13.36 h, viernes, 5 de diciembre de 2008, Nueva York
Jack liberó su bicicleta y trató de adelantar a la lluvia mientras pedaleaba hacia el centro de la ciudad. Casi lo logró, pero justo antes de entrar en una de las zonas de carga y descarga del IML, los cielos se abrieron y lo empaparon.
Jack colgó su chaqueta mojada en el despacho y bajó al primer piso para plantarse como un penitente delante del escritorio de la señora Sanford. Cuando los empleados aparecían sin invitación, no les hacía caso, como si estuviera demasiado ocupada incluso para levantar la vista. Jack imaginaba que era su forma de exigir respeto, el cual creía que merecía, puesto que había estado custodiando a Bingham desde antes del diluvio universal. Era inútil intentar luchar contra ella. Ni siquiera dejaba que Bingham se enterara de que alguien había llegado hasta que ella lo consideraba oportuno.
Al cabo de varios minutos, levantó la vista por fin, como si no hubiera registrado su presencia hasta aquel momento.
—Tengo que ver al jefe —dijo Jack, al que no había engañado en lo más mínimo.
—¿Para qué?
—Es personal —respondió Jack, con una leve sonrisa de satisfacción. No iba a dejarse intimidar por sus fisgoneos—. ¿Está el jefe?
—Sí, pero está hablando por teléfono y hay otra llamada esperando —dijo la mujer, satisfecha. Inclinó la cabeza hacia el teléfono, donde una luz parpadeaba con insistencia—. Le avisaré de que estás aquí.
—Es lo máximo que puedo pedir —dijo Jack.
Jack tomó asiento en un banco situado justo enfrente del escritorio de la señora Sanford. Le recordó todas las veces que había tenido que esperar para ver a la directora del colegio. Lo habían etiquetado de impenitente charlatán.
Mientras aguardaba, Jack reflexionó sobre la inesperada conversación con James, y descubrió que sentía una inmensa curiosidad por saber qué contenía el osario, y si no había más que huesos y alguna especie de manuscrito, cómo acabaría todo. Aunque en principio no estaba seguro de que James pudiera convencer a Shawn de que no publicara sus hallazgos, Jack recordó que había juzgado mal a James en el pasado. Además, Shawn había sido educado en la religión católica por dos padres muy devotos, los cuales habían colaborado en sociedades laicas, y hasta habían intentado encaminar a Shawn hacia el sacerdocio. Aunque ya no era católico practicante, Shawn siempre mostraba respeto por la Iglesia católica, y tal vez fuera todavía más respetuoso con los problemas que podía provocar al denigrar la idea de la infalibilidad papal y, hasta cierto punto, la reputación de la Virgen María. Sabía mucho más que Jack, sin duda. Por lo tanto, Jack ya no estaba seguro de cuál iba a ser el desenlace.
—El doctor Bingham puede recibirte ahora —anunció la señora Sanford, interrumpiendo los pensamientos de Jack.
—¿Has cambiado de idea acerca de la excedencia? —preguntó Bingham en cuanto Jack entró en su despacho, y antes de que este gozara de la oportunidad de hablar. Miró a Jack por encima de sus gafas de montura metálica—. En tal caso, la respuesta es sí. ¡Cuida de ese hijo tuyo! Estoy muy preocupado desde que nos hablaste del problema.
—Gracias por tu preocupación, pero con Laurie a cargo está en buenas manos, te lo aseguro. Comparado con ella, soy un desastre.
—Me cuesta creerlo, pero aceptaré tu palabra.
«No sabes hasta qué punto te equivocas», pensó Jack.
—Sé que estás ocupado —dijo en voz alta—, pero el arzobispo solicita un favor.
Bingham se reclinó en la silla y miró a Jack estupefacto.
—¿De veras has ido a comer con el arzobispo?
—Sí, ¿por qué no? —preguntó Jack. Como conocía al hombre desde hacía tanto tiempo, no lo consideraba nada anormal.
