Martes 19 de octubre. 18.30 h.
Curt giró por Ocean View Lane. Aunque todavía no había oscurecido del todo, encendió sus luces a causa de las sombras que había en la estrecha carretera. Al igual que la noche anterior, había muchos cubos de basura ensuciando las aceras. Aparcó junto al garaje de Yuri y apagó las luces y el motor.
—Me parece bien todo lo que hemos decidido excepto la idea de darle a ese comunista un arma —dijo Steve—. Te digo que no me gusta.
—¿Qué opción tenemos? —se quejó Curt—. Ya te he dicho que está aterrorizado con su cuñado. El tipo amenazó con matarle.
—Ya sé lo que me dijiste. Pero con la forma tan rara en que ha estado actuando Yuri y las cosas tan demenciales que ha estado diciendo, como toda esa mierda de que ésta era una cultura sin raíces, te digo que no me gusta que tenga una pistola. Sobre todo una de las nuestras. ¿Y si se vuelve contra nosotros?
—No lo hará —dijo Curt irritado—. Por amor de Dios, somos los únicos amigos que tiene. Además, probablemente no podría darle a un elefante a un metro. Y tú tienes una pistola, ¿no?
—Claro.
—Bueno, yo también tengo la mía. Cómo no íbamos a poder con un ruso gordito. ¡Vamos! ¡Acabemos con esto!
Salieron de la furgoneta y se dirigieron a la puerta de Yuri. Curt llevaba una bolsa de papel marrón.
—Lo principal es que lo mantengamos trabajando en el laboratorio —dijo Curt—. Si eso supone tener que darle una pistola, se la damos. Estamos muy cerca. No podemos dejar morir ahora la Operación Glotón sólo porque Yuri está asustado de su cuñado negrata.
—Pero si tiene una pistola será más difícil que lo maneje el grupo.
Curt detuvo en seco a su socio.
—¿Crees que una Glock automática va a hacer algo contra una docena de Kalashnikovs? ¡Vamos, hombre! ¡No bromees!
—Supongo que no —contestó Steve.
—Claro que no. En cuanto tomemos posesión de nuestra parte de polvo de ántrax y lo guardemos a salvo en el Orgullo Blanco, le mandamos al grupo. Con Glock o sin Glock, la misión habrá acabado en cinco segundos. Coño, les diremos que quemen este sitio hasta los cimientos.
—Vale, tienes razón. Sólo quería estar seguro. Cuanto más pienso en ello menos quiero que espolvoree ántrax por Central Park.
—Opino lo mismo —dijo Curt—. Está claro que no es un objetivo militar como el edificio federal Jacob Javits.
—Y me fastidió cuando se puso a decir que su plan provocaría más víctimas que el nuestro. No me lo trago. Coño, los conductos de ventilación del edificio federal dan hacia fuera. No sólo vamos a acabar con el edificio entero, sino que el ántrax se extenderá por toda esa zona de la ciudad.
—Tal cual —dijo Curt—. Se dirigirá hacia el oeste, hacia los juzgados. ¿No es perfecto?
—No podría ser mejor.
—Cuando demos la orden a las tropas, Yuri es hombre muerto. Ya lo sabes. Fin de la historia.
Steve asintió. Se pusieron de nuevo en marcha.
—No veo luces dentro —dijo Curt cuando llegaron a la puerta. Tuvo que entornar los ojos bajo la luz de una lámpara exterior colocada a la izquierda de la puerta—. ¡Más le vale estar en casa!
Curt abrió la puerta mosquitera rota y llamó con fuerza a la puerta interior. Ésta se abrió casi inmediatamente. Yuri miró hacia fuera desde el interior a oscuras.
—Gracias a Dios —dijo con alivio—. ¡Entrad!
Curt y Steve pasaron junto al ruso pero estaban cegados por la luz de fuera y no veían nada.
—¿Qué coño has estado haciendo aquí? —preguntó Curt—. No veo tres en un burro.
—Lo siento, —dijo mientras se apresuraba a encender una lámpara junto al sofá—. Temía que el hermano de Connie pudiera aparecer antes de que llegaseis y quería que pareciese que no había nadie en casa.
—Así es mejor —dijo Curt cuando pudo ver.
—¿Os traigo un vodka helado? —preguntó Yuri.
—No, gracias —respondió Curt.
—Yo tampoco —dijo Steve.
—¿Habéis traído la pistola?
—Claro, yo la tengo —dijo Curt. Le tendió la bolsa—. Pero hablemos primero.
—Muy bien. ¿Os importa si me pongo un vodka yo?
—Para nada —dijo Curt.
Mientras Yuri iba a la cocina, Curt se sentó en el sofá y Steve lo hizo en una de las dos sillas. Dejaron la otra a Yuri para que estuviera más o menos en medio de los dos.
—Es asombroso pensar lo que va a salir de ese sótano de mierda —susurró Curt—. Sólo pensarlo me pone los pelos de punta.
