11.34 h, martes, 2 de diciembre de 2008, Nueva York
(17.34 h, Roma)
—¿Cómo te fue en la comida ayer? —preguntó Jack. Había asomado la cabeza en el despacho de Chet, donde su colega estaba estudiando bajo el microscopio una serie de placas. Chet alzó la vista, y después se apartó de su escritorio.
—No fue lo que yo esperaba —confesó.
—¿Por qué?
—No sé en qué estaría pensando el sábado por la noche —dijo, al tiempo que sacudía la cabeza—. Se me debió de ir la puta olla. Esa mujer era del tamaño de un caballo.
—Lo siento —dijo Jack—. Supongo que, a fin de cuentas, no va a ser «ella».
Chet hizo un gesto como si ahuyentara a un insecto molesto, al tiempo que reía con sorna.
—¡Búrlate de mí! —le retó—. Me lo merezco.
—Quiero preguntarte sobre el caso de DAV del que hablaste ayer —dijo Jack, mientras intentaba refrenar el entusiasmo por su cruzada contra lo que consideraba la popularidad irracional de la medicina alternativa. Estaba más convencido que nunca de que era ineficaz en general, dejando aparte el efecto placebo y el hecho de que era cara: una mala combinación. Y por si eso no fuera suficiente, ahora sabía que, en algunas ocasiones, era peligrosa. De hecho, se sentía avergonzado de que la patología forense no hubiera tomado una postura responsable en el asunto.
La opinión de Jack se había fortalecido después de su visita en persona a la consulta de Ronald Newhouse la tarde anterior, si bien, al pensarlo, admitía que había sido una equivocación, pues se había dejado llevar por sus frágiles emociones. Aquel mismo día, más tarde, había llevado a cabo una búsqueda en internet y descubierto una enorme cantidad de información, que le habría ahorrado la necesidad de plantar cara a Newhouse. Ignoraba los miles de «estudios» realizados para demostrar o desaprobar la eficacia de la medicina alternativa o complementaria. Su búsqueda también puso en evidencia lo que consideraba el mayor defecto de internet: demasiada información, sin ningún método real de analizar la imparcialidad de las fuentes.
Por casualidad, se había topado con cierto número de referencias al libro Trick or Treatment, que antes había reservado en Barnes & Noble. Una comprobación de las credenciales de los autores lo dejó muy impresionado. Uno era el autor de un libro que había disfrutado varios años antes, titulado Big Bang. El dominio de la ciencia que demostraba el hombre, sobre todo en física, era asombroso, y Jack estaba dispuesto a confiar en las opiniones del hombre sobre la medicina alternativa. El segundo autor, con carrera en medicina convencional, se había tomado el tiempo y el esfuerzo de aprender algunos tipos de medicina alternativa, y practicaba ambas. Tales antecedentes no podían ser mejores para evaluar y comparar sin prejuicios los dos enfoques. Muy animado, Jack había decidido dejar internet, y se había marchado antes del trabajo para recoger el libro.
Cuando Jack había llegado a casa la noche anterior, se había llevado una decepción al descubrir que tanto Laurie como J. J. estaban dormidos como troncos, y una nota en la mesita contigua a la puerta principal:
«Mal día, montones de lágrimas, nada de sueño pero dormida ahora. He de hacerlo cuando puedo. Sopa sobre los fogones.
Te quiero,
L».
La nota había conseguido que Jack se sintiera culpable y solo. No había llamado en todo el día por temor a despertarlos, cosa que ya había ocurrido otras veces. Aunque siempre animaba a Laurie a llamarle cuando pudiera, ella nunca lo hacía. Confiaba en que no fuera por resentimiento contra él, por irse a trabajar cuando ella se quedaba en casa; y aunque fuera así, sabía que ella nunca lo reconocería.
Pero no se sentía culpable tan solo por no llamar: era porque no quería saber lo que estaba pasando en casa. A veces, ni siquiera quería volver a casa. Estar en el apartamento le impedía olvidar la enfermedad del niño y su impotencia para remediarla. Aunque nunca lo había admitido ante Laurie, solo sostener al niño transido de dolor afectaba a sus sentimientos, y se odiaba por ello. Al mismo tiempo, comprendía lo que se agazapaba detrás de dichos sentimientos: estaba intentando en vano no encariñarse demasiado con el niño. La realidad no verbalizada que acechaba en los recovecos de su mente era que J. J. no iba a sobrevivir.
