16.21 h, viernes, 5 de diciembre de 2008, Nueva York
El cielo estaba despejado y el sol avanzaba hacia el oeste cuando Jack salió del IML y se encaminó hacia el norte por la Primera Avenida. La temperatura se había desplomado, y las mejillas le ardían cuando seguía el tráfico hacia la parte alta de la ciudad.
En la calle Ochenta y uno giró al oeste, y no tardó en tener el Metropolitan Museum of Art frente a él.
Con su fachada neoclásica color canela, iluminada brillantemente en contraste con el negro carbón de Central Park, el enorme edificio dejó sin aliento a Jack un instante. Como había caído la noche, parecía una joya sobre un cuadrado de terciopelo negro.
Jack consultó su reloj. Eran las cinco menos cuarto en punto. Subió a toda prisa la escalinata y entró en el famoso museo, mientras se preguntaba por qué no aprovechaba sus tesoros. Se dio cuenta, con cierto sentimiento de culpa, de que no recordaba la última vez que había pisado el edificio.
El enorme vestíbulo de múltiples pisos estaba abarrotado de gente. Jack tuvo que esperar ante una gran cabina de información ovalada, situada en el centro de la sala, para hablar con uno de los empleados del museo. Cuando preguntó dónde se encontraba el despacho de Shawn Daughtry, le dieron un plano con la ruta dibujada con rotulador.
Cuando Jack se acercó al despacho, se alegró de ver la puerta entreabierta. Entró y se encontró en una oficina exterior con una mesa de secretaria. Al otro lado del escritorio había una segunda puerta, también entreabierta. Jack entró y, al llegar al umbral, llamó con los nudillos a la jamba.
—¡Ajá! —dijo Shawn, y se puso en pie de un salto—. Dichosos los ojos. ¿Qué tal estás?
Shawn avanzó hacia Jack con la mano extendida.
—He recibido tu nota —añadió con una gran sonrisa—. Me alegro mucho de que hayas venido. Caramba, estás tan en forma como la última vez que nos vimos. ¿Cómo te lo montas?
—Baloncesto, sobre todo —respondió Jack, un poco sorprendido por la exuberancia de Shawn.
—Debería seguir tu ejemplo, tío —dijo Shawn. Se inclinó hacia atrás y sacó su estómago, ya bastante prominente, y le dio una palmada como si se sintiera orgulloso de él—. ¿Cuánto tiempo ha pasado?
—No lo recuerdo con exactitud —admitió Jack.
Paseó la vista por la espaciosa oficina, cuyas ventanas daban a la Quinta Avenida. Cierto número de objetos de los primeros tiempos del cristianismo descansaban sobre una gran mesa rectangular que había en el centro. Toda una pared de librerías estaba ocupada por una impresionante colección de libros de arte. Un enorme sofá de piel verde oscuro abarcaba la pared del fondo.
—Bonito despacho —comentó Jack, pensando en su diminuto cubículo.
—Antes de que digas algo más —empezó Shawn—, quiero darte las gracias por prestarte a colaborar en este asunto. Significa muchísimo para mí, por diversos motivos, pero sobre todo porque creo que este extraordinario hallazgo va a definir mi carrera.
—Me alegro de hacerlo —dijo Jack, mientras se preguntaba qué pensaría Shawn si supiera que él lo estaba haciendo tanto por sí mismo como por Shawn. Implicarse en su proyecto era cien veces más absorbente que investigar la medicina alternativa, de cuyos resultados la gente no quería saber nada.
—¿Cómo ha ido? ¿Has podido hablar con tu jefe sobre lo de ocupar un espacio de laboratorio?
—Sí. Ningún problema. Tú y tu mujer tendréis que firmar una declaración de exención de responsabilidades, y nada más. Nadie ha hablado todavía de presentar acusaciones.
Shawn dio una palmada tan fuerte que Jack pegó un bote.
—¡Muy bien! —gritó, antes de juntar las palmas, cerrar los ojos y alzar la cabeza hacia el techo, en una parodia del acto de rezar. Un momento después, se inclinó hacia delante y asumió una expresión seria—. Jack, me alegro muchísimo de que hayas conseguido el permiso para utilizar el espacio de laboratorio del IML, pero hay otra cosa de la que quiero hablarte. Es un tema importante, que su Altísima Eminencia dijo que ya había mencionado. Solo deseo subrayar el hecho de que queremos que este proyecto se mantenga en secreto, sobre todo porque está relacionado con la Virgen María. ¿Te parece bien? Si el osario contiene lo que nosotros esperamos, pensamos dar la noticia solo después de haber finalizado por completo nuestros respectivos estudios. Quiero estar absolutamente seguro de los datos cuando hagamos el anuncio.
—James se mostró muy claro sobre la discreción. De hecho, parece estar más interesado en el secretismo que tú. No sé si lo sabes, pero piensa lanzar una seria campaña para convencerte de que jamás publiques nada sobre la relación de la Virgen María con los huesos. Creo que ya te ha comunicado su convencimiento de que es una falsificación muy elaborada: una falsificación del siglo I, pero falsificación al fin y al cabo. Está seguro de que al final lo descubrirás, como consecuencia de tus investigaciones.
