Miércoles 20 de octubre. 17.05 h.
—¡Nos vemos mañana! —gritó Bob King cuando Curt salió del cuartel de bomberos.
Curt respondió al novato con un gesto que era más de desprecio que de reconocimiento. Iban en direcciones opuestas por la calle Duane tras el cambio de turnos. Ven mañana a media mañana y no tendré que verte nunca más, pensó Curt.
A medida que avanzaba la tarde Curt se iba poniendo cada vez más excitado con respecto a la Operación Glotón. Al fin todos los planes y esfuerzos iban a dar resultado; ¡la operación estaba ahora en la rampa de lanzamiento con la cuenta atrás en menos de veinticuatro horas! El único inconveniente que quedaba era el asunto de Stapleton, y eso se iba a arreglar muy pronto.
Como eran más de las cinco, Curt esperaba que los ejecutores de, la misión estuvieran ya en la cita del Petes. Steve no había llamado durante la tarde; una indicación segura de que todo había ido sobre ruedas.
Cuando Curt dio la vuelta en la esquina vio una furgoneta azul aparcada en una zona de carga y descarga cercana al bar. En la puerta del conductor estaba escrito el nombre de un fontanero de Brooklyn. Curt sonrió. Sin duda era el vehículo requisado.
El bar estaba prácticamente vacío. La sollozante música country había sido sustituida por el áspero sonido de un grupo llamado Armageddon. Curt sonrió de nuevo. Parecía muy apropiado.
La música salía de un radiocasete colocado en una mesa delante de Carl Ryerson. En la penumbra cargada de humo del bar, la torcida sonrisa de Carl y la esvástica de su frente le daban un aire particularmente satánico.
—¿Le gusta la música, capitán? —preguntó Carl. Había visto la sonrisa de Curt.
A éste le gustaba que las tropas le llamasen «capitán»; era debidamente respetuoso y fomentaba la disciplina. Se metió en el reservado y miró a su escuadrón. Carl estaba sentado justo enfrente. Junto a él estaba el pelirrojo Kevin Smith. Luego estaba el pequeño Clark Ebersol, seguido de Mike Compisano. Todos iban en camiseta, con visibles tatuajes excepto Curt, que aún llevaba su uniforme de bombero de clase B. La mesa estaba cubierta de botellas de cerveza.
—Vamos a controlar un poco la bebida —dijo Curt.
—Oye, qué otra cosa se puede hacer en un bar —repuso Kevin—. Llevamos aquí más de media hora.
—No quise llegar tarde —explicó Steve.
—¿El coche es ese de ahí delante?
—Sí —dijo Steve—. Gracias a Clark.
—¿Y la artillería? —preguntó Curt. Steve se inclinó y bajó la voz.
—Hay tres Kalashnikovs y dos Glocks en la furgoneta. Pensé que sería más que suficiente. Joder, si el tío va en bicicleta lo único que tenemos que hacer es atropellarle.
—Pero luego le disparamos para asegurarnos —dijo Curt.
—Bueno, sin duda tenemos armas más que de sobra —comentó Steve.
—¿Dónde está Yuri? —Preguntó Curt, reparando en la ausencia del ruso.
—No sé —dijo Steve—. Quizá se quedó atascado en el tráfico.
Curt miró el reloj.
—Le dijimos a ese bastardo que estuviera aquí a las cinco.
—¿Por qué no usamos el tiempo para organizar lo de mañana? —sugirió Steve—. Le dije a Mike que podríamos necesitarle para una misión rápida. —Mike era el menos aficionado al estilo rapado y el más dispuesto a responder a los requerimientos de Curt de que controlaran su aspecto descuidado. Ahora que su pelo rubio había empezado a crecer, comparado con sus compañeros podía pasar por casi normal.
—Buena idea —dijo Curt, pero antes de que pudiera proseguir el camarero se acercó. Curt pidió una Bud Light.
—Escucha —le dijo Curt a Mike después de que llegase su cerveza—. Queremos que te pongas ropa elegante por la mañana: chaqueta, corbata y demás. Tiene que ser temprano porque tienes que estar delante del edificio federal Jacob Javits en la calle Worth no más tarde de las nueve y cuarto.
—Tendré que pedir permiso en el trabajo —dijo Mike. Curt hizo girar los ojos y se recordó que había que tener paciencia cuando hablaba con sus soldados.
