12.04 h, domingo, 7 de diciembre de 2008, Nueva York
James estaba experimentando una sensación embriagadora cuando abandonó la catedral impregnada de incienso para volver a la residencia. La catedral se había llenado para la misa, con gente de pie en los pasillos y ni un solo asiento libre en toda la nave. El coro había hecho un excelente trabajo, sin el menor error, su sermón había ido bien y había tenido una buena acogida. La noche anterior, después de que los secretarios volvieran a sus habitaciones, James había decidido que predicaría aquella mañana sobre el papel de María en la Iglesia moderna, tanto porque le parecía apropiado para la festividad del día siguiente, como porque obsesionaba su mente desde hacía varios días.
Ahora, eliminada la tensión de la misa, James estaba ansioso por volver al problema de Shawn, Sana y el osario. Sabía que la semana siguiente sería decisiva, y rezó para que sus secretarios hubieran efectuado algunos progresos. Cuando subió las escaleras, lo primero que vio fue el banco de madera que había frente a su despacho ocupado por un muchacho rubio que aparentaba unos quince o dieciséis años, con un rostro hermoso, una sonrisa beatífica y lustroso pelo rubio largo hasta los hombros. James tuvo que mirar dos veces, convencido de que había presenciado una visión del ángel Gabriel. El muchacho iba vestido con un hábito negro provisto de capucha, ceñido con un cordón azul.
James se serenó con cierta dificultad, interrumpió el contacto visual con el joven y entró en su despacho. Se acomodó enseguida detrás del enorme escritorio de caoba para recuperar el aliento, sabiendo que el padre Maloney se materializaría de un momento a otro. La gran pregunta en la mente de James era si se trataba o no del chico elegido. En ese caso, el impacto en James había sido enorme, algo que esperaba. Pero por positivo que fuera, existía un problema. El individuo era demasiado joven, un crío, y James se preguntó si podría confiar una tarea tan importante a alguien tan inmaduro.
Mientras James esperaba, la puerta se abrió después de un enérgico golpe y entró el secretario. Cargado con una carpeta, el padre Maloney se acercó al escritorio y se la entregó a James.
—Se llama Luke Hester, y sí, le pusieron ese nombre por Lucas el Evangelista.
—Es impresionante —dijo James—. Debo felicitarle, pero ¿no es demasiado joven para una emergencia teológica? Necesitará una psicología innata.
—Si examina la rápida biografía que le he preparado, descubrirá que es mayor de lo que aparenta y, por lo tanto, más sabio de lo que sugiere su aspecto angelical y juvenil. Tiene veinticinco años, y cumplirá veintiséis dentro de pocos meses.
—¡Caramba! —exclamó James. Dejó la carpeta sobre la mesa, abrió la cubierta y echó un vistazo a la fecha de nacimiento—. Nunca lo habría adivinado.
—Padeció una especie de problema hormonal que nunca fue investigado —explicó el padre Maloney—. Pero han tratado el problema y sus hormonas se encuentran ahora dentro de la normalidad. Los hermanos con los que vive se encargaron de que lo examinaran y trataran hace unos años, aquí en la ciudad.
—Entiendo —dijo James, y echó un rápido vistazo a la biografía. Averiguó que Luke era hijo único de una devota madre católica y un padre católico no practicante. El muchacho había huido de casa para unirse a una sociedad mariana llamada la Hermandad de los Esclavos de María al cumplir dieciocho años.
—¿Ha hablado con él?
—Sí. Creo que es lo más parecido al individuo que describió usted anoche. «Carismático» no es una palabra lo bastante fuerte. Su inteligencia es apabullante.
—¿Está entregado a la Virgen María?
—Por completo, en cuerpo y alma. Es una homilía andante y dialogante sobre la Virgen.
—Gracias, padre Maloney. Dígale que entre.
Media hora después, James estaba tan convencido como el padre Maloney. Desde su punto de vista, Luke no habría podido estar mejor cualificado si lo hubieran elegido en un casting. Su vida, relativamente corta, no había sido fácil, atrapado entre un padre alcohólico y maltratador, y una madre demasiado indulgente que había elegido el papel de víctima, además de un par de curas rurales que le habían fallado. A James le supo mal saber lo de los curas, sobre todo después de haber oído una historia similar la noche anterior de labios de Jack, relacionada con Shawn. Pero le gustó escuchar que Luke había encontrado a la Virgen María y que ella lo había salvado, además de devolverle la confianza en la Iglesia.