Jack aprovechó la paz que reinaba en la casa para sumergirse en Trick or Treatment. Cuando Laurie despertó cuatro horas después, lo encontró tan absorto que se había olvidado de cenar.
Jack escuchó mientras Laurie le contaba cómo había ido su jornada. Como cualquier otro día, cuanto más oía, más creía que ella era una santa y él todo lo contrario, pero dejó que se explayara a gusto. Cuando hubo terminado, fueron a la cocina, donde ella insistió en calentar un poco de sopa para los dos.
—Es irónico que esta mañana hayas hablado de probar con la medicina alternativa —dijo él mientras cenaban—. Voy a decirte una cosa: puede que estemos desesperados, pero nunca vamos a utilizar medicina alternativa.
Le habló de Keara Abelard y de su decisión de investigar en serio el tema de la medicina alternativa. Aunque Laurie se encontraba agotada física y mentalmente, escuchó su apasionado discurso a medias, hasta que llegó al caso fatal de la niña de tres meses fallecida después de una manipulación cervical quiropráctica. A partir de aquel momento, prestó toda su atención a Jack. Explicó que Trick or Treatment le estaba abriendo los ojos a todos los campos de la medicina alternativa, incluidas la homeopatía, la acupuntura y la medicina herbal, además de la quiropráctica.
Cuando Jack hubo concluido su miniconferencia, la reacción de Laurie fue felicitarle por encontrar un tema en el que valiera la pena ocupar su mente, mientras la familia no tuviera ni idea de qué hacer con relación al tratamiento de J. J. Hasta confesó sentir algunos celos, pero de ahí no pasó. Cuando Jack sacó a colación de nuevo la posibilidad de que volviera al trabajo con la ayuda de enfermeras las veinticuatro horas, ella se negó una vez más, y dijo que estaba haciendo lo que era necesario. Después, habló de tres casos de fallecimientos causados por la medicina alternativa de los que había oído hablar. Uno era un caso de una víctima de la acupuntura, que había muerto cuando el acupunturista había atravesado el corazón de la víctima con una de sus agujas, en la zona del nodulo sinoventricular. Otros dos murieron por envenenamiento de metales pesados, por culpa de unas hierbas chinas contaminadas.
A Jack le gustó escuchar los casos de Laurie, y había admitido haber enviado un correo electrónico a todos sus colegas, preguntando por casos similares, con el fin de calcular la incidencia de muertes inducidas por la medicina alternativa en Nueva York.
—¡Eh! —gritó Chet, al tiempo que daba un empujón al brazo de Jack—. ¿Qué te pasa, te ha dado una parálisis psicomotriz?
—Lo siento —contestó Jack, y sacudió la cabeza como si despertara de un trance—. Tenía la cabeza en otro sitio.
—¿Qué querías preguntar sobre mi caso de DAV? —preguntó Chet. Había estado esperando a que Jack terminara la pregunta.
—¿Podrías conseguir el nombre o número de acceso de ese caso, para que pueda conocer los detalles? —dijo Jack, pero no escuchó la respuesta de Chet. Su mente estaba recordando aquella mañana, cuando había despertado a las cinco y media, todavía vestido, todavía sentado en el sofá de la sala de estar. Sobre su regazo descansaba Trick or Treatment, abierto por el apéndice.
El libro había acentuado sus sentimientos negativos hacia la medicina alternativa, y espoleado su interés por el tema. Aunque se había saltado algunas partes del libro, había leído casi todo el volumen, incluso subrayado ciertos párrafos cruciales. El mensaje enlazaba con su postura sobre el tema, y pensó que los argumentos utilizados por los autores para justificar sus conclusiones eran claros e imparciales. De hecho, Jack pensó que se habían esforzado al máximo por intentar defender la medicina alternativa, pero en su resumen únicamente podían concluir que la homeopatía proporcionaba tan solo efecto placebo; que la acupuntura, además del efecto placebo, podía paliar algunos tipos de dolor y náuseas, pero su efecto era breve y de poca importancia; que la quiropráctica, además del efecto placebo, mostraba cierta eficacia en relación con el dolor de espalda, pero los tratamientos convencionales eran igualmente beneficiosos y mucho menos caros; y que la medicina herbal era sobre todo efecto placebo, con productos de escaso o nulo control de calidad, y en aquellos productos de efecto farmacológico, los fármacos que contenían el ingrediente activo eran mucho más seguros y eficaces.
