9

La campana de la entrada sonó a las once en punto, y todos se dirigieron a ocupar sus respectivos puestos. El pastor y el juez entraron en el salón mientras la señorita Peamarsh fue a la cocina, donde se puso a preparar unas legumbres; Peter se quedó en los establos junto a la vaca, donde podía ver sin ser visto, y Davy, por su parte, bajó a abrir la puerta de la verja.

Dan Potter le acogió con estas palabras:

—¿No hiciste caso de mi consejo, eh chico?

—¿Qué quiere decir?

El papel de Davy consistía en parecer un tonto estúpido y Dan Potter le trató como tal.

—¿Es que eres tonto? Te repito que este lugar no es saludable para ti.

Subieron por la avenida, separados por más de un brazo de distancia, que Potter acortó al llegar al patio. En un tono distinto dijo:

—Hablo por tu bien, muchacho. Esta mujer tiene mal genio.

—¿De veras? No lo he notado.

—Entonces eres más tonto de lo que pareces.

John Willie, de pie en el umbral, prorrumpió en ruidosos «uaahs». Aburrido de estar solo, habría visto a Peter y trataría de atraer su atención, pensó Davy.

—¿A quién le está ladrando? —inquirió Potter, alarmado.

—¿Ladrando? A nadie. No hay nadie allí; posiblemente sea a la vaca.

Dan Potter observaba el establo, no muy convencido, al parecer, por las palabras de Davy. Y habría cruzado el patio para cerciorarse por su cuenta si, en aquel momento, no se hubiese abierto la puerta de la cocina.

La señorita Peamarsh, secándose las manos con una toalla, acogió fríamente a Potter, que la saludó con una sonrisa servil:

—¡Ah! Está usted aquí, señorita. ¿Cómo se encuentra hoy?

—Todo lo bien que cabe en mi situación.

Plegó la toalla y la colgó de una barra de latón cerca del fregadero. Luego se dirigió al vestíbulo, seguida por Potter.

Apenas se oía ya la voz de Potter, lo cual significaba que acababan de entrar en el despacho. Davy se quitó los zuecos y en calcetines se dirigió a la puerta del salón, abriéndola sin hacer el menor ruido, ya que la víspera había engrasado los goznes. Con un gesto llamó al pastor y al juez, que aguardaban ante la chimenea.

Los dos hombres se colocaron silenciosamente a ambos lados de la puerta del despacho. Las primeras palabras que oyeron con claridad fueron:

—Le di quince días para pensarlo mejor.

—Y así lo hice. No voy a acceder a su última petición. Y lamento haber seguido su consejo. Si yo hubiera mandado a buscar al juez de paz aquel día, la ley habría tratado a mi padre con benevolencia, pues, como bien sabe usted, él no tenía intención de matar a su propio hijo. Le dio un golpe, pero fue el morillo lo que causó la muerte de mi hermano.

—Razona usted como una estúpida, señorita, perdóneme que se lo diga. El juez habría opinado que el señorito Richard nunca hubiera caído sobre el morillo de no ser por el golpe que le propinó su padre con la figura de bronce. Y usted lo sabe. Fue usted quien, en su afán por mantener sin mancha el buen nombre de su padre, estaba completamente histérica. Me acuerdo muy bien. «Cualquier cosa, haría cualquier cosa para evitarle a mi padre las consecuencias de su acto. Ayúdeme, Potter», eso decía usted.

—¡Y su ayuda ha consistido en chantajearme durante todos estos años! Bueno, pues se acabó, Potter; se acabó definitivamente.

—Un momento, señorita. No se precipite. No le beneficiará mucho denunciar el caso. Ya se lo advertí. Juraré sobre la Biblia que yo la vi golpear a su hermano. Y me creerán porque todo el mundo pensará que nadie sería lo bastante loco como para pagar dinero para no deshonrar a un hombre muerto. Tal vez yo lo pase mal, pero no seré el único.

—No estoy de acuerdo, Daniel Potter, en absoluto.

La puerta se abrió con violencia. En el umbral aparecieron el pastor y el juez, seguidos inmediatamente por Davy. Todos vieron que las mejillas de Potter palidecían súbitamente.

—¡Una trampa! ¡Usted me ha tendido una trampa! Pero le juro que no se va a salir con la suya… —Potter giró en redondo en busca de una salida. Detrás de él había una ventana que daba a la terraza lateral.

—¡No se muevan! —gritó. Con la velocidad del rayo, apuntó a todos los presentes con una pistola que acababa de sacar de su bolsillo.

Retrocedió hasta la ventana y, agachándose de costado, se detuvo.

