Newton, Massachusetts,
jueves, 8 de junio de 2006, 21.05 horas.
Alexis contestó al cuarto timbrazo. Jack había marcado su número y dejado el móvil sobre el asiento del acompañante tras activar el altavoz. Había salido de la funeraria Langley-Peerson y se dirigía al Memorial Hospital de Newton, adonde quería llegar antes de que el personal del turno de tres a once se marchara, para así localizar a Matt Gilbert y Georgina O’Keefe. Había sido una decisión impulsiva que tomó cuando Latasha y él salieron de la funeraria al acabar la autopsia. La patóloga le había dicho que pasaría por su casa para dar de comer al perro, luego dejaría las muestras en el laboratorio de toxicología, junto con un mensaje para que Allan la llamara en cuanto llegara, y compraría un par de pizzas en un restaurante abierto toda la noche antes de reunirse con él en el aparcamiento de la oficina del forense. Le había propuesto que la acompañara, pero la situación había inducido a Jack a decantarse por una visita al hospital.
—Esperaba que fueras tú —dijo Alexis al oír la voz de Jack.
—¿Me oyes bien? —preguntó Jack—. He puesto el altavoz.
—Te oigo perfectamente. ¿Dónde estás?
—Eso me pregunto yo sin parar —bromeó Jack.
Su estado de ánimo había pasado de la desolación al no encontrar nada relevante en la autopsia de Patience a un humor casi eufórico. Se sentía pletórico de energía gracias al entusiasmo de Latasha y a la perspectiva de contar con la ayuda de un toxicólogo, y su mente había ido cobrando velocidad como una locomotora antigua. Las ideas surcaban por su cabeza como una bandada de gorriones alterados.
—Vaya, sí que estás de buen humor. ¿Cómo va todo?
—Estoy en el coche de camino al Memorial Hospital de Newton.
—¿Estás bien?
—Sí, solo quiero pasar por allí y hacer un par de preguntas al personal de urgencias que se ocupó de Patience Stanhope.
—¿Has hecho la exhumación y la autopsia?
—Sí.
—¿Y qué has descubierto?
—Aparte de un cáncer de colon irrelevante desde nuestro punto de vista, nada.
—¿Nada? —repitió Alexis con evidente decepción.
—Ya sé lo que piensas, porque a mí me ha pasado lo mismo. En el primer momento me he hundido, pero ahora considero que es un golpe de suerte.
—¿En qué sentido?
—Si hubiera encontrado una coronariopatía normalita, que es lo que esperaba descubrir, más que algo espectacular, que es lo que me habría gustado descubrir, lo habría dejado correr. Patience sufría una cardiopatía y tuvo un infarto, fin de la historia. Pero el hecho de que no tuviera ninguna cardiopatía requiere explicación. Quiero decir, cabe la remota posibilidad de que sufriera un episodio cardíaco fatal que no podamos diagnosticar ocho meses después, pero ahora creo que cabe la posibilidad de que hubiera algo más, sobre todo teniendo en cuenta las objeciones que Fasano interpuso a la autopsia, el hecho de que Franco intentara acabar conmigo en la autopista y, más importante aún, las amenazas a tus hijas. ¿Cómo están, por cierto?
—Muy bien. Parecen muy tranquilas y lo están pasando en grande en casa de la abuela, que se dedica a malcriarlas, como siempre. Pero volviendo al tema, ¿qué quieres decir?
—No lo sé exactamente. Pero te diré lo que pienso, a ver qué te parece. La muerte de Patience Stanhope y la contundente oposición a la autopsia podrían ser dos hechos totalmente independientes. Fasano y compañía podrían estar detrás de las amenazas por motivos turbios. Pero la verdad es que no me parece lógico. ¿Por qué llegaría al extremo de irrumpir en tu casa y luego va y me deja seguir adelante con la exhumación? Tengo la impresión de que los tres elementos no guardan relación entre sí. Fasano me amenazó por las razones que me dio. Franco tiene un problema conmigo porque le di una patada en los huevos, así que mi asunto con él no tiene nada que ver con Patience Stanhope. Queda pendiente el ataque a las niñas.