—Ya te entiendo. Es como Cristo naciendo en un establo; cosas extraordinarias que proceden de entornos miserables. Esta arma biológica va a cambiar el mundo.
—Contentémonos con salvar al país —respondió Curt.
Con un vaso en la mano Yuri se unió a los otros. Se sentó en la silla vacía.
—¿De qué queréis hablar? —preguntó Yuri. Dio un sorbo a su bebida y lo saboreó. A pesar de algunos recientes malentendidos respecto a su relación con sus invitados, le alegraba y aliviaba verlos allí.
—Con todos esos inesperados problemas que han ido surgiendo, hemos decidido que las cosas deben acelerarse —dijo Curt—. Como te dijimos anoche, nos preocupa la seguridad. Después de haber estado hablándolo todo el día, hemos decidido que queremos programar el acontecimiento para el viernes. Así que queremos nuestra mitad de ántrax en polvo el jueves por la noche. Son dos días a partir de hoy.
—Eso es muy rápido —dijo Yuri. Estaba visiblemente preocupado. Antes de planear el día del lanzamiento necesitaban obtener suficiente cantidad de ántrax.
—Puede ser —dijo Curt—. Pero tenemos la sensación de que tiene que ser así.
—Va a ser difícil —repuso Yuri. Sus ojos fueron rápidamente de Curt a Steve—. Para los dos lanzamientos necesitamos al menos dos kilos o dos kilos y medio para que el efecto sea óptimo.
—Eso significa que queremos dos o mejor dos kilos y medio de polvo el jueves por la noche —dijo Curt—. Esto no es una discusión. ¿Estoy hablando claro?
—No sé qué decir —exclamó Yuri.
—Di: «Muy bien, Curt. Ven y lo tendré listo para ti». Nos dijiste que iría metido en plástico transparente y tendría aspecto de grandes salchichas. ¿Sigue siendo así?
—Sí —contestó Yuri. Tomó un sorbo de su vaso y le tembló la mano.
—¿Y es seguro manejarlo así? —preguntó Curt—. Quiero decir, sin traje protector.
—Si el plástico no se rompe, sí. Las salchichas irán termoselladas y la parte exterior descontaminada.
—¿Es fuerte ese plástico? Suponte que se nos cae una de las salchichas. ¿Sería un problema?
—No he hecho una prueba —admitió Yuri—. Pero no aconsejaría dejarlas caer ni golpearlas con nada. Bajo condiciones ideales cada una de las salchichas sería capaz de matar a cien mil personas.
—¿Cuántos kilos tienes ahora? —preguntó Curt.
—No estoy seguro.
—Anoche dijiste que podrías tener suficiente para finales de semana. Así que tienes que tener una idea. El jueves queda cerca del final de la semana.
—He hecho más esta mañana. No lo he pesado.
—Entonces estás cerca.
—Sí, estoy cerca —dijo Yuri. Asintió varias veces como de acuerdo consigo mismo antes de resoplar. Era como si hubiese estado presionado pero ahora se pudiera relajar. Hizo un gesto con el vaso hacia Curt y Steve como si fuese a brindar, y luego bebió otro trago más largo de vodka, que mantuvo en la boca un momento antes de tragarlo, como si fuese un buen vino.
—¿Qué pasa con el segundo fermentador? —preguntó Steve—. ¿Lo estás utilizando para el ántrax?
—Sí, lo hice esta mañana.
—¿Cómo va? —preguntó Curt.
—Muy bien —dijo Yuri. Consiguió sonreír—. Está creciendo mucho mejor que el Clostridium botulinum. De hecho me sorprendió cuando lo comprobé unos minutos antes de que llegarais. Podré tener una partida entera esta noche.
—Podríamos conseguir otro fermentador esta noche —sugirió Steve—. Si te sirve de algo.
—No hace falta —dijo Yuri con un movimiento de la mano—. Con el segundo funcionando es suficiente. Ahora que lo pienso estoy seguro de poder haceros la entrega el jueves por la noche.
—¿De verdad? —preguntó Curt.
—No estabas tan seguro hace un momento.
—No —admitió Yuri—. Hasta que Steve me recordó el segundo fermentador. Funcionando así, podré tener al menos cinco kilos e incluso un poco más si trabajo sin parar.
—¿Hay alguna razón por la que no puedas hacerlo? —preguntó Curt.
—No —dijo Yuri—. Dejaré de conducir el taxi.
—Hay una cosa más que queremos que hagas antes de mañana por la noche.
El rostro de Yuri adoptó expresión preocupada.
—No te preocupes —dijo Curt advirtiendo su cambio de expresión—. Es una petición fácil, al menos para ti. Me gustaría que escribieses cómo has fabricado ese polvo de ántrax. Como te vas a ir a Rusia, vamos a tener que buscar a alguien si queremos repetir.
Yuri recuperó la sonrisa. Asintió.
—Claro, puedo hacerlo. De hecho, me encantará hacerlo.
