17.15 h, martes, 9 de diciembre de 2008, Nueva York
El lunes y el martes habían sido días buenos para todo el mundo, salvo para James; Luke había llamado cada mañana y las noticias no eran nada alentadoras. Después de que Shawn y Sana se fueran a trabajar, Luke había informado al cardenal de que el demonio se resistía con uñas y dientes a su intento de cambiar la opinión de Shawn. Además, Luke tenía que comunicar que Shawn rechazaba incluso hablar del tema. La respuesta de James había sido animarle a rezar con más ahínco y a no rendirse, añadiendo que él mismo y la Iglesia contaban con su éxito final. Explicó que la persistencia sería la clave.
—¿Le has explicado hasta qué punto te afectará que arroje dudas sobre la ascensión de la Virgen María? —había preguntado James, con la intención de colaborar y dar aliento, pues no tenía plan C.
—Siempre que me lo permite —había contestado Luke—, aunque cambia de tema en cuanto lo saco a colación. Hasta ha amenazado con pedirme que me vaya.
—¿Y su esposa?
—Se ha mostrado de lo más hospitalaria —había dicho Luke—. Me ha pedido que le disculpara. Estoy convencido de que, si puedo lograr que cambie de opinión, ella también accederá. No está tan comprometida como él.
—Sigue intentándolo, por favor —había dicho James—. Aún queda una buena parte de la semana.
Aparte de hacer las dos llamadas a James y de tener poca suerte con Shawn, Luke se lo había pasado en grande, pese a la continua inquietud de haber salido al mundo y estar expuesto al pecado. Ambas mañanas, Sana se había despertado temprano y había preparado un suntuoso desayuno para Luke, con la excusa de que le encantaba cocinar y siempre constituía para ella una decepción que a Shawn le diera igual que fuera comida; basura o platos exquisitos. Luke había confesado que, al contrario que Shawn y los hermanos, le encantaba la buena comida, había sido recompensado con una cena espléndida la noche anterior, y ansiaba que ocurriera lo mismo aquella noche.
Aún más que la comida, a Luke le gustó que Sana volviera a casa temprano el lunes por la tarde, explicando que había efectuado maravillosos progresos en sus estudios de ADN, y que las muestras de pulpa dentaria ya se encontraban en la fase de PCR, cosa que Luke no entendió en absoluto. Daba igual, puesto que Sana había empleado el tiempo libre en acompañarle a comprar ropa de su talla, en lugar de las prendas del padre Karlin, que no le sentaban bien.
Para Luke, ir de compras había significado una experiencia deliciosa, puesto que hacía tanto tiempo que no compraba ropa que ya no se acordaba de la última vez, y agradeció los consejos de Sana cuando se probaba cosas y procuraba elegir. También disfrutó del ambiente festivo, pues quedaban catorce días para Navidad. Para rematar el día, Sana y Luke se habían quedado levantados después de la cena para disfrutar de otro fuego, lo cual concedió la oportunidad a Sana de contarle su historia, e incluso sus problemas actuales. Luke se mostró comprensivo cuando confirmó su impresión de que Shawn no la estaba tratando igual que cuando se casaron, sobre todo en el terreno de la intimidad, pues Luke sabía que Shawn dormía en un cuarto de invitados del segundo piso, mientras Sana dormía en la habitación de matrimonio del tercero. Aunque Luke no fingía entender todo lo que Sana decía, afirmó que rezaría por ella, y que no podía comprender por qué Shawn no deseaba dormir con ella, porque opinaba que era hermosa.
—Gracias por tu apoyo y las oraciones —dijo Sana—. Pero, si quieres que te diga la verdad, en este momento prefiero no dormir con él.
Igual que Sana, Shawn había efectuado auténticos progresos durante los dos días anteriores. Había llegado a la fase que deseaba, en la que desenrollar el primer manuscrito procedía con mucha más celeridad. El lunes solo había terminado una página, pero aquel día, martes, había concluido más de dos. Cuando leyó la parte desenrollada, también se sintió mejor porque Simón no era el ogro que decían. Aunque reconoció que Simón estaba escribiendo sobre sí mismo, Shawn pensó que, cuanto mejor parado saliera como persona, mejor testigo sería para la identificación de los huesos.
