15.42 h, 2 de diciembre de 2008, Nueva York
(21.42 h, Roma)
Jack estaba muy disgustado consigo mismo. Por segunda vez en dos días, había perdido el control por completo. El día anterior había sido con Ronald Newhouse, lo cual ilustraba hasta qué punto llevaba mal la enfermedad de su hijo. Cuando pensaba en su comportamiento en la consulta del quiropráctico, se sentía avergonzado, sobre todo porque era Laurie quien cargaba con el peso de la tragedia, mientras él huía de casa cada día para no pensar en el problema. Ese día había culpado a su hijo de cuatro meses de su lapso de cordura, lo cual resultaba todavía más vergonzoso que encararse a un quiropráctico. Pensó en qué diría Laurie cuando supiera que había hablado a Bingham y a Calvin de J. J. Aunque no lo habían comentado abiertamente, ambos consideraban la situación un asunto privado.
Jack seguía sentado a su mesa, donde se había refugiado después del rapapolvo en el despacho de Bingham. Miró su bandeja, rebosante de resultados de laboratorio e información que había solicitado a los investigadores médico-legales. Sabía que debía poner manos a la obra, pero no se decidía a empezar.
Lanzó una mirada al microscopio y a las pilas de portaobjetos, cada uno de los cuales representaba un caso diferente. Tampoco podía hacer eso. Por preocupado que estuviera, todavía le preocupaba más pasar por alto algo importante.
Como paralizado, Jack apoyó la cabeza en las manos. Con los codos descansando sobre la mesa y los ojos cerrados, trató de decidir si se estaba deprimiendo. No podía permitir que volviera a suceder.
—¡Patético! —rugió con los dientes apretados, la cabeza todavía inclinada.
Verbalizar una opinión tan severa sobre sí mismo fue como si le hubieran abofeteado. Jack se incorporó en la silla. Tras, en cierto sentido, tocar fondo, se recuperó. Con la idea de que la mejor defensa era el ataque, la estrategia que había adoptado durante su reunión con Bingham y Calvin, un estado de ánimo que habría deseado mantener, en lugar de convertirse en un pelele que había temido ser suspendido de empleo y sueldo, Jack concentró su mente en su cruzada contra la medicina alternativa.
—¡Que te den por el culo, Bingham! —soltó Jack.
De repente, en lugar de dejarse acobardar por Bingham, adoptó una postura desafiante. Aunque al principio se había sentido motivado por el deseo de distraerse de la enfermedad de J. J., ahora sabía que la cruzada era un objetivo legítimo en sí misma, y no un simple ejercicio de escritura para una revista de patología forense. Se trataba de una manera fiable de informar al público sobre un problema del que debería preocuparse mucho.
Una vez recuperada su motivación, Jack levantó la cabeza y trasladó la silla desde la zona de trabajo a la pantalla del ordenador. Con unos cuantos clics del ratón, se puso a examinar su correo electrónico, para ver si alguno de sus colegas había contestado a su solicitud de casos en que estuviera implicada la medicina alternativa. Solo había dos: Dick Katzenberg, de la oficina de Queens, y Margaret Hauptman, de Staten Island. Jack maldijo por lo bajo ante la falta de respuesta de los demás.
Jack sacó un par de fichas de 10x15 y apuntó los nombres, además de los números de acceso. Después, envió otro correo electrónico de grupo a todos los médicos forenses, dando las gracias a Dick y a Margaret con mención de su nombre y exhortando a los demás a seguir su ejemplo.
Jack cogió las fichas y su chaqueta y salió. Quería ver los expedientes de los dos casos, lo cual significaba trasladarse al departamento de historiales, sito en el nuevo edificio de ADN del IML, en la calle Veintiséis.
Pasó de largo del antiguo complejo hospitalario de Bellevue, remozado en fecha reciente, y entró en el nuevo edificio del IML ADN, separado de la Primera Avenida por un pequeño parque. El edificio era un moderno rascacielos, construido con una mezcla de cristal azul tintado y piedra caliza marrón claro, que se alzaba sobre el antiguo hospital. Jack estaba orgulloso del edificio, y orgulloso también de que Nueva York lo hubiera construido.
Exhibió su tarjeta de identificación y pasó el torno de seguridad. El departamento de historiales se encontraba en la cuarta planta, en una oficina inmaculada forrada del suelo al techo de compartimientos verticales de madera noble de imitación. Cada enorme compartimiento contenía ocho estanterías horizontales de un metro veinte de anchura. Al final del día, cada pasillo tenía una puerta plegable de la misma madera de imitación que se cerraba con llave.
Al frente de la recepción del departamento se hallaba una sonriente mujer llamada Alida Sánchez.
—¿En qué puedo ayudarlo? —preguntó con voz cantarína—. Se le ve muy motivado.
—Supongo que lo estoy —admitió Jack, al tiempo que le devolvía la sonrisa. Le entregó las dos fichas y pidió ver los historiales.
Alida les echó un vistazo antes de levantarse.
—Vuelvo enseguida.
—Esperaré —dijo Jack. La vio alejarse en dirección al East River, visible a través de las ventanas. Unos momentos después, reapareció con una carpeta. Regresó al escritorio y la entregó a Jack.
—Aquí tiene el primero, para empezar.
