Boston, Massachusetts,
lunes, 5 de junio de 2006, 12.05 horas.
Mientras que casi todos los presentes empezaban a salir de la sala, Alexis Stapleton Bowman permaneció inmóvil en su asiento. Estaba observando a su marido, que se había reclinado en su silla como un globo desinflado en cuanto la puerta de paneles de madera que daba al despacho del juez se cerró. Inclinado hacia él, Randolph le hablaba en voz baja con una mano apoyada en su hombro. El ayudante de Randolph, Mark Cavendish, estaba de pie al otro lado de Craig, recogiendo papeles, un ordenador portátil y otros objetos que fue guardando en un maletín abierto. Alexis tenía la impresión de que Randolph intentaba convencer a Craig para que hiciera algo y se preguntó si debía intervenir o esperar. Decidió esperar de momento y observar al demandante, Jordan Stanhope, cruzar la baranda del estrado. En su rostro altivo se pintaba una expresión neutra, y su traje era conservador y caro. Alexis lo siguió con la mirada hasta que se reunió con una joven cuyo aspecto y actitud encajaban a la perfección con los de él.
Como psicóloga que trabajaba en un hospital, Alexis había intervenido en numerosos juicios y testificado en distintas calidades, aunque sobre todo como experta. Por experiencia sabía que eran asuntos angustiosos para todo el mundo, sobre todo para los médicos a los que demandaban por negligencia y muy especialmente para su marido, pues le constaba que se hallaba en un estado muy vulnerable. El juicio contra Craig era la culminación de dos años particularmente difíciles, y muchas cosas dependían del desenlace. Gracias a su formación y a su capacidad de ser objetiva, incluso en cuestiones personales, Alexis conocía tanto las debilidades como los puntos fuertes de Craig. Por desgracia, en la actual crisis le constaba que la vulnerabilidad superaba la fortaleza con tal contundencia que si no salía airoso de aquel cuestionamiento público de sus habilidades profesionales, Alexis no creía que fuera capaz de recomponer su vida, que había empezado a resquebrajarse antes de la demanda por culpa de una crisis de madurez bastante clásica. Craig era en primera instancia médico. Sus pacientes eran lo primero. Alexis lo sabía desde los albores de su relación; lo aceptaba e incluso lo admiraba, pues en su opinión cualificada como profesional que ejercía en un hospital importante, ser médico, sobre todo un buen médico, era uno de los trabajos más duros, exigentes y despiadados del mundo.
El problema residía en que había muchas probabilidades, al menos en la primera ronda, como Randolph le había confesado, de que perdiera el caso pese a no haber cometido negligencia alguna. En el fondo de su corazón, Alexis se convenció de que era inocente tras escuchar la historia y porque sabía que Craig siempre anteponía a sus pacientes, aun cuando ello representara algún inconveniente o fueran las tres de la madrugada. En aquel caso, la combinación de la demanda por negligencia y la crisis de madurez complicaban aún más la situación. El hecho de que se hubieran producido de forma casi simultánea no sorprendía a Alexis. No había tenido muchos pacientes médicos, porque pedir ayuda, sobre todo psicológica, no formaba parte de su naturaleza. Ellos atendían a los demás, no se dejaban atender. Craig era el mejor ejemplo de ello. Alexis le había recomendado encarecidamente que se sometiera a terapia, sobre todo al presenciar su reacción a la declaración de Leona y las de los expertos de la acusación, y sin duda podría haberle concertado cita sin ningún problema, pero Craig se había negado. Incluso había reaccionado con furia cuando Alexis se lo propuso una semana más tarde, al observar que se sumía en una depresión cada vez más profunda.
Mientras seguía considerando si debía o no acercarse a Craig y Randolph, Alexis reparó en otra persona que se había quedado en la sala tras el éxodo masivo. Lo que le llamó la atención fue su atuendo, casi idéntico al del abogado del demandante en estilo, color y corte. La similitud de la ropa, de su constitución fornida y del color del cabello les confería a primera vista aspecto de gemelos, pero no sería así cuando estuvieran uno junto al otro, pues aquel hombre era al menos una vez y media más corpulento que Tony Fasano. Asimismo, tenía la tez más clara y, a diferencia del cutis inmaculado de Tony, en su rostro se observaban las lamentables secuelas de un virulento acné juvenil.