—¿Por qué no? —repitió Bingham—. Es una de las personas más importantes y poderosas de la ciudad. ¿Por qué coño te ha invitado a comer? ¿Era algo relacionado con tu crío?
—¡Cielos, no!
—Entonces ¿qué?, si no te importa que lo pregunte. Supongo que no es asunto mío.
—En absoluto —respondió Jack—. Somos viejos amigos, más o menos. Fuimos juntos a la universidad, y estábamos muy unidos. Nos graduamos junto con otro sujeto que también vive en esta ciudad.
—Extraordinario —dijo Bingham. De repente, se sintió avergonzado por su exagerada reacción ante la fama, pero como se trataba de una persona dependiente de la política, ya estaba pensando en si existiría alguna forma de aprovecharse de la amistad de Jack con el arzobispo—. ¿Su Eminencia y tú os reunís a menudo?
Jack sonrió.
—Si llamas a menudo cada treinta años, pues sí, nos reunimos con frecuencia.
—Ah, es eso —dijo Bingham, algo decepcionado—. Todavía me sorprende pensar que los dos tenéis un pasado compartido. ¿Has dicho en serio que ha pedido un favor? Perdona el juego de palabras, pero ¿qué es, en el nombre del cielo?
—Solicita humildemente el uso del espacio de laboratorio del edificio de ADN del IML.
—Eso sí que es una solicitud inesperada del prelado más poderoso del país.
—De hecho, no es para él, sino para nuestro mutuo colega y amigo, aunque lo considerará como un favor personal si aceptas su solicitud.
—Bien, tenemos un exceso de espacio de laboratorio, y no considero perjudicial tender una mano al arzobispo, pero ¿quién es ese amigo? ¿Es un científico de laboratorio competente? No podemos permitir que cualquiera trabaje allí, tanto si conoce al arzobispo como si no.
—No estoy seguro de que sea científico de laboratorio —admitió Jack—, pero su esposa es una experta en ADN del Colegio de Médicos y Cirujanos de la Universidad de Columbia.
—Eso significa experiencia —dijo Bingham—. También me gustaría hacerme una idea de qué harán y cuánto tiempo necesitarán.
—El arzobispo calcula que serán unos dos meses.
—¿Y qué piensan hacer?
—El marido, que se llama Shawn Daughtry, es doctor en arqueología de Oriente Próximo y estudios bíblicos. Ha encontrado lo que llaman un osario. ¿Sabes lo que es?
—Pues claro que sé lo que es un osario —replicó Bingham, con su habitual estilo impaciente.
—Pues yo no lo sabía —admitió Jack—. Es bastante único en el sentido de que está sellado, y esperan aislar algo de ADN antiguo. La razón de que deseen utilizar nuestro laboratorio es mantener en secreto el proyecto hasta que terminen de analizar el contenido del osario, que en teoría incluirá uno o dos documentos, además de los huesos.
—Jamás había oído hablar de un osario con documentos.
—Bien —dijo Jack—, eso es lo que me han dicho.
—De acuerdo —repuso Bingham—. Teniendo en cuenta que lo hacemos como un favor al arzobispo, daré permiso, siempre que Naomi Grossman, la jefa del departamento de ADN, no ponga reparos.
—Me parece bien —respondió Jack—. Te doy las gracias en nombre de mis amigos.
Jack se volvió hacia la puerta, pero antes de poder salir, Bingham lo llamó.
—Por cierto, ¿cómo va el caso del médico que olvidó guardar las manos en una bolsa?
—Bien —contestó Jack—. Es imposible que la víctima disparara la bala. Fue un homicidio sin la menor duda. Las manos no habrían conservado residuos de pólvora.
—Estupendo —dijo Bingham—. ¡Lo quiero sobre mi mesa ipso facto! La familia se alegrará.
Jack estaba a punto de marcharse por segunda vez, cuando fue él quien se detuvo y miró a Bingham.
