Martes 26 de marzo de 1996, 08:45 PM
Jack miraba por la ventanilla del coche en marcha sin ver el paisaje nocturno. Iba en el asiento del acompañante del coche sin distintivos de Shawn Magoginal, que circulaba en dirección sur por la F. D. Roosevelt Drive. Shawn era el policía de paisano que había aparecido como por arte de magia en el momento crucial para salvar a Jack de una muerte segura.
Ya había pasado más de una hora del terrible suceso, pero Jack aún no se había recuperado. De hecho, cuanto más pensaba en aquella tercera agresión contra él, mayor era su nerviosismo. Estaba temblando literalmente. Esforzándose por ocultar a Shawn su reacción tardía, se puso las manos entre las rodillas.
Momentos antes, cuando los coches de la policía y la ambulancia llegaron al restaurante, se produjo un caos. La policía quería los nombres y las direcciones de todos los presentes. Varias personas protestaron, y otras colaboraron de buen grado. Al principio Jack pensó que él recibiría el mismo trato, pero entonces Shawn le comunicó que el teniente Lou Soldano quería hablar con él en la comisaría de policía.
Jack no quería ir, pero no le dieron alternativa. Terese insistió en acompañarlo, pero Jack la disuadió de hacerlo. Terese no cedió hasta que él prometió llamarla más tarde.
Ella le dijo que la encontraría en la agencia. Tras una experiencia como aquélla, no quería estar sola.
Jack se pasó la lengua por el interior de la boca. La combinación del vino y los nervios se la habían dejado más seca que un trapo. No quería ir a la comisaría de policía por temor a que lo detuvieran. No había informado del asesinato de Reginald y había presenciado el homicidio cometido en el drugstore. Para colmo, había dado a Laurie suficientes datos para indicar que el asesinato de Reginald y el de Beth podían estar relacionados.
Jack suspiró y se pasó una mano por el pelo. Se preguntaba cómo respondería a las inevitables preguntas que le iban a formular.
—¿Se encuentra bien? —preguntó Shawn, y miró a Jack, consciente del nerviosismo que se había apoderado de él.
—Sí, estoy bien —contestó Jack—. Ha sido una velada maravillosa. En esta ciudad es imposible aburrirse.
—Es una postura optimista —comentó Shawn.
Jack miró de soslayo al policía, que al parecer se había tomado en serio su comentario.
—Me gustaría hacerle un par de preguntas —dijo Jack—. ¿Qué demonios hacía usted en el restaurante? ¿Y cómo sabía que yo era médico? ¿Y por qué tengo que darle las gracias a Lou Soldano?
—El teniente Soldano recibió el aviso de que usted podría estar en peligro —dijo Shawn.
—¿Cómo supo usted que estaba en ese restaurante?
—Muy sencillo. El sargento Murphy y yo lo seguimos desde el depósito de cadáveres.
Jack volvió a mirar por la ventanilla, por donde las imágenes pasaban a toda velocidad, meneó la cabeza levemente. Estaba avergonzado por haber pensado que había sido muy listo y que era imposible que le hubieran seguido. Era evidente que aquélla no era su especialidad.
—En Bloomies estuvo a punto de darnos esquinazo —añadió Shawn—. Pero me imaginé lo que pretendía hacer.
—¿Y quién avisó al teniente Soldano? —Jack miró al detective. Suponía que tenía que haber sido Laurie.
—Eso no lo sé —contestó Shawn—. Pero pronto podrá preguntárselo a él personalmente.
La F. D. Roosevelt se convirtió imperceptiblemente en el South Street Viaduct. La inconfundible silueta del puente de Brooklyn apareció ante los ojos de Jack. Contra el pálido cielo nocturno parecía una lira gigantesca.
Salieron de la autovía junto a la parte norte del puente y no tardaron en llegar a la comisaría de policía.
Jack nunca había visto aquel edificio y le sorprendió lo moderno que era. Una vez dentro tuvo que pasar por un detector de metales. Shawn lo acompañó al despacho de Lou Soldano y luego se marchó.
