Martes 19 de octubre. 17 h.
Jack pidió a Warren que le dejara en la calle treinta junto a la oficina del forense para entrar en el edificio por el muelle de carga. Quería evitar encontrarse con el jefe o con Calvin por si sus hazañas en Brooklyn hubiesen causado ya revuelo. Lo que quería tener antes de enfrentarse con nadie eran los resultados de las muestras que había tomado de Connie Davydov. Le servirían como justificación de sus actos.
La intuición de Jack le dijo que Flash probablemente tendría razón al decir que su hermana había sido víctima de juego sucio. Habiendo descartado el ataque al corazón, el derrame cerebral y la infección generalizada, el envenenamiento era bastante probable teniendo en cuenta el historial de violencia doméstica. El ojo a la funerala añadía considerable credibilidad a la historia. Aunque Jack no hubiese querido admitirlo ante Flash, su juicio profesional le decía que el ojo negro procedía de un trauma y no de una infección, y que el trauma era resultado de un puño y no de un objeto inanimado en el baño de la mujer.
Deseando montarse una coartada lo antes posible así como proporcionar pruebas para impulsar una investigación por homicidio, Jack fue al laboratorio de toxicología en la cuarta planta. Evitó al supervisor, John DeVries, que seguramente le haría esperar una semana o más. En lugar de ello Jack buscó a Peter Letterman, el delgado, rubio y andrógino técnico que actuaba como si estuviese casado con el laboratorio. Jack había llegado a verle allí incluso a las diez de la noche.
—Necesito desesperadamente tu ayuda —dijo Jack antes incluso de decir hola cuando encontró al técnico en la sección de cromatografía de gases.
Peter alzó las cejas. Estaba acostumbrado a todo tipo de ruegos creativos para abreviar las cosas en el jaleo de la toxicología. No había duda de que el departamento tenía poca financiación. Pero también era cierto que todos los departamentos de la oficina del forense estaban escasamente financiados.
—Puede que tenga que salir a vender lápices si no conseguimos que esto resulte positivo —dijo Jack. Cogió su cartera y empezó a sacar los frascos de muestras mientras le hacía a Peter un resumen de lo que había hecho por la tarde. La historia de la funeraria hizo sonreír al normalmente serio Peter.
—Crees que me lo estoy inventando, ¿verdad? —preguntó Jack, advirtiendo la expresión de Peter.
—No, no. Lo que me está contando es demasiado fantástico para que sea mentira.
—Bien —dijo Jack—. Entonces te darás cuenta del jaleo en el que puedo estar metido.
—¡Oh, sí! —contestó Peter sin dudarlo.
—Entonces ¿me ayudarás? —preguntó Jack.
—¿Qué está buscando?
—Algo que haya suprimido la respiración. Ya sabes, las habituales medicinas más cianuro, monóxido de carbono, glicoletileno y, coño, cualquier cosa que se te ocurra. No tiene por qué ser mucho. Pero encuentra algo.
—Muy bien. Le echaré un vistazo.
—¿Cuándo puedes hacerlo? —preguntó Jack.
—Por qué no ahora —dijo Peter—. Puedo analizar las muestras bastante rápido para encontrar lo que tiene en la cabeza.
Incapaz de contenerse, Jack rodeó a Peter con sus brazos y le dio un apretón.
Peter parecía abochornado cuando Jack le soltó. Se ruborizó y evitó mirarle a los ojos.
—Estaré arriba en mi despacho —dijo Jack—. Tengo mucho que hacer. Dame una voz cuando hayas acabado.
Peter asintió.
—Me toca pagar una comida pronto —dijo Jack, y le dio una palmadita en la espalda.
—Claro —dijo Peter empezando a recoger los frascos.
—Deja que rellene unos cuantos recibos de propiedad primero. Tenemos que establecer una cadena de custodia con esto por si resulta un caso de homicidio.
Después de salir del laboratorio de toxicología Jack subió por las escaleras hasta la quinta planta. Se estaba sintiendo mucho mejor. Con un saltito entró en histología. Encontró a Maureen O’Connor, la supervisora, con su abrigo preparado para marcharse.
—¡Qué suerte! —dijo Maureen con su pintoresco acento irlandés—. Llego tarde a una conferencia sobre patología y el señor Inoportuno entra con aspecto alegre y decidido.
