Jueves 21 de marzo de 1996, 07:25 AM
Jack, que era un hombre fiel a sus costumbres, llegaba siempre a la misma hora a su despacho del Instituto Forense, cinco minutos más, cinco minutos menos. Esa mañana se había retrasado diez minutos porque se había despertado con una leve resaca. Hacía tanto tiempo que no le ocurría que había olvidado por completo lo mal que se pasaba.
De modo que se había quedado unos minutos más de lo normal en la ducha, y en el eslálom por la Segunda Avenida había mantenido una velocidad ligeramente más razonable.
Al cruzar la Primera Avenida Jack vio algo que nunca había visto antes a aquellas horas de la mañana: un camión de televisión con la antena principal extendida, plantado frente al edificio del Instituto Forense.
Modificó un poco su trayectoria y rodeó el camión, comprobando que no había nadie dentro. Miró hacia la puerta principal del edificio del Instituto Forense y vio a un grupo de periodistas amontonados junto al umbral.
Sintiendo curiosidad por lo que estaría pasando, Jack se dirigió rápidamente hacia la entrada de vehículos, dejó su bicicleta en el sitio de siempre y subió a la sala de identificación.
Laurie y Vinnie estaban sentados en sus respectivas sillas, como de costumbre. Jack los saludó, pero siguió andando por la sala para echar un vistazo al vestíbulo, que estaba más abarrotado que nunca.
—¿Qué demonios pasa? —preguntó Jack volviéndose hacia Laurie.
—Tú deberías saberlo mejor que nadie —contestó ella. Estaba ocupada organizando el programa de autopsias del día—. Se trata de la epidemia de peste.
—¿Epidemia? —preguntó Jack—. ¿Ha habido algún caso más?
—¿No te has enterado? —preguntó Laurie—. ¿Es que no ves las noticias de la mañana?
—No tengo televisor —reconoció Jack—. En el barrio donde vivo, tener televisor es buscarse problemas.
—Bueno, pues esta noche nos han llegado dos víctimas —comunicó Laurie—. Una de ellas era peste seguro, o por lo menos presunta peste, porque el hospital hizo su propia prueba de anticuerpos y dio positivo. En la otra también se sospecha, porque clínicamente parecía peste, aunque la prueba fue negativa. Además, según tengo entendido, hay varios pacientes con fiebre que han sido puestos en cuarentena.
—¿Y todo eso está pasando en el Hospital General de Manhattan? —preguntó Jack.
—Así es —dijo Laurie.
—Y esos pacientes, ¿habían tenido algún contacto con Nodelman? —inquirió Jack.
—No he tenido tiempo de confirmarlo —repuso Laurie—. ¿Te interesa? Porque si te interesa, te los puedo asignar.
—Claro. ¿Cuál es el caso de presunta peste?
—Katherine Mueller —contestó Laurie, entregando la carpeta de la paciente a Jack.
Jack se sentó en el borde de la mesa donde estaba trabajando Laurie y abrió la carpeta. Hojeó los papeles hasta que encontró el informe de la investigación. Lo separó y empezó a leerlo: la mujer había ingresado en la sala de urgencias del Hospital General de Manhattan a las cuatro en punto de la tarde, muy enferma, y se le había diagnosticado peste fulminante. Había muerto nueve horas más tarde, pese a las altas dosis de antibióticos que le habían suministrado.
Jack buscó los datos profesionales de la mujer y no le sorprendió lo que encontró. La mujer trabajaba en el Hospital General de Manhattan. Jack supuso que debía de haber tenido contacto directo con Nodelman. Desgraciadamente el informe no indicaba en qué departamento trabajaba, pero Jack se imaginó que sería en la enfermería o el laboratorio.
Siguió leyendo el informe, alabando en silencio el trabajo de Janice Jaeger. Tras la conversación telefónica que Jack había tenido con ella la víspera, Janice añadió información sobre viajes, animales domésticos y visitantes. En el caso de Mueller todos esos datos eran negativos.
