Newton, Massachusetts,
martes, 6 de junio de 2006,19.30 horas.
Para cuando Jack llegó a casa de los Bowman, era demasiado tarde para considerar ir a hacer ejercicio; también para cenar con las niñas, que se habían retirado a sus respectivas habitaciones a fin de estudiar para los inminentes exámenes finales. Por lo visto, su presencia ya se había convertido en algo habitual, porque ninguna de ellas bajó a saludarlo. Para compensar la ausencia de sus hijas, Alexis le había dispensado una efusiva bienvenida, pero de inmediato advirtió la contusión enrojecida e hinchada en el lado izquierdo de su rostro.
—Pero ¿qué diantres te ha pasado? —preguntó, preocupada.
Jack restó importancia al asunto, asegurando que no era nada, pero prometió explicárselo después de asearse. Cambió de tema y preguntó por Craig. Alexis se limitó a responder que estaba en el comedor.
Jack se metió en la ducha para deshacerse de los sucesos del día, y al salir desempañó un poco el espejo del baño para mirarse la cara. El agua caliente había puesto aún más en evidencia la rojez, y en aquel momento también advirtió una pequeña y reluciente hemorragia en el globo ocular. Se acercó más al espejo y vio algunas hemorragias diminutas sobre la parte exterior del pómulo. Sin duda alguna, Franco se había ensañado. No pudo evitar preguntarse qué aspecto tendría él, porque aún le dolía la palma de la mano a causa del impacto, lo cual indicaba que le había dado con igual fuerza.
Después de cambiarse de ropa arrojó las prendas usadas en la cesta de la colada del lavadero, tal como le había pedido Alexis.
—¿Te apetece cenar? —propuso Alexis, que estaba en la cocina.
—Pues sí —asintió Jack—. Estoy hambriento; no he tenido tiempo de comer.
—Nosotros hemos comido carne a la brasa, patatas asadas, espárragos al vapor y ensalada. ¿Te parece bien?
—Genial.
Craig no pronunció palabra durante aquella conversación. Estaba sentado a unos quince metros de distancia, en el sofá del comedor, exactamente en el mismo lugar que aquella mañana, pero sin el periódico. Llevaba la misma ropa que durante el día, aunque ahora su camisa aparecía arrugada, llevaba el botón superior desabrochado y la corbata aflojada. Estaba completamente inmóvil, como una estatua, y miraba con fijeza el televisor de pantalla plana. A Jack no le habría parecido peculiar de no ser porque el televisor estaba apagado. Sobre la mesita de centro vio una botella de whisky medio vacía y un vaso anticuado lleno hasta el borde del líquido ambarino.
—¿Qué hace? —preguntó Jack a Alexis en voz baja.
—¿A ti qué te parece? —replicó Alexis—. Vegeta. Está deprimido.
—¿Cómo ha ido el resto de la sesión?
—Pues diría que más o menos como la parte que has visto, por eso está deprimido. Ha testificado el primero de los tres testigos expertos del demandante. Era el doctor William Tardoff, jefe de cardiología del Newton Memorial.
—¿Y qué tal como testigo?
—Por desgracia, muy creíble, y no se mostró nada condescendiente con el jurado. Logró explicar a la perfección por qué la primera hora, incluso los primeros minutos, son tan importantes para la víctima de un infarto. Después de unos cuantos intentos de protesta por parte de Randolph, consiguió hacer constar que, en su opinión, las posibilidades de supervivencia de Patience Stanhope disminuyeron de forma significativa a causa del tiempo que Craig había tardado en confirmar el diagnóstico y trasladarla al centro sanitario, es decir, al hospital.
—Suena bastante irrecusable, sobre todo viniendo de un jefe de unidad del hospital de Craig.
—Craig tiene motivos para estar deprimido. A los médicos les cuesta aceptar cualquier crítica, porque se ponen a sí mismos en un pedestal, pero cuando procede de un colega respetado es infinitamente peor.
—¿Randolph ha podido mitigar el impacto de su testimonio en el interrogatorio cruzado?
—Estoy convencida de que sí, al menos hasta cierto punto, pero tengo la sensación de que siempre va un paso por detrás.
—Según las normas, el demandante siempre es el primero en defender su caso, y la defensa ya tendrá tiempo de presentar el suyo.
—No me parece un sistema justo, pero no tenemos alternativa.
—¿Han sido los dos únicos testigos del día? —inquirió Jack.
—No, ha habido tres en total. Antes del doctor Tardoff, ha subido al estrado Darlene, la enfermera de Craig, y Fasano la ha machacado tanto como a Marlene por lo de la designación «paciente problemático». Durante la comida, Randolph se puso furioso con Craig por no habérselo contado antes, y la verdad es que lo entiendo.
—Todavía me alucina que Craig permitiera algo así en su consulta.
—Me temo que es una cuestión de arrogancia.
—Pues yo no sería tan magnánimo. A mí me parece una estupidez pura y dura, y desde luego no le va a ayudar en nada.
—Me asombra que el tribunal haya permitido que se incluya. En mi opinión, es claramente perjudicial y no tiene nada que ver con la supuesta negligencia. Pero ¿sabes lo que más me molesta?
—¿Qué? —preguntó Jack, advirtiendo que Alexis había enrojecido.
—La defensa de Craig se resentirá, pero la designación de las secretarias para esos pacientes es acertada.
—¿En qué sentido?
Observó que el rubor de Alexis se intensificaba; a todas luces, aquel tema la sulfuraba.
—Porque eran pacientes problemáticos, todos y cada uno de ellos. De hecho, llamarlos pacientes problemáticos era un eufemismo; eran hipocondríacos de la peor calaña. Lo sé porque Craig me hablaba de ellos. Le hacían perder el tiempo; deberían haber ido al psiquiatra o al psicólogo, a alguien que pudiera ayudarlos a resolver sus problemas. Y Patience Stanhope era la peor. Durante más o menos un año sacaba a Craig de la cama una vez por semana y lo obligaba a visitarla en su casa. Aquello afectaba a toda la familia.
