14

El morkoth

Fritzen se encontraba mucho mejor; demasiado bien como para quedarse encerrado en la armería con un gnomo enfermo que parloteaba incesantemente acerca de inventos varios, entre otras cosas, cómo construir un monedero mecánico mejor. Aburrido de oír hablar del mismo tema y deseoso de respirar aire fresco, así como de disfrutar de una compañía más agradable, Fritzen esperó a que Lendle estuviera sentado en su camastro, ocupado en dibujar los esquemas de las mejoras de su máquina de remar, para salir a cubierta con sigilo. Todavía le molestaba el hombro, pero la vista le hizo olvidar rápidamente el dolor sordo. El sol se ponía sobre el Mar Sangriento, y como si fuera un bote de pintura que se hubiera volcado sobre las aguas picadas, lo transformaba en un color naranja iridiscente. Aves marinas teñidas de rosa sobrevolaban las olas, buscando algo para comer. Al hallar un pequeño pez, una soltó un grito desgarrador y se elevó hacia las nubes con su presa, que se retorcía en el pico.

Bas-Ohn Koraf se encontraba de pie junto a la proa y tenía un catalejo ante su bovina cabeza para observar la costa. Maquesta estaba al timón y pilotaba el Perechon hacia el litoral mientras tarareaba una melodía que no conseguía quitarse de la cabeza.

Fritzen se mantuvo un rato a la sombra, observándola e intentando adivinar hacia dónde llevaría el barco. El semiogro pensó que en las inmediaciones del cabo sería un buen sitio; él lo escogería porque estaba cerca de mar abierto, lo que les permitiría emprender viaje con mayor velocidad por la mañana. Los labios de Fritz se curvaron hacia arriba al pensar en que cada vez se encontraba más cómodo en presencia de Maq y le divirtió descubrir que iba a buscarla. La joven parecía satisfecha al timón, y la tripulación no vacilaba en seguir sus órdenes. Él no tenía duda alguna en seguir a esa mujercita. Pero ¿qué haría Maquesta Nar-Thon si la misión tenía éxito y devolvían a su padre de una pieza al Perechon? Cederle el mando, por supuesto, decidió Fritzen. Devolvería la nave al cuidado de su padre pero, al haber saboreado las mieles de capitanear una nave, ¿se iría a buscar su propio barco? Si así era, Fritzen sospechaba que se marcharía con ella.

Fritzen se acercó sigilosamente por detrás, con intención de sorprenderla.

—¿Estás mejor? —preguntó la joven, sin molestarse en darse la vuelta.

—¿Cómo has sabido…? —preguntó el semiogro sorprendido.

—Esa cataplasma que llevas en el hombro. Apesta. Huele a pescado muerto. De hecho, seguro que tiene pescado muerto dentro —contestó Maq.

—Veo que has puesto rumbo a la cala —dijo Fritzen, sonriendo avergonzado—. Una elección excelente. Es donde yo habría ido. A salvo del viento y más difícil de detectar desde el mar.

La joven se giró finalmente hacia el semiogro y sus miradas se entrecruzaron durante un instante; él se acercó, pero ella rompió el momento de intimidad desviando la mirada al hombro herido.

—Estoy bien, Maq. De verdad. —Fritzen respondió al gesto de preocupación de Maq—. Tailonna prepara unas pociones mágicas que curan. Lendle también se encuentra mejor. Cuando lo dejé estaba trabajando duro con un plano, y luego pensaba visitar la cocina para explicarles a Hvel y a Vartan el arte de aderezar una sopa. Y, hablando de comida pronto será hora de cenar. ¿Vamos juntos?

—Cuando echemos el ancla —contestó la joven, atenta de nuevo a la costa—. Quiero comprobar las velas y el aparejo y dejar todo bien atado. Mira las nubes que tenemos encima. Es temporada de tormentas en esta parte del mar, y si esas nubes significan algo, creo que esta noche va a haber una tempestad. Si es así, espero que la cala nos proteja un poco del viento.

