Newton, Massachusetts,
viernes, 9 de junio de 2006, 3.25 horas.
Los siguientes segundos transcurrieron en una nebulosa. En el momento en que comprobó que su cuñado no respiraba, se lanzó hacia delante con la intención de rodear la cama y llegar junto a Craig lo antes posible. Retiraría la ropa de cama, determinaría su estado e iniciaría la reanimación si se terciaba.
Con toda probabilidad, aquel movimiento lateral brusco le salvó la vida. De repente se dio cuenta de que no estaba solo en el dormitorio. Otra figura vestida de negro, casi invisible, salió por la puerta abierta del baño. El hombre blandía un enorme garrote que descendió en un amplio arco justo sobre el lugar que Jack acababa de abandonar.
El garrote no le dio en la cabeza, pero sí en el hombro izquierdo. Por suerte no le golpeó de lleno, pero aun así le provocó un dolor intensísimo, cegador, que le hizo flaquear las rodillas.
Jack aún sujetaba la linterna, cuyo haz se deslizaba espasmódico por la habitación mientras él rodeaba la cama dando tumbos, procurando no quedar acorralado por el intruso. Más por instinto que por otra cosa, sabía que se avecinaba otro garrotazo cuando la figura se abalanzó sobre él. Jack se agachó a toda prisa y, convencido de que la mejor defensa era un buen ataque, se lanzó hacia delante, chocando contra su atacante con el hombro derecho como si pretendiera placarlo. Le rodeó la parte superior de los muslos y siguió moviendo las piernas, fortalecidas gracias a la bicicleta, hasta conseguir derribar al hombre. Ambos cayeron al suelo.
A aquella distancia tan pequeña, Jack se dijo que la linterna le reportaba cierta ventaja como arma. El garrote era más largo y por tanto menos útil en aquellas circunstancias. Soltó los muslos de Jack, le agarró la camisa y levantó la linterna a lo largo de su cabeza con la intención de darle en la frente. Pero al alzar la linterna, su haz alumbró el rostro del hombre. Por fortuna, las neuronas de Jack lo identificaron antes de que le asestara el golpe. Era Craig.
—¡Craig! —gritó, incrédulo.
Bajó la linterna a toda prisa y alumbró el semblante de Craig para cerciorarse de que era él.
—¿Jack? —balbució Craig a su vez, al tiempo que se llevaba la mano libre a los ojos para protegerse de la luz cegadora.
—¡Por el amor de Dios! —exclamó Jack.
Soltó la camisa de Craig, desvió el haz de la linterna y se incorporó.
Craig siguió su ejemplo y fue a encender la luz.
—¿Qué narices haces merodeando por mi casa a estas horas de la madrugada? —espetó antes de volverse hacia el reloj de la mesilla de noche—. ¡Son las tres y media de la mañana, maldita sea!
—Puedo explicártelo —aseguró Jack con una mueca de dolor.
Se tocó el golpe con cuidado y halló un punto sensible en la unión entre la clavícula y el hombro.
—Por el amor de Dios —se quejó Craig.
Dejó sobre la cama lo que resultó ser un bate de béisbol y se acercó a Jack.
—Joder, siento haberte golpeado. ¿Estás bien?
—He estado peor —contestó Jack.
Miró hacia la cama y comprobó que lo que había creído que era Craig no era en realidad más que un montón de mantas y almohadas.
—¿Puedo echarle un vistazo? —pidió Craig, solícito.
—Sí, claro.
Craig le cogió el brazo y con suavidad le apoyó la mano en el hombro. Rotó el brazo y lo levantó muy despacio.
—¿Te duele?
—Un poco, pero no más por el movimiento.
—No creo que tengas nada roto, pero no estaría de más hacer una placa. Puedo llevarte al Memorial de Newton si quieres.
—Creo que de momento me limitaré a ponerme un poco de hielo —decidió Jack.
—Buena idea. Vamos a la cocina. Pondré unos cubitos en una bolsa hermética… El corazón me va a mil —comentó Craig mientras recorrían el pasillo de la planta superior—. Creía que eras uno de los tipos que atacó a mis hijas y que había vuelto para cumplir su amenaza. Estaba dispuesto a mandarte al otro barrio.