Lou se levantó, le tendió la mano y luego acercó una silla.
—Siéntate, Doc —dijo Lou—. Éste es el sargento Wilson. —Señaló hacia un agente de policía afroamericano uniformado que se puso en pie al ser presentado. Era un hombre atractivo y su uniforme estaba impecablemente planchado. Su aspecto pulido contrastaba con el desaliñado atuendo de Lou.
Jack le estrechó la mano al sargento y le sorprendió la fuerza del apretón de aquel hombre. Se avergonzó de su mano húmeda y temblorosa.
—He pedido al sargento Wilson que bajara porque él dirige nuestra Unidad Antibandas de Operaciones Especiales —dijo Lou mientras volvía a su mesa y se sentaba.
«Maravilloso», pensó Jack, temiendo que aquella reunión pudiera conducirlos hasta Warren. Jack intentó sonreír, pero fue una sonrisa vacilante y falsa; sospechaba que su nerviosismo era demasiado evidente. Jack temía que aquellos dos agentes de la ley con experiencia hubieran adivinado que era un delincuente en cuanto lo vieron cruzar la puerta.
—Tengo entendido que esta noche has vivido una experiencia desagradable —comentó Lou.
—Sí, es una forma de expresarlo —dijo Jack.
Miró a Lou, que no era como se lo había imaginado. Laurie había insinuado que había tenido una relación sentimental con él, por lo que Jack creía que sería más atractivo físicamente: más alto, más elegante. Pero ahora a Jack le parecía una versión más bajita de sí mismo, con su constitución robusta y su cabello corto y crespo.
—¿Puedo preguntarte una cosa? —dijo Jack.
—Por supuesto —respondió Lou extendiendo las manos—. Esto no es un interrogatorio, sino una charla.
—¿Por qué pediste al agente Magoginal que me siguiera? —dijo Jack—. No me estoy quejando, a ver si me entiendes. Me ha salvado la vida.
—Eso tienes que agradecérselo a la doctora Laurie Montgomery —dijo Lou—. Estaba preocupada por ti y me hizo prometerle que haría algo. Lo único que se me ocurrió fue hacer que te siguieran.
—Te lo agradezco mucho —dijo Jack, y se preguntó qué podría decirle a Laurie para darle las gracias.
—Y ahora, Doc, están pasando muchas cosas que no acabamos de explicarnos. —Lou puso los codos sobre la mesa, y apoyó la barbilla en las manos—. Quizá tú puedas contarnos qué está pasando.
—La verdad es que todavía no lo sé —repuso Jack.
—Sí, claro. ¡Pero recuérdalo! ¡Puedes relajarte! Esto no es más que una charla, en serio.
—Con lo nervioso que estoy, no sé si podré sostener una conversación normal.
—Quizá prefieras que te cuente yo primero lo que sé —propuso Lou, y a continuación le resumió lo que Laurie le había contado.
Lou hizo hincapié en que sabía que Jack había sido golpeado por lo menos en una ocasión y que ahora un miembro de una banda del Lower East Side había atentado contra su vida. Lou mencionó el desprecio que Jack sentía hacia AmeriCare y su sospecha de que existía una conspiración detrás de los recientes brotes de enfermedades infecciosas ocurridos en el Hospital General de Manhattan. También mencionó que al parecer Jack había ofendido a varios empleados del hospital. Concluyó con la insinuación que Jack había dicho a Laurie de que dos homicidios aparentemente inconexos podían estar relacionados y que los análisis preliminares habían corroborado su sorprendente teoría.
Jack tragó saliva con dificultad.
—Uf —dijo—. Empiezo a pensar que sabes más cosas que yo.
—Estoy seguro de que no es ése el caso —afirmó Lou con una astuta sonrisa—. Pero quizá toda esta información te indique qué más necesitamos saber para impedir que se produzcan más agresiones, contra ti o contra otras personas. Esta tarde ha habido otro asesinato relacionado con bandas cerca del Hospital General. ¿Sabes algo del caso?