Jack abrió el historial e inspeccionó el informe médico-legal, las notas de la autopsia, el informe de la autopsia, los formularios para informar por teléfono de la muerte y la hoja de trabajo del caso, hasta llegar al certificado de defunción. Extrajo esta hoja y observó de inmediato que la causa inmediata era la misma de Keara Abelard, disección de la arteria vertebral. En la siguiente línea de la hoja, después de la frase «debido a o a consecuencia de», había escrito «manipulación cervical quiropráctica».
—Perfecto —masculló Jack para sí.
—Aquí tiene el segundo historial —dijo Alida cuando volvió de un pasillo más alejado.
Picado por la curiosidad, Jack abrió la segunda carpeta y extrajo el certificado de defunción. Cuando echó un vistazo a la línea de «causa inmediata de la muerte», se quedó sorprendido al ver que incluía «melanoma». Bajó los ojos hacia la línea siguiente y vio que la muerte había sido consecuencia de un cáncer que se había extendido al hígado y el cerebro. Confundido por el motivo de que Margaret le hubiera enviado el caso, avanzó hacia la segunda parte de la causa de la muerte. Había una línea titulada «otras condiciones significativas conducentes a la muerte», donde Margaret había escrito que al paciente le habían aconsejado utilizar tan solo homeopatía durante seis meses.
—¡Dios santo! —exclamó Jack.
—¿Pasa algo, doctor? —preguntó Alida.
Jack levantó la vista del certificado de defunción, y después lo alzó en el aire.
—Este caso me ha abierto los ojos a otro aspecto negativo de la medicina alternativa en el que no había pensado.
—Ah, ¿sí? —preguntó Alida. En su trabajo, no estaba acostumbrada a sostener conversaciones con los médicos forenses, sobre todo después de que el departamento de historiales hubiera sido trasladado desde el depósito de cadáveres hasta el nuevo edificio.
—Pensaba que medicinas alternativas como la homeopatía eran inofensivas, pero no es así.
—¿Qué es la homeopatía exactamente? —preguntó Alida.
Como Jack había leído la noche anterior todo un capítulo sobre la especialidad en Trick or Treatment, contaba con una respuesta rápida que no habría tenido en caso contrario.
—Es un tipo de medicina alternativa basada en la muy poco científica idea de «lo semejante cura a lo semejante». En otras palabras, si una planta provoca náuseas cuando la comes, la misma planta curará las náuseas cuando se toma en una cantidad muy diluida, y estoy hablando de una disolución radical, con tan solo una o dos moléculas del ingrediente activo.
—Eso suena bastante extraño —comentó Alida.
—Dígamelo a mí —contestó Jack con una carcajada—. Pero como ya he dicho, yo pensaba que era inofensiva hasta que usted me ha dado este caso. —Agitó el certificado de defunción que sostenía en la mano—. Este caso subraya el hecho de que la gente es capaz de tragarse estas terapias de medicina alternativa, como la homeopatía, hasta el extremo de renunciar a la medicina convencional, la cual, en ciertas circunstancias, puede ofrecer una cura solo si se inicia pronto la terapia convencional, como en el caso de ciertos cánceres. El caso que me ha dado es uno de esos.
—Eso es terrible —dijo Alida.
—Estoy de acuerdo —contestó Jack—. Gracias por su ayuda.
—De nada. ¿Puedo ayudarle en algo más?
—Ha llegado a mis oídos que van a digitalizar los historiales del IML. ¿Han empezado ya?
—Desde luego —dijo Alida.
—¿Hasta dónde han llegado?
—No muy lejos. Se necesita mucho tiempo, y aquí solo trabajamos tres personas.
—¿Hasta qué año han llegado?
—Ni siquiera hemos terminado uno.
Jack puso los ojos en blanco, decepcionado.
—Ni siquiera un año.
—Es un proceso muy laborioso.
—¿Cómo podría buscar en los historiales del IML muertes relacionadas con la medicina alternativa, como las que me acaba de dar?
—Temo que debería ser historial a historial, lo cual podría tenerle ocupado años, dependiendo de la cantidad de gente asignada a la tarea.
—¿Esa es la única forma? —preguntó Jack. No era lo que deseaba oír.
—Es la única manera hasta que los historiales estén digitalizados. E incluso con historiales digitales, solo localizaría los que le interesan si los médicos forenses hubieran añadido las palabras «medicina alternativa» en la casilla de la causa del fallecimiento.
—O «quiropráctica», «homeopatía», etcétera etcétera —añadió Jack—. El tipo de medicina alternativa implicada.
—Exacto, pero imagino que no habrá demasiados médicos forenses que añadan eso. Al fin y al cabo, en los certificados de defunción de gente que muere a causa de complicaciones terapéuticas, no consta medicina convencional o medicina alternativa como factor contribuyente, ni cirugía ortopédica o cualquier otra especialidad, a ese respecto. Solo podría aparecer, si el médico forense no lo incluyó en el certificado de defunción, en el informe del investigador bajo «otras observaciones». Incluso entonces sería improbable, puesto que por mi experiencia sé que los investigadores casi nunca escriben nada.
—¡Mierda! —exclamó Jack. Entonces, al darse cuenta de lo que había dicho, se disculpó—. Estoy desesperado por encontrar esta información —dijo—. Quería saber cuántas muertes ha estudiado el IML, durante los últimos treinta años, en que hubiera estado implicada la medicina alternativa. Son esas estadísticas las que llaman la atención de la gente.
—Lo siento —se disculpó Alida con una sonrisa forzada.