—¡Luke! —saludó Sana. Shawn y ella acababan de llegar a casa. Cuando oyó que Luke contestaba a lo lejos, supuso que estaría rezando sus oraciones de la tarde—. ¡Hemos llegado!
Siguió a Shawn hasta la cocina, donde sacó de las bolsas la comida que acababan de comprar. Mientras se ocupaba de ello, Shawn se sirvió un poco de whisky como primera copa de la velada. Tan solo unos días antes, Sana se había quedado preocupada por el hecho de que Shawn bebiera más cada día, pero esa noche no. De hecho, quería que bebiera tanto como le diera la gana, pues así se retiraría antes. Como había ocurrido las dos noches anteriores, ardía en deseos de pasar un rato con Luke sin la presencia de Shawn, o sin que Luke intentara sacar a colación el tema cada vez más explosivo de la Virgen María, cosa que, inasequible al desaliento, no dejaba de hacer, pese a la reacción cada vez más negativa de Shawn.
También habían sido dos días buenos para Jack, sobre todo porque lo habían sido para J. J. y para Laurie. Cuando llegó a casa el lunes por la noche, Laurie le informó de que había sido el mejor día de J. J. desde hacía meses, y no había llorado en ningún momento. Jack esperaba una historia similar aquella noche, porque Laurie le había llamado a eso de las tres para decirle que no se habían producido novedades hasta aquel momento.
Subió las escaleras a toda prisa y asomó la cabeza por la puerta de la cocina. Tal como suponía, Laurie estaba preparando la cena y J. J. jugaba en su cuna. Jack se acercó enseguida a Laurie, le dio un beso en la mejilla y miró a J. J. Vio complacido que el niño sonreía.
—Creo que esta noche nos va a permitir una cena de verdad —dijo Laurie.
—Fabuloso —contestó Jack—. ¿Vas a darle de comer y acostarle antes de lo habitual?
—Ese es el plan.
—Como se encuentra tan bien, me gustaría ir a jugar a baloncesto una hora o así.
—Creo que es una buena idea —dijo Laurie. Le guiñó un ojo—. Pero no te canses demasiado.
A Jack le gustó pensar en lo que ella había planificado para la velada, de modo que se puso el uniforme de baloncesto y bajó las escaleras en un abrir y cerrar de ojos. Puesto que, en apariencia, J. J. se encontraba tan bien como los dos días anteriores, Jack intentó controlar su entusiasmo para evitar futuras decepciones todavía más graves, pero todo iba tan bien que le resultó difícil. La mañana anterior había ido a ver a Bingham para pedirle tiempo libre, no para dejar de ir a la oficina, sino solo para quitarse de encima las autopsias. Como había supuesto, Bingham accedió de inmediato, aunque a cambio había pedido a Jack que firmara el caso de asesinato en el que el médico forense de turno había olvidado guardar las manos en una bolsa, con el fin de dar por finalizado dicho caso. Jack se alegró de poder informarle de que ya lo había hecho.
Liberado de las autopsias, Jack había podido pasar más tiempo con Shawn y Sana, cuyo trabajo también marchaba viento en popa y con celeridad. Sana esperaba llevar a cabo el secuenciado mitocondrial al día siguiente, y Jack y James confiaban en que revelara cuál era la procedencia del individuo cuyo esqueleto estaban estudiando. La cuestión residía en saber si era de Oriente Medio, en cuyo caso podía ser de la Virgen María, o de Roma, donde había sido enterrado, lo cual significaría que no podía pertenecer a la Virgen María. Mientras Jack cruzaba corriendo la calle y entraba en el parque, pensó que no dejaba de ser irónico que, justo cuando había encontrado la distracción perfecta, J. J. se encontrara mejor que nunca. Jack se preguntó si, gracias a ese cambio, sería oportuno analizar el nivel de anticuerpos de ratón de J. J. para iniciar de nuevo su tratamiento.
