10.40 h, sábado, 6 de diciembre de 2008, Nueva York
Tan solo unos diez minutos después de que la conversación con James terminara, llegó Alex Jaszek, el antropólogo. Durante ese breve ínterin, Shawn y Sana continuaron lanzándose mutuamente epítetos. Pese a la alegría del descubrimiento, habían estado discutiendo por los planes nocturnos, hasta que Sana, disgustada, había desaparecido en el laboratorio para echar un vistazo al equipo.
Alex parecía joven para ser un experimentado doctor en antropología, con una barba rala en su rostro juvenil. Tenía la constitución del típico jugador de rugby de instituto, de espaldas anchas y cintura estrecha. Llevaba pantalones cortos caqui y una camisa de franela anticuada.
—¿Era este el aspecto de los huesos cuando habéis levantado la tapa? —preguntó Alex, mientras examinaba el osario.
—Casi —dijo Jack. Él también lo estaba mirando—. Los tres rollos de papiro estaban dentro también. Shawn los ha levantado con cuidado. Tal vez el hueso del muslo se ha movido un poco cuando lo ha hecho, pero hemos tomado muchas fotos.
—Parece un esqueleto completo.
—Eso creemos nosotros también —añadió Shawn.
—Podríais haber sacado los huesos —dijo Alex—. La posición no va a revelarnos nada, puesto que fue enterrado por segunda vez, como estoy seguro de que sabéis. Cuando los osarios se utilizaban, primero dejaban que el cuerpo se descompusiera, después se recogían los huesos y se guardaban en el osario sin seguir ningún orden. De modo que vamos a sacarlos de uno en uno y los dejaremos sobre la mesa, en su posición anatómica general.
Sana salió y se reunió con ellos. Jack se encargó de las presentaciones. Sana estrechó con entusiasmo la mano de Alex, al tiempo que le daba las gracias en tono meloso por haber sacrificado parte de su sábado con el fin de prestarles su extraordinaria experiencia.
Jack intuyó que la exagerada interpretación de Sana tenía como objetivo irritar a Shawn, cosa que sin duda logró. Mientras Sana ayudaba a Alex en el vestuario, Jack intentó sonsacar a Shawn.
—¿Lo de esta noche sigue en pie, o lo dejamos para otro día?
—Ya puedes apostar tu culo a que sigue adelante —replicó Shawn—. No sé qué le pasa a veces. Sea lo que sea, será mejor ponerle fin.
Jack se abstuvo de hacer más comentarios. Levantó un hueso del osario y trató de discernir qué era.
Después de volver del vestuario, Sana continuó cinco minutos más con Alex, quien sin duda estaba encantado por sus atenciones. Pero al ver que Jack y Shawn tenían problemas para decidir la posición anatómica de los huesos, Alex y ella acudieron en su ayuda. Al cabo de varios minutos, Alex se responsabilizó de la tarea por completo, ya que había empezado a hacer comentarios sobre cada hueso a medida que los iba sacando del osario y dando forma al nuevo esqueleto. Terminó al cabo de media hora.
Para Sana, lo más significativo era el cráneo y la mandíbula inferior, porque quedaban algunos dientes en los alveolos. Por su parte, Shawn estaba más interesado en los huesos de la pelvis.
Mientras manipulaba cada fragmento, Alex había comentado de pasada que la mujer había tenido hijos, varios en su opinión.
—Se trata de un esqueleto notablemente intacto —explicó Alex, mientras lo examinaba en su totalidad y ajustaba la posición de algunos huesos—. Observad que hasta los huesos de los meñiques de ambas manos están conservados. Esto es muy singular. En todos los casos de osarios que he tenido el placer de investigar, nunca había sucedido. Jamás he visto juntos los huesos de los dedos. Quien lo hizo demostró un gran respeto por el fallecido.
—Has dicho que era una mujer —señaló Shawn nervioso—. ¿Estás seguro de que es el esqueleto de una mujer?
