10.06 h, viernes, 5 de diciembre de 2008, Nueva York
—Bien, no cabe duda qué lo mató —dijo Jack. Acababa de abrir el corazón de un varón negro de sesenta y dos años llamado Leonard Harris. Un coágulo de sangre de buen tamaño en forma de salchicha ocluía por completo el atrio derecho.
—¿Ese coágulo procedía de las piernas? —preguntó Vinnie.
—Tendremos que averiguarlo —contestó Jack.
La sala de autopsias estaba en pleno apogeo, con las ocho mesas en uso. Jack y Vinnie ya estaban inmersos en el tercer caso, mientras casi todos los demás médicos forenses todavía iban por el primero.
El primer caso, había sido un adolescente muerto a tiros en Central Park. Existían dudas sobre si se trataba de homicidio o suicidio. Por desgracia, el investigador médico-legal del IML, George Sullivan, había cometido una equivocación, cuando el detective a cargo de la investigación le había obligado a ir con prisas. El resultado era que había olvidado guardar en una bolsa las manos de la víctima, lo cual había provocado quizá una pérdida de pruebas irreparable. Como la víctima era hijo de un abogado con contactos políticos, habían llamado a Calvin, y este había ordenado a Jack encargarse del caso.
Los otros dos casos de Jack eran menos complicados, pero por los pelos. El segundo era un universitario de primer curso fallecido por una sobredosis. Pero el tercer caso, aquel en el que estaba ocupado ahora, presentaba un desafío sorpresa. Jack estaba convencido de que la causa de la muerte era una embolia pulmonar, pero la forma en que había fallecido no era necesariamente natural.
—Vinnie, amigo mío, ¿sabes…? —empezó Jack mientras abría el resto del corazón, en busca de más coágulos de sangre, sobre todo en las válvulas tricúspides y pulmonares.
—¡No! —interrumpió Vinnie, sin ni siquiera permitir que Jack acabara la frase—. Cuando empiezas una pregunta siendo amable conmigo, sé que se te ha ocurrido algo en lo que no quiero intervenir.
—¿Tan malo soy? —preguntó Jack, mientras ascendía hasta la bifurcación de la arteria pulmonar en busca de más coágulos.
—¡Malísimo! —anunció Vinnie.
—Siento que pienses eso —dijo Jack—, pero déjame terminar la frase. ¿Sabes qué tiene de especial este caso?
Vinnie contempló el coágulo grande y oscuro, y después el cadáver abierto en canal, mientras intentaba pensar en algo gracioso que contestar. Como no se le ocurrió nada, decidió decir la verdad.
—¡No!
—Este caso es un ejemplo perfecto de la importancia de los investigadores médico-legales en la patología forense. Debido a que Janice hizo las preguntas que debía, este caso será observado a una luz diferente. Yo me habría quedado convencido de que se trataba de una muerte natural, pero como ella preguntó a su mujer si había tomado alguna medicación, averiguó algo que los médicos de urgencias ignoraban: que el hombre estaba tomando un remedio herbal, PC-SPES, hecho a base de hierbas chinas, que en teoría había sido retirado del mercado, pero todavía estaba disponible. Janice buscó las hierbas en Google y averiguó que era un medicamento desautorizado por la FDA, que a menudo había sido contaminado con hormonas femeninas y, por lo tanto, estaba relacionado con problemas de coágulos y embolias pulmonares fatales.
—Así que el remedio herbal mató al hombre.
—Es posible —dijo Jack.
—¿Podrás demostrarlo?
—Quizá. Que toxicología analice las muestras que hemos recogido, a ver si su mujer nos puede conseguir el medicamento que estaba tomando.
—¡Eh, sigue trabajando! —protestó Vinnie. Jack había parado mientras hablaba.
—¿Tú tomas hierbas medicinales, Vinnie? —preguntó Jack mientras reanudaba la autopsia.