Shawn golpeó la superficie del escritorio con las dos palmas, echó la cabeza hacia atrás y lanzó una carcajada. Cuando recuperó el control, sacudió la cabeza con incredulidad.
—¿No es típico de James? Pasé cuatro años discutiendo con él sobre los abusos de la religión organizada, incluida la infalibilidad papal, y ahora que estoy a punto de encontrar las pruebas necesarias para refutarla, quiere que renuncie a utilizarlas. Menuda broma.
—Le preocupa que pueda tener un tremendo efecto negativo en la Iglesia, que mine la autoridad clerical y la reputación de la Virgen —dijo Jack—. También le preocupa que sea considerado cómplice, porque le obligaste con engaños a firmar el recibo del osario, y porque es el responsable de que pudieras acceder a la tumba de Pedro. Creo que está convencido de que su carrera podría irse al garete.
—En lo tocante a que es el responsable de que haya podido acceder, tiene razón. Pero nadie le va a culpar de eso. Han pasado cinco años desde entonces, y de mi trabajo en la tumba de Pedro se derivó una obra consistente, porque para eso me dieron el permiso. Es culpa del Vaticano que el acceso haya permanecido vigente. En cuanto a firmar el recibo de la caja, lo hizo por voluntad propia. Yo no le engañé. Sospecho que debió de pensar que era un regalo, y tomó la decisión sin que nadie influyera en él. Yo no dije nada de que la caja contuviera un regalo.
—Bien, no voy a mediar entre vosotros, tíos —repuso Jack, que no deseaba tomar partido—. Tendréis que llegar a un acuerdo. Solo quería que supieras sus intenciones.
—Gracias por advertirme —dijo Shawn con un gruñido.
—Quiero hacerte una pregunta —prosiguió Jack, con ganas de pasar a otro tema.
—Dispara.
—¿Cuándo quieres empezar?
—Lo antes posible.
—¿Qué te parece mañana por la mañana a las ocho? Tendré que encontrarme contigo para ultimar algunos detalles.
—Por mí estupendo, pero deja que llame un momento a Sana, si no te importa esperar.
—En absoluto —contestó Jack, y lo dijo en serio. Como de costumbre, le costaba volver a casa por temor a lo que iba a encontrar. No le gustaba aquella sensación, por supuesto, y no se gustaba por sentirla.
Shawn localizó a Sana en la facultad de medicina. Había ido aquel día para intentar rescatar algunos de los estudios que sus ayudantes de la escuela de graduados trataban de mantener a flote. Por lo visto, las cosas no habían ido bien durante su ausencia. Hasta Jack oyó su voz estridente cuando Shawn alejó el receptor del oído. Por fin, Shawn logró hablar y le contó a Sana el plan.
Escuchó con atención y no tardó en levantar el pulgar en dirección a Jack.
—¡De acuerdo! —dijo Shawn, y colgó—. A las ocho. ¿Dónde nos encontraremos contigo?
—En el vestíbulo del edificio de ADN —respondió Jack—. ¿Y el osario?
—Sana y yo nos pasaremos por la residencia para recogerlo.
—Debo admitir que siento una gran curiosidad por ver qué contiene el osario. ¿Crees que hay huesos y documentos?
—Estoy convencido —dijo Shawn—. Y si crees que sientes curiosidad, no puedes imaginar la que siento yo. Mi mujer tuvo que convencerme de que no lo abriera en cuanto volvimos al hotel de Roma.
—¿Qué hay de la carta? ¿La tienes aquí?
—Claro. ¿Quieres verla?
—Sí —contestó Jack.
Shawn sacó un grueso volumen de la librería y lo dejó sobre la mesa de biblioteca central.
—Utilicé este libro de fotografías de monumentos egipcios para sacar la carta de Egipto. Pediré que conserven las páginas de la carta, pero por ahora las mantengo alisadas.
Shawn mostró la primera página de la carta.
—Parece griego —dijo Jack, inclinado sobre el texto.
—Parece griego porque es griego —aseguró Shawn con una risita condescendiente.
—Pensaba que estaría en arameo o latín —dijo Jack.
—No está en lo que llamamos griego ático, o clásico, sino en griego coiné, que era el idioma del Mediterráneo occidental durante la época del Imperio romano.
—¿Sabes leerlo?
—Pues claro que sé leerlo —dijo Shawn, algo ofendido.
Pero está bastante mal redactado, lo cual dificulta la traducción. Es fácil deducir que el griego no era la lengua materna de Saturnino.
Jack se enderezó.
—¡Asombroso! Es como ir en busca de un tesoro.
—Yo pensé lo mismo —reconoció Shawn—, y ese es uno de los motivos de que me decantara por la arqueología. Me pareció que la especialidad era como la búsqueda de un gran tesoro. Por desgracia, eso es más romántico que realista, pero encontrar esta carta, y después el osario, me ha devuelto a la idea romántica. Por una ironía, me siento bendito.
—Pensaba que eras agnóstico.
—Todavía lo soy, casi del todo —admitió Shawn—. ¿Y tú?