—¡Perfecto! —dijo Curt. Sonrió para sí antes de recoger la bolsa de papel del sofá y tendérsela a Yuri.
Cuando el ruso agarró el paquete la otra mano de Curt se deslizo hacia atrás para empuñar la pistola que llevaba a la espalda sin que Yuri, que estaba abriendo alegremente el paquete, lo supiera. Steve hizo lo mismo con la suya.
Yuri levantó la automática por el cañón y la examinó de cerca. La sopeso.
—Es ligera —dijo.
—Lo es —contestó Curt—. Es una Glock, un arma muy buena. El arma preferida de las milicias.
—¿Hay algo en particular que deba saber sobre ella? —preguntó Yuri. Abrió la recámara, miró las balas y las contó.
—Apuntas a tu cuñado y aprietas el gatillo. La pistola hace el resto.
Yuri rió. Deslizó el dedo por el gatillo y apuntó a la nevera.
—¡Bang! —dijo, e hizo saltar la pistola como si hubiese disparado de verdad. Rió de nuevo antes de colocarla sobre la mesilla.
Curt y Steve se relajaron y se echaron hacia atrás en sus asientos.
—Hay algo más en la bolsa —dijo Curt.
—¿Sí? —preguntó Yuri agarró el paquete. Sacó una bolsita de celofán que parecía llena de pelo negro. Esbozó una media sonrisa. Pensó que era una especie de broma.
—¿Qué coño es esto?
—Es algo que compramos en una tienda de disfraces de camino aquí. Es una barba.
—¿Para qué diablos?
—Por si acaso. La pistola es para una emergencia absoluta. No queremos que la uses. Manténte apartado de tu cuñado y descuelga el teléfono. No hables con él. Cuando salgas, asegúrate de que no está por aquí y ponte esa estúpida barba. Si viene, no le dejes entrar. Deshazte de él. El problema es que si usas la pistola, eso atraerá a la policía y si la policía viene y empieza a fisgar, la Operación Glotón se va al garete. Steve y yo y las tropas del EPA nos disgustaríamos mucho. ¿He hablado claro?
—No te preocupes. Sólo usaría la pistola para evitar que me matase. Es más bien para sentirme seguro.
—Bien.
—Después de todo —añadió Yuri abriendo el paquete de celofán—, la Operación Glotón es tan importante para mí como para vosotros. Lo último que querría es fastidiarla.
Yuri sacó la falsa barba y la colocó ante su cara.
—¿Qué aspecto tengo?
—Ridículo —dijo Curt.
El ruso rió y volvió a meter el celofán y la barba en la bolsa de papel.
Curt se levantó y le tendió la mano a Yuri, que se la estrechó con entusiasmo.
—¿A qué hora entonces el jueves por la noche? —preguntó Curt.
—A la que queráis. Estará listo cuando queráis.
—Excelente —dijo Curt—. Vendremos después de que oscurezca. Llevaré una bolsa de herramientas de bombero. Es como una pequeña bolsa de viaje. ¿Será suficiente para meter las salchichas de plástico?
—Más que suficiente —contestó Yuri—. Lo principal es que no haya bordes agudos en el interior. Os daré una toalla para que la enrolléis dentro.
—Suena bien —dijo Curt. Hizo un saludo militar poco entusiasta.
Yuri le devolvió el gesto.
Curt precedió a Steve al salir. Oyeron cómo el ruso echaba el cerrojo mientras caminaban por el sendero.
—¿Qué opinas? —preguntó Curt mientras encendía el motor.
—Estoy animado. Al principio, cuando actuaba de manera tan nerviosa, tuve mis dudas. Pensé que iba a hacérnoslo pasar mal para conseguir el ántrax o quizá discutir que tendríamos que hacerlo en Central Park en lugar del edificio federal.
—Yo también —dijo Curt—. Pero es como si de pronto hubiera visto la luz y se diera cuenta de que es mejor que la Operación Glotón se ejecute lo antes posible antes de que salga mal otra cosa. Menos mal que vinimos y le presionamos. Creo que deberíamos haberlo hecho hace una semana. Pero ahora no importa. Lo que importa es que la Operación Glotón va a tener lugar y el viernes próximo se va a desatar el infierno aquí en la Gran Manzana.
—Me alegro de que decidiera mostrarse colaborador, pero sigo pensando que es un tipo raro —dijo Steve—. ¿Te pusiste nervioso cuando sacó la pistola?
—Un poco —admitió Curt—. Pero era más por lo que tú habías dicho antes de que entráramos. Es un tipejo patético. Qué infantil, haciendo como que disparaba la pistola. Y cuando se puso la barba, casi estallo de risa.
—Creo que ha sido una idea brillante pedirle que escribiera cómo hacer el polvo de ántrax.
—Fue un toque de genialidad —dijo Curt con una sonrisa torcida mientras giraba hacia Ocean Avenue—. Se me ocurrió la idea de repente. Si todo esto va tan bien como creo que irá, seguramente querremos dar más golpes.