Martes 19 de octubre. 16.35 h.
La nieve se extendía como un inmaculado manto blanco por todo el camino hasta Fatherland Hill. Yuri y su hermano, Yegor, habían puesto aquel nombre a la pendiente porque era la mejor colina de toda la Unión Soviética para deslizarse en trineo. Tras apretujarse en un trineo fabricado por ellos mismos con madera y metal desechados, se lanzaron por la empinada pendiente. Yegor iba delante y Yuri detrás.
Para Yuri era como ser lanzado a un país de hadas. La nieve cristalina giraba alrededor mientras bajaban hacia las granjas que había junto al lago Niznije. Era como volar, y Yuri gritaba de placer.
Mientras caminaban hacia la carretera principal, vieron un trineo grande que se acercaba tirado por dos caballos tan blancos como la nieve. A medida que se acercaban, Yuri oyó las campanillas del trineo que sonaban al ritmo del trote de los caballos. El sonido no era de campanillas de trineo, sino de un teléfono.
Al enderezarse bruscamente Yuri casi se desmaya. Se tranquilizó y se inclinó para poner la cabeza entre las rodillas. Cuando se sintió normal, se irguió lentamente. El mareo había desaparecido, pero el teléfono seguía sonando.
Se levantó con las piernas ligeramente temblorosas y se dirigió a la cocina. Se había quedado dormido en el sofá y una rápida mirada al reloj le dijo que había dormido más de cuatro horas. Al levantar el auricular descubrió que tenía la voz ronca y tuvo que aclararse la garganta.
—Soy Gordon Strickland. Siento molestarle, señor Davydov, pero ha habido un problema que tiene que conocer.
Yuri se frotó la frente mientras su mente soñolienta luchaba por reconocer el nombre de Strickland. Sabía que lo había oído, pero no podía recordar en qué contexto. De pronto, con un sobresalto, se acordó. Era la funeraria a la que había encargado que recogieran a Connie.
—¿Qué clase de problema? —preguntó. Su mente trataba de abrirse paso entre la niebla del sueño. No le gustaba el sonido de la palabra «problema».
—Ha ocurrido algo muy irregular —continuó Gordon—. No mucho después de que su pobre esposa fallecida llegase aquí a nuestras instalaciones, aparecieron tres hombres pidiendo verla y tomar muestras.
—¿Qué clase de muestras?
—Fluidos corporales para analizar. Quiero pedirle disculpas por todo este asunto y por no haberle llamado inmediatamente y pedirle permiso. Por desgracia, todo ocurrió muy deprisa. Estaban autorizados por el forense jefe, pero ahora, estoy confundido acerca de la legalidad del hecho. Puede pensar en pedir consejo legal. Quizá podría ser indemnizado por la municipalidad.
—Pero no lo entiendo —dijo Yuri—. A mi esposa no le hicieron la autopsia.
—Precisamente. Por eso es tan irregular. Llevo en este negocio casi treinta años y mi padre estuvo en él toda su vida, y nunca nos había ocurrido algo así a ninguno de los dos.
—¿Quiénes eran esos hombres? —preguntó Yuri. Sujetó el teléfono con el hombro para alcanzar un vaso.
Sacó el vodka de la nevera y se sirvió una ración. Lo necesitaba.
—Uno de ellos era forense —dijo Gordon—. El doctor Jack Stapleton. Tenía un ayudante que…
—¿Cuál era el nombre del doctor? —preguntó Yuri, interrumpiendo al encargado de la funeraria. Incluso en su soñoliento estado el nombre le sonó de algo.
Cuando Gordon lo repitió, Yuri pestañeó. ¡Jack Stapleton era el hombre que estaba en la oficina de la Compañía de Alfombras Corintias!
—El forense iba también acompañado por un pariente de su difunta esposa —prosiguió Gordon—. Al menos eso me dijeron. Se presentó como Frank Thomas, aunque oí al doctor Stapleton llamarlo Flash.
Yuri sintió un escalofrío. Cogió una de las sillas de la cocina y la acercó al teléfono para sentarse. Sus piernas se habían vuelto de goma. Flash Thomas era la única persona en el mundo a la que Yuri temía de verdad. No sólo era un hombre grande y musculoso, sino que le había amenazado en varias ocasiones. La última vez había sido por teléfono: le dijo que si volvía a pegar a Connie, iría a Brighton Beach y le mataría.
—¿Sigue usted ahí? —preguntó Gordon.
—Sí, sigo aquí —consiguió decir. Tenía el pulso acelerado. ¿Qué podía significar que Flash estuviera con aquel misterioso Jack Stapleton?— ¿Qué clase de extraña coincidencia era aquélla?
—Vamos a necesitar que nos dé algunas instrucciones —repitió Gordon—. ¿Desea que pongamos un ataúd abierto?
—¡No! —gritó Yuri—. No. Quiero que sea lo más sencillo posible. Eso es lo que Connie hubiera preferido.