—¡Por supuesto! Fíjate en los delicados arcos supraciliares —dijo, y señaló el cráneo—. Fíjate en los delicados huesos del brazo y los huesos largos de las piernas. Y si juntamos los huesos púbicos… —Alex levantó los huesos y los juntó como habrían estado en vida—, fíjate en la anchura del arco púbico. No cabe duda de que es una mujer. ¡Ninguna duda!
—Sobre todo porque has dicho que tuvo muchos hijos —dijo Shawn, con una risita satisfecha.
—Es un aspecto sobre el que todavía no puedo pronunciarme.
La sonrisa se desvaneció un poco.
—¿Por qué?
—Los surcos preauriculares son muy prominentes —explicó Jack, al tiempo que levantaba un ilion y lo enseñaba a Alex—. Nunca había visto uno tan grande.
—¿Qué son los surcos? —preguntó Shawn.
Jack señaló las zonas estriadas del borde del hueso.
—Los surcos aparecen después de dar a luz. Estos son los más profundos que he visto en mi vida. Yo diría que tuvo unos diez hijos.
Alex levantó un dedo y sacudió la cabeza para mostrar su desacuerdo.
—La profundidad de los surcos en el ilion y las depresiones en las sínfisis púbicas no son completamente proporcionales al número de hijos que una mujer ha dado a luz.
—Pero suelen serlo —insistió Jack.
—De acuerdo —dijo Alex—. Suelen serlo, lo admito.
—Por lo tanto, el ilion y las depresiones sugieren que tuvo numerosos hijos. No lo demuestra, pero lo sugiere. ¿Estás de acuerdo con eso?
—Sí, Jack, pero también diría que puedes equivocarte. ¿Tenéis alguna idea de la identidad de esta persona y cuántos hijos tuvo? ¿Hay un nombre o una fecha en el osario? ¿Los manuscritos hablan de hijos?
Por un segundo, nadie se movió. Se hizo el silencio, salvo por el zumbido del compresor de un refrigerador al fondo.
—¿He dicho algo que no debía? —preguntó Alex, al percibir la tensión de la atmósfera.
—En absoluto —se apresuró a decir Shawn—. No estamos seguros de la identidad del esqueleto, pero hay una fecha en la tapa del osario. Es 62 d. C., pero no sabemos si se trata de la fecha del fallecimiento o la fecha del segundo entierro. Confiamos en que los manuscritos arrojen alguna luz sobre su identidad, pero todavía no los hemos desenrollado y, por lo tanto, tampoco los hemos leído.
—¿Y la edad de la mujer? —preguntó Sana—. ¿Puedes concretarla?
—Sin demasiada precisión —dijo Alex—. Por desgracia, los huesos no son como los troncos de los árboles, en los que puedes contar los anillos. De hecho, durante toda la vida de un individuo el hueso cambia de manera constante, por eso podemos datarlos mediante la prueba del carbono 14. Tal vez queráis utilizar ese método para fechar los huesos del osario. El tamaño necesario de la muestra es mínimo con las nuevas técnicas.
—No lo olvidaremos —dijo Shawn.
—Si tuvieras que calcular su edad, ¿qué dirías? —preguntó Sana.
—Más de cincuenta para ir sobre seguro. Si quisiera arriesgarme, diría ochenta. Yo creo que es un individuo viejo, basándome en la artritis de los huesos de dedos y pies. ¿Qué dices tú, Jack?
—Creo que tienes toda la razón. Lo único que observo es una leve evidencia de tuberculosis en un par de vértebras, pero, por lo demás, gozaba de buena salud.
—Muy buena salud —admitió Alex.
—Estoy fascinada —dijo Sana—. El cierre hidráulico ha funcionado a la perfección. No era del todo optimista en lo tocante a encontrar ADN, pero ahora sí. Con esos dientes todavía en sus alveolos, y con lo secos que están los huesos, tiene que existir ADN mitocondrial intacto.
—No te hagas ilusiones —advirtió Shawn.
—¿Por qué quieres extraer ADN? ¿Tienes algún objetivo concreto? —preguntó Alex.
Sana se encogió de hombros.