—Es demasiado complicado —protestó Alexis—. Si Tony Fasano no es responsable de eso, ¿quién lo hizo entonces?
—No tengo ni idea, pero no paro de preguntarme cuál puede ser el móvil si no se trata de Fasano y el dinero. Es evidente que en tal caso se trataría de un intento de impedirme descubrir algo importante, ¿y qué puede descubrirse en una autopsia? Una posibilidad sería que hubieran administrado a Patience Stanhope una sobredosis o un fármaco equivocado en el hospital. Los hospitales son organizaciones importantes con muchos accionistas, lo cual significa mucho dinero.
—Es una locura —objetó Alexis sin vacilar—. El hospital no es responsable del ataque a las niñas.
—Alexis, me pediste que viniera a Boston para pensar fuera de los límites establecidos, y eso es lo que estoy haciendo.
—Ya, pero ¿el hospital? —gimió Alexis—. ¿Es por eso que vas hacia allí?
—Sí —confesó Jack—. Me considero un buen conocedor de la naturaleza humana, y las dos personas de urgencias con las que hablé el martes me causaron muy buena impresión. Son directos y francos. Quiero volver a hablar con ellos.
—¿Qué vas a hacer? —espetó Alexis con desdén—. ¿Preguntarles si cometieron un error tan grave que el hospital se vio obligado a enviar a unos matones a mi casa para amenazar a mis hijas y así encubrir el asunto? Eso es absurdo.
—Dicho así, lo parece, pero lo voy a hacer de todas formas. La autopsia todavía no ha terminado. Quiero decir que hemos examinado el cadáver, pero todavía no sabemos qué revelarán las pruebas de toxicología y el microscopio. También quiero corroborar qué fármacos administraron a Patience Stanhope para poder decírselo al toxicólogo.
—Bueno, eso me parece más razonable que acusar al hospital de encubrimiento.
—La idea de la sobredosis o del fármaco equivocado no es la única que tengo. ¿Quieres saber a qué me refiero?
—Sí, pero espero que sea más sensata que la primera.
A Jack se le ocurrieron algunas réplicas ingeniosas y sarcásticas, pero se contuvo.
—La idea del hospital se basa en que el infarto de Patience Stanhope y la oposición a la autopsia son dos episodios separados, aunque relacionados. ¿Y si una sola persona fuera responsable de ambos?
Jack hizo una pausa deliberada para permitir que Alexis asimilara sus palabras.
—No sé si te entiendo bien —confesó Alexis por fin—. ¿Insinúas que alguien provocó el infarto de Patience Stanhope y luego intentó impedir la autopsia para que no se descubriera el pastel?
—Exacto.
—No sé, Jack. Me parece una idea casi tan alocada como la otra. Supongo que te refieres a Jordan.
—Jordan es la primera persona que se me ocurre. Craig dice que Jordan y Patience no formaban una pareja feliz precisamente, y además Jordan es quien sale más beneficiado de su muerte. Desde luego, no perdió el tiempo guardando luto. Incluso es posible que él y su novia ya estuvieran liados en vida de Patience.
—¿Cómo puede alguien provocar un ataque de corazón a otro?
—Con digital, por ejemplo.
—No sé —repitió Alexis, escéptica—. Me parece muy descabellado. Si Jordan fuera culpable, no habría presentado la demanda y desde luego no habría firmado el permiso de exhumación.
—Ya lo he pensado —convino Jack mientras entraba en el aparcamiento del Memorial Hospital de Newton—. Estoy de acuerdo en que no parece lógico, pero puede que no nos enfrentemos a una persona lógica. Puede que a Jordan le excite todo esto, puede que esté convencido de que es mucho más listo que todos nosotros. Pero ya sé que es una idea precipitada. Primero tenemos que encontrar algún fármaco en las pruebas toxicológicas. Si descubrimos algo, tendremos que volver sobre nuestros pasos.