—Supongo que yo he pensado lo mismo de ti —convino Jack.
Advirtió que Craig llevaba un albornoz de color oscuro, no el traje de ninja que su fértil imaginación le había mostrado. En aquel momento sintió el peso del arma en el bolsillo de la americana. Menos mal que en el fragor de la batalla no había recordado que la tenía.
Craig preparó una bolsa de hielo para Jack, que se sentó en un extremo del sofá y se la presionó contra el hombro. Craig se dejó caer en el otro extremo y se llevó la mano a la frente.
—Me largaré para que puedas volver a dormir —prometió Jack—, pero antes te debo una explicación.
—Te escucho —repuso Craig—. Antes de acostarme he bajado al sótano. Habías quitado la ropa de cama, así que no te esperaba, y mucho menos merodeando por arriba a estas horas.
—Prometí a Alexis que vendría a echarte un vistazo.
—¿Has hablado con ella esta noche?
—Sí, pero bastante tarde. Francamente, está preocupada por el hecho de que mezcles alcohol y somníferos, y tiene razones para estarlo. He hecho autopsias a varias personas por culpa de esa combinación.
—No necesito tus consejos.
—De acuerdo —accedió Jack—. Pero Alexis me pidió que viniera a echarte un vistazo. Para serte sincero, no me parecía necesario. La razón por la que parecía que estuviera merodeando por la casa es que temía que si te despertaba te enfadarías.
Craig se apartó la mano del rostro y miró a Jack.
—En eso tienes razón.
—Lo siento si te he ofendido. Lo he hecho por Alexis. Tenía miedo de que estuvieras más alterado de lo normal por lo que ha pasado hoy en el juicio.
—Al menos eres sincero —comentó Craig—. Supongo que debería considerarlo como un favor, pero es que me cuesta con todo lo que está pasando. Esta situación me está obligando a mirarme a mí mismo desde una perspectiva nada halagüeña. He sido un testigo patético, ridículo y destructivo. En retrospectiva, me da vergüenza.
—¿Cómo te parece que ha ido la tarde con los testigos de la defensa?
—Bastante bien. Ha sido agradable escuchar testimonios favorables para variar, pero no creo que sea suficiente. A menos que Randolph se marque mañana un alegato final digno de un Oscar, lo cual personalmente dudo mucho, creo que el jurado emitirá un veredicto favorable a ese cabrón de Jordan.
Craig lanzó un suspiro de desaliento y se quedó mirando el televisor apagado.
—Tenía otro motivo para venir a estas horas —explicó Jack.
—Oh, ¿de qué se trata? —inquirió Craig.
Se volvió hacia Jack con ojos vidriosos, como si estuviera a punto de llorar, pero le diera demasiada vergüenza.
—No me has hablado de la autopsia. ¿La has hecho?
—Sí —asintió Jack.
Dio a Craig una versión abreviada de los acontecimientos del día, empezando por la exhumación y acabando por la reunión con el toxicólogo. No le contó tantas cosas como a Alexis, pero la esencia era la misma.
Mientras Jack hablaba, Craig se fue animando, sobre todo al oír la parte del toxicólogo y la posibilidad de que se hubiera cometido un delito.
—Si el toxicólogo encontrara algún fármaco o veneno, sería el fin de esta demanda absurda —señaló, irguiéndose en el sofá.
—Sin duda —convino Jack—, pero es una posibilidad muy remota, como ya te he explicado. Pero si Patience no tuvo un infarto, se abre un abanico de sustancias muy amplio. La otra razón por la que he venido es que quiero echar un vistazo al kit de biomarcadores que tienes en el maletín. ¿Se te ocurre alguna causa por la que la prueba pudiera dar un falso positivo?
Craig enarcó las cejas mientras reflexionaba sobre el asunto.
—No, ninguna —repuso por fin—. Ojalá, pero no.
—El supervisor del laboratorio me ha preguntado si tu kit se basa en troponina I y en mioglobina, o solo en troponina I.
