Newton, Massachusetts,
miércoles, 7 de junio, 21.55 horas.
—¡Ya era hora! —exclamó Laurie con sequedad.
Jack hizo una mueca. El tono era diametralmente distinto del de la noche anterior, lo cual constituía un indicio del rumbo que tomaría la conversación.
—¡Son casi las diez! —se quejó Laurie—. ¿Por qué no has llamado antes? Han pasado ocho horas desde que me dejaste ese mensaje tan cobarde en el buzón de voz.
—Lo siento —se disculpó Jack con todo el arrepentimiento de que fue capaz—. Ha sido una tarde muy extraña.
Era un auténtico eufemismo, pero muy alejado del humor sarcástico que caracterizaba a Jack. Estaba haciendo un esfuerzo consciente por no sucumbir a la tendencia que se había automatizado durante sus años temerarios tras la tragedia. Midiendo sus palabras y del modo más sucinto posible, Jack habló a Laurie del asalto a las niñas y la visita de la policía mediada por Lou. Luego le habló de Tony Fasano y su amenaza, así como de Franco, incluyendo el episodio del día anterior, que no le había mencionado hasta entonces.
—¡Es increíble! —exclamó Laurie tras un breve silencio; en su voz apenas si quedaba rastro de enfado—. ¿Estás bien?
—Tengo el labio hinchado y un pequeño derrame sobre el pómulo, pero me he hecho heridas peores jugando a baloncesto. Estoy bien.
—Ese tal Franco me pone nerviosa; parece un chiflado.
—A mí tampoco me hace mucha gracia.
Contempló la posibilidad de hablarle del arma, pero concluyó que tal vez la pusiera aún más nerviosa.
—Entiendo que crees que Tony Fasano está detrás del ataque a las niñas.
Jack reprodujo parte de la conversación que había sostenido con Liam Flanagan.
—¿Cómo están las niñas?
—Bastante enteras, teniendo en cuenta lo que han pasado. Puede que tenga algo que ver con que su madre es psicóloga. Alexis es una madre magnífica. Los ha llevado a casa de sus abuelos, los padres de Craig, para que pasen allí unos días. Para que te hagas una idea, la pequeña estaba lo bastante tranquila para decirme que sentía lo de mis hijas cuando se ha despedido de mí. Me he quedado de piedra.
—Parece muy madura —comentó Laurie—. Es una suerte para los Bowman. Bueno, y ahora hablemos de nosotros. ¿Cuándo vas a volver?
—En el peor de los casos, mañana por la noche —repuso Jack—. Haré la autopsia, anotaré los resultados, sean los que sean, y se los daré al abogado de Craig. Aun cuando yo quisiera, no cree posible que suba a testificar, así que eso no es problema.
—Estás apurando mucho —señaló Laurie—. Si acabo convertida en la novia plantada en el altar, no te lo perdonaré nunca, solo quiero que lo sepas.
—He dicho que eso será en el peor de los casos; puede que llegue a media tarde.
—Prométeme que no harás ninguna tontería.
A Jack se le ocurrieron diversas réplicas mordaces a aquella frase, pero se contuvo.
—Tendré cuidado —prometió antes de añadir, para tranquilizarla aún más—: La policía de Newton ha prometido vigilar la casa.
Una vez convencido de que Laurie se sentía más tranquila, Jack le dijo algunas palabras cariñosas y por fin se despidió. Acto seguido hizo otras dos llamadas. Habló un momento con Lou para explicarle lo que había pasado con Liam Flanagan y darle las gracias por su ayuda. Le dijo que se verían en la iglesia el viernes. Luego llamó a Warren para contarle que David no solo era un excelente jugador de baloncesto, sino que además le había salvado el pellejo. Se vio obligado a apartarse el teléfono de la oreja para no quedar sordo con la entusiasta reacción de Warren. También le dijo a él que se verían en la iglesia.
Una vez despachadas todas las llamadas, Jack se dedicó a contemplar el pacífico paisaje. El gajo de luna había ascendido un poco más en el firmamento hasta rebasar las copas de los árboles. En el cielo brillaban algunas estrellas pese a la contaminación lumínica procedente del área metropolitana de Boston. Jack aspiró una profunda bocanada de aire fresco. Era tonificante. A lo lejos ladró un perro. La quietud lo indujo a preguntarse qué le depararía el mañana. No lo sabía, pero pensar en ello lo hizo alegrarse de que Liam hubiera insistido en que se quedara el arma. Palmeó el bolsillo donde la había guardado; su peso le hacía sentir más seguro, aunque sabía que las estadísticas indicaban lo contrario. Con la sensación fatalista de que lo que tuviera que ser, sería, Jack se encogió de hombros, dio media vuelta y entró en la casa.