Tras haber dormido solo un par de horas, Jack pensó que estaba agotado, pero ese no había sido el caso, al menos al principio. Después de una tonificante ducha fría y un frugal desayuno, Jack había llegado al IML a bordo de su bicicleta en un tiempo casi récord.
Nervioso como estaba a causa de sus recientes descubrimientos sobre la medicina alternativa, Jack se sumergió en el trabajo y firmó diversos casos pendientes, antes de apoderarse de un poco dispuesto Vinnie para empezar a trabajar en la sala de autopsias. Cuando Jack llegó al despacho de Chet, ya había terminado tres autopsias, que incluían un tiroteo en un bar del East Village y dos suicidios, uno de los cuales consideró muy sospechoso, lo suficiente como para llamar a su amigo detective, el teniente Lou Soldano.
—¡Eh! —Chet llamó de nuevo su atención—. ¿Hay alguien en casa? Esto es ridículo. Es como charlar con un zombi. Acabo de decirte el nombre de mi caso de DAV, y tienes pinta de haber sufrido otra crisis de ausencia. ¿No has dormido esta noche?
—Lo siento —se disculpó Jack, cerró los ojos, y después parpadeó muy deprisa—. Tienes razón en que no he dormido mucho esta noche, y me tengo en pie gracias a la energía nerviosa. ¡Dime otra vez el nombre!
—¿Por qué estás tan interesado? —preguntó Chet, al tiempo que escribía el nombre en una nota que entregó a Jack.
—Estoy investigando la medicina alternativa en general, y las DAV quiroprácticas en particular. ¿Qué averiguaste cuando investigaste aquella DAV?
—¿Te refieres a aparte del hecho de que nadie quería saber nada de ella?
—¿Además de tu jefe, quieres decir?
—Cuando presenté el caso en la sesión clínica, suscitó una especie de debate, con la mitad del público a favor y la mitad en contra de la quiropráctica, y los que estaban a favor eran acérrimos. Fue un problema emocional que me pilló por sorpresa, sobre todo porque mi jefe era un fanático.
—Has dicho que reuniste cuatro o cinco casos. ¿Crees que podrías encontrar también los nombres? Sería interesante comparar de manera extraoficial la incidencia de la DAV entre Nueva York y Los Ángeles.
—Encontrar el nombre de mi caso fue relativamente fácil. Encontrar los demás es pedir un milagro. Pero buscaré. ¿Cómo lo vas a investigar desde aquí?
—¿Hace mucho que no miras tu correo electrónico?
—Debo confesar que sí.
—Cuando lo hagas, verás uno mío. Envié un correo electrónico a todos los médicos forenses de la ciudad, en busca de casos. A última hora de esta tarde voy a echar un vistazo a los historiales, por si encuentro algo.
De pronto, la BlackBerry de Jack vibró. Siempre preocupado por si era Laurie y una crisis en casa, lo sacó de su funda y contempló la pantalla de LCD.
—¡Ahí va! —dijo. No era Laurie. Era su jefe, Harold Bingham, que llamaba desde su despacho de abajo.
—¿Qué pasa? —preguntó Chet al observar la reacción de Jack.
—Es el jefe.
—¿Algún problema?
—Ayer realicé una visita oficial —confesó Jack—. Era el quiropráctico implicado en mi caso. No me comporté con mi diplomacia habitual. De hecho, casi llegamos a las manos.
Chet, quien conocía a Jack mejor que nadie de la oficina, hizo una mueca.
—¡Buena suerte!
Jack asintió en señal de agradecimiento y clicó para aceptar la llamada. La estirada secretaria de Bingham, la señora Sanford, estaba al habla.
—¡El jefe te quiere en su despacho ahora!
