Martes 19 de octubre. 11.15 h.
Con el motor del taxi en marcha Yuri salió y abrió la puerta del garaje. A pesar de su cansancio, la visión de la camioneta para control de plagas hizo que se dibujase una sonrisa en su rostro. El hecho de que estuviese allí esperando el gran día era motivo de gran satisfacción y daba sentido a los esfuerzos que estaba haciendo y los nervios que estaba sufriendo. Aparcó el taxi dentro y cerró la puerta oscilante. No quería que nadie viese la camioneta.
En la puerta trasera Yuri dudó un momento y dejó que sus ojos vagasen por el vecindario más cercano. Quería estar seguro de que nadie le estaba observando. No era normal que volviese a casa a media mañana. Y toda la conmoción de la ambulancia a altas horas de la madrugada debía de haber llamado la atención de los vecinos. Pero no vio a nadie. Era un apacible día del veranillo de San Miguel con una temperatura de veintipocos grados. De momento no había ni siquiera perros ladrando.
Una vez en la casa, Yuri fue a la nevera y se sirvió un vodka. Se apoyó sobre la encimera de la cocina y bebió un trago. Seguía nervioso porque hubieran llevado a Connie al forense en el hospital Kings County. Había ido para identificarla aunque le habían dicho que no era necesario ya que había sido debidamente identificada en el hospital de Coney Island. Pero habría ido igual, con la esperanza de convencer a los médicos de que no hicieran la autopsia. Resultó que no había visto a ningún médico. La persona que había visto se había descrito a sí misma como investigadora forense. Al menos Yuri se aseguró de que se enterase de la historia acerca del asma y las alergias. Ella le dijo que la autopsia no tendría lugar hasta algo después de las ocho, cuando llegasen los forenses.
Eran las cinco de la mañana cuando Yuri llegó a casa. Aunque exhausto, tenía la sensación de que no podría dormir. Estaba demasiado excitado, así que sacó el taxi para trabajar un poco en la hora punta.
Fue una buena decisión. No sólo había podido ganar algo de dinero, sino que el trabajo le distrajo de sus preocupaciones, al menos mientras estaba ocupado. En cuanto hubo un poco de calma, la cosa cambió y Yuri se fue a casa. Además, tenía cosas que hacer más importantes que pasarse el día conduciendo. Estaba deseando ir a su laboratorio.
Aunque no tenía hambre, se obligó a comer un plato de cereales. Le gruñía el estómago a causa de la pizza de la noche anterior, todo el café y ahora el vodka. Mientras comía, no quitaba ojo al teléfono. La investigadora forense le había dado un número para que llamara por la tarde y supiera si habían mandado el cuerpo de Connie a la funeraria escogida por él. Yuri se preguntaba si ya estaría lista para ser trasladada. En lo que a él se refería, cuanto antes saliese Connie de la oficina del forense, mejor.
Yuri marcó. Para su sorpresa el teléfono fue respondido por una persona y no por un contestador. Se presentó y preguntó por el cuerpo de su esposa.
—¿Cuál dice que era el nombre? —preguntó la operadora.
—Davydov —repitió Yuri—. Connie Davydov.
—Espere un segundo, déjeme comprobarlo. Yuri sintió que su pulso se aceleraba. Odiaba tratar con cualquier tipo de burocracia.
—No encuentro a ninguna Davydov —dijo la operadora—. ¿Está seguro de que su esposa vino a la oficina de Brooklyn?
—¡Naturalmente! Yo mismo fui.
—¿Cómo se deletrea Davydov?
Yuri deletreó su apellido. Su ansiedad creció. Quizá hubiesen hecho el diagnóstico y llamado a la policía. Quizá la policía estuviera ya camino de su casa en aquel momento. Quizá…
—Oh, aquí está —dijo la mujer—. No me extraña que no lo encontrase. No le han hecho la autopsia.
—¿Que no la han hecho todavía?
—No; quiero decir que los médicos decidieron que no necesitaba ser revisada —dijo la operadora.
—¿Por qué no? —Sonaba demasiado bien para ser cierto.
—No nos dicen nada de eso a las operadoras. Tendrá que hablar con el médico de guardia. Hoy es el doctor Randolph Sanders. ¡Un momento!
Yuri trató de atraer la atención de la operadora porque no estaba seguro de querer hablar con el médico de guardia, pero ella le dejó esperando. Se oyó música por el auricular.
Luchó por controlar su excitación mientras esperaba. El hecho de que hubiesen decidido no hacer la autopsia era una buena noticia inesperada, si es que era cierto. Tamborileó nerviosamente sobre la encimera. Bebió otro trago de vodka.
—Soy el doctor Sanders —dijo una voz, cortando la música—. ¿Puedo ayudarle?
Nervioso, Yuri le explicó quién era y lo que le habían dicho.