La risa resonó en la habitación. Jack y su compañero de despacho, Chet, eran los dos únicos miembros del personal que no estaban casados y Maureen y su equipo de mujeres ayudantes de histología se divertían haciéndoles rabiar. Tenían muchas oportunidades ya que su despacho estaba al otro extremo del pasillo.
—Yo no tengo que ir a ninguna conferencia —dijo una de las otras mujeres—. Estoy disponible. —Surgieron más risas.
Jack abrió su cartera y sacó el frasco con la elipse de piel de Connie.
—Oh, caramba —suspiró Maureen—. No parece una visita de cortesía.
Jack sonrió.
—Esta visita es para pedir unos portaobjetos con esta muestra de piel, pero mañana será otro día.
—¿Habéis oído, chicas? —gritó Maureen. Sonó un coro de entusiastas «sí». Maureen tomó el frasco de Jack y se lo tendió a la ayudante más cercana.
—Considéralo hecho —le dijo a Jack—. ¿Qué clase de tinción?
—La normal. Quiero asegurarme de que la patología es trauma, no infección.
—¿Para cuándo lo necesitas?
—Lo antes posible.
—¿Por qué me molesto en preguntar? —dijo Maureen echando la cabeza hacia atrás como si estuviera hablando con Dios.
Jack salió del laboratorio de histología y se fue pasillo adelante. Al acercarse al despacho de Laurie vio que la luz estaba encendida. Se dirigió hacia la puerta y se detuvo. Sentados dentro estaban Laurie y Lou. Ninguno de los dos hablaba; miraba cada uno en una dirección diferente. La atmósfera era tensa.
—¿Es un velatorio? —preguntó Jack. Laurie y Lou levantaron la mirada. Laurie estaba muy irritada. Lou estaba obviamente contrito.
—Cómplices en el delito, creo —dijo Laurie cuando vio a Jack, que levantó las manos.
—Me rindo. ¿Cuál es el delito?
—Le he hablado de lo de Paul Sutherland —confesó Lou—. Y le he dicho que tú lo sabías.
—Ya —dijo Jack—. Y, como nos temíamos, se echa la culpa al mensajero.
—Ahora te pones a apoyarle —dijo Laurie—. No debía haber estado fisgoneando así. Desde luego, yo no se lo pedí.
—Supongo que es verdad —dijo Jack—. Pero a la vista de las circunstancias, creo que deberías saber en qué anda metido tu futuro esposo.
—¿Qué quieres decir con «anda metido»? —repuso Laurie con renovada furia—. ¿Qué demonios estás insinuando?
—Sólo le dije lo de la posesión de cocaína —explicó Lou.
—Ah —dijo Jack. Tragó saliva, incómodo.
—Paul no trafica con drogas —dijo Laurie indignada—. Si es eso lo que insinúas.
—¿Puedo entrar? —preguntó Jack.
—Será mejor que entres —dijo Laurie—. Y que te expliques.
Jack acercó una silla y se sentó junto a Lou. Miró a Laurie a los ojos. Ella le devolvió la mirada desafiante.
—Paul Sutherland es tratante de armas —dijo Jack. Los ojos azul gris de Laurie se pasearon de Jack a Lou varias veces.
—¿Cómo lo sabéis? —preguntó con una voz que había perdido parte de su furia.
—Lou lo descubrió al mismo tiempo que encontró lo de la posesión de cocaína —dijo Jack.
Lou asintió. Se miró las manos, que tenía sobre el regazo.
—¿Qué me importa si es un tratante de armas? —dijo Laurie despreocupadamente, tratando de aparentar que no le importaba.
Ni Jack ni Lou respondieron. Conociendo a Laurie, no les engañaba.
—¿Qué clase de armas? —preguntó ella.
—Ahora mismo no estoy seguro —dijo Lou—. Pero en 1994 estaba especializado en fusiles de asalto AK-47 de manufactura búlgara.
El color desapareció del rostro de Laurie.
—Lou, y yo hemos estado hablando sobre si decirte esto o no. Pero de una manera u otra, creemos que lo debes saber, dada tu actitud acerca del control de armas.
Laurie asintió, suspiró y apartó la mirada. Jack no supo si estaba enfadada, triste o las dos cosas. Durante un minuto ninguno de los tres habló. Finalmente, Laurie rompió el silencio.