—Jefe —dijo—, ¿puedo hacerte una pregunta personal?
—Pero deprisa —contestó Bingham sin levantar la vista.
—¿Vas a un quiropráctico?
—Sí, y no quiero oír ninguna queja. Ya sé qué opinas.
—Comprendido —dijo Jack. Dio media vuelta y salió del despacho.
Pese a la última andanada de Bingham contra su cruzada para desprestigiar a la medicina alternativa, lo cual significaba que no podía esperar ningún apoyo de la jefatura, Jack se sintió complacido cuando subió a su despacho para recuperar la chaqueta. Ahora tenía otro proyecto a la vista que mantendría su mente ocupada. Con Bingham a favor de los Daughtry, no podía imaginar que Naomi Grossman rechazara la petición, sobre todo porque ya había concedido permiso para que otros tres grupos de investigadores utilizaran las dependencias.
Cogió su chaqueta y un paraguas, impaciente por ponerse en contacto con Naomi y obtener permiso para utilizar el laboratorio. Absorto en sus pensamientos, chocó con Chet cuando este salía del ascensor.
—Eh, ¿a qué vienen tantas prisas? —preguntó Chet, que estuvo a punto de dejar caer la bandeja con placas de microscopios que cargaba.
—Yo podría preguntarte lo mismo —contestó Jack.
—Estaba a punto de entrar a verte —dijo Chet—. Tengo algunos nombres y números de acceso de esos casos antiguos de DAV.
—Deja de buscar casos de DAV —dijo Jack—. Mi interés se ha enfriado.
—¿Por qué?
—Digamos que me he encontrado la misma reacción que tú cuando investigaste el problema. He llegado a la conclusión de que la reacción de la gente a la medicina alternativa es casi de tipo religioso. Tienen fe en la medicina alternativa porque quieren creer. Son capaces de desechar por irrelevante cualquier prueba de que no funciona o de que es peligrosa.
—De acuerdo —dijo Chet—. Como quieras. Si cambias de opinión, avísame.
—Gracias, colega —dijo Jack, y entró en el ascensor.
Jack salió al chaparrón que casi había esquivado después de su encuentro con James. Con tan solo un paraguas plegable, cuando llegó al edificio de ADN estaba empapado desde el muslo hasta abajo.
El despacho de Naomi Grossman estaba en la última planta. Cuando Jack se acercó a la secretaria de Naomi, pensó que tal vez habría debido llamar antes. Naomi era la directora del departamento más grande del IML. La ciencia del ADN había crecido gracias a las enormes contribuciones que aportaba a la defensa de la ley y la identificación.
—¿Está libre la doctora Grossman? —preguntó.
—Sí —dijo la secretaria—. ¿Quién es usted?
—El doctor Jack Stapleton —contestó Jack, aliviado al saber que Naomi estaba libre.
—Encantada de conocerle —dijo la secretaria, al tiempo que extendía la mano—. Soy Melanie Stack.
Era joven y cordial, sobre todo comparada con aquellas secretarias anticuadas de la oficina de Bingham. En lugar de presentar batalla, era receptiva y estaba ansiosa por ayudar. Iba vestida con un estilo juvenil y atractivo, con su radiante pelo rubio retirado de su rostro sonriente y saludable con un broche.
Para Jack, Melanie era la típica representante del edificio de ADN del IML. Casi toda la gente que trabajaba en él era joven y enérgica, y parecía contenta con su trabajo. El ADN era una nueva ciencia de inmenso potencial, y era adecuado que estuviera ubicada en un resplandeciente edificio nuevo. En muchos aspectos, Jack lamentaba no trabajar allí.
—Voy a avisar a la doctora Grossman —dijo Melanie, y se levantó de su silla.
Mientras Melanie desaparecía un momento, Jack estableció contacto visual con las demás secretarias. Cada una le devolvió la sonrisa. Para Jack, la oficina era un soplo de aire fresco y optimismo, pese a la lluvia que repiqueteaba sobre los cristales.