—Es la segunda vez que hablas en plural —observó Alexis—. ¿Lo dices porque sí o qué?
—Una de las patólogas de la oficina del forense de Boston me está ayudando.
—Espero que hayas hablado con Laurie —comentó Alexis—. ¿Le parece bien que sigas aquí?
—No está contenta, pero tampoco hundida.
—No puedo creer que te cases mañana.
—Ni yo.
Jack aparcó en una plaza con vistas al estanque. Los faros del coche alumbraron a una bandada de aves acuáticas que flotaban en el agua.
—¿Qué ha pasado esta tarde en el juicio?
—Randolph ha llamado a dos testigos expertos, uno de Yale y el otro de Columbia. Los dos han resultado creíbles, pero aburridos. Lo mejor es que no se han dejado amilanar por Tony, que ha intentado machacarlos. Creo que Tony esperaba que Randolph volviera a hacer subir a Craig al estrado, pero Randolph ha tenido la sensatez de no hacerlo y ha concluido la vista. Mañana por la mañana oiremos los alegatos finales, empezando por Randolph, y ya está.
—¿Has cambiado de idea respecto al desenlace?
—La verdad es que no. Los testigos de la defensa han estado bien, pero no son de Boston. Puesto que Boston es la meca de la medicina, no creo que el hecho de que vinieran de universidades lejanas sentara bien al jurado. Los expertos de Tony tienen más peso.
—Lamento decir que probablemente tengas razón.
—Si por alguna de aquellas casualidades descubrieras algún indicio criminal en la muerte de Patience Stanhope, probablemente sería la salvación de Craig.
—Ten pon seguro que no lo pierdo de vista ni un momento. Para serte sincero, es mi motivación principal. ¿Cómo está Craig?
—Desanimado, como siempre, incluso un poco peor. Me preocupa un poco que esté solo en casa. ¿Cuándo crees que volverás allí?
—No lo sé —repuso Jack, sintiéndose de repente culpable por su idea de no volver a casa de los Bowman.
—¿Podrías echarle un vistazo cuando llegues? No me gusta la combinación de alcohol y somníferos.
—Lo haré —prometió Jack—. He llegado al hospital, así que tengo que dejarte.
—Pase lo que pase, te agradezco de corazón todo lo que has hecho, Jack. Nunca sabrás lo que ha significado tu apoyo para mí en estos últimos días.
—¿Sigues pensándolo a pesar de que mi intervención causó lo que les pasó a las niñas?
—No te lo reprocho en absoluto.
Tras algunas palabras más de cariño fraterno que habrían hecho llorar a Jack de haber continuado, se despidieron. Jack cerró la pestaña del teléfono y permaneció sentado un instante, pensando en las relaciones y cómo cambiaban con el tiempo. Le producía una sensación agradable saber que él y su hermana habían recuperado al menos parte de su estrecha relación anterior pese a los años que habían pasado separados mientras Jack intentaba superar su aflicción.
Al salir del coche recobró la energía que Latasha le había contagiado. Los comentarios de Alexis lo habían desinflado un poco, pero a decir verdad no los necesitaba para saber que sus ideas eran descabelladas. Tal como había explicado a su hermana, estaba pensando fuera de los límites establecidos sobre la base de un montón de datos que en sí mismos no parecían nada plausibles.
A diferencia de su visita anterior, la unidad de urgencias era un hervidero de actividad. Casi todos los asientos de la sala de espera estaban ocupados. Vio a algunas personas de pie fuera, junto al muelle de ambulancias. Hacía una noche cálida, húmeda, casi estival.
Jack tuvo que hacer cola ante el mostrador de admisiones, tras una mujer que llevaba a un niño febril en brazos. El pequeño miró a Jack por encima del hombro de su madre con ojos vidriosos y sin expresión. Cuando Jack llegó al mostrador y se disponía a preguntar por el doctor Matt Gilbert, el médico apareció. Dejó una nota de admisión en urgencias cumplimentada sobre el mostrador, y en aquel momento su mirada se cruzó con la de Jack.
