9.43 h, miércoles, 10 de diciembre de 2008, Nueva York
A las nueve y cuarenta y tres minutos de la mañana, James ya estaba en su despacho consultando la correspondencia y contestando a los correos electrónicos. Le asombraba cuántos asuntos de la archidiócesis podían resolverse por mediación del correo electrónico, y atribuía la mayor parte del aumento de su productividad, cifrado en un treinta por ciento, a su adaptación a las nuevas tecnologías. Lo que conseguía de manera magnífica era difundir la información y eliminar muchas llamadas telefónicas, prolongadas hasta la agonía. Para James, este último beneficio era fundamental.
Estaba levantado desde antes de las seis. Ya había leído el breviario, tomado una ducha y afeitado mientras escuchaba las noticias. Había dicho misa con su personal y desayunado con el Times antes de retirarse a su estudio, donde se encontraba en esos momentos. A las diez debía estar en la sala de «consultas», donde se había citado con el canciller y el vicario general. Estaba meditando sobre si debía dejar caer las primeras palabras sobre el problema del osario, cuando el teléfono sonó. Miró la pantalla LED y lo abrió de inmediato porque decía ARCHIDIÓCESIS, y James sabía que sería Lukas Hester.
—Buenos días, Eminencia —dijo Luke en cuanto James contestó—. Creo que tengo buenas noticias para usted.
James osciló hacia delante en su asiento y su pulso se aceleró. Imaginó al arcángel san Gabriel al otro lado de la línea.
—¿Ha cambiado de opinión? —preguntó jubiloso James. Tras hablar con Luke los dos días anteriores, James había desestimado sus esperanzas sobre el plan B, preocupado por el hecho de que no se vislumbrara en el horizonte ningún plan C.
—Aún no, pero estoy seguro de que lo hará.
—Eso es música celestial para mis oídos.
—Espero que siempre me tenga en la más alta consideración por esto —dijo Luke—. No ha sido fácil.
—Nunca imaginé que lo fuera —admitió James—. De hecho, estoy algo sorprendido, teniendo en cuenta lo decidido que estaba. No obstante, siempre he creído que quien ha sido fervoroso católico nunca deja de serlo, y siempre lo he creído acerca de Shawn Daughtry, pese a sus bravatas anticlericales. ¿Debo llamar para felicitarle?
—Hasta mañana no, o todo se irá al traste.
—Bien, pues esperaré de buena gana hasta mañana. ¿Qué argumentación elegiste al final?
—La solución reside menos en una argumentación que en una táctica.
—Estoy impresionado. ¿Me lo contarás en algún momento?
—Conocerá a fondo los detalles.
James sonrió. El joven hablaba a menudo como si su único contacto con el mundo exterior fuera la Biblia.
—La solución dependía de comprender más a fondo a qué me enfrentaba.
—Yo diría que tal aforismo encierra la verdad en forma de numerosos acertijos.
—Lo que debía aprender era que Satanás está conchabado tanto con el marido como con la mujer, y no solo con el marido.
—Bien, están trabajando en el mismo proyecto —comentó James.
—Me equivoqué, pues —dijo Luke—. Pensaba que eran personas diferentes, pero ambos están en ocasión de pecar.
—Gracias por esta información —repuso James—. Debo confesar que me encontraba muy cerca de la desesperación.
—Me alegro de que me haya concedido la oportunidad de servir a la Iglesia y, sobre todo, a la Virgen María.
Luke colgó. Estaba en la cocina, preparándose algo sencillo de comer. Sana no se había levantado temprano para prepararle el desayuno, y él tampoco había deseado que lo hiciera. No quería verla aquella mañana, ahora que sabía quién era en realidad.
Satisfecho con su tostada y la leche, Luke subió a su cuarto. Abrió la maleta y sacó el dinero que le habían entregado. Eran cuatrocientos dólares, una fortuna para él, mucho más de lo que necesitaba. Al fin y al cabo, no iba a tener que comprar muchas cosas, porque la casa en sí ya era perfecta.
