Viernes 28 de marzo de 1996, 08:00 AM
Amaneció lentamente. Unas pálidas manchas de luz iluminaron levemente el borde del fregadero de porcelana. Desde donde estaba sentado Jack pudo ver una telaraña de ramas desnudas recortada contra el cielo que se iba aclarando progresivamente. No había pegado ojo en toda la noche.
Cuando la luz matutina invadió por completo la habitación, Jack se atrevió a mirar por encima del hombro. No era un espectáculo agradable. Terese y Richard estaban muertos y tenían espumarajos sanguinolentos alrededor de los labios, que se habían puesto azules. Los dos estaban ligeramente sonrosados, sobre todo Terese, efecto que Jack atribuyó al calor del fuego, que ahora había quedado reducido a brasas.
Jack contempló con desespero el desagüe que tan eficazmente lo mantenía atado. Estaba en un apuro tremendo. Twin y los Black Kings debían de estar ya en camino. Incluso sin los tres mil dólares, la banda tenía sobradas razones para liquidarlo, debido a su participación en la muerte de dos de sus miembros.
Jack echó la cabeza hacia atrás y gritó pidiendo ayuda con todas sus fuerzas. Sabía que era inútil y pronto dejó de gritar cuando se quedó sin aliento. Tiró con fuerza de las esposas e incluso metió la cabeza debajo del fregadero para examinar la junta de plomo que unía la tubería de latón con la tubería de hierro colado que había debajo del sifón. Intentó escarbar en el plomo con la uña, pero no tuvo éxito.
Finalmente se sentó como antes. Su ansiedad era insoportable, agravada por la falta de sueño, de alimento y de agua. Le resultaba difícil pensar con claridad, pero tenía que intentarlo; no tenía mucho tiempo.
Jack consideró la posibilidad de que los Black Kings no aparecieran, como había ocurrido el día anterior; sin embargo, esa perspectiva tampoco era demasiado alentadora. Jack se vería condenado a una muerte terrible producida por la gripe o la deshidratación. Si no conseguía tomarse la rimantadina, la gripe acabaría con él.
Jack contuvo las lágrimas. ¿Cómo había podido ser tan estúpido y dejarse atrapar de esa forma? Se reprendió por su inútil cruzada heroica y por la infantil idea de demostrarse algo a sí mismo. Su actitud había sido tan temeraria como la que adoptaba cada día circulando por la Segunda Avenida en bicicleta, mofándose de la muerte.
Dos horas más tarde Jack oyó el débil inicio del siniestro sonido: ruedas de coche sobre la grava. Habían llegado los Black Kings.
Presa de pánico, Jack se puso a dar patadas al tubo del desagüe, como había hecho ya muchas veces durante el día y medio anterior, y con el mismo resultado.
Se quedó quieto y escuchó. El coche estaba más cerca. Jack miró el fregadero y de pronto tuvo una idea. El fregadero era un monstruo inmenso de hierro colado con una pila enorme y un gran espacio para escurrir los platos. Jack se imaginó que debía de pesar más de cien kilos. Vio que estaba fijado a la pared, además de sujetado por el pesado desagüe.
Jack se puso en cuclillas, apoyó el borde inferior del fregadero sobre su bíceps e intentó empujarlo hacia arriba. Se movió un poco, y cayeron unos trozos de argamasa en la pila.
Jack se retorció como un contorsionista hasta que consiguió poner el pie derecho contra el borde del fregadero. Oyó que el coche se paraba y empujó con la pierna. Se oyó un crujido. Jack se colocó de forma que sus dos pies quedaron bajo el borde del fregadero y apretó con todas sus fuerzas.
El fregadero se soltó de la pared con un chasquido y un sonido chirriante. Le cayó un poco de yeso en la cara. Una vez suelto, el fregadero se tambaleó, sujeto sólo por la tubería del desagüe.
Jack volvió a empujar con las dos piernas y consiguió que el fregadero cayera hacia delante. Las tuberías de cobre del agua se rompieron por los extremos y empezó a salir agua. El tubo del desagüe siguió intacto hasta que la junta del plomo cedió. Entonces la tubería de latón se soltó del hierro colado. El fregadero hizo un estruendo tremendo al caer sobre una de las sillas de cocina y derrumbarse pesadamente sobre el suelo de madera.
Jack estaba empapado del agua que había salido, ¡pero era libre! Se puso en pie y oyó unos pesados pasos en el porche delantero. Sabía que la puerta no estaba cerrada con llave y que los Black Kings podían entrar en cualquier momento. Y sin duda habían oído el estruendo del fregadero al caer.
Como no tenía tiempo para buscar el revólver, Jack se precipitó hacia la puerta trasera. Manipuló, frenético, el cerrojo y consiguió abrir la puerta. Ya fuera de la casa, saltó los escalones y pisó la hierba cubierta de rocío.
Se agachó para que no pudieran verlo y se alejó de la casa corriendo lo más deprisa que pudo y con las manos todavía esposadas. Ante él había un estanque que ocupaba la zona que la noche de su llegada había creído que era un campo. A la izquierda del estanque, y a unos treinta metros de la casa, se erguía el granero. Jack corrió hacia él. Era su única esperanza de encontrar un escondite, ya que el bosque circundante estaba seco y sin hojas.