Una vez convencido de que Luke era un buen candidato para convertirse en el salvador que necesitaban, James desvió la conversación hacia el problema planteado por Shawn y el osario, pero no antes de arrancar de Luke el solemne juramento de guardar secreto, basado en su amor a la Virgen.
—De forma muy apropiada, el problema está relacionado con la Madre de Dios —dijo James, en cuanto Luke le dio su palabra. El arzobispo continuó contándole la historia del osario, su convicción de que era una falsificación, su traslado ilegal a Estados Unidos y su reciente apertura. Después, describió la intención de Shawn de mancillar la reputación de la Virgen al insinuar que los huesos del osario eran de ella, y de paso desacreditar la infalibilidad del Papa—. Será una bofetada devastadora contra María y la Iglesia —afirmó James—. Y solo tú te interpondrás entre el doctor Daughtry y tal abominación.
—¿Soy digno? —preguntó Luke, con una voz más profunda de lo que cabía esperar en alguien de su apariencia juvenil.
—Como arzobispo, creo que eres digno y estás muy cualificado por tu veneración a la Virgen María. Aunque no será una tarea fácil, pues creo que tu contrincante cuenta con la ayuda y las atenciones de Satanás, es fundamental que triunfes.
—¿Cómo desea que lleve a cabo esta tarea? —preguntó Luke, con un tono que desmentía su apariencia juvenil.
James volvió a sentarse y meditó un momento. Lo cierto era que, aparte de encontrar a la persona perfecta, no había pensado en la estrategia a seguir, pero ahora se esforzó por encajar los detalles. Lo primero era conseguir que Luke y Shawn convivieran durante un período de tiempo dilatado. Solo entonces gozaría Luke de la oportunidad de transmitir a Shawn la devastación que padecería él en persona si se emperraba en seguir adelante con sus planes.
—Lo que haré es conseguir que te inviten a casa de Daughtry, en el Village. Eso te concederá acceso y tiempo. Te han dicho que estarías en la ciudad una semana o así, ¿no es cierto?
—Correcto, pero me preocupa una estancia tan larga, su Eminencia. No me he permitido encontrarme en ocasión de pecado desde que me fui a vivir con los hermanos.
—Estarás demasiado ocupado para preocuparte por estar en ocasión de pecado —lo tranquilizó James—. Como ya he dicho, no se trata de una misión fácil. De hecho, puede que salga mal, pero es fundamental que te esfuerces al máximo. Yo lo he intentado, pero he fracasado. No obstante, estoy totalmente convencido de que, en el fondo de su corazón, el doctor Daughtry es un devoto católico. Solo necesita volver a establecer contacto con esa faceta de su ser.
—¿Y si el doctor Daughtry y su esposa me rechazan?
—Es un riesgo que debemos correr —dijo James—. Aún ejerzo cierta influencia sobre mi amigo, que intentaré utilizar para evitar que te rechacen. Además, seré sincero con él y le explicaré con todo lujo de detalles para qué has venido, a fin de que no haya sorpresas. Dios te ha elegido para ser el salvador de la reputación de la Virgen María y de su condición de estar libre de pecado, y, por lo tanto, merecedora de ascender a los cielos en cuerpo y alma.
—¿Cuándo empezaré esta misión? —preguntó Luke, ansioso por poner manos a la obra.
—Creo que a última hora de hoy —dijo James—. Este es el plan: uno de mis secretarios te acompañará a la catedral, donde me gustaría que rezaras para que el Señor te guíe en esta misión que estás a punto de llevar a cabo, por el bien de María y de la Iglesia. Mientras tanto, yo iré a preparar tu recepción. Podría hacerlo por teléfono, pero creo que será mejor en persona. Si no consigo que te inviten a pasar la noche y, con suerte, una buena parte de la semana en casa de los Daughtry, te quedarás aquí con nosotros en nuestro cuarto de invitados. ¿De acuerdo?
—Agradezco que me conceda esta oportunidad, Eminencia.
—Soy yo quien te está agradecido —dijo James, al tiempo que descolgaba el teléfono y pedía al padre Maloney que se personara.
Aunque aún no sabía si el plan B iba a funcionar, James se sentía mejor que nunca desde la llegada del osario. Al menos, tenía un plan y estaba haciendo algo. Volvió a sus aposentos privados y se vistió con la misma ropa de paisano que la noche anterior. Hasta percibió un recordatorio olfativo del fuego de la chimenea en el jersey. Era un aroma agradable, que le recordó su refugio de Green Pond.
