Jueves 21 de marzo de 1996, 09:45 AM
—¡Por el amor de Dios! —murmuró Jack por lo bajo cuando estaba a punto de empezar la autopsia de Susanne Hard.
De pie detrás de él, Clint Abelard asomaba las narices por encima de su hombro y cambiaba continuamente el peso de una pierna a otra.
—Clint, ¿por qué no da la vuelta a la mesa y se coloca en el otro lado? —propuso Jack—. Así lo verá mucho mejor.
Clint hizo caso del consejo y se plantó enfrente de Jack, con las manos detrás de la espalda.
«Y ahora no te muevas» murmuró Jack para sí. No le gustaba tener a Clint revoloteando por allí, pero no tenía alternativa.
—Es triste ver a una mujer joven en una situación así —dijo Clint de pronto.
Jack levantó la vista. Le sorprendió oír un comentario que parecía demasiado humano en boca de Clint; Jack había catalogado al epidemiólogo como un burócrata insensible y malhumorado.
—¿Cuántos años tenía? —preguntó Clint.
—Veintiocho —dijo Vinnie desde un extremo de la mesa.
—A juzgar por el aspecto de su columna, no tuvo una vida fácil —observó Clint.
—Se sometió a varias intervenciones importantes de columna —explicó Jack.
—Es doblemente trágico, pues acababa de dar a luz —añadió Clint—. Ahora el niño ha quedado huérfano.
—Era su segundo hijo —apuntó Vinnie.
—Y tampoco deberíamos olvidar al marido —dijo Clint—. Debe de ser terrible perder a tu esposa.
Una punzada de dolor recorrió a Jack de arriba abajo. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no saltar por encima de la mesa y derribar a Clint.
Jack se apartó bruscamente de la mesa y se dirigió al lavabo. Oyó que Vinnie lo llamaba, pero no le hizo caso. Se apoyó en el borde del lavabo e intentó calmarse. Sabía que enfurecerse con Clint era una reacción irracional; no era nada más que pura y simple transferencia. Pero el hecho de comprender su origen no disminuía la irritación que sentía. Jack siempre se molestaba cuando oía aquellos clichés de gente que en realidad no tenía ni idea.
—¿Te pasa algo? —preguntó Vinnie, asomando la cabeza por la puerta.
—Voy enseguida —respondió Jack.
Vinnie soltó la puerta y dejó que se cerrara.
Aprovechando que estaba allí, Jack se lavó las manos y se puso unos guantes limpios. Cuando terminó regresó a la mesa.
—Vamos a acabar con esto de una vez —dijo.
—He examinado el cuerpo —anunció Clint—. No veo nada que parezca una picadura de insecto. ¿Y usted?
Jack tuvo que dominarse para no someter a Clint a un sermón como el que éste le había dado a él. En lugar de hacerlo se limitó a proceder con el examen externo y no habló hasta que hubo terminado.
—Al parecer, no hay gangrena, ni picaduras de insecto —resumió Jack—. Pero a simple vista se aprecian los ganglios linfáticos cervicales inflamados.
Jack señaló el descubrimiento a Clint, que entonces asintió con la cabeza.
—Eso encaja con la peste, desde luego —dijo Clint.
Jack no contestó. Cogió el escalpelo que le ofrecía Vinnie y rápidamente practicó la típica incisión de autopsia en forma de Y. La fría crueldad de la operación impresionó a Clint, que dio un paso atrás.
Jack trabajaba deprisa, pero con mucho cuidado. Sabía que cuanto menos manipulara los órganos internos, menos posibilidades había de que los microbios infecciosos se diseminaran por el aire.
Una vez que hubo extraído los órganos, Jack centró su atención en los pulmones. Calvin había vuelto a colocarse detrás de Jack mientras éste practicaba los primeros cortes en el órgano, evidentemente enfermo. Jack abrió el pulmón completamente, como una mariposa.
—Gran bronconeumonía y principio de necrosis en el tejido —comentó Calvin—. Se parece bastante al cuadro de Nodelman.
—No lo sé —repuso Jack—. Me da la impresión de que los hallazgos patológicos son similares, pero con menor consolidación. Fíjese en esos ganglios. Parecen casi como principios de granulomas con caseificación.
Clint escuchaba la descripción patológica con escaso interés y sin entender gran cosa. Recordaba los términos de la facultad de medicina, pero hacía mucho tiempo que había olvidado su significado.
—¿Cree usted que es peste? —preguntó.
—Es posible —dijo Calvin—. Veamos el hígado y el bazo.
Jack sacó con cuidado esos órganos de la bandeja y los cortó. Como había hecho con el pulmón, extendió completamente sus superficies abiertas para que todos pudieran mirar. Hasta Laurie se había acercado a la mesa de Jack.
—Gran necrosis —dijo Jack—. Desde luego, es un caso tan virulento como el de Nodelman y como el otro que he hecho antes.
—Yo creo que es peste —opinó Calvin.
—Pero ¿por qué dio negativa la prueba de anticuerpos? —preguntó Jack—. Eso me tiene intrigado, sobre todo teniendo en cuenta el aspecto del pulmón.
—¿Qué pasa con los pulmones? —preguntó Laurie.