—En las dos cosas. Me decanté por éste por el motivo que te ha dado el supervisor del laboratorio, porque te permite obtener resultados en tan solo dos horas.
—¿Estos aparatos tienen fecha de caducidad?
—Que yo sepa no.
—Entonces tendremos que limitar las posibles sustancias a las que sean capaces de provocar un infarto.
—¿Qué me dices de la digital? —preguntó Craig.
—Ya lo había pensado, pero forma parte del cribado toxicológico, así que queda descartada.
—Ojalá pudiera ser más útil —suspiró Craig—. Una de las peores cosas de que te demanden es que te sientes muy impotente.
—Sería muy útil que se te ocurriera algún fármaco cardiotóxico al que Patience o Jordan pudieran haber tenido acceso.
—Patience tenía una auténtica farmacia en casa gracias a mi socio, Ethan Cohen, pero todos los fármacos figuran en la lista de la investigación.
—Ya los he repasado —repuso Jack.
Se levantó. El hecho de descansar unos minutos había provocado que sintiera las piernas pesadas y débiles. A todas luces necesitaría un poco de café antes de que acabara la noche.
—Será mejor que me vaya y compruebe si el toxicólogo ha tenido suerte. Y tú deberías acostarte.
Se dirigió hacia la puerta.
—¿Vas a trabajar toda la noche? —preguntó Craig mientras lo acompañaba a la salida.
—Eso parece —asintió Jack—. Después de todo lo que ha pasado, me muero de ganas de obtener algún resultado positivo, pero no parece probable.
—No sé qué decir aparte de gracias por todo lo que has hecho.
—De nada —contestó Jack—, y ha sido positivo pese a los problemas que he creado y a los golpes que me he llevado. Es agradable volver a estar en contacto con Alexis.
Llegaron a la puerta principal, y Craig señaló hacia el estudio.
—¿Quieres que vaya a buscar el maletín para que puedas echarle un vistazo al kit de biomarcadores? Estoy seguro de que es el mismo que utilicé con Patience. No he hecho una sola visita domiciliaria desde el comienzo de este infierno.
Jack negó con la cabeza.
—No hace falta. Ya me has dicho todo lo que necesitaba saber.
—¿Nos veremos mañana en el juzgado?
—No lo creo. Tengo unos asuntos personales urgentes que requieren que tome el primer puente aéreo a la Gran Manzana. Así que te deseo suerte.
Jack y Craig se estrecharon la mano, si no convertidos en amigos, al menos sí en aliados que se conocían un poco mejor y se respetaban un poco más.
El trayecto de regreso, poco después de las cuatro, fue idéntico al anterior. Había bastante tráfico en la autopista, pero muy poco en Massachusetts Avenue al entrar en la ciudad. Jack tardó menos de veinte minutos en llegar a la oficina del forense. Aparcó a un lado del edificio, en una plaza reservada, pero puesto que se marcharía muy temprano, consideró que no importaba.
El empleado de seguridad lo reconoció y le franqueó la entrada. Mientras subía la escalera miró el reloj. Estaba apurando mucho. Al cabo de menos de dos horas estaría a bordo del avión, alejándose de la terminal.
Al entrar en la biblioteca se llevó un sobresalto. La sala aparecía mucho más caótica que antes de su marcha. Latasha daba la impresión de estar preparándose para el MIR. Había cogido varios libros muy voluminosos del despacho y los tenía abiertos sobre la mesa. Jack reconoció casi todos los títulos. Había libros de texto de medicina interna, libros de fisiología, libros de toxicología y libros de farmacología. El expediente que Jack había organizado con tanto cuidado estaba desparramado por todas partes, al menos a juzgar por lo que veía.
—Pero ¿qué…? —exclamó con una carcajada.
Latasha levantó la vista de un libro abierto.
—¡Bienvenido, forastero!
Jack miró las cubiertas de un par de libros que no le resultaban familiares. Tras leer los títulos, los abrió de nuevo por las páginas que había elegido Latasha y se sentó frente a ella.
—¿Qué te ha pasado en el hombro?