Sin dar explicaciones al padre Karlin, quien estaba sentado fuera, James salió de su despacho, bajó al primer piso y utilizó la puerta que comunicaba la residencia con la catedral por tercera vez aquel día. Cuando hacía frío, como aquel día, era un lujo bienvenido. A mitad de camino se encontró con el padre Maloney, quien le explicó que había dejado a Luke en la nave central.
—Ha hecho un buen trabajo al encontrar a Luke —comentó James—. Si mi plan se ve coronado con el éxito, todos estaremos en deuda con usted. Ese chico es justo lo que yo deseaba.
—Me alegro de haber sido útil, Eminencia —dijo el padre Maloney. Levantó la cabeza para parecer más alto y se alejó hacia la residencia.
Cuando James atravesó la catedral, echó un breve vistazo a su nuevo monje guerrero. Tal como le había ordenado, estaba arrodillado rezando, con los ojos azules cerrados, pero con la misma sonrisa beatífica en la cara. Como moscas atraídas hacia la miel, un grupo de feligreses se habían congregado cerca del joven, y James se preguntó si se habían sentido atraídos hacia él o viceversa.
Salió de incógnito por la parte delantera de la catedral a la Quinta Avenida y paró un taxi. Subió y pidió que lo llevara a la calle Veintiséis con la Primera Avenida. Le complació que no lo reconocieran al salir de su iglesia.
Como apenas había tráfico, llegaron enseguida. Durante el trayecto, sacó el móvil y telefoneó a Jack. Como si se hubiera abalanzado sobre su aparato, Jack respondió antes siquiera de que empezara a comunicar.
—Qué rápido —comentó James—. ¿Estabas esperando mi llamada?
—Pensé que sería mi mujer, Laurie —dijo Jack.
—Siento haberte decepcionado.
—En absoluto. De hecho, me siento aliviado. Cuando me he ido de casa, nuestro hijo se encontraba mal. Me preocupaba que hubiera empeorado. ¿Qué pasa?
—¿Dónde estás?
—Con Sana y Shawn en el edificio de ADN del IML.
—Confiaba en que fuera así.
—¿Porqué?
—Solo porque voy de camino mientras estamos hablando. Pregúntale a Shawn si seré bienvenido.
Jack se apartó del teléfono. James oyó que hablaba con Shawn, y también la entusiasta aprobación de este.
—¿Le has oído? —preguntó Jack.
—Sí.
—¿Cuándo llegarás? Tengo que bajar para que los guardias de seguridad te dejen pasar.
—Dentro de muy poco —dijo James—. En este momento, el taxi está en el cruce de Park Avenue con la calle Treinta y seis.
—Ya bajo —dijo Jack.
Al cabo de cinco minutos, el taxi de James descendía por la calle Veintiséis. James indicó al taxista que cruzara la Primera Avenida y lo dejara delante del edificio de ADN. Jack estaba esperando en el vestíbulo, frente a las puertas giratorias.
—Gracias de nuevo por acompañarme a casa anoche —dijo Jack.
—Fue un placer —contestó James.
Después de atravesar sin problemas el control de seguridad con la ayuda de Jack, los dos subieron en el ascensor.
—He encontrado al fanático que se encargará de Shawn —anunció James cuando bajaron en la octava planta.
—¡Vaya! —exclamó Jack. Estaba sorprendido—. Qué rápido. Cuando describiste el tipo de persona que andabas buscando, solo pude pensar: «Buena suerte». Creí que tardarías meses.
—Cuento con secretarios muy eficientes.
—Por fuerza.
Llegaron a la puerta del laboratorio que habían prestado a Sana y a Shawn, y Jack llamó con los nudillos. Shawn, sentado a la mesa central de espaldas a la puerta, se levantó de un salto y la abrió.
James entró con cierto nerviosismo por lo que podía encontrar, y sus temores se confirmaron al instante. Delante de él estaban los huesos del osario extendidos sobre la mesa en su posición anatómica original. Aunque confiaba de todo corazón que no fueran los huesos de la Virgen, verlos expuestos de una forma original tan irreverente se le antojó un sacrilegio similar al que habían cometido Sana y Shawn cuando arrojaron el osario al maletero sucio del taxi. James se percató de que estaba temblando.