—Lo he oído —dijo Chet, al tiempo que hacía la señal de la cruz. El significado era sencillo: Chet estaba convencido de que la situación de Jack necesitaba que se apiadaran de él.
Jack se apartó del escritorio de Chet.
—Gracias por el voto de confianza —dijo con sarcasmo.
Mientras caminaba hacia el ascensor, Jack pensó que la convocatoria debía de estar relacionada con el buen doctor Newhouse, el quiropráctico. Jack había esperado una reacción después del episodio, pero no pensaba que fuera a ser tan rápida. Esto no se debía a la llamada de un airado quiropráctico, sino a la llamada de un abogado. Las consecuencias podían ser un tirón de orejas… o una demanda civil.
Jack salió del ascensor y pensó que, en lugar de defenderse delante de Bingham, lo cual sabía que sería difícil, cuando no imposible, tal vez debería pasar a la ofensiva.
—Tienes que entrar ahora mismo —dijo la señora Sanford sin levantar la vista del ordenador. Como la mujer se había comportado igual la última vez que le habían dado un rapapolvo, diez años antes, se quedó de nuevo intrigado por el hecho de que hubiera sabido que era él.
—¡Cierra la puerta! —tronó Bingham desde detrás de su enorme escritorio de madera. El escritorio estaba situado bajo los altos ventanales cubiertos con persianas antiguas. Calvin Washington, el subdirector, estaba sentado a una mesa de biblioteca grande, con librerías acristaladas a su espalda. Ambos hombres miraron a Jack sin parpadear.
—Gracias por llamar —dijo Jack muy serio. Se encaminó sin vacilar hacia el escritorio de Bingham y dio un puñetazo sobre él para subrayar sus palabras—. El IML debe tomar una postura responsable sobre la medicina alternativa, en especial la quiropráctica. Ayer tuvimos una muerte por disección arterial vertebral bilateral provocada por una manipulación cervical innecesaria.
Bingham aparentó confusión por la forma en que Jack pasaba al contraataque.
—Yo he cogido la delantera —continuó Jack—, obligándome ayer a tomarme el tiempo y el esfuerzo de llevar a cabo una visita oficial al quiropráctico culpable, con el fin de confirmar que había llevado a cabo la manipulación cervical. Como puedes comprender, no fue tarea fácil, y tuve que mostrarme enérgico para obtener la información.
La cara llena de manchas de Bingham palideció un poco, y sus ojos llorosos se entornaron mientras miraba a Jack. Entonces, se quitó las gafas para limpiarlas, y también para ganar tiempo. Las réplicas irascibles nunca habían sido su fuerte.
—¡Siéntate! —tronó Calvin desde la parte posterior de la habitación.
Jack se sentó en una silla delante de la mesa de Bingham. No miró hacia atrás. Tal como esperaba y temía, Calvin no se había dejado influir por su táctica tanto como Bingham.
El corpachón impresionante de Calvin apareció por la periferia de la línea de visión de Jack. Poco a poco, alzó los ojos hacia él. Calvin tenía los brazos, en jarras, el rostro demacrado, y sus ojos echaban chispas. Se inclinó sobre Jack.
—¡Corta el rollo, Stapleton! —bramó—. Sabes muy bien que no puedes ir por ahí exhibiendo tu placa como un poli renegado de la tele.
—Ahora que lo pienso, no lo llevé bien —admitió Jack.
—¿Fue una especie de venganza personal contra la quiropráctica? —preguntó Bingham.
—Sí, fue algo personal.
—¿Te importaría explicarlo? —preguntó Bingham.
—¿Aparte de que un quiropráctico no tiene por qué tratar enfermedades que no estén relacionadas con la columna? ¿O que la quiropráctica basa su lógica del tratamiento en una estúpida idea trasnochada de inteligencia innata que nunca ha sido descubierta, medida o explicada? ¿O que dicho tratamiento implica muy a menudo manipulaciones cervicales que pueden causar la muerte, como en el caso de mi paciente de veintisiete años?
Bingham y Washington intercambiaron una mirada consternada ante el exabrupto emocional de Jack.
—Eso puede ser cierto o no —dijo Bingham—, pero ¿qué lo convierte en algo personal?