—¿Así que estabas enfadada con Patience Stanhope?
—Claro que sí. Poco después de aquel período tan difícil, Craig se marchó de casa.
Jack escudriñó el rostro de su hermana. Recordaba que cuando eran pequeños, Alexis era proclive al histrionismo, y su reacción a Patience Stanhope insinuaba que aquel rasgo no había desaparecido por completo. Estaba alteradísima.
—Y no lamentaste su muerte —constató más que preguntó Jack.
—¿Lamentarla? Me alegré. Le había pedido muchas veces a Craig que se la quitara de encima como paciente, que le buscara otro médico, preferiblemente un psiquiatra. Pero ya conoces a Craig, siempre se negó. No le importaba derivar a sus pacientes al especialista si lo consideraba necesario, pero la idea de arrojar la toalla con un paciente equivalía al fracaso en su opinión. Era incapaz de hacerlo.
—¿Cuánto ha bebido? —preguntó Jack para cambiar de tema al tiempo que señalaba con la cabeza la figura inmóvil de Craig.
—Demasiado, como cada noche.
Jack asintió. Sabía que las drogas y el alcohol eran una secuela frecuente en los médicos.
—Ya que hablamos del tema, ¿qué te apetece beber? —preguntó Alexis—. ¿Cerveza o vino? Tenemos ambas cosas en la nevera.
—Una cerveza sería genial —repuso Jack.
La sacó del frigorífico él mismo, y mientras Alexis le preparaba la cena, salió de la cocina y se acercó al sofá. Craig no se movió, pero sus ojos inyectados en sangre se encontraron con los de Jack.
—Siento que haya sido un mal día en el tribunal —empezó Jack en un intento de entablar conversación.
—¿Cuánto rato has estado allí? —inquirió Craig con voz monótona.
—Solo he escuchado el testimonio de tu recepcionista, Marlene, que ha sido descorazonador, la verdad.
Craig agitó la mano como si ahuyentara un insecto invisible, pero no dijo nada, sino que se volvió de nuevo hacia el televisor apagado.
A Jack le habría gustado preguntarle acerca de las siglas «PP» a fin de entender la mentalidad que podía haber inducido a Craig a ser tan políticamente incorrecto y necio, pero se contuvo. No serviría de nada aparte tal vez de satisfacer su curiosidad morbosa. Alexis tenía razón; se debía a la arrogancia. Craig era uno de esos médicos convencidos de que cuanto hacía era noble porque el centro de su vida, en términos de dedicación y sacrificio, era noble, aunque sin duda era una actitud desafortunada.
Dada la falta de disposición de Craig a mostrarse comunicativo, Jack regresó a la cocina y luego salió a la terraza, donde Alexis le estaba preparando la carne. Su hermana tenía ganas de hablar de temas más agradables que el litigio por negligencia. Quería saberlo todo acerca de Laurie y los preparativos de la boda. Jack le contó lo mínimo, pero no le hacía demasiada gracia la conversación, pues se sentía culpable por estar en Boston y dejar todos los últimos detalles en manos de Laurie. En muchos sentidos era una situación insostenible; estaba condenado a sentirse culpable hiciera lo que hiciese. Si volvía a Nueva York, se sentiría mal por dejar a Alexis en la estacada. En cualquier caso, defraudaría a alguien. En lugar de abundar en el dilema, decidió ir a buscar otra cerveza.
Al cabo de un cuarto de hora se sentó a la enorme mesa redonda mientras Alexis le colocaba delante un plato de comida celestial. Su hermana se había preparado una taza de té y se sentó frente a él. Craig se había animado lo suficiente para encender el televisor y estaba mirando las noticias locales.
—Me gustaría contarte lo que he hecho hoy —anunció Jack entre dos bocados—. Tenemos que tomar una decisión respecto al papel que debo desempeñar en esto y a lo que queréis que haga. La verdad es que ha sido una tarde bastante productiva.
—¡Craig! —llamó Alexis—. Me parece que deberías desconectarte del respirador y venir a escuchar a Jack. Al fin y al cabo, la decisión es tuya.
—No me gusta que se rían de mí —espetó Craig, aunque apagó el televisor.
Con ademán fatigado, se levantó, cogió la botella y el vaso, y se acercó a la mesa. Dejó el vaso sobre ella, lo llenó de whisky y se sentó.
—Voy a tener que frenarte —señaló Alexis al tiempo que alargaba la mano y dejaba la botella fuera del alcance de Craig.
Jack esperaba que Craig se pusiera furioso, pero no fue así, sino que se limitó a dedicar a Alexis una sonrisa sarcástica a modo de agradecimiento.
Mientras comía, Jack les refirió sus actividades por orden cronológico, intentado no omitir nada. Les habló de su visita a la oficina del forense, su conversación con la doctora Latasha Wylie y lo que ésta le había dicho acerca del procedimiento de exhumación en Massachusetts, sobre todo la necesidad de obtener la autorización del familiar más próximo.
—Y ése es Jordan Stanhope, ¿no? —intervino Alexis.
—No lo permitirá —masculló Craig.
—Dejadme acabar —pidió Jack.
Les habló de su visita a la funeraria Langley-Peerson, la conversación con Harold Langley y los impresos de autorización, así como de lo que había averiguado allí acerca de Jordan Stanhope.
Tanto Alexis como Craig abrieron la boca de par en par al escuchar la breve biografía de Jordan.
Craig fue el primero en hablar.
—¿Crees que es cierto? —balbució.
—Harold Langley no tiene motivos para mentir. Debe de ser de dominio público en Brighton, de lo contrario no me lo habría contado. Los directores de funeraria suelen ser marcadamente discretos.
—Stanislaw Jordan Jaruzelski —repitió Alexis con incredulidad—. No me extraña que se cambiara el nombre.