—¿Qué demonios ocurre? —preguntó Shawn al intuir la incomodidad de James.
—Esos huesos… —logró articular James—. Me parece una falta de respeto. Es como mirar a alguien desnudo.
—¿Debo cubrirlos con alguna prenda de vestir mientras estés aquí? —preguntó Shawn.
—No es necesario —dijo James—. Solo ha sido la sorpresa inicial.
En lugar de mirar los huesos, James dirigió su atención a la zona de trabajo de Shawn, al final de la mesa, donde tenía inmovilizado el primero de los tres rollos, y su humidificador Rube Goldberg, dispuesto junto con una pila de placas de cristal. Era evidente que iba desenrollando el manuscrito a paso de tortuga.
—¿Te da problemas? —preguntó James, mientras se inclinaba para mirar la escritura de las diversas páginas que habían desenrollado.
—Es una labor muy concienzuda.
—Una escritura aramea muy hermosa —comentó James—. ¿Has averiguado algo más?
—Después de las dos primeras páginas, muy esclarecedoras, el texto se ha convertido en una autobiografía de la infancia de Simón y sus primeros intentos de llegar a ser mago. Por lo visto, tuvo éxito muy pronto.
—¿Cómo le va a Sana con la investigación sobre el ADN mitocondrial? —preguntó James.
Por la puerta acristalada vio el vestuario, y por una segunda puerta acristalada, el laboratorio en sí. James vio que Sana iba de un lado a otro con una expresión concentrada en el rostro.
—Si quieres entrar, tendrás que ponerte traje, guantes y capucha. Ella es muy puntillosa con la contaminación. En cuanto a sus progresos, no tengo ni la menor idea. Cuando llegamos esta mañana, entró directamente ahí después de cambiarse. Yo diría que le va bien. De lo contrario, estoy seguro de que estaría aquí quejándose. Gracias a Jack, cuenta con un laboratorio acojonante, equipado con todo lo último.
James llamó con los nudillos a la puerta acristalada del vestuario con la esperanza de atraer la atención de Sana. Comprobó de inmediato que había tenido éxito, porque la mujer dejó de moverse y levantó la cabeza como si escuchara. James volvió a golpear el cristal y agitó la mano. Ella lo saludó a su vez. James le indicó por señas que saliera a la otra sala, y ella obedeció.
—Buenos días, James —dijo Sana, mientras asomaba la cabeza encapuchada en la sala de Shawn—. ¿O debería decir buenas tardes?
—Buenas tardes —contestó James—. ¿Te importa hacernos compañía unos momentos? Quiero haceros una propuesta.
Sana vaciló, pues se dio cuenta de que debería cambiarse si traspasaba el vestuario. Como consideró que eso sería un inconveniente, pasó la puerta que sostenía entreabierta y dejó que se cerrara a su espalda.
—¿Qué clase de propuesta? —preguntó Shawn con cautela.
—Sí, ¿en qué estás pensando? —preguntó Sana, al tiempo que se quitaba la capucha.
—En primer lugar, permíteme que te pregunte cómo te va —dijo James—. Veo que Shawn va haciendo progresos, aunque no a la velocidad que él desearía.
—Me va muy bien —dijo Sana—. El laboratorio es digno del siglo XXI y está diseñado para maximizar la productividad. Esta tarde llegaré a la fase de extracción con las centrifugadoras. En este momento, mi muestra de pulpa dentaria está en los disolventes con el detergente para abrir las células, y con las proteinasas para desnaturalizar las proteínas. A este paso, podría alcanzar la reacción en cadena de la polimerasa, o PCR, mañana.
—No hace falta que entres en detalles —dijo James—. Es como si me hablaras en chino.
Todo el mundo rió, incluido James.
—En segundo lugar, me gustaría darte las gracias por la maravillosa velada de anoche, y decirte que la comida fue sobrenatural.
—Gracias, padre —dijo Sana, al tiempo que se ruborizaba un poco.
—Ojalá pudiera decir lo mismo de la compañía —añadió James, y con una risita indicó que no hablaba en serio—. Es broma, por supuesto, pero me llevé una decepción al saber que no se me iba a conceder el deseo de dejar a la Virgen al margen de este asunto. En este momento no, al menos. ¿Estoy en lo cierto, Shawn?