—La doctora Grossman lo recibirá ahora —dijo Melanie cuando reapareció al cabo de un segundo.
Jack entró en la oficina interior, que gozaba de una vista fabulosa sobre el East River. Naomi estaba sentada tras un gran escritorio de caoba, con una bandeja que recordó a Jack la suya. Como casi todos los ocupantes del edificio, Naomi era relativamente joven, tal vez unos treinta y cinco años. Tenía un rostro ovalado enmarcado por un nimbo de pelo muy rizado. Sus ojos oscuros eran brillantes y su expresión, risueña pero inquisitiva, como si su mente penetrante albergara siempre alguna duda acerca de lo que estaba escuchando.
—¡Qué agradable sorpresa! —exclamó Naomi cuando Jack se acercó a su mesa—. ¿A qué debo este honor?
—¿Honor? —preguntó Jack con una risita—. Ojalá contara con sus instalaciones para conseguir que la gente se sintiera bien.
—Pero es que se trata de un honor. Estamos aquí para ayudar a los médicos forenses. No somos más que un accesorio del proceso.
Jack rió de nuevo.
—No nos pasemos. Con los veloces avances en la ciencia del ADN, creo que pronto trabajaremos para ustedes. Esta vez, no obstante, he venido a pedirle un favor.
—Pida, pida.
Jack repitió a toda prisa el rollo que había soltado a Bingham. Habló del arzobispo, el osario y su presunto contenido, pero no mencionó a la Virgen María.
—Eso es fascinante —dijo Naomi cuando Jack terminó—. ¿Cómo se llama la mujer?
—Sana Daughtry.
—He oído hablar de ella —respondió Naomi—. Se está haciendo un nombre en el campo del ADN mitocondrial. No me importaría que trabajara aquí un tiempo, y el proyecto parece intrigante, sobre todo si resulta que hay documentos capaces de demostrar la identidad del cadáver. Pero ¿por qué no trabajan en Columbia? Puede que sus instalaciones no sean tan nuevas como las nuestras, pero estoy convencida de que son excelentes.
—Por motivos de privacidad. Quieren tiempo, imagino, para terminar sus estudios antes de que nadie se entere del hallazgo. Ya sabe cómo es el mundo académico: todo el mundo sabe lo que hace todo el mundo.
—Ha dicho una gran verdad. Aquí no tendrán que preocuparse por filtraciones. ¿Ha hablado con el doctor Bingham?
—Acabo de salir de su despacho, y él está de acuerdo, siempre que usted no ponga reparos. Y aunque no lo ha dicho abiertamente, estoy seguro de que le gusta la idea de que la archidiócesis haya pensado en el IML.
Naomi rió de una forma tan contagiosa que Jack sonrió.
—No me extrañaría, puesto que es un animal político. Pero no quiero calumniarle. De no ser por él, yo no estaría sentada en este majestuoso edificio.
—¿Está de acuerdo con esto? —preguntó Jack.
—Por supuesto.
—¿Cuándo pueden empezar? —inquirió Jack—. Debo confesar que, desde el momento en que recibí la información, me muero de curiosidad por el contenido del osario.
—Es tentador —admitió Naomi—. Los Daughtry pueden empezar cuando quieran. Aún nos queda mucho espacio de laboratorio libre.
—¿Qué le parece mañana? ¿El laboratorio abre los fines de semana?
—Por supuesto, aunque con el mínimo personal. Sin embargo, tenemos numerosos proyectos que hay que seguir a diario, de modo que abrimos veinticuatro horas siete días a la semana.
—Los avisaré. Ni siquiera sé si quieren empezar tan deprisa, y quizá soy culpable de proyectar mi impaciencia sobre ellos. Pero si quieren empezar mañana, ¿cómo trasladamos el osario al edificio?
—Por la puerta principal, si lo desean. ¿Sabe si es muy grande?