—Pero tendrá que venir y escoger el ataúd adecuado.
—¿Cuál es el más barato?
—Sería mucho mejor que viniera usted —dijo Gordon con su untuosa voz de negocios—. Podemos mostrarle toda la línea con la descripción de las ventajas y desventajas de cada uno.
—¿Y la incineración?
—Se puede arreglar —respondió Gordon—. Pero sigue quedando el asunto de escoger el contenedor apropiado.
—Quiero que la incineren. Y que sea pronto. ¡Hoy!
—¿No habrá velatorio ni servicio religioso?
—No. Mis creencias religiosas prescriben que debe hacerse lo antes posible.
—Muy bien.
—¿Qué clase de muestras tomó el doctor Stapleton? —inquirió Yuri.
—Sólo un pequeño trozo de tejido y algunos fluidos —dijo Gordon, nervioso.
—No quería que su cuerpo fuese violado —protestó Yuri. Se preguntaba qué habría impulsado a Stapleton a tomar muestras después de que las autoridades decidieran que no habría autopsia.
—Lo único que puedo hacer es disculparme de nuevo —dijo Gordon—. Pero tiene que entender que no estaba en nuestra mano hacer nada.
—Iré mañana para escoger un contenedor, apropiado para sus cenizas y liquidar la cuenta.
—Se lo agradeceremos mucho.
—Mientras tanto, asegúrese de que es incinerada antes de que su cuerpo sea violado de nuevo.
—Nos ocuparemos inmediatamente —prometió Gordon.
Yuri colgó y se quedó mirando la habitación sin ver. ¿Sería posible que las autoridades sospechasen de la toxina botulínica? No imaginaba cómo. Pero Flash Thomas planteaba una amenaza más inmediata. Yuri intentaba imaginar qué haría si su cuñado aparecía repentinamente en la puerta. Era una idea terrorífica. No se podría defender si Flash iba por él. Tenía que hacer algo para protegerse porque no podía abandonar su laboratorio, por lo menos hasta no haber recogido su cosecha final.
Al echar un vistazo al reloj que había sobre la nevera, tuvo una idea. Eran casi las cinco, lo que significaba que Curt pronto saldría del trabajo. Yuri cogió el teléfono. Pidió el número del cuartel de bomberos de la calle Duane y llamó inmediatamente. Cuando contestaron, pidió por el teniente Curt Rogers.
—Espere —dijo el bombero. Yuri miró hacia la puerta de la cocina, que era la que había usado cuando llegó a casa aquella mañana. Quiso comprobar si estaba bien cerrada. No lo estaba. De pie y estirando el cordón del teléfono todo lo posible, corrió el cerrojo que se ajustó con un tranquilizador golpe.
—Teniente Rogers —dijo Curt con un tono adecuado a su rango.
—Curt, soy Yuri. Necesito tu ayuda. —Hubo una larga pausa—. Curt, ¿estás ahí?
—¿Por qué demonios me llamas aquí? —rugió Curt con tono sofocado—. Pensé que te había dejado claro que eso estaba descartado.
—Dijiste que no fuera. Pero no dijiste que no llamara.
—¿Qué tengo que hacer? ¿Deletreártelo todo? —bufó Curt—. ¡Utiliza tu maldito cerebro! Tienes acento ruso, y se nota tanto por teléfono como en persona. No quiero que nadie de aquí piense que tengo tratos con un ruso.
—Pero tenía que llamar. Tengo un problema.
—¿Qué clase de problema? —preguntó Curt irritado.
—Necesito una pistola. Me dijiste que tú y el EPA teníais muchas. Sólo necesito una.
—¿Para qué coño es?
—Es por el hermano de Connie —dijo Yuri—. Acabo de saber que fue a ver su cuerpo a la funeraria.
—¿Y qué?
—Y mucho. Le viste el ojo anoche. Le había pegado y su hermano me dijo que si volvía a pegarle me mataría.
—¡Señor! —suspiró Curt.
—Hablo en serio. Es un negro muy grande y no voy a quedarme aquí en el laboratorio sin ningún tipo de protección.
—Muy bien, te llevaremos una puñetera pistola.
—La necesito ahora mismo.
—Salimos a las cinco —dijo Curt—. Te la llevaremos entonces.
—Gracias.
—Sí, vale —dijo Curt, y colgó. Yuri movió la cabeza desalentado. Había planeado hablarle a Curt de Jack Stapleton tras mencionar al hermano de Connie, pero cambió de opinión al oír el tono de Curt. Otra vez percibía furia y hostilidad como la noche anterior. Para Yuri aquella actitud era totalmente inapropiada para gente que se suponía que estaba colaborando. Se vio obligado a pensar de nuevo que Curt no era un amigo.
De un trago se acabó el resto de vodka y colocó el vaso en el fregadero. Luego se preguntó si tendría tiempo de ir al laboratorio a comprobar el segundo fermentador antes de que Curt llegara. Finalmente decidió que se sentiría más seguro junto a su polvo de ántrax.