—A veces. Hay un afrodisíaco chino llamado Tiger Stamina que uso de vez en cuando. Y, en ocasiones, mi acupunturista me receta algo para pequeñas afecciones sin importancia.
Jack dejó de trabajar y miró a su técnico del depósito de cadáveres favorito.
—¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así?
—Como suele decirse, sabía que eras tonto, pero no creía que fueras estúpido.
—¿Por qué? ¿De qué estás hablando?
—No tenía ni idea de que utilizabas medicina alternativa. ¿Por qué?
Vinnie se encogió de hombros.
—Porque es natural, supongo.
—Natural, y una mierda —dijo Jack, despectivo—. El peor veneno conocido del hombre proviene de una rana de Sudamérica. No puedes imaginar qué ínfima cantidad bastaría para matarte, y es natural. Llamar a algo natural es un truco de marketing carente de sentido.
—¡De acuerdo, cálmate! Tal vez me gusta la medicina alternativa porque se utiliza desde hace más de seis mil años. Después de tanto tiempo, tienen que saber lo que hacen.
—¿Te refieres a la disparatada idea de que, en el pasado remoto, la gente poseía más sabiduría científica que hoy? Eso es demencial y contrario al sentido común. Seis mil años, la gente pensaba que el trueno eran un puñado de dioses cambiando los muebles de sitio.
—De acuerdo —repitió Vinnie, algo irritado—. Me gusta la medicina alternativa porque trata todo mi cuerpo, no solo el brazo, el bazo o lo que sea.
—¡Ah! —dijo Jack. Alzó la voz, teñida de más desprecio que cuando hablaba de la fábula «naturalista»—. El mito holístico es tan demencial como todo lo demás que has dicho. La medicina convencional es mil veces más holística que la medicina alternativa. La medicina convencional tiene en cuenta incluso los perfiles genéticos individuales. ¿Se puede ser más holístico?
—¿Qué te parece si terminamos esta autopsia? —sugirió Vinnie—. Y quizá deberías parar de chillar.
Tal como había sucedido unos días atrás en la consulta de Ronald Newhouse, Jack tomó conciencia bruscamente de lo que estaba pasando. Una vez más, había permitido que sus emociones se impusieran. La sala había quedado en silencio, y todo el mundo le estaba mirando. Cuando contempló sus manos, cayó en la cuenta de que con una todavía sujetaba el corazón y los pulmones que había estado examinando, mientras que con la otra continuaba sosteniendo el cuchillo de carnicero. El murmullo de las conversaciones se reanudó tan de repente como había enmudecido.
—¡Caramba! —murmuró Vinnie—. Con la edad te estás volviendo cada vez más susceptible.
—He estado investigando la medicina alternativa desde nuestro caso del lunes de disección de la arteria vertebral, y lo que he descubierto me ha sensibilizado un poco.
—¿Un poco? —preguntó Vinnie con sorna—. Yo diría que de manera exagerada, pero voy a explicarte lo que haré: dejaré la acupuntura si con eso consigo que te sientas mejor.
—Pues sí —respondió Jack—, sobre todo si dejas también las hierbas.
Vinnie se inclinó hacia Jack y entornó los ojos.
—¿Me estás tomando el pelo o qué?
No estaba seguro.
—A medias —dijo Jack—. Entretanto, acabemos con esta autopsia.
Terminaron el caso de la embolia pulmonar en un tiempo casi récord, demasiado incómodos para hablar.
—Lo siento, amigo mío —se disculpó Jack cuando terminaron—. Me he pasado un pueblo.
—Estás perdonado. Para compensarme, promete que no empezaremos las autopsias hasta que todos los demás lo hayan hecho.
—Tú sueñas —dijo Jack, se quitó los guantes y fue a los servicios.
Jack se lavó y volvió a su escritorio. Todavía se sentía incómodo por su breve exabrupto en la sala de autopsias, de modo que cerró la puerta. Durante un rato, de momento, no deseaba ver ni hablar con nadie. Se obligó a trabajar y dictó las tres autopsias que acababa de terminar para no olvidar ningún detalle, utilizando sus notas escritas para recordar puntos concretos importantes.