Jack aún se apretaba la bolsa impermeable contra el golpe. Contenía poco más que agua, pero aún estaba lo bastante fresca para aliviarle el dolor. Le contó lo sucedido, y Latasha reaccionó con la debida compasión hacia él y un indebido enojo contra Craig.
—No ha sido culpa suya —lo disculpó Jack—. Estoy tan obsesionado con el caso por varias razones que en ningún momento me he parado a pensar en la locura que era merodear por su casa como un intruso. Al fin y al cabo, alguien entró en su casa y aterrorizó a sus hijas para transmitirle a él el mensaje de que volverían si yo hacía la autopsia. Y acabo de hacerla, por el amor de Dios. No entiendo en qué estaba pensando.
—Pero te alojabas en su casa. Podría haber comprobado quién eras antes de darte con un bate de béisbol.
—Ya no me alojaba en su casa. En fin, dejémoslo. Por suerte, nadie ha sufrido más que una contusión en el hombro, al menos eso creo. Quizá tenga que hacerme una placa de clavícula.
—Mira el lado bueno —comentó Latasha—. Te has cerciorado de que no estaba en coma.
Jack sonrió a su pesar.
—¿Qué hay del analizador de biomarcadores? ¿Has descubierto algo?
—Nada que sugiera la posibilidad de que obtuviera un falso positivo. Creo que no nos queda más remedio que concluir que el resultado es fiable.
—Supongo que eso es bueno, porque descarta un montón de sustancias potencialmente mortales.
Latasha paseó la mirada por los libros que había dispuesto a su alrededor.
—Parece que has estado muy ocupada.
—No lo sabes tú bien. Me he puesto las pilas con ayuda de unas cuantas Coca-Colas Light. Ha sido como hacer un curso de toxicología. No estudiaba estas cosas desde los exámenes de patología forense.
—¿Y Allan? ¿Te ha llamado?
—Varias veces, para ser exactos. Pero no pasa nada. Cuanto más oigo su voz, más fácil me resulta no desenterrar los recuerdos y cabrearme.
—¿Ha encontrado algo?
—Nada de nada. Por lo visto intenta impresionarme, ¿y sabes qué? La verdad es que lo está consiguiendo. En la universidad ya sabía que era inteligente; se licenció en química, matemáticas y física, pero lo que no sabía era que después hizo un doctorado en el MIT. Me consta que eso requiere mucho más cerebro que la carrera de medicina, donde el principal requisito es la tenacidad.
—¿Te ha dicho qué tipo de sustancias ha descartado?
—La mayoría de los agentes cardiotóxicos habituales que incluyen las pruebas toxicológicas. También me ha explicado algunos de los trucos que está utilizando. Las sustancias de embalsamamiento están dificultando las muestras de tejidos, tanto del corazón como del hígado, de modo que se está concentrando en los fluidos, que están menos contaminados.
—¿Y qué pasa con todos estos libros de texto?
—He empezado revisando agentes cardiotóxicos, muchos de los cuales, según he averiguado, pueden causar un ataque al corazón o al menos suficientes daños en el músculo cardíaco para provocar la presentación clínica aunque no haya oclusión de los vasos cardíacos. Eso es lo que hemos averiguado en la autopsia. He echado un vistazo a un par de cortes mientras no estabas. Los capilares tienen un aspecto normal. He dejado la sección en el microscopio de mi despacho por si quieres echarle un vistazo.
—Me fío de tu palabra —respondió Jack—. No esperaba encontrar nada teniendo en cuenta los resultados inequívocos de la autopsia.
—Ahora he pasado de los agentes puramente cardiotóxicos a las sustancias neurotóxicas, porque muchas de ellas tienen los dos efectos. Te aseguro que es fascinante, sobre todo cómo se relaciona con el bioterrorismo.
—¿Has leído las declaraciones? —quiso saber Jack, deseoso de no desviar la conversación.
—Eh, que no has estado fuera tanto rato. He avanzado mucho, así que dame un respiro.
—Se nos acaba el tiempo; no podemos perder la concentración.
—Estoy muy concentrada, tío —masculló Latasha—. No soy yo quien va por ahí averiguando cosas que ya sabe y recibiendo de paso una paliza.