—Lo que sea —dijo moviendo una mano—. Lo importante es que estés allí a las nueve y cuarto. Esta operación tiene que ir cronometrada.
—¿Y qué hago? ¿Sólo estar allí?
—No, idiota. Vamos a darte una pequeña bomba que genera mucho humo. Es del tamaño de un petardo grande, y tú la encenderás con una cerilla. Lo más importante es que el detector de metales no saltará cuando entres en el edificio.
—¿Tengo que entrar?
—Eso es —dijo Curt.
—Pero ¿no me preguntarán para qué?
—¡No! Hay gente entrando y saliendo todo el día.
Mike enarcó las cejas.
—Hablo en serio —dijo Curt—. No tendrás problemas si llevas un aspecto medianamente decente. Coño, probablemente ni siquiera importaría aunque fueras vestido como hoy.
—Muy bien —dijo Mike—. Ya estoy dentro. ¿Qué hago con la bomba de humo?
—Ve al ascensor y sube a la tercera planta. Cuando salgas, ve hacia tu derecha. A unos diez metros hay un lavabo de caballeros. ¿Lo has entendido?
Mike asintió.
—Entra en el lavabo de caballeros y asegúrate de que no hay nadie.
Mike siguió asintiendo.
—La verdad es que probablemente no importe que haya alguien o no. Métete en el último retrete. Hay un respiradero en la pared del fondo. Desatornilla la tapa con una moneda, enciende la bomba, échala por el conducto y vuelve a poner la tapa.
—¿Eso es todo?
—Eso es todo. Lugo paséate por el edificio. La bomba hará saltar un detector de humos del sistema de aire acondicionado y habrá una alarma de incendios, pero tú sigue tu camino. También puede haber cierta confusión. Después de que suene la alarma Steve y yo apareceremos en unos minutos en nuestro camión, pero si nos ves, ignóranos. Eso es todo lo que tienes que hacer.
Mike soltó una risa corta. Miró a los demás.
—Está chupado.
—Pero es importante —declaró Curt—. Es una importante misión del EPA.
En aquel momento Curt vio a Yuri entrando por la puerta. Curt levantó la mano y el ruso se acercó.
—¡Llegas tarde! —exclamó.
—El tráfico estaba muy mal en el Battery Tunnel —explicó Yuri.
—Será mejor que Jack Stapleton esté aún en la oficina —le advirtió Curt. Se levantó y se acercó a la barra a pagar la cuenta.
»Muy bien, vamos —dijo unos minutos más tarde, al volver a la, mesa. Tuvo que quitarles dos botellas a Kevin y Carl, que pensaban que podían llevarse sus cervezas sin terminar.
Fuera todos se apiñaron en la furgoneta entre risas excitadas. Ante la previsión de que hubiera violencia, los cabezas rapadas se iban excitando. Curt agarró el volante e hizo que Yuri fuera delante para que el ruso pudiera identificar más fácilmente al objetivo. En la parte de atrás hubo peleas por quién iba a sentarse entre las herramientas de fontanería y los trozos de tubería. Steve tuvo que acabar decidiéndolo.
Curt pasó por la calle Worth para que vieran el edificio federal Jacob Javits. Quería mostrarle a Mike por dónde tenía que entrar por la mañana. Después de eso, giró hacia el norte por la Bowery con la idea de entrar a la Primera Avenida por la calle Houston.
—No quiero que lleve mucho tiempo —dijo Yuri nervioso—. Sólo señalaré a Jack Stapleton y luego me largo. Vosotros haréis vuestro trabajo.
Curt apartó los ojos del tráfico para echar una mirada interrogadora a Yuri.
—Tendremos que ver el resultado —dijo—. Parece que estamos haciendo esta operación de oído.
—¿Qué significa eso? —preguntó Yuri. Se sujetaba con las dos manos. Curt conducía agresivamente entre el tráfico.
—Significa que tendremos que improvisar. Pero ¿por qué tanta prisa? Creí que querías estar presente en toda la misión.
—Tengo mucho que hacer para estar listo mañana —explicó Yuri.
—Ah, bien —dijo Curt. En la parte de atrás de la furgoneta surgían nuevas peleas acerca de quién iba a llevar tal o cual arma. Curt echó un vistazo por el retrovisor y se quedó horrorizado al ver a sus soldados peleándose por los Kalashnikovs—. ¡Quitad eso de la vista! —chilló—. ¡Joder! Se nos va a echar encima la policía.