—¿Dónde está el otro caso? —preguntó Jack a Laurie.
Laurie le entregó una segunda carpeta.
Jack abrió el segundo archivo y se llevó una sorpresa. La víctima no trabajaba en el Hospital General de Manhattan, ni tenía contacto evidente alguno con Nodelman. Se llamaba Susanne Hard. Al igual que Nodelman, se trataba de una paciente del hospital, pero no había estado en el mismo departamento que Nodelman. Hard se hallaba en el servicio de obstetricia y ginecología tras dar a luz un niño. Jack estaba desconcertado.
Siguió leyendo y se enteró de que cuando Susanne Hard llevaba 24 horas en el hospital experimentó fiebre alta súbita, mialgias, cefalea, malestar general y tos progresiva. Esos síntomas habían aparecido unas 18 horas después de practicársele una cesárea durante la cual dio a luz un niño perfectamente sano. Ocho horas después de la aparición de los síntomas, la paciente había muerto.
Jack buscó, por curiosidad, la dirección de Susanne Hard y recordó que Nodelman vivía en el Bronx. Pero Susanne Hard no vivía en el Bronx, sino en Sutton Place South, que era un buen barrio de Manhattan.
Jack siguió leyendo. Susanne Hard no había realizado ningún viaje durante todo su embarazo. En cuanto a animales domésticos, tenía un caniche viejo pero sano. Había alojado en su casa a un socio de su marido, nativo de la India, tres semanas antes de ingresar en el hospital, pero al visitante se lo describía como perfectamente sano.
—¿Sabes si Janice Jaeger todavía está en su despacho? —preguntó Jack a Laurie.
—Hace un cuarto de hora todavía estaba —respondió Laurie.
Jack halló a Janice en el mismo lugar en que la había encontrado la mañana anterior.
—Eres una funcionaria muy entregada —comentó Jack asomándose por la puerta.
Janice levantó la vista de los papeles que tenía sobre la mesa. Tenía los ojos enrojecidos de cansancio.
—Últimamente se muere demasiada gente. Estoy agotada. Pero dime: ¿hice las preguntas adecuadas sobre los casos infecciosos de anoche?
—Perfectas —repuso Jack—. Estoy impresionado. Pero tengo un par de preguntas más.
—Adelante.
—¿Sabes si el departamento de obstetricia y ginecología está cerca del de medicina interna?
—Están uno al lado del otro —dijo Janice—, en la séptima planta.
—Vaya, vaya —dijo Jack.
—¿Es importante?
—No tengo la menor idea —admitió Jack—. ¿Sabes si los pacientes del departamento de obstetricia están mezclados con los de medicina interna?
—Me has pillado —reconoció Janice—. No lo sé, pero me imagino que no.
—Yo también —dijo Jack. Si no estaban mezclados, se preguntaba Jack, ¿cómo se explicaba que Susanne Hard se hubiera contagiado? Aquel brote de peste tenía algo de absurdo. Jack se preguntó si un puñado de ratas infectadas habrían anidado en el sistema de ventilación de la séptima planta.
—¿Alguna pregunta más? —preguntó Janice—. Quiero marcharme de aquí cuanto antes y todavía tengo que terminar este último informe.
—Una más —dijo Jack—. En tu informe indicabas que Katherine Mueller trabajaba para el hospital, pero no decías en qué departamento. ¿Sabes si trabajaba en la enfermería o en el laboratorio?
Janice hojeó las notas que había tomado aquella noche y separó la hoja en que había registrado la información sobre Katherine Mueller. La leyó por encima rápidamente y luego miró de nuevo a Jack.
—En ninguno de los dos. Trabajaba en suministros.
—¡Venga, Janice! —exclamó Jack, decepcionado.
—Lo siento —dijo Janice—, pero eso fue lo que me dijeron.
