Los agitados acontecimientos en los países del Báltico durante los últimos años son condición necesaria de la aparición de esta novela. Ni que decir tiene que resulta muy complicado escribir una novela cuya acción y ambientación están ubicadas en un entorno desconocido para el autor, y más aún cuando se profundiza en un contexto político y social donde nada está decidido. Hay que manejar datos concretos: ¿sigue en pie aquella estatua, la han derribado o llevado a otro lugar?; ¿continúa llamándose como antes aquella calle en febrero de 1991, o han vuelto a cambiarle el nombre? Sobre todo hay que evitar utilizar el hecho de que, a pesar de todo, la situación en los Estados bálticos es provisional, y la marcha de los acontecimientos, imprevisible. Es cierto que recrear los pensamientos y los sentimientos es tarea del escritor, pero a veces se necesita ayuda. Le debo mucho a varias personas. En concreto, quiero mencionar a dos, de uno puedo decir su nombre, el otro permanecerá en el anonimato: Guntis Bergklavs, que dedicó su inapreciable tiempo a explicar, recordar y sugerir, y me enseñó los secretos de la ciudad de Riga. También quiero dar las gracias al investigador del grupo de homicidios de la policía de Riga, que, pacientemente, me indicó su modo de proceder en el trabajo.
La dificultad radicaba en que no podíamos olvidar nunca cómo estaban las cosas hacía un año, cuando la situación era muy distinta y más confusa que hoy. El destino de los países bálticos todavía no está decidido. Las tropas rusas siguen de guardia en territorio letón. El futuro tan solo se forjará tras un intenso duelo entre lo viejo y lo nuevo, lo conocido y lo desconocido.
Unos meses después de que, en la primavera de 1991, esta novela estuviera acabada, se produjo el golpe de Estado en la Unión Soviética, un acontecimiento que serviría para acelerar el proceso de independencia de los Estados bálticos. Sin duda, la posibilidad de ese golpe estaba en el punto de arranque de la novela; pero ni yo ni nadie podía predecir qué iba a suceder ni cómo podría acabar.
Este libro es una novela, y ello significa que no todo lo que se describe ha ocurrido exactamente de la forma que se describe. No obstante, podría haber sucedido de la manera que se narra. La libertad del escritor radica en la posibilidad de proveer a unos grandes almacenes con un mostrador de consigna inexistente o crear de la nada un departamento de muebles si hace falta. Y a veces hace falta.
Henning Mankell, abril de 1992