Miércoles 20 de octubre. 12.15 h.
Yuri nunca había estado tan agitado en toda su vida. En el momento en que se encontró con Jack Stapleton creyó que el corazón le iba a saltar del pecho. Y para empeorar las cosas, no pudo sacar la Glock del bolsillo porque se le enganchó en el forro de la chaqueta.
Al final resultó mejor así. Si hubiera sacado la pistola su situación hubiese sido peor de lo que era. Jack Stapleton no le había asustado tanto como el pensar que Flash Thomas pudiera estar allí también. Gordon Strickland le había dicho que estaban juntos en la funeraria.
Tan pronto Yuri se aseguró de que el forense iba solo, se tranquilizó como para hablar con él. Le asombró que Jack Stapleton, aparentemente, hubiera conseguido hacer un diagnóstico de botulismo.
Tras separarse de Jack, Yuri no miró hacia atrás. Se había ido derecho a un bar cercano. Sólo entonces se atrevió a mirar para ver si Stapleton le había seguido. Al no ser así, entró, pidió un vodka y se lo bebió de un trago.
—¿Quiere otro? —le preguntó el camarero. Felizmente era uno que Yuri no conocía. Si lo hubiera conocido, habría dicho algo acerca de la barba. Yuri no se atrevía a quitársela.
—Uno doble —pidió. Estaba aún temblando. El otro asunto que le preocupaba era si Jack habría husmeado por la ventana trasera del garaje, pues en ese caso habría podido ver la camioneta del control de plagas. Eso podía ser tan perjudicial como que hubiera visto el respiradero del laboratorio.
Yuri echó una ojeada al reloj. Pagó, se acabó la bebida y recogió su bolsa de la compra.
De vuelta a la entrada de Ocean View Lane, dudó. Miró hacia su casa y no vio a nadie. Animado, enfiló el sendero de entrada. Llevaba la mano derecha en el bolsillo, empuñando la pistola, y se había asegurado de que no se engancharía en el forro de la chaqueta. No iba a ser sorprendido de nuevo, sobre todo por Flash.
La casa parecía tranquila. Yuri escudriñó el vecindario y luego se dirigió hacia la puerta lateral. Tan rápido como pudo se metió dentro y cerró la puerta con llave.
Apoyado contra la puerta exhaló un suspiro de alivio. Un rápido vistazo alrededor le indicó que nadie había estado dentro. Dejó en el suelo la bolsa de la compra e inmediatamente bajó hasta el sótano. Dio otro suspiro de alivio cuando vio que el candado del laboratorio seguía intacto.
De vuelta en la cocina colocó el paquete de comida congelada y el vodka en la nevera. El resto de las cajas las dejó sobre la mesa. De camino al baño vio la tarjeta en el suelo delante de la puerta delantera. La recogió. Como esperaba, era de Jack. La colocó junto a la que ya tenía en el bolsillo.
Se quitó la barba falsa. El adhesivo le estaba volviendo loco. Cuando se miró en el espejo reparó en una pequeña Irritación donde se había pegado la barba. Se lavó la cara. No sabiendo cómo tratarla, se puso un poco de loción para después del afeitado. Desgraciadamente le escoció tanto que le saltaron las lágrimas. Cuando se volvió a mirar en el espejo, la irritación estaba más roja. Tenía mucho peor aspecto.
En la cocina sacó las llaves del coche de un armarito. Desde que había estado en el bar, pensaba en qué hacer con la inesperada aparición de Jack Stapleton en escena. Por mucha rabia que le diera, decidió alertar a Curt y arriesgarse a sufrir su ira. Pero lo haría en persona.
Se acercó a las ventanas delanteras. Vigiló el camino de entrada por entre las lamas de la persiana. Excepto una mujer joven con una babushka empujando a un bebé en un cochecito, no había nadie a la vista. Tampoco había vehículos extraños aparcados junto a su casa. Fue hasta la cocina y miró hacia la puerta lateral del garaje. Estaba sólo a unos pasos. Pensó en ponerse la barba de nuevo pero se abstuvo por miedo a empeorar la irritación. En lugar de ello sacó la pistola del bolsillo, la sujetó con la mano izquierda y le puso una toalla por encima. Abrió la puerta.