—Por completo. No sé cómo expresarlo con mayor claridad. Debo confesar que anoche estaba un poco cocido, y no podría recordar todo lo que dije aunque me fuera la vida en ello. Pido disculpas por eso, pero creo que dejé muy claras mis intenciones con relación al osario y su contenido.
—Muy claras, en efecto —dijo James—. Lo bastante claras para que dedicara una buena cantidad de tiempo a pensar y rezar para recibir consejo, después de que me fuera de tu casa anoche, sobre lo que debía hacer para intentar que cambiaras de opinión. En primer lugar, he desistido de hacerlo yo. Nos conocemos demasiado, tal como demostró el hecho de que me llamaras gordinflón.
—¡Santo Dios! —exclamó Shawn, al tiempo que se daba una palmada en la frente—. No me digas que te llamé gordinflón. Qué falta de respeto. Lo siento muchísimo, amigo mío.
—Temo que sí —dijo James—, pero estás perdonado, pues muy poco he hecho para no merecer ese triste epíteto. Por lo demás, he decidido permitir que continuéis vuestro estudio del osario, con una condición.
Una leve sonrisa burlona apareció en el rostro de Shawn.
—¿Qué te hace pensar que nos estás permitiendo hacer nuestro trabajo? Desde mi punto de vista, tus deseos son relativamente irrelevantes, si bien, siendo realista, una llamada tuya al jefe de Jack sería suficiente para ponernos de patitas en la calle. Pero si eso sucede, iremos a otro sitio.
—A veces me sorprende tu ingenuidad —dijo James—. En primer lugar, da la impresión de que todavía no te das cuenta de que, en última instancia, la prueba de que estos huesos pertenecen a la Virgen depende de lo que Simón el Mago dijo a Saturnino, su ayudante. Desde una perspectiva teológica, que es la que cuenta, basas tu argumentación en la peor fuente posible. Si lo único que deseaba Simón era cambiar los huesos por los poderes curativos de Pedro, no habrían sido necesarios mayores esfuerzos para conseguir los huesos reales. Cualquier osamenta de mujer habría servido, y eso es lo que creo que es: la osamenta de una mujer del siglo I elegida al azar, no de la Virgen.
—Contraataco esa argumentación con la afirmación de Saturnino de que Simón se sintió decepcionado porque los huesos no le transmitieron el poder de curar. Si no eran los huesos de la Virgen, él no habría sospechado, o confiado en que le hubieran conferido tal don.
—Desisto de continuar esta discusión —dijo James, mientras alzaba una mano—. Como ya he dicho antes, he renunciado a intentar que cambies de opinión. Pero en cuanto a mi poder de pararte los pies, escucha esto: a menos que aceptes la condición a la que he aludido, pienso acudir a las autoridades hoy mismo. Creerás que se trata de una maniobra desesperada, pero estoy desesperado por la Iglesia y por mí. Afirmaré que el osario es un fraude y que tú eres un ladrón, de modo que en lugar de ser considerado un cómplice, lo más probable es que me vean como un héroe por arriesgarme a desenmascarar este ataque blasfemo contra la Iglesia.
—No te atreverás —dijo Shawn, pero sin mucha convicción. Al fin y al cabo, de haberse visto atrapado en un conflicto similar al de James, él habría hecho lo mismo. Todo lo que él ganaba con el asunto del osario, James lo perdía.
—Voy a ponerme en contacto con la Comisión Pontificia para la Arqueología Sagrada, explicaré cómo abusaste de su confianza, y dejaré que se pongan en contacto con sus homónimos de los gobiernos taliano y egipcio, que no se tomarán nada bien tus payasadas y solicitarán tu detención. Y la tuya, Sana. Ignoro si concederán la extradición, pero no me cabe duda de que el osario y su contenido serán devueltos de inmediato, así como el códice y la carta de Saturnino.
—¡Me estás chantajeando! —gritó Shawn.
—¿Cómo calificas tú lo que me estás haciendo?
—Esto es indignante —continuó Shawn.
—¿Cuál es la condición de la que has hablado? —preguntó Sana.
—Por suerte, hay un individuo sensato en la conspiración —dijo James—. La condición es muy sencilla e inofensiva. He encontrado a un joven encantador, incluso radiante, que ha dedicado su vida a María y ha vivido en un monasterio mariano durante los últimos ocho años. Quiero que le escuchéis y sintáis su pasión, y no quiero que lo hagáis como dos barcos que se cruzan en la noche, lo cual os permitiría cerraros de oídos y erigir una muralla alrededor de vuestros corazones. Quiero que paséis un tiempo con él. Siendo realistas, ¿cuánto tiempo más creéis que exigirá el estudio del contenido del osario?