—Sabía que Jordan era más joven que Patience —comentó Craig—, pero nunca habría imaginado algo así. Se comportaban como si llevaran más de veinte años casados. Me he quedado de piedra.
—En mi opinión, lo más interesante es que Patience era la que tenía el dinero.
—Pero ya no lo es —señaló Craig, meneando la cabeza con repugnancia—. Randolph debería haberlo descubierto. Éste es otro ejemplo de su ineptitud. Debería haber pedido otro abogado.
—Por regla general no es la clase de información necesaria para una demanda por negligencia —replicó Jack, aunque le sorprendía que no hubiera aparecido en la declaración de Jordan—. No es relevante.
—Yo no estoy tan seguro —objetó Craig.
—Déjame acabar —lo interrumpió Jack—. Luego podemos hablar de la situación.
—De acuerdo —accedió Craig.
Dejó el vaso y se inclinó hacia delante con avidez. Ya no parecía un tipo patético y vencido.
Jack les describió su excursión al hospital Newton Memorial y las conversaciones con la doctora Noelle Everette, el doctor Matt Gilbert y la señora Georgina O’Keefe. Comentó su sensación de que el tema de la cianosis no había quedado resuelto y refirió que, según Georgina, la cianosis estaba distribuida por todo el cuerpo, no solo en las extremidades. Preguntó a Craig si también él había tenido la misma impresión.
—Supongo que sí —repuso Craig—, pero estaba tan pendiente de la gravedad de su estado general que realmente no la examiné con la cianosis en mente.
—Es lo mismo que dijo el doctor Gilbert —comentó Jack.
—¡Un momento! —exclamó Craig de repente, alzando la mano—. ¿Lo que averiguaste acerca de Jordan hace que la cuestión de la cianosis te parezca más importante? Quiero decir, con todo el asunto del dinero, un hombre joven que se casa con una viuda rica…
Craig dejó la frase sin terminar mientras por su mente surcaban la idea y sus implicaciones.
—Tengo que reconocer que sí —admitió Jack—, pero por poco rato. En muchos aspectos es demasiado descabellado, por expresarlo de algún modo. Además, los biomarcadores indicaron que Patience había sufrido un infarto, tal como el doctor Gilbert me ha recordado con razón esta tarde. Pero al mismo tiempo, creo que no debemos descartar del todo la peculiar biografía de Jordan.
Acto seguido les habló de la historia que había contado a Matt y Georgina acerca del caso de la anciana que había muerto de un infarto tras ser atracada a punta de pistola.
—Todo esto me parece muy importante —señaló Craig— y me hace cuestionar aún más la competencia de Randolph.
—¿Qué me dices del cardenal que tienes en la cara? —quiso saber Alexis, como si de repente recordara que Jack había prometido contárselo.
—¿Qué cardenal? —preguntó Craig.
Jack estaba sentado a su izquierda, por lo que no veía el lado izquierdo de su rostro.
—¿No te has dado cuenta? —exclamó Alexis, asombrada—. Échale un vistazo.
Craig se levantó y se inclinó sobre la mesa. Jack volvió la cabeza a regañadientes para mostrarle el lado izquierdo de su rostro.
—Madre mía —masculló Craig—. Tiene mala pinta.
Alargó la mano y rozó el pómulo de Jack con la yema del dedo índice para evaluar el edema.
—¿Te duele?
Jack retiró el rostro.
—Claro que me duele —replicó, irritado.
Detestaba aquella costumbre de los médicos de tocarte justo donde acababas de decirles que te duele. Los ortopedistas eran los peores, en su experiencia, que era dilatada gracias a todos los golpes y cardenales que se había hecho jugando al baloncesto.
—Lo siento —se disculpó Craig—. Tiene mala pinta. No te vendría mal aplicarte frío. ¿Quieres que vaya a buscarte hielo?
Jack declinó el ofrecimiento.
—¿Cómo te lo has hecho? —inquirió Alexis.
—Ahora llegaré a esa parte —anunció Jack antes de relatar su visita a casa de los Stanhope.
—¿Fuiste a la mansión de Stanhope? —preguntó Craig con evidente incredulidad.
—Sí —reconoció Jack.
—¿Y eso es legal?
—¿Cómo que si es legal? Claro que sí. No estoy acosando al jurado ni nada de eso. Tenía que intentar conseguir su firma.
Jack les habló del Bentley y de la inesperada presencia de Charlene.
Craig y Alexis cambiaron una mirada de sorpresa, seguida de una carcajada despectiva de Craig.
—Vaya con el luto —se indignó Alexis—. Ese hombre es un sinvergüenza, y su fachada de caballero refinado, una farsa.
—Esto empieza a recordarme otro caso notorio en Rhode Island, aunque allí se trataba de diabetes —comentó Craig.
—Ya sé a qué caso te refieres —repuso Jack—, pero absolvieron al heredero que se había vuelto rico de repente.
—¿Y qué te ha pasado en la cara? —insistió Alexis, impaciente—. El suspense va a acabar conmigo.
Jack les contó que había sacado a colación el tema de la exhumación, pero sin esperanza alguna de obtener la autorización de Jordan. Luego describió la llegada de Tony Fasano, acompañado de su secuaz vestido igual que él.
—Se llama Franco —explicó Alexis.
—¿Lo conoces? —preguntó Jack, sorprendido.
—No, solo de vista. Es difícil no verlo. Acompaña a Tony Fasano al juzgado. Sé cómo se llama porque ayer oí a Tony Fasano llamarlo cuando salían de la sala.
Jack relató la vehemente oposición de Tony a la idea de exhumar el cadáver de Patience y practicarle la autopsia. Les dijo que lo habían amenazado con acabar con él si lo hacía.
Alexis y Craig se lo quedaron mirando en silencio durante algunos instantes, anonadados por lo que acababan de oír.