—Ah, sí —dijo el doctor Sanders—. Conozco bien el caso. Fui uno de los que decidieron que la autopsia no era necesaria.
—¿Entonces pueden enviar el cuerpo a la funeraria? —preguntó Yuri.
—Desde luego. Puede ser recogido en cualquier momento por la funeraria que haya escogido usted. Creo que es Stricklands.
—Así es. ¿Les puedo llamar ya?
—Estoy seguro de que el departamento de defunciones lo habrá hecho. O estarán a punto de hacerlo.
—Muchas gracias —dijo Yuri, dominando su excitación para no ser malinterpretado—. Por curiosidad, ¿por qué ese cambio de planes? Es decir, me siento aliviado de que no haya autopsia porque no me agradaba que alterasen el cuerpo de mi mujer.
—No ha sido realmente un cambio de planes —explicó Sanders—. No a todos los pacientes que envían aquí se les hace la autopsia. Hay una evaluación de la necesidad de hacerla sobre la marcha. En el caso de su esposa, el médico que la atendió certificó la causa de la muerte, que era seguramente consecuencia de su historial de asma. Naturalmente, su peso no contribuiría tampoco a mejorar su situación.
—Ya —dijo Yuri—. Muchas gracias por hablar conmigo.
—De nada —dijo Sanders—. Y mis condolencias por su pérdida.
—Son momentos difíciles para mí. Gracias por su amabilidad.
Yuri colgó mientras una maravillosa satisfacción le embargaba. Era como si la última barrera que obstaculizaba la Operación Glotón hubiese caído y el objetivo estuviera a la vista.
Acabó el resto del vodka y se dirigió al sótano. Silbaba mientras abría el cerrojo de la puerta. En su euforia ni siquiera se encontraba particularmente cansado.
Quitó el candado del cuarto de almacenaje y entró. Frente a la estantería escogió los nutrientes de cultivo y demás material que necesitaba. Lo sacó todo y lo colocó junto a la puerta del laboratorio. Luego se puso su aparato respirador y finalmente el traje protector. Cuando estuvo listo abrió la puerta interior y metió todos los materiales.
Lo primero que hizo fue sacar las placas de ántrax de la secadora y meterlas en el pulverizador. Cuando puso en marcha el pulverizador se sintió agradecido al oír el ruido del aire comprimido dentro de su capucha. Compensaba el traqueteo de las bolas de acero dentro del cilindro de metal.
El paso siguiente fue recoger más esporas de ántrax del fermentador y meter la lechada en la secadora. Después de hacer esto Yuri recargó el fermentador con nutrientes frescos para que la bacteria continuase su feroz reproducción y formación de esporas. Finalmente, se volvió hacia el segundo fermentador. De nuevo comprobó el nivel de crecimiento del Clostridium botulinum, que seguía siendo menos de lo que debería ser. Yuri seguía intrigado, pero ya no le preocupaba ahora que iba a usar el fermentador para el Bacillus anthracis. Con los dos fermentadores produciendo esporas de ántrax, tendría los necesarios cuatro o cínico kilos en cuestión de días.
Haciendo una pausa en su trabajo Yuri pensó en qué hacer con el cultivo de Clostridium botulinum. Incluso aunque el crecimiento hubiera sido mucho menor de lo previsto, la unidad contenía una enorme cantidad de la bacteria. Miró alrededor para buscar algo donde almacenarla. Lo único que podía servir eran los contenedores vacíos de nutriente, pero los había ido desechando a medida que los usaba. Lo que tenía a mano de momento no era suficiente para contener lo que había en el fermentador.
Sólo quedaba una solución: dejar que el contenido entero del fermentador se fuera por el desagüe. Trató de pensar si habría alguna consecuencia que pudiera alertar a las autoridades, pero no se le ocurrió ninguna. No creía que las plantas de tratamiento de aguas residuales se preocuparan por el contenido bacteriano del flujo que llegaba. Sólo se preocupaban por lo que salía.
Tranquilo con respecto a su decisión, sacó las herramientas de fontanería que había dejado en el laboratorio y se puso a trabajar. El trabajo sólo requirió abrir unas cuantas válvulas ya que Yuri había conectado originalmente los fermentadores a un desagüe con fines de limpieza.
Cuando abrió las válvulas correspondientes, miró cómo el nivel del fermentador bajaba. Salió una burbuja encima del agujero de una válvula de la parte de arriba del aparato.
Cuando el fermentador quedó vacío Yuri lo lavó. Luego empezó a cargarlo con caldo de cultivo fresco. Finalmente echó un poco del ántrax original que había aislado de la muestra de suelo de Oklahoma.
Cuando acabó, se enderezó. Dio una palmadita al fermentador y le dijo que se portara bien. Luego volvió su atención al pulverizador para ver cuanto tiempo le quedaba de funcionamiento. En cuanto acabó y descargó el polvo, decidió subir y echar una merecida y necesaria siesta.