21.23 h, sábado, 6 de diciembre de 2008, Nueva York
—¿A esto lo llamas aparcar? —preguntó Jack, parado en el bordillo con los brazos en jarras, con la vista clavada en el más de medio metro que separaba el Range Rover de James del punto donde él se encontraba.
—Ha sido lo mejor que he conseguido —dijo James—. ¡No me lo pongas más difícil! Sube. Te aseguro que llegarás a casa sano y salvo.
Los dos hombres subieron a los asientos delanteros del 4x4. Jack se abrochó el cinturón de seguridad con grandes aspavientos. Si James solo sabía aparcar así, Jack estaba algo preocupado.
—No habrás bebido demasiado vino, ¿verdad?
—Con lo cabreado que estoy, tengo la sensación de no haber bebido nada.
—Yo puedo conducir —se ofreció Jack—. He bebido muy poco.
—Estoy bien —insistió James, mientras maniobraba para salir del apretado espacio.
Atravesaron en silencio el West Village, mientras cada uno asimilaba la tensa conversación de la cena.
—Shawn es imposible —dijo James de repente, mientras esperaba a que cambiara el semáforo para entrar en la autopista del West Side—. Siempre ha sido imposible, por supuesto.
—Siempre ha sido muy suyo —añadió Jack.
James miró a Jack y vio el pronunciado perfil de su amigo recortado contra las luces de las farolas.
—Menudo apoyo me prestas.
Jack miró a James, y sus ojos se encontraron un momento antes de que el semáforo cambiara, y James tuvo que avanzar.
—Lo siento —dijo Jack—. No debería decir nada, probablemente, por temor a empeorar las cosas. Sé cómo te sientes, pero, desde mi humilde punto de vista, parece que tiene razón.
—¿Estás de su lado? —preguntó James, con una mezcla de sorpresa y consternación.
—No, no estoy de parte de nadie —respondió Jack—, pero la última vez que me invitó a cenar, de la cual ya te he hablado, y mientras estábamos solos lavando los platos, charlamos un momento sobre ti y tu impresionante éxito en la jerarquía de la Iglesia. Eso le estimuló a contarme algunas cosas que yo ignoraba. En la universidad, cuando nos conocimos, él ya era un católico no practicante, pero nunca supe por qué.
James lanzó otra veloz mirada en dirección a Jack antes de devolver su atención a la autopista.
—¡No me digas! No abusaron de él, ¿verdad?
—No, nada tan dramático, pero casi.
—Esto es nuevo para mí —dijo James—. ¿Qué quiere decir «casi»?
—Como yo no tenía ninguna experiencia en la religión, puesto que mis padres eran ateos, me siento en desventaja al contarte esta historia, pero lo intentaré. Por lo visto, cuando era adolescente, le encantaba la Iglesia, al igual que a sus padres.
—Lo sé —dijo James.
—Por lo tanto, sabes que sus padres eran muy activos en su parroquia.
—También lo sé.
—En cualquier caso —dijo Jack—, llegó a la pubertad sin demasiada preparación, tal vez ninguna. Tal como lo cuenta él, resulta bastante humorístico. Por lo visto, la primera vez se masturbó por accidente y se quedó muy sorprendido. Estaba en la ducha, lavándose las partes pudendas, y cuanto más las lavaba más placer sentía, hasta que tuvo un orgasmo, que describió como un placer divino. Por motivos evidentes, el incidente azuzó una tendencia a ducharse hasta tres veces al día, lo cual consiguió que se sintiera más cerca de Dios y de todos los santos que nunca.
James se descubrió riendo pese a su incomodidad general. Imaginaba sin problemas a Shawn refiriendo la historia, pues sabía contar anécdotas muy bien. Un momento después calló, porque temía la continuación de la historia.
—Al parecer —prosiguió Jack—, fue varias dichosas semanas después cuando entró en contacto con las enseñanzas del Papa que has mencionado esta noche.
—¿Te refieres a Gregorio Magno? —preguntó James.
—Creo que es ese —dijo Jack—. ¿Era tan negativo en lo tocante al sexo como Shawn ha insinuado?
—Sí —admitió James.