Una vez concluido el dictado, Jack contempló su abarrotada bandeja de entrada, pero, como le pasaba tan a menudo en los últimos tiempos, no encontró motivación para empezar. Abrió el cajón del centro y extrajo un sobre grueso en el que había ido guardando todos sus datos sobre medicina alternativa. En aquel momento, tenía un total de doce casos procedentes de sus colegas. Keara Abelard era el decimotercero, y el caso herbal de la mañana sumaba un total de catorce.
Jack tendría que haberse sentido satisfecho con sus progresos, pero no era así. Había llegado a la conclusión de que el número de casos que iba a encontrar, hiciera lo que hiciera, iba a ser muy inferior al número real, por diversos motivos. Un problema consistía en que los historiales del Instituto de Medicina Legal no estaban digitalizados, lo cual significaba que una búsqueda era imposible. Aunque los historiales estuvieran digitalizados, no habría códigos para medicina alternativa en general, ni para tipos específicos de medicina alternativa en particular. Para colmo, aunque pudiera localizar casos de DAV, no existían garantías de que los historiales dijeran algo acerca de quiropráctica, aunque la terapia quiropráctica estuviera implicada en el caso.
En situaciones relacionadas con medicina herbal, los casos serían descartados como envenenamiento accidental, y la causa de la muerte se atribuiría al veneno específico implicado. Sería la excepción, no la regla, que hablaran de medicina herbal.
Si bien Jack opinaba que su cruzada por sacar a la luz los peligros de la quiropráctica y otras formas de medicina alternativa era una gran idea, y valía la pena perseverar en ella, estos obstáculos tácticos estaban enfriando su entusiasmo. Catorce casos durante un período de tiempo indeterminado no eran suficientes para atraer la atención del público. Cuando había empezado, imaginaba una gran revelación, cientos de casos capaces de ocupar la primera plana de los medios durante días. Jack ya asumía que eso no iba a suceder.
A medida que el entusiasmo de Jack se difuminaba, sus problemas en casa se le antojaban más graves todavía. Sus emociones descontroladas, como ejemplificaba el reciente episodio con Vinnie, eran una clara señal de que todavía carecía de concentración. Durante unos momentos, Jack se planteó si debía aferrarse a la idea de la medicina alternativa con la esperanza de solucionar los problemas de investigación, o si debía intentar encontrar algo más absorbente.
El timbre del teléfono le sobresaltó. Contempló el aparato con rabia repentina, y reprimió el deseo de arrancar el cable de la pared. No quería hablar con nadie.
Pero ¿y si era Laurie? Tal vez se había producido un cambio a peor en el estado de J. J. Tal vez ella estaba llamando desde urgencias del Memorial. Jack levantó el auricular.
—¡Sí! —bramó.
—Hola, muchachote —rugió Lou Soldano—. ¿Te pillo en un mal momento? Pareces agobiado.
Jack tardó un momento en ponerse las pilas. Había estado convencido de que era Laurie para comunicar algún desastre.
—No pasa nada —dijo, y luchó por calmarse—. ¿Qué sucede?
Después de Laurie, el detective teniente Lou Soldano era una de sus personas favoritas. En muchos sentidos, la amistad de Jack y Lou había experimentado un curioso giro. Antes de que Jack hiciera acto de aparición, Lou y Laurie habían salido juntos un tiempo. Por suerte para Jack, su relación había pasado de ser romántica inestable a platónica plácida, y cuando Jack y Laurie empezaron a salir, Lou abogó por Jack en múltiples ocasiones. En una coyuntura particularmente difícil, fue la convicción de Lou de que Jack y Laurie estaban hechos el uno para el otro lo que salvó la situación.