—¡Qué extraño! —exclamó por fin Craig—. ¿Por qué se opone tanto a la autopsia?
Jack se encogió de hombros.
—Supongo que porque está muy seguro del caso y no quiere marear la perdiz. Ha invertido un montón de dinero en prepararlo y espera una recompensa brutal. Pero tengo que reconocer que su actitud me ha motivado mucho.
—¿Y qué hay de tu cara? —persistió Alexis—. No haces más que eludir la cuestión.
—Eso fue al final, después de que Franco me sacara de la casa por la fuerza. Me puse graciosillo y estúpido; les dije a los dos que me parecía una monada que se vistieran igual.
—¿Y él te pegó? —preguntó Alexis, consternada.
—Bueno, no fue una caricia precisamente —espetó Jack.
—Creo que deberías presentar cargos contra él —opinó Alexis con indignación.
—No estoy de acuerdo —objetó Jack—. Como un idiota, le devolví el bofetón, así que presentar cargos solo desembocaría en una disputa acerca de quién pegó primero a quién.
—¿Pegaste a esa bestia parda? —se asombró Alexis—. ¿Qué pasa, que ahora en la madurez te has vuelto autodestructivo?
—Hay quien me ha acusado de eso no hace demasiado. Yo prefiero pensar que soy impulsivo en ocasiones, con un toque de temeridad justiciera.
—Pues a mí no me parece nada gracioso —refunfuñó Alexis.
—Ni a mí —convino Jack—, pero el episodio, sobre todo el hecho de recibir un bofetón, ha resultado muy útil para mi causa, que al principio daba por perdida.
Jack deslizó la mano en el bolsillo interior de la americana, sacó el permiso de exhumación, lo dejó sobre la mesa y lo alisó con la palma de la mano.
—Jordan ha firmado la autorización.
Alexis acercó el formulario hacia sí, miró la firma de Jordan y pestañeó varias veces como si esperara que fuera a desvanecerse en cualquier momento.
—Esto descarta cualquier sospecha de que esté involucrado —comentó Craig, mirando el papel por encima del hombro de Alexis.
—Quién sabe —replicó Jack—. Lo que sí hace es poner la idea de la autopsia sobre la mesa como opción legítima. Ya no se trata de una posibilidad teórica, aunque ahora nos enfrentamos a la escasez de tiempo. Suponiendo que eso no sea un problema, la cuestión es si queréis que lo haga, y tenéis que decidirlo esta noche.
—Sigo teniendo la misma opinión que esta mañana —repuso Craig—. No tenemos forma de saber si ayudaría o no, y se puede argumentar en ambos sentidos.
—Creo que hay alguna posibilidad más de que ayude que de lo contrario, precisamente por el tema de la cianosis —explicó Jack—. Debe de haber una explicación anatómica, alguna patología que contribuyera a ella. Pero tienes razón; no hay garantías. —Se encogió de hombros—. En fin, no quiero intentar convenceros de nada. No he venido a empeorar la situación. La decisión está en vuestras manos.
Craig sacudió la cabeza.
—Me cuesta tomar decisiones con lo confuso que estoy. Creo que estoy en contra por el miedo a lo desconocido, pero yo qué sé. No estoy en posición de ser objetivo.
—¿Y si se lo preguntamos a Randolph? —sugirió Alexis—. Si la autopsia arrojara algún resultado positivo, tendría que arreglárselas para conseguir que se admitiera como prueba. Y con las normas de procedimiento, eso no tiene por qué suceder necesariamente.
—Tienes razón —convino Jack—, hay que consultar a Randolph. Sería un ejercicio de futilidad si luego no pudieran incluirse los resultados.
—Aquí hay algo que falla —comentó Craig—. Yo me dedico a cuestionar la competencia de Randolph y a considerar la posibilidad de sustituirlo, y vosotras creéis que debemos dejar en sus manos la decisión acerca de la autopsia.
—Podemos contarle la historia de Jordan Stanhope al mismo tiempo —observó Alexis, haciendo caso omiso de Craig.
—¿Podemos llamarlo por teléfono esta misma noche? —quiso saber Jack—. La decisión acerca de la autopsia no puede esperar. Aun cuando obtengamos luz verde, no puedo decir a ciencia cierta si se hará. Hay demasiadas variables y muy poco tiempo.
—Podemos hacer algo mejor que llamarlo por teléfono —aseguró Alexis—. Vive a la vuelta de la esquina.
—De acuerdo —consintió Craig, alzando las manos; no tenía una opinión lo bastante clara para enfrentarse a ambos—. Pero yo no lo llamo.
—A mí no me importa llamar —aseguró Alexis antes de levantarse y acercarse al escritorio.
—Parece que te encuentras mejor —comentó Jack a Craig mientras Alexis hacía la llamada.
—Tengo muchos altibajos —reconoció Craig—. Estoy deprimido y de repente me entra la esperanza de que la verdad acabe imponiéndose. Estoy así desde que todo este lío empezó el pasado octubre. Pero creo que hoy ha sido uno de los peores días al oír a Bill Tardoff testificar contra mí. Siempre me he llevado bien con él; la verdad es que no lo entiendo.
—¿Es un buen médico?
Craig le lanzó una mirada llameante.
—Pregúntamelo dentro de un par de días. Ahora mismo te daría una respuesta irracional.
—Lo entiendo —aseguró Jack, y era cierto—. ¿Qué me dices de la doctora Noelle Everette? ¿Tiene buena reputación?
—¿En mi opinión o entre la comunidad hospitalaria?
—Ambas cosas.
—Como en el caso de Bill, mi opinión ha cambiado con el litigio. Antes la consideraba una médico decente, no brillante, pero decente, y de vez en cuando le derivaba pacientes. Con el juicio estoy tan furioso con ella como con Bill. En cuanto a su reputación en general, es buena. Cae bien, aunque no le pone tanta dedicación a su profesión como la mayoría de los demás médicos.