Entre gruñidos las armas volvieron a colocarse en el suelo.
Curt vio que Yuri lanzaba ansiosas miradas a la tropa.
—Están un poco excitados —lo tranquilizó—. Les encanta este tipo de operación.
—Parecen algo más que excitados —repuso Yuri.
—¿Cuál era la dirección? —preguntó Curt a Steve. Steve sacó la tarjeta de Jack del bolsillo.
—El 25 de la Primera Avenida —dijo—. Imagino que cae cerca del hospital.
Curt aminoró cuando pasaron por delante del hospital Bellevue, dejándolo a la derecha.
—Aquí es —dijo Steve señalando un edificio de ladrillo vidriado azul.
Curt se acercó a la izquierda, justo pasada la calle Trece, paró y puso los intermitentes de emergencia. Estaban en diagonal con respecto a la entrada del depósito por la Primera Avenida. Salía gente del edificio en grupos y se iban caminando o llamaban a taxis.
Steve se asomó entre los asientos delanteros. Curt, Yuri y él se quedaron mirando la fachada del edificio y salir la gente.
—Parece que los empleados se están marchando. En la parte de atrás la tropa volvía a pelearse por los Kalaslinikovs. Curt tuvo que gritarles que se callaran.
—¿Cómo vamos a saber si no se ha ido ya? —preguntó Steve—. Podemos estar aquí horas para nada.
—Mejor será que no se haya ido —dijo Curt, mirando ásperamente a Yuri—. Vamos a intentar llamarle. Dame el número directo que escribió en la tarjeta.
Mientras Steve leía el número, Curt lo marcó en el teléfono móvil. Luego se llevó el teléfono a la oreja.
Jack se sintió muy satisfecho al terminar otro caso más. Maravillado porque no había estado tan al día en su trabajo desde que había entrado a trabajar allí, puso la carpeta en lo alto del montón terminado. Cuando apartaba la mano sonó el teléfono.
—Jack Stapleton al habla —dijo. En lugar de una voz, oyó un sonido retumbante, como si estuviese oyendo una lejana cascada. Luego oyó el claxon de un automóvil.
—¿Sí? —dijo Jack al auricular lo más alto posible. Jack oyó un clic y luego el tono de marcar. Colgó encogiéndose de hombros.
—¿Qué pasó? —preguntó Chet.
—Ni idea —dijo Jack—. Oí el tráfico al fondo pero el que llamó no dijo ni una palabra.
—Puede que fuera una antigua novia comprobando si estabas.
—¡Oh, sí, claro! —repuso Jack con sarcasmo. Miró su pequeño montón de casos inconclusos y se quedó pensando en si continuar su maratón.
Entonces sonó el teléfono de Chet.
—La chica debe de haberse equivocado —dijo Jack riendo.
Chet contestó. Se enderezó cuando oyó quién era.
—Sí, sigo aquí, doctor Simsarian —dijo lo bastante alto para que Jack le oyese. Jack se dio la vuelta para mirar a su compañero de oficina, que también volvió la cara hacia él. Se miraron a los ojos. Chet los tenía muy abiertos, incrédulo.
—¿De verdad? —dijo—. Yo también estoy asombrado.
Chet alzó la mano hacia Jack mientras seguía hablando.
—Gracias por llamar, doctor Simsarian. Es fascinante y tendré mucho interés en saber cómo continúan las cosas. Me aseguraré de que el doctor Stapleton se entera de los resultados y le trasmitiré su agradecimiento.
Chet colgó.
—¡No me digas que las ratas dieron positivo a la toxina del botulismo! —dijo Jack.
—Tú lo has dicho. Estaba pasmado. Yo también lo estoy. ¿Cómo se te ocurrió pensar en ello, para empezar?
—Sólo porque era el mismo barrio.
—Connie Davydov tuvo que haberse comido una de esas ratas —dijo Chet con una risita siniestra.
Jack rió también y luego comentó que sólo unos forenses podían encontrar graciosa semejante cosa.
—Me pregunto si una rata infectada dejaría la toxina en sus heces —dijo Chet.