—En cualquier caso —continuó Jack—, Shawn describió la colisión entre el presunto dogma antimasturbación de la Iglesia y su sensación de experimentar la divinidad como algo cataclísmico, sobre todo tras descubrir que para recibir la eucaristía tenía que confesar todos los episodios de autogratificación y todos los pensamientos impuros, como sus fantasías sobre el culo de Elaine Smith.
—¿Era bonito el culo de Elaine Smith?
—Por lo visto, según Shawn y el número de veces que tuvo que confesar sus fantasías.
—Sé que esta divertida anécdota va a terminar mal, de modo que vamos al grano.
—Shawn llevaba librando esta épica batalla durante seis meses, intentando volver a su vida de castidad para vivir de acuerdo con el dogma de la Iglesia. A tal fin, debía confesar sus transgresiones semana tras semana, y para recordar todo lo que había hecho cuando llegaba al confesionario empezó a llevar un diario muy preciso de sus episodios de masturbación, que ya no tenían lugar en la ducha porque, tal como dijo, la piel se le estaba resecando. En cuanto a sus pensamientos impuros, habían accedido a otras partes de la anatomía supuestamente encantadora de Elaine Smith.
—Te estás alargando en exceso —se quejó James.
—De acuerdo —admitió Jack—. Lo siento. Como ya he dicho, esta batalla se prolongó durante meses, y Shawn se esforzaba al máximo por recordar todo lo que hacía y confesarse cada viernes con todo lujo de detalles.
—¿Y? —preguntó James, quien ya comenzaba a sentir cierta impaciencia.
—Shawn empezó a darse cuenta de que los dos sacerdotes que solían encargarse de las confesiones empezaban a demostrar cada día mayor interés.
—¡Santo Dios, no! —exclamó James.
—No te alteres —advirtió Jack—. No pasó nada, al menos abiertamente.
—¡Gracias a Dios!
—Por más detalles que Shawn aportaba en las confesiones, nunca eran suficientes, y cada fin de semana le hacían más y más preguntas, como por ejemplo si, como adolescente, sabía que estaba haciendo algo malo. El momento supremo llegó cuando uno de los sacerdotes, en el confesionario, sugirió a James que se encontraran a solas para ayudarle a superar aquel hábito dañino para el alma.
—¿Llegaron a reunirse?
—Según Shawn, no. Fue en aquel momento, ante la consternación de sus padres, cuando Shawn decidió cortar toda relación con la Iglesia, en teoría durante un tiempo, pero así ha continuado hasta hoy.
—Un incidente desgraciado —admitió James—. Es una pena que no hubiera sacerdotes más informados para ayudarle en un momento tan difícil.
—Pero ¿no es esa una de las argumentaciones de Shawn? No parece que los curas célibes sean los mejores guías para los crios durante las tensiones de la pubertad, ni para adultos jóvenes que vayan a iniciar una familia. Tener hijos es mucho más problemático de lo que la gente imagina, incluso en las mejores circunstancias.
Jack no puedo evitar pensar en su situación.
—No puedo rebatir eso, y es un problema por el cual rezaré. Pero ahora debemos concentrarnos en el problema inmediato.
—¿Te refieres a la esperanza de disuadir a Shawn de que publique sus descubrimientos? —preguntó Jack.
—Exacto.
—Yo pienso lo siguiente: estás librando una batalla casi perdida. A menos que Shawn y su mujer obtengan pruebas definitivas de que los huesos no pueden ser de la Virgen María, publicará que sí lo son, aunque no pueda demostrarlo. No vas a disuadirlo. Tu cambio de táctica, dejar de hablar del daño que podría ocasionar a la Iglesia y concentrarte en los perjuicios que te podría causar a ti, fue inteligente, pero ni siquiera eso le influyó, sobre todo después de conseguir que admitieras que no considerabas inevitable ser castigado por tus errores.
—Por desgracia, creo que tienes razón —dijo James resignado—. Soy la última persona del mundo que debería intentar disuadirle de algo que desea hacer con todas sus fuerzas, convencido como está de que es una misión divina. Cuando dijo eso, caí en la cuenta de que había equivocado la táctica. Gracias a Dios que no se cree un mesías.