—¿Por qué lo dices?
—Oficialmente, solo trabaja a tiempo parcial, aunque en realidad trabaja más bien tres cuartas partes del horario completo. Pone como pretexto a su familia, lo cual es una tontería, porque todos tenemos familia.
Jack asintió como si estuviera de acuerdo, pero no era así. Consideraba que Craig habría hecho bien en probar el método de Noelle, ya que con toda probabilidad habría sido un hombre más feliz además de mejor marido y padre.
—Te he preguntado por Noelle Everette porque hoy ha dicho algo interesante —prosiguió Jack tras una pausa—. Me ha dicho que algunos médicos anticuados, un grupo en el que se ha incluido, están enfadados con los médicos a la carta. ¿Te sorprende?
—La verdad es que no. Me parece que están celosos. No todo el mundo puede cambiar a una consulta de medicina a la carta. Depende mucho de su cartera de pacientes.
—Te refieres a que depende de si los pacientes son ricos o no.
—En gran parte —admitió Craig—. La medicina a la carta permite un estilo de vida envidiable en comparación con la deplorable situación en la que se encuentra la sanidad actual.
—¿Qué fue de los pacientes de tu antigua consulta que no podían sufragar la cuota de la nueva consulta?
—Los derivamos a otras consultas convencionales.
—De modo que en cierto modo fueron abandonados.
—En absoluto. Dedicamos mucho tiempo a darles nombres y números de teléfono de otros médicos.
A Jack se le antojaba un abandono de todas formas, pero no ahondó en el tema.
—O sea que, en tu opinión, el enojo de Noelle se debe a la envidia —señaló en cambio.
—No se me ocurre ningún otro motivo.
A Jack se le ocurrían unos cuantos, entre ellos el concepto de profesionalidad que había mencionado Noelle, pero no le interesaba enzarzarse en una discusión, porque lo que más le interesaba era el juicio.
—¿Patience Stanhope ya era paciente tuya en la otra consulta?
—No, era paciente del médico que abrió la consulta de medicina a la carta que ahora mismo dirijo prácticamente solo. Él está en Florida; no goza de buena salud.
—Así que en cierto modo la heredaste.
—En cierto modo.
Alexis regresó a la mesa.
—Randolph viene para aquí. Le interesa la idea de la autopsia, pero tiene ciertas reservas, entre ellas su admisibilidad como prueba, tal como me temía.
Jack asintió, pero en aquel momento le interesaba más su conversación con Craig, y llevaba un rato cavilando cómo formular la siguiente pregunta.
—Craig, ¿recuerdas que esta mañana te he comentado la idea del estrangulamiento o la asfixia en el caso de Patience Stanhope, aunque luego me he dado cuenta de que era una tontería, porque murió de un infarto?
—¿Cómo iba a olvidarlo?
—Es un ejemplo de la mentalidad de los forenses. Lo que quiero decir es que no pretendía hacer ninguna acusación. Estaba pensando en voz alta, intentando relacionar la cianosis central con el resto de los hechos. En retrospectiva, lo entiendes, ¿verdad? En su momento te molestó la insinuación.
—Lo entiendo, pero es que últimamente estoy fuera de mí por razones evidentes. Lo siento.
—No tienes por qué disculparte. Saco el tema porque quiero hacerte una pregunta que se me ocurrió cuando Noelle Everette comentó lo de que un grupo de médicos anticuados estaban enfadados con los médicos a la carta. Es una pregunta que te puede parecer descabellada y hacerte reaccionar como esta mañana con el asunto de la estrangulación y la asfixia.
—Me mata la curiosidad. Pregunta.
—¿Se te ocurre algún modo, por rocambolesco que sea, en que te pudieran haber tendido una trampa con la muerte de Patience Stanhope? Lo que sugiero es que alguien viera su muerte como una oportunidad para dejar en evidencia la medicina a la carta. ¿Tiene algún sentido lo que estoy diciendo o me he vuelto a pasar de la raya?
Los labios de Craig se curvaron en una leve sonrisa, que se ensanchó hasta convertirse en una sonora carcajada.
—Lo que te falta en racionalidad lo suples con creatividad —comentó, sacudiendo la cabeza.
—No olvides que es una pregunta retórica. No espero respuesta; almacénala en tu cerebro e intenta averiguar si guarda alguna relación con algún otro hecho que no hayas contado a nadie.
—¿Estás hablando de conspiración? —inquirió Alexis, tan asombrada como Craig.
—La conspiración requiere más de una persona —señaló Jack—. Como me pediste por teléfono, estoy pensando fuera de los límites establecidos.
—Pero mucho —terció Craig.
El timbre de la puerta interrumpió cualquier otra reflexión sobre posibles maquinaciones médicas malévolas, como las denominó Craig mientras Alexis iba a abrir. Cuando Alexis regresó seguida de Randolph Bingham, Jack y Craig estaban riendo a causa de los demás nombres que iba inventando Craig. Alexis se llevó una grata sorpresa al verlos así; Craig mostraba un comportamiento normal por primera vez en muchos meses, lo cual no dejaba de resultar peculiar teniendo en cuenta el mal día que había pasado en el tribunal.
Alexis volvió a presentar a Jack y Randolph. Se habían conocido delante del juzgado aquella mañana, antes del inicio de la sesión. En los pocos instantes de que disponían, Alexis se había limitado a explicar que Jack era su hermano, mientras que ahora incluyó una descripción de sus credenciales profesionales.
Randolph guardó silencio durante el monólogo de Alexis, si bien asintió varias veces en puntos clave.
—Encantado de volver a verlo —saludó en cuanto Alexis terminó.
—Igualmente —repuso Jack.