—Preferiría no entrar en detalles —respondió Jack, mientras intentaba mantener la calma. Sabía que estaba dejándose llevar por sus emociones, igual que en la consulta del quiropráctico—. Es una larga historia, y la relación podría calificarse de indirecta.
—Preferirías no entrar en detalles —repitió ceñudo Bingham—, pero puede que nosotros lo consideremos necesario, y si no lo haces, podría ser bajo tu responsabilidad. Como es posible que todavía no hayas recibido la citación, tengo la desagradable responsabilidad de informarte de que tú y el IML habéis sido demandados por un tal doctor Ronald Newhouse…
—No es médico, por los clavos de Cristo —espetó Jack—. Es un maldito quiropráctico.
Bingham y Washington intercambiaron otra veloz mirada. No cabía duda de que Bingham se sentía frustrado, como el padre de un adolescente recalcitrante. Calvin fue menos generoso. Estaba muy furioso y le costaba morderse la lengua.
—De momento, tus opiniones sobre la quiropráctica no importan —dijo Bingham—. Lo que se cuestiona aquí son tus actos, y lo más probable es que este caballero en cuestión sea un doctor de quiropráctica. Tú y el IML estáis acusados de calumnias, difamación, agresión…
—No le toqué ni un pelo a ese tío —interrumpió Jack. Le resultaba difícil seguir su propio consejo en lo tocante a las emociones.
—No tienes por qué tocar a nadie para ser denunciado por agresión. El demandante solo ha de creer que estás a punto de hacerle daño de alguna manera. ¿Le chillaste en su despacho?
—Supongo —admitió Jack.
—¿Le amenazaste con detenerle por asesinar a su paciente?
—Supongo —dijo Jack con humildad.
—¡Supones! —repitió Bingham con creciente desdén y, exasperado, lanzó los brazos al cielo—. Te diré lo que yo opino —chilló—. Es un abuso mayúsculo de autoridad oficial. Tengo ganas de echarte a patadas de aquí y suspenderte de empleo y sueldo hasta que este follón se solucione.
Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Jack. Si le suspendían, la cuerda de salvamento de su cordura emocional se rompería. Tendría que quedarse en casa, y Laurie debería ir a trabajar en su lugar. Tendría que asumir la responsabilidad de cuidar a J. J. «¡Oh, Dios mío!», gimió Jack por dentro. De repente, se sintió desesperado, más que en ningún momento hasta entonces. La última vez que se enfrentó a la ira de Bingham, no le importaba nada; pero ahora no podía permitirse ser autodestructivo. Su familia le necesitaba. No podía deprimirse. Bingham tenía razón: era un follón.
Bingham respiró hondo ruidosamente y exhaló el aire a través de sus labios fruncidos. Observó a Calvin, quien seguía fulminando con la mirada a Jack.
—¿Qué opinas, Calvin? —preguntó Bingham. Su voz casi había recuperado la normalidad.
—¿Qué opino de qué? —preguntó a su vez Calvin—. ¿Si suspendemos a este capullo de empleo y sueldo, o le damos una paliza de muerte?
—Tú te reuniste con la jefa de la asesoría jurídica, yo no —dijo Bingham—. ¿Cuál fue su opinión sobre el tema de la indemnización? ¿Está convencida de que nuestro seguro cubrirá el episodio, tanto si la demanda se soluciona como si vamos a juicio?
—Dijo que debería ser así. Al fin y al cabo, no es una querella criminal.
—¿Y qué te dijo acerca de la posibilidad de que los actos de Stapleton fueran considerados malintencionados a propósito?
—Estaba menos segura acerca de esa posibilidad.
Jack paseó la vista entre Bingham y Calvin. De momento, le ignoraban, como si no estuviera presente. Después de que los dos hombres intercambiaran algunos comentarios más, Bingham desvió su atención hacia Jack.
—Estamos hablando de si el seguro te cubrirá. Según tu contrato, el IML te indemniza por mala praxis, excepto si la mala praxis implica criminalidad o se considera malintencionada, lo cual significa que lo hiciste a propósito y no fue accidental.