Sin Alexis y las niñas, Jack se sentía como un intruso. En cuanto cerró la puerta principal, el silencio de la casa se tornó casi palpable, pese a que oía las voces ahogadas de Craig y Randolph desde la biblioteca. Entró en el comedor y se acercó al frigorífico. Había mucha comida, y se preparó un bocadillo en un santiamén. Luego abrió una cerveza y llevó ambas cosas al sofá. Encendió el televisor a un volumen muy bajo y fue pasando canales hasta dar con un noticiario. Sintiéndose aún un forastero en tierra ignota, se reclinó en el sofá y comió.
Cuando estaba a punto de acabar el bocadillo y la cerveza, oyó que las voces procedentes de la biblioteca se alzaban; a todas luces se trataba de una discusión. Jack se apresuró a subir el volumen del televisor para no oír. Tenía una sensación similar a la que había experimentado cuando Craig estuviera a punto de sorprenderlo husmeando en su maletín. Al cabo de unos minutos, la puerta principal se cerró con tal fuerza que Jack percibió la vibración. Unos instantes más tarde, Craig entró en el comedor. Era evidente que estaba furioso, sobre todo por el modo en que dejó caer los cubitos de hielo en un vaso anticuado y la fuerza con que cerró la puerta del mueble bar. Se sirvió una generosa ración de whisky y llevó la botella y el vaso al sofá.
—¿Te importa que me siente? —preguntó a Jack.
—Claro que no —repuso Jack sin saber por qué lo preguntaba siquiera.
Se apartó hacia el extremo del sofá, apagó el televisor y giró el cuerpo para encararse con su anfitrión, que se había dejado caer sin soltar la botella ni el vaso.
Craig tomó un largo trago y desplazó el líquido por la boca durante unos instantes antes de tragárselo con la mirada clavada en la chimenea.
—¿Qué tal el ensayo? —preguntó Jack, sintiéndose obligado a entablar conversación.
Craig se limitó a lanzar una carcajada sarcástica.
—¿Te sientes preparado? —insistió Jack.
—Supongo que todo lo preparado que puedo llegar a estar. Pero eso no es mucho.
—¿Qué te ha aconsejado Randolph?
Craig lanzó otra carcajada forzada.
—Ya sabes, lo de siempre, que no me hurgue la nariz, que no me tire pedos demasiado ruidosos, que no me ría del juez…
—Lo digo en serio —lo atajó Jack—. Me interesa saberlo.
Craig se volvió hacia él. Parte de la tensión que Jack había observado en él unos minutos antes había desaparecido de su rostro.
—Más o menos lo mismo que he comentado durante la comida y algunos consejos más. No debo tartamudear ni reírme. ¿Te lo puedes creer? Tony Fasano me va a atacar verbalmente, y Randolph quiere que me lo tome con toda la calma del mundo. En todo caso puedo adoptar una expresión dolida, pero no enfadarme, para que el jurado me compadezca. ¿Te lo imaginas?
—Me parece razonable.
Craig entornó los ojos sin apartar la mirada de él.
—Puede que a ti te lo parezca, pero a mí no.
—No he podido evitar oír que levantabais la voz. Bueno, no he oído lo que decíais, pero… ¿habéis discutido por algo?
—La verdad es que no —repuso Craig—. Es que Randolph me ha cabreado, que es lo que pretendía. Estaba representado el papel de Tony Fasano. El problema es que cuando suba al estrado, estaré bajo juramento, y Tony Fasano no. Eso significa que podrá inventarse e insinuar lo que le dé la gana, y que yo no tengo ni que inmutarme, pero me inmuto. Si hasta me he enfadado con Randolph. No tengo remedio…
Jack lo observó mientras Craig apuraba el vaso y se servía otro. Sabía que con frecuencia los rasgos de personalidad de los médicos excelentes como Craig los hacía más vulnerables a los litigios por negligencia, y que aquellos mismos rasgos los convertían en testigos pésimos. También sabía que a la inversa sucedía lo mismo. Los malos médicos pulían más su trato con los pacientes para compensar sus carencias profesionales y evitar demandas, y aquellos mismos médicos, en caso de enfrentarse a un litigio, a menudo eran capaces de representar en su defensa papeles dignos de un Oscar.
—La cosa sigue pintando mal —prosiguió Craig, más sombrío que enfadado—. Y aún me preocupa que Randolph no sea el abogado adecuado a pesar de su experiencia. Es tan pretencioso, maldita sea. Tony Fasano es untuoso hasta la médula, pero tiene al jurado comiendo de la palma de su mano.
—Los jurados tienen la sorprendente cualidad de acabar clichando estas cosas —comentó Jack.
—La otra cosa que me cabrea de Randolph es que no para de hablar de la apelación —continuó Craig como si no hubiera oído a Jack—. Eso es lo que me ha sacado de mis casillas al final del ensayo. No me podía creer que sacara el tema justo en ese momento. Por supuesto, sé que debo tenerlo en cuenta, al igual que debo tener en cuenta lo que haré con el resto de mi vida. Si pierdo, desde luego no voy a seguir ejerciendo.