Después de una última comprobación para asegurarse de que no había nadie, salió. Cerró la puerta con llave y abrió la del garaje en segundos. Vigilando por si surgía alguna sorpresa y manteniendo siempre la pistola lista, sacó el taxi del garaje y cerró la puerta de éste. Aceleró por el sendero de entrada y empezó a relajarse. Giró por Ocean View Avenue y se dirigió hacia la autopista Shore, el camino más rápido para entrar en Manhattan a aquella hora del día. Mientras subía por la rampa de acceso metió la Glock debajo del asiento.
Yuri sabía que Curt se iba a enfadar por su visita al cuartel de bomberos, pero no tenía elección. Podía haber llamado, pero Curt se hubiera enfadado también y Yuri estaba convencido de que era mejor hablar con él cara a cara para subrayar la gravedad de la situación. Mientras conducía, Yuri se iba irritando cada vez más por tener que preocuparse de que Curt se enfadara. Era ridículo que las personas que trabajaban juntas por un fin común tuvieran miedo de la reacción de un compañero. La única explicación era que Curt era tan antieslavo como antitodo lo demás.
El Brooklyn Battery Tunnel dejó a Yuri en la parte baja de Manhattan. Con la señal de «ocupado» encendida, condujo hacia el norte por la calle West hasta Chambers, antes de girar a la derecha y avanzar hasta la calle Duane.
Fue disminuyendo la velocidad a medida que se acercaba al cuartel de bomberos. No sabía si aparcar o no. Al ver a cuatro hombres jugando a las cartas en una mesa junto a la acera, justo enfrente de la entrada optó por quedarse en el coche. Las grandes puertas levadizas del cuartel estaban abiertas al magnífico día de mediados de otoño. Sólo se veía la brillante parte delantera roja de un camión.
Aparcó en la rampa y luego ladeó el vehículo, colocándolo paralelo al edificio. Los hombres que jugaban levantaron la vista de las cartas.
Yuri bajó la ventanilla del pasajero y se inclinó hacia ella.
—¡Perdonen! —gritó—. Estoy buscando al teniente Rogers.
—¡Eh, teniente! —Voceó uno de ellos por encima del hombro—. Tiene visita.
Curt salió con la mano sobre los ojos, guiñándolos a causa de la claridad. El interior del edificio, parecía oscuro a causa de la brillante luz del sol. Tenía expresión de curiosidad hasta que vio a Yuri. Entonces su expresión se nubló con rabia apenas contenida.
—¿Qué coño estás haciendo aquí? —exclamó por lo bajo.
—Tenemos una emergencia —dijo Yuri. Le tendió una tarjeta de Jack Stapleton.
Curt la cogió mientras echaba una nerviosa mirada por encima del hombro a sus compañeros que jugaban a las cartas.
—¿Qué es esto? —preguntó.
—¡Léela! Por eso es la emergencia.
Curt miró la tarjeta antes de mirar de nuevo a Yuri. Parte de su irritación se había trocado en confusión.
—La Operación Glotón está en peligro —dijo el ruso—. ¡Tenemos que hablar ahora mismo!
Curt se mesó el pelo corto y rubio. Miró alrededor y a los jugadores de cartas, que seguían concentrados en el juego.
—Muy bien —gruñó—. ¡Más vale que sea importante! Hay un bar en la esquina llamado Petes. Steve y yo estaremos allí en cuanto podamos.
—Estaré esperando —dijo Yuri, y aceleró calle abajo. Le enfurecía el enfado de Curt. Por el retrovisor vio al bombero estudiando la tarjeta brevemente antes de volver al cuartel.