—Esa idea es aún más repugnante, pero se lo podríamos preguntar a los veterinarios epidemiólogos. Es más realista pensar que Connie Davydov tiró el resto de lo que comiera (que estaba contaminado con la toxina) por el retrete.
—Sí, pero ¿sería suficiente para matar a tantas ratas? —preguntó Chet con suspicacia.
—Sé que suena raro, pero ya sabes lo potente que es esa toxina.
—Bueno, resultará interesante saber lo que los veterinarios descubren.
Jack se levantó y se estiró.
—Creo que tengo suficiente por hoy. Necesito relajarme y un buen partido de baloncesto.
—Hasta mañana —dijo Chet.
—Cuídate, amigo —contestó Jack. Agarró su cazadora de detrás de la puerta y se la fue poniendo mientras caminaba hacia el ascensor. Recordando el buen tiempo de su paseo por la tarde hasta Brighton Beach, estaba deseando dar otra relajante vuelta en bicicleta.
—Al menos sabemos que sigue ahí —dijo Steve.
—Cierto —repuso Curt—. Ahora la cuestión es si saldrá. No sé cuánto tiempo van a aguantar los soldados sin arrojarse al cuello unos a otros. —Después de que Curt hubiera colgado tras llamar a Jack, Carl, Clark, Kevin y Mike se habían enzarzado en otra acalorada discusión sobre las armas que casi acaba a puñetazos. Curt tuvo que recoger las armas; ahora estaban en el suelo, a los pies del ruso.
—¡Es ése de la bicicleta! —exclamó Yuri. Señaló frenéticamente a la figura de Jack mientras el forense giraba por la esquina de la calle Trece hacia la Primera Avenida.
—¡Dios, qué rápido va! —dijo Curt, y aceleró hasta meterse entre el tráfico. El conductor de un taxi al que la maniobra había cortado el paso hizo sonar la bocina con ira.
—¡Déjame bajar! —dijo Yuri.
—¡Ahora no! —gritó Curt—. No quiero perder a ese bastardo.
Aunque había mucho tráfico, se movía bastante rápido.
—El tipo es una condenada dinamo —se quejo, Curt. Conducía agresivamente, sabiendo que era el único modo de acercarse a Jack. No le importaba rozar a otros vehículos o que otros le golpeasen los laterales o la trasera.
—¡Puta mierda! —exclamó Steve cuando Curt cortó el paso a otro taxi y se oyó un sonido amortiguado seguido de un chirrido de metal contra metal a un lado de la furgoneta. En la parte de atrás del vehículo las tuberías sueltas daban tumbos, haciendo un ruido terrible. La tropa estaba muy ocupada esquivando no sólo las tuberías sino también una lluvia de tuercas, tornillos y codos de plástico de tuberías que caían de los estantes a lo largo del interior del vehículo. Los inevitables baches de Nueva York convertían la situación en desesperada.
—Yuri, quítate de ese maldito asiento y deja sentarse a Steve —gritó Curt mientras luchaba con el volante.
—¿Mientras nos movemos? —preguntó Yuri. Se estaba sujetando con fuerza y tenía los nudillos blancos.
—¡Claro que mientras nos movemos! —gritó Curt. Yuri tragó saliva nervioso e intentó cambiarle el sitio a Steve. Éste se había movido para dejarle sitio. Pero al mismo tiempo Curt vio un hueco en la fila de al lado y dio un volantazo para aprovecharlo. El movimiento lanzó a Yuri contra él. Curt respondió jurando y empujando a Yuri con el antebrazo mientras luchaba por mantener el dominio del vehículo.
Mientras Yuri se abría paso hacia la parte de atrás de la furgoneta Steve se deslizó en el asiento. Podía ver la espalda de Jack justo delante. El forense pedaleaba furiosamente, avanzando entre un camión de reparto de cerveza y una furgoneta de Federal Express.
—¡Maldita sea! —gritó Curt cuando vio que Jack iba a colarse entre los dos vehículos. Curt estaba justo detrás del camión de cerveza. Hizo sonar la bocina con frustración.
—¡Saca una Glock! —gritó a Steve—. Voy a acercarme de lado al muy bastardo para que puedas apuntarle. Lo malo es que necesito rodear a este jodido camión.
—¿Qué es el tipo ése? —preguntó Steve mientras recogía una automática y soltaba el seguro—. ¿Un ciclista profesional? ¡Va más rápido que el tráfico!