Percibía cierta incomodidad en la situación. Randolph se conducía con una solemnidad inquebrantable. Si bien ya no llevaba el traje impecable con que se había presentado al juicio, su idea de un atuendo informal consistía en una camisa blanca de manga larga recién planchada y muy almidonada, pantalones de lana fina con pliegue inmaculado y un jersey de cachemira ligera. Otra muestra de su pulcritud era que se había afeitado, a diferencia de Jack y Craig, en cuyos rostros se advertía la inevitable barba incipiente de la noche, y que su cabello plateado aparecía tan perfectamente peinado como en el juicio.
—¿Nos sentamos aquí o pasamos al salón? —preguntó Alexis en su papel de anfitriona.
—Donde quieran —repuso Randolph—, pero no puedo entretenerme mucho; todavía me quedan muchas cosas que preparar esta noche.
Acabaron sentados a la misma mesa que antes de la llegada de Randolph.
—Alexis me ha hablado de su propuesta de practicar la autopsia a la fallecida —empezó Randolph—. Me gustaría que me explicara de qué puede servirnos a estas alturas.
A oídos de Jack, Randolph hablaba con la musicalidad auténtica que Jack asociaba a las escuelas de élite de Nueva Inglaterra, y de repente se le ocurrió que el abogado era el arquetipo al que aspiraba Jordan. La razón por la que Jordan deseaba ser así era harina de otro costal, pues Jack consideraba a Randolph un hombre carente de pasión, prisionero de su formalidad reprimida.
Jack repasó la breve lista de factores a favor de la autopsia sin hacer referencia alguna al asunto de la conspiración ni a las teorías sobre posibles motivaciones delictivas individuales. A continuación soltó su perorata habitual sobre el deber de un forense de hablar en nombre de los muertos.
—En resumidas cuentas —terminó—, considero que la autopsia brindaría a Patience Stanhope la oportunidad de decir su última palabra en el tribunal. Tengo la esperanza de hallar suficiente patología para eximir a Craig o, en el peor de los casos, proporcionar argumentos suficientes de contribución a la negligencia por parte de Patience, ya que existen pruebas de que la difunta se negó a someterse a las pruebas cardíacas que le fueron recomendadas.
Jack escudriñó los fríos ojos azules de Randolph en busca de alguna reacción. No vio ninguna ni en ellos ni en su boca, una línea pequeña y casi desprovista de labios que se extendía a medio camino entre la nariz y el mentón.
—¿Alguna pregunta? —prosiguió con la esperanza de hacerlo reaccionar.
—Creo que no —repuso el abogado por fin—. Ha presentado sus argumentos de forma clara y sucinta. Se trata de una posibilidad fascinante que no se me había ocurrido porque los aspectos clínicos del caso no parecen entrañar duda alguna. Lo que más me preocupa es la admisibilidad de los resultados. Si hallara algo auténticamente pertinente y exculpatorio, tendría que solicitar un aplazamiento al tribunal a fin de efectuar las indagaciones necesarias. En otras palabras, la decisión quedaría en manos del juez.
—¿No podrían convocarme como testigo de refutación?
—Solo para refutar testimonios anteriores, no para dar un testimonio nuevo.
—Refutaría el testimonio de los expertos del demandante que afirman la existencia de negligencia.
—Es un poco traído de los pelos, pero sé a qué se refiere. En cualquier caso, la decisión recaería sobre el juez, que se enfrentaría a las objeciones más contundentes por parte del abogado del demandante. Sería una lucha complicada y proporcionaría al demandante fundamento para la apelación en caso de que el juez fallara a nuestro favor. Otra consideración que se añade a la dificultad de presentar nuevas pruebas es mi experiencia con el juez Davidson. Es conocido por su deseo de agilizar las cosas y ya está contrariado por la lentitud de este juicio. No cabe duda de que quiere zanjarlo lo antes posible. No miraría con buenos ojos la presentación de nuevas pruebas en el último momento.
Jack se encogió de hombros y enarcó las cejas con expresión inquisitiva.
—¿Quiere decir que está usted en contra?
—No necesariamente. Éste es un caso único con desafíos únicos, y sería una estupidez no hacer cuanto estuviera en nuestra mano para obtener un desenlace favorable. Las nuevas pruebas exculpatorias podrían utilizarse como base para argumentar a favor de un nuevo juicio a través de la apelación. Por otro lado, considero que las probabilidades de hallar algo exculpatorio son realmente escasas. Dicho esto, estoy a favor de la autopsia en una proporción de sesenta a cuarenta.
Randolph se levantó, y los demás lo imitaron.
—Gracias por invitarme a venir y por informarme —dijo mientras estrechaba la mano a todos—. Nos veremos en el juzgado.
Mientras Alexis acompañaba a Randolph a la puerta, Jack y Craig volvieron a sentarse.
—Me ha engañado —comentó Jack—. Justo cuando empezaba a pensar que se oponía a la autopsia, va y me dice que está a favor.
—A mí me ha pasado lo mismo —convino Craig.
—Lo que me ha hecho ver esta pequeña reunión es que no deberías cambiar de abogado —opinó Jack—. Puede que Randolph sea un mojigato, pero me parece inteligente en extremo, y bajo esa capa de caballero refinado, es un luchador. Quiere ganar.
—Gracias por tu opinión —masculló Craig—. Ojalá pudiera compartirla sin reservas.
Alexis volvió con expresión algo contrariada.
—¿Por qué no le has hablado de tu encontronazo con Tony Fasano y sus amenazas?
—No quería mezclar las cosas —explicó Jack—, y por la misma razón no he sacado a colación mis descabelladas teorías de conspiración ni la sorprendente biografía de Jordan Stanhope, alias de Stanislaw Jaruzelski.
—En mi opinión, la amenaza es más importante —señaló Alexis—. ¿No te altera que te hayan amenazado así?
—La verdad es que no. Tony Fasano está preocupado por su inversión, porque es evidente que ha aceptado el caso a la fuerza. Además, la verdad es que me parece un bocazas.
—No sé —objetó Alexis—. A mí me preocupa el asunto.