En aquel momento, Tony Fasano interrumpió la conversación con su ayudante, cogió su maletín y cruzó la baranda y la sala en dirección a la salida. A todas luces estaba mortificado por el error relacionado con el fallo del tribunal. Alexis se preguntó por qué reaccionaba con tanta intensidad, sobre todo teniendo en cuenta que, desde su punto de vista, el alegato inicial de Fasano había sido devastadoramente efectivo, sin duda la razón por la que Craig aparecía tan malhumorado. La ayudante de Tony siguió a su jefe con aire compungido. Sin tan siquiera desviar la mirada ni aflojar una pizca el paso, Tony exclamó «Franco» mientras señalaba al hombre vestido como él que lo siguiera. Franco obedeció. Al cabo de un instante, los tres desaparecieron por la puerta de doble hoja que daba al pasillo y que se cerró con un estruendo.
Alexis se volvió de nuevo hacia su marido. No se había movido, pero Randolph se había girado hacia ella. Cuando sus miradas se encontraron, el abogado agitó la mano para que se acercara. Una vez recibida aquella invitación explícita, Alexis la aceptó de buen grado. Al llegar junto a los dos hombres comprobó que el rostro de Craig parecía tan desalentado como había adivinado por su postura.
—¡Tiene que hablar con él! —le ordenó Randolph con un deje de exasperación impropio de su estudiado refinamiento contenido—. No puede seguir comportándose de este modo tan derrotista. Sé por experiencia que los jurados tienen unas antenas especiales; estoy convencido de que perciben el estado de ánimo de los litigantes y fallan en consecuencia.
—¿Me está diciendo que el jurado podría fallar contra Craig porque está deprimido?
—Exacto. Tiene que decirle que se anime. Si no abandona esta actitud tan negativa, corremos el riesgo de que el jurado concluya que es culpable de la supuesta negligencia. No pretendo insinuar que no vayan a escuchar los testimonios de los testigos o considerar las pruebas, pero solo lo harán con miras a intentar desmentir su impresión inicial. El comportamiento de Craig convierte a un jurado neutral en un jurado desfavorable, y desplaza la carga probatoria del demandante, donde debe estar, a nosotros, la defensa.
Alexis miró a Craig, que se masajeaba las sienes con el rostro sepultado entre las manos y los codos apoyados sobre la mesa. Tenía los ojos cerrados y respiraba con la boca semiabierta. Intentar animarlo era mucho peor. Había pasado casi todos los ocho meses previos al juicio entrando y saliendo de la depresión. La única razón por la que se había mostrado un poco más animado aquella mañana y en los días anteriores al juicio era la perspectiva de que pronto acabaría todo. Ahora que el juicio había empezado, era evidente que se daba cuenta de la posibilidad real de que el desenlace no le fuera favorable. La depresión no era en modo alguno una reacción exagerada a la situación.
—¿Por qué no vamos todos a comer y lo comentamos? —sugirió Alexis.
—Señor Cavendish, tendremos que saltarnos la comida —replicó Randolph—. Tengo que acabar de perfilar mi alegato inicial.
—¿No lo tiene preparado? —inquirió Alexis con sorpresa evidente.
—Por supuesto que sí —espetó Randolph—. Pero con el margen de maniobra que el juez Davidson ha otorgado al señor Fasano en su alegato inicial, tengo que alterar el mío.
—Me ha sorprendido la presentación del demandante —reconoció Alexis.
—No me extraña. No ha sido más que un intento de echar por tierra la reputación de su marido o achacarle culpabilidad por asociación, porque a todas luces no tienen pruebas de que cometiera negligencia médica. Lo único bueno es que el juez Davidson ya nos está proporcionando fundamentos para una apelación en caso necesario, sobre todo gracias al truco barato del señor Fasano de intentar utilizar el fallo del tribunal.
—¿No cree que se tratara de un error?
—No —refunfuñó Randolph—. He mandado investigar algunos de sus casos. Es un abogado de la peor calaña. Carece de conciencia, claro que eso es lo esperable entre los de su ralea.