El edificio de las Naciones Unidas apareció a la derecha.
Curt se metió en la fila de al lado. Hubo otro estrépito de bocinas y gritos desde atrás. Curt pisó el acelerador y la furgoneta adelantó al camión de cerveza. Tuvo que disminuir al llegar a unos centímetros de un taxi, pero se había adelantado lo suficiente para ver a Jack.
Steve bajó la ventanilla.
—¿Qué te parece? —gritó Curt a Steve.
—Puedo dispararle, pero no estoy seguro de darle —grito Steve a su vez—. Nos estamos moviendo demasiado.
—Lo adelantaré si este maldito taxi de delante mueve el culo —gritó Curt. De momento fueron adelantando poco a poco a otro camión.
—¡Espera! —Chilló Curt cuando vio una oportunidad. Giró el volante bruscamente hacia la derecha. El vehículo patinó un poco antes de pasar velozmente delante del camión y luego girar a la izquierda. El conductor del camión frenó en seco haciendo chirriar los neumáticos. Curt luchó para que el coche no colease mientras Steve sacaba el arma por la ventanilla. Se acercaron directamente hacia Jack.
Antes de que Steve pudiera apuntar, Jack les sorprendió frenando de pronto y desapareciendo de su vista.
—¿Qué coño pasa? —preguntó Curt. Levantó el pie del acelerador y el coche fue más despacio—. ¿Dónde diablos ha ido?
—Creo que está detrás de nosotros —dijo Steve. Sacó la cabeza por la ventanilla y miró hacia atrás.
Unos segundos más tarde Jack apareció justo al lado de la ventanilla de Curt. Ante el asombro de éste, el médico le enseñó un dedo. Curt juró y luchó por abrir su ventanilla mientras le gritaba a Steve que disparase a aquel bastardo.
Steve se inclinó por encima del regazo de Curt, pero Jack ya se había adelantado.
—¡Espera! —gritó Curt. Pisó el acelerador y la furgoneta salió disparada. Pero cuando estaban llegando por segunda vez junto a Jack, él se pasó al carril de la izquierda. Curt juró y pasó también a la izquierda, pero el carril estaba ocupado. Se oyó otro ruido cuando un taxi golpeó el costado de la furgoneta. Por el retrovisor Curt vio que el taxi derrapaba para acabar perpendicular al tráfico que venía hacia ellos. Al instante hubo una tremenda colisión y un amontonamiento de vehículos.
—¡Dios! —exclamó Steve, viendo lo ocurrido por la ventanilla trasera de la furgoneta.
—¡Atentos todos, va otra vez a la izquierda! —gritó Curt.
En cuanto hubo cambiado de carril Jack hizo un amplio giro en arco hacia la calle Cincuenta y uno, dirigiéndose hacia el oeste.
—¡Maldita sea! —gritó Curt mientras frenaba en seco y daba un volantazo a la izquierda para tratar de seguirle. La furgoneta se estremeció hacia los lados hasta que los neumáticos se agarraron a la calzada. Incluso entonces rozaron a un coche que estaba aparcado a la derecha seguido por uno a la izquierda antes de que Curt recobrase el control del vehículo. Vio en la distancia a Jack pedaleando metódicamente.
—¿No se cansa nunca? —preguntó Curt. Aceleró y la furgoneta se lanzó hacia adelante.
En la Segunda Avenida se saltaron un semáforo. Impertérrito Curt avanzó entre el tráfico oyendo bocinazos y tacos. Steve se encogió en su asiento porque era el que estaba expuesto a los coches que venían.
—¡Mierda! —gritó Curt a un conductor particularmente iracundo. Consiguió cruzar la Segunda Avenida y aceleró otra vez. Jack ya estaba en la Tercera Avenida esperando que cambiase la luz.
—Ya le tenemos —exclamó Curt. El semáforo cambió a verde y Jack se puso en marcha. Curt pisó el acelerador, aumentando la velocidad a más de ochenta por hora. Estaba decidido a pasar el semáforo. La boca de Curt se secó porque sabía que iba a llegar justo. Rezó porque no hubiera taxis saltándose el semáforo de camino hacia el norte.