—Bueno, chicos —dijo Jack—. Ha llegado el momento de la verdad. ¿Intento hacer la autopsia o no? Ah, se me olvidaba mencionaros una cosa. Según mi experiencia, los jurados deciden en base a reacciones instintivas de sentido común, pero también les gustan los hechos. Los resultados de una autopsia son hechos tangibles, a diferencia de los testimonios, que son efímeros y están sujetos a interpretación. Tenedlo en cuenta.
—Si me dices sinceramente que no estás preocupado por la amenaza de Tony Fasano, voto por la autopsia.
—¿Y tú, Craig? —preguntó Jack—. Tú eres quien lleva la batuta en esto. Tu voto supera en peso a los nuestros.
—No he cambiado de parecer —señaló Craig—. Sigo pensando que tenemos más probabilidades de descubrir cosas que no nos convienen que lo contrario, pero no votaré en contra de vosotros dos y de Randolph. —Se levantó—. Y ahora voy a subir y a ponerme en las cálidas manos de un potente somnífero. Mañana será un día duro con el resto de los expertos, Jordan Stanhope y posiblemente Leona Rattner.
Después de que Craig desapareciera escaleras arriba, Jack y Alexis permanecieron sentados a la mesa, cada uno absorto en sus propios pensamientos. Jack fue el primero en hablar después de alargar la mano y coger la botella de whisky.
—Mezclar esto con somníferos no es buena idea.
—Estoy de acuerdo.
—¿Te preocupa que Craig pueda hacerse daño?
—¿Te refieres a una sobredosis?
—Sí, intencionada o involuntaria.
Jack recordaba bien su lucha contra los pensamientos autodestructivos durante sus años de guerra contra la depresión.
—Por supuesto que se me ha ocurrido, pero un aspecto positivo del narcisismo es que sus adeptos no suelen hacerse daño. Además, la depresión no le ha impedido en modo alguno funcionar, y ha tenido períodos regulares de normalidad, como esta noche, por ejemplo. No creo que lo reconociera, pero me parece que tu presencia le ha levantado el ánimo. Significa que te preocupas por él, y él te respeta.
—Estupendo, pero ¿qué toma para dormir? ¿Lo sabes?
—Lo normal. Lo controlo mucho. Me da vergüenza reconocer que cuento las pastillas a sus espaldas.
—No debería darte vergüenza. Me parece muy prudente.
—En fin —dijo Alexis, levantándose—. Creo que me iré arriba a ver a las niñas y a acostarme. No me gusta dejarte aquí solo, pero si Leona Rattner testifica mañana, será un día duro para ti también.
—No pasa nada —aseguró Jack, poniéndose en pie—. Yo también estoy cansado, aunque quiero repasar algunas de las declaraciones. No dejo de pensar que estoy pasando por alto algo que debería tener muy en cuenta cuando haga la autopsia, si es que la hago.
—Desde luego, no te envidio el hecho de hacerle la autopsia a alguien que lleva enterrado casi un año. ¿Cómo soportas hacer esto a diario? ¿No te parece repulsivo?
—Sé que parece desagradable, incluso macabro, pero a decir verdad, es fascinante. Aprendo algo nuevo cada día y no tengo pacientes problemáticos.
—No me hables de pacientes problemáticos —exclamó Alexis—. Hablando de hacerse daño a sí mismo, éste es el mejor ejemplo.
El silencio de la gran casa envolvió a Jack después de que Alexis le diera las buenas noches y subiera la escalera. Durante algunos minutos reflexionó sobre la vehemente reacción de Alexis ante el hecho de que Patience Stanhope fuera una paciente problemática, así como su disposición a reconocer que se alegraba de su muerte. Incluso había mencionado que, en su opinión, Patience Stanhope había tenido algo que ver con la marcha de Craig. Jack sacudió la cabeza. No sabía qué pensar, así que apuró la cerveza y bajó a su habitación para coger el expediente del caso y el móvil. Luego subió al estudio en el que había pasado la noche anterior sin proponérselo. La estancia ya le resultaba familiar y cómoda.
Después de acomodarse en la misma butaca de lectura que había usado la noche anterior, Jack abrió la pestaña del móvil. Albergaba sentimientos encontrados respecto a la llamada a Laurie. Por un lado deseaba escuchar su voz, pero por otro no le hacía demasiada gracia enfrentarse a su inevitable enfado cuando le hablara de la posible exhumación y autopsia. Ya era martes por la noche, lo que significaba que solo le quedaban dos días enteros antes del viernes. El otro problema era que Jack había llamado a Calvin para comunicarle que no estaría de vuelta el miércoles y que lo mantendría informado. Cabía la posibilidad de que Calvin hubiera hablado con Laurie, en cuyo caso estaría ofendida por no haber oído la noticia de sus labios.
Mientras esperaba respuesta de Laurie, Jack se revolvió un poco para ponerse lo más cómodo posible y paseó la mirada por la estantería que ocupaba toda la pared opuesta. Su mirada se detuvo en un maletín negro grande y anticuado, junto al que se veía un electrocardiógrafo portátil.
—Vaya, dichosos los oídos —exclamó Laurie con voz risueña—. Esperaba que fueras tú.
Jack se disculpó de inmediato por llamar tan tarde y explicó que había querido esperar hasta que se hubiera tomado la decisión.
—¿Qué decisión?
Jack respiró hondo antes de continuar.
—La decisión de practicar la autopsia cuya muerte ha provocado el litigio contra Craig.
—¿Una autopsia? —repitió Laurie, consternada—. Jack, estamos a martes por la noche, y la boda es el viernes a la una y media. No hace falta que te diga que queda muy poco tiempo.
—Ya lo sé y lo tengo en cuenta, no te preocupes.
—¿Harás la autopsia mañana por la mañana?
—No lo creo, pero supongo que es posible. El problema es que el cadáver aún está enterrado.