—Yo le conozco —dijo al tiempo que lo señalaba, a todas luces intentando recordar su nombre.
—Soy el doctor Jack Stapleton.
—¡Eso! El patólogo forense interesado en el intento fallido de reanimación.
—Buena memoria —elogió Jack.
—Es la mejor cualidad que aprendí en la facultad. ¿En qué puedo ayudarle?
—Necesito hablar con usted un momento, y si puede ser también con Georgina O’Keefe. ¿Está aquí?
—Es la jefa —terció la recepcionista con una carcajada—. Está aquí.
—Sé que no es el mejor momento —comentó Jack—, pero hemos exhumado el cadáver, y acabo de hacer la autopsia. Me ha parecido que le interesaría saber qué he descubierto.
—Desde luego —asintió Matt—, y no es mal momento. Estamos ocupados, pero son casos rutinarios que deberían verse en el ambulatorio o en la consulta. Ahora mismo no tenemos ninguna urgencia grave. Iré a buscar a Georgina y nos reuniremos en la sala de médicos.
Durante unos instantes, Jack se sentó solo en la sala de médicos. Aprovechó el tiempo para revisar el informe de dos páginas que tenía sobre la entrada de Patience en urgencias. Lo había sacado del expediente mientras hablaba con Alexis.
—Bienvenido de nuevo —lo saludó Georgina, entrando enérgicamente en la sala seguida de Matt.
Ambos llevaban bata blanca sobre la indumentaria quirúrgica.
—Matt dice que ha exhumado a la señora Stanhope y le ha hecho la autopsia. ¡Genial! ¿Qué ha descubierto? Es que nadie nos cuenta nunca esas cosas.
—Lo más interesante es que su corazón parecía del todo normal, sin ningún tipo de cambio degenerativo.
Georgina puso los brazos en jarras y curvó los labios en una sonrisa torva de desilusión.
—Pensaba que iba a contarnos algo espectacular.
—Lo es a su manera —aseguró Jack—. En los casos de muerte cardíaca súbita lo normal es encontrar patología.
—¿Ha venido hasta aquí para decirnos que no ha descubierto nada? —le preguntó Georgina, incrédula, antes de volverse hacia Matt en busca de apoyo.
—A decir verdad, he venido para preguntarles si existe alguna posibilidad de que le administraran una sobredosis o un fármaco equivocado.
—¿A qué clase de fármaco se refiere? —preguntó Georgina, mientras su sonrisa se trocaba en una expresión de perplejidad cautelosa.
—A cualquiera —repuso Jack—, sobre todo algún fibrinolítico de nueva generación o algún agente antitrombótico. No lo sé… ¿El hospital participa en algún estudio aleatorizado sobre pacientes de infarto? Es pura curiosidad. En el informe de urgencias no figura nada parecido.
Jack entregó las dos páginas a Georgina, que les echó un vistazo mientras Matt leía por encima de su hombro.
—Todo lo que le dimos está aquí —confirmó Georgina, sosteniendo las hojas en alto mientras miraba a Matt en busca de corroboración.
—Sí —convino Matt—. Llegó en estado crítico, sin apenas señal en el monitor cardíaco. Lo único que intentamos hacer fue reanimarla, no tratar el infarto. ¿De qué habría servido?
—¿No le administraron digital ni nada parecido?
—No —denegó Matt—. No teníamos latido pese al marcapasos secuencial de doble cámara. El corazón no respondía.
Jack paseó la mirada entre el médico y la enfermera. Su idea sobre la sobredosis o el fármaco equivocado acababa de irse al garete.
—Los únicos datos de laboratorio que figuran en el informe de urgencias son los de gases en sangre. ¿Se le hizo alguna otra prueba?
—Cuando extraemos sangre para analizar los gases, por lo general también pedimos el hemograma y electrolitos. Y en caso de infarto también pedimos biomarcadores.