La temperatura en el exterior era razonable, lo cual le satisfizo porque no llevaba una chaqueta muy gruesa. En el monasterio, su trabajo no exigía que saliera y, durante el invierno, pocas veces lo hacía. Aquella mañana, el mayor problema de Luke consistía en encontrar una ferretería donde pudiera comprar una buena cerradura exterior. Había sido idea suya añadir otra a las tres con las que ya contaba la puerta principal.
Al cabo de tres manzanas llegó a una de las numerosas zonas comerciales del Village, y enseguida preguntó por una ferretería. Un cuarto de hora después entraba en una de la Sexta Avenida, no demasiado lejos de Bleecker Street. En cuanto a cerraduras exteriores, había mucho donde elegir. La que eligió Luke era, según el empleado de la tienda, la más fácil de instalar.
De vuelta a casa de los Daughtry, Luke paró en dos tiendas más para comprar los dos últimos objetos de su lista. Fueron más fáciles que la cerradura, puesto que no existía otra alternativa que la marca, pero le daba igual. Con todo lo que necesitaba, llegó a casa de los Daughtry antes de mediodía.
Sana se estaba divirtiendo. El día iba progresando tan bien como los dos anteriores. Aquella mañana, antes de lo esperado, había terminado con los pasos de la reacción en cadena de la polimerasa y había pasado al sistema analizador genético 3130XL. Ahora, mediada la tarde, estaba esperando no solo completar la secuencia mitocondrial del ADN del esqueleto, sino obtener también las secuencias de diversas zonas de prueba, utilizadas para explorar las raíces genealógicas de la persona.
En cuanto el secuenciador automático inició su trabajo, Sana había salido del laboratorio para desplazarse hasta Columbia, con el fin de comprobar que se estaban encargando de todos sus experimentos. Se alegró de descubrir que todo estaba en orden. Cada uno de sus cuatro estudiantes graduados estaba trabajando de manera responsable, con el fin de enmendar que se habían relajado un poco mientras Sana asistía a la conferencia de Egipto.
Cuando Sana bajó del taxi, después de regresar de su laboratorio en el campus de la facultad de medicina, pensó un momento en Luke. Pensó en él nada más despertarse, pero prefirió no tomar decisiones precipitadas sobre el incidente de la noche, como por ejemplo contárselo a Shawn. Sabía que, si se lo decía, el hombre-niño caería en desgracia, y Shawn llamaría al arzobispo para comunicarle que había elegido muy mal a su emisario. Como eso los devolvería al punto de partida, las amenazas del arzobispo de denunciarlos, Sana quería dejar que el episodio reposara un tiempo en su mente por tres razones principales. La primera, porque se echaba la culpa de lo sucedido hasta cierto punto. Al disfrutar tanto de su compañía, y reconocer sus propias necesidades, admitía que se había excitado un poco. La segunda razón era que, si bien había sido él quien la había atacado, pensaba que se trataba en un noventa por ciento de un acto defensivo. La última razón era que confiaba en que Luke se disculparía después de haber reflexionado sobre el episodio, aunque por la mañana no había aparecido para hacerlo.
Una vez pagado el taxi, Sana entró en el edificio, enseñó su identificación a los guardias de seguridad, que ya la conocían, y subió en el ascensor. En la parte exterior del laboratorio encontró a Jack trabajando con Shawn en la traducción del primer manuscrito. Habían terminado de desenrollarlo aquella mañana, lo cual emocionó a Shawn. A medida que avanzaba en la traducción, no tenía ninguna duda de que la figura de Simón estaba a punto de rehabilitarse hasta el grado de teólogo por derecho propio. Shawn había asegurado a los demás que Simón era el primer cristiano gnóstico, o uno de los primeros, que combinaba la historia de Jesús de Nazaret con ideas gnósticas básicas, como el verdadero papel de Jesús como profesor espiritual, más que de redentor de pecados.