—No fui a la consulta del quiropráctico para hacer daño a nadie, si es eso lo que quieres decir —repuso contrito Jack. Percibía que estaba perdiendo el control de la situación.
—Eso es tranquilizador —dijo Bingham—. Hemos de decidir si vamos a defenderte o no. Por supuesto, es importante saber si nuestro seguro cubriría o no un juicio contra ti. En caso negativo, tendrás que defenderte tú solo, lo cual podría ser caro, me temo.
—Mis motivos no fueron malintencionados —dijo Jack, y el corazón le dio un vuelco al pensar en la perspectiva de tener que defenderse solo. Con Laurie de baja por maternidad, y los gastos extra de la enfermedad de J. J., no le quedaba dinero para un abogado—. Fui a la consulta del quiropráctico con la única intención de descubrir si había recibido a mi paciente como profesional, y si había manipulado su columna cervical.
—Vuelve a decirme cuál fue la causa de su muerte —ordenó Bingham.
—Disección bilateral de arterias vertebrales.
—¡Vaya! —comentó Bingham, como si lo hubiera oído por primera vez. Al instante, sus ojos se pusieron vidriosos. Era un reflejo fisiológico siempre que su cerebro repasaba los miles de casos forenses en los cuales había intervenido durante su dilatada carrera.
Aunque a Bingham le costaba en ocasiones recordar acontecimientos recientes, como la causa de la muerte de Keara Abelard, cosa que Jack había explicado unos instantes antes, su memoria lejana era enciclopédica. A continuación, parpadeó y se reanimó, como si saliera de un trance.
—He tenido tres casos de DAV —informó.
—¿Fueron causados por manipulación quiropráctica? —preguntó Jack esperanzado. De todos modos, cada vez estaba más claro que no iba a conseguir mantener la separación entre su vida privada y su vida profesional, si quería evitar que le suspendieran de empleo y sueldo o algo peor. Tendría que confesar la enfermedad de J. J. y sus dificultades para apechugar con ella. Solo entonces Bingham y Calvin perdonarían su impulsivo comportamiento del día anterior.
—Dos estaban relacionados con la quiropráctica —dijo Bingham—. El otro era idiopático, lo cual significa que nunca descubrimos la causa. Bien, deja que te cuente…
Durante los siguientes minutos, Jack y Calvin tuvieron que escuchar la historia de los tres casos de DAV. Si bien fue impresionante enterarse de la cantidad de detalles que Bingham era capaz de recordar, en aquel momento Jack lo consideró tedioso, en el mejor de los casos, pero el sentido común le aconsejó que no interrumpiera. Tras haber decidido revelar el cáncer de John júnior, estaba ansioso por hacerlo y acabar de una vez.
En el momento en que Bingham terminó su detallado recordatorio, Jack inició su mea culpa.
—Hace unos momentos he dicho que no quería explicar porqué mi comportamiento en la consulta del quiropráctico se debió a algo personal. Me gustaría corregirme.
—No estoy seguro de querer saber si conocías en persona a nuestra paciente del DAV —gruñó Calvin.
—¡No, no! —lo tranquilizó Jack. Nunca se le habría ocurrido que Calvin pudiera pensar semejante cosa—. No conocía en absoluto a la paciente. Nunca la había visto, ni sabía nada de ella. El origen de este follón es mi hijo recién nacido.
Jack vaciló un momento para dejar que su anuncio obrara efecto. Al instante, vio que la expresión de los dos hombres se suavizaba, sobre todo la de Calvin, cuya preocupación sustituyó de inmediato a la ira.
—Me gustaría pedir una cosa antes de revelar lo que estoy a punto de decir —siguió Jack—. Me gustaría pedir que no saliera de esta habitación. Es un asunto muy personal.
—En este momento, creo que somos nosotros los que hemos de decidir —dijo Bingham—. Si la demanda sigue adelante, sería fácil que nos destituyeran. Si eso ocurriera, entenderás que no podríamos cumplir nuestra promesa.
—Lo entiendo —respondió Jack—. Si no os destituyen, confío en que guardéis el secreto de Laurie y mío.
Bringham miró a Calvin. Este asintió.
—¿El niño está bien? —preguntó Calvin al instante.