—Si se pidieron biomarcadores, ¿cómo es que no se mencionan en el impreso y por qué no aparecen los resultados en el informe de urgencias? Los resultados de gases sí están.
Matt cogió las páginas que sostenía Georgina y las revisó un instante antes de encogerse de hombros.
—No lo sé, puede que porque por lo general se incluyen en la historia clínica, pero puesto que murió enseguida no llegó a abrírsele historia. —Volvió a encogerse de hombros—. Supongo que no figuran en la hoja de petición porque son pruebas que se hacen siempre que se sospecha un infarto. En el informe mencioné que los niveles de sodio y potasio eran normales, y alguien comunicó los resultados al mostrador de urgencias.
—Esta unidad de urgencias no es como las de las grandes ciudades —explicó Georgina—. No solemos perder pacientes. Por lo general la gente ingresa, incluso los que están peor.
—¿Podríamos llamar al laboratorio y pedirles que localicen los resultados? —preguntó Jack.
No sabía qué pensar de aquel descubrimiento ni si revestía alguna importancia, pero se sentía obligado a averiguar adónde lo llevaba aquella pista.
—Claro —asintió Matt—. Le diremos a la recepcionista que llame. Mientras tanto, tenemos que volver al trabajo. Gracias por venir. Es extraño que no haya encontrado patología, pero me alegra saber que no omitimos nada que hubiera podido salvarla.
Al cabo de cinco minutos, Jack se hallaba en el despacho diminuto y sin ventanas del supervisor nocturno del laboratorio. Era un hombre grandullón de párpados pesados, lo cual le confería aspecto de somnolencia perpetua. Estaba mirando la pantalla del ordenador con la cabeza algo echada hacia atrás. «Hola, soy Wayne Marsh», rezaba su identificación.
—No veo nada bajo Patience Stanhope —anunció.
Se había mostrado muy solícito al recibir la llamada de urgencias y había invitado a Jack a subir a su despacho. Las credenciales de Jack lo habían impresionado, y si reparó en que su acreditación era de Nueva York y no de Boston, no lo dijo.
—Necesito un número —prosiguió Wayne—, pero si no ingresó, entonces no se lo asignaron.
—¿Y la factura? —sugirió Jack—. Alguien tuvo que pagar las pruebas.
—A estas horas no hay nadie en facturación —explicó Wayne—, pero me ha dicho que tiene una copia del informe de urgencias. Allí figurará el número de admisión. Probemos.
Jack le alargó el informe de urgencias, y Wayne introdujo el número.
—Aquí está —exclamó cuando apareció un expediente en pantalla—. El doctor Gilbert tenía razón. Le hicimos un hemograma completo con plaquetas, electrólitos y los biomarcadores cardíacos habituales.
—¿Cuáles?
—Cuando el paciente llega a urgencias, analizamos la isoenzima MB de la creatincinasa y la troponina T cardioespecífica. Repetimos las pruebas seis y doce horas después de la admisión.
—¿Y los resultados fueron normales?
—Depende de lo que entienda por normal —puntualizó Wayne al tiempo que giraba el monitor para que Jack pudiera ver y señalaba la sección del hemograma—. Hay un aumento de leve a moderado de leucocitos, lo cual es de esperar en un infarto. —Acto seguido señaló los electrólitos—. El potasio está en el límite superior de la normalidad. De haber sobrevivido, tendríamos que haberlo controlado por razones obvias.
Jack se estremeció en su fuero interno a la mención del potasio. El aterrador episodio con el potasio de Laurie durante su embarazo ectópico se le había quedado grabado en la memoria pese a que ya había transcurrido más de un año. De pronto se fijó en los resultados de los biomarcadores. Para su sorpresa, eran negativos, y de inmediato se lo señaló a Wayne. El pulso se le aceleró. ¿Habría dado con algo importante?
—No es inusual —comentó Wayne—. Con la mejora de los tiempos de respuesta de urgencias, las víctimas de infarto a menudo nos llegan a la unidad en el intervalo de tres o cuatro horas que los biomarcadores tardan en subir. Es una de las razones por las que repetimos sistemáticamente la prueba al cabo de seis horas.