—¿Habéis descubierto algo importante durante mi ausencia? —preguntó Sana mientras colgaba la chaqueta en una de las taquillas.
—Estamos a punto de empezar el rollo número dos —contestó Jack—. Esperamos que en ese o en el tecero aparezca una mención a los huesos.
—Buena suerte —dijo Sana—. Voy a encerrarme en el laboratorio, a ver qué nos depara el ADN mitocondrial. Puede que obtengamos información dentro de unos minutos.
—Eso sería estupendo —admitió Shawn, enfrascado en lo que estaba haciendo.
Sana entró en el vestidor y se cambió a toda prisa. Aunque el secuenciador había terminado el proceso, no quería que la habitación se contaminara, pues tal vez volvería a analizar unas muestras, o una muestra nueva, según lo que encontrara. Cuando se hubo puesto los guantes, el traje, la capucha y las botas, entró en el laboratorio y se dirigió al secuenciador. Buscó las páginas que le interesaban más en la pila de la impresora. Tardó solo unos minutos. Eran tres, y cuando por fin las separó de las demás, volvió a mirarlas de una en una. Después, sacudió la cabeza y volvió a mirar. No podía creerlo, pero no estaba dispuesta a sentarse y comparar los dieciséis mil cuatrocientos ochenta y cuatro pares de bases de las tres páginas. Sana se sintió mareada de repente. No iba a efectuar ninguna comparación; para eso estaban los ordenadores. Se sentó para intentar deducir qué sugerían los resultados, algo que Sana, por su experiencia, consideraba imposible.
El problema era el siguiente, y Sana volvió a repasarlo para estar segura: la secuencia del ADN mitocondrial de la pulpa dentaria que había extraído del cráneo encontrado en el osario coincidía (par de base por par de base, dieciséis mil cuatrocientos ochenta y cuatro) con la de una mujer contemporánea, pues Sana había encargado al ordenador que lo repasara en cuanto estableció la secuencia, utilizando la nueva biblioteca mitocondrial internacional llamada CODIS 6.0.
Aunque encontrar una coincidencia en el mundo contemporáneo no era tan anormal, porque gemelos idénticos coincidían, el problema en este caso era que la mujer del osario contaba más de dos mil años de edad. Por excepcional que fuera esta coincidencia, la segunda era todavía más fantástica e inexplicable para Sana. La miró y sacudió la cabeza.
—No puede ser —dijo en voz alta—. Es que no puede ser.
De pronto, Sana se puso en pie de un brinco, salió corriendo del laboratorio, atravesó el vestidor y apareció sin aliento en la oficina. Shawn y Jack se llevaron un buen susto. A Sana no le importó.
—¡Lo imposible ha sucedido! —dijo con voz estrangulada.
Jack, que había perdonado el susto antes que Shawn, se acercó a ella y cogió la página impresa que sostenía. Estaba ansioso por escuchar su explicación.
—Esta es la secuencia del ADN mitocondrial de la mujer del osario —soltó Sana, dando golpes con el dorso de la mano en la página que Jack sostenía—. Esta es la misma secuencia exacta de una mujer palestina contemporánea —continuó, entregando la segunda página a Jack—. ¡Y esta secuencia, que también es la misma, es la secuencia mitocondrial de Eva!
Dio a Jack la última página. Estaba sin aliento a causa de la emoción.
Jack, intrigado, levahtó la vista de las páginas.
—¿Qué quiere decir la secuencia de Eva?
—Es una secuencia determinada por un superordenador que trabajó durante semanas seguidas para determinar el antepasado común más reciente matrilineal —explicó Sana—. En otras palabras, es la secuencia del primer antepasado femenino, que toma en cuenta todas las permutaciones humanas de los dieciséis mil y pico pares de bases normales de la secuencia del ADN mitocondrial humano.
—Las probabilidades de que algo así ocurra deben de ser ínfimas —dijo Jack.
—Exacto. Por eso es imposible.
—¿Qué estáis murmurando? —preguntó Shawn mientras se acercaba.
