17.05 h, viernes, 5 de diciembre de 2008, Nueva York
Jack bajó en ascensor al primer piso del museo, muy impaciente y entusiasmado. Aunque el vestíbulo seguía tan abarrotado como antes, Jack apenas se fijó en la gente. Pensó en lo estupendo que había sido ver a dos de sus mejores amigos de una época de su vida en la que había disfrutado tanto, y sobre todo reunirse con ellos mientras aquella historia fascinante se desarrollaba. Jack no podía recordar otra ocasión en que hubiera deseado más que el tiempo pasara y las preguntas obtuvieran respuesta. El único elemento dudoso era la propensión de sus dos amigos a enfrentarse. Jack albergaba la inquietante sensación de que una vez más tendría que ser el árbitro que dirimiera un serio conflicto entre los dos hombres, tal como había hecho en la universidad, cada uno convencido de la validez incuestionable de su postura. Poco sabía Jack hasta qué punto demostraría ser su intuición profética y mortífera.
Jack regresó a casa a toda prisa, espoleado por el aire frío. Procuró generar el máximo calor corporal posible y pedaleó con todas sus energías. Al cabo de un cuarto de hora había atravesado el parque y llegado a la calle Ciento seis, en dirección a su casa, un apartamento en el cuarto piso de un edificio sin ascensor que Laurie y él habían remozado hacía poco. Justo al otro lado de la calle había un parque que Jack había restaurado a sus expensas. Cuando se detuvo, echó un vistazo a la cancha de baloncesto a la que había dotado de iluminación. Estaba cubierta de brillantes charcos negros de agua de lluvia, lo cual significaba que aquella noche no habría partido.
Apoyó la bicicleta sobre su hombro, subió los ocho escalones del porche y entró. Echó un vistazo a la mesa consola y al espejo que había encima. No había ninguna nota esperándole, para informar de que Laurie y el niño estaban durmiendo.
Jack fue incapaz de decidir si prefería que hubiera nota o no. Cuando había nota, al instante se sentía solo. Cuando no, tenía que hacer acopio de valor para contener sus sentimientos al saber que el niño había pasado un mal día.
—Estamos aquí arriba —gritó Laurie desde la cocina.
Jack se sintió aliviado, pues la voz de Laurie sonaba menos tensa que de costumbre. Tal vez había sido un día bueno. Cuando el día había sido malo, Jack lo notaba en su tono.
Después de guardar la bicicleta en el armario hecho a medida del vestíbulo y colgar su chaqueta de cuero, se quitó los zapatos, se puso las zapatillas y subió. Tal como había esperado, Laurie y J. J. estaban en la cocina. En apariencia, parecía una escena doméstica normal. J. J. estaba tumbado de espaldas en la cuna, con las manos extendidas hacia el móvil colgado sobre él. Salvo por sus ojos algo saltones y las ojeras oscuras, parecía un bebé como cualquier otro. Laurie estaba en el fregadero, preparando alcachofas para la cena. Salvo por su piel pálida y las ojeras, que rivalizaban con las de J. J., tenía un aspecto estupendo. Su lustroso pelo castaño lanzaba destellos rojizos.
—¡J. J. me ha dejado tomar una ducha! —dijo, al advertir que Jack la estaba mirando—. Hoy ha sido el mejor día de toda la semana. Es como si hubiera estado de vacaciones.
—Fabuloso —dijo Jack.
Laurie se enjuagó las manos y las secó sobre el delantal, mientras se acercaba a Jack y lo estrechaba entre sus brazos. Durante todo un minuto, marido y mujer permanecieron abrazados, diciendolo todo sin palabras. Laurie fue la primera en separarse, y dio un beso en los labios a Jack. Después, volvió al fregadero y a las alcachofas.
—¿Cómo te ha ido el día? —preguntó—. ¿Cómo va tu cruzada?
Jack pensó un momento en lo que iba a decir. El día había sido irritante y jubiloso al mismo tiempo. Había pasado de discutir con Lou y Vinnie a comer con el arzobispo, y después a encontrarse con Shawn en el Metropolitan Museum of Art.
—¿Se te ha comido la lengua el gato?
—Ha sido un día muy completo —dijo Jack, pero no supo continuar. Su promesa a James de no contar a Laurie lo del osario le ponía en un apuro, porque era lo único que deseaba decir. No quería recordar su vergonzoso comportamiento con Lou Vinnie, y si hablaba de Shawn y del museo, tendría que sacar a colación el osario.
—Bien, ¿completo para bien o completo para mal?
—Un poco de todo.
Laurie apoyó las manos sobre el borde del fregadero.
—Deduzco que no quieres hablar de tu día.
—Más o menos —dijo Jack, evasivo. Se sentía acorralado—. He renunciado a la idea de la cruzada.
—¿Por qué?
—Nadie quiere oír críticas contra la medicina alternativa, al menos la gente que la utiliza, y hay muchísima gente que la utiliza. La única manera de influir en su opinión sería acumulando montones y montones de casos, cosa que no voy a poder conseguir. Estoy seguro de que hay cientos de casos en los archivos del IML, pero no hay forma de acceder a ellos. Es perder el tiempo. El mayor problema es que la cruzada no consigue que deje de obsesionarme con ya sabes quién.