Cruzaron la Tercera Avenida sin incidentes. Jack estaba sólo a media manzana. Pero cuando iban acortando las distancias, salió un coche que estaba aparcado. Curt se vio obligado a frenar bruscamente. Se quedó pegado a la parte trasera del coche e hizo sonar la bocina. El conductor le ignoró. Jack estaba de nuevo adelantándose mucho, cruzando Lexington Avenue.
—¡No me lo puedo creer! —gritó Curt. Frenó y a la vez golpeó el volante con frustración. El coche que iba delante se había detenido en la esquina ante un semáforo en ámbar.
—Hemos tenido la suerte de ir detrás del único conductor de Nueva York que para en ámbar. —Se mesó el pelo nerviosamente—. Supongo que podría apartarle del camino.
—Pero mira el tráfico —dijo Steve. En Lexington Avenue los coches iban pegados y moviéndose muy lentamente—. No hay sitio para que pasemos, no te preocupes. Le atraparemos en la manzana siguiente.
Curt gruñó pero no dijo nada.
—¡Déjame salir aquí! —gritó Yuri en cuanto se dio cuenta de que estaban parados. Se inclinó entre los dos asientos delanteros.
Steve miró a Curt, que se encogió de hombros y luego asintió. Steve abrió la puerta y salió. Yuri se deslizó fuera del vehículo y se quedó de pie con las piernas temblorosas mientras Steve volvía a subir.
—¡Te vemos esta noche! —gritó Curt—. Alrededor de las once. Lo tendrás todo listo, ¿no?
—Estará todo listo —prometió Yuri con voz ronca. El semáforo se puso verde y Curt hizo sonar la bocina. El coche que tenía delante giró a la izquierda. Impaciente, Curt aceleró antes de que el coche estuviera lo bastante lejos. Rebotó contra el parachoques del coche y el conductor salió para protestar.
—Te lo mereces, capullo —dijo Curt con una risa maliciosa mientras aceleraba hacia el oeste.
A lo lejos, Jack estaba cruzando Park Avenue con el semáforo en verde. Steve se animó. Mientras Curt aceleraba, Steve no sabía lo que iba a ocurrir en el cruce. Sabía intuitivamente que no iban a poder pasar en verde. Por fortuna se puso ámbar y luego rojo lo bastante rápido para obligar a Curt a detenerse. El tráfico que se dirigía a la parte alta de la ciudad se movía rápidamente y como ahora venía por el lado de Curt, éste no quiso cruzar con el semáforo en rojo como lo había hecho en la Segunda Avenida. Mientras esperaban vieron a Jack a lo lejos girando a la derecha por Madison Avenue.
—Si le perdemos me va a joder —se quejó Curt.
—Apuesto a que va hacia el parque —dijo Steve—. Seguramente vive en el Upper West Side.
—Puede que tengas razón. Y ¿qué haremos si se mete en el parque?
—¡Seguirle! —contestó Steve—. Siempre que veamos hacia dónde va. Podemos hacer que uno de los chicos le quite la bicicleta a alguien. El parque siempre está lleno de bicicletas. —Se dio la vuelta hacia atrás. El salvaje paseo había tranquilizado a la tropa—. ¿Quién está en mejor forma para montar en bicicleta?
El grupo entero señaló a Kevin.
—¿Es verdad, Kevin?
—Supongo. Estoy en bastante buena forma.
El semáforo cambió y Curt salió disparado. Steve miró al frente y se agarró a lo que pudo para no caerse.
En Madison el semáforo estaba a su favor y Curt efectuó un rápido giro. Las tuberías rodaron hacia un lado entre juramentos de la tropa. Curt tuvo que parar tras los coches que esperaban en el semáforo en rojo de la calle Cincuenta y dos.
—Creo que le veo en el siguiente semáforo —dijo Steve.
—Sí, tienes razón —repuso Curt—. Entre el autobús y el camión. Vaya, el tipo es valiente.
El semáforo cambió y avanzaron.
—¿Qué haré? —dijo Curt desesperado—. No vamos a atraparle entre este tráfico en Madison Avenue.
—Tenemos el número de su casa —dijo Steve—. Quizá debamos esperar, llamarle a casa y tratar de que nos dé su dirección. Uno de nosotros podría decir que es Yuri Davydov. Coño, quizá incluso viniera a vernos.
—Es buena idea. Pero ¿qué crees que debemos hacer ahora?
—Vayamos a la esquina de la Quinta Avenida y Central Park South —sugirió Steve—. Si entra en el parque, será por ahí.