—Creo que será interesante, además de un desafío. Podría ser divertido averiguar de dónde era, hablando desde un punto de vista genealógico. El osario fue encontrado en Roma, pero eso no significa que fuera de Roma, ni siquiera de Italia. En el primer siglo después de Cristo, hubo mucha inmigración debido a la Pax Romana. Y una mujer del siglo I será una interesante aportación a la base de datos mitocondrial internacional.
—¿Cómo vas a hacerlo? —preguntó Alex—. ¿Qué procedimiento vas a seguir?
—Primero, probaré con un hueso —explicó Sana—. Si eso no funciona, utilizaré médula ósea. En ambos casos, no se trata de un procedimiento complicado. Exigirá una limpieza completa de la parte exterior del diente para eliminar cualquier contaminación de ADN. Después, cortaré la corona del diente, extraeré la pulpa seca de la cavidad, la suspenderé con detergente para romper las células, la trataré con proteasas para eliminar las proteínas, y después extraeré el ADN. Una vez tenga el ADN en una solución, la amplificaré con PCR, la reacción en cadena de la polimerasa, la cuantificaré y la secuenciaré. Así de sencillo.
—¿Cuánto tardarás? —preguntó Alex—. Me interesaría seguir el procedimiento, si no te importa.
Sana miró a Shawn, quien asintió de manera casi imperceptible.
—Depende hasta cierto punto del primer paso, que determinará el ritmo. Si existe ADN mitocondrial disponible. En tal caso, tendría que haber terminado en unos días, una semana a lo sumo. Algunas fases funcionan mejor si dejamos que se prolonguen por la noche.
—Bien —dijo Alex, al tiempo que se levantaba y daba una palmada a Sana en la espalda—, quiero daros las gracias a todos por pensar en mí. Ha sido una mañana estupenda. —Sus ojos se posaron sobre los tres rollos, cuando se dirigía hacia el vestuario para quitarse el traje protector. Se detuvo y miró a Shawn—. Me he concentrado tanto en el esqueleto, que he olvidado preguntarte sobre los rollos. ¿Qué piensas hacer con ellos?
—Leerlos —dijo Shawn, algo celoso por la aparente familiaridad del joven con su mujer—. Pero primero tengo que desenrollarlos, que no será tarea fácil. Están, y perdona el juego de palabras, más secos que un hueso, y son muy frágiles.
—¿Están hechos de papiro? —preguntó Alex. Se inclinó y los examinó con detenimiento. No se atrevió a tocarlos.
—Son de papiro, sí —contestó Shawn.
—¿Será fácil desenrollarlos?
—Ojalá —dijo Shawn—. Será un procedimiento penoso, porque tendré que desenrollarlos milímetro a milímetro. Podrían desintegrarse en miles de fragmentos diminutos, y encima, debemos ser cautelosos.
Todo el mundo rió, incluido Shawn.
—Qué chico más agradable —dijo Sana después de que Alex se fuera, y continuó para sí—: Comparado con mi marido.
—Ah, te habías dado cuenta —se burló Shawn en voz alta, y después añadió—: Sé muy bien lo que te propones, y no pienso hacer caso. No voy a ponerme celoso. No vale la pena cabrearse, y no pienso concederte esa satisfacción.
—¡Vale, chicos! —interrumpió de repente Jack, al tiempo que daba una sonora palmada para llamar la atención de todo el mundo—. ¡A trabajar! Vamos a prepararlo todo para que podáis poner manos a la obra. Me muero de impaciencia por saber si vais a conseguir efectuar una identificación positiva de estos huesos. Pero os advierto que si continuáis peleando, me largo, y me borras de la lista de tu cena, y si yo no voy, creo que James tampoco irá, y ¡adiós fiesta!
Por un momento, Sana y Shawn se fulminaron con la mirada. Después de varios segundos, Sana echó la cabeza hacia atrás y rió.
—Dios, somos como un par de crios.
—¡Habla por ti! —replicó Shawn. No le gustaba la nueva Sana.
—Lo estoy haciendo. Creo que estamos empezando a parecemos demasiado, como un perro y su amo.
Ahora le tocó reír a Shawn.