—¿Por qué crees que eres la última persona del mundo que debería intentar influir en él? —preguntó Jack—. Creo que eres la persona perfecta. Te conoce, confía en ti y eres el eclesiástico con más credibilidad de todo el país.
—Somos demasiado buenos amigos —explicó James, mientras salía de la autopista del West Side a la calle Noventa y seis—. Sé que estaba bastante bebido, pero aún se siente cómodo llamándome gordinflón, como me llamaba en la universidad cuando se enfadaba, cosa que él sabe que detesto, probablemente porque es bastante acertada. Pero esa familiaridad me pone en clara desventaja.
—Si no eres tú, ¿quién? —preguntó Jack—. Espero que no estés pensando en mí, porque no he tenido más éxito que tú. De hecho, ningún éxito. Sobre todo comparado con vosotros dos, no sé nada de la Iglesia católica.
—¿Dónde has dicho que vivías? —preguntó James, después de asegurar a Jack que no era su intención cargarle con el problema de Shawn y Sana. Jack le dijo la calle y el número.
—Y si no soy yo, ¿quién? —insistió Jack.
—Ese es el problema —dijo James cuando se acercaron a casa de Jack—. No tengo ni la más remota idea, aunque sí estoy empezando a hacerme una idea de las cualidades que debería poseer esa persona.
—¿Por ejemplo?
—Alguien persuasivo, por supuesto, pero, lo más importante, devoto en cuerpo y alma de la Virgen María. Una persona joven que haya dedicado su vida al estudio y la veneración de la Virgen María.
—Buena idea —dijo Jack, al tiempo que se incorporaba—. ¡Una mujer joven y atractiva! Quizá podríamos intentar localizar a su vieja amiga Elaine Smith, sobre todo si ha conservado la figura y se ha especializado en mariología.
—Sé que estás intentando animarme con tu sentido del humor, pero estoy hablando muy en serio, amigo mío. Debo encontrar cuanto antes a un fanático increíblemente persuasivo, contarle la historia y obligar a Shawn a aguantarle durante unos días. Es mi última esperanza. No había pensado en un plan semejante, porque esperaba no tener que contar a nadie más la historia, aparte de nosotros cuatro. Es un riesgo que he decidido aceptar.
James frenó justo enfrente del portal de casa de Jack.
—Gracias por venir esta noche. Te lo agradezco de veras. Y gracias a tu mujer por dejar que vinieras. Dile que tengo muchas ganas de conocerla.
Después de estrecharse las manos, Jack apoyó la suya sobre el abridor de la puerta y miró a James.
—¿Cómo vas encontrar a tiempo a la persona que has descrito? Creo que jamás he conocido a nadie que cumpla esos requisitos tan específicos.
—De hecho, no creo que sea demasiado difícil. El cristianismo siempre ha contado con su buena cuota de fanáticos. Por suerte, los obispos primitivos reconocieron el potencial de estas personas y les prestaron su apoyo, creando así el concepto de monasticismo, mediante el cual la gente podía entregarse por completo a Dios o, más adelante, a la Virgen María. El monasticismo floreció, y todavía sigue ahí. Tan solo en mi archidiócesis habrá un centenar o más de comunidades, algunas de las cuales desconocidas para la cancillería diocesana, y otras, si las conociéramos, tendríamos que clausurarlas. Voy a iniciar una rápida investigación de estas instituciones para descubrir a la persona perfecta.
—¡Buena suerte! —dijo Jack, al tiempo que bajaba de la cabina del Range Rover y cerraba la puerta a su espalda. Se quedó unos minutos en la calle, mientras saludaba con la mano y seguía con la mirada los pilotos traseros de James hasta que llegó a Columbus Avenue y giró a la izquierda. Subió los peldaños de dos en dos y se sintió revitalizado. Experimentaba la sensación de estar participando en una especie de novela de misterio real, cuyo desenlace ponía a prueba su creatividad a la hora de imaginar cuál podría ser. Lo único que intuía era que Shawn no iba a ceder con tanta facilidad.