El bar estaba en penumbra, lleno de humo, y olía a cerveza vieja y grasa rancia. Había un limitado menú que incluía hamburguesas, patatas fritas y sopa del día. Sonaba música country a bajo volumen. De tanto en tanto Yuri entendía una frase de la canción acerca de amores abandonados y oportunidades perdidas. Unos cuantos hombres comían y tomaban cerveza. Tuvo que entrar hasta el fondo del estrecho local antes de encontrar un reservado vacío en la parte trasera, junto a los lavabos. Pidió un vodka y una hamburguesa. No tuvo que esperar mucho. Curt y Steve llegaron al mismo tiempo que la comida.
Los dos bomberos se deslizaron en el reservado frente a Yuri sin saludarle. Su incomodidad era palpable. Permanecieron en silencio mientras el camarero servía la hamburguesa y colocaba una servilleta junto a ella. El camarero les miró y ellos pidieron un par de cervezas. Cuando se marchó, Curt arrojó la tarjeta de Jack Stapleton sobre la mesa.
—¡Desembucha! —ordenó Curt—. Y será mejor que sea importante.
Yuri dio un bocado a la hamburguesa y masticó mirando a sus amigos. Estaba siendo deliberadamente provocativo haciéndoles esperar, pero no le importaba. De hecho, estaba disfrutando.
—No tenemos todo el día, coño —exclamó Curt. Yuri se enjuagó la boca con un trago de vodka. Luego, tras pasarse la lengua por los labios, recogió la tarjeta y la lanzó de nuevo en dirección al bombero.
—Este Jack Stapleton es el forense con el que os dije que me encontré en la oficina de la Compañía de Alfombras Corintias.
—Estupendo —ironizó Curt—. Eso fue hace dos días.
—Ayer pasó por la funeraria Strickland —dijo Yuri—. Estaba con el hermano de Connie.
—No nos lo dijiste.
—No creí que fuera importante. Al menos eso me parecía ayer.
—¿Pero hoy no?
—Sin duda —dijo Yuri. Dio otro mordisco a la hamburguesa mientras a Curt y Steve les servían sus cervezas. Yuri hizo una pausa mientras el camarero se marchaba—. Hoy Stapleton ha aparecido por mi casa.
—¿Por qué? —preguntó Curt. Su furia y su arrogancia habían desaparecido. Estaba estupefacto.
—Quería advertirme de que corría riesgos por lo que había causado la muerte de Connie. Aparentemente ha diagnosticado botulismo.
—¡Joder! —exclamó Curt.
—¿Cómo coño lo averiguó? —preguntó Steve—. Nos dijiste que eso no podía ocurrir.
—No sé qué le llevaría a hacer análisis. Pero sé que tomó muestras del cuerpo de Connie.
—¿Qué puñetas le dijiste? —repuso Curt.
Para empezar, él no supo que estaba hablando conmigo. Cuando nos tropezamos en la acera, yo llevaba la barba puesta. No sé si Stapleton me hubiera reconocido sin ella. Sólo hablamos unos instantes el lunes. El caso es que le dije que me llamaba Yegor y él se lo creyó. Me ofrecí a darle el mensaje a Yuri Davydov, pero Stapleton no me dijo cuál era el mensaje, excepto que le dijera a Yuri Davydov que podía estar en peligro.
—¿Pero crees que sospecha que es botulismo? —preguntó Curt.
—Sí.
—¿Crees que volverá?
—Puede que no hasta esta noche. Le dije que Yuri Davydov estaba trabajando en su taxi y que no volvería a casa hasta las nueve o las diez.
Curt miró a Steve.
—No me gusta.
—A mí tampoco.
—Ni a mí —dijo Yuri—. Estuvo husmeando alrededor de mi casa. Sin duda vio el respiradero del laboratorio y oyó el ventilador de circulación de aire. Pudo incluso ver la furgoneta del control de plagas.
—¡Mierda! —masculló Curt.
—Tendría que desaparecer, igual que Connie —dijo Yuri—. El Ejército del Pueblo Ario va a tener que deshacerse de él rápidamente.
Curt asintió y se volvió hacia Steve.
—¿Tú qué opinas?