Jack se frotó el rostro con ambas manos en un intento de disipar las telarañas de fatiga que se interponían en su cognición y sus emociones. Desde luego, no pretendía criticar a Latasha.
—¿Dónde están esas Coca-Colas Light? Necesito un chute de cafeína.
Latasha señaló la puerta que daba al pasillo.
—Hay una máquina expendedora en el comedor, a la izquierda.
Al salir de la máquina, la lata de Coca-Cola produjo tal estruendo en el edificio silencioso que Jack dio un respingo. Estaba cansado, pero también tenso, y no sabía a ciencia cierta por qué.
Podía deberse a que el tiempo se acababa en lo tocante al caso, pero también a la ansiedad que entrañaba el regreso a Nueva York y sus consecuencias. Jack abrió la lata y vaciló un instante. ¿Era recomendable ingerir cafeína en su estado de nervios? Por fin decidió desterrar toda precaución, apuró la bebida y eructó mientras argumentaba que necesitaba mantenerse despabilado, y que para ello no había medicamento mejor que la cafeína.
Algo aturdido porque la cafeína no se encontraba entre sus vicios, Jack volvió a ocupar el asiento frente a Latasha y buscó las declaraciones de Craig y Jordan entre el desorden que envolvía a la patóloga.
—No me las he leído enteras —reconoció Latasha—, pero las he repasado para hacer una lista de los síntomas de Patience.
—¿En serio? —preguntó Jack, interesado—. Es lo que iba a hacer ahora mismo.
—Ya me lo imaginaba, porque es lo que has dicho antes de emprender tu desafortunada excursión a los suburbios.
—¿Dónde está la lista? —inquirió Jack.
Latasha arrugó las facciones en un intento de concentrarse mientras rebuscaba entre los papeles que tenía delante. Por fin encontró una carpeta amarilla y se la alargó a Jack.
Jack se reclinó en la silla. El único orden aplicado a los síntomas consistía en su distribución en dos categorías principales, a saber los síntomas aparecidos el 8 de septiembre por la mañana, por un lado, y los síntomas aparecidos a última hora de la tarde, por otro. El grupo de la mañana incluía dolores abdominales, tos productiva creciente, sofocos, congestión nasal, insomnio, cefalea, flatulencia y ansiedad general. Al grupo de la tarde pertenecían los dolores torácicos, la cianosis, la incapacidad de hablar, la cefalea, problemas de deambulación, problemas para sentarse, falta de sensibilidad, sensación de flotar, náuseas acompañadas de un poco de vómito y debilidad generalizada.
—¿Ya está? —preguntó Jack, agitando la carpeta en el aire.
—¿Te parece poco? Es como la mayor parte de los pacientes en tercero de carrera.
—Solo quería asegurarme de que están todos los síntomas mencionados en las declaraciones.
—Todos los que he encontrado.
—¿Has encontrado alguna mención a la diaforesis?
—No, y te aseguro que la he buscado.
—Yo también —corroboró Jack—. Los sudores son tan típicos de los infartos que no podía creer que no se mencionaran cuando leí los documentos por primera vez. Me alegro de que tú tampoco hayas visto nada, porque eso significa que no lo pasé por alto.
Jack echó otro vistazo a la lista. El problema era que la mayoría de las entradas carecía de modificadores, y los que sí aparecían eran demasiado generales y demasiado poco descriptivos. Era como si todos los síntomas revistieran la misma importancia, lo cual dificultaba la tarea de sopesar la contribución de cada síntoma al estado clínico de Patience. La falta de sensibilidad, por ejemplo, significaba bien poco sin una descripción del lugar, la extensión y la duración, sin saber si significaba ausencia total de sensibilidad o parestesia, conocida por lo general como «hormigueo». Bajo tales circunstancias, a Jack le resultaba imposible concluir si la falta de sensibilidad era de origen neural o cardiovascular.
—¿Sabes lo que me parece más interesante de toda esta información toxicológica? —preguntó Latasha, alzando la vista de un voluminoso libro de texto.
—¿Qué? —replicó Jack, distraído.