Shawn miró a Sana, quien contestó.
—Mi contribución, como ya he dicho, va muy bien. Siempre que no se produzcan sorpresas, una semana a lo sumo.
—A mí me cuesta más precisarlo —admitió Shawn—. Todo dependerá de cuánto tarde en desenrollar los manuscritos. Yo diría, y espero, que después de uno o dos ciclos más de trescientos sesenta grados, será el cien por cien más fácil. Por lo que he visto, la humedad original causó más problemas a las páginas más cercanas a la superficie del rollo. Con esa variable en mente, yo diría que entre una semana y dos meses.
—Muy bien —dijo James—. Aceptaré que invitéis a Luke Hester a alojarse en vuestra casa durante una semana. Pero hay que aprovechar el tiempo, como ya he dicho. Tenéis que ocuparos de él e interesaros en la historia de su vida, que no ha sido muy fácil. Ese hombre ha sufrido, pero con la ayuda de la Virgen ha superado sus dolores y tormentos. En otras palabras, tenéis que ser hospitalarios con él, como si fuera un verdadero invitado, el hijo de unos amigos íntimos.
—¿Qué significa ser hospitalario? —preguntó Shawn con cautela. En ciertos aspectos, la condición parecía demasiado sencilla. En otros, pensaba que sería capaz de volverle loco. A Shawn nunca le había gustado hablar de trivialidades, excepto con mujeres hermosas en bares, con la ayuda de lubricante alcohólico.
—Creo que intuitivo —dijo James.
—¿Cuántos años tiene este hombre? —preguntó Sana.
—Dejaré que lo adivines tú —contestó James—. Existe cierta contradicción entre su edad y su apariencia. Descubrí que era muy fácil hablar con él, y como ya he dicho, es encantador e inteligente. Es posible que arrastre algunas cicatrices psicológicas de su infancia, pero yo no las percibí cuando me entrevisté con él.
—Espero que no nos estés enchufando uno de esos jóvenes cristianos renacidos que se dedican al proselitismo —dijo Shawn—. No estoy seguro de poder aguantar una semana con él.
—Ya he dicho que es encantador —repuso James—. Hablo en serio. También le he contado toda la historia del osario, así que tendréis mucho de que hablar. Y ahora lo que me gustaría saber es si habéis comprendido bien cuál es el trato. Le daré un móvil para que pueda llamarme. Si lo hace para quejarse de que alguno de los dos no le trata como es debido, se acabó el pacto. ¿Comprendido?
James miró primero a Shawn y después a Sana, para recibir la aceptación de ambos. Lo último que deseaba era que uno de ellos, una vez les hubo expuesto los hechos, afirmara que no había entendido el trato. Tras una amenaza, el problema consistía en que había que cumplirlo.
—¿Cuándo empezará esta semana? —preguntó Sana.
—¿A qué hora llegaréis a casa esta tarde? —preguntó James a su vez.
—Alrededor de las cinco, diría yo —contestó Sana.
—Estará aguardando ante vuestra puerta —dijo James.
—Espera un momento —intervino Shawn, quien miró a Sana—. Esta noche pensamos salir a cenar, porque Sana ya tuvo bastante de cocina con lo de anoche.
—Ningún problema —dijo James—. Es de lo más presentable. Será una excelente forma de conoceros en terreno neutral.
—¿Tenemos que llevar a cenar a ese desconocido? —se quejó Shawn.
—¿Por qué no? Es una buena manera de iniciar la relación. Imagino que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que lo sacaron a cenar, si es que alguna vez sucedió eso. Piensa en la emoción que aportarás a la vida de ese hombre.
—¿Quién va a pagar? —preguntó Shawn.
—No puedo creerlo —dijo James—, pero es verdad. Eres tan tacaño como en la universidad.
—No te quepa duda —añadió Jack, que había abierto la boca por primera vez.
—Si tengo que aguantarlo, no creo que deba pagar por ello —se defendió Shawn.
—La archidiócesis cubrirá la cena de esta noche del señor Hester, pero no la tuya, manirroto. Guarda las facturas si quieres que te sean reembolsadas.
—Ningún problema —dijo Shawn—. Ahora, si no te importa, me gustaría volver al trabajo.