Alexis no estaba tan segura de ello. Tras observar cómo el abogado regañaba a su asistente, si se trataba de una farsa, desde luego merecía un Oscar.
—¿Pretende que me anime y ya empieza a hablar de apelación? —suspiró Craig, interviniendo por primera vez desde que Alexis se acercara.
—Hay que estar preparado para cualquier eventualidad —explicó Randolph.
—¿Por qué no va a preparar su discurso? —propuso Alexis a Randolph—. El doctor Bowman y yo hablaremos de este asunto.
—¡Excelente! —exclamó Randolph con sequedad, aliviado al verse libre de aquella carga, e indicó con un gesto a su ayudante que debían marcharse—. Nos vemos aquí dentro de un rato. Y no se retrasen; el juez Davidson tiene muchas cualidades poco deseables, pero al menos es puntual y espera que los demás sigan su ejemplo.
Alexis siguió a Randolph y Mark con la mirada mientras cruzaban la sala y desaparecían por el pasillo. Luego se volvió hacia Craig, que la miraba con expresión lúgubre. Alexis ocupó el asiento del abogado.
—¿Qué te parece si vamos a comer? —sugirió.
—Lo último que me apetece en el mundo es comer.
—Pues vamos afuera al menos, lejos de este ambiente tan judicial.
Craig no respondió, pero se puso en pie y siguió a Alexis por la sala hasta el pasillo en dirección al vestíbulo de los ascensores. Por el camino vieron a varios grupitos, algunos de ellos absortos en conversaciones confidenciales. Cada rincón del juzgado emanaba un aire de controversia. Craig y Alexis bajaron con el ascensor y salieron al soleado día en silencio. La primavera había llegado por fin a Boston. En agudo contraste con el interior opresivo y destartalado del juzgado, el aire exudaba esperanza y optimismo.
Tras atravesar un pequeño patio enladrillado, que separaba el juzgado de uno de los edificios en forma de media luna del ayuntamiento de Boston, Craig y Alexis bajaron una escalera de pocos peldaños. Cruzar los cuatro carriles atestados de Cambridge Street no resultó fácil, pero no tardaron en llegar a la amplia explanada que se abría ante el edificio principal del ayuntamiento. La plaza estaba abarrotada de gente que huía de sus opresivos despachos para tomar el aire y el sol. Los tenderetes de fruta estaban haciendo su agosto.
Paseando sin rumbo fijo, el matrimonio llegó cerca de la entrada del Boston T. Ambos se sentaron sobre un parapeto de granito, algo inclinados el uno hacia el otro.
—No puedo pedirte que te animes —empezó Alexis—, porque solo te animarás si quieres animarte.
—Como si no lo supiera.
—Pero puedo escuchar. Quizá deberías contarme cómo te sientes.
—¡Oh, vaya! La terapeuta siempre dispuesta a ayudar a los enfermos mentales. ¡Cuéntame cómo te sientes! —la remedó Craig—. ¡Qué amable!
—No te pongas hostil, Craig. Creo en ti y estoy de tu parte en este asunto.
Craig desvió la mirada un instante para observar a dos niños que se lanzaban un frisbee. Luego se volvió de nuevo hacia Alexis con un suspiro.
—Lo siento. Sé que estás de mi parte… El hecho de dejarme volver a casa con el rabo entre las piernas y sin apenas hacerme preguntas… Te lo agradezco mucho, de verdad.
—Eres el mejor médico que conozco, y conozco a muchos. También me hago cargo de lo que estás pasando, lo cual, paradójicamente, guarda relación con el hecho de ser un médico magnífico y te hace aún más vulnerable. Pero dejando de lado esto, tú y yo tenemos asuntos pendientes que resolver. Es evidente, y ya habrá tiempo para las preguntas, pero no ahora. Ya llegará el momento de afrontar nuestras relación, pero capeemos primero este temporal.
—Gracias —repuso Craig con sencillez y sinceridad.
En aquel momento empezó a temblarle el mentón. En un intento de contener las lágrimas, se restregó los ojos con las yemas de los dedos. Le llevó unos instantes, pero cuando se creyó de nuevo bajo control, volvió a mirar a Alexis con ojos húmedos y enrojecidos.