—Tengo buena puntería —amenazó—. De modo que nadie intente seguirme. Dame la llave de la verja, chico, ¡rápido!

—Dale la llave, David —ordenó la señorita Peamarsh. Al no contestar el muchacho, volvió a repetir a gritos—: ¡Dale la llave, te digo!

Davy la arrojó y fue a caer a un metro de Potter. Este la atrajo hacia sí con el pie y la cogió. Iba a saltar por el antepecho de la ventana cuando de su garganta salió un grito ahogado. Alguien le había torcido el brazo por la espalda y dio con él en tierra. Pero Potter seguía empuñando la pistola, y disparó cuando Peter se inclinaba para inmovilizarlo. La bala rasgó el abrigo de Peter, que retrocedió tambaleándose. Potter estaba ahora de rodillas, y gruñó apuntando a Peter:

—La próxima vez no fallaré.

En el momento en que Potter se puso en pie, John Willie dobló corriendo la esquina y se cruzó en el camino del hombre. Éste, sin mirarle siquiera, le agarró por el cuello de la chaqueta. El niño protestó emitiendo una serie de estridentes y atemorizados sonidos.

—¡Suéltelo! ¿Me oye? ¡Suéltelo! —chilló Davy.

—Lo soltaré si nadie trata de seguirme. Pero si alguien hace el menor movimiento… —Potter empezó a retroceder hacia la avenida llevando bajo el brazo a John Willie, que se resistía pataleando y dándole puñetazos.

—¡No te muevas! —dijo Peter en voz baja para contener a Davy—. Tan pronto como llegue a la curva de la avenida yo le seguiré. Potter no se atreverá a pasar por el pueblo en su carro con el niño pataleando de esa forma, de modo que tomará por el camino del páramo. Tú deslízate por el boquete del muro y espera en la esquina. Yo le seguiré por detrás de los matorrales. Si no llego a tiempo, no hagas nada o te disparará. ¡Ah! Ya no se le ve. ¡Adelante!

Cuando echaron a correr, Davy oyó la voz de la señorita Peamarsh:

—¡David, oh David! ¡Ten cuidado!

Davy atravesó el huerto, pasó por delante del pabellón y llegó al muro. Una voz interior le repetía incansablemente: Si hace daño a John Willie, le mataré. John Willie es especial. La señorita sabe que es especial. Es todo bondad. No hay maldad en él.

:

Davy pasó por el boquete y reanudó su carrera por el páramo en dirección a la carretera, pero era ya demasiado tarde. El carro de Potter pasó como un rayo por la esquina. Davy vio al hombre erguido en el borde del alto asiento. Pero no había señales de John Willie. A menos de que Potter le estuviera sujetando con los pies en el fondo del carro. Tampoco se veía a Peter. Cuando llegó a la carretera, Davy giró la cabeza buscando en todos los sentidos, pero en vano. Y en aquel momento oyó un ruido estrepitoso y el relinchar de un caballo. Potter se había caído en una zanja y el carro y el caballo yacían de costado.

Davy echó a correr por el camino y vio a Potter tambaleándose, subía al páramo con un bulto bajo el brazo y el bulto ya no forcejeaba, sino que colgaba fláccidamente.

—¡Potter! ¡Déjelo! ¡Suéltelo!

Potter empezó a correr. Davy le iba ganando terreno cuando el hombre se detuvo de repente, se dio la vuelta y paralizó a Davy con esta amenaza:

—¡Ni un paso más! De lo contrario… —gritó sacudiendo el cuerpo inerte del niño—. Aún no está muerto, pero al menor movimiento sospechoso lo estará. ¡Ven aquí!

Davy se detuvo a algunos metros de Potter.

—¡Entra… en la mina! —le ordenó este.

—No. —Davy miró en torno suyo. ¿Dónde estaría Peter?—. ¡Adentro! O si no… —Potter apuntó con su pistola a la cabeza de John Willie—. ¡Entra! ¡Rápido!

Davy corrió e inspeccionó el páramo con los ojos antes de internarse en la mina. Pero no se veía un alma viviente. Potter le seguía de cerca, y como John Willie dejó escapar unos gemidos en ese instante le dijo:

—Has vuelto en ti, ¿eh? Ponte de pie.

Davy se volvió y vio a John Willie de pie, oscilando, mientras el individuo le agarraba por el cuello. El niño tenía una herida en la sien de la que brotaba un hilo de sangre que se deslizaba por su mejilla. Una cólera ciega se apoderó de Davy, y ya estaba a punto de abalanzarse sobre Potter cuando se encontró con el cañón de la pistola a pocos centímetros de su rostro

—¡Retrocede o te salto la cara! ¡Atrás!

Davy retrocedió hasta que la luz se fue amortiguando y apenas distinguía ya las siluetas de Potter y del niño. Luego Potter le silbó:

—Quédate ahí. ¡Un paso adelante y te mato! ¡Y a él también!

Davy tuvo la confusa visión de John Willie, que se aferraba a la pierna de Potter. Se oyó un agudo grito de dolor y el hombre dio una patada al niño, que fue a aterrizar a unos pasos de distancia; en ese mismo instante disparó la pistola. El sonido retumbó todavía en el pozo cuando Davy oyó un terrible estruendo de vigas que se rompían y de una aterradora cascada de rocas que se estaban viniendo abajo. Davy permaneció inmóvil, paralizado por el miedo, con la espalda pegada contra el muro situado detrás de los raíles. La oscuridad era absoluta. El polvo le obstruía la boca y la nariz.

Mucho después de que se extinguiera el estrépito, Davy parecía incapaz de apartarse del muro, como si la explosión le hubiese clavado en la roca. Empezó a sentir pánico, rodeado por la negra oscuridad. Por segunda vez estaba atrapado en el pozo. Pero ahora se hallaba solo, y nadie sabía que estaba allí.

¡John Willie! Empezó a tantear frenéticamente el muro, pero las rocas esparcidas y los puntales destrozados le obligaron a detenerse. Se agachó para buscar un camino entre los escombros. Avanzó con cautela, sabiendo que cualquier intento de remover obstáculos podría provocar un nuevo derrumbamiento.

Encontró un objeto curioso mientras buscaba a tientas un trozo de roca con que golpear el muro para señalar su presencia. Determinó su contorno con los dedos y se quedó boquiabierto. ¡Era una bota de hombre! Y cuando su mano siguió palpando hasta arriba, tocó un calcetín de lana y luego la piel desnuda. Este contacto le hizo temblar de pies a cabeza. Era la pierna de Potter, enterrado bajo las rocas. ¡Y con él John Willie! Medio tumbado, medio arrodillado, David vomitó. John Willie! ¡Oh! Davy se puso a llorar desesperadamente. Las lágrimas le resbalaban por las sucias mejillas. Ya no le importaba seguir encerrado para siempre en la mina.

¿Qué era aquello? Un débil ruido como si alguien estuviera murmurando algo al extremo del túnel… Davy cogió una piedra y la golpeó tres veces contra la roca. Luego aguardó la respuesta sin atreverse a respirar… Uno, dos, tres. ¡Le habían contestado!

—¡Estoy aquí! ¡Aquí! —gritó el muchacho.

La respuesta era apenas audible.

—No te muevas. Te sacaremos pronto.

Se sintió mareado. Iba a desmayarse. Hacía un minuto que quería morir porque John Willie había muerto. Y ahora se alegraba de seguir viviendo. ¿Qué era lo que le pasaba?

Respiraba trabajosamente. ¿Cuánto tiempo resistiría? Tenía que tumbarse: así lo hacían los mineros cuando quedaban aprisionados en la mina.

Retrocedió hasta los raíles y se acostó entre ellos. Empezó a sudar como cuando trabajaba en las húmedas vetas de carbón. Su pecho se levantaba y bajaba, jadeante. Un terrible cansancio le invadía progresivamente. Su último pensamiento fue el siguiente: Cuando se muriera, ¿encontraría inmediatamente a John Willie, o Dios habría mandado ya al niño a algún lugar especial para los sordomudos?

El aire frío le acuchilló la garganta y le hinchó dolorosamente los pulmones.

—Estás bien, muchacho, estás bien.

Reconoció la voz de Peter. ¡Se sentía tan agotado!

—Nunca más volverá a estar tan cerca de la muerte. —Aquella era la voz del señor Cartwright.

Otra voz dijo a continuación:

—La Providencia, señor Cartwright, quiso que usted pasara por la carretera y pudiera acudir en ayuda del señor Talbot.

—Bueno, señorita Peamarsh, también fue obra de la Providencia que sólo se tratara de un leve desprendimiento. Pero sí fue lo suficientemente fuerte como para acabar con Potter. ¡El pequeño se salvó por unos centímetros…!

—¡John Willie! —Davy trató de incorporarse—. ¡John Willie!

Una mano cogió la suya; era la señorita Peamarsh, que le decía con ternura:

—John Willie está a salvo. Sólo tiene un brazo roto y el doctor le atiende en estos momentos. Ya pasó todo. Respira hondo… muy hondo…

John Willie estaba a salvo… Y él también estaba vivo… Ambos vivían… Davy respiró a fondo.