—Te creo, te creo —dijo Jack al tiempo que hacía un ademán—. Lo que pasa es que me gustaría encontrarle algo de lógica a todo este enredo. ¿Cómo es posible que una empleada de suministros estuviera en contacto con un paciente enfermo de la séptima planta? ¿Dónde está el almacén de suministros?
—Creo que está en la misma planta que los quirófanos —repuso Janice—, en la tercera planta.
—Está bien, gracias. Ahora vete y duerme un poco.
—Eso es exactamente lo que pienso hacer —dijo Janice.
Jack regresó a la sala de identificación, pensando que nada de todo aquello tenía sentido. Por lo general, el curso de una enfermedad contagiosa podía seguirse claramente dentro de una familia o una comunidad. Estaba el caso inicial, y los casos posteriores que se extendían a partir del primero por contacto, directamente o a través de un vector, por ejemplo, un insecto. Pero no solía haber grandes misterios. Sin embargo, con aquel brote de peste la situación era diferente. El único factor común de los diferentes casos era que todos estaban relacionados con el Hospital General de Manhattan.
Jack saludó distraídamente al sargento Murphy, que al parecer acababa de llegar a su pequeño despacho, junto a la sala de comunicaciones. El exuberante policía irlandés le devolvió el saludo con gran entusiasmo.
Jack aminoró la marcha mientras su mente seguía trabajando. Susanne Hard había empezado a manifestar los síntomas tras estar ingresada un solo día en el hospital. Dado que el período de incubación de la peste solía ser como mínimo de dos días, en teoría tenía que haber adquirido la enfermedad antes de entrar en el hospital. Jack volvió al despacho de Janice.
—La última —dijo—. ¿Por casualidad sabes si Susanne Hard visitó el hospital en los días anteriores a su ingreso?
—Se lo pregunté a su marido y me dijo que no. Por lo visto odiaba los hospitales y evitó ingresar hasta el último momento.
Jack asintió con la cabeza y le dio las gracias, más preocupado todavía. Se dio la vuelta y echó a andar de nuevo hacia la sala de identificaciones. La situación era aún más desconcertante tras aquella información que lo obligaba a postular la hipótesis de que el brote de peste se había producido simultáneamente en dos y quizá tres lugares diferentes. Sin embargo, aquello era poco probable. Había otra posibilidad: que el período de incubación fuera extremadamente corto, menos de 24 horas. Eso significaría que la enfermedad de Susanne Hard era una infección hospitalaria, como Jack sospechaba que era la de Nodelman, así como la de Katherine Mueller. El problema de esa teoría era que implicaba un potencial infeccioso enorme, lo cual también parecía improbable. Al fin y al cabo, ¿cuántas ratas enfermas podía haber en un conducto de ventilación y todas tosiendo a la vez?
En la sala de identificación Jack le arrancó la página de deportes del Daily News a Vinnie, que se resistió, y lo arrastró al foso para empezar el trabajo del día.
—¿Por qué empiezas siempre tan temprano? —se quejó Vinnie—. Eres el único que lo hace. ¿Es que no tienes vida privada?
Jack le golpeó el pecho con la carpeta de Katherine Mueller.
—No olvides el refrán: al que madruga Dios lo ayuda.
—Bah —dijo Vinnie al tiempo que cogía la carpeta y la abría—. ¿Ésta es la primera que vamos a hacer?
—Es mejor ir de lo conocido a lo desconocido —dijo Jack—. Esta dio positivo en la prueba con anticuerpos de peste, así que abróchate bien el traje.
Un cuarto de hora más tarde Jack iniciaba la autopsia. Dedicó un buen rato al reconocimiento externo, en busca de cualquier señal de picaduras de insectos. No fue un trabajo fácil, pues Katherine Mueller era una mujer obesa de cuarenta y cuatro años con cientos de lunares, pecas y toda clase de marcas en la piel. Jack no encontró nada que pudiera identificar claramente como picadura, aunque varias lesiones le parecieron ligeramente sospechosas. Para asegurarse, las fotografió.