—Supongo que puedo entenderlo, pero parecía una buena idea cuando me hablaste de ella el lunes por la noche. Lo siento.
—No ha sido culpa tuya.
—Lo sé, pero de todos modos lo siento. Sé que necesitabas una distracción. A mí también me iría bien una.
Jack se encogió al oír el comentario de Laurie, el cual exacerbó su culpa omnipresente por no compartir la carga de la enfermedad de J. J.
—Ya me lo imagino —dijo—. ¿Quieres reconsiderar la idea de volver al trabajo, con una enfermera en casa, al menos a tiempo parcial?
—¡De ninguna manera! —exclamó Laurie con cierta irritación—. No he sacado a colación el tema para que nos enzarcemos en una discusión.
—Vale, vale —repitió Jack, con el fin de transmitir el mensaje sin ambigüedades.
—¿Alguien ha dicho algo sobre J. J. desde que hablaste ayer con Bingham y Calvin?
—Nadie, excepto Bingham.
—Estupendo. Tal vez mantendrán su palabra y respetarán nuestra privacidad.
Jack se acercó a la cuna y miró a su hijo. Ansiaba agacharse, levantarlo y apretarlo contra su pecho, para sentir los latidos de su corazón, para notar su calor y percibir su dulce olor, pero no se atrevió.
Existían motivos más prácticos de que se resistiera a levantarlo, porque sin duda empezaría a llorar. Jack creía que los tumores diseminados de J. J. le causaban dolores tremendos, que parecían agravarse cuando le levantaban.
—Hoy se ha portado como un machote —dijo Laurie, mientras miraba a Jack—. Espero que sea el principio de una nueva tendencia, porque la semana ha sido muy dura.
—¿Y si pruebo a levantarlo? —preguntó Jack, que se derritió cuando vio que J. J. le estaba sonriendo.
—Bien… —murmuró Laurie—. Tal vez sería mejor dejarle en paz, ahora que está tranquilo.
—Ya me lo temía —dijo Jack, aliviado.
Se alejó de J. J., con sentimiento de culpabilidad. Se puso detrás de Laurie y le masajeó los hombros. Ella cerró los ojos y se recostó contra las manos de Jack.
—Te concedo media hora hasta que pares —ronroneó.
—Te lo mereces. Siempre me asombra tu paciencia con J. J. y también me siento agradecido. No quiero repetirme, pero creo que yo sería incapaz.
—Tu situación es diferente. Ya has perdido dos hijos.
Jack asintió. Laurie tenía razón, pero no quería pensar en eso.
—Es una pena que haya llovido tanto —dijo Laurie—. Supongo que te ha estropeado el partido de baloncesto de esta noche.
—Suele pasar —dijo Jack, que empezaba a sentirse deprimido. Siempre ansiaba la llegada del viernes por la noche para jugar a baloncesto. Para no obsesionarse con la desilusión, concentró sus pensamientos en la nueva distracción: el osario y la idea de que, a la mañana siguiente, él y los demás averiguarían qué había dentro. De pronto, recordó que había prometido llamar a James después de ver a Shawn.
Jack dio a Laurie un apretón final.
—Creo que voy a darme una ducha. ¿A qué hora cenaremos, siempre que no te interrumpan?
—No puedo hacer planes por anticipado —bromeó Laurie—. Disfruta de tu ducha y luego baja. Como de costumbre, dependerá del mequetrefe y de la duración de esta amnistía.
Jack subió la escalera, maravillado de la actitud de Laurie. Pese a todo lo que había padecido después del diagnóstico de J. J., y todo lo que debería aguantar todavía, aún era capaz de hacer de tripas corazón y fingir que todo era normal.
—Ojalá yo fuera tan generoso —murmuró para sí Jack.
Ya dentro del cuarto de baño, y debido a que se sentía un poco culpable, como si estuviera implicado en alguna especie de conspiración, Jack cogió el móvil para llamar a James. No quería hacerlo delante de Laurie, pues eso provocaría una lluvia de preguntas, a las que no podría contestar sin violar su promesa.
—¡Mi salvador! —bromeó James, cuando vio que el nombre de Jack aparecía en su pantalla de LCD.
—¿Es un buen momento para hablar? —preguntó Jack. Lamento no haber llamado antes. Acabo de llegar a casa.
—He estado rezando, pero Él comprenderá si me tomo un descanso, puesto que tú eres una de mis oraciones. Cuéntame qué ha pasado. ¿Cuándo va a abrir el osario?
—Fui a verle al Metropolitan. Me interesaba ver la carta de Saturnino.
—¿Parecía auténtica?
—Mucho —dijo, Jack, y después hizo una pausa. De pronto, oyó los sollozos de J. J., cada vez más intensos. Presa del pánico, se dio cuenta de que Laurie se estaba acercando—. ¡Espera un momento, James!
Se alejó de la pica del lavabo, en la cual se había apoyado. Con una creciente sensación de culpabilidad, y sin soltar el móvil, abrió la puerta justo cuando Laurie llegaba con el niño lloriqueante. J. J. estaba chillando y tenía la cara congestionada.
