Jueves 21 de octubre. 10.15 h.
—¿Qué hora crees que es? —preguntó Laurie.
—No tengo la menor idea —contestó Jack. Se estiró y gruñó—. He dormido un rato. ¿Y tú?
—Creo que sí. Es sorprendente lo difícil que es calcular el paso del tiempo, sobre todo cuando no ves nada.
Se habían sentado en diagonal con la espalda contra la pared. No había sitio para tumbarse completamente.
—Casi puedo decir que veo luz cuando miro al techo —dijo Jack.
—Tenemos que salir de aquí antes de las nueve y media si queremos impedir que entren en el edificio federal y dispersen el ántrax.
—No quisiera ser pesimista. Pero como dijo Yuri, podemos estar aquí varios días, quizá más tiempo ahora que lo han matado. Creo que planeaba llamar para que nos rescataran, para asegurarse de que se llevaba los honores.
—¡Un momento! —dijo Laurie.
—Tengo todo el tiempo del mundo.
—¡Shhh! Creo que he oído algo.
Ambos contuvieron la respiración mientras escuchaban. Distinguieron una serie de distantes pero claros golpes que venían de arriba.
—¡Creo que alguien está llamando a la puerta! —exclamó Laurie.
Los dos se pusieron de pie. En la oscuridad chocaron, y luego empezaron a pedir socorro con todas sus fuerzas.
Luego se quedaron en silencio con los oídos zumbando por los gritos del otro y su propio eco. Una vez más se esforzaron por escuchar.
—Tienen que habernos oído —dijo Laurie.
—Probablemente dependa del ruido que haya fuera. A continuación oyeron el sonido de un cristal rompiéndose. Un momento después hubo débiles sonidos de pisadas en el suelo, por encima de ellos. A coro Jack y Laurie gritaron de nuevo pidiendo socorro. Jack buscó a tientas la puerta y empezó a golpearla. De pronto se encendió la luz. Luego oyeron voces sofocadas de gente que bajaba por las escaleras del sótano. Unos minutos más tarde se oyó el sonido de madera astillándose seguido de un violento golpe. El sonido de las voces subió de volumen. Quien quiera que fuese había conseguido entrar al cuarto de acceso al laboratorio.
Jack golpeó de nuevo la puerta.
—¡Estamos aquí! —gritó. Nadie contestó, pero se oyó un ruido de rascar, como si estuviesen metiendo una palanqueta tras el cerrojo. Otra vez se oyó madera astillándose, sólo que esta vez más fuerte.
—No tengo ni idea de quién será —susurró Jack.
—No creerás que es… —Laurie no tuvo tiempo de terminar la frase. El ruido áspero y crujiente del cerrojo arrancado de la puerta fue seguido por la apertura. Unos sorprendidos pero agradecidos Jack y Laurie se descubrieron mirando al no tan feliz Warren. Detrás de él estaba Flash.
—¡Oh, gracias a Dios! —exclamó Laurie. Se abalanzó hacia adelante y rodeó a Warren con sus brazos.
Warren se desprendió de Laurie y miró a Jack fijamente.
—Empiezo a hartarme de rescatarte de situaciones raras, sobre todo de situaciones en las que hay gente muerta.
Laurie se apartó mientras se enjugaba unas lágrimas de alegría del rabillo del ojo.
—¿Qué hora es? —preguntó Jack. Warren miró a Flash y se encogió de hombros.
—¡Ésa es su manera de agradecérnoslo! Quiere saber la hora.
—¡Es importante! —lo apremió—. ¿Qué hora es? Warren consultó su reloj y dijo que eran las diez y cuarto.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó Laurie. Empujó a Warren a un lado y se dirigió a la salida. Jack la siguió.
—¡Tened cuidado ahí arriba! —gritó Warren por las escaleras—. La vista no es muy agradable.
Laurie llegó a lo alto de las escaleras y fue hacia el teléfono de la cocina. Jack llegó a la vez.
—¿A quién debería llamar? —preguntó ella. Jack pensó un momento.
—Déjame a mí —dijo.
Ella le dio el auricular. Él marcó el 911 y preguntó por Stan Thornton, el director del Departamento de la Alcaldía para Situaciones de Emergencia. Dijo que era un asunto de extrema urgencia. Conociendo la organización de las comunicaciones de Stan, Jack esperaba poder hablar con él rápidamente.
Warren y Flash se unieron a ellos. El cuerpo de Yuri estaba entre la cocina y el cuarto de estar. Las salpicaduras de la nevera se habían coagulado y se habían vuelto marrones.
—¿Vais a darnos una explicación o qué? —preguntó Warren. Seguía exasperado.