—¡Jack! —gimió Laurie con indignación—. ¿Por qué me haces esto?
Jack le expuso los detalles del caso, todo lo que había averiguado en la documentación y todo lo que había sucedido aquel día, omitiendo el episodio con Franco. Laurie escuchó sin interrumpir y acto seguido lo dejó de una pieza al preguntarle si quería que fuera a Boston para asistirlo en la autopsia.
—Gracias —repuso, deseando poder volar hasta ella en un segundo para darle un abrazo—, pero creo que no hace falta. No será un caso difícil a menos que el cadáver esté muy afectado por la humedad.
—Bueno, estoy segura de que entre los dos podríamos hacerlo en un santiamén.
Después de unas cuantas frases cariñosas y de prometer que la llamaría en cuanto supiera algo más, Jack cerró el teléfono. Estaba a punto de apoyarse el expediente sobre el regazo cuando su mirada recayó de nuevo sobre el maletín de médico. Se levantó y se acercó a la estantería. Tal como había comentado a Alexis, consideraba que las visitas domiciliarias eran una pérdida de tiempo para el médico, porque quedaban limitadas a lo que podía hacerse sin las herramientas diagnósticas existentes en una consulta bien equipada. Pero al recordar que el expediente mencionaba la existencia de un kit portátil de ensayo de biomarcadores para confirmar la presencia de un infarto, se le ocurrió la idea de que tal vez no estaba a la última. En realidad, ni siquiera había oído hablar de la existencia de dichos kits y sentía curiosidad. Así pues, bajó el maletín del estante y lo colocó sobre el escritorio de Craig. Encendió el flexo y abrió el maletín. Se abría en forma de acordeón y poseía toda una serie de pequeños compartimentos repletos de cosas, dispuestos en bandejas que se abrían hacia los lados. Bajo ellos se abría el espacio principal, en el que vio toda una serie de instrumentos, entre ellos un medidor de tensión arterial, un oftalmoscopio y un otoscopio. Jack sacó el oftalmoscopio, y el mero hecho de sostenerlo le trajo muchos recuerdos.
Lo guardó en su lugar y revisó la gran cantidad de objetos que contenía el maletín, entre ellos solución intravenosa, vías intravenosas, termómetro, medicación de urgencia, hemostatos, medios de cultivo y vendajes. Al fondo, en un rincón, halló el kit de biomarcadores. Lo sacó y leyó la inscripción exterior. Con la esperanza de encontrar algún folleto más explicativo en el interior, abrió la caja. El folleto estaba a la vista.
Después de leerlo, Jack comprendió que tendría que revisar su opinión acerca de las visitas domiciliarias. Con tales recursos, entre los que se incluían métodos nuevos y muy precisos para determinar el estado de una diabetes, un médico podía actuar con gran eficacia en el domicilio del paciente, sobre todo si contaba con el electrocardiógrafo portátil que Jack había visto junto al maletín.
Jack dejó el folleto en su lugar y guardó de nuevo el kit de biomarcadores. Al hacerlo reparó en algunos desechos, entre ellos un vial vacío de atropina y otro de adrenalina. Se preguntó si serían los que Craig habría utilizado aquella noche en casa de Patience Stanhope. Sabía por el expediente que se le habían administrado ambos fármacos. También halló un frasquito de muestra de Zoloft, un antidepresivo, etiquetado con el nombre de Patience Stanhope y la anotación nº 6, un comprimido antes de acostarse. Jack abrió el frasco y contempló los cinco comprimidos azul celeste que contenía. Luego volvió a taparlo y lo guardó. Acto seguido cogió los viales de atropina y adrenalina, ambos vacíos.
De repente oyó lo que se le antojaron pisadas en la escalera principal y sintió una punzada de culpabilidad por husmear en propiedad ajena, aunque tan solo se tratara de un maletín de médico. Sin duda era una violación de la confianza que se había depositado en él como invitado. Presa del pánico, guardó a toda prisa los viales, cerró el maletín, lo dejó de nuevo en el estante, cruzó la habitación a la carrera, se dejó caer en el sillón y cogió el expediente del caso.
Justo a tiempo, porque al cabo de unos instantes, Craig entró en el estudio arrastrando los pies. Llevaba un albornoz y zapatillas sin talón. Se sentó en la otra butaca.
—Espero no molestarte —empezó.
—Claro que no —repuso Jack.
No pudo evitar advertir que la voz de Craig poseía una cualidad monótona que no tenía antes de subir a acostarse, y que al entrar en el estudio caminaba con los brazos caídos a los costados, como si los tuviera paralizados. A todas luces, su cuñado ya se había tomado el somnífero, y sin escatimar en la dosis.
—Solo quería darte las gracias por venir a Boston. Sé que no me he comportado como un anfitrión ni anoche ni esta mañana.
—No hay problema. La verdad es que me hago cargo de lo que estás pasando.
—También quería decirte que estoy totalmente a favor de la autopsia después de pensar un poco más en el asunto.
—Pues entonces, la decisión es unánime. En fin, ahora que he convencido a todo el mundo, espero conseguirlo.
—En cualquier caso, te agradezco el esfuerzo.
Craig se levantó con dificultad y se tambaleó un poco antes de recobrar el equilibrio.
—He echado un vistazo a tu maletín —confesó Jack para limpiar su conciencia—. Espero que no te importe.
—Claro que no. ¿Necesitas algo? Reuní una farmacia considerable cuando hacía tantas visitas a domicilio.
—No, solo sentía curiosidad por el kit de biomarcadores para infartos. Ni siquiera sabía que existiera semejante cosa.
—No es fácil estar al día de todas las novedades. Buenas noches.
—Buenas noches.
Desde donde estaba sentado pudo seguir con la mirada a Craig mientras éste se dirigía hacia la escalera. Caminaba como un muerto viviente. Por primera vez, Jack empezó a compadecer a su cuñado.