—¿Y cuál es el perro?
—Eso es fácil saberlo, por la forma en que ladras últimamente —bromeó Sana, todavía sonriente. Se volvió hacia Jack—. Él sabe que, antes de invitar a alguien a cenar, lo debe consultar conmigo. Si no se lo he dicho una docena de veces, no se lo he dicho ninguna.
—Tú siempre has de decir la última palabra —replicó Shawn.
Jack se interpuso entre marido y mujer, y pidió tiempo con el gesto empleado en los partidos de baloncesto.
—¡Basta! —dijo—. Basta de haceros la puñeta mutuamente. ¡Sois patéticos! Calmaos y pongamos manos a la obra.
—Voy al Home Depot —dijo Shawn con brusquedad—. ¿Puedes echarme una mano, Jack?
—Puede que necesite unos alicates —dijo Sana—. Dejadme ver si alguno de los caninos sale con facilidad. —Levantó la calavera y tiró del canino derecho, que se encontraba en muy buen estado. El diente salió con facilidad, acompañado de un leve ruido seco—. Ha sido fácil. No, no necesito alicates.
—Un puñado de láminas de cristal cilindrado —dijo Shawn—. Y un pequeño humedecedor sónico que pueda emplear para lanzar una diminuta ráfaga de vapor de agua a donde yo quiera. Ya tengo en la mochila varios pares de tenacillas como las que utilizan los filatélicos. Desenrollar estos pergaminos no va a ser fácil. Los papiros se desmenuzarán, de modo que tendré que protegerlos de inmediato debajo de un cristal. Por lo que yo sé, como dije a Alex, los papiros pueden desintegrarse y convertirse en una especie de rompecabezas. No sé qué esperar, si queréis que sea sincero.
—Mientras vosotros vais al Home Depot, yo iré al laboratorio y empezaré mi parte del proyecto —dijo Sana, mientras blandía el canino—. Cuanto antes lo meta en un sonicator con el detergente, antes cortaré con la sierra la corona para llegar a la pulpa dentaria.
—¿Vais a portaros bien esta noche? —preguntó Jack—. ¿La fiesta sigue en pie, o qué?
—Pues claro que sigue en pie —dijo Sana—. Espero que nuestras discusiones no te incomoden. Prometemos ser buenos. Es que me molesta que Shawn no me consulte antes de invitar gente a casa. Me gusta cocinar y pocas veces tengo ocasiones, de modo que esta noche voy a disfrutar. De hecho, en cuanto extraiga la pulpa dentaria de la incubadora para que se seque esta noche, me iré de compras para preparar algún manjar delicioso, con la esperanza de que James y tú lo disfrutéis. Nos lo pasaremos bien, siempre que Shawn y James se comporten.
—De acuerdo. Me has tranquilizado —dijo Jack—, pero he de consultar con mi mujer para saber si le sabe mal que vaya. Tenemos un bebé recién nacido, y lo está cuidando a todas horas.
—Un recién nacido, qué bien —dijo Sana, sin la emoción que habrían expresado la mayoría de mujeres jóvenes. Tampoco invitó a la madre o al bebé—. No creo que vaya a negarte una noche con tus viejos amigos de la universidad.
—Es más complicado de lo que crees —explicó Jack, sin entrar en detalles.
—Bien, comprenderemos que no vengas —dijo Shawn—, pero espero que lo hagas. Lo que hemos descubierto en el osario es increíble, y me va a gustar atormentar a su Excelencia James.
—No te pases, por favor —rogó Jack—. Está muy preocupado por el asunto y sus posibles repercusiones.
—No me extraña —repuso Shawn.
—Yo no sería tan optimista —advirtió Jack—. James está casado con la Iglesia. Su fidelidad es tremenda.
Una vez cumplida su misión en el Home Depot, con lo que parecía una tonelada de placas de cristal en el maletero del taxi, Jack intentó convencer de nuevo a Shawn de que tratara bien a James aquella noche, y le recordó que le quedaba un largo trecho para demostrar que había descubierto los huesos de la Virgen María.