—Quería ponerte al día —dijo Lou— sobre ese suicidio por arma de fuego acerca del cual me llamaste el martes. ¿Sabes de qué caso estoy hablando?
—Por supuesto. La mujer se llamaba Rebecca Parkman. Fue el caso en que el marido se emperró, y perdona la expresión, en que no se practicara la autopsia a su mujer, alegando motivos religiosos.
—Por lo visto, existían otros motivos —dijo Lou.
—No me sorprende. Aunque la herida de entrada presentaba forma de estrella, no estaba muy bien definida, lo cual sugería que no era herida de contacto. ¿A qué distancia calculé que estaba la pistola cuando se disparó?
—¡Cinco centímetros!
—En toda mi carrera forense, nunca he visto un suicidio con una herida de bala en la cabeza que no fuera herida de contacto.
—Bien, gracias a tus sospechas conseguimos una orden de registro e irrumpimos en casa del tipo. Y, no te lo pierdas, estaba retozando con una jovencita. ¿Te lo imaginas? Dos días después de que su esposa se suicide presuntamente, está cepillándose a una animadora.
—¿Encontrasteis algún indicio acusador?
—¡Ya lo creo! —dijo Lou con una risita pictórica de seguridad—. En la secadora encontramos una camisa de él recién lavada. Parecía limpia, por supuesto, pero los chicos del laboratorio encontraron restos de sangre, y resultó ser de la esposa. Creo que es muy acusador. He de concederos el mérito a vosotros, los chicos del IML. Apuntaos otra victoria por la justicia.
Una de las cosas que habían alimentado la amistad de Jack y Lou era que este tenía en muy alta estima la patología forense y lo que podía hacer por la defensa de la ley. Lou solía visitar el IML, así como observar las autopsias de casos criminales.
—¿Cómo está tu hijo? —preguntó Lou.
—Es una batalla —dijo Jack sin dar más detalles. No había comentado a Lou la enfermedad de J. J., ni deseaba hacerlo. Al mismo tiempo, no quería mentir. ¿Acaso vivir con un niño no era una batalla para todo el mundo?
—Sí, ¿verdad? —Lou rió—. Eso sí que es cambiar de estilo de vida. Recuerdo que, con los dos míos, no dormí durante meses.
—¿Cómo están tus hijos? —preguntó Jack.
—Ya no son unos crios —dijo Lou—. Mi niña tiene veintiocho años y mi niño, veintiséis. Te aviso, la cosa va rápida. Pero están bien. ¿Qué tal está Laur?
Lou llamaba Laur a Laurie.
—Bien —contestó Jack, y antes de que Lou pudiera continuar, añadió—: Lou, ¿te importa que te haga una pregunta personal?
—¡Joder, no! ¿Qué quieres saber?
—¿Utilizas la medicina alternativa?
—¿Te refieres a quiroprácticos, acupuntura y toda esa mierda?
—¡Exacto! Y también homeopatía, medicina herbal, o incluso terapias más exóticas, que utilizan palabras como campos de energía, ondas, magnetismo y resonancia.
—Voy a un quiropráctico de vez en cuando para que me ajuste, sobre todo cuando no duermo mucho. Probé la acupuntura para dejar de fumar. Alguien de jefatura me lo recomendó.
—¿Funcionó la acupuntura?
—Sí, durante un par de semanas.
—¿Y si te dijera que la medicina alternativa no está exenta de riesgos? De hecho, ¿y si te dijera que la manipulación cervical de los quiroprácticos mata a gente cada año? ¿Te influiría saberlo?
—¿De veras? —preguntó Lou—. ¿Muere gente?
—Me tocó un caso el lunes —dijo Jack—. Una mujer de veintisiete años que murió por rotura de las arterias del cuello. Era el primer caso que veía, pero he estado investigando durante los últimos días. Me ha sorprendido el número de casos que he encontrado. Ha influido en mi opinión sobre la medicina alternativa.
