlo mencionado.

—¡Eh!, no importa. No es que no importe que ellos murieran, sino que no importa que no quieras hablar de eso. Desde que nos conocimos ayer, he sentido una especie de conexión contigo. En serio, si quieres hablar, aquí estoy.

Yo sonreí vacilante y contesté:

—Gracias.

—Además, de mí te puedes fiar, ¿sabes? Solo vamos a vernos durante un par de semanas, y luego yo me iré. A menos que…

Su voz se desvaneció.

—¿A menos que qué? —pregunté yo, tratando de incitarlo a contestar.

—A menos que lleguemos a sentirnos verdaderamente unidos durante esta excursión. Entonces, ¿quién sabe? Entre los correos electrónicos y los mensajes de texto, puede que las relaciones a larga distancia funcionen.

Ya podía ir sacando el anillo de pedida.

—¡Vaya, sí que vas deprisa!

—Solo pienso en las posibilidades —contestó él, inclinándose hacia mí—. Me interesan mucho las posibilidades.

Y a mí también. O eso creía. Pero entonces, ¿por qué no le guiñé un ojo o le di un empujoncito en la dirección correcta? ¿Por qué de pronto me encontré a mí misma mirando a mi alrededor, como si estuviera haciendo algo malo? ¿Y por qué me sobresalté tanto al ver a Lucas apoyado en un árbol, observándome?

¿Qué tenía ese chico, Lucas, y por qué estaba constantemente al acecho, al margen del grupo? ¿Y por qué diablos me estaba preguntando yo en qué clase de posibilidades estaría pensando él?

—Tenemos que seguir si queremos llegar al lugar en el que pensamos acampar esta noche —anunció de pronto Lucas—. Chica de ciudad, tú sigues conmigo.

Por regla general me gusta trabajar en equipo. Pero a veces no. Seguíamos estando lo suficientemente cerca del campamento como para que Lucas me mandara de vuelta si yo ponía en marcha un motín. Y después de tropezarme poco antes, ni siquiera podía argumentar que no necesitaba que me vigilaran.

Agarré la mochila, me la cargué a los hombros y caminé trabajosamente hacia él.

—¿De verdad crees que es necesario que siga tus pasos como si fuera tu sombra?

—Por ahora sí —contestó él. Luego ladeó la cabeza hacia atrás, detrás de mí, y preguntó—: ¿Es que querías ir con él?

Yo sabía que se refería a Mason.

—Puede. ¿Qué te importa a ti?

—En cuanto te metieras en un problema, ibas a ver lo pronto que echaba a correr para ponerse a salvo. No ibas a volver a verle el culo.

—Eso no lo sabes.

—Se me da bien juzgar a la gente. Mason es un perro ladrador y poco mordedor.

—Y supongo que tú eres un buen mordedor.

Una esquina de su labio se alzó ligeramente en un gesto que bien habría podido ser una sonrisa.

—Eso depende de si el otro necesita que lo muerda.

Antes de que yo pudiera darle una respuesta inteligente, esa versión tan particular de sonrisa desapareció de su rostro y él añadió:

—Ahí fuera puede haber muchos peligros. Quédate conmigo un poco más.

¿Me hablaba de peligro a mí? ¿Es que no conocía mi historia? Y de todos modos, ¿qué le importaba? ¿Le preocupaba solo porque yo era la nueva, o había algo más? ¿Y por qué yo deseaba que se tratara de algo más? Pensé en la posibilidad de seguir discutiendo, pero todo el mundo se había reunido alrededor de nosotros y era yo quien suponía un retraso en ese momento.

Me encogí de hombros en la medida de lo posible, cargada con una mochila a la espalda que pesaba dos toneladas, y contesté:

—Muy bien, jefe. Vamos.