—No estoy seguro, pero yo diría que medio metro de largo, y treinta centímetros de ancho y de fondo.
—Podría pasar por la puerta principal sin ningún problema, pero también hay una zona de carga y descarga en el lado de la calle Veintiséis, donde se llevan a cabo casi todas las entregas. Como mañana es sábado, tendremos que proceder a los trámites por adelantado.
—La puerta principal servirá —dijo Jack—. Todo depende de ellos. Entretanto, ¿le importaría enseñarme la zona del laboratorio que utilizarán? Puedo ayudarlos a instalarse.
Unos momentos después se encontraban en la octava planta, uno de los pisos dedicados a espacio de laboratorio.
—¿Cómo funciona el edificio? —preguntó Jack. Aunque no había visitado nunca aquellas instalaciones, sentía curiosidad por saber cómo manejaba el departamento el número de muestras que procesaban.
—Las muestras se reciben en la quinta planta —explicó Naomi—. Después, suben manteniendo una cadena de custodia. Primero, se limpian las muestras como preparación para extraer el ADN. Después, el ADN aislado sube a la sexta planta para la preamplificación. Una vez finalizada, sube a la séptima para la postamplificación y el secuenciado.
—Es un tipo de enfoque en plan cadena de montaje.
—En efecto —admitió Naomi—. De lo contrario, nunca podríamos procesar el número de muestras que recibimos.
—Ahora estamos en la planta octava —dijo Jack, al tiempo que echaba un vistazo al espacio de laboratorio a través de puertas de cristal cerradas, mientras caminaban hacia el este de la hilera de ascensores. A través de los ventanales de la izquierda se veía el hospital Bellevue—. ¿Qué ocurre aquí?
—La octava planta se encuentra fuera de la cadena de montaje —explicó Naomi—. Estos laboratorios están dedicados casi por completo a formación. Pero en dirección al río hay laboratorios dedicados en exclusiva a proyectos de investigación. El ritmo de los cambios en la ciencia del ADN es rápido, y es preciso mantenernos al día. Este es el laboratorio que podrán utilizar los Daughtry.
Naomi sacó una llave para abrir la puerta, y después la entregó a Jack.
La habitación estaba hecha de plástico laminado blanco, Con luces fluorescentes empotradas, lo cual le daba un aspecto futurista. Había una gran mesa central del tamaño de una mesa de biblioteca. En la pared este había espacio para escritorios, con armarios encima y debajo. En la pared oeste había taquillas del suelo al techo con una llave en cada cerradura.
—¿Qué le parece? —preguntó Naomi.
—¡Es perfecto! —dijo Jack. Miró a través de una puerta acristalada de la pared sur y vio un biovestíbulo para cambiarse e impedir que el ADN se contaminara. A través de otra puerta se accedía al laboratorio en sí, con todos los instrumentos necesarios para extracción, amplificación y secuenciado de ADN. Estaba impresionado. Era un laboratorio autosuficiente por completo.
—Si son muy paranoicos, tienen taquillas a su disposición —bromeó Naomi, y señaló los armarios—. Dígales que la seguridad en este edificio es muy buena. Lo cual me recuerda que necesitarán fotos de carnet de identidad. Abajo, en Seguridad, las tendrán preparadas mañana, si los aviso hoy. También tendrán que firmar una renuncia a toda responsabilidad. Si quieren empezar mañana, dejaré una copia sobre la mesa, y le pediré a usted que se encargue de que la firmen.
—Será un placer —dijo Jack.
—Muy bien. Todo preparado —concluyó Naomi—. A menos que desee hacer más preguntas.
—No creo —dijo Jack—. Es un acuerdo perfecto. Shawn puede trabajar en esta habitación con los huesos, y quizá también los documentos, y Sana tiene el laboratorio. No podría ser mejor. Gracias. Si tiene un par de amigos a los que les apetecería practicar algunas autopsias, avíseme. Creo que debo corresponder a su amabilidad de alguna manera.
