Miércoles 20 de octubre. 23.50 h.
—¿Crees que se habrán ido? —susurró Jack.
—Creo que sí —contestó Laurie—. Hace unos diez minutos oí por encima del ruido del ventilador la puerta exterior cerrándose.
Jack y Laurie estaban a oscuras en el almacén. Cuando Yuri subió había apagado las luces del sótano, que también apagaban las del almacén. Durante todo el tiempo que estuvieron allí los del Ejército del Pueblo Ario, los dos forenses estuvieron inmóviles, sin atreverse siquiera a respirar. En el tenso silencio ambos se habían sobresaltado al oír el repentino sonido del disparo. Hasta entonces habían oído retazos de conversación a través de los delgados suelos y su cubierta de linóleo.
—Me temo que han matado a nuestro ruso favorito —dijo Jack. Seguía asustándole moverse o hacer ruido por si la partida del Ejército del Pueblo Ario hubiese sido una trampa.
—Yo también me lo temo. Diría que no se fiaba de las visitas que esperaba.
—Creo que fueron los mismos hombres que fueron por mí. Mis excusas a Paul. Todo esto es más gordo que el que Paul se haya enfadado conmigo. Me temo que saqué conclusiones precipitadas.
—Puede —dijo Laurie—. Pero de momento no importa mucho.
—¿Qué vamos a hacer?
—Supongo que intentar salir. Pero no tengo mucha confianza. ¿Viste la puerta? Es contrachapado de seis centímetros reforzado con hierro.
Laurie se estremeció.
—No me gusta estar atrapada aquí. Me recuerda las cosas terribles que pasaron en una serie de sobredosis que tuve a mi cargo en 1992.
—Vamos, vamos —dijo Jack—. Yo también soy un poco claustrofóbico, pero esto no es nada comparado con ser encerrado en un ataúd.
—Es casi igual. ¿Y hueles ese olor a fermentador junto con la lejía?
—Sí —dijo Jack—. Aquí abajo debe de haber un fermentador con un cultivo grande y activo de ántrax. Hoy, cuando caminé alrededor de la casa, vi un respiradero y oí un gran ventilador de circulación. Me daría de bofetadas por no haber adivinado lo que era. Creí que era de una caldera, por todos los santos.
—Este montaje es el de alguien que sabe lo que se está haciendo —dijo Laurie.
—Por desgracia, así es. Y eso es lo que convierte esa amenaza para mañana en algo muy real. El bioterrorismo me vino por un momento a la cabeza en el caso Papparis hasta que apareció una causa plausible. Pero incluso eso me preocupaba porque me parecía demasiado fácil. Otra vez me daría de bofetadas por haber sido tan conformista y tan poco suspicaz.
—No puedes culparte —dijo Laurie—. Después de todo llamaste al epidemiólogo municipal. Hacer el seguimiento era trabajo suyo.
—Supongo que eso es cierto —admitió él sin entusiasmo—. También es cierto que llamé al director del Departamento de la Alcaldía para Situaciones de Emergencia, pero eso no me hace sentir mejor.
—¿Cómo se llamaba? Es el que nos dio la conferencia sobre terrorismo biológico.
—Stan Thornton.
—Ya. Fue una conferencia inquietante.
Siguió un breve silencio. Los dos se sintieron lo bastante confiados como para ponerse un poco más cómodos. Ambos estaban apoyados contra la pared de cemento y no habían movido un músculo desde la llegada del EPA.
—¡Oh, Dios! —exclamó Laurie rompiendo el silencio. Se estremeció de nuevo—. No puedo creer que estemos manteniendo esta conversación, encerrados en esta mazmorra oscura y diminuta, sabiendo lo que va a ocurrir mañana en el edificio federal Jacob Javits. Cuánto me gustaría haberme traído el teléfono. —Laurie había dejado el bolso en la guantera del coche de Warren, creyendo que si lo llevaba parecería menos profesional.
—Eso habría simplificado las cosas. Pero creo que Yuri se lo habría llevado si lo hubieras tenido contigo. Parecía saber lo que estaba haciendo. Tengo una linternita en el llavero. Voy a encenderla.
—Sí, hazlo.
El escaso haz de luz apenas iluminó un rincón de la habitación. Apareció la preocupada cara de Laurie. Se estaba abrazando a sí misma como para protegerse del frío.
—¿Estás bien? —preguntó Jack.
—Lo intento.
Jack desplazó el pequeño haz por toda la habitación. Se detuvo en las botellas de agua destilada y las cambió de sitio a un lugar más adecuado para encontrarlas más tarde en la oscuridad.
—Podríamos necesitarlas —dijo—. No quiero ser pesimista, pero podemos estar aquí algún tiempo.
—Qué pensamiento más alegre —dijo Laurie sin alegría.
La luz iluminó la puerta. Como se abría hacia fuera, las bisagras estaban al otro lado. Jack palpó el marco.
—¿Crees que podremos hacer ruido? —preguntó Jack.
—Si los vecinos pudieran oírlo, deberíamos hacer todo el ruido posible.
—Estaba pensando en el Ejército del Pueblo Ario.
—Creo que hace tiempo que se fueron —dijo Laurie—. Consiguieron lo que habían venido a buscar y probablemente estarán ocupados con sus planes para atacar la parte baja de Manhattan.
—Ya. No creo que tuvieran motivos para sospechar que estábamos aquí.
Con la palma de la mano golpeó la jamba alrededor de la puerta, buscando algún punto débil. Por desgracia, todo era muy sólido. Apoyó el hombro contra la puerta, retrocedió unos pasos y luego se lanzó contra ella. Lo hizo varias veces, aumentando la fuerza cada vez que embestía. La puerta no se movió.
—No hay nada que hacer con la puerta —dijo. Volvió a encender la linterna enfocándola hacia las paredes blanqueadas de cemento. Las golpeó ligeramente con los puños en varios sitios, buscando señales de deterioro. Las paredes eran sólidas.
—Me sorprende que esta casa tenga cimientos tan sólidos —dijo—. Desde fuera parece muy frágil.
—¿Y el techo? Jack dirigió la luz a las viguetas. Casi inmediatamente, la lucecita empezó a disminuir.
—Oh, no. Me temo que estamos a punto de volver a sumirnos en la oscuridad.
En cuanto lo dijo la luz brilló un momento y rápidamente volvió a disminuir. Un minuto más tarde desapareció completamente.