—Supongo —dijo Jack, pensando en todas sus cuitas personales y en el daño que habían hecho a la religiosidad que pudiera poseer. Para cambiar de tema, señaló la carta y preguntó a Shawn cómo la había descubierto.
—¿Tienes tiempo para escuchar la historia? —preguntó Shawn.
—Ya lo creo —contestó Jack.
Shawn describió toda la aventura, empezando con una explicación del códice y continuando con su visita a Antica Abdul.
—Fue por pura suerte que paré en la tienda en aquel preciso momento —admitió. Shawn—. Rahul estaba a punto de venderla. Tenía las direcciones de correo electrónico de los conservadores de los museos más famosos del mundo. Mantiene un contacto regular con la creme de la creme de los especialistas en antigüedades de Oriente Próximo.
—¿Y no es más que una modesta tienda de antigüedades en pleno zoco de El Cairo?
—Exacto —admitió Shawn—, y el noventa por ciento de su Inventario consiste en falsificaciones modernas. Es más una tienda de recuerdos que una verdadera casa de antigüedades, pero es evidente que posee reliquias auténticas, como ya he demostrado en dos ocasiones.
—¿Ya habías estado?
—Sí —reconoció Shawn. Habló a Jack de su primera visita diez años antes, cuando topó con la pieza de cerámica del escaparate—. Ya imaginarás mi sorpresa —continuó—, cuando una colega del departamento de egiptología me convenció de que no era una falsificación. De hecho, se exhibe abajo en un lugar destacado, dentro de la colección de Egipto.
—¿Viste el códice en el escaparate, al igual que la vasija, y te diste cuenta de lo que era, o él te lo enseñó?
—No estaba expuesto en el escaparate —dijo Shawn con una sonrisa—, y no me lo enseñó. Hablamos un rato, y supongo que decidió que valía la pena arriesgarse. Es muy ilegal vender una reliquia semejante en Egipto.
—¿Supiste enseguida que era auténtica?
—Por supuesto.
—¿Te salió cara?
—Pagué más de la cuenta, desde luego, pero me moría de ganas de volver con el códice a la habitación del hotel para ver qué textos contenía.
—¿La carta era parte de un texto, o estaba integrada en el códice?
—Ni una cosa ni la otra. Estaba emparedada entre las tapas de piel para reforzarlas, junto con otros fragmentos de papel. Al principio me llevé una decepción, porque lo único que encontré en el códice fueron copias de textos que pertenecían a códices previos. Entonces, recordé mirar dentro de la cubierta, y bingo, encontré la carta de Saturnino.
—Entonces, la carta no solo explica que el osario contiene los huesos de María, sino también dónde localizarlos.
—En efecto. No sé si estás enterado de esto, pero mi última publicación profesional se titulaba El complejo funerario de San Pedro y aledaños. ¿La leíste?
—No tuve la oportunidad de leerla —comentó Jack—. Decidí esperar a la película.
—¡Muy bien, tío listo! —Shawn rió—. No estaba destinada a ser un éxito de ventas, sino la obra definitiva sobre un edificio muy complicado que había sufrido casi constantes renovaciones durante dos milenios. En el momento actual, debo de ser la persona que conoce mejor las complejidades de la tumba de San Pedro. Gracias a la carta de Saturnino, me hice una buena idea de dónde estaría el osario con relación a uno de los túneles que se efectuaron durante las últimas excavaciones de la tumba.
—¿Es fácil acceder al túnel?
—Muy fácil. Sabía que el túnel no había sido tapado desde que yo había trabajado en el lugar. Mi única equivocación fue creer que el osario estaba en el techo, en lugar de en la pared.
—Una historia asombrosa —dijo Jack—. ¿Tu intención es abrir el osario mañana?
—¡Puedes tenerlo por seguro! Gracias a que me has facilitado el acceso a unas instalaciones de laboratorio modernas.
—¿Te importaría si me quedo a mirar después de que tu mujer y tú os hayáis instalado en el laboratorio?
—En absoluto. Me encantaría. De hecho, si encontramos lo que esperamos encontrar, mañana por la noche lo celebraremos en nuestra casa del West Village, y tú te contarás entre los invitados. Incluso insistiremos a su Eminencia para que se una a nosotros. Los Tres Mosqueteros unidos de nuevo.
—Si encuentras lo que quieres encontrar, no estoy seguro de que James esté de humor para celebraciones —dijo Jack, al tiempo que estrechaba la mano de Shawn antes de marchar.
—Creo que dará su brazo a torcer —respondió Shawn, mientras acompañaba a Jack hasta la puerta de la oficina—. Nos vemos mañana, en lo que tal vez sea un descubrimiento notable.
—Ardo en deseos —dijo Jack. Entonces, recordó que había pensado formular una pregunta—. Si hay huesos en el osario, ¿quieres que un antropólogo del IML les eche un vistazo? Es un experto en huesos antiguos, y tal vez pueda decirte cosas interesantes sobre ellos.
—Por qué no, siempre que no diga de quién son los huesos. Cuanta más información podamos obtener mejor, ese ha sido siempre mi lema.