Naomi rió.
—Me han hablado de su sentido del humor.
Jack le dio las gracias de nuevo y salió del edificio, consciente de que la lluvia había parado por fin. Alzó los ojos e incluso vio un pedazo de cielo azul, lo cual le recordó la rapidez con que cambiaba el tiempo en Nueva York.
Jack volvió corriendo al IML. Con la aprobación de Bingham y de Naomi, el trabajo de los Daughtry podía empezar. Utilizó las escaleras para subir, impaciente por informar a James de que había tenido éxito. Jack se sentó a su mesa y consultó la hora, mientras sacaba la tarjeta que le había dado el arzobispo. Pasaban de las cuatro. Pensó que James ya habría salido de la recepción en Gracie Mansion, de modo que llamó a su línea directa en lugar de al móvil.
—Tengo buenas noticias —dijo Jack cuando oyó la voz de su amigo.
—Menudo alivio —contestó James—. ¿El doctor Bingham va a conceder permiso a Shawn y a Sana para que utilicen sus fastuosas dependencias?
—¡Sí! —informó Jack con orgullo—. La situación es perfecta. Es un laboratorio autosuficiente, con espacio para Shawn y Sana y todo el equipo que puedan necesitar. Es muy privado y seguro. Si quieren, pueden empezar mañana.
—Loado sea el Señor —exclamó James—. He hablado con Shawn hace menos de una hora. Le he dicho que habías accedido a intervenir en su nombre en lo tocante al laboratorio, y que llamarías más tarde para darle la noticia.
—¿Quieres que le llame yo?
—Sí. Considero que es más apropiado. Sé que quiere darte las gracias por tu ayuda, eso dijo, pero, entre tú y yo, creo que quiere asegurarse de que he hecho hincapié en el secretismo. Es tan paranoico como yo acerca de las filtraciones.
—No me importa decírselo, sobre todo porque son buenas noticias.
James dio a Jack el número del despacho de Shawn en el museo y el número de su casa.
—¡Infórmame en cuanto hayas hablado con Shawn! Estoy muy nervioso por todo esto, y prefiero disponer de la mayor cantidad de información posible, porque cuanto más lo pienso, más daño creo que podría causar a la Iglesia y a mi carrera.
—Te llamaré en cuanto haya acabado de hablar con él.
—Te lo agradecería —dijo James antes de colgar.
Jack probó el número del despacho de Shawn, pero comunicaba. Frustrado por el momento, se dedicó a recopilar todo el material sobre el adolescente asesinado a tiros en Central Park, cuyas manos el médico no había guardado en una bolsa. Jack quería congraciarse con Bingham, y una forma era liquidar aquel caso lo antes posible, tal como él le había pedido. En cuanto Jack contó con la información necesaria, pudo terminar el papeleo en menos de veinte minutos, cosa que comunicó por correo electrónico a Bingham.
Probó de nuevo el número de teléfono de Shawn. Esta vez no comunicaba, pero contestó la secretaria. Por lo visto, Shawn no estaba en la oficina, pero regresaría dentro de poco.
Jack decidió que no quería esperar.
—¿Puede decirme a qué hora cierra el museo? —preguntó a la secretaria—. Creo que me dejaré caer por ahí para esperarle.
—A las nueve de la noche, pero yo me iré a las cuatro y media.
—¿Quiere dejarle un mensaje? Haga el favor de decirle que el doctor Jack Stapleton va a ir a verle. No llegaré antes de que usted se vaya, pero estaré ahí antes de, digamos, las cinco menos cuarto.
Después de colgar, Jack dedicó unos minutos a ordenar su muy caótico despacho. Mientras lo hacía, localizó la documentación y las diapositivas sobre el suicidio del que Lou le había hablado. Sabía que el fiscal del distrito las estaría esperando. Cuando terminó, cogió su mojada chaqueta de detrás de la puerta y el casco de ciclista que descansaba sobre un archivador, y se fue.