Boston, Massachusetts,
miércoles, 7 de junio de 2006,15.25 horas.
Jack miró hacia atrás. Sentía un interés levemente lascivo por ver a la núbil secretaria transformada en amante despechada. Tras haber leído su vehemente declaración, estaba seguro de que su testimonio sería todo un espectáculo.
Leona cruzó la puerta de la sala y recorrió sin vacilar el pasillo central. A diferencia del habitual atuendo provocativo que Jordan había descrito, iba vestida discretamente, con un traje chaqueta azul oscuro y blusa blanca abotonada hasta el cuello. Jack imaginaba que la indumentaria respondía a los consejos de Tony Fasano. El único indicio de su estilo usual eran las sandalias de tacón altísimo que la hacían tambalearse un poco al caminar.
Pese a la discreción de su ropa, Jack comprendió de inmediato qué había atraído a Craig. Los rasgos de Leona no eran extraordinarios, como tampoco su cabello rubio teñido y de raíces oscuras. Sin embargo, poseía una tez inmaculada y radiante que la convertía en la personificación de la juventud exuberante y descarada.
Leona cruzó la baranda con un provocativo ademán de cabeza. Sabía que estaba en escena y le encantaba.
Jack miró de soslayo a Alexis. En su rostro se pintaba una expresión pétrea y determinada, y tenía los labios apretados. Tuvo la impresión de que se estaba preparando para lo que se avecinaba. Habiendo leído la declaración de Leona, se le antojó un buen mecanismo de defensa.
El alguacil tomó juramento a la joven, que alzó la mano hacia el cielo.
—¿Jura o promete decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad con la ayuda de Dios?
—Sí —asintió Leona con voz algo nasal.
Acto seguido lanzó al juez una mirada modesta por entre las pestañas cargadas de rímel y fue a sentarse en el estrado.
Tony se tomó su tiempo para llegar al atril y disponer sus notas. Luego apoyó uno de los mocasines con borlas en la barandilla de latón, como tenía por costumbre, y comenzó el interrogatorio. En primer lugar formuló unas preguntas para exponer la biografía de la testigo. Dónde había nacido (Revere, Massachusetts), dónde había ido a la escuela (Revere, Massachusetts), dónde vivía en la actualidad (Revere, Massachusetts). También le preguntó cuánto tiempo llevaba trabajando en la consulta del doctor Bowman (más de un año) y dónde asistía a clases nocturnas tres veces por semana (escuela de formación profesional de Bunker Hill).
Mientras Leona respondía a aquellas primeras preguntas neutras, Jack tuvo ocasión de observarla con más detenimiento. Advirtió que hablaba con el mismo acento que Tony, que se le antojó muy similar al de Brooklyn. También observó otros indicios de la personalidad que le había descrito Craig; era una mujer dogmática, fogosa y testaruda. Lo que aún no había presenciado era su volubilidad.
—Hablemos ahora de su relación con su jefe, el doctor Craig Bowman —pidió Tony.
—Protesto —intervino Randolph—. No ha lugar.
—¡Acérquense al estrado, letrados! —ordenó el juez Davidson, contrariado.
Randolph obedeció de inmediato, y Tony le siguió tras dedicar un gesto tranquilizador a Leona.
Utilizando las gafas como si blandiera un periódico enrollado para amenazar a un perro, el juez Davidson se volvió hacia Tony.
—Más le vale que esto no sea una artimaña, y quiero que me asegure de nuevo que estas alusiones personales son relevantes para la acusación. De lo contrario nos enfrentaremos a un juicio nulo y quizás a un veredicto a favor del médico sin deliberación.
—Son del todo pertinentes. La testigo testificará que el doctor Bowman no contempló la posibilidad de reunirse con Patience Stanhope en el hospital porque mantenían una relación y tenían planes para aquella noche.
—De acuerdo. Le voy a dar mucha cuerda y espero que no se ahorque con ella. Admitiré las alusiones personales por las razones que ya alegué en su momento, a saber que su valor probatorio sea superior a su valor prejudicial. —El juez Davidson blandió las gafas en dirección a Randolph—. En cuanto a la defensa, le concederé mucho margen en el interrogatorio cruzado, y el señor Fasano lo respetará. Dicho esto, quiero agilizar las cosas. Con todas estas interrupciones por parte de ambos me están volviendo loco. ¿Ha quedado claro?
—Sí, Señoría —asintieron ambos abogados al unísono antes de girar sobre sus talones y regresar a sus respectivos puestos.
—Señora Rattner —prosiguió Tony—, ¿podría explicar al tribunal la naturaleza de su relación con el doctor Bowman?
—Claro. Al principio yo no era más que…, bueno, una de sus empleadas. Pero hace más o menos un año noté que el doctor Bowman se fijaba en mí, ya me entiende.
—Sí, continúe.
—Al principio me sentí incómoda y eso porque sabía que estaba casado y tenía hijos y toda la pesca. Pero un día que me quedé a trabajar hasta tarde, entró en el archivo, donde yo estaba trabajando, y nos pusimos a hablar. Una cosa llevó a la otra, y empezamos a salir. Bueno, vi que no pasaba nada porque me enteré de que se había marchado de casa y tenía un piso en Boston.
—¿Era una relación platónica?
—¡Qué va! Era un tigre. Teníamos una relación muy física. Una tarde incluso lo hicimos en la camilla de la consulta. El doctor Bowman decía que a su mujer no le gustaba el sexo y que además había engordado mucho después de tener a sus hijas. Era como si estuviera hambriento y necesitara mucha atención, de modo que yo hacía todo lo que podía. Para lo que me sirvió…
—Señoría, esto ya pasa de… —intervino Randolph, poniéndose en pie.
—Siéntese, señor Bingham —ordenó el juez Davidson antes de mirar a Tony por encima de las gafas—. Señor Fasano, ya es hora de sentar las bases del testimonio, y más le vale que sean convincentes.
—Por supuesto, Señoría —repuso Tony.
Se desvió un instante para beber un poco de agua en la mesa de la acusación, se pasó la lengua por los labios como si los tuviera resecos, regresó al atril y hojeó sus papeles por un instante.
En la sección del público se elevó un murmullo expectante, y los miembros del jurado se mostraban más atentos de lo habitual, hasta el punto de que muchos de ellos volvían a escuchar inclinados hacia delante. El material salaz siempre resultaba tentador.
Jack volvió a mirar de soslayo a Alexis. Su hermana no se había movido, y su expresión no había cambiado. No pudo evitar sentir una punzada de compasión fraternal por ella. Esperaba que su formación en psicología le proporcionara cierta protección en aquella situación tan humillante.
—Señora Rattner —reanudó Tony—. La noche del 8 de septiembre de 2005, usted se encontraba en el piso del doctor Bowman en el centro, donde usted residía en aquella época.
—Sí, había dejado el cuchitril que tenía en Somerville porque el casero era un idiota.
El juez Davidson se inclinó hacia Leona.
—La testigo se ceñirá a responder a las preguntas que se le formulen y se abstendrá de añadir comentarios espontáneos.
—Sí, Señoría —asintió Leona con docilidad mientras pestañeaba con coquetería.
—¿Podría explicar al jurado con sus propias palabras qué estaban haciendo usted y el señor Bowman aquel día?
—Lo que habíamos planeado no tiene nada que ver con lo que acabamos haciendo. Teníamos entradas para ir a ver una actuación en la Sinfónica. Craig, quiero decir el doctor Bowman, estaba obsesionado por recuperar el tiempo perdido y me había comprado un vestido rosa genial muy escotado. —Ilustró el comentario trazando un generoso arco a lo largo de sus senos—. Los dos estábamos encantados. Lo más divertido era llegar al auditorio entre todo el barullo. Quiero decir, la música tampoco estaba mal, pero la llegada era el mejor momento para los dos. El doctor Bowman tenía un abono de temporada, y nuestras butacas estaban casi delante de todo. Recorrer todo el pasillo era como estar en un escenario, y por eso le gustaba que me pusiera muy sexy.
—Por lo visto, al doctor Bowman le gustaba exhibirla.
—Algo así —convino Leona—. A mí no me importaba; me parecía divertido.
—Pero para ello tenían que llegar puntuales o incluso con cierta antelación.
—Exacto. Si llegas tarde, a veces tienes que esperar al intermedio para entrar, y no es lo mismo.
—¿Qué pasó el 8 de septiembre de 2005?
—Estábamos preparándonos para salir cuando sonó el móvil del doctor Bowman.
—Imagino que era Jordan Stanhope —constató Tony.
—Sí, y eso significaba que la velada podía irse al garete, porque el doctor Bowman decidió ir a verla a su casa.
—¿Usted se quedó en el piso mientras el doctor Bowman iba a verla?
—No, me dijo que lo acompañara. Me dijo que si resultaba ser una falsa alarma, podíamos ir directamente al concierto desde casa de los Stanhope. Dijo que la casa de los Stanhope no estaba lejos del auditorio.
—Lo que significa que estaba más cerca que el hospital Newton Memorial.
—Protesto —terció Randolph—. Infundada. La testigo no ha mencionado el Newton Memorial.
—Se acepta —dijo el juez Davidson con voz cansina—. El jurado no tendrá en cuenta el comentario. Proceda.
—Señora Rattner —siguió Tony tras pasarse la lengua por los labios, como era su costumbre—. De camino a la residencia de los Stanhope, ¿el doctor Bowman le contó algo acerca de su opinión sobre el estado de Patience Stanhope? ¿Creía que la visita domiciliaria resultaría en una falsa alarma?
—Protesto —repitió Randolph—. Conjetura.
—Se acepta —suspiró el juez Davidson—. La testigo se ceñirá a las palabras del doctor Bowman y no especulará acerca de sus pensamientos.
—Repetiré la pregunta. ¿Le dijo el doctor Bowman qué pensaba acerca del estado de Patience Stanhope?
Leona alzó la mirada hacia el juez.
—No entiendo nada. Él me pregunta, y usted me dice que no responda.
—No le digo que no responda, querida —puntualizó el juez Davidson—. Le digo que no intente imaginar qué pensaba el doctor Bowman. Ya nos lo dirá él. El señor Fasano le ha preguntado qué le dijo el doctor Bowman acerca del estado de Patience.
—Ah, vale —exclamó Leona, captando por fin la idea—. Me dijo que temía que la cosa fuera en serio.
—Es decir, que Patience Stanhope estaba enferma de verdad.
—Sí.
—¿Le dijo qué pensaba de los pacientes como Patience Stanhope, es decir, los PP o pacientes problemáticos?
—¿Aquella noche en el coche?
—Sí, aquella noche.
—Me dijo que era una hipocondríaca, algo que no soportaba. Dijo que, para él, los hipocondríacos eran iguales que los enfermos imaginarios. Me acuerdo porque más tarde tuve que consultar lo que significa «enfermo imaginario». Es una persona que finge estar enferma para conseguir lo que quiere. Es espantoso.
—Tiene mérito consultar el término. ¿Por qué lo hizo?
—Estoy estudiando para convertirme en técnica de laboratorio o auxiliar de enfermería, así que tengo que familiarizarme con la jerga.
—¿El doctor Bowman le dijo algo más acerca de lo que pensaba de Patience Stanhope?
—¡Oh, sí! —asintió Leona con una carcajada falsa para subrayar sus palabras.
—¿Podría explicarle al jurado cuándo fue eso?
—La tarde que recibió la citación y la demanda. Estábamos en el gimnasio Sports Club de Los Ángeles.
—¿Y qué dijo exactamente?
—De todo y más. Quiero decir que se fue de la lengua que no veas.
—¿Podría concretar un poco más para el jurado?
—Bueno, la verdad es que no recuerdo toda la perorata. Dijo que la odiaba porque volvía loco a todo el mundo, incluida ella misma. Dijo que a él lo sacaba de quicio porque no hacía más que hablar de sus heces y a veces incluso las guardaba para enseñárselas. También dijo que lo ponía de los nervios porque nunca hacía lo que él le decía. La llamó hipocondríaca, esposa patética y zorra engreída que no hacía más que exigirle que la cogiera de la mano y escuchara sus penas. También dijo que su muerte era una bendición para todos, incluso para ella misma.
—¡Vaya! —exclamó Tony como si escuchara aquel testimonio por primera vez y estuviera escandalizado—. Así que supongo que, por lo que le dijo el doctor Bowman, usted se llevaría la impresión de que se alegraba de que Patience Stanhope hubiera muerto.
—Protesto —intervino Randolph—. Tendenciosa.
—Se acepta —dijo el juez Davidson—. El jurado no tendrá en cuenta la pregunta.
—Díganos qué pensó usted después de la perorata del doctor Bowman.
—Me pareció que se alegraba de que aquella mujer hubiera muerto.
—Al oír aquella perorata, como usted la llama, debió de pensar que el doctor Bowman estaba muy alterado. ¿Comentó algo concreto acerca de la demanda, es decir, acerca de la posibilidad de que sus acciones y sus decisiones pudieran ser puestas con razón en tela de juicio ante un tribunal?
—Sí. Dijo que era indignante que el extravagante cabrón de Jordan Stanhope lo demandara por incompatibilidad sexual cuando no podía ni imaginar que el señor Stanhope pudiera o quisiera tener relaciones sexuales con aquella bruja miserable.
—Gracias, señora Rattner —terminó Tony al tiempo que empezaba a recoger los papeles que había desparramado por todo el atril—. No hay más preguntas.
Jack miró una vez más a su hermana, que en esta ocasión se volvió hacia él.
—Bueno —murmuró Alexis en tono resignado—, ¿qué esperaba Craig? Desde luego, se ha cavado su propia tumba. El testimonio de Leona ha sido todo lo malo que cabía imaginar. Esperemos que descubras algo útil en la autopsia.
—Puede que Randolph consiga algo en su interrogatorio. Y no olvides que todavía no ha presentado la defensa.
—No lo olvido, solo que prefiero ser realista y ponerme en el pellejo del jurado. La cosa pinta mal. El testimonio ha hecho que Craig parezca una persona totalmente distinta de la que es. Tiene sus defectos, pero su forma de atender a los pacientes no es uno de ellos.
—Me temo que tienes razón —convino Jack.