Jack y Laurie levantaron las manos a la vez para indicarle que callara.
—Oye —le dijo Warren a Flash— venimos hasta aquí, les salvamos y mira cómo nos tratan.
Pero Flash no estaba escuchándole, sino contemplando el cuerpo de su cuñado. La cara de Yuri esbozaba una expresión de perpetua sorpresa, con los ojos abiertos de par en par, mirando sin ver el techo. En medio de la frente tenía un orificio perfectamente redondo del tamaño de una canica.
Mientras tanto, Stan se puso al aparato. Jack se aclaró la garganta antes de decir:
—Creo que debes enfrentarte al mayor reto de tu vida. ¡Entérate de si ha habido una falsa alarma en el edificio federal Jacob Javits hacia las nueve y media!
—¿Tengo que hacerlo ahora o quieres volver a llamarme? —preguntó Stan.
—¡Hazlo en este mismo instante! Esperaré. —Jack cruzó los dedos. Laurie se los agarró y cerró los ojos rezando.
Jack oyó a Stan preguntando por el comisionado de Incendios. Durante la momentánea pausa, le dijo a Jack que creía que había habido una alarma, y que le habían dicho que era una falsa alarma provocada por un detector de humo que aparentemente funcionaba mal. Unos segundos más tarde, el comisionado de Incendios se lo confirmó.
—Muy bien —dijo Jack con urgencia, tratando de ordenar sus pensamientos—. ¡Llama a alguien del edificio federal! ¡A cualquiera! ¡Pregúntales si el panel de control de incendios había sido desconectado y si ha habido una súbita aparición de polvo en el edificio!
—No me gusta cómo suena eso —admitió Stan. Usó otra línea telefónica para hablar con el departamento de seguridad del edificio. Unos momentos más tarde estaba otra vez al teléfono hablando con Jack—. La respuesta a ambas preguntas es afirmativa —dijo Stan—. Al parecer hay un polvo fino por todas partes. ¿Qué es?
—¡Ántrax! —exclamó Jack—. ¡Ántrax convertido en arma biológica!
—¡Santo cielo! —exclamó Stan—. ¿Dónde estás? ¿Cómo sabes todo esto?
—Estoy en un chalet en el 15 de Ocean View Lane, en Brighton Beach. Hay un inmigrante ruso muerto. Lo mató un bombero de Nueva York que es miembro o líder de un grupo armado llamado Ejército del Pueblo Ario. El ruso había construido un laboratorio aquí. En el garaje había una camioneta para control de plagas cargada con más ántrax. Hay un laboratorio en el sótano con lo que creo que es un cultivo de ántrax. Hemos estado prisioneros en un almacén del sótano hasta ahora mismo.
—¡Dios mío! —dijo Stan—. ¿Estáis contaminados?
—No es probable. El ruso sabía lo que estaba haciendo y nos quería vivos. Además, el laboratorio tiene un sistema de ventilación de presión negativa que debe de haber filtrado el aire adecuadamente.
—¡Muy bien, quedaos ahí! —ordenó Stan—. No abandonéis la casa. Iremos nosotros. ¿Entendido?
—Supongo —dijo Jack—. Pensé que seria mejor que volviéramos al depósito. Estoy aquí con la doctora Laurie Montgomery. El depósito va a necesitar toda la ayuda posible.
—Después de que hayáis sido descontaminados. De momento no os mováis. Llegaremos en unos minutos para asegurar la zona.
La comunicación se cortó. Jack se encogió de hombros, y suspiró.
—Hemos fallado —dijo con voz quebrada. Laurie le abrazó. Él se sintió desbordado y a ella se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Oye, tío —dijo Warren—. Creo que deberíais decirnos qué está pasando.
Jack asintió e inspiró profundamente. Empezó a hablar pero tuvo que esperar para no seguir llorando. Después de otro suspiro, se recompuso.
—Warren, te aseguro que la próxima vez que haya que salvar a alguien, te salvaré yo.
—Sí, pero yo no soy tan estúpido como tú, doc.
—Si hubieseis llegado una hora antes…
—O sea que ahora es culpa mía.
—No, no quería decir eso. Créeme, os estoy muy agradecido.
—Tuve que esperar para ver si llegabais al trabajo —dijo Warren—. Como no llegabais, pensé que os podía haber ocurrido algo raro. Esta mañana temprano vi que mi coche no estaba por el barrio, pero, como pensé que os habríais quedado en un hotel o algo así, arreglando cosas.
—Me hubiera gustado que la noche fuese así —dijo Jack y miró a Laurie.
—A mí también —añadió ella.