Jack llegó a la puerta del granero, con el corazón latiéndole violentamente, y comprobó que no estaba cerrada con llave. La abrió de un empujón, se metió dentro y cerró la puerta tras él.
El interior del granero estaba oscuro, olía a humedad y era poco atractivo. Sólo entraba luz por una pequeña ventana orientada al oeste. Los restos oxidados de un viejo tractor se perfilaban en la penumbra.
Aterrado, Jack recorrió el interior del granero en busca de un sitio donde ocultarse. Sus ojos empezaron a acostumbrarse a la oscuridad. Miró en varias cuadras vacías, pero no había forma de esconderse. Arriba había un pajar, pero también estaba vacío.
Recorrió con la mirada el suelo de tablones y buscó en vano alguna trampilla, pero no encontró ninguna. En el fondo del granero había una pequeña habitación llena de herramientas de jardinería, pero tampoco ahí podía esconderse. Cuando estaba a punto de desistir, Jack descubrió un cofre de madera del tamaño de un ataúd. Corrió hacia él y levantó la tapa. Dentro había varias bolsas apestosas de fertilizantes.
A Jack se le heló la sangre. Oyó una voz de hombre en el exterior que gritaba: «¡Aquí, tío, aquí! ¡Hay huellas en la hierba!».
Jack comprendió que no tenía otra alternativa y sacó las bolsas de fertilizante del cofre. Luego se metió dentro y cerró la tapa.
Jack no paraba de sudar, aunque temblaba de miedo y de frío. Respiraba entrecortadamente, con breves jadeos. Intentó tranquilizarse. Si quería que su escondite resultara eficaz, no podía hacer ruido.
Poco después oyó que la puerta del granero se abría y luego unas voces amortiguadas. Sonaron pasos sobre el suelo de tablones. A continuación se oyó un ruido, como si se hubiera volcado algo. Jack oyó que alguien blasfemaba. Y luego, otro ruido.
—¿Tienes la pistola amartillada? —preguntó una voz ronca.
—¿Me has tomado por imbécil? —replicó otra vez.
Jack oyó pasos que se acercaban. Contuvo la respiración, intentó dominar su temblor e intentó no toser. Hubo una pausa, y luego pasos otra vez. Jack soltó el aire.
—Aquí dentro hay alguien, estoy seguro —dijo una voz.
—Cállate y sigue mirando —contestó la otra.
De pronto, sin previo aviso, la tapa del cofre donde se había escondido Jack se abrió por completo. Fue todo tan repentino que a Jack le cogió desprevenido. Soltó un leve chillido. El negro que lo miraba desde arriba hizo otro tanto y soltó la tapa del cofre.
La tapa volvió a abrirse rápidamente. Jack vio que el hombre empuñaba una pistola automática en la mano que tenía libre. Llevaba una gorra de punto negra en la cabeza.
Jack y el negro se miraron a los ojos un momento, y luego el hombre miró a su acompañante.
—Aquí está, es el médico —dijo—. Está dentro de esta caja.
Jack no se atrevía a moverse. Oyó unos pasos que se acercaban. Intentó prepararse para ver la sonrisa burlona de Twin. Pero los presagios de Jack no se cumplieron. Cuando levantó la vista, no fue la cara de Twin lo que vio, sino la de Warren.
—Mierda, Doc —dijo Warren—. Parece que hubieras hecho la guerra de Vietnam tú solito.
Jack tragó saliva. Miró al otro hombre, al que ahora reconoció como uno de los que siempre jugaban a baloncesto. Jack volvió a mirar a Warren. Estaba aturdido y temía que todo aquello fuera una alucinación.
—Vamos, Doc —dijo Warren tendiéndole una mano a Jack—. Sal de la caja para que podamos ver si el resto está tan mal como tu cara.
Jack dejó que Warren lo ayudara a levantarse. Saltó al suelo. Estaba empapado del agua que le había saltado encima al romper el fregadero.
—Bueno, parece que el resto funciona —dijo Warren—. Pero no hueles muy bien. Y tenemos que quitarte esas esposas.
—¿Cómo habéis llegado aquí? —preguntó Jack al recobrar la voz.
—Pues en coche —repuso Warren—. ¿Cómo querías que viniéramos? ¿En el metro?
—Pero si tenían que venir los Black Kings —dijo Jack—. Un tipo que se llama Twin.
—Siento decepcionarte, tío —dijo Warren—. Tendrás que conformarte conmigo.
—No entiendo nada.
—Twin y yo hicimos un trato —explicó Warren—. Pactamos una tregua, acordamos no volver a atacarnos entre nosotros. Una de las condiciones era que no te mataran a ti. Luego Twin me llamó y me dijo que te tenían secuestrado aquí y que si quería salvarte el pellejo sería mejor que me diera un paseo por la montaña. Y aquí estamos. La caballería.
—¡Dios mío! —exclamó Jack, meneando la cabeza. Era inquietante comprobar hasta qué punto el destino de uno estaba en manos de otras personas.
—Oye, esos que hay en la casa no tienen muy buen aspecto —dijo Warren—. Y huelen peor que tú. ¿Cómo han muerto?
—De gripe —dijo Jack.
—¡No me digas! —exclamó Warren—. ¡Vaya! ¡Aquí también! Anoche lo oí en las noticias. En la ciudad está todo el mundo muy preocupado.
—Y tienen motivo para estarlo —dijo Jack—. Creo que será mejor que me cuentes lo que oíste.