—No sabía que moría gente a causa del tratamiento quiropráctico —admitió Lou—. ¿Y la acupuntura? ¿Alguien ha muerto de eso?
—Sí. Laurie tuvo un caso de esos.
—¡Joder! —exclamó Lou.
—¿Y si te dijera que la medicina alternativa no ofrece la clase de salud que afirma? Además de aportar un efecto placebo, no hace gran cosa. Sabes lo que es el efecto placebo, ¿verdad?
—Sí, es cuando tomas un medicamento, como pildoras de azúcar, que no contiene ningún principio activo, pero te sientes mejor.
—Exacto. Bien, te lo diré de otra manera: ¿y si te dijera que la medicina alternativa no hace otra cosa que proporcionar un efecto placebo, pero de paso te pone en peligro?
Lou rió.
—Creo que iré a comprar un frasco de pildoras de azúcar.
—Lou, estoy hablando en serio. Quiero entender por qué tío pones en duda la idea de ir a un supuesto proveedor de salud, pagar una buena pasta y tal vez ponerte en peligro de muerte, cuando te estoy diciendo que solo es un efecto placebo. Ayúdame a entenderlo.
—Tal vez porque puedo ir a ver a este quiropráctico.
—Sigo sin entenderlo. ¿Qué significa que puedes ver a ese tipo?
—Es complicado de la hostia ver a mi médico de cabecera. Su consulta es como un fuerte con un par de brujas que actúan como si necesitaran protegerle de mí, el ogro. Y cuando entro a verle, me dice que adelgace y que deje de fumar, como si fuera fácil, y todo va tan deprisa que la mitad de las veces me olvido de por qué he ido a verlo. Después, llamo al quiropráctico, descuelgan enseguida y son amables. Si quieres hablar con el quiropráctico, puedes. Si es una emergencia y quieres ir enseguida, puedes. Y cuando entras en la consulta, no tienes que esperar una hora; y cuando ves al terapeuta, no tienes la sensación de que te está metiendo a toda prisa en una cadena de montaje, como un pedazo de carne en un matadero.
Se hizo el silencio durante unos momentos. Como ventaja de controlar sus emociones hasta un punto razonable, Jack oyó la respiración de Lou. El hombre estaba algo irritado. Jack carraspeó.
—Gracias —dijo—. Me has enseñado algo que necesitaba saber.
—De nada —dijo Lou con escasa sinceridad.
—Te he dicho que estaba investigando la medicina alternativa, y me he quedado desconcertado por la buena disposición de la gente a aceptarla, pese al hecho de que, en mi opinión, es prácticamente ineficaz, y además les cuesta millones y millones de dólares al año. He descubierto que solo la medicina herbal recauda treinta mil millones de dólares, lo cual me recuerda, ¿tomas alguna medicina herbal?
—De vez en cuando. Cuando mi peso supera los ochenta kilos, sigo un programa de adelgazamiento rápido, que incluye un producto herbal llamado Lose It.
—Eso no está bien —dijo Jack—. Como amigo tuyo, te aconsejo que no lo uses. Muchos productos herbales de adelgazamiento, sobre todo los chinos, están contaminados de manera accidental con sales de plomo o sales de mercurio, o ambas. Para colmo, se sabe que, con frecuencia, el contenido de la planta natural ha sido contaminado a propósito con productos farmacéuticos peligrosos, con el fin de que obren algún efecto positivo, o sea, pérdida de peso. Mi consejo es que te mantengas lo más alejado posible de tales remedios.
—Hoy eres un maravilloso portador de buenas noticias. Me alegro mucho de haber llamado.
—Lo siento —dijo Jack—, pero yo me alegro de que hayas llamado. Me has enseñado algo que necesitaba saber, aunque es probable que no quisiera saberlo, o sea, por qué la gente está tan ansiosa por lanzarse a los brazos de la medicina alternativa y se muestra reticente a escuchar por qué no debería.
—Ahora me has picado la curiosidad —dijo Lou—. ¿Qué te he enseñado?