Sana dio a Shawn la misma explicación que a Jack. Shawn se mostró igualmente despectivo.
—Algo habrá fallado en el sistema —sugirió.
—No lo creo —respondió Sana—. He hecho cientos, si no miles, de secuencias mitocondriales. Nunca ha habido el menor fallo. ¿Por qué iba a pasar ahora?
—¿Tienes más muestras de la PCR? —preguntó Jack.
—Sí —contestó Sana.
—¿Por qué no llevas a cabo otro secuenciado y análisis?
—Buena idea —admitió Sana.
—Espera un momento —dijo Shawn, al tiempo que levantaba una mano—. Dejad que os haga una pregunta, para que luego me digáis que estoy loco y que me meta la lengua donde me quepa. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —contestaron casi al unísono Sana y Jack.
—Muy bien —prosiguió Shawn—. Existe una forma de que esta situación imposible desde un punto de vista estadístico pueda haber ocurrido…
Shawn vaciló, y paseó la vista entre Sana y Jack.
—Vale ya. ¡Dilo! —protestó Sana. Todavía tenía el pulso acelerado.
—Somos todo oídos —lo animó Jack—. ¡Dispara!
—¿Estáis seguros de poder resistirlo? —bromeó Shawn para obrar mayor efecto.
—Vuelvo al laboratorio para analizar otra muestra —dijo Sana, mientras se alejaba del banco donde se había apoyado.
—¡Espera! —exclamó Shawn, y la asió del brazo—. ¡Te lo voy a decir, lo prometo!
—Te concedo cinco segundos para empezar, o vuelvo al laboratorio —dijo Sana. Ya estaba harta. No pensaba seguir la corriente a Shawn. Estaba demasiado emocionada.
—Por un segundo, olvídate de la mujer palestina. Tenemos dos muestras idénticas: la Eva matrilineal y la mujer del osario. Aparte de compartir el mismo ADN mitocondrial, ¿en qué son similares?
Sana miró a Jack, quien le devolvió la mirada.
—No eran contemporáneas, si es eso lo que estás insinuando —contestó Sana—. La Eva matrilineal se remonta a muchos cientos de miles de años.
—No, no —dijo Shawn—. No se parecen en eso. Lo expresaré de otra forma. Creo, gracias a la carta de Saturnino, que los huesos del osario son de María, la Madre de Jesús de Nazaret. Supongamos por un momento que lo son, lo cual los convertiría en objetos extraordinariamente sagrados para muchísima gente. ¿Me sigues?
—Por supuesto —replicó Sana, impaciente.
—Bien, si también tuviéramos huesos de la Eva matrilineal, ¿en qué serían similares, además de tener la misma secuencia de ADN mitocondrial?
—Quizá tendrían también la misma secuencia de ADN nuclear —sugirió Jack.
—Quizá, pero no es eso lo que quiero oír —dijo Shawn, tan impaciente como Sana—. ¡Pensad desde una perspectiva teológica!
Jack sacudió la cabeza mientras miraba a Sana. Ella le imitó.
—Tendrás que decirnos lo que quieres oír.
—Desde un punto de vista teológico, ambas fueron creadas por Dios Padre. ¿Os acordáis de la festividad católica de la que nos habló James este domingo? Era la fiesta de la Inmaculada Concepción, que celebra la creación de María como Madre de Cristo libre de pecado. Bien, Eva también estuvo libre de pecado al principio. Como primera mujer, solo pudo crearla el propio Dios. Bien, ¿cuántas recetas, por decirlo de alguna manera, creéis que tendría Dios para los humanos? Yo diría que una sola, y en términos de secuencia de ADN mitocondrial, la que tenemos aquí es la única. Utilizó la misma receta tanto para María como para Eva, por eso es interesante señalar que salieron muy diferentes, teniendo en cuenta que son gemelas.
Durante algunos momentos, nadie habló. Cada uno estaba absorto en sus pensamientos, hasta que Jack rompió el silencio.