—No lo he demostrado —admitió Shawn—, pero estamos muy cerca, diría yo, ¿no?
—No —contestó Jack.
—Te lo explicaré de otra manera: si presentara esta historia tal como la conocemos hoy, combinando la carta de Saturnino con el hecho de que el osario se encontraba donde él lo había ubicado, incólume durante casi dos mil años… Si presentara esta historia, la carta y el osario en Las Vegas y preguntara a los corredores de apuestas si tenía en el bote a la Virgen María, ¿qué probabilidades crees que me concederían?
—¡Basta! —replicó Jack—. No son más que ridiculas suposiciones.
—¡De modo que así están las cosas! —exclamó de repente Shawn—. Estás del lado de James, como en la universidad. Hay cosas que no cambian nunca.
—No estoy del lado de nadie. Estoy de mi lado, justo en el centro, siempre intentando mantener la paz entre dos testarudos sin remedio.
—James era el testarudo, no yo.
—Perdón. Tienes razón. Tú eras el cabeza de chorlito.
—Y tú el capullo. Me acuerdo bien —dijo Shawn—. Y como capullo, casi siempre te ponías de parte del testarudo, como sin duda sucederá esta noche. Te advierto que esta noche pienso desquitarme. Durante todas nuestras discusiones de estos años, siempre llegábamos a un punto en que James jugaba su mejor carta: ¡la fe! No me lo puedes discutir. Bien, esta noche revisaremos un par de aquellas discusiones, solo que esta vez los hechos me respaldarán. Será divertido, te lo prometo.
De pronto, los dos amigos sentados en la parte posterior del taxi se miraron e intercambiaron una sonrisa. Después, se pusieron a reír.
—¿Es esto posible? —preguntó Shawn.
Jack sacudió la cabeza.
—Nos estamos portando como adolescentes.
—Como crios, diría yo —rectificó Shawn—. Solo me estaba desfogando. No te preocupes, trataré bien a James esta noche.
El taxi frenó ante el edificio de ADN del IML, y Jack entró corriendo para pedir a los guardias que llevaran una carretilla a la zona de carga y descarga. Jack y Shawn llegaron al mismo tiempo, descargaron las placas y las depositaron en el carrito. Jack dio una palmada sobre la última pila.
—El cristal no parece gran cosa cuando miras a su través, pero te aseguro que pesa un huevo.
Shawn asintió, mientras se pasaba el dorso de la mano sobre la frente sudorosa.
—¿Puedo confiar en que conseguirás descargar esto arriba? —preguntó Jack, con la mano todavía apoyada sobre el cristal.
—Ningún problema —respondió Shawn con tono seguro—. La señorita Independencia Flirteante me echará una mano.
—Yo no me enfadaría con Alex —dijo Jack—. Es una persona muy abierta y cordial. Todo el mundo le cae bien, y cae bien a todo el mundo.
—No tengo ningún problema con Alex. Mi problema es que no sé lo que quiere Sana. ¿Sabes a qué me refiero? Su pelo, por ejemplo. Era largo y adorable, y le dije que no se lo cortara, pero va y se lo corta. Le digo que haga pequeñas tareas domésticas, como planchar mis camisas: me dice que trabaja tanto como yo. Le digo que yo quitaré la nieve con la pala y sacaré la basura. ¿Sabes lo que contesta?
—No tengo ni idea —contestó Jack, con la esperanza de que su tono transmitiera el mensaje de que ni lo sabía ni le importaba.
—Dice que quiere cambiar las tornas: yo me encargo de planchar, y ella de la basura y la nieve. ¿Te lo imaginas?
—Lo siento —dijo Jack, que no quería enzarzarse en una discusión sobre problemas matrimoniales—. Repíteme tu dirección —dijo para cambiar de tema.
—Calle Morton, cuarenta. ¿Sabes cómo llegar?
—Vagamente —admitió Jack. Sacó una libretita y anotó la dirección—. De acuerdo. A menos que mi mujer tenga otros planes, estaré allí a las siete. ¿Qué vais a hacer mañana? ¿Trabajaréis? Si lo hacéis y no os importa, me gustaría dejarme caer por aquí para ver cómo van las cosas.