Jack apartó el hígado y el bazo y mostró a Laurie la superficie cortada del pulmón, explicándole sus deducciones sobre la patología.
—Ahora comprendo lo que quieres decir —dijo Laurie—. No es igual que el de Nodelman. Sus pulmones presentaban más consolidación, desde luego. Esto se parece más a una especie de tuberculosis horriblemente agresiva.
—¡Bah! —murmuró Calvin—. Esto no es tuberculosis, de ninguna forma.
—Creo que Laurie no ha insinuado que lo sea —dijo Jack.
—No, no insinuaba eso —aseguró Laurie—. Sólo utilizaba la tuberculosis para describir estas zonas infectadas.
—Creo que es peste —insistió Calvin—. Hombre, no lo creería si no hubiera habido un caso ayer procedente del mismo hospital. Lo más probable es que sea peste, diga lo que diga su laboratorio.
—Pues yo no creo que lo sea —dijo Jack—. Pero ya veremos lo que dice nuestro laboratorio.
—¿Qué te parece si duplicamos nuestra apuesta? —propuso Calvin—. Si tan seguro estás…
—No, no estoy tan seguro, pero la acepto. Sé lo mucho que significa el dinero para ti.
—¿Hemos terminado? —preguntó Clint—. Porque si es así, tengo que irme.
—Sí, prácticamente he terminado —repuso Jack—. Voy a trabajar un poco más en los ganglios linfáticos y luego obtendré muestras para el microscopio. Si se marcha ahora no se perderá nada.
—Lo acompaño —dijo Calvin.
Calvin y Clint desaparecieron por la puerta, hacia el lavabo.
—Si no crees que sea peste, ¿qué piensas que puede ser? —preguntó Laurie mirando de nuevo el cadáver de la mujer.
—Me da un poco de apuro decirlo —dijo Jack.
—Vamos, Jack —lo animó Laurie—, te prometo que no se lo contaré a nadie.
Jack miró a Vinnie, que levantó las dos manos.
—Soy una tumba —dijo.
—Bien, tendría que recurrir a la hipótesis original que planteé con respecto a Nodelman —dijo Jack—. Y, para concretar un poco más, tengo que volver a pisar terreno peligroso. Si no es peste, la enfermedad infecciosa más próxima, tanto patológica como clínicamente, es la tularemia.
Laurie se echó a reír.
—¿Tularemia en una partera de veintiocho años, en Manhattan? —preguntó—. Eso sería muy raro, aunque no tan raro como tu diagnóstico de peste de ayer. Al fin y al cabo, puede que los fines de semana se dedicara a cazar conejos como hobby.
—Ya sé que no es muy probable —reconoció Jack—. Una vez más tengo que basarme totalmente en los hallazgos anatomopatológicos y en el hecho de que el análisis de peste dio negativo.
—Estoy dispuesta a apostar veinticinco centavos —dijo Laurie.
—¡Vaya gasto! —bromeó Jack—. ¡Está bien! Me apuesto veinticinco centavos.
Laurie volvió a su mesa, a encargarse de su caso. Jack y Vinnie centraron de nuevo su atención en Susanne Hard. Mientras Vinnie hacía su trabajo, Jack terminó la disección de los ganglios linfáticos, y luego tomó las muestras de tejido que creyó oportuno para el estudio microscópico. Cuando hubo colocado todas las muestras en los recipientes adecuados y los hubo etiquetado debidamente, ayudó a Vinnie a coser el cadáver.
Tras abandonar la sala de autopsias, Jack se encargó de guardar correctamente su traje protector. Después de enchufar la batería recargable del ventilador, subió en ascensor a la tercera planta para ver a Agnes Finn. La encontró sentada ante un montón de placas de Petri, examinando cultivos bacteriológicos.
—Acabo de terminar otro caso de infección que se sospecha puede ser peste —le dijo—. No tardarás en recibir las muestras que he tomado. Pero hay un problema: el laboratorio del Hospital General de Manhattan asegura que las pruebas fueron negativas. Quiero repetir el análisis, por supuesto, pero al mismo tiempo quiero que descartes la tularemia, y lo más rápidamente que puedas.
—No será fácil —repuso ella—. Las muestras de Francisella tularensis son peligrosas. Los empleados del laboratorio pueden contagiarse fácilmente si las bacterias pasan al aire. Existe una prueba con antibióticos para la tularemia, pero no la tenemos.
—¿Entonces cómo haces el diagnóstico? —preguntó Jack.
—Tenemos que enviar las muestras fuera —contestó Agnes—. Debido al riesgo de contagio, los reactivos suelen guardarse sólo en laboratorios de referencia donde el personal está acostumbrado a manipular estas bacterias. Y aquí, en Nueva York, hay un laboratorio de ésos.
—¿Puedes enviar las muestras enseguida? —preguntó Jack.
—Las enviaré con un mensajero en cuanto las reciba —repuso Agnes—. Si llamo y les digo que es urgente, tendremos un resultado preliminar en menos de 24 horas.
—Perfecto —dijo Jack—. Esperaré. Del resultado depende que gane o pierda diez dólares y veinticinco centavos.
Agnes miró extrañada a Jack, quien estuvo a punto de explicarse, pero, temiendo que su relato pareciera todavía más absurdo, subió rápidamente a su despacho.