—Si lo que dices es así, los dos habéis demostrado sin querer, con medios científicos, la existencia de lo divino.
Tanto Shawn como Sana lanzaron una alegre carcajada, y después se abrazaron pese a la barrera del vestido, gorro, guantes y botas de Sana.
—Nuestros artículos de las revistas se convertirán en clásicos incluso antes de ser publicados —soltó Shawn. Después, se separó de Sana—. ¡Debo volver al trabajo! No sé si podré esperar a terminar los tres manuscritos. Nunca me he sentido tan entusiasmado en mi vida por un par de papelajos.
—Voy a analizar varias muestras más, solo para asegurarme por completo de los resultados —anunció Sana.
—Y mientras vosotros hacéis eso —dijo Jack, al tiempo que se ponía en pie—, yo me voy a casa más temprano de lo habitual para insistir a mi mujer en que se tome un descanso.
De hecho, Jack tenía un objetivo más concreto. Aquella mañana había llamado al oncólogo de pediatría responsable del protocolo de neuroblastoma del Memorial para preguntarle, a la luz de los días seguidos sin síntomas de J. J., si debía llevar al niño para que analizaran su nivel de anticuerpos monoclonales de ratón.
—Felicidades —gritó Jack cuando abrió la puerta que daba al pasillo. Shawn y Sana agitaron la mano como respuesta. Sana estaba entrando en el vestidor para cambiarse. Shawn había vuelto al tedioso trabajo de desenrollar el manuscrito—. ¿A qué hora mañana?
—Digamos a las diez —respondió Shawn—. Puede que haya alguna celebración esta noche.
—Por cierto —añadió Jack—, yo no diría nada a James del ADN mitocondrial hasta que esté confirmado.
—Eso será lo más misericordioso que podamos hacer —admitió Shawn.
Jack estaba a punto de marcharse, cuando pensó en otra cosa. Como comunicarse a gritos desde la puerta debía de ser molesto para los demás trabajadores del laboratorio, volvió a la oficina y se acercó a Shawn. Jack vio que Sana estaba cambiándose en el vestidor.
—Me he olvidado de la mujer palestina que también coincidía —dijo—. ¿Qué demonios quiere decir eso?
—Buena pregunta —contestó Shawn, al tiempo que echaba hacia atrás la silla. Asomó la cabeza en el vestidor y preguntó a Sana su opinión.
—Tiene que ser una pariente matrilineal directa de la mujer del osario —dijo Sana—. Es posible, porque la vida media de una sola mutación nucleótida de ADN mitocondrial es de dos mil años. Eso opino yo, al menos —concluyó Sana, mientras terminaba de vestirse.
—¿Has oído eso? —preguntó Shawn, mientras dejaba que la puerta del vestidor se cerrara.
—Sí —dijo Jack—. Es curioso pensarlo. Me pregunto si ella lo sospecha, o si alguien lo ha sospechado. Hasta me lleva a pensar si es cristiana o musulmana.
—Tal vez alguno de nosotros debería investigarla en algún momento —sugirió Shawn—, aunque tengo la sensación de que cuanto menos sepa, mejor.
—Es una idea curiosa —dijo Jack.
Se marchó por segunda vez. Mientras bajaba en el ascensor, otra idea relacionada con todo aquello cruzó por su mente. Un aspecto de la medicina alternativa que ni siquiera había tocado era la curación a través de la fe, y el motivo era que le concedía todavía menos posibilidades de ser eficaz que a algunos de los demás métodos. Algunas veces, mientras zapeaba en su vida anterior, había visto a evangelistas televisivos imponer las manos a supuestos pacientes, que se levantaban curados. No obstante, si alguien tenía el mismo ADN que la madre de Jesús de Nazaret, Jack no pudo reprimir la pregunta de si podría curar a la gente.
El ascensor llegó al primer piso y Jack salió. Casi de inmediato, los pensamientos sobre la curación a través de la fe abandonaron su mente, sustituidos por pensamientos relativos a los niveles de anticuerpos del organismo de J. J.