—Ya te lo diré. Quizá Sana quiera dormir hasta tarde. En cuanto a mí, estoy demasiado nervioso, de modo que vendré a trabajar. Quiero saber lo antes posible qué dice Simón el Mago, a ver si podemos redimirle. Siempre me he preguntado si fue un chivo expiatorio. La Iglesia del siglo I estaba sumida en tal caos que necesitaba echar las culpas a alguien, y allí estaba el pobre Simón el Mago y su deseo de ser un curandero más eficaz, y, por supuesto, sus amiguetes gnósticos.
—¿Estás seguro de que te las podrás arreglar con los cristales? —preguntó Jack mientras se alejaba. Estaba ansioso por ir a casa y saber si podría asistir a la fiesta, con la esperanza incluso de convencer a Laurie de que se ausentara unas horas de casa. Sabía que sería difícil, pero de todos modos lo intentaría.
—Sana y yo nos las arreglaremos bien —dijo Shawn, al tiempo que desechaba las preocupaciones de Jack con un ademán—. Hasta la noche.
—Eso espero —dijo Jack, y levantó ambos pulgares. Cada vez más nervioso y con cierto sentimiento de culpa porque pasaba un poco de mediodía, Jack corrió hacia el edificio principal del IML de la calle Treinta con la Primera Avenida. Resistió la tentación de subir a su despacho, cogió la bicicleta, saludó con un gesto a los de seguridad y pedaleó hacia la parte alta de la ciudad.
Una vez encima de su bicicleta, se sintió mejor al saber que llegaría a casa al cabo de media hora, y que existía la leve posibilidad de aplacar su sentimiento de culpa si podía sacar de casa a Laurie. Si J. J. tenía un mal día, eso no sucedería, pues Laurie se resistiría a abandonar al pobre niño en las manos relativamente incapaces de Jack. Dejando aparte los problemas emocionales personales, Jack admitía que no se encontraba a gusto con niños enfermos, como habían demostrado de sobra sus turnos en pediatría durante el tercer año de carrera en la facultad de medicina.
El estado de ánimo de Jack fue mejorando, porque el tiempo era casi perfecto, con un cielo cristalino de color zafiro y una temperatura agradable para Nueva York a mediados de diciembre. Reinaba en el ambiente una atmósfera festiva, pues la ciudad estaba abarrotada de gente que iba a hacer sus compras de Navidad.
La ruta de Jack le permitió pasar por delante del zoo de Central Park, atestado de niños y padres. Jack notó de repente un nudo en la garganta, mientras se preguntaba si algún día podría ir con J. J. a ver a los animales. Un poco más adelante, a la altura de un bonito parque infantil con un tobogán de granito pulido, Jack paró un momento para ver a los niños chillar, aullar y reír. Su alegría era contagiosa, y casi asomó una sonrisa en el rostro de Jack cuando recordó su eufórica niñez. No obstante, un momento después, el neuroblastoma de J. J. invadió sus pensamientos, así como la angustiosa pregunta de quién iba a triunfar, si el poder místico del cuerpo de J. J. para curarse con la ayuda de la medicina moderna, en el caso de que pudiera reincorporarse a dicha medicina, o el poder igualmente misterioso de las células del neuroblastoma inducido por el ADN: un enfrentamiento clásico entre el bien y el mal.
Jack sintió que se le formaba otro nudo en la garganta, saltó sobre su bicicleta y pedaleó furiosamente para despejar su mente. Por suerte, gracias al tiempo más propio de la primavera, pronto se vio rodeado de una masa de ciclistas, corredores, patinadores en línea, patinadores sobre ruedas y simples transeúntes, de manera que pensar era difícil si no quería atropellar a alguien.
Jack salió del parque a la calle Ciento seis. Mientras pedaleaba, vio con claridad su casa, que se distinguía por ser la única de la manzana restaurada por completo. Entonces, vislumbró algo de lo que se arrepintió al instante: sus vecinos calentando en la cancha de baloncesto del parque. Incapaz de resistir la tentación, Jack saltó el bordillo y se detuvo ante la valla de tela metálica.