James se sentía mejor que en todo el día, y mejor que en toda la velada. El plan B había surgido de la nada, y se reprendió por no haberlo pensado antes. Al igual que los monjes primitivos habían contribuido a la estabilización de la Iglesia primitiva, sobre todo después de que Constantino legalizara el cristianismo y permitiera las misas, los monjes de hoy acudirían en ayuda de la Iglesia. James estaba seguro de eso, y seguro de que encontraría al individuo capaz de conseguirlo.
Reprimió sus ansias de conducir más deprisa para llegar a la residencia, donde planeaba lanzar el plan B aquella misma noche, y bajó por Central Park West hasta Columbus Circle. Desde allí, utilizó Central Park South para llegar al East Side y dejar el vehículo en el garaje. Después, caminó a buen paso hasta la residencia, y procuró ser ruidoso cuando entró por la puerta principal.
Pronto se dio cuenta de que no había sido lo bastante ruidoso, pues ni el padre Maloney ni el padre Karlin aparecieron. Supuso que ya se habrían retirado a sus habitaciones con tejado a dos aguas del cuarto piso, de modo que se metió en el pequeño ascensor de la residencia, que muy pocas veces utilizaba, y subió al último piso. Salió al diminuto pasillo y llamó sin piedad a las dos puertas, gritando que quería ver a los dos secretarios en su despacho ipso facto.
Una vez efectuado el sorprendente anuncio, y sin esperar respuesta, James volvió al ascensor y bajó dos pisos. Ya en su despacho, encendió las luces y se acomodó detrás de su escritorio para esperar a los sorprendidos secretarios. Nunca los había molestado cuando ya se habían retirado.
El padre Maloney fue el primero en llegar. Se había puesto una bata sobre el pijama, y a James se le antojó un espantapájaros debido a su altura, la delgadez del cuerpo y lo demacrado de su rostro. El pelo pincho rojo muy corto aumentaba dicha impresión, pues parecía de paja.
—¿Dónde se ha metido el padre Karlin? —preguntó James, sin dar explicaciones de aquella reunión nocturna sin precedentes.
—Me ha dicho a través de la puerta cerrada que bajaría lo antes posible… —contestó el padre Maloney. Su voz enmudeció, pues esperaba una explicación de las intenciones del arzobispo, que nunca llegó.
James tamborileó impaciente con los dedos sobre el escritorio. Justo cuando estaba a punto de levantar el teléfono para llamar a la habitación del padre Karlin, el sacerdote entró en el despacho. En contraste con el padre Maloney, había asumido lo peor (sobre todo que estaría levantado durante horas) y se había vestido de pies a cabeza, con alzacuello y todo.
—Siento interrumpir sus oraciones —empezó James. Indicó a sus dos secretarios que se sentaran. Juntó las yemas de los dedos—. Se ha producido lo que yo considero una emergencia. No voy a decir exactamente por qué, pero ustedes dos han de localizarme de inmediato a una persona que sea carismática, persuasiva y atractiva en general. Pero sobre todo, tiene que ser fanáticamente devota de la Virgen María, cuanto más mejor, comprometida con la Iglesia hasta el final, como si fuera portadora de una misión.
Los dos sacerdotes intercambiaron una mirada, cada uno de ellos con la esperanza de que el otro comprendiera el encargo y supiera proceder mejor. Como secretario más antiguo, el padre Maloney habló.
—¿Dónde vamos a encontrar a dicha persona?
Nervioso, James recibió con escasa paciencia lo que se le antojó una postura negativa por parte de sus secretarios. Puso los ojos en blanco al escuchar la ridicula pregunta del padre Maloney.
—He preguntado —dijo James con frustración indisimulada—, ¿dónde podemos encontrar seguidores fanáticos de María, Madre de Dios?
—Supongo que entre los miembros de movimientos y sociedades marianas católicas.