—Por desgracia, no —admitió Jack, y en cuanto lo hizo, se le estranguló la voz—. Sé que estáis enterados de que Laurie no ha vuelto de su baja por maternidad, tal como había planeado.
—Pues claro que estamos enterados —dijo Calvin impaciente, como si Jack estuviera prolongando su historia a propósito.
—Nuestro hijo está gravemente enfermo —logró articular Jack. No había hablado a nadie de J. J., por temor a que verbalizar la situación la convirtiera en más real. Jack había estado utilizando una especie de negación como forma de lidiar con la conmoción posterior al diagnóstico de J. J.
Jack vaciló, mientras respiraba hondo varias veces. Bingham y Calvin esperaron. Vieron que la mandíbula de Jack temblaba y se dieron cuenta de que estaba reprimiendo las lágrimas. Querían saber más detalles, pero prefirieron concederle tiempo para serenarse.
—Sé que no he estado muy centrado en el trabajo durante los últimos tres meses o así —logró balbucir Jack.
—No teníamos ni idea —interrumpió Bingham, quien de repente se sentía culpable por haber sido tan severo con Jack.
—Pues claro que no —dijo Jack—. Solo se lo hemos dicho a los padres de Laurie.
—¿Te importa decirnos el diagnóstico? —preguntó Calvin—. Supongo que no es asunto nuestro, pero me gustaría saberlo. Ya sabes cuánto aprecio a Laurie. Es como de la familia.
—Neuroblastoma —contestó Jack. Volvió a respirar hondo para continuar—. Neuroblastoma de alto riesgo.
Se hizo el silencio mientras Bingham y Calvin asimilaban la revelación.
—¿Dónde están tratándolo? —preguntó Calvin con delicadeza para romper el silencio.
—En el Memorial. Sigue un programa de tratamiento, pero la mala suerte es que han tenido que suspenderlo porque desarrolló anticuerpos anti-ratón. Después de terminar la quimio, su terapia se ha basado en anticuerpos monoclonales de ratón. Por desgracia, en este momento no se encuentra bajo tratamiento. Como podéis suponer, a Laurie y a mí nos cuesta soportar este aplazamiento.
—Bien —dijo Bingham al cabo de otro silencio breve pero embarazoso—, esto arroja una nueva luz sobre la actual situación. Tal vez necesites un permiso de excedencia, pero pagado. Tal vez necesites estar en casa con tu mujer y tu hijo.
—¡No! —exclamó Jack—. ¡Tengo que trabajar! En serio, lo último que necesito es una excedencia. No sabéis lo frustrante que es ver sufrir a un hijo sin poder hacer nada por remediarlo. Amenazarme con la suspensión de empleo es lo que me ha impulsado a contaros esto.
—De acuerdo —concedió Bingham—. No habrá excedencia, pero a cambio has de prometer que no harás más visitas oficiales, sobre todo a quiroprácticos.
—Lo prometo —dijo Jack. Desde su punto de vista, casi no era una concesión.
—Todavía no comprendo tu comportamiento en la consulta del quiropráctico —prosiguió Bingham—. ¿Fue algo concreto, o tu desagrado general por la especialidad? Por lo que has dicho en cuanto has entrado, es evidente que no tienes en gran estima la terapia quiropráctica. ¿Has tenido una mala experiencia con un quiropráctico?
—Por supuesto que no —respondió Jack—. Nunca he ido a uno, ni sé gran cosa sobre ellos, pero debido a mi paciente con DAV de ayer, decidí investigar la quiropráctica y la medicina alternativa en general, con el fin de tener ocupada mi mente. Es evidente que estoy obsesionado con J. J., sobre todo porque no le están tratando. Antes de este caso de DAV, no había pensado en que la gente pudiera morir a causa de la medicina alternativa. Cuando empecé a investigar, uno de los primeros artículos que leí describía un caso de una niña de tres meses que había muerto debido a una manipulación cervical quiropráctica. Me quedé sobrecogido, sobre todo porque J. J. es casi de la misma edad.