En cuanto Jack paró, uno de los jugadores corrió hacia él. Se llamaba Warren Wilson, y era el mejor jugador. Durante los años transcurridos desde la llegada de Jack a la ciudad, se habían hecho muy amigos.
—Hola, tío, ¿vienes a jugar? Aún hay sitio para uno.
—Me encantaría —dijo Jack—, pero Laurie ha estado encerrada en casa con J. J. y debo ir a relevarla. Me comprendes, ¿verdad?
—Sí, por supuesto. Nos vemos luego.
Jack vio a Warren reunirse de nuevo con el grupo. Dio la vuelta a la bicicleta de mala gana y se dirigió al otro lado de la calle. Cargó la bicicleta al hombro y subió los peldaños delanteros.
Después de abrir la puerta, Jack asomó la cabeza y escuchó. No oyó sollozos. Entró con la bicicleta, la dejó en su armario y subió las escaleras.
Mientras lo hacía, oyó ruidos reveladores en la cocina. Cuando entró, supuso que vería al bebé en su cuna y a Laurie delante del fregadero, como la noche anterior.
—¡Hola, querida! —llamó, y vio a Laurie con el rabillo del ojo cuando se acercó a dar un beso a J. J. en la cuna. En aquel momento tuvo que mirar dos veces, porque J. J. no estaba.
—¿Dónde está el niño? —preguntó con cierta preocupación, pues se trataba de una situación nueva.
—Está durmiendo —anunció Laurie complacida—. Y como esta noche he dormido bastante bien, he pensado adelantar la cena. Todo un lujo.
Todo un lujo, pensó Jack, pero no dijo nada. Se acercó a Laurie, rodeó su cintura con ambos brazos por detrás y la sacó de la cocina, recorrió el corto pasillo y entraron en la sala de estar. La obligó a sentarse en uno de los canapés, tapizado con una tela a cuadros amarillos y verde claro. Jack se sentó enfrente.
—Necesito hablar contigo —dijo con voz autoritaria.
—De acuerdo —respondió Laurie, mientras miraba a Jack de reojo. La situación se le antojaba poco habitual, y no sabía si debía preocuparse. No podía discernir las emociones de Jack, aunque intuía que no era del todo él—. ¿Todo bien en la oficina?
Jack vaciló un momento, sin saber por dónde empezar. No había pensado en lo que iba a decir. Por desgracia para Laurie, cada minuto de silencio aumentaba su preocupación por lo que intentaba expresar.
—Tengo que pedirte algo —dijo Jack—. Algo que me hace sentir muy culpable.
Laurie respiró hondo y notó que sus extremidades se paralizaban.
—¡Espera! —dijo con un toque de desesperación, y su mente revivió el curioso incidente del móvil en el cuarto de baño—. Si vas decirme que tienes un lío, no quiero saberlo. ¡No podría soportarlo! Ya tengo bastante con lo que estoy aguantando, y a veces no estoy segura de si estoy preparada para ello.
Le emoción espoleó aquellas palabras, y Laurie tuvo que reprimir las lágrimas. Jack saltó al instante para sentarse a su lado. La rodeó con un brazo.
—No tengo ningún lío —dijo Jack, asombrado por la insinuación—. Lo que quería pedirte es si te importa que vaya a cenar esta noche con dos amigos de la universidad. A uno ya lo conoces, Shawn Daughtry.
—¿El arqueólogo? —preguntó aliviada Laurie, mientras las lágrimas brillaban en sus ojos—. El arqueólogo de la mujer aduladora.
—Exacto —dijo Jack.
Sorprendido por la idea de que Laurie pudiera pensar que tenía una amante, su mente derivó hacia la promesa hecha a James. Había jurado no hablar de la posibilidad de que hubieran descubierto los huesos de la Virgen María, pero no de la existencia del osario. Nadie se había preocupado por el hecho de que Alex Jaszek conociera la existencia de la reliquia. Jack quería compartir algo significativo con Laurie, con el fin de eliminar por completo su preocupación acerca de que tuviera un lío amoroso.