—Creo que tiene razón. Si no movemos el culo, ese tío va a jodernos la Operación Glotón.
—La cuestión es cómo nos deshacemos de él.
—En la tarjeta está la dirección de su trabajo. Me dijo que estaría allí hasta las seis. En el dorso de la tarjeta está el número de su casa. Y creo que fue hasta Brighton Beach en bicicleta. Me parece que debería ser información suficiente para el EPA.
—¿Crees que anda en bicicleta por la ciudad? —preguntó Curt, incrédulo.
—Yo diría que sí.
—Podemos seguirle cuando salga del trabajo —dijo Steve—. Le atacaremos cuando esté a tiro.
Curt asintió mientras sopesaba la idea.
—¿Cómo le reconoceremos?
Steve señaló a Yuri.
—Él tiene que venir para identificarle.
—¿Puedes estar aquí otra vez a las cinco? —preguntó Curt.
—¿Dónde exactamente? Sé que no queréis que aparezca por el cuartel.
—Aquí mismo, en este bar.
—De acuerdo.
—Muy bien, decidido —dijo Curt—. El EPA acabará con Stapleton. Daré la orden. —Miró a Steve—. Eso significa que tendrás que volver a Bensonhurst para recoger a unos cuantos chicos. Y para esta clase de misión, creo que necesitaremos una furgoneta.
—No hay problema —dijo Steve.
—Necesitaremos mucha potencia de fuego —dijo Curt—. Quiero dar un golpe rápido y definitivo. Quiero decir que no me gustaría dispararle una vez y que salga indemne.
—Ya —asintió Steve.
—Muy bien, pues así quedamos —dijo Curt. Se terminó la cerveza y se dispuso a marcharse.
—Tenemos otro tema a tratar —dijo Yuri. Curt se detuvo—. Quiero adelantar la Operación Glotón a mañana, jueves.
—¿Mañana? —repitió Curt, incrédulo—. Creí que ibas a tener dificultades para conseguir el polvo de ántrax para el viernes.
—He trabajado casi toda la noche y toda la mañana. Con el segundo fermentador funcionando tan bien como ahora, estaremos a punto. Esta noche tendré suficiente para los dos golpes.
—Supongo que podríamos hacerlo —dijo Curt—. Jueves o viernes, no hay mucha diferencia. —Miró a Steve.
—No veo razón para no hacerlo. La huida está preparada. Ése sería el punto crítico.
—Tenemos que hacerlo el jueves —dijo Yuri—. Como dijiste anoche, la clave es la seguridad. Incluso aunque nos deshagamos de Stapleton, no sabemos con quién habrá hablado. Esperar otras veinticuatro horas es correr riesgos.
Curt soltó una risita.
—¿Sabes? Creo que tienes razón.
—Sé que la tengo. Siempre que lo que queramos sea coronar con éxito la Operación Glotón, cosa que creo que todos queremos.
—Desde luego —repuso Curt—. ¿A qué hora quieres que vayamos esta noche a recoger las salchichas?
—Mejor que sea tarde. Necesito tiempo para envolverlas adecuadamente. Digamos sobre las once.
—Perfecto. Allí estaremos. —Curt se deslizó fuera del reservado y Steve le siguió. Yuri no se movió.
—Quiero acabarme la hamburguesa —explicó.
—Te vemos a las cinco —dijo Curt, y siguió a Steve fuera del bar.
Yuri les vio marcharse. Pensaba que su manera de actuar como soldados era patética y le molestaba estar asociado con ellos. Pero ahora se sentía mejor de lo que se había sentido en todo el día. Parecía que a pesar de todos los problemas, las cosas estaban encajando. Mientras masticaba otro bocado de hamburguesa pensó en pasar por la agencia de viajes para reservar un vuelo desde Newark a Moscú el jueves por la noche.
Pero entonces pensó que sería mejor que lo hiciese por teléfono, porque no quería que le llevase mucho tiempo. Después de todo, tenía mucho que hacer hasta las once.