—Gracias, señores, por cumplir con su deber. He sido informada. Ahora, si me perdonan, tengo mucho trabajo que recuperar.
Jack cambió una mirada con Lou. Los dos se levantaron y colocaron las sillas en su sitio. Se despidieron pero Laurie no les respondió. Ya había sacado el contenido de uno de sus casos pendientes de la carpeta del archivador y parecía absorta en él.
Los dos hombres caminaron por el pasillo hacia el despacho de Jack. No hablaron hasta que pensaron que Laurie no les podía oír.
—Iba a felicitarte por la valentía al hablar con Laurie —dijo Jack—, hasta que me di cuenta qué hábilmente lo has manipulado todo para que yo tuviera que soltar lo realmente gordo.
—Gracias a Dios que llegaste —dijo Lou—. Me estaba haciendo sentir como una mierda, lo que no era muy duro ya que yo mismo estaba preguntándome mis verdaderos motivos.
—Sigo creyendo que ha sido lo mejor para Laurie, incluso aunque exista la posibilidad de que lo hayamos hecho tanto por nosotros como por ella.
—Supongo que puedo mirarlo por ese lado —dijo Lou sin entusiasmo.
—Escucha, ¿tienes un momento? Quiero hablarte de un caso.
Lou miró su reloj.
—Con lo atrasado que estoy, supongo que media hora más no importará.
—No llevará tanto tiempo —dijo Jack. Jack precedió a Lou en su despacho y encendió la luz.
—¿Dónde diablos estará Chet? No le he visto desde esta mañana. No es propio de él desaparecer así.
Lou se sentó mientras Jack recogía una hoja de papel del centro de su escritorio.
—Mmmm —dijo Jack tras leer la nota.
—Esto es de Ted Lynch, el gurú del ADN. Parece que la estrellita azul de la Compañía de Alfombras Corintias estaba muy contaminada con esporas de ántrax. Teniendo en cuenta la superficie, estima que no habría sitio para una espora más. Esto sí es curioso.
—¿Qué significa? —preguntó Lou.
—Ni idea —dijo Jack. Colocó el papel sobre el escritorio—. Supongo que me está diciendo algo, pero no tengo la más ligera idea de lo que es. Suena casi como si la estrella se hubiera caído en un cuenco lleno de ántrax.
—Háblame del caso que me decías antes —dijo Lou. Jack le contó la historia de Connie Davydov. Lou escuchó atentamente y sonrió cuando oyó la parte de la funeraria.
—¿Había estado Warren alguna vez en un sitio de ésos? —preguntó Lou, que había conocido a Warren por Jack.
Jack negó con la cabeza.
—Tuvo que haberse sentido agobiado cuando vio al tipo que embalsamaban.
—Dijo que había sido la peor experiencia de su vida.
—Me lo imagino —dijo Lou.
—Pero no se podía evitar. Le necesitaba allí para intimidar al encargado de la funeraria. La verdad es que me sorprende haber podido hacer lo que hice.
—¿Por qué me estás contando esa historia ahora? —preguntó Lou—. ¿Puedo ayudar de algún modo?
—Me pregunto si podrías hacer algo con el cuerpo —dijo Jack—. No sé si planean embalsamarlo o incinerarlo, pero me gustaría que estuviese intacto. Realmente me gustaría hacerle una autopsia completa. ¿Hay alguna posibilidad de que intervengas?
—No sin cierta participación de esta oficina.
—Eso me temía. Bueno, siempre hay que preguntar. Voy a esperar a esta noche para los resultados de los análisis. Si dan positivo de algún veneno o sobredosis, te llamo.
—Estaré localizable en el teléfono móvil —dijo Lou. Se puso de pie y avanzó por el pasillo. Miró hacia el despacho de Laurie—. ¿Crees que debería volver y decirle algo a nuestra amiga?
—Creo que hemos dicho todo lo que podíamos decir —dijo Jack—. Ahora tendrá que meditar sobre ello y decidir la importancia que tiene.
—Supongo que tienes razón. Nos vemos.
—Cuídate.
Jack ordenó algunos de los montones de carpetas de casos incompletos que tenía sobre el escritorio. Colgó la chaqueta detrás de la puerta y se sentó a trabajar. Como había estado fuera de la oficina las dos últimas tardes, estaba más atrasado de lo habitual.