—Anoche te dije que iba a abandonar mi cruzada contra la medicina alternativa, aunque necesito una distracción. Bien, gracias a un golpe de suerte, la distracción me ha caído literalmente sobre el regazo.
—Maravilloso —dijo Laurie, que aún intentaba recuperar su compostura—. Me alegro. ¿Qué es?
Jack le contó la historia del osario desde el principio y, tal como había adivinado, fascinó y cautivó a Laurie, incluso sin mencionar la posible relación con la Virgen María.
—No tenía ni idea de que conocieras al arzobispo de Nueva York —dijo Laurie, muy sorprendida.
—Forma parte de la antigua vida que he intentado olvidar —explicó Jack—. De hecho, me sorprendió que Shawn no hablara de él cuando cenamos con él y su mujer.
—Me intriga —dijo Laurie—. Pero da igual. Lo considero asombroso, como toda la historia del osario y los manuscritos. Ardo en deseos de saber más.
—Yo pensé lo mismo. Como distracción, no habría podido pedir una mejor. Si creyera en un Dios misericordioso, pensaría que ha sido un regalo del cielo.
Jack sonrió para sí, al darse cuenta de la verdad de sus palabras.
—Te pido perdón por haber pensado que tenías una amante —murmuró Laurie—. No soy la misma de antes.
—No hace falta que te disculpes —contestó Jack—. Ninguno de los dos somos como antes, sobre todo yo.
—Claro que puedes ir a cenar esta noche —dijo Laurie—, con mi bendición.
—Gracias —dijo Jack—, pero eso me hace sentir todavía más culpable. ¿Lo entiendes? —Sí.
—Y comprenderás que me gustaría que me acompañaras —añadió Jack, mientras reprimía el pensamiento de arrepentirse de haber tenido un hijo, sobre todo porque había sido necesaria la fertilización in vitro.
—Pues claro que lo comprendo, y en circunstancias diferentes me encantaría ir, aunque solo fuera para conocer al arzobispo.
—Conocerás al arzobispo —dijo Jack—. Sobre todo porque especificó que tenía muchas ganas de conocerte.
»Bien, ahora que está solucionado el problema de la cena, hay otra cosa que quiero pedirte. Hace un día precioso, y como J. J. está dormido, ¿por qué no sales a tomar un poco el aire?
Una amplia sonrisa iluminó el rostro de Laurie.
—Agradezco tu preocupación, pero estoy bien.
—Venga ya. Hace días que no sales. El sol está reluciente y las temperaturas han subido bastante.
—¿Adónde voy a ir? —preguntó Laurie con un encogimiento de hombros.
—Eso da igual —la animó Jack—. Ve a pasear al parque, a comprar regalos de Navidad, a ver a tu madre. Disfruta de un poco de libertad.
—J.J. sabrá que me he ido en cuanto salga por la puerta. Me moriré de preocupación.
—No confías mucho en mí.
—¿Como pediatra? Pues no. Escucha, me siento afortunada por poder estar en casa todo el día con J. J. Sería mucho más duro si tuviera que volver a trabajar y confiar sus cuidados a otra persona. Piénsalo desde ese punto de vista. Tú estás posibilitando que yo haga lo que más deseo, que no es quedarme encerrada.
—¿Lo dices en serio?
—Sí. No es fácil en estos momentos, pero podremos reiniciar el tratamiento pronto. Y cuantos más esfuerzos hago, más confianza tengo en el resultado final.
—De acuerdo —repuso Jack.
Ojalá pudiera compartir su optimismo. Le dio un apretón en el brazo, se puso en pie y caminó hacia la ventana. Warren y los demás estaban jugando su primer partido, corriendo de un lado a otro de la cancha de baloncesto.
—Creo que iré a jugar a baloncesto un rato —dijo Jack.
—Buena idea, siempre que no te lesiones —bromeó Laurie—. No me gustaría tener otro paciente en casa.
—Procuraré no olvidarlo —dijo Jack antes de subir a cambiarse.