»No profundicé en el tema, al menos hasta que empecé a hablar con Ronald Newhouse. Mientras estaba describiendo la base demencial del tratamiento quiropráctico para indisposiciones como alergias infantiles, sinusitis, o algo tan benigno como las rabietas, mientras de paso mataba al niño, perdí los papeles. Una cosa es que un adulto sea lo bastante estúpido para ponerse en peligro con un charlatán, pero un niño no. Con un niño se convierte en algo criminal.
Jack enmudeció. Una vez más, en la habitación se hizo un pesado silencio.
Bingham se encargó de romperlo.
—Creo que puedo hablar en nombre de Calvin y de mí al decir que lamentamos muchísimo la enfermedad de J. J. Aunque no puedo tolerar tu comportamiento con el quiropráctico, puedo decir que ahora lo comprendo mejor. También puedo decir que aliento tu investigación sobre la medicina alternativa. Desde un punto de vista de patólogo forense, te sentará bien por los motivos que has dicho, y será bueno para la patología forense. Imagino un valioso artículo para una de las revistas importantes de patología forense, que se sumará al debate sobre la medicina alternativa. No obstante, durante tu investigación, debo insistir en que no hagas más visitas oficiales a ningún practicante de medicina alternativa. Además, debes evitar cualquier declaración espontánea a la prensa. Cualquier declaración se derivará por mediación de relaciones públicas, una vez haya concedido yo mi aprobación. El problema de la medicina alternativa es más político que científico. En mi opinión, la ciencia está muy poco implicada en él. Para subrayar este punto, además de recibir la demanda esta mañana, he recibido una llamada de la oficina del alcalde. Por lo visto, elegiste al proveedor sanitario favorito de su Señoría.
—¿Estás de broma? —dijo Jack. Le parecía imposible. Jack había conocido al alcalde y se había quedado impresionado por la inteligencia del hombre, al menos hasta aquel momento.
—En absoluto —replicó Bingham—. Al parecer, el señor Newhouse es la única persona capaz de aliviar los dolores lumbares del alcalde.
—Me dejas de piedra —admitió Jack.
—Me lo imagino —replicó Bingham—. En cuanto a la demanda, haremos todo lo posible por defenderte.
—Gracias, señor —dijo Jack aliviado.
—También respetaremos tu deseo de privacidad, siempre que no haya destituciones. No divulgaremos tu secreto, sobre todo aquí, en el IML.
—Te lo agradezco —dijo Jack.
—Si cambias de opinión respecto a la excedencia, considera concedida la solicitud.
—También agradezco eso. Eres muy amable.
—Bien, supongo que tienes trabajo que hacer. Calvin me ha dicho que tienes más casos pendientes de lo acostumbrado. Así que ve a trabajar y termínalos.
Jack obedeció y desapareció a toda prisa.
Durante unos momentos, ni Calvin ni Bingham se movieron. Intercambiaron una mirada, todavía impresionados.
—¿Su trabajo se ha resentido de verdad? —preguntó Bingham para romper el silencio.
—Desde mi punto de vista, no —dijo Calvin—. Es cierto que va más retrasado de lo habitual, pero la calidad es la de siempre y, aunque va retrasado, todavía es nuestro miembro más productivo, con un rendimiento de un punto y medio superior al de los demás.
—No tenías ni idea de esta terrible noticia relacionada con su hijo, ¿verdad?
—No, en absoluto —respondió Calvin—. Ni siquiera la decisión de Laurie de prolongar su baja por maternidad despertó mis sospechas. Pensé que le encantaba ser madre. Sabía lo mucho que había deseado tener hijos.
—Él siempre ha sido una persona muy reservada. Nunca le he entendido, si quieres que te diga la verdad, sobre todo cuando empezó aquí. Era un creído, con tendencias autodestructivas, y no estoy seguro de qué es peor. Cuando ha llegado la demanda esta mañana y he recibido la llamada de la oficina del alcalde, he pensado que había vuelto a recaer en sus malas costumbres.
—Esa idea también ha pasado por mi mente —confesó Calvin—, por eso, supongo, no le he concedido el beneficio de la duda en este asunto.
—Habla con la jefa de la asesoría jurídica —dijo Bingham—, dile que vamos a defender el caso, a menos que opine que debamos llegar a un acuerdo. Y ahora lárgate de aquí, a ver si puedo trabajar un poco.