—Este cuerpo no tiene gangrena —observó Vinnie.
—Ni púrpura —añadió Jack.
Cuando Jack empezó el reconocimiento interno, ya habían llegado a la sala de autopsias varios miembros del personal, y la mitad de las mesas estaban ocupadas. Hubo algunos comentarios sobre el hecho de que Jack se estaba convirtiendo en el experto en peste, pero éste no les prestó atención porque estaba demasiado concentrado.
Los pulmones de Katherine Mueller ofrecían un aspecto muy parecido a los de Nodelman, con una neumonía lobular extendida, consolidación y principio de necrosis. Los ganglios linfáticos del cuello de la mujer también estaban afectados, al igual que los del árbol bronquial.
—Está incluso peor que Nodelman —dijo Jack—. Es impresionante.
—No hace falta que me lo digas —contestó Vinnie—. Cuando veo estos casos infecciosos pienso que habría hecho mejor dedicándome a la jardinería.
Cuando Jack estaba a punto de concluir el reconocimiento interno, Calvin entró por la puerta. Su enorme silueta resultaba inconfundible. Iba acompañado de otra figura que tenía la mitad de su tamaño. Calvin se dirigió directamente a la mesa de Jack.
—¿Algo fuera de lo normal? —preguntó Calvin mientras examinaba la bandeja donde Jack había depositado los órganos internos.
—Según el examen interno, este caso es idéntico al de ayer —repuso Jack.
—Muy bien —dijo Calvin enderezándose. Luego presentó a su invitado: era Clint Abelard, el epidemiólogo de la Junta Municipal de Salud.
Jack reconoció la prominente mandíbula de Abelard, pero debido al reflejo que producía la mascarilla facial de plástico no pudo ver sus ojos de ardilla. Se preguntó si seguiría tan arisco como el día anterior.
—Según el doctor Bingham, ustedes dos ya se conocen —comentó Calvin.
—Sí, desde luego —dijo Jack.
El epidemiólogo no contestó.
—El doctor Abelard está intentando descubrir el origen de este brote de peste —explicó Calvin.
—Muy encomiable —dijo Jack.
—Ha venido a vernos por si podemos añadir alguna información importante —prosiguió Calvin—. Sería interesante que le comentaras tus conclusiones.
—Será un placer —respondió Jack.
Empezó con el examen externo, indicando las anomalías en la piel que, según su opinión, podrían ser picaduras de insecto. A continuación le resumió los hallazgos patológicos en los órganos internos, centrándose en los pulmones, los ganglios linfáticos, el hígado y el bazo. Clint Abelard guardó silencio durante todo el discurso.
—Eso es todo —concluyó Jack. Volvió a dejar el hígado en la bandeja—. Como verá, es un caso grave, igual que el de Nodelman. No me sorprende que los dos pacientes murieran tan deprisa.
—¿Qué me dice de Susanne Hard? —preguntó Clint.
—Voy a hacerla ahora —dijo Jack.
—¿Le importa que mire? —preguntó Clint.
—Eso tiene que decirlo el doctor Washington —repuso Jack encogiéndose de hombros.
—No hay inconveniente —dijo Calvin.
—¿Puedo preguntarle —dijo Jack— si tiene ya una teoría sobre el origen de este brote de peste?
—La verdad es que no —respondió Clint, malhumorado—. Todavía no.
—¿Alguna idea? —insistió Jack, intentando eliminar todo rastro de sarcasmo de su voz. Al parecer Clint no estaba de mejor humor que el día anterior.
—Estamos buscando peste en la población de roedores de la zona —dijo Clint con tono irónico.
—Una idea estupenda —reconoció Jack—. ¿Y le importaría explicarme cómo lo hacen?
Clint se quedó callado, como si no quisiera divulgar un secreto de estado.
—Nos ayuda el Centro de Control de Enfermedades —dijo por fin—. Nos han enviado a un experto en peste de su división. Él se encarga de cazar las ratas y de practicar los análisis.