Jack asintió mientras intentaba dilucidar la discrepancia que suscitaba aquel nuevo dato. No sabía si había olvidado o nunca había sabido que los biomarcadores tardaban tanto en subir. Reacio a parecer poco informado, formuló la siguiente pregunta con cuidado.
—¿Le sorprende que la prueba de biomarcadores realizada a la cabecera de la paciente diera positivo?
—La verdad es que no.
—¿Por qué no?
—Hay muchas variables. En primer lugar, existe un cuatro por ciento de falsos positivos y un tres por ciento de falsos negativos. Las pruebas se basan en anticuerpos monoclonales muy específicos, pero no son infalibles. En segundo lugar, los kits de cabecera se basan en la troponina I, no la T, y hay muchos kits portátiles en el mercado. ¿La prueba que se realizó en casa de la paciente analizaba solo la troponina I o también la mioglobina?
—No lo sé —reconoció Jack.
Intentó recordar qué ponía en la caja guardada en el maletín de Craig, pero no lo consiguió.
—Sería importante saberlo. El componente mioglobina se vuelve positivo antes, a menudo en tan solo dos horas. ¿De cuánto tiempo estamos hablando en este caso? —Cogió el informe de urgencias y leyó en voz alta—: El marido de la paciente constata dolor torácico y otros síntomas aparecidos entre las cinco y las seis de la tarde, seguramente más bien hacia las seis. —Alzó la vista hacia Jack—. Llegó a urgencias cerca de las ocho, de modo que las horas encajan según nuestros resultados, porque habían transcurrido menos de cuatro horas. ¿Sabe a qué hora se le hizo la prueba de biomarcadores en su casa?
—No —negó Jack—, pero calculo que hacia las siete y media.
—Bueno, es un poco justo, pero como ya le he dicho, las pruebas de cabecera las fabrican muchas empresas con sensibilidades muy distintas. Asimismo, es necesario almacenar los kits con sumo cuidado, y creo que tienen fecha de caducidad. Francamente, por eso no los uso. Preferimos los de troponina T, porque solo los fabrica una empresa. Obtenemos resultados muy reproducibles en un tiempo de procesamiento muy corto. ¿Le gustaría ver nuestro analizador Abbott? Es una maravilla. Mide la absorbencia espectrofotométricamente a cuatrocientos cincuenta nanómetros. Está ahí mismo, en la otra punta del laboratorio, por si quiere echarle un vistazo.
—Gracias, pero no —declinó Jack.
Se estaba adentrando en terreno demasiado complicado para él, y su visita al hospital ya había durado el doble de lo previsto. No quería hacer esperar más a Latasha. Dio las gracias a Wayne por su ayuda y volvió al ascensor a paso rápido. Mientras bajaba, no pudo evitar preguntarse si el kit de biomarcadores de Craig estaría defectuoso, bien por mal almacenaje, bien por haber rebasado la fecha de caducidad, y si por ello habría dado falso positivo. ¿Y si Patience Stanhope no había sufrido un infarto de miocardio? De repente se abría ante él una dimensión totalmente nueva, sobre todo gracias a la ayuda del toxicólogo. Había muchos más fármacos que afectaban el corazón que fármacos capaces de simular un infarto.
Jack subió al coche y marcó a toda prisa el número de Latasha. Tal como había hecho al llamar a Alexis, activó el altavoz y dejó el teléfono sobre el asiento del acompañante. Latasha contestó cuando Jack salía del aparcamiento.
—¿Dónde está? —preguntó—. Yo estoy en el despacho. He traído dos pizzas calientes y dos Coca-Colas grandes. ¿Por dónde anda?
—Acabo de salir del hospital. Siento haber tardado tanto, pero he averiguado algo potencialmente importante. La prueba de biomarcadores que le hicieron a Patience Stanhope dio negativo en el analizador del hospital.
—Pero si me dijo que había salido positiva.
