Lamont cierra el paraguas y se desabrocha el largo impermeable negro mientras repara en Win, que está sentado en un antiguo sofá que parece tan cómodo como un tablón de madera.
—Espero no haberte tenido esperando mucho rato —se disculpa.
Si le importara causar molestias, no le habría ordenado que volara hasta allí para la hora de la cena, no habría interrumpido su preparación en la Academia Forense Nacional, no habría interrumpido su vida, como tiene por costumbre. La fiscal lleva una bolsa de plástico con el nombre de una bodega.
—Tenía reuniones, y el tráfico estaba fatal —dice, con cuarenta y cinco minutos de retraso.
—Lo cierto es que acabo de llegar. —Win se levanta con el traje cubierto de manchas de agua que no se habrían secado aún si acabara de ponerse a cubierto de la lluvia.
Ella se quita el impermeable y resulta difícil no reparar en lo que hay debajo. Win no sabe de ninguna mujer a la que le siente mejor un traje. Es una pena que la madre naturaleza desperdiciara en ella tanto atractivo. Tiene nombre francés y aspecto francés: exótica, sexy y seductora de una manera peligrosa. Si la vida hubiera ido por otros derroteros y Win hubiese entrado en Harvard y ella no fuera tan ambiciosa y egoísta, probablemente se llevarían bien y acabarían por acostarse juntos.
Ella ve su bolsa de deporte, frunce el entrecejo un poco y dice:
—Eso sí que es ser obsesivo. ¿Has conseguido encontrar un momento para hacer ejercicio entre el aeropuerto y aquí?
—Tenía que traer algo.
Un tanto cohibido, Win pasa la bolsa de una mano a otra con cuidado de que no tintineen los objetos de cristal que hay dentro, objetos que un poli duro como él no debería llevar, sobre todo en presencia de una fiscal de distrito dura como Lamont.
—Lo puedes dejar en el guardarropa, ahí mismo, junto al servicio de caballeros. No llevarás un arma ahí, ¿verdad?
—Sólo una Uzi. Es lo único que permiten llevar en los aviones hoy en día.
—Puedes colgar esto, de paso —dice ella entregándole su impermeable—. Y esto es para ti.
Le entrega la bolsa, Win mira dentro y ve una botella de bourbon Booker’s en su caja de madera; es un licor caro, su preferido.
—¿Cómo lo sabías?
—Sé muchas cosas sobre mi personal, me lo he propuesto como misión.
A Win le molesta que se refieran a él como mero miembro del «personal».
—Gracias —dice entre dientes.
Dentro del guardarropa, deja cuidadosamente su bolsa en un lugar disimulado encima de una estantería y luego sigue a Lamont hasta un comedor con velas, manteles blancos y camareros con chaquetillas blancas. Intenta no pensar en las manchas de su traje ni en los zapatos empapados mientras él y Lamont se sientan el uno frente al otro a una mesa del rincón. Fuera ya ha oscurecido, las farolas de Quincy Street se ven difuminadas entre la niebla y la lluvia; la gente entra en el club para cenar. No llevan la ropa manchada, se encuentran como en su casa, probablemente cursaron estudios allí, tal vez son miembros del profesorado, la clase de gente con la que Monique Lamont sale o hace amistad.
—«En peligro» —empieza de pronto—. La nueva iniciativa contra el crimen de nuestro gobernador, iniciativa que ha dejado en mis manos. —Agita una servilleta de lino para desdoblarla y la deja sobre su regazo en el momento en que se presenta el camarero—. Una copa de sauvignon blanco, ése de Sudáfrica que tomé la última vez. Y agua con gas.
—Té con hielo —dice Win—. ¿Qué iniciativa contra el crimen?
—Date el gusto —dice ella con una sonrisa—. Esta noche vamos a ser francos.
—Booker’s, con hielo —le pide al camarero.
—El ADN se remonta al principio de los tiempos —comienza ella—. Y el ADN ancestral, el que define el perfil de ascendencia, puede permitirnos solventar la incógnita de la identidad del asesino en casos donde ésta sigue existiendo. ¿Estás familiarizado con las nuevas tecnologías que vienen desarrollando en algunos de esos laboratorios privados?
—Claro. Los laboratorios DNA Print Genomics en Sarasota. Tengo entendido que han ayudado a resolver diversos casos relacionados con asesinos en serie…
Lamont sigue adelante como si no lo oyera:
—Muestras biológicas dejadas en casos en los que ignoramos por completo quién es el autor y las búsquedas en bases de datos resultan infructuosas. Volvemos a llevar a cabo las pruebas con tecnología de vanguardia. Averiguamos, por ejemplo, que el sospechoso es un hombre con un ochenta y dos por ciento de europeo y un dieciocho por ciento de indígena americano, de modo que ya sabemos que parece blanco e incluso, muy probablemente, conocemos el color de su cabello y sus ojos.
—¿Y la parte de «En peligro»? Más allá de que el gobernador tenga que poner nombre a una nueva iniciativa, supongo.
—Es evidente, Win. Cada vez que dejamos fuera de circulación a un criminal, la sociedad está menos en peligro. El nombre es idea y responsabilidad mía, mi proyecto, y tengo la intención de concentrarme por completo en él.
—Con todo respeto, Monique, ¿no podrías haberme puesto al corriente de todo esto con un correo electrónico? ¿He tenido que venir volando hasta aquí en medio de una tormenta desde Tennessee para hablarme del último numerito publicitario del gobernador?
—Voy a ser brutalmente sincera —lo interrumpe ella, lo que no constituye ninguna novedad.
—Se te da bien la brutalidad —apunta él con una sonrisa, y de pronto regresa con las copas el camarero, que trata a Lamont como si fuera miembro de la realeza.
—No nos andemos con rodeos —dice—. Eres razonablemente inteligente, y un sueño para los medios de comunicación.
No es la primera vez que a él se le ha pasado por la cabeza dejar la Policía del Estado de Massachusetts. Coge el bourbon; ojalá hubiera pedido uno doble.
—Hubo un caso en Knoxville hace veinte años… —continúa ella.
—¿Knoxville?
El camarero espera para tomar nota. Win ni siquiera ha echado un vistazo al menú.
—La sopa de mariscos para comenzar —pide Lamont—. Salmón. Otra copa de sauvignon blanco. A él ponle ese pinot de Oregón tan rico.
—El bistec de la casa, poco hecho —dice Win—. Una ensalada con vinagre balsámico. Sin patatas. —Aguarda a que se marche el camarero y continúa—: Vamos a ver, no es más que una casualidad que me enviaran a Knoxville y de pronto hayas decidido resolver un caso olvidado cometido allá en el Sur.
—Una anciana asesinada a golpes —continúa Lamont—. El ladrón entró en la casa y las cosas se torcieron. Posiblemente intentaron agredirla sexualmente; estaba desnuda, con los pantis por debajo de las rodillas.
—¿Fluido seminal?
Win no puede evitarlo. Haya o no política de por medio, los casos le atraen igual que agujeros negros.
—No conozco los detalles.
Ella mete la mano en el bolso, saca un sobre de color ocre y se lo entrega.
—¿Por qué Knoxville? —Win, cada vez más paranoico, no está dispuesto a cejar.
—Hacía falta un asesinato y alguien especial que se encargara de él. Estás en Knoxville, ¿por qué no indagar qué casos sin resolver tenían?, y he ahí el resultado. Al parecer causó bastante revuelo en su momento, pero ahora está tan frío y olvidado como la víctima.
—Hay cantidad de casos sin resolver en Massachusetts. —Win la mira, la analiza, sin tener muy claro lo que está ocurriendo.
—Éste no debería plantear ningún problema.
—Yo no estaría tan seguro.
—Nos conviene por diversas razones. Un fracaso allí no resultaría tan evidente como aquí —le explica ella—. Si nos atenemos al guión, mientras estabas en la Academia oíste hablar del caso y sugeriste ofrecer la ayuda de Massachusetts, probar un nuevo análisis de ADN, echarles un cable…
—Así que quieres que mienta.
—Quiero que seas diplomático, hábil.
Win abre el sobre y saca copias de artículos de prensa, los informes de la autopsia y el laboratorio, ninguna de ellas de muy buena calidad, probablemente obtenidas a partir de microfilme.
—La ciencia —dice ella con aplomo—. Si es cierto que hay un gen divino, entonces tal vez haya también un gen diabólico —añade.
A Lamont le encantan esos enigmáticos pronunciamientos suyos cuasibrillantes.
Casi se presta a la cita.
—Busco al diablo que consiguió escapar, busco su ADN ancestral.
—No sé muy bien por qué no os servís del laboratorio de Florida que tanta fama tiene en todo esto. —Win mira la copia borrosa del informe de la autopsia y agrega—: Vivian Finlay. Sequoyah Hills. Dinero de familia de Knoxville a orillas del río, no se puede conseguir una casa por menos de un millón. Alguien le dio una paliza de muerte.
Aunque en los informes que Lamont le ha facilitado no hay fotografías, el protocolo de la autopsia deja claras varias cosas. Vivian Finlay sobrevivió el tiempo suficiente para que se produjera una reacción apreciable en los tejidos, laceraciones y contusiones en la cara e inflamación de los ojos hasta el punto de quedar cerrados. Al retirarse el cuero cabelludo quedaron a la vista tremendas contusiones, el cráneo con zonas perforadas a fuerza de violentos golpes reiterados con un arma que tenía al menos una superficie redondeada.
—Si vamos a hacer análisis de ADN, debe de haber pruebas. ¿Quién las ha tenido hasta ahora? —pregunta Win.
—Lo único que sé es que por aquel entonces todo el trabajo de laboratorio lo llevaba a cabo el FBI.
—¿El FBI? ¿Qué intereses tenían los federales?
—Me refería a las autoridades del estado.
—El TBI. El Buró de Investigación de Tennessee.
—No creo que hicieran análisis de ADN por aquel entonces.
—No. Aún estaban en la Edad Media. Todavía se hacían buenas pruebas de serología a la antigua usanza, con la tipificación ABO. ¿Qué se analizó exactamente, y quién lo ha tenido todo este tiempo? —pregunta él, intentándolo de nuevo.
—Ropa ensangrentada. Según tengo entendido, aún estaba en el depósito de pruebas en la comisaría de Knoxville. Fue enviada al laboratorio en California…
—¿California?
—Todo esto lo ha investigado Huber minuciosamente.
Win señala las fotocopias y luego pregunta:
—¿Esto es todo?
—Por lo visto, desde entonces el depósito de cadáveres de Knoxville se ha trasladado y sus viejos informes están almacenados en alguna parte. Lo que tienes es lo que Toby ha conseguido localizar.
—Querrás decir lo que hizo que la oficina del forense le imprimiera a partir de microfilme. Vaya sabueso —añade él en tono sarcástico—. No sé por qué demonios tienes a un idiota así…
—Sí que lo sabes.
—No sé cómo es posible que Huber tuviera un hijo idiota como él. Deberías tener cuidado con los favores que le haces al director del laboratorio de criminología, por mucho que sea un gran tipo, Monique. Podría interpretarse como un conflicto de intereses.
—Más vale que me dejes eso a mí —replica ella con frialdad.
—Lo único que digo es que Huber tiene una enorme deuda de gratitud contigo si te ha enchufado a Toby.
—Muy bien. Hemos dicho que vamos a ser francos esta noche, ¿verdad? —Ella le clava la mirada en los ojos y se la sostiene—. Fue una metedura de pata por mi parte, tienes razón. Toby es un inútil, un desastre.
—Lo que necesito es el expediente policial. Igual ese desastre de Toby también hizo una fotocopia del mismo en el transcurso de su ardua y concienzuda investigación, ¿no?
—Supongo que podrás ocuparte de ello en persona cuando regreses a Knoxville. Toby acaba de irse de vacaciones.
—Pobrecillo. Seguro que está agotado de tanto trabajar.
Lamont mira al camarero, que regresa con su bandeja de plata y dos copas de vino, y dice:
—Te gustará el pinot. Es un Drouhin.
Win lo hace girar lentamente en la copa, lo huele, lo prueba.
—¿Has olvidado que me enviaste a la Academia porque es, y cito textualmente, «el Harvard de la ciencia forense»? Todavía tengo un mes por delante.
—Estoy segura de que te darán facilidades, Win. Nadie ha hablado de que dejes el curso. En realidad, eso también dará buena imagen a la Academia Forense Nacional.
—Así que me ocuparé de ello en sueños. Vamos a ver. —Win bebe un sorbo de vino—. Estás utilizando a la AFN, a la policía de Knoxville, me estás utilizando a mí, estás utilizando a todo el mundo para obtener réditos políticos. Dime una cosa, Monique. —Le lanza una mirada intensa y resuelve desafiar a la suerte—: ¿De veras te importa esa vieja muerta?
—Titular: «Uno de los mejores detectives de Massachusetts ayuda a un departamento de policía local con escasos medios, resuelve un caso con veinte años de antigüedad y consigue que se haga justicia a una anciana asesinada por calderilla».
—¿Calderilla?
—Eso pone en uno de los artículos que te he dado —responde ella—. La señora Finlay coleccionaba monedas. Tenía una caja llena en el tocador, lo único que falta, hasta donde se sabe.
Continúa lloviendo cuando salen del Club de Profesores de Harvard y siguen antiguos senderos enladrillados hasta Quincy Street.
—¿Adónde vamos ahora? —pregunta Lamont, medio escondida tras un enorme paraguas negro.
Win se fija en sus dedos ahusados firmemente apretados en torno al mango de madera del paraguas. Lleva las uñas pulcramente cortadas, sin esmalte, y luce un reloj de oro blanco de gran tamaño con correa de piel de cocodrilo negra, un Breguet, así como un anillo con el sello de Harvard. Da igual lo que gane como fiscal e impartiendo clases de vez en cuando en la Facultad de Derecho, Lamont viene de familia adinerada —dinero en abundancia, por lo que tiene entendido—, posee una mansión cerca de Harvard Square y un Range Rover de color verde aparcado al otro lado de la calle húmeda y oscura.
—Ya me apaño —dice él como si ella se hubiera ofrecido a llevarlo—. Iré caminando hasta la plaza y allí cogeré un taxi. O quizá dé un paseo hasta el Charles, a ver si hay un buen concierto de jazz en el Regattabar. ¿Te gusta Coco Montoya?
—Esta noche no.
—No he dicho que tocara esta noche.
Tampoco la estaba invitando.
Ella hurga en los bolsillos del impermeable, buscando algo cada vez con más impaciencia, y dice:
—Mantenme informada, Win. Hasta el último detalle.
—Iré a donde me lleven las pruebas. Y hay una cuestión importante que no se nos debería olvidar, con tanto entusiasmo: no puedo ir a donde no me lleven las pruebas.
Exasperada, ella hurga en su caro bolso.
—Y detesto hacer hincapié en lo obvio —prosigue él mientras la lluvia cae sobre su cabeza descubierta y le gotea por el cuello—, pero no veo de qué puede servir esa iniciativa tuya de «En peligro» si no conseguimos resolver el caso.
—Como mínimo, obtendremos un perfil de ADN ancestral y diremos que debido a ello se ha decidido reabrir el caso. Eso ya reviste interés periodístico y nos granjeará una imagen positiva. Además, nunca reconoceremos un fracaso, sencillamente mantendremos el caso abierto, a modo de trabajo en evolución. Tú te gradúas en la AFN y regresas a tus misiones habituales. Con el tiempo, todo el mundo volverá a olvidarse del caso.
—Y para entonces es posible que tú ya seas gobernadora —señala él.
—No seas tan cínico. No soy esa persona de sangre fría que pareces empeñado en hacer que parezca. ¿Dónde demonios están mis llaves?
—Las tienes en la mano.
—Las de casa.
—¿Quieres que te acompañe y me asegure de que llegas bien?
—Tengo otro juego en una cajita con código secreto —dice ella, y de súbito lo deja plantado bajo la lluvia.