—El problema es que el temporal se está poniendo cada vez más feo —señaló mientras se mesaba el cabello con ademán nervioso—. Me temo que voy a perder el caso. Dios, cuando pienso en mi conducta social cuando ocurrió todo esto, me muero de vergüenza. Y saber que todo va a salir a la luz es una vergüenza para los dos y una deshonra para ti.
—¿La perspectiva de que se airee tu conducta social es lo que más te deprime?
—En parte, pero no exclusivamente. La peor humillación llegará cuando el jurado le diga al mundo que no ejerzo la medicina como Dios manda. Si eso pasa, no sé si podré seguir ejerciendo. Ya lo estoy pasando mal ahora. Me enfrento a cada paciente como a un posible demandante y a cada caso como a otro posible juicio por negligencia. Es una pesadilla.
—A mí me parece comprensible.
—Si no puedo ejercer la medicina, ¿qué otra cosa puedo hacer? No sé hacer nada más. Lo único que he querido siempre es convertirme en médico.
—Podrías dedicarte a la investigación a tiempo completo. Siempre te has debatido entre la investigación y la clínica.
—Es una idea…, pero tengo miedo de perder la pasión por la medicina en general.
—En tal caso, es evidente que tienes que hacer cuanto esté en tu mano para ganar. Randolph dice que tienes que dominarte.
—¡Oh, Randolph! —se quejó Craig, desviando de nuevo la mirada—. No sé qué pensar de él. Después de haber visto al señor Fasano en acción esta mañana, no creo que Randolph sea el abogado más indicado. No será capaz de conectar con el jurado, mientras que Fasano ya los tiene a sus pies.
—Si crees eso, ¿puedes solicitar otro abogado a la aseguradora?
—No lo sé; supongo que sí.
—Pero la cuestión es si sería sensato a estas alturas.
—¿Quién sabe? —replicó Craig con aire afligido—. Quién sabe…
—Bueno, concentrémonos en lo que tenemos. Veamos cómo se las apaña Randolph en el alegato inicial. Entretanto, debemos pensar en la manera de mejorar tu aspecto.
—Muy fácil de decir. ¿Se te ocurre alguna idea?
—Decirte que te animes no funcionará, pero ¿qué tal si te concentras en tu inocencia? Piénsalo un momento. Te encontraste con Patience Stanhope en estado grave e hiciste todo lo humanamente posible para salvarle la vida. Incluso la acompañaste en la ambulancia por si entraba en parada. ¡Por el amor de Dios, Craig! Concéntrate en eso y en tu dedicación a la medicina en general. Proyéctaselo al jurado. ¡Llena toda la maldita sala con tu inocencia! ¡Métete en la cabeza que obraste bien! ¿Qué me dices?
Craig lanzó una risita dubitativa ante el repentino entusiasmo de Alexis.
—A ver si te he entendido bien. ¿Quieres que me concentre en mi inocencia y se la transmita al jurado?
—Ya has oído a Randolph. Tiene mucha experiencia con jurados y está convencido de que poseen antenas especiales para captar el estado de ánimo de los demandados. Lo que te pido es que conectes con ellos. Daño no va a hacerte.
Craig exhaló el aire con fuerza. No las tenía todas consigo, pero carecía de la energía necesaria para oponerse a Alexis.
—De acuerdo, lo intentaré —prometió.
—Estupendo. Y otra cosa. Intenta recurrir a tu capacidad como médico para compartimentar las cosas. Te lo he visto hacer mil veces en tu trabajo. Mientras piensas en lo buen médico que eres y en que actuaste del modo más profesional posible en el caso de Patience Stanhope, no pienses en nada más. Concéntrate en eso.
Craig se limitó a asentir y desvió la mirada de Alexis.
—No estás nada convencido, ¿verdad?
Craig denegó con la cabeza y alzó la mirada hacia el cuadrado y posmoderno edificio del ayuntamiento de Boston, que dominaba la gran plaza como un castillo de la época de las cruzadas. Su volumen formidable y lúgubre se le antojaba una metáfora del laberinto burocrático que lo envolvía. Le costó un esfuerzo apartar la mirada de él y volverse de nuevo hacia su esposa.