—Muy bien, padre Maloney —dijo James con un toque de sarcasmo, actuando como si estuviera dando una clase dominical de catecismo a niños de primaria—. En cuanto amanezca, quiero que empiecen a llamar a esas instituciones y hablar con sus abades, madres superioras u obispos, para informarles de que he decretado esta emergencia con el fin de encontrar a la persona adecuada. Infórmenles de que se trata de un asunto muy grave, y que esta persona trabajará bajo mis órdenes durante una semana aproximadamente en una misión de gran importancia, relacionada con la Virgen María y la Iglesia en general. Dejen claro que no se trata de una recompensa por labores pasadas. Es para algo que está sucediendo en este momento. No estoy buscando a un anciano y distinguido erudito mariano. De hecho, estoy buscando a una persona joven impregnada de fanatismo, capaz de manifestar su celo a los demás. ¿Me he expresado con claridad?
Tanto el padre Maloney como el padre Karlin se apresuraron a asentir. Nunca habían visto a su jefe, por lo general controlado, tan enfático.
—Me gustaría participar en persona, pero por la mañana debo decir una misa con sermón, que aún tengo que redactar. Confío en que ustedes dos no me fallarán. Cuando vuelva a la residencia a eso del mediodía, quiero que tengan un candidato para que pueda entrevistarle, y mejor si son varios. Me da igual cómo los traigan, ni los gastos ni los problemas. Como se supone que hará buen tiempo, podría ser necesario un helicóptero. Les pregunto de nuevo, ¿han entendido lo que quiero?
—No nos ha dicho qué va a hacer esa persona —dijo el padre Maloney—, y además ha especificado que no iba a hacerlo. Pero sin duda los abades, madres superioras y obispos lo preguntarán. ¿Qué debemos contestar?
—Que tan solo el individuo elegido se enterará del problema al que se enfrenta la archidiócesis.
—Muy bien —dijo el padre Maloney, al tiempo que se levantaba y ceñía la bata alrededor de su cuerpo huesudo. El padre Karlin se puso en pie también.
—Eso es todo —concluyó James—. Rezaré por su éxito.
—Gracias, Eminencia —dijo el padre Maloney, mientras hacía una reverencia y seguía al padre Karlin andando hacia atrás.
Cuando los dos sacerdotes subieron el tramo de escaleras del segundo piso al tercero, el padre Karlin, que iba el primero, llamó al padre Maloney, que acababa de empezar a subir.
—Tal vez sea la tarea más extraña que me han encargado desde que llegué aquí hace cinco años.
—Creo que tendré que darte la razón —convino el padre Maloney.
Al llegar a la base de las escaleras que ascendían a la cuarta planta, el padre Karlin vaciló y esperó a su colega.
—¿Cómo vamos a conseguir el número de teléfono de todas estas asociaciones marianas?
—Hay muchas formas —dijo el padre Maloney—, sobre todo ahora, con internet. Además, está claro que el cardenal quiere un individuo muy extremista. Buscaremos en la organización más radical. Tal vez, si tenemos suerte, con una llamada bastará.
—¿Sabes cuál es la organización más fanática?
—Creo que sí —dijo el padre Maloney—. Un amigo de mi familia se puso en contacto conmigo hace varios años para intentar rescatar a su hijo de una organización llamada la Hermandad de los Esclavos de María. Yo nunca había oído hablar de ella, y no está muy lejos, en las Catskills, aunque podríamos decir que se halla en otro planeta, de una forma figurada. Por lo visto, es un resurgimiento moderno de una sociedad mariana europea muy fanática del siglo XVII, a la cual el papa Clemente X se sintió obligado a desautorizar algunas prácticas.
—¡Dios mío! —exclamó el padre Karlin—. ¿Qué tipo de prácticas?
—Utilizar cadenas y otros instrumentos de tortura para hacer penitencia por los pecados de la humanidad.
—¡Santo Dios! —añadió el padre Karlin—. ¿Conseguiste rescatar al niño?
—No. Múltiples llamadas telefónicas y hasta una visita en persona no sirvieron de nada. Por lo visto, al crío le encantaba el lugar, o necesitaba algo por el estilo. No sé si continúa allí o no. No he seguido en contacto con la familia, pues mis esfuerzos les decepcionaron.
—¿Aún guardas los números de contacto?
—Sí. Será la primera a la que llamaré. Si el cardenal supiera que la sociedad existe y fuera a visitarla, la clausuraría, por supuesto.
—Menuda ironía, sobre todo si encontramos a alguien que satisfaga las necesidades del cardenal.