—Con el kit de cabecera —puntualizó Jack antes de explicarle con pelos y señales lo que había averiguado gracias al supervisor del laboratorio.
—En resumidas cuentas —concluyó Latasha cuando Jack terminó—, que ahora no sabemos a ciencia cierta si tuvo un ataque al corazón, lo cual encajaría con lo que descubrimos en la autopsia.
—Exacto, y en tal caso, la toxicología será crucial.
—Ya he dejado las muestras en el laboratorio de toxicología, junto con una nota para que Allan me llame.
—Perfecto —repuso Jack.
No podía dejar de pensar en lo afortunado que era al contar con la ayuda de Latasha. De no ser por ella, tal vez habría desistido tras no encontrar nada en el corazón.
—O sea que esto pone al afligido marido en el punto de mira —añadió Latasha.
—Aún hay algunos cabos sueltos —señaló Jack, recordando las objeciones de Alexis a que Jordan fuera el malo de la película—, pero en términos generales estoy de acuerdo, por tópico y sórdido que suene.
—¿Cuánto tardará en llegar?
—Lo menos posible. Estoy a punto de entrar en la carretera Nueve. Probablemente lo sepa usted mejor que yo. Empiece a comer antes de que se enfríe.
—Lo esperaré —dijo Latasha—. Me he encargado de preparar algunas secciones congeladas del corazón.
—No sé si comeré gran cosa —advirtió Jack—. Estoy como una moto, como si me hubiera tomado diez cafés.
Después de cerrar el teléfono miró el reloj. Eran casi las diez y media, lo que significaba que el amigo de Latasha no tardaría en llegar al laboratorio de toxicología. Jack esperaba que tuviera mucho tiempo libre, porque imaginaba que aquel asunto lo tendría ocupado gran parte de la noche. No se hacía ilusiones respecto a la capacidad de la toxicología para detectar venenos. No era un proceso tan sencillo como a menudo pretendían hacer creer las películas. En el caso de altas concentraciones de los fármacos más habituales no solía haber problema, pero en cuanto a cantidades residuales de compuestos más tóxicos y mortíferos, capaces de matar a una persona a dosis muy pequeñas, era como buscar una aguja en un pajar.
Jack se detuvo en un semáforo y tamborileó con los dedos sobre el volante a causa de la impaciencia. La suave, cálida y húmeda brisa de junio entraba por la ventanilla rota. Se alegró de haber pasado por el hospital, aunque ahora le daba vergüenza haber creído que el hospital había encubierto algo. No obstante, se dijo que aquella idea lo había conducido indirectamente a cuestionar si Patience Stanhope había sufrido en verdad un ataque al corazón.
En cuanto el semáforo cambió a verde, se puso en marcha. El problema era que Patience podía haber sufrido un ataque al corazón. Wayne había reconocido que incluso con su genial analizador de absorbencia, el índice de falsos negativos era mayor que el de falsos positivos. Lanzó un suspiro; aquel caso no tenía nada de sencillo ni directo. Patience Stanhope estaba demostrando ser una paciente problemática incluso después de muerta, lo cual le recordó su chiste de abogados preferido. ¿Qué diferencia hay entre un abogado y una prostituta? Que la prostituta deja de joderte cuando te mueres. Desde el punto de vista de Jack, Patience empezaba a adquirir ciertas cualidades desagradables de los abogados.
Mientras conducía caviló sobre su promesa de echar un vistazo a Craig, quien a buen seguro ya estaba sumido en un profundo sueño narcótico. No le entusiasmaba la perspectiva y la consideraba innecesaria, puesto que en su opinión, Craig no tenía tendencias suicidas y, como médico inteligente que era, conocía a la perfección la potencia de la medicación que tomaba. Por otro lado, el lado bueno de ir a su casa era que podría echar un vistazo al kit de biomarcadores que utilizaba su cuñado y averiguar si había caducado. Mientras no dispusiera de aquella información, no podía tomar una decisión inteligente acerca de si las posibilidades de un falso positivo eran o no más elevadas de lo normal.