—¿Y ya han obtenido resultados? —preguntó Jack.
—Algunas de las ratas que atrapamos anoche estaban enfermas —explicó Clint—, pero ninguna tenía peste.
—¿Y qué me dice del hospital? —preguntó Jack, que insistía pese al evidente rechazo de Clint a seguir hablando—. Esta mujer a la que acabamos de practicar la autopsia trabajaba en suministros. Parece probable que su enfermedad fuera hospitalaria, como la de Nodelman. ¿Qué cree usted, que la adquirió a partir de una fuente primaria en el hospital o en sus proximidades o que se la contagió Nodelman?
—Todavía no lo sabemos —reconoció Clint.
—Si se la contagió Nodelman —preguntó Jack—, ¿tiene alguna idea acerca de la posible vía de transmisión?
—Hemos revisado a fondo el sistema de ventilación y de aire acondicionado del hospital —explicó Clint—. Todos los filtros Hepa estaban en su sitio y se habían cambiado correctamente.
—¿Qué me dice de las condiciones del laboratorio? —preguntó Jack.
—¿A qué se refiere?
—¿Sabía usted que el jefe de técnicos de microbiología sugirió la posibilidad de que fuera peste al director del laboratorio basándose puramente en su impresión clínica, pero que el director lo disuadió de que siguiera investigando?
—No, no lo sabía —murmuró Clint.
—Si el jefe de técnicos hubiera seguido la pista, habría llegado al diagnóstico y habría podido iniciarse la terapia adecuada —afirmó Jack—. Quién sabe, quizás habría podido salvarse una vida. El problema es que el laboratorio ha sufrido una reducción de plantilla a causa de la presión de AmeriCare para ahorrar unos cuantos billetes y que ya no cuentan con un supervisor de microbiología porque eliminaron ese cargo.
—No sé nada de todo eso —dijo Clint—. Además, el caso de peste se habría producido de todos modos.
—Tiene usted razón —reconoció Jack—. De una forma u otra, hay que averiguar el origen. Desgraciadamente, no sabe gran cosa más que ayer. —Jack sonrió, protegido por su máscara. Empezaba a sentir un ligero placer perverso incordiando al epidemiólogo.
—Yo no diría tanto —se defendió Clint.
—¿Hay algún signo de enfermedad entre el personal del hospital? —preguntó Jack.
—Hay varias enfermeras con fiebre, a las que han puesto en cuarentena —respondió Clint—. Por ahora no se ha confirmado que tengan la peste, pero se sospecha. Estuvieron expuestas directamente a Nodelman.
—¿Cuándo vas a hacer la autopsia de Susanne Hard? —intervino Calvin.
—Dentro de unos veinte minutos —dijo Jack—. En cuanto Vinnie lo tenga todo preparado.
—Voy a dar una vuelta para echar un vistazo a otros casos —dijo Calvin a Clint—. ¿Quiere quedarse aquí con el doctor Stapleton o prefiere venir conmigo?
—Creo que iré con usted, si no le importa —dijo Clint.
—Por cierto, Jack —dijo Calvin antes de marcharse—. Arriba hay una jauría de periodistas invadiendo los pasillos como sabuesos. No quiero que des una rueda de prensa sin autorización. La única información que saldrá del Instituto Forense es la que ofrecerán la señora Donnatello y su ayudante de relaciones públicas.
—Ni se me ocurriría hablar con la prensa —le aseguró Jack.
Calvin se trasladó a la mesa siguiente, con Clint siguiéndole de cerca.
—No me ha parecido que ese tipo tuviera muchas ganas de hablar contigo —observó Vinnie cuando Calvin y Clint se hubieron alejado lo suficiente—. Aunque no me extraña.
—Ese ratoncillo es antipático por naturaleza —señaló Jack—. No sé qué problema tiene, pero a mí me parece que es un tipo raro, la verdad.
—Mira quién habla —dijo Vinnie.