—Eso sería una doble tragedia —señaló Jack—. La profesión no puede permitirse prescindir de sus mejores médicos, y tus pacientes tampoco.
—Si pierdo este caso, nunca podré volver a mirar a un paciente sin preocuparme por si me va a demandar y por si tendré que volver a sufrir una experiencia como ésta. Los últimos ocho meses han sido los peores de mi vida.
—Pero ¿qué harías si no ejerces? Tienes una familia.
Craig se encogió de hombros.
—Probablemente trabajar para alguna farmacéutica importante; hay muchas oportunidades. Conozco a varias personas que han tomado ese camino. La otra opción es intentar investigar a tiempo completo.
—¿Serías feliz dedicándote a tiempo completo a los canales de sodio? —preguntó Jack.
—Desde luego; me parece apasionante, investigación básica pero con aplicación clínica inmediata.
—Supongo que la industria farmacéutica está interesada en ello.
—Sin duda alguna.
—Cambiando de tema… Mientras estaba fuera despidiéndome de todo el mundo, se me ha ocurrido una idea que quería comentarte.
—¿Sobre qué?
—Sobre Patience Stanhope. Tengo todo el expediente del caso y lo he leído varias veces. Contiene todos tus documentos, pero lo único que hay del hospital es la hoja de urgencias.
—Es que no había nada más. No llegaron a ingresarla.
—Lo sé, pero no hay más pruebas de laboratorio que las que se mencionan en las notas, ni tampoco ningún impreso de petición. Me preguntaba si quizás el hospital cometió algún error grave, como administrar el fármaco equivocado o una dosis excesiva. En tal caso, la persona responsable podría estar desesperada por encubrirlo y encantada con la idea de echarte el muerto a ti. Sé que es otra teoría descabellada, pero no tanto como la idea de la conspiración. ¿Qué te parece? Por lo que les ha pasado esta tarde a tus hijas, es evidente que alguien está muy, pero que muy en contra de que practique la autopsia, y si Fasano no es el responsable, el móvil no puede ser el dinero.
Craig meditó unos instantes con la mirada perdida.
—Una idea alocada, pero interesante.
—Supongo que durante la investigación se reunieron todos los documentos del hospital…
—Creo que sí —asintió Craig—. Un argumento en contra de esta teoría es que estuve con la paciente en todo momento. Me habría dado cuenta de algo así. Si se administra una sobredosis o el fármaco equivocado, por lo general se produce un cambio notable en el paciente, y no fue así. Desde el momento en que llegué a su casa hasta que murió, Patience se limitó a ir apagándose, sin reaccionar a ninguno de nuestros intentos.
—Ya, pero quizá merezca la pena tener la idea en mente cuando haga la autopsia. De todos modos tenía pensado hacer pruebas toxicológicas, pero si existe la posibilidad de una sobredosis o de un fármaco equivocado, el asunto cobra más importancia.
—¿Qué indican las pruebas toxicológicas?
—Los fármacos habituales y también otros menos corrientes si están presentes en concentraciones lo suficientemente altas.
Craig apuró la segunda copa, miró la botella y decidió no servirse una tercera.
—Siento no ser mejor anfitrión —se disculpó al tiempo que se levantaba—, pero tengo una cita con mi somnífero favorito.
—No es bueno mezclar alcohol y somníferos.
—¿En serio? —espetó Craig con altanería—. ¡No tenía ni idea!
—Hasta mañana —se despidió Jack, considerando que aquella provocación no merecía respuesta alguna.
—¿Te preocupa que puedan volver esos tipos? —preguntó Craig en tono burlón.
—No —repuso Jack.
—A mí tampoco. Al menos no hasta después de la autopsia.
—¿Te están entrando las dudas? —quiso saber Jack.
—Claro que sí, sobre todo después de oírte decir que las posibilidades de encontrar algo significativo son pequeñas, y de que Randolph me haya dicho que el caso no se verá afectado descubras lo que descubras, porque las pruebas no serán admisibles.
—Dije que las posibilidades de encontrar algo eran pequeñas antes de que unos tipos irrumpieran en tu casa para advertirte que no me permitieras hacer la autopsia. Pero no quiero discutir. La decisión es tuya y de Alexis.
—Ella quiere seguir adelante.
—Bueno, la decisión es vuestra. ¿Quieres que lo haga, Craig?
—No sé qué pensar, sobre todo después de dos whiskies dobles.
—¿Qué tal si me lo dices mañana por la mañana? —propuso Jack.
Empezaba a perder la paciencia; Craig no era un tipo sencillo, ni aun antes de dos whiskies dobles.