En opinión de Luke, la cena había sido tan deliciosa como la noche anterior y muy diferente de todo aquello a lo que estaba acostumbrado, de manera que le resultaba imposible describirlo. Por desgracia, también se había repetido el comportamiento de Shawn. Se había negado en redondo a hablar del tema de la Virgen María y el osario, y con un whisky antes de la cena y el vino, había subido borracho a su habitación, en teoría para descansar un rato. Poco después de las nueve, cuando Sana y Luke habían terminado de cenar y entrado en la sala de estar para avivar el fuego y disfrutar del vino y la Coca-Cola, respectivamente, aún no había aparecido.
—Creo que subiré a ver cómo está Shawn —dijo Sana, mientras dejaba el vino sobre la mesa, antes de relajarse de verdad.
—Estará bien —protestó Luke, pues prefería no volver a ver en toda la noche a aquel hombre embriagado y frustrante.
—Pienso más en nosotros que en él —dijo Sana con una sonrisa mientras subía las escaleras.
Luke siguió sentado en el sofá y escuchó sus pisadas en los escalones, así como el crujido de las vigas cuando entró en la habitación que utilizaba Shawn. Luke meditó sobre su comentario. No estaba seguro de a qué se refería, de modo que cuando volvió se lo preguntó.
—Quería subir antes de relajarme —explicó Sana, al tiempo que apoyaba los pies en la mesita auxiliar—, y antes de que nos sumerjamos en una interesante conversación.
Estaba ansiosa por conocer más detalles de su historia, aparte de la versión memorizada que le había contado.
—¿Se encuentra bien? —preguntó Luke. Se acordaba de su padre y de la violencia que engendraba el alcohol.
—Está acostado y sin conocimiento, si esa es tu definición de «bien».
—Desde que hablamos anoche, todavía no entiendo por qué dejó de dormir contigo.
—Es más sencillo ahora que hace seis meses, cuando fue más idea de él que mía. Nos hemos distanciado. ¿Te has dado cuenta de lo poco que me toca? Hablo de cosas sin importancia, como apoyar mi brazo sobre su hombro, así. —Sana estaba sentada a la derecha de Luke, de modo que levantó el brazo izquierdo y lo pasó por detrás del cuello de Luke. Después, retiró la mano y la apoyó sobre su rodilla—. Ni siquiera nos sentamos muy juntos, con mi mano sobre su rodilla. Cuando nos casamos, hacíamos estas cosas, no era nada más que el ansia de informarnos de que estábamos juntos, y de que nos gustaba estar juntos, como estoy haciendo ahora contigo. Pero todo eso pasó, y como ya he dicho, al principio fue él, pero ahora es compartido. Al principio, pensé que estaba relacionado con nuestra gran diferencia de edad, pero ahora ya no estoy tan segura: temo que se trata de algo más.
Luke sintió que un repentino calor invadía su pierna y ascendía hacia la ingle. Era infinitamente consciente del brazo de Sana contra su muslo y de la mano posada sobre la rodilla. Era como si sus dedos ardieran.
Sana no era consciente de la avalancha emocional que había desencadenado sin querer en la mente de Luke, con su sobrecarga hormonal. Había dejado el brazo y la mano cerca de él de un modo que consideraba platónico, pero también era un recordatorio físico de lo cerca que se sentía de él, y había dado por sentado que el joven sentía lo mismo por ella, puesto que habían compartido pensamientos y sentimientos muy íntimos desde su llegada. De hecho, Luke era la primera persona a la que Sana había confiado los problemas cada vez más acuciantes de su relación con Shawn. Como consecuencia directa, creía que Luke comprendía algo de su vida secreta, lo cual formaba un vínculo, una atracción fraternal, un lugar especial en su mente, pues aunque Luke parecía un misterioso hombre-niño, proyectaba una percepción emocional que desmentía su apariencia juvenil. Al fin y al cabo, razonaba Sana, había observado y comentado aspectos de su relación con Shawn, y tan solo era tres años menor que ella.
De momento, Luke no pensaba. Estaba sintiendo. El calor de la mano de Sana continuaba quemando todavía su rodilla, y ahora el brazo obraba el mismo efecto hasta el extremo de la cadera. Cada latido de su corazón se repetía en su pene tumefacto, mientras sus testículos se contraían en dolorosos nudos. Necesitaba alivio. Necesitaba moverse, lo cual provocó que los músculos de sus piernas e ingle se contrajeran en espasmos rítmicos.