—Vale —dijo Curt. Fueron hacia el norte tan rápido como les dejó el tráfico. Al menos iban pasando semáforos en verde, pero sabían que Jack también. Cuando cruzaron la calle Cincuenta y siete Steve consiguió ver a Jack, que iba hacia el oeste.
—¡Mierda! —exclamó Curt. Lo había visto demasiado rápido para poder girar.
—Creo que vamos bien —dijo Steve—. Sigue por el mismo camino. Vamos a probar por la Quinta Avenida y Central Park West.
La primera calle por la que pudieron torcer fue la Sesenta, que no estaba mal. Les condujo hacia la parte norte de la plaza Gran Ariny, donde se unía al parque. Curt cruzó la Quinta Avenida con el semáforo en verde y se acercó a un lado de la calle. Se detuvo por unas vallas de la policía que impedían a los vehículos entrar en el parque.
—Bueno, desde luego hay muchas bicicletas a mano si necesitamos una —comentó Steve tratando de parecer optimista. Había muchos ciclistas yendo y viniendo junto con patinadores y corredores—. Lo mejor es que no veo ningún policía.
Curt estaba mirando hacia atrás, más allá de la estatua dorada del general Sherman, a la zona de la fuente Pulitzer frente al hotel Plaza. El lugar estaba lleno de gente, coches, autobuses y cabriolés.
—Esto es imposible —se quejó Curt—. Sabía que en cuanto le perdiéramos de vista iba a ser como buscar la jodida aguja en el pajar.
—Si le sigo en bicicleta, ¿qué hago cuando le atrape? —preguntó Kevin.
—¡Sería mucha suerte atraparle! —dijo Curt—. Ese tío es un profesional.
—Podría detenerse —dijo Steve—. Nunca se sabe.
—Ya —admitió Curt—. Dale a Kevin una de las Glocks. Pero es más importante que le des tu teléfono para que pueda mantenerse en contacto con nosotros.
Steve se volvió y le tendió la pistola y el teléfono a Kevin, que se los metió en el bolsillo.
—¿Queréis que salga y agarre una bicicleta ahora?
—¡No! —dijo Curt—. No vamos a hacer nada si no vemos a ese bastardo. La verdad es que creo que vamos a tener que pasar al plan B. Cuanto más pienso en llamarle y decir que somos Yuri, mejor me parece.
—¡Mierda, ahí está! —dijo Steve señalando frenéticamente a un ciclista que acababa de pasar a menos de tres metros de ellos.
—¡Tienes razón! —exclamó Curt—. ¡Kevin, vamos! Kevin se apeó y salió corriendo. Curt y Steve lo vieron saltar por encima de las vallas de la policía, a pesar de sus pesadas botas Doc Martens, y correr hacia un ciclista que se había parado en una fuente. El hombre seguía en su bicicleta con un pie en el pedal, pero estaba inclinado para beber. Exhibía toda la parafernalia propia del ciclista: casco, mallas y guantes forrados.
Kevin no dudó un instante. Sin decir palabra agarró la bicicleta y se la arrancó al hombre, haciéndole ponerse en pie.
Kevin estaba a punto de echarse a pedalear cuando el ciclista se recobró lo bastante como para sujetar el manillar. Kevin respondió propinándole un violento puñetazo.
—Oh —se entusiasmó Steve—. ¡Vaya golpe! A pesar del gentío que había en la zona, el incidente ocurrió tan rápidamente que pocos lo advirtieron. Aunque varias personas acudieron en ayuda del ciclista, ninguno fue tras Kevin, que pedaleaba furiosamente en pos de Jack. Como había bastante luz a pesar de que el sol ya se había puesto, pudieron verlo en la distancia dirigiéndose hacia el norte.
—Al menos esto salió bien —dijo Steve—. ¿Qué crees que debemos hacer? ¿Quedarnos aquí sentados?
Curt inspeccionó la zona como si esperase que la respuesta estuviese por allí.
—No; creo que debemos ir hacia Central Park West. Si Stapleton vive en el Upper West Side, saldrá por ahí.
Curt arrancó. A velocidad comparativamente tranquila condujo hacia el oeste por Central Park South. Mientras lo hacía sacó su teléfono móvil, se aseguró de que estaba encendido y lo puso sobre el salpicadero.