La expresión de Laurie reflejaba su exasperación.
—Cambio de planes —dijo, mientras mecía al bebé con dulzura—. Creo que pediremos comida para llevar. Tendrás que ir corriendo a Columbus Avenue después de la ducha.
Jack asintió, y vio que ella miraba intrigada el móvil que sostenía en la mano. Jack lo levantó.
—Una llamada rápida a alguien sobre los planes de mañana.
—Ya veo —dijo Laurie—. ¿Por qué en el cuarto de baño?
—Cuando iba a ducharme, recordé que antes debía llamar a esta persona.
—Vale —dijo Laurie—. J. J. y yo nos acostaremos en el dormitorio.
Se alejó por el pasillo.
—Me iré en cuanto salga de la ducha —dijo Jack.
Cerró la puerta, mientras se preguntaba si tendría que dar más explicaciones. Volvió al teléfono y pidió disculpas a James.
—Lamento parecer tan impersonal. Te lo explicaré la próxima vez que te vea.
—Eso sonaba como un recién nacido.
—Cuatro meses.
—No me digas. ¡Felicidades!
—Gracias. Bien, volvamos a Shawn y a la carta. Como ya he dicho, parecía auténtica porque su aspecto era muy antiguo, con los bordes tan ennegrecidos como si se hubieran quemado. No he entendido nada, por supuesto, porque estaba escrita en griego.
—No esperaba que fueras capaz de entenderla —dijo James—. ¿Se ha sentido complacido por haber obtenido permiso del IML para utilizar el laboratorio de ADN?
—Estaba exultante.
—¿Cuándo empezarán?
—Mañana. De hecho, me sorprende que no se haya puesto en contacto contigo. Me ha dicho que iba a dejarse caer por la residencia para recoger el osario, y después nos encontraríamos delante del edificio de ADN antes de las ocho.
—Muy típico de Shawn —dijo James—. Pensar en los demás nunca ha sido su fuerte. Le llamaré en cuanto colguemos.
—Está muy emocionado por el descubrimiento. Lo considera su sendero hacia la gloria, y desea que la Iglesia se lleve su merecido. Creo que está convencido de que, si la Iglesia está equivocada con relación a la Virgen María, también lo puede estar respecto a otras materias.
—Estoy de acuerdo, pero también confío en su fuerte sentido de la ética, pese a su dudosa moralidad. Entre otros temas, él y yo hemos discutido arduamente sobre el sexo, que él considera un regalo para la humanidad a cambio del peso de tener que esperar la muerte. Cree que deberíamos disfrutar del sexo, y se rebela contra la Iglesia por su propensión a etiquetar como pecado cualquier aspecto del sexo más allá de la estrecha interpretación del papel procreador. Pero sabe distinguir el bien del mal en otras parcelas, por eso confío en que se dé cuenta de que no puede demostrar que los huesos del osario son los de la Virgen María. La carta de Saturnino es muy sugerente, pero, como ya hemos hablado, todo descansa sobre Simón el Mago. ¿Dijo la verdad Simón a Saturnino? Nadie lo sabe, y nadie lo sabrá.
—¿Qué sabes del Evangelio de Simón, que Shawn espera encontrar en el osario?
—¿Qué pasa con él? —preguntó James vacilante.
—¿Y si habla de ese tema en concreto?
—No he pensado en ello —reconoció James—. Supongo que es una posibilidad. Eso complicaría las cosas. —Siguió un momento de silencio—. Se supone que me estás ayudando, no al revés —añadió, con una carcajada nerviosa.
—Lo siento —dijo Jack—, pero piensa en esto: Saturnino dijo algo acerca de que Simón estaba decepcionado porque los huesos no le habían transmitido el poder de curar. Eso significa que Simón estaba convencido de la autenticidad de las reliquias.
—¡Vale, ya está bien! —suplicó James—. En este momento, consigues que me sienta cada vez más inseguro. Aunque lo que dices sea cierto, tal vez se trate de simples rumores.
—Cuando dices algo semejante, estás buscando un tecnicismo. El osario se abrirá mañana. Esperemos a ver qué contiene. Podrían ser huesos de vaca y un manuscrito más ficticio que otra cosa.
—Tienes razón —concedió James—. Mi angustia me hace imaginar lo peor.
—He preguntado a Shawn si le importaría que los acompañara como observador, y ha dicho que sería bienvenido. También le he preguntado si querría aprovechar el nuevo departamento de antropología del IML, y ha dicho que sí, siempre que nadie supiera la identidad del individuo.
—¿Significa eso que los huesos podrán ser identificados como humanos, y que se determinará el sexo al instante?
—Si un antropólogo los ve, sin problemas.
—Si estás con él, ¿me llamarás en cuanto puedas?
—¡Por supuesto! Confío en poder tranquilizarte.
—¡Oh, días de gloria! Rezaré para que sea tal el caso.
Después de despedirse, Jack colgó. Abrió la puerta del cuarto de baño. J. J. continuaba llorando, con más insistencia que antes. Una vez más, sería comida rápida, y una velada penosa.