Al notar las contracciones musculares de Luke, Sana se sobresaltó. Estaba sentada a su lado, y de pronto se volvió para mirarle, al tiempo que su mano izquierda ascendía inocentemente sobre el muslo. Al ver el sudor que perlaba su frente y su expresión aturdida, pensó horrorizada que el hombre-niño estaba sufriendo un infarto. Se levantó de inmediato e intentó que se tumbara. Pero él se resistió con una fuerza tan increíble, que el forcejeo terminó enseguida.
—¡Vale! —gritó Sana—. ¡Me estás haciendo daño!
Luke le había agarrado las muñecas y las estrujaba hasta el punto de impedir la circulación de la sangre.
Como si despertara de una apoplejía, o al menos de un leve aturdimiento, Luke soltó a Sana, quien se puso a masajearlas al instante para restablecer la circulación.
—Dios mío, qué daño me has hecho —se quejó Sana, sin dejar de masajearse las muñecas.
Como si saliera de un trance, Luke se limitó a mirar a Sana. No intentó hablar, tan solo la miró con su rostro fláccido y atontado.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Sana. Hasta tenía los ojos vidriosos, los labios entreabiertos. Si bien la luz del fuego dificultaba examinar su semblante, parecía más pálido que nunca—. ¡Luke! ¿Te encuentras bien? —repitió Sana. Asió sus hombros con ambas manos y le dio una pequeña sacudida—. ¡Háblame, Luke! Quiero saber si te encuentras bien.
Sana se inclinó hacia delante y estudió la cara de Luke. Sus ojos, que hacía un momento estaban concentrados en sus labios, se alzaron poco a poco. Se dio cuenta de que estaban regresando al presente, pero había algo inquietante. En vez de ser la persona feliz de antes, parecía entre furioso y consternado. Antes de que hablara, Sana comprendió de repente lo que había sucedido. No pudo reprimir una sonrisa, sobre todo porque ahora que lo pensaba, no entendía por qué había tardado tanto.
—Has tenido un orgasmo, ¿verdad? —preguntó, tranquilizada y de buen humor—. Creo que estoy en lo cierto. Bien, no te sientas avergonzado por mí. Creo que ha sido fantástico. Felicidades. Hasta lo tomaré como un cumplido. Es tranquilizador saber que alguien me encuentra sexualmente atractiva, aunque mi marido no esté por la labor.
Sana había intentado que Luke no se sintiera avergonzado, pues creía que nunca había mantenido relaciones sexuales con una mujer. No habían hecho el amor, pero su reacción había sido sexual. Confiaba en que, pese a los traumas que había experimentado desde la pubertad, existiera la posibilidad de que fuera normal.
—¡Puta! —gritó Luke de repente.
—¿Perdón? —dijo Sana. Lo había oído bien, pero no quería escuchar tal estupidez, sobre todo de labios de Luke, su amigo especial.
—¡Satanás! —replicó Luke.
—¿De veras? —preguntó con desdén Sana—. Volvemos otra vez con lo de tu padre y tu madre. La víctima es el culpable. Esta vez, todo ha pasado aquí, amigo mío —añadió Sana, al tiempo que extendía el dedo índice para tocar la cabeza de Luke.
Este apartó con violencia la mano de Sana, que lanzó un grito de dolor.
—¡Puta de Satanás! —bramó Luke, en el tono más enérgico del que fue capaz.
—Bien, hasta aquí hemos llegado —dijo Sana, alzando su mano—. Pensaba que ocupabas un lugar destacado en la lista de fanáticos religiosos, pero supongo que albergué demasiadas esperanzas sobre tus progresos. En cuanto a lo de ser bienvenido aquí, debo advertirte que bien poco queda de eso. Por lo que a mí respecta, me voy a dormir con la puerta cerrada con llave, de modo que, si se te ocurre pedir disculpas, ya lo harás mañana. No es preciso añadir que, por tu bien, creo que deberías pedir disculpas. ¡Buenas noches!
Sana se encaminó hacia la escalera, aunque sabía que su minidiscurso había caído en oídos sordos. Luke lanzó un último «¡Satanás, maldito seas por toda la eternidad!», mientras Sana empezaba a subir la vieja y ruidosa escalera.