—Me has enseñado que la medicina convencional tiene mucho que aprender de la medicina alternativa. La forma en que has descrito tu experiencia con las dos es muy reveladora. La medicina alternativa mantiene buenas relaciones con los pacientes, los trata como personas, convierte la visita en una experiencia social positiva, aunque no exista auténtica curación. La medicina convencional, por su parte, demasiado a menudo es todo lo contrario, y actúa más como si te estuviera haciendo un favor. Peor todavía, si la medicina convencional piensa que no puede ayudarte, te ignora. Te deja tirado.
Jack no pudo evitar pensar que esa era la situación en la que Laurie y él se encontraban en esos momentos, mientras esperaban a que la alergia de J. J. a la proteína del ratón disminuyera, si es que iba a disminuir. Eso estaba por demostrar.
—¿Por qué dices que no querías saberlo? —preguntó Lou.
Jack tuvo que reflexionar un momento, porque la pregunta estaba relacionada con su cruzada, que a su vez estaba relacionada con la enfermedad de J. J. Jack no quería hablar de J. J.
—No quería saberlo porque descubrir que existen razones legítimas para que la gente quiera utilizar la medicina alternativa significa que mis esfuerzos por dejar al descubierto sus limitaciones, incluso sus peligros, caerán probablemente en oídos sordos.
—A veces creo que eres la persona más irritantemente misteriosa que conozco. Pero déjame añadir otra razón a por qué la gente se revolverá con uñas y dientes contra ti y a favor de la medicina alternativa. La medicina alternativa no da miedo. Si dices que un puñado de personas mueren cada año por culpa de ir a un terapeuta de medicina alternativa, ni siquiera pestañearán. Mueren miles y miles de personas más que acuden solo a médicos convencionales de las que mueren por ir al quiropráctico. De hecho, la gente que va al quiropráctico quiere creer en la quiropráctica porque no quiere ir a los médicos convencionales, que tal vez le den un diagnóstico que implique incomodidades, dolor y, quizá, la muerte. Con el quiropráctico, eso nunca sucede. Todo es optimista, todas las dolencias pueden tratarse, no hace daño, y si solo es efecto placebo, ¿qué más da?
Siguió otro instante de silencio.
—¡Tienes razón! —dijo Jack al fin.
—Gracias. Ahora, volvamos a nuestros trabajos respectivos, porque estamos empleando el tiempo de la ciudad. Y una última cosa, que no paren de llegar los informes forenses, porque este último sobre Sam Parkman dio en el blanco.
—¿No será un problema que la sangre del caso Parkman sea una prueba circunstancial? O sea, no hay forma de demostrar cuándo se manchó la camisa con la sangre de la mujer. La defensa argumentará que fue hace un mes o así.
—Eso no va a significar ningún problema. La amiguita animadora está cantando a pleno pulmón, por temor a que la consideren cómplice. El fiscal del distrito está muy contento y considera el caso cerrado.
Después de que Jack colgara el teléfono, permaneció un rato inmóvil. El escaso viento que quedaba en sus velas de la cruzada contra la medicina alternativa había amainado. Una vez más, se sintió descorazonado. Recogió todas sus notas y las volvió a meter en el sobre grande. Después, en lugar de devolverlo al cajón central, abrió el cajón del fondo, que contenía la foto enmarcada de Laurie y J. J., y lo tiró adentro. Cerró el cajón de una patada.
Preparado para reincorporarse al trabajo en serio, Jack miró en su bandeja de entrada con la intención de trasladar el material al vade de sobremesa y empezar a clasificarlo, pero su mano nunca llegó a efectuar el movimiento. El timbre del teléfono volvió a romper el silencio del despacho. Convencido de que sería Lou con otra idea acerca del problema de la medicina alternativa, Jack contestó al teléfono con el mismo desenfado de antes. Pero no era Lou. Era quizá la última persona del mundo de la que Jack esperaba tener noticias.