—¿Qué clase de persona es capaz de atacar a tres niñas para conseguir lo que quiere? —se preguntó Craig.
Jack se encogió de hombros. Era la clase de pregunta que no requería respuesta. Dio las buenas noches, y Craig hizo lo propio antes de salir de la estancia con paso tambaleante.
Todavía sentado en el sofá, Jack echó la cabeza hacia atrás y estiró el cuerpo para ver a Craig subir la escalera. A juzgar por lo que veía, Craig ya presentaba indicios de disquinesia inducida por el alcohol, como si no supiera dónde tenía los pies. Por deformación profesional, se preguntó si debía echarle un vistazo durante la noche. Era una pregunta de difícil respuesta, porque Craig no se tomaría bien aquella preocupación, que sin duda asociaría a una debilidad que le era antagónica.
Jack se levantó y se desperezó. Percibía el peso del revólver, y le resultó reconfortante pese a que no le preocupaba que volvieran los intrusos. Miró el reloj; demasiado temprano para conciliar el sueño. Se volvió hacia el televisor apagado; no le apetecía ver la tele. A falta de un plan mejor, fue a buscar el expediente del caso de Craig y lo llevó al estudio. Hombre de costumbres como era, se sentó en la misma butaca que había ocupado las veces anteriores, encendió la lámpara de pie y hojeó la documentación en busca del informe de urgencias.
Sacó la hoja y se puso cómodo. Ya le había echado un vistazo, sobre todo a la parte acerca de la cianosis. Ahora quería leer atentamente cada palabra. Pero mientras lo hacía advirtió que no dejaba de desconcentrarse una y otra vez. Su mirada se desviaba constantemente hacia el anticuado maletín de Craig. De repente se le ocurrió una idea nueva y se preguntó cuál sería el índice de falsos positivos con el equipo de biomarcadores portátil.
En primer lugar, Jack se acercó a la puerta para averiguar si oía a Craig moverse en la planta superior. Su cuñado le había dicho que no le importaba que Jack echara un vistazo al maletín, pero aun así, Jack se sentía algo incómodo. Una vez se cercioró de que en la casa reinaba el más absoluto silencio, bajó el maletín de cuero del estante, lo abrió y sacó el kit de biomarcadores. Abrió el folleto explicativo y leyó que la tecnología se basaba en los anticuerpos monoclonales, estructuras específicas en extremo, lo cual significaba que el índice de falsos positivos debía de ser casi nulo.
—En fin —dijo en voz alta.
Guardó el folleto en la caja y la caja en el fondo del maletín, entre los tres viales vacíos, antes de dejar el maletín en su lugar. «Otra idea ingeniosa que se va al garete», pensó.
Volvió al sillón de lectura y se concentró de nuevo en el informe de urgencias. Por desgracia no encontró nada ni remotamente sospechoso, y tal como había advertido en la primera lectura, la anotación relativa a la cianosis era el detalle más interesante.
De repente, los dos teléfonos de la mesa empezaron a sonar al mismo tiempo. El timbre en la casa silenciosa le hizo dar un respingo. El teléfono siguió sonando, y Jack contó los timbrazos. Después del quinto se dijo que tal vez Craig no lo oyera, de modo que se levantó de la silla, encendió la lámpara de la mesa de Alexis y comprobó el número en la pantalla. Leonard Bowman.
Después del séptimo timbrazo, Jack comprendió que Craig no iba a contestar, de modo que descolgó el auricular. Tal como imaginaba, era Alexis.
—Gracias por contestar —dijo tras oír la voz de Jack.
—He esperado para ver si lo cogía Craig, pero creo que el combinado de alcohol y somníferos lo ha tumbado.
—¿Todo bien por allí? —preguntó Alexis.
—De maravilla —aseguró Jack—. ¿Y por allí?
—Bastante bien. Dadas las circunstancias, las chicas están muy bien. Christina y Meghan ya duermen, y Tracy está mirando una película antigua en la tele. Dormimos todas en la misma habitación, pero no me parece mala idea.
—Craig tiene dudas sobre lo de la autopsia.
—¿Por qué? Creía que ya lo teníamos decidido.
—Está preocupado por las niñas, pero eso lo ha dicho después de tomarse dos whiskies dobles. Mañana me dirá algo definitivo.
—Lo llamaré a primera hora. Creo que deberías hacerla, más aún por el incidente de hoy. Es una de las razones por las que he venido aquí con las niñas. Cuenta con que la harás, Jack; yo me encargaré de convencerlo.
Después de charlar unos instantes más y de quedar en verse en el juzgado, ambos colgaron.
De nuevo en el sillón, Jack intentó concentrarse en el expediente, pero no lo consiguió. No podía dejar de pensar en la gran cantidad de cosas que sucederían en los días venideros y de preguntarse si aún le quedaba alguna sorpresa por descubrir. Si hubiera sabido…