—Lo peor de este desastre es que me siento impotente. Dependo totalmente del abogado que me ha asignado la aseguradora. Todos los obstáculos que me he encontrado a lo largo de la vida requerían un esfuerzo por mi parte, y siempre ha sido ese esfuerzo lo que me ha permitido salvar la situación. Pero ahora parece que cuanto más me esfuerzo, más me hundo.
—Concentrarte en tu inocencia como te propongo requiere un esfuerzo, al igual que compartimentar.
A Alexis le parecía una ironía que Craig expresara al pie de la letra los sentimientos que la gente solía albergar acerca de la enfermedad y la dependencia de los médicos.
Craig asintió con la cabeza.
—No me importa hacer un esfuerzo. Ya te he dicho que intentaré conectar con el jurado, pero es que me gustaría poder hacer algo más tangible.
—Bueno, se me ha ocurrido otra idea.
—¿Ah, sí? ¿De qué se trata?
—He pensado en llamar a mi hermano Jack y preguntarle si puede venir de Nueva York para echarnos una mano.
—Oh, sí, eso sería de gran ayuda —se mofó Craig con sarcasmo—. No vendrá; hace años que tenéis muy poca relación, y además nunca le he caído bien.
—Como es comprensible, a Jack le cuesta afrontar que nosotros tengamos tres hijas maravillosas cuando él perdió tan trágicamente a las suyas propias. Le resulta doloroso.
—Es posible, pero eso no explica por qué le caigo mal.
—¿Por qué dices eso? ¿Alguna vez ha dicho que le caigas mal?
Craig se la quedó mirando un instante. Se había acorralado a sí mismo y no sabía cómo escapar. Jack Stapleton nunca había expresado nada concreto; no era más que una sensación que Craig tenía respecto a él.
—Lamento que creas que no le caes bien. Lo cierto es que te admira; me lo dijo una vez.
—¿En serio? —exclamó Craig, sorprendido y convencido de que Jack pensaba lo contrario de él.
—Sí, me dijo que en la facultad eras la clase de alumno al que rehuía, de los que siempre leían todo lo que se les recomendaba, que conocía todos los detalles habidos y por haber, y era capaz de citar artículos enteros del New England Journal of Medicine. Reconoció que la admiración engendraba cierto resentimiento, pero que en realidad era un resentimiento dirigido hacia sí mismo, porque deseaba haberse entregado tanto como tú.
—Eso es muy halagador, de verdad. ¡No tenía ni idea! Pero no sé si pensará igual después de mi crisis de madurez. Y aun cuando viniera, ¿cómo podría ayudarnos? De hecho, llorar en su hombro podría hacerme sentir aun peor si cabe.
—En su segunda trayectoria profesional, Jack ha acumulado mucha experiencia judicial. Viaja mucho como testigo experto en nombre de la Oficina del Forense de Nueva York, y me ha dicho que le encanta. Me parece una persona muy imaginativa, aunque en el terreno negativo debo decir que es un temerario inveterado. Con lo pesimista que estás en estos momentos, es posible que su inventiva y su espontaneidad te resulten útiles.
—No veo cómo, la verdad.
—Yo tampoco, y supongo que por eso no lo había sugerido antes.
—Bueno, es tu hermano. Dejaré la decisión en tus manos.
—Lo pensaré —prometió Alexis antes de mirar el reloj—. No nos queda mucho tiempo. ¿Estás seguro de que no quieres comer nada?
—¿Sabes? Salir del juzgado me ha abierto el apetito. Me vendría bien un bocadillo.
Cuando se levantaron, Craig estrechó a su mujer entre sus brazos durante un largo instante. Agradecía sinceramente su respaldo y se avergonzaba sobremanera de su conducta anterior al litigio. Alexis estaba en lo cierto respecto a su capacidad de compartimentar. Había separado por completo su vida profesional de su vida familiar, haciendo demasiado hincapié en la primera. Esperaba llegar a tener la oportunidad de equilibrarlas ambas.