Jack volvió a tragar saliva. No sabía qué decir. No se quitaba de la cabeza las advertencias de Warren, ni el hecho de que había huido de dos escenarios de un crimen y había sido cómplice de un asesino. Desde luego, era un delincuente.
—Preferiría no hablar de eso por ahora.
—¿Ah, sí? —dijo Lou—. ¿Y cómo es eso, Doc?
Jack se esforzó por buscar una respuesta. Detestaba mentir.
—Supongo que porque me preocupa la seguridad de ciertas personas.
—Para eso estamos aquí —indicó Lou—. Para preservar la integridad de las personas.
—Sí, ya lo sé —dijo Jack—. Pero esta situación es un poco complicada. Están pasando muchas cosas. Me temo que está a punto de producirse una verdadera epidemia.
—¿Una epidemia de qué?
—De gripe —contestó Jack—. De una forma de gripe con un alto índice de mortalidad.
—¿Ha habido muchos casos? —preguntó Lou.
—De momento no muchos. Pero de todos modos estoy muy preocupado.
—Me dan miedo las epidemias, pero quedan fuera de mis competencias —dijo Lou—. En cambio, los homicidios no. ¿Cuándo crees que estarás dispuesto a hablar sobre esos asesinatos que hemos mencionado, ya que de momento no lo estás?
—Dame un día más —repuso Jack—. La amenaza de esta epidemia es verdaderamente grave, créeme.
—Humm… —murmuró Lou, y miró al sargento Wilson.
—En un día pueden pasar muchas cosas —comentó el sargento.
—Sí, a mí también me preocupa —dijo Lou, y volvió a dirigirse a Jack—. Lo que nos inquieta es que los dos jóvenes asesinados pertenecían a bandas diferentes. No nos gustaría que estallara una guerra de bandas por aquí. Cuando se produce una situación así, muere mucha gente inocente.
—Necesito veinticuatro horas —repitió Jack—. Transcurrido ese tiempo espero poder demostrar mi teoría. Si no lo consigo, admitiré que me equivocaba y te contaré todo lo que sé, que no es mucho, por cierto.
—Mira, Doc —advirtió Lou—, podría detenerte ahora mismo y acusarte de complicidad. Estás obstruyendo deliberadamente la investigación de varios homicidios. No sé si eres consciente de lo que estás haciendo.
—Sí, creo que sí.
—Podría acusarte, pero no voy a hacerlo —prosiguió Lou, y se sentó en su silla—, sino que voy a respetar tu juicio sobre eso de la epidemia. Por deferencia a la doctora Montgomery, que al parecer te considera una buena persona, tendré paciencia con respecto a los asuntos que son de mi competencia. Pero quiero tener noticias tuyas mañana por la noche. ¿Entendido?
—Entendido —afirmó Jack. Miró al teniente, luego al sargento, y luego de nuevo al teniente—. ¿Nada más?
—De momento, no —dijo Lou.
Jack se levantó y se dirigió hacia la puerta. Antes de que se marchara, el sargento Wilson dijo:
—Espero que sepa el peligro que corre al meterse con esas bandas. Creen que tienen muy poco que perder, y por eso respetan muy poco la vida, tanto la suya como la de los demás.
—Lo tendré en cuenta —prometió Jack.
Jack salió a toda prisa del edificio. Al pisar la calle sintió un gran alivio, como si le hubieran concedido un indulto.
Mientras esperaba un taxi frente a la comisaría de policía, pensó adónde podía ir. Le daba miedo volver a su casa. De momento no quería ver ni a los Black Kings ni a Warren. Pensó en ir a ver a Terese, pero no quería volver a ponerla en peligro.
Como tenía pocas opciones, Jack decidió buscar un hotel barato. Por lo menos así estaría seguro y también lo estarían sus amigos.