Fritzen se quedó con ella hasta que el Perechon se acercó a la costa todo lo que permitía el calado de la embarcación y esperó hasta que Maq tuvo la certeza de que eran arriadas las velas y que estaban en buen estado. Se preocupó de esto y aquello durante una hora más y entonces Fritzen, Kof y ella se sentaron con las piernas cruzadas en la cubierta y comieron cuencos de sopa de ostras, caliente y nutritiva. Cuando desaparecieron las nubes, llevándose con ellas la amenaza de tormenta, y salieron las estrellas, el trío se turnó en reconocer las distintas constelaciones y en contar viejas historias acerca de monstruos marinos y de la venida de los dioses a Krynn para entrometerse en los asuntos de los marineros. Por primera vez desde que salieron del palacio de Attat los tres empezaron a relajarse y a disfrutar de la mutua compañía. Pero el buen ambiente desapareció cuando Maquesta bostezó y se puso de pie.

—Es hora de irnos a descansar —anunció la capitana—. La mayor parte de la tripulación se acostó hace más de una hora. Les dije que quiero empezar pronto mañana. —La joven se limpió una mancha de sopa que le había caído en la túnica—. Kof, quédate en cubierta durante un rato. No me gustan estas aguas, ni siquiera tan cerca de tierra. Fritz, manda a Berem y a un vigía para que le hagan compañía. Yo te relevaré más tarde. Zarpamos al amanecer.

Fritz se incorporó para marcharse abajo, y Maq se volvió hacia la escalera.

—Gracias por esta agradable velada, caballeros —añadió la joven.

—¡Maq! —La voz queda de Kof la detuvo a mitad de camino a su camarote. La joven se paró y advirtió que el minotauro se había puesto tenso. Su nariz aleteaba y tenía erizada la cresta de pelo corto y duro en la parte trasera del cuello—. Hay algo ahí fuera.

Maquesta empezó a ir hacia el cabestrante, donde había dejado su espada, pero se detuvo de repente al observar una mano palmeada y con garras que se agarraba a la batayola.

Un sonido de arañazos tras ella la hizo girar sobre sus talones. Había varios pares de garras más en el otro lado del barco, todas pertenecientes a unos cuerpos horrendos.

—¡Kuo-toas! —gritó Kof—. Docenas de ellos. ¡Diablos de las profundidades!

—¡Fritz! —bramó la capitana—. Ve abajo y da la voz de alarma. ¡Nos están abordando! —Dicho eso se lanzó hacia el cabestrante, tirándose en plancha los últimos metros y deslizándose por la cubierta pulida. Sus dedos se cerraron sobre la empuñadura de su espada y se puso de rodillas desenvainando el arma justo a tiempo de ver que una forma oscura se movía pesadamente hacia ella. La criatura tenía una inmensa cabeza semejante a la de un róbalo, pero su boca estaba llena de afilados dientes que relucían a la luz de la luna. Estaba cubierta de una mucosidad que brillaba débilmente, y apestaba a algas podridas. Maquesta tragó saliva y se concentró en no vomitar. El torso de la criatura era como el de un hombre, si bien un poco más grande y recubierto de escamas azules y verdes, los brazos y las piernas eran casi humanos, aunque los pies eran largas aletas en las que había enganchadas hebras de algas; tenía una cola de pez que le colgaba y se arrastraba por la cubierta del barco con un sonido rasposo. El kuo-toa vestía un arnés de cuero cruzado sobre el pecho con dagas enfundadas en varias vainas equidistantes. Sujeta por una cuerda en la espalda llevaba una lanza, que la bestia intentó coger con las garras mientras avanzaba pesadamente. Maq desenvainó su espada y trazó un arco hacia arriba que abrió la barriga de la criatura según se le acercaba.

El animal soltó un chillido y miró hacia abajo para ver cómo se le salían las tripas. Maq se puso de pie y asestó otro golpe, esta vez más alto. Su espada hendió el pecho del ser, haciéndole soltar otro horrible chillido. Cuando la víctima de Maquesta se desplomó hacia adelante sobre la cubierta, la joven saltó hacia atrás y vio, muda de terror, que otros dos avanzaban como patos para ocupar su lugar. Uno llevaba un escudo recargado y era más grande, de más de dos metros de altura. Lucía un impresióname collar de coral y huesos, lo que indicaba que debía de ser importante. El kuo-toa barbotó una sarta de palabras ininteligibles y luego arremetió hacia adelante con su lanza de púas. El más pequeño hizo lo mismo apuntando hacia el estómago de Maq. La joven se agachó para evitar que la ensartaran y sintió que la mucosidad de la criatura le goteaba en los hombros. Tras ella oía a Kof luchar con más bestias: una mezcla de sus gruñidos y las palabras ininteligibles y los aullidos de los kuo-toas.

—¡Monstruos! —espetó Maq, al sacar la espada y ponerse en pie—. ¡No tomaréis mi barco! —La joven extendió el brazo y agarró la lanza del kuo-toa más pequeño para después tirar con fuerza. El sorprendido ser perdió por un momento el equilibrio y soltó su arma para no caerse. Esquivando otra arremetida procedente del más grande, Maq le dio la vuelta al arma hasta que la afilada punta metálica apuntó hacia su enorme atacante. La joven dio un paso hacia atrás, agitó la lanza ante ella para mantener a raya al kuo-toa y ganar tiempo para pensar.

Los ojos del kuo-toa grande giraron para observar la batalla que tenía lugar en la cubierta. Maq se permitió echar un vistazo hacia atrás y se estremeció al ver que Kof caía contra la madera bajo el ataque de seis kuo-toas. El estruendo de pasos auguraba la llegada de la tripulación del Perechon, con Fritz al frente, pero Maq sabía que era posible que sus hombres no fueran rivales para las malvadas criaturas marinas.

Un rugido volvió a atraer su atención hacia el kuo-toa grande, que también agitaba su lanza para mantenerla a raya. Maq observó horrorizada cómo el más pequeño de los dos cogía las dagas de su arnés de cuero. La joven dio ágilmente un paso hacia un lado para esquivar el primer proyectil, pero el segundo le arañó el brazo y estuvo a punto de soltar la lanza. Sintió como si un fuego le recorriera el miembro.

—¡Tened cuidado! —avisó Maq al resto de la tripulación—. ¡Creo que están usando veneno! —Por el rabillo del ojo vio cómo al más pequeño de los kuo-toas lo atravesaba una lanza en el pecho y caía.

El más grande echó atrás la cabeza y emitió una especie de gorgoteo que sonaba como una extraña risa. Luego arremetió hacia adelante más rápido de lo que Maq hubiera creído posible y le clavó la lanza en la pierna. La herida era profunda y Maq chilló de dolor y sorpresa. Sintió que la sangre caliente le resbalaba por la pierna cuando su atacante desclavó la lanza, provocándole otra sacudida de dolor. Pero la joven apretó los dientes, se mantuvo de pie y asestó una estocada con su lanza al mismo tiempo. El kuo-toa levantó su escudo de cuero reforzado y la punta del arma de Maq se clavó en él. La criatura hizo un ruido atronador y lanzó su escudo, junto con la lanza de Maq, sobre la cubierta. Enfocó hacia adelante los ojos y dio un paso hacia ella. A su espalda, Maq oía los gritos de su tripulación: una mezcla de chillidos de dolor y aullidos de victoria.

—¡Ocupaos del minotauro, lo han derribado! —oyó gritar a uno.

—No puedo llegar hasta él —chilló otro—. ¡Estamos rodeados!

—¡Mirad eso! ¡Están subiendo más por la cubierta de popa!

—¡Aymadreaymadreaymadre!

—¿Dónde está la elfa de mar? Esperad, ahora sube a cubierta. ¡Tailonna, haz algo!

—¡Encended un fuego! ¡Veamos si eso los amilana! —gritó el timonel.

—¡Tienen redes con contrapesos! ¡Estoy atrapado!

—¿Maquesta? —Era la voz de Fritzen—. ¡No! ¡Maq!

Maquesta sintió que las manos palmeadas de la criatura la asían por la cintura y la levantaban con la misma facilidad con la que una niña llevaría una muñeca. El ser clavó con fuerza las garras, y la joven apretó los ojos mientras el kuo-toa grande la estrujaba en un abrazo de oso. La joven sintió cómo sus pulmones se vaciaban de aire; agujas de dolor le pinchaban por todo el cuerpo y su mundo empezó a dar vueltas. Entonces sintió que la tiraban hacia atrás, y aterrizó sin fuerza en la cubierta, golpeándose fuertemente la cabeza contra la madera.

Aturdida, Maq abrió lentamente los ojos y vio al semiogro con un pie a cada lado de su cuerpo, empujando al kuo-toa grande para apartarlo de ella. Fritzen se adelantó, impidiendo que la bestia recobrara el equilibrio, hasta que los dos se alejaron de ella. Entonces el semiogro saltó hacia arriba y descargó una patada en el pecho del kuo-toa, haciéndolo caer de espaldas. El semiogro siguió atacando y le golpeó la cara al kuo-toa con el talón, pero la criatura reaccionó con rapidez, agarró el tobillo de Fritzen, tiró con fuerza y el semiogro cayó en cubierta. Mientras la pareja luchaba, Maquesta se recuperó del mareo y lentamente se puso de pie. Sentía un cosquilleo en todo el brazo herido por la daga.

La joven descubrió que Ilyatha se deslizaba hasta el palo de proa oculto en las sombras. El telépata le hizo un gesto para que guardara silencio, y ella observó fascinada cómo se ponía rápidamente detrás de una pareja de kuo-toas que estaban atacando a Lendle. Se movía con tal sigilo que no crujía ni una sola tabla y, entonces, alzó dos dagas gemelas y las clavó en las espaldas de las confiadas criaturas. Lendle dio las gracias con voz chillona y saltó a un lado para evitar que los cadáveres le cayeran encima.

Detrás del gnomo, Maq vio a un joven marinero que luchaba con otra de las criaturas. El hombre estaba atrapado entre el escudo de la bestia marina y la batayola, y hacía inútiles molinillos con los brazos mientras el kuo-toa lo sacudía. Maq se agarró al cabestrante para apoyarse. Sus miembros heridos palpitaban de dolor y tuvo que concentrarse en la batalla para no perder el sentido, después miró a su alrededor en busca de un arma, pero no había nada a su alcance e intentó recordar dónde había dejado su espada, pero el aturdimiento se lo impidió.

Aun así, estaba decidida a seguir luchando hasta el sangriento final, que se temía podría llegar muy pronto, y con ello el final de la tripulación del Perechon y de la vida de su padre. Impulsándose en el cabestrante se tambaleó hasta el centro de la cubierta, donde sabía que guardaban las jabalinas y los arpones. Tras ella podía oír sonidos de chapoteo: los pies de los kuo-toas que se movían sobre la madera pulida. Por lo menos una de las bestias la seguía, pensó, y se mordió el labio inferior e intentó ir más deprisa.

—¡Agáchate, Maquesta! —Era la voz de Tailonna. Maq se lanzó hacia adelante sobre cubierta y levantó la cabeza justo a tiempo de ver cómo una red de tela de araña volaba por el aire. Al ponerse a cuatro patas se giró y vio a un trío de kuo-toas atrapados como insectos en una telaraña. Tailonna se deslizó hasta Maq y la ayudó a ponerse de pie. Entonces la elfa de mar sacó otra de las redecillas de su pelo y la arrojó hacia otro grupo de kuo-toas a la par que hacía unos gestos con los dedos y pronunciaba un hechizo. La minúscula red relució en el aire y creció hasta alcanzar el tamaño de una red de pescar, y fue a caer sobre las victimas que había escogido la elfa de mar, atrapándolas. Tailonna arrojó otra red hacia la criatura grande que luchaba con Fritzen. De nuevo una red mágica hizo blanco, envolviendo al inmenso kuo-toa. Las piernas del semiogro también estaban atrapadas en los hilillos pegajosos, pero luchó por liberarse.

—¡Allí! —gritó Maq, apuntando. Lendle, armado con una daga y una cuchara de madera, era de nuevo el centro de atención, y esta vez estaba rodeado por cuatro kuo-toas.

Tailonna asintió y soltó otra red, que golpeó a las criaturas marinas en las caras y los torsos, dejándole a Lendle espacio para huir entre sus piernas.

—Le dije que se quedara en la enfermería —murmuró la elfa de mar—. ¿Nunca hace caso de lo que se le dice?

—¡AyudadaKoftieneproblemashacedalgoporfavor! —gritó Lendle señalando.

Maq y Tailonna miraron más allá del palo de proa y vieron a un kuo-toa arrastrando el cuerpo tumbado del minotauro hacia la borda. Estaba inconsciente y se ahogaría pronto. De nuevo brotaron unas palabras arcanas de los labios de la elfa, pero esta vez produjeron unos dardos de color lavanda que emergieron de sus dedos. Alcanzaron al kuo-toa en el hombro e hicieron que girara a tiempo de recibir otra andanada de dardos mágicos en el pecho. Entre gritos de júbilo de los marineros del Perechon, la criatura de mar cayó hacia atrás encima de Kof. Había cambiado el rumbo de la batalla gracias a la elfa, y los marineros arremetieron con nuevos bríos para arrollar a los kuo-toas que quedaban.

—¡Ése debe de ser su líder! —gritó Fritzen para que se le oyera entre tanta algarabía mientras apuntaba hacia el kuo-toa grande que estaba en la red, el que había herido a Maq—. Le oí espetar órdenes a los otros, pero lo tengo atrapado. —El semiogro había recuperado la espada de Maq y había atravesado la red para colocar la punta contra la garganta de la criatura.

Tailonna y Maquesta se acercaron lentamente al gran kuo-toa.

—Pero ¿qué vamos a hacer con él? —preguntó Maq—. No podemos soltarlo, pero buscamos un morkoth, no un diablo de mar. —La joven apretó los dientes y sacudió el brazo herido, que estaba dormido, prácticamente inutilizable.

Fritzen corrió hacia Maq y la levantó como un bebé en sus musculosos brazos, dejando libre a Tailonna para crear más redes de telaraña.

—Creo que esta vez eres tú la que va a necesitar una cataplasma apestosa. —Los oscuros ojos del semiogro denotaban preocupación aunque hablaba con voz queda—. Te voy a llevar a la armería, donde estarás a salvo. Tu tripulación puede ocuparse del resto de estas criaturas.

—Kof se va a poner bien —gritó Lendle desde el otro lado de la cubierta. El gnomo empujó al kuo-toa muerto que estaba encima del minotauro y sonrió abiertamente, pero entonces frunció el ceño al ver la pierna sangrienta de Maq—. Sólo está aturdido, en mejor estado que tú. Iré a ver cómo están los demás, y luego me ocuparé de ti, Maquesta Nar-Thon.

—Hay más kuo-toas en el agua —susurró Maquesta a Fritzen—. Puedo verlos. Tiene que haber por lo menos veinticinco y no vas a llevarme a ningún sitio hasta que esté segura de que el Perechon se encuentra a salvo.

—Yo no veo nada —dijo el semiogro, escudriñando el agua.

—Confía en mí —respondió Maq—, están allí fuera.

Tailonna se acercó a proa, donde tenía otros seis kuo-toas atrapados en sus redes. Varios metros tras ella, Vartan y Hvel habían convencido a doce de las criaturas que depusieran sus armas y se rindieran. La batalla había concluido al fin. Tailonna hizo un gesto para que el semiogro y Maq se reunieran con ella.

—Puedo entender lo que dicen estas criaturas, o al menos en parte. Tienen un lenguaje bastante primitivo —les informó.

—Yo lo entiendo todo —intervino Ilyatha y dio un paso al frente a la par que envainaba sus dagas—. Aunque no estoy seguro de que quieras que te lo traduzca. Son un grupo malvado y muy mal hablado.

—Pues sí que quiero saberlo —afirmó Maq, dándole un suave codazo a Fritzen para que la soltara.

El semiogro frunció el ceño pero la puso suavemente sobre cubierta, y la dejó apoyarse en él para que no cargara la pierna herida. A su alrededor, la tripulación del Perechon se afanaba en empujar kuo-toas muertos por la borda o se ocupaba de maniatar a los heridos y a los que se habían rendido. Durante la contienda habían muerto cuatro miembros de la dotación del Perechon, que estaban tendidos sobre la cubierta. Maquesta se estremeció. El precio de la vida de su padre había vuelto a subir, y ahora el Perechon tendría que navegar con una tripulación reducidísima.

Ilyatha comenzó a murmurar la misma jerigonza que Maq le había oído hablar al gran kuo-toa. El umbra estaba agachado sobre una pareja a la que habían atado espalda contra espalda, y había varios marineros cerca intentando entender alguno de los ruidos ininteligibles.

—El rey ordenó la incursión —dijo Ilyatha, que se volvió hacia Maq y consiguió distraer su atención de los marineros muertos—. Al parecer tienes a bordo la realeza, y casi una colonia completa de kuo-toas. —El umbra apuntó hacia la criatura grande que había luchado con Maq y con Fritzen. El kuo-toa alto estaba atado al palo de proa, donde le vigilaban tres marineros—. Conducía a la colonia hasta un santuario submarino. Al parecer planeaban llevar a cabo una ceremonia especial de culto para honrar a la Madre del Mar, su malvada diosa. Descubrieron el Perechon cuando nos acercamos al cabo, y decidieron capturar a la tripulación para esclavizarnos y conseguir comida, reservando a unos pocos para ofrendas de sacrificio a la Madre del Mar, claro.

Maq se alejó de Fritzen y fue cojeando hasta el rey de los kuo-toa haciendo caso omiso de las protestas del semiogro.

—Yo no quería enfrentarme a tu gente —dijo la capitana, aunque sospechaba que la criatura no le entendía y que estaba hablando sola, pero continuó—. Íbamos a rodear vuestro territorio, no tendrías que habernos atacado. —Maq toqueteó el collar de coral que rodeaba el cuello de la criatura y tiró para desprenderlo.

—Pensé que eras importante, pero no sabía cuánto. Te vamos a utilizar, vuestra Majestad. Vas a decirnos dónde podemos encontrar al morkoth. De hecho, creo que alguno de tus súbditos deberían llevarnos hasta la bestia, si quiere que su rey siga con vida después del amanecer.

—Eres brillante, Maq —dijo Fritzen, cuyo gesto severo se transformó en una gran sonrisa.

Ilyatha y el semiogro se acercaron veloces al rey, y de nuevo Ilyatha utilizó la extraña legua kuo-toa que sonaba como gruñidos, siseos y borboteos. La respuesta del rey fue fuerte, áspera y acentuada por escupitajos. Los demás kuo-toas atrapados también comenzaron a sisear y a farfullar en su jeringonza mientras se debatían inútilmente contra sus ataduras.

—Les está ordenando que huyan —comentó Ilyatha—. Dice que deben liberarse en nombre de la Madre del Mar.

—Quizá no se da cuenta de que hablamos en serio —dijo Fritzen que gruñó y asestó una dura patada al costado del rey. El semiogro se apoyó sobre una pierna y levantó la otra por encima de su cabeza, hasta situar el pie a la altura del rostro colérico del rey. Veloz como un rayo, bajó la pierna y la otra trazó un arco hasta pasar a menos de un centímetro de la cabeza del kuo-toa—. Tal vez debamos convencerle de que nos tome en serio.

Tailonna avanzó sigilosa y empezó a murmurar palabras arcanas mientras movía sus manos trazando extrañas formas en el aire.

—No necesitamos derramar más sangre, aunque no puedo expresar lo contenta que estoy ante el número de kuo-toas que han muerto. Matar a esta bestia os dará poco más que satisfacción, pero yo puedo conseguir que se muestre más cooperativo de hecho, puedo lograr que sea muy razonable. —En la palma de la mano derecha de la elfa apareció una pequeña esfera azul. Tailonna sopló y la bola flotó hacia adelante, aumentó y rodeó la cabeza del rey. Durante un instante, el rostro del kuo-toa se iluminó con la misma luz azul y entonces desapareció el color, como si la magia no hubiera existido—. Inténtalo ahora.

Ilyatha miró fijamente los ojos del rey de los kuo-toas y farfulló el extraño idioma de la criatura.

—Comprendo algunas palabras —informó Tailonna a Maq—. Ilyatha le dice que salvará la vida y la de sus guerreros cautivos, pero…

—Pero tiene que proporcionarnos un guía que nos lleve a la guarida del morkoth, cosa que acaba de comprometerse a hacer —concluyó Ilyatha—. La pareja que hay al lado de la proa son hijos suyos. Nos llