17.05 h, lunes, 1 de diciembre de 2008, El Cairo, Egipto
(10.05 h, Nueva York)
—Bien, ya lo sabes todo —dijo Shawn—. Siento haber tardado tanto. Es evidente que el griego no era el punto fuerte de Saturnino. Como ya te dije después de la primera lectura, la carta está firmada solo Saturnino, con la fecha del seis de abril de 121 d. C.
Shawn escrutó a su esposa durante varios segundos. Ella no se movió ni parpadeó. Tenía una expresión aturdida en la cara. Daba la impresión de que ni siquiera respiraba.
—Hola —dijo Shawn para recuperar la atención de Sana—. ¡Di algo! ¡Lo que sea! ¿En qué estás pensando?
Shawn se levantó y volvió al escritorio, donde depositó con delicadeza las hojas de papiro para protegerlas, utilizando diversos pesos para sujetarlas. Se quitó los guantes blancos, los dejó sobre el escritorio, y después volvió a la silla de respaldo recto. Sana le había seguido con la mirada, pero estaba claro que sus pensamientos se hallaban concentrados en lo que había escuchado durante las últimas horas. Cuando Shawn había terminado de leer con dificultades la carta por primera vez, ella se quedó igualmente estupefacta, y solo consiguió articular que necesitaba escucharla de nuevo.
—Sé que no he hecho un buen trabajo de traducción —confesó Shawn—, sobre todo la primera vez. De nuevo, lamento haber tardado tanto, pero la gramática y la sintaxis son muy enrevesadas. Es evidente que el griego no era la lengua materna de Saturnino, y debido a la naturaleza sensible del tema, no quiso confiar a un secretario la escritura de la carta. Su lengua materna debía de ser el arameo, porque era de Samaría.
—¿Cuáles son las probabilidades de que sea una falsificación? Tal vez una falsificación del siglo II, pero falsificación al fin y al cabo.
—Buena pregunta, y si la carta hubiera estado dirigida a uno de los primeros padres de la Iglesia ortodoxa, puede que me planteara la idea de que fuera una falsificación, aunque solo fuera para desacreditar a los herejes gnósticos estableciendo una relación directa entre ellos y el archivillano Simón el Mago. Pero fue enviada a un profesor gnóstico primitivo, por alguien que albergaba inclinaciones teológicas en esa dirección. Fue una especie de «comunicación interna» enviada a alguien para que contestara a preguntas concretas. Las probabilidades de que sea una falsificación son casi nulas, sobre todo teniendo en cuenta dónde terminó. Es como si nadie esperara que la encontraran.
—¿Cuándo crees que confeccionaron el códice? Quiero decir, ¿cuándo fue emparedada esta carta dentro de la cubierta de piel?
—Digamos que tuvo que ser antes de, aproximadamente, 367 d. C.
Sana sonrió.
—¡Aproximadamente 367 d. C.! Una fecha muy concreta.
—Bien, algo concreto ocurrió en 367 d. C.
—De modo que la carta fue ocultada durante varios cientos de años. Era importante, pero ¿después lo fue menos?
—Sí —admitió Shawn—. Pero es algo que no puedo explicar.
—¿Qué sucedió en 367 d. C., y cuál es la teoría de por qué este códice terminó encerrado en una vasija y hundido en la arena?
—En 367 d. C., el movimiento gnóstico había alcanzado su apogeo y estaba en declive, tal como había ordenado la Iglesia ortodoxa. Obediente, el influyente obispo de Alejandría, Atanasio, ordenó a los monasterios que se encontraban bajo su jurisdicción que destruyeran todas las escrituras heréticas, incluido el monasterio que existía cerca de la Nag Hammadi moderna. Se supone que algunos de los monjes del monasterio se rebelaron y, en lugar de destruir los textos, los escondieron, con la intención de volver a recuperarlos. Por desgracia para ellos, eso no ocurrió, y su pérdida se convirtió en nuestra ganancia.
—Y tú crees que esta carta es una respuesta a la que Basílides escribió a Saturnino.
—No me cabe la menor duda, teniendo en cuenta la sintaxis de Saturnino. Estoy seguro de que no se fue por las ramas en la descripción de su antiguo jefe y maestro, Simón el Mago. Tengo claro que Basílides había preguntado a Saturnino si este creía que Simón era divino, un verdadero Cristo que seguía los pasos de Jesús de Nazaret, y si Simón poseía o no el Gran Poder, tal como él afirmaba. Aunque Saturnino sugiere que Simón se creía divino, o poseído por una chispa de la divinidad, Saturnino lo niega. Él afirma sin ambages que la magia de Simón era tramposa, de lo cual eran responsables Saturnino mismo y el otro ayudante de Simón, Menandro. Saturnino también dice que Simón estaba muy celoso del supuesto poder curativo de los apóstoles, sobre todo de Pedro. Es un hecho canónico. Aparece en los Hechos de los Apóstoles, donde se afirma de manera concreta que Simón intentó comprar el poder a Pedro. —Shawn hizo una pausa para tomar aliento, y después añadió con una carcajada desdeñosa—: Gracias a Saturnino y a esta carta, sabemos ahora que Simón no se rindió después de la primera negativa.
—Lo que me parece irónico es que hayamos obtenido esta información histórica extraordinaria gracias a la venalidad de una persona.
—Cierto —admitió Shawn con otra carcajada más estentórea—. Pero lo que me parece irónico a mí es que esa misma venalidad es muy probable que me catapulte a la estratosfera arqueológica. Belzoni, Schliemann y Cárter no serán nada comparados conmigo.
Sana no pudo reprimir poner los ojos en blanco. Si bien la aparente confianza en sí mismo de Shawn la había impresionado al principio de su relación, ahora la encontraba pueril y narcisista, lo cual sugería una vez más que su marido albergaba una inseguridad que ella no había sospechado al principio.
Shawn advirtió su reacción y la malinterpretó.
—¿No crees que esto será un gran acontecimiento? —preguntó—. ¡Te equivocas! Va a ser un bombazo. ¿Y sabes a quién me gustará más dar la noticia?
—No puedo ni imaginarlo —dijo Sana. Estaba más interesada en continuar hablando del contenido de la sorprendente carta que en su potencial efecto sobre la carrera de Shawn.
—¡A su Eminencia! —contestó Shawn con fingido desprecio—. James Cardenal O’Rourke, obispo de la archidiócesis de Nueva York. —Shawn rió, saboreando por anticipado el momento—. Ardo en deseos de presentarme ante mi antiguo compañero de francachelas en Amherst College, ahora el miembro de mayor categoría del sistema eclesiástico que yo conozca y que siempre está sermoneándome para que enmiende mis hábitos. Me lo voy a pasar en grande restregándole por la cara esta carta, y demostrándole que uno de sus engreídos papas, convencido de que era infalible, cometió un error de bulto. ¡No lo olvides!
—¡Oh, por favor! —resopló Sana. Demasiado a menudo había sido testigo de las interminables discusiones de su marido y del arzobispo, que se prolongaban hasta altas horas de la madrugada, sobre todo acerca de la infalibilidad del Papa, después de cenar en la residencia del cardenal—. Nunca os pondréis de acuerdo en nada.
—Esta vez, gracias a Saturnino, tendré pruebas.
—Bien, espero no estar presente —comentó Sana. Nunca le habían gustado aquellas veladas, y en los últimos tiempos había dejado de participar. Había preguntado si podían ir a un restaurante, lo cual creía que apaciguaría su comportamiento, pero ni Shawn ni James habían aceptado. Disfrutaban demasiado con sus interminables y, en apariencia, enconados debates, y no querían impedimentos.
Al principio de su relación, cuando Shawn le había hablado por primera vez de su larga amistad con el arzobispo, no acabó de creerle. El arzobispo era el prelado más poderoso del país, si no del hemisferio. El hombre era una auténtica celebridad. Hasta se decía que estaba destinado al Vaticano.
Sin embargo, no eran sus posturas respectivas lo que conseguía convertir en improbable su amistad. Eran sus personalidades: Shawn, el extrovertido sofisticado, siempre en busca de oportunidades de autoengrandecimiento real o imaginario; James, el sacerdote siempre modesto, quien había sido atraído por la fe a asumir responsabilidades cada vez mayores para las que no estaba preparado. Lo que nunca dejaba de divertir a Sana era que estos estilos de personalidad contrapuestos fueran negados por los propios amigos. Shawn no poseía la modestia de James, pero le acusaba de albergar una ambición desmedida, fortalecida por un pragmatismo excepcional, astucia y su habilidad para halagar. James consideraba la bravuconería de Shawn igualmente sospechosa, y estaba convencido de que su amigo era una persona muy insegura, una opinión que Sana estaba empezando a compartir. James no se cansaba jamás de recordarle a Shawn que Dios y la Iglesia estaban a su disposición para ayudarle.
Desde la perspectiva de Sana, incluso la apariencia externa de los dos hombres se oponía a la posibilidad de que fueran amigos. Shawn era un deportista nato que participaba en diversos equipos de Amherst. Con metro ochenta y ocho y ochenta kilos, su aspecto físico era impresionante y todavía jugaba de manera competitiva al tenis. James era bajo y rechoncho, y ahora, ataviado de pies a cabeza con el hábito púrpura de su rango, presentaba un aspecto muy menudo y delicado. Para colmo, Shawn era negro irlandés, de pelo espeso y oscuro, y fuertes facciones angulosas. James, por su parte, tenía el pelo rojizo y piel cremosa, pecosa y casi translúcida.
Lo que había unido a los dos hombres y cimentado su relación, como averiguó más tarde Sana, fue en primer lugar las circunstancias, y después el amor por el debate. Había empezado el primer año de carrera, cuando fueron compañeros de habitación. A ellos se sumó otro estudiante que vivía al otro lado del pasillo. Se llamaba Jack Stapleton y, por mor de la casualidad, él también acabó viviendo en Nueva York. De esta forma, los Tres Mosqueteros, tal como eran conocidos en la universidad, terminaron como por milagro en la misma ciudad, aunque eran mundos aparte en sus carreras.
A diferencia de James, Sana solo había visto dos veces a Jack Stapleton. Parecía una persona muy reservada, y se preguntaba cómo habría llegado a congeniar con los otros dos. Tal vez su naturaleza, en apariencia meditabunda y retraída, así como la ausencia de autorreferencias, le habían convertido en el pegamento que unió al grupo de amigos en la universidad.
—James se va a desquiciar —continuó Shawn, mientras seguía riendo para sí ante la perspectiva—. Y a mí me va a encantar. Esta será mi oportunidad de ponerle en un brete, y no sabrá dónde meterse de vergüenza. Ardo en deseos de volver a poner sobre el tapete el tema de la infalibilidad. A la luz de todas las artimañas papales durante la Edad Media y el Renacimiento, es un tema sobre el que hemos discutido cientos de veces.
—¿Por qué estás tan seguro de que esto se colocará a la altura del descubrimiento de la tumba de Tutankamón, llevado a cabo por Cárter? —preguntó Sana para enderezar la conversación.
No estaba segura de qué habían descubierto los otros dos arqueólogos que Shawn había mencionado, aunque el nombre de Schliemann le sonaba.
—Tutankamón fue un rey niño insignificante cuya vida no fue más que un parpadeo en las arenas del tiempo —replicó Shawn—, mientras que la Virgen María fue la persona más importante de la historia, solo después de su hijo primogénito. De hecho, tal vez poseían idéntica importancia. Era la Madre de Dios, ¡por los clavos de Cristo!
—No hace falta que te cabrees —dijo Sana en tono tranquilizador. En los últimos tiempos, Shawn solía expresar irritación cuando pensaba que ella le llevaba la contraria en la materia que dominaba. La ironía consistía en que Sana no cuestionaba la importancia histórica de la Virgen María, sobre todo en comparación con el enclenque y adolescente Tutankamón, pero Cárter había desenterrado un enorme tesoro oculto. Hasta el momento, Shawn solo contaba con tres hojas de papiro de autenticidad sin confirmar que hablaban sobre los restos de la Virgen María. No obstante, Sana comprendió la reacción de Shawn a sus palabras. Cuando Shawn había llegado a la parte de la carta de Saturnino relacionada con los huesos de la Virgen María, ella había reaccionado como si su marido la hubiera abofeteado.
—¡No estoy cabreado! Solo me sorprende que no comprendas la increíble importancia de esta carta.
—¡La comprendo, la comprendo!
—Lo que creo que sucedió fue que Basílides preguntó a Saturnino no solo su opinión sobre la divinidad de Simón, sino también si Simón había escrito algo sustancioso y, en tal caso, dónde estaba. Tal vez Basílides alimentaba sospechas. Por eso creo que Saturnino describió el Evangelio de Simón, junto con el hecho de que Menandro y él lo depositaran en el osario. No creo que Basílides tuviera la menor idea de que los restos de la Virgen María hubieran sido trasladados a Roma por Simón, ni tampoco le importaba. A él le interesaba la teología de Simón.
—¿Cuál es la definición real de la palabra «evangelio»?
—Es cualquier mensaje concerniente a Cristo, que casi todo el mundo asocia con los cuatro primeros libros canónicos del Nuevo Testamento, que abarcan las enseñanzas de Jesucristo. En un sentido más amplio, un evangelio es cualquier mensaje de un profesor de religión. Por eso será emocionante e instructivo a la vez averiguar si el Evangelio de Simón versa sobre Jesucristo, Jesucristo y Simoncristo juntos, o Simoncristo solo. Lo digo así porque casi todo el mundo cree que Cristo era el apellido de Jesús. No es así. Cristo procedía del kristos griego, que significa Mesías, y de ahí se deriva la palabra «cristiano». Si Simón se consideraba un Mesías, podría haberse referido muy bien a sí mismo como Cristo. Ya sabemos algo, por supuesto: no hubo resurrección relacionada con Simón. Siguió muerto después de arrojarse desde una torre del Foro Romano a instancias de Nerón, con la intención de demostrar su divinidad, o al menos su íntima relación con la divinidad.
Sana miró a Shawn a los ojos. Podía leer su mente. Sin duda, pensaba que sus probabilidades de descubrir el Evangelio de Simón eran buenas, y sabía exactamente por qué. Hacía cinco años, Shawn había convencido a James de que utilizara su influencia con el papa Juan Pablo II para obtener acceso a la necrópolis situada bajo la basílica de San Pedro, con el fin de llevar a cabo un análisis definitivo de la tumba del apóstol. Durante un período de seis meses, Shawn, junto con un equipo de arquitectos e ingenieros, había estudiado tanto el lugar como dos mil años de documentos papales disponibles para escribir la historia definitiva de la tumba, incluido el descubrimiento en 1968 de un esqueleto masculino decapitado del siglo I, anunciado por Pablo VI como los restos del apóstol. El resultado fue que Shawn se convirtió en un experto en la tumba, y si Saturnino y Menandro habían enterrado el osario de la Virgen María, que contenía el Evangelio de Simón, en 65 d. C., donde Saturnino afirmaba en la carta, Shawn sabría dónde debía buscar.
—He oído hablar de los saduceos y de los fariseos, pero nunca de los esenos o los zelotes —dijo Sana, volviendo a la carta—. ¿Quién era esa gente de la que habla Saturnino?
—Eran diferentes sectas judías, de las cuales los saduceos y los fariseos eran las más importantes, debido a su número. Los esenos constituían un pequeño grupo militante, ascético y comunal, convencido de que el Templo de Jerusalén había sido profanado. Si bien había células esenas en casi todas las ciudades palestinas, sus más estrictos líderes y hermanos se trasladaron al desierto, junto a las orillas del mar Muerto, en Qumran. Ellos fueron los transcriptores de los Manuscritos del mar Muerto, así como la gente que los ocultó para mantenerlos a salvo de las garras de los romanos.
»Los zelotes estaban más definidos políticamente. Su objetivo principal era liberar las tierras judías de los opresores romanos, y los miembros más fanáticos se llamaban «los sicarios». Para comprender lo que estaba pasando en el siglo I, has de recordar que lo que más deseaba todo el mundo era expulsar a los romanos de Palestina, salvo, por supuesto, los propios romanos, y alrededor de eso giraban en gran parte las profecías mesiánicas contemporáneas. Los judíos esperaban un mesías que los librara de los romanos, por eso a muchos judíos no les hizo ninguna gracia que Jesús fuera el Mesías. No solo no los liberó de los romanos, sino que encima acabó crucificado.
—De acuerdo —dijo Sana—. Pero ¿por qué los zelotes y los esenos conspiraron para robar el cuerpo de la Virgen María? Eso no me parece lógico.
—Saturnino no lo dice de una manera específica, pero te voy a contar lo que yo opino de sus implicaciones. Cuando la Virgen María murió en 62 d. C., como él dice, y fue enterrada en una cueva del Monte de los Olivos, tal vez incluso donde se supone hoy que está su tumba, algunos zelotes, tal vez los sicarios, vieron la oportunidad de avivar las llamas del odio de los romanos hacia los judíos. Lo que intentaban hacer era iniciar una revuelta, y les daba igual qué bando fuera el instigador. Con anterioridad, los sicarios se habían concentrado sobre todo en intensificar el odio de los judíos hacia los romanos, por eso dedicaban la mayor parte de su tiempo y energías a asesinar a aquellos judíos que consideraban colaboracionistas o incluso blandos con los romanos. Lo racional era conducir a los judíos a iniciar la guerra.
»Entonces, la muerte de María les ofreció algo más. Les dio la oportunidad de colocar por encima de todo la frustración de los romanos con el problema de las contiendas religiosas. En aquel tiempo, a mediados del siglo I, los judíos que se habían convertido en seguidores de Jesús de Nazaret eran considerados judíos, y no una nueva religión. Sin embargo, no se llevaban bien con los judíos tradicionalistas. De hecho, estaban constantemente enfrentados por lo que los romanos consideraban trivialidades ridiculas. Para colmo, había luchas intestinas entre los cristianos judíos. Era pura anarquía religiosa, y los romanos echaban chispas.
—Aún no entiendo el papel de la Virgen María en todo esto.
—Piensa en la frustración de los romanos. Saturnino habla de que los romanos creían que habían resuelto el problema de Jesús de Nazaret crucificando a Jesús. Pero se equivocaron, porque Jesús no siguió muerto como todos los demás supuestos mesías crucificados de la época, bastante numerosos. Jesús regresó al cabo de tres días, lo cual terminó agigantando el problema en lugar de ponerle coto. Saturnino insinúa que los zelotes contaban con la desaparición de María tres días después de su muerte para sugerir que ella también había desafiado a la muerte y se había reunido con su hijo, confirmando así la misión de Jesús. Los zelotes y los sicarios robaron el cuerpo de la Virgen, el tercer día a propósito, con la esperanza de aterrorizar a los romanos y convencerlos de que iba a producirse otro brote grave de fervor religioso como el acaecido tras la resurrección de Jesús, lo cual los obligaría a tomar medidas drásticas para impedirlo. La idea era que la represión en un ambiente tan tenso provocaría un ciclo de violencia, que conduciría a una represión aún más exacerbada, y así sucesivamente. Tal como dice Saturnino, no sabía si fue la desaparición del cuerpo de María lo que activó la revuelta, pero poco después del robo, se inició un período de violencia que fue aumentando de mes en mes. Al cabo de pocos años, el polvorín que era Palestina estalló y dio paso a la definitiva Gran Revuelta, con todos los judíos unidos para arrebatar Jerusalén y Masada a los romanos.
—¿Crees que fue fácil robar el cuerpo de la Virgen?
—Creo que sí. Por lo visto, hubo una falta de interés sorprendente por la Virgen María después de la crucifixión, de modo que su muerte, acaecida según Saturnino en 62 d. C., atrajo escasa o nula atención. Ninguno de los cuatro Evangelistas dice gran cosa sobre ella después de la muerte y resurrección de Jesús, y Pablo no da ninguna indicación de que ocupara un lugar especial en la Iglesia primitiva. De hecho, la menciona solo una vez en los Gálatas, y de pasada, sin utilizar ni siquiera su nombre. No fue hasta finales del siglo I cuando María empezó a recibir más reconocimiento. Hoy no cabe duda de su importancia, por eso creo que la carta es tan significativa.
—Yo no saqué la impresión, a partir de la carta de Saturnino, de que Simón el Mago tuviera alguna relación con el robo de los restos de María.
—Ni yo. Yo diría que su interés estaba espoleado por su deseo de agenciarse el poder curativo relacionado con Jesús de Nazaret, y que no compartía los intereses políticos de los zelotes. Saturnino no explica cómo averiguó Simón que los esenos habían escondido el cuerpo en una cueva de Qumran, ni dice cómo logró conseguir el control de los huesos. Tal vez a nadie le importaba en aquel entonces. Simón se llevó una decepción al comprobar que los restos no poseían el poder de curar, que era el motivo principal de que quisiera apoderarse de ellos, y solo después de que se le ocurriera la idea de seguir a Pedro, primero a Antioquía, y después a Roma, con el plan de canjearlos por los poderes curativos de Pedro.
—Pero Pedro volvió a rechazarle.
—Por lo visto, y según Saturnino, con idéntica pasión que cuando le ofreció plata.
—¿Por qué crees que Saturnino y Menandro decidieron enterrar los huesos de María con Pedro?
—Creo que por la razón que manifiesta en la carta. Ambos estaban impresionados por el talento de Pedro para curar imponiendo las manos. Sabemos que estaban impresionados porque ambos se convirtieron al cristianismo, y Saturnino llegó a ser obispo de una ciudad romana importante.
—Me pregunto qué fue de los restos de Simón. Habría sido irónico que acabaran también con los de Pedro.
—En efecto —dijo Shawn con una sonrisa—. Pero lo dudo sinceramente. Saturnino lo habría especificado si Menandro y él lo hubieran hecho.
—¿Cuáles son tus planes? —preguntó Sana—. Déjame adivinarlo. Quieres ir a Roma y ver si el osario que Saturnino describe continúa donde dijo que Menandro y él lo dejaron.
—Exacto —respondió Shawn con entusiasmo—. Por lo visto, Pedro debió de ser martirizado más o menos en la época en que Simón murió durante su intento de ascender a los cielos. Como los seguidores de Pedro le construyeron una tumba subterránea, Saturnino y Menandro puede que tuvieran la oportunidad de sumar al osario de María a uno de los apóstoles más queridos de su hijo. La verdad, creo que fue un gesto muy respetuoso por su parte, y sugiere que, al menos, tenían en muy alta estima a María.
—No he entendido la parte de la carta en que describe dónde lo dejaron —dijo Sana—. ¿Tú sí?
—Yo sí. La tumba era una bóveda de cañón, compuesta de dos muros de contención paralelos que sostenían una bóveda. Para construir una tumba semejante, ha de excavarse un hueco más grande, con el fin de poder erigir las paredes. Saturnino dice que dejaron el osario en la base de la pared norte, fuera de la tumba, más o menos en el medio, y lo cubrieron de tierra. Eso concuerda con los datos, porque los muros de contención de la tumba de Pedro corren de este a oeste.
—¿Por qué dejaron el osario fuera de la tumba, en lugar de dentro con Pedro?
—Es evidente que tuvieron que esconder el maldito trasto dentro —dijo Shawn impaciente, como si la pregunta de Sana fuera absurda—. Lo estaban haciendo sub rosa, por decirlo de alguna manera, sin que nadie más lo supiera.
—¡No seas paternalista! —replicó Sana—, hago lo que puedo por comprenderlo todo.
—Lo siento —se disculpó Shawn, al darse cuenta de que, si quería que le acompañara, tenía que ser paciente—. Volviendo al emplazamiento del osario, debo decirte que es increíblemente oportuno para nosotros por dos razones: en primer lugar, no creo que hayan tocado jamás la zona de la tumba. Y en segundo lugar, la última vez que la tumba fue excavada, allá por los años cincuenta del siglo XX, el equipo arqueológico abrió un túnel subterráneo, y lo más probable es que pasara por debajo del osario de María, con el fin de llegar al interior de la tumba. Lo cual significa que todo lo que hemos de hacer, como máximo, es apartar unos cuantos centímetros de escombros, y el osario caerá en nuestras manos expectantes.
—Consigues que parezca fácil.
—Creo que lo será. Justo antes de que llegaras hablé por teléfono con mi ayudante, Claire Dupree, en el Metropolitan. Esta noche enviará mi expediente sobre la tumba de San Pedro al Hassler de Roma. Todavía tengo permiso para acceder a la necrópolis subterránea de la basílica de San Pedro, otorgado por la Comisión Pontificia para la Arqueología Sagrada, que James me consiguió por mediación del papa Juan Pablo II. El expediente también contiene mi tarjeta de identificación del Vaticano, y lo más importante, la llave de los Scavi, u oficina de excavaciones, que es lo mismo que tener la llave del sitio.
—Eso fue hace cinco años.
—Cierto, pero me asombraría que algo hubiera cambiado. Una de las frustraciones, y también alegrías, de Italia, es que muy pocas cosas cambian, al menos en el terreno burocrático.
—¿Y si las llaves no encajan o el permiso ha sido revocado?
—Soy incapaz de imaginar que eso ocurra, pero si se produce el caso, tendremos que superar ese escollo en su momento. Si sucede lo peor, llamaré a James. El puede conseguir que entremos. Solo significaría un día más.
—Crees que James lo haría si llegara a leer la carta de Saturnino, cosa que supongo exigiría. Yo no lo creo. Además, digamos que entramos, es hablar por hablar, y encontramos el osario. ¿Qué demonios piensas hacer con él?
—Trasladarlo en secreto a Nueva York. No quiero cometer ningún error. Cuando anuncie el descubrimiento, quiero haber estudiado los huesos y traducido todos los escritos por completo, sobre todo el Evangelio de Simón.
—Es ilegal sacar antigüedades de Italia.
Shawn miró a su mujer con un toque de irritación. Durante el año anterior había desarrollado una veta de independencia, así como una tendencia progresiva hacia el pensamiento negativo, y este era un buen ejemplo. Al mismo tiempo, se acordó de que, debido a su entusiasmo de la hora anterior, era culpable de haber pasado por alto algunos detalles engorrosos, por ejemplo, cómo diablos iba a trasladar su hallazgo a Nueva York. Él, más que nadie, sabía que Italia protegía con celo sus tesoros históricos, para evitar que fueran sacados de contrabando del país.
—Enviaré el maldito trasto desde el Vaticano, no desde Italia —decidió de repente Shawn.
—¿Por qué crees que enviarlo desde el Vaticano cambiará las cosas? De una forma u otra, tendrá que pasar por la aduana.
—Lo enviaré a James como si fuera de su propiedad. Eso significa que tendré que llamarle antes, por supuesto, y decirle que es una sorpresa, como así será, y le diré que no lo abra hasta que yo llegue.
Sana asintió. No había pensado en eso. Supuso que podía salir bien.
—Joder, lo devolveré una vez haya acabado todo —dijo Shawn, en parte para justificarse.
—¿No te dejarían trabajar con él en el Vaticano? ¿Por qué quieres llevarlo a Nueva York?
—No puedo estar seguro al respecto —dijo Shawn sin vacilar—. Además, cierto número de personas exigirían intervenir y compartir el centro de atención. La verdad, no quiero hacerlo. Recibiré algunas críticas por sacarlo de la necrópolis del Vaticano y enviarlo a Nueva York, pero los aspectos positivos se impondrán a los negativos, estoy seguro. Para dorar la pildora, hasta donaré al Vaticano el códice y la carta de Saturnino. Pueden quedárselos o devolverlos a Egipto. Ellos decidirán.
—Yo diría que a la Iglesia católica no le va a hacer ninguna gracia este asunto.
—Tendrán que tragar —dijo Shawn con una sonrisa sarcástica.
—Tragar no es fácil para una institución como la Iglesia católica. La Iglesia católica cree que la Virgen María ascendió a los cielos como su hijo, con huesos y todo, pues ella nació virginal, libre del pecado original.
Sana había sido educada en la religión católica hasta que murió su padre, cuando ella tenía ocho años. A partir de aquel momento había sido educada en la anglicana, la religión de su madre.
—Bien, tal como suele decirse, les tocará mover ficha a ellos con relación a ese tema —añadió Shawn, sin que la sonrisa abandonara sus labios.
—Yo no me lo tomaría a la ligera —advirtió Sana.
—No lo hago —dijo Shawn con tono categórico, pero añadió con creciente emoción—: Me lo voy a pasar en grande. Tienes razón al decir que los huesos de María no están en la tierra, pero ese dogma es relativamente nuevo para la Iglesia católica. Durante siglos, la Iglesia católica esquivó el tema, dejó que la gente creyera lo que le diera la gana. No fue hasta 1950 cuando el papa Pío XII tomó la decisión ex cathedra, invocando la infalibilidad papal, que para mí, como ya sabes, es una chorrada. He sostenido esta discusión con James un millar de veces: la Iglesia católica lo quiere todo. Evocan una base divina para defender la infalibilidad del Papa en lo tocante a asuntos eclesiásticos, así como su interpretación de la moralidad basada en un linaje apostólico directo con San Pedro y, en última instancia, con Cristo. Después, al mismo tiempo, desestiman a algunos papas medievales de la Iglesia por ser solo humanos.
—¡Cálmate! —ordenó Sana. La voz de Shawn se había ido elevando a medida que peroraba—. Estamos hablando, no discutiendo.
—Lo siento. Voy acelerado desde el momento en que Rahul depositó el códice en mis ansiosas manos.
—Disculpas aceptadas —dijo Sana—. Deja que te haga otra pregunta sobre la carta de Saturnino. Utilizó la palabra «sellado» cuando se refirió al osario de María. ¿Qué crees que quería decir?
—Así de pronto, yo diría que se refería a la cera. Las prácticas funerarias de aquel tiempo consistían en dejar el cadáver en una tumba un año aproximadamente, para después recoger los huesos y guardarlos en un recipiente de piedra caliza, que ellos llamaban osario. Si la putrefacción no era total, el recipiente habría podido oler a mil demonios de no estar sellado. A este fin, tendrían que haber utilizado algo como la cera.
—Saturnino dijo que ocultaron el cuerpo de María en una cueva de Qumran. ¿Es muy seca la zona?
—Mucho.
—¿Es muy seca la necrópolis subterránea de San Pedro?
—Depende, pero hay momentos en que goza de una relativa humedad. ¿En qué estás pensando?
—Me pregunto en qué estado se encontrarán los huesos si el osario ha permanecido sellado. Si no ha penetrado humedad, podría recoger un poco de ADN.
Shawn lanzó una risita complacida.
—Nunca había pensado en eso. Conseguir un poco de ADN añadiría otra dimensión a esta historia. Tal vez el Vaticano podría recaudar algo de dinero si creara Bibliolandia, algo parecido a Parque Jurásico, resucitando algunos de los personajes originales, empezando con María.
—Hablo en serio —dijo Sana, algo ofendida, convencida de que Shawn se estaba burlando de ella—. No estoy hablando de ADN nuclear. Solo estoy hablando de mi especialidad: ADN mitocondrial.
Shawn levantó las manos, y de nuevo fingió rendirse.
—De acuerdo, sé que me has hablado de ello en el pasado, pero no recuerdo bien la diferencia entre los dos tipos de ADN.
—El ADN nuclear se encuentra en el núcleo de la célula, y contiene toda la información para fabricar una célula, para permitir que se diferencie y se transforme, digamos, en una célula del corazón y conseguir que funcione. Todas las células contienen un complemento completo de ADN nuclear, excepto los glóbulos rojos, que carecen de núcleo. Pero cada célula solo tiene un juego. Las mitocondrias son orgánulos de energía microscópicos que, en un pasado muy lejano, cuando la vida estaba empezando, fueron engullidos por organismos primitivos unicelulares. Una vez aquellas células albergaron mitocondrias, fueron capaces, a lo largo de millones, e incluso miles de millones de años, de transformarse mediante la evolución en organismos multicelulares, incluyendo los seres humanos. Como las mitocondrias habían sido organismos que vivían en libertad, poseen su propio ADN, que existe en una forma circular relativamente estable. Y como las células individuales tienen hasta unas cien mitocondrias, la célula posee hasta cien cadenas de ADN mitocondrial. Todo ello conduce a una elevada probabilidad de que el ADN pueda recuperarse, incluso a partir de huesos antiguos.
—Voy a fingir que lo he entendido todo. ¿De veras crees que podrías aislar algo de ese ADN circular? Eso sería fascinante.
—Todo depende de la sequedad inicial de los huesos y si han permanecido secos. Si el osario continúa sellado, es una posibilidad, y si es posible recuperar algo de ADN de María, es una pena que solo tuviera un hijo divino, en lugar de una hija divina.
Una media sonrisa se extendió por el rostro de Shawn.
—¡Qué comentario más extraño! ¿Por qué una hija y no un hijo?
—Porque el ADN mitocondrial pasa de generación en generación a través de la línea materna. Los varones son callejones sin salida genéticos, desde un punto de vista mitocondrial. El esperma no tiene muchas mitocondrias, y las que contiene mueren después de la concepción, mientras que los óvulos están cargados. Si María tuvo una hija que a su vez tuvo una hija…, y así hasta nuestros días, hoy podría haber alguien vivo con la misma secuencia mitocondrial. Por casualidad, el ADN mitocondrial tiene un período de semidesintegración mutacional de dos mil años, lo cual significa que, después de dos mil años, desde un punto de vista estadístico, existiría un cincuenta por ciento de probabilidades de que la secuencia de ADN no hubiera cambiado.
—De hecho, existen muchas probabilidades de que María tuviera no una hija, sino tres, en realidad.
—¿De veras? —preguntó Sana—. Recuerdo que solo tuvo un hijo, Jesús. Eso fue lo que me enseñaron en la escuela dominical.
—Un hijo es el dogma católico, el credo occidental, e incluso la fe de algunas denominaciones protestantes, pero hay mucha gente que cree otra cosa. Incluso el Nuevo Testamento insinúa que tuvo más hijos, aunque algunas personas creen que la expresión «hermano de Jesús» se refiere a otro pariente cercano, como un primo, un debate que se suscitó debido a la traducción del arameo y el hebreo al griego y el latín. Pero yo, al menos, creo que un hermano es un hermano. Además, para mí es lógico que tuviera más hijos. Era una mujer casada, y tener un montón de hijos de la manera normal no le habría impedido tener el primero de una forma mística, si eso fue lo que sucedió. No me lo estoy inventando. Hay montones de escritos apócrifos de los cristianos primitivos, que no fueron incluidos en el Nuevo Testamento, en los que se afirma que tuvo once hijos, incluido Jesús; tres de ellos, chicas. Por lo tanto, podría existir alguien con el mismo ADN.
—Eso pondría en el candelero mi especialidad en ADN mitocondrial —dijo Sana, mientras imaginaba que escribía un artículo para Nature o Science con tal sugerencia. Al instante siguiente, se burló de sí misma. Se estaba poniendo a la altura de Shawn, con tanto adelantarse a los acontecimientos y los delirios de grandeza. Tal vez ella era la peor, pues Shawn era ya mucho más famoso que ella en su especialidad.
—Volvamos a la realidad —propuso Shawn—. Nuestro vuelo de Egyptair sale de El Cairo mañana por la mañana a las diez, y llega a Roma a las doce y media. Nos alojaremos en el Hassler. Vamos a celebrarlo con estilo. ¿Qué te parece? ¿Vas a acompañarme? Si todo sale bien, solo es un día de más, y la recompensa será inmensa. Me siento muy entusiasmado. Como mi último bombazo en el trabajo de campo, contribuiría en gran medida a mi recaudación de fondos.
—¿De veras me necesitas, o soy un simple adorno para salvar las apariencias y hacerte compañía?
Sana lo preguntaba para tranquilizarse, pero se encogió por dentro en cuanto las imprevistas palabras salieron de su boca. Era la primera vez que verbalizaba la idea que se había formulado a menudo en los últimos tiempos debido al comportamiento general de Shawn, además de su falta de interés en mantener relaciones íntimas. Estaba empezando a creer que Shawn se había casado con ella más para convertirla en una esposa trofeo que en una verdadera compañera. Se trataba de un problema que la había tenido preocupada todo el año anterior, y que daba la impresión de ir empeorando con sus modestos éxitos profesionales. Si bien pensaba sacar el tema a colación en algún momento, lo último que deseaba era enzarzarse en una seria disputa en Egipto.
—¡Te necesito! —dijo Shawn con determinación. Si había oído las palabras de Sana, no lo dejó entrever—. No podré hacerlo solo. Imagino que el osario pesará entre diez y quince kilos, dependiendo de su tamaño y grosor, y no quiero que se caiga del techo, literalmente. Supongo que podría contratar a alguien, pero preferiría no hacerlo. No quiero estar pendiente del silencio de nadie hasta que publique el hallazgo.
Sana, aliviada por el hecho de que su desliz verbal había pasado desapercibido, disparó otra pregunta.
—¿Cuáles son las probabilidades de que nos metamos en un buen lío si entramos a escondidas en la cripta subterránea de San Pedro?
—¡No vamos a entrar a escondidas! Tendremos que entrar en el Vaticano con autorización de la Guardia Suiza, y tendré que exhibir mi permiso de acceso ilimitado de la Comisión Pontificia para la Arqueología Sagrada. O sea, todo será perfectamente legal.
—¿Puedes mirarme a los ojos y prometerme que no nos veremos obligados a pasar la noche en una cárcel italiana?
Shawn se inclinó hacia delante y miró a los ojos castaños de Sana con los cerúleos de él.
—No tendrás que pasar una noche en una cárcel italiana, te lo garantizo. De hecho, cuando hayamos terminado, cenaremos con una botella del mejor Prosecco que nos pueda ofrecer el Hassler.
—¡Está bien, iré! —dijo Sana con determinación. De repente, se había enamorado de la idea de que se estaban embarcando juntos en una aventura. Tal vez obraría un efecto positivo sobre su relación.
—Pero ahora quiero bajar a la piscina y tomar los últimos rayos de sol, antes de que volvamos al invierno.
—Secundo la moción —dijo Shawn con entusiasmo. Estaba complacido. Si bien había sugerido que podría contratar a alguien para ayudarle a sacar el osario de la tumba subterránea de San Pedro, sabía que no podía. El peligro de que la noticia se filtrara era demasiado grande. Al fin y al cabo, lo que planeaba hacer, pese a lo que acababa de decir a Sana, era completamente ilegal. Al mismo tiempo, estaba convencido de que iba a ser su golpe más brillante.