Estaba pensando en la necesidad de revisar las declaraciones y averiguar qué calificativos tenían los síntomas mencionados.
—Los reptiles —repuso Latasha—. Es increíble cómo han evolucionado sus venenos y las diferencias de potencia que existen entre ellos.
—Es curioso —dijo Jack mientras abría la declaración de Jordan y la hojeaba a toda prisa para llegar a la sección que explicaba los acontecimientos del 8 de septiembre.
—Hay un par de serpientes cuyo veneno contiene un cardiotóxico específico muy potente y capaz de provocar necrosis cardíaca directa. ¿Te imaginas lo que pasaría con los biomarcadores cardíacos?
—¿En serio? —preguntó Jack con repentino interés—. ¿Qué clase de serpientes son?
Latasha abrió una trinchera en el material esparcido sobre la mesa, dio la vuelta al libro de texto y lo deslizó hacia Jack antes de señalar con el índice los nombres de dos tipos de serpiente en una tabla que comparaba la virulencia de los distintos venenos.
—La serpiente de cascabel del Mojave y la serpiente de cascabel del Pacífico Sur.
Jack echó un vistazo a la tabla. Las dos serpientes que señalaba Latasha se hallaban entre las más venenosas que figuraban allí.
—Muy interesante —comentó, pero su interés se desvaneció de inmediato—. Sin embargo, no nos enfrentamos a un envenenamiento de este tipo —añadió mientras le devolvía el libro—. A Patience no la mordió una serpiente.
—Ya lo sé —señaló Latasha, cogiendo el libro—. Solo leo acerca de venenos para sacar ideas sobre distintas clases de venenos a tener en cuenta. A fin de cuentas estamos buscando una cardiotoxina.
—Hum —masculló Jack.
Se había concentrado de nuevo en las declaraciones y localizado el pasaje que buscaba. Empezó a leer con más atención.
—De hecho, los animales venenosos más interesantes son un grupo de anfibios, mira por dónde —continuó Latasha.
—¿Ah, sí? —murmuró Jack sin escucharla.
Había dado con la mención del dolor abdominal. Jordan había testificado que se trataba de dolores en el bajo vientre, más hacia la izquierda que hacia la derecha. Jack corrigió la entrada de Latasha en la carpeta amarilla.
—Los más peligrosos son las ranas de flecha de espalda amarilla colombianas —continuó Latasha, hojeando el libro hasta dar con la página que buscaba.
—¿Ah, sí? —repitió Jack.
Siguió hojeando la declaración de Jordan hasta llegar al punto donde éste hablaba de los síntomas de la tarde. Buscaba sobre todo el pasaje donde Jordan mencionaba la falta de sensibilidad que había experimentado Patience.
—Sus secreciones cutáneas contienen algunas de las sustancias más tóxicas que se conocen —explicó Latasha—. Y afectan de forma inmediata el músculo cardíaco. ¿Conoces la batracotoxina?
—Me suena vagamente —repuso Jack.
Encontró la referencia a la falta de sensibilidad, y a juzgar por la descripción de Jordan, sin duda se trataba de parestesia, no de ausencia de sensibilidad, en brazos y piernas. Jack anotó la información en la carpeta amarilla.
—Es la peor toxina que existe. Cuando la batracotoxina entra en contacto con el músculo cardíaco, toda actividad se detiene de inmediato —prosiguió Latasha, chasqueando los dedos—. In vitro, los miocitos laten tan ricamente y de repente, tras ser expuestos a unas cuantas moléculas de batracotoxina, se detienen del todo. ¿Te lo imaginas?
—Es increíble —convino Jack.
Halló la referencia a la sensación de flotar, y curiosamente se asociaba con la parestesia, no con la sensación de estar flotando en un líquido. Era la sensación de flotar en el aire. Jack anotó el dato.
—El veneno es un alcaloide esteroideo, no un polipéptido, por si te sirve de algo. Se encuentra en varias especies de rana, pero la que contiene mayores concentraciones se llama Phyllobates terribilis. Un nombre muy apropiado, porque una rana diminuta tiene suficiente batracotoxina para matar a cien personas. Es alucinante.
Jack localizó la sección donde Jordan comentaba la debilidad de Patience, que resultó no referirse a una disminución en ningún grupo muscular concreto. Más bien se trataba de un problema generalizado. Empezaba con problemas al andar y al poco, dificultades para incorporarse a la posición sentada. Jack añadió aquellos datos a la lista.
—Hay algo que deberías saber acerca de la batracotoxina si es que no lo sabes ya. Su acción molecular consiste en despolarizar membranas eléctricas tales como el músculo cardíaco y los nervios. ¿Y sabes cómo lo hace? Afectando el transporte de sodio, eso que considerabas tan esotérico, ¿te acuerdas?
—¿Qué dices del sodio? —preguntó Jack cuando las palabras de Latasha penetraron en su concentración.
Cuando estaba absorto en algo, a menudo se abstraía de su entorno, como Latasha ya sabía.
—La batracotoxina se adhiere a las neuronas y los miocitos, y hace que los canales iónicos de sodio se traben en la posición abierta, lo cual provoca que los nervios y los músculos dejen de funcionar.
—Sodio —repitió Jack como en trance.
—Sí —asintió Latasha—. ¿Recuerdas que hablamos de…?
De repente, Jack se levantó de un salto y revolvió frenético los papeles desparramados por toda la mesa.
—¿Dónde están esos papeles? —preguntó, muy alterado.
—¿Qué papeles? —preguntó Latasha.
Había dejado de hablar a media frase y se había reclinado en la silla, sorprendida por la impetuosidad de Jack. Con las prisas, Jack estaba tirando al suelo varias declaraciones.
—Sí, mujer —balbució mientras pugnaba por encontrar las palabras exactas—. ¿Esos…, esos papeles?
—Tenemos muchos papeles aquí, tío. Dios mío, ¿cuántas Coca-Colas te has metido?
—¡A la mierda! —exclamó Jack.
Dejó de buscar y alargó la mano hacia Latasha.
—Déjame ver el libro de toxicología —exigió con brusquedad.
—Claro —musitó Latasha, perpleja por su transformación.
Lo observó mientras Jack hojeaba las páginas del voluminoso libro hasta llegar al índice. Una vez allí deslizó a toda prisa los dedos por las columnas hasta dar con lo que buscaba. Luego volvió a hojear el libro con tal rapidez que Latasha temió por su integridad. Encontró la página y guardó silencio.
—¿Sería demasiado pedir que me dijeras lo que haces? —preguntó, ofendida.
—Creo que he tenido lo que tú llamas una revelación divina y yo, una epifanía —masculló Jack sin dejar de leer—. ¡Sí! —gritó de pronto, alzando el puño en señal de triunfo; cerró el libro de golpe y miró a Latasha—. Creo que ya sé qué debe buscar Allan. Es muy raro, y si lo encuentra, puede que no encaje con todos los hechos tal como los conocemos, pero sí en algunos de los más importantes, y demostraría que Craig Bowman no es culpable de negligencia médica.
—¿A qué te refieres? —preguntó Latasha, algo contrariada por el secretismo de Jack, pues a las cinco de la madrugada no estaba de humor para juegos.
—Fíjate en este síntoma tan raro que has anotado —indicó Jack al tiempo que le alargaba la carpeta amarilla y señalaba la anotación «sensación de flotar»—. No es el síntoma clásico de un hipocondríaco, por muy sofisticado que sea. Sugiere que pasaba algo realmente extraño, y si Allan encuentra lo que pienso, indicaría que Patience Stanhope era una adicta al sushi o bien una fanática del vudú haitiano, pero lo que creo es que descubriremos algo bien distinto.
—¡Jack! —se quejó Latasha, irritada—. Estoy demasiado cansada para bromitas.
—Lo siento —se disculpó Jack—. Lo que parece una bromita es mi temor a tener razón. Ésta es una de aquellas situaciones en las que preferiría estar equivocado pese a todos los esfuerzos que hemos hecho. —Alargó la mano hacia ella—. ¡Venga! Te lo contaré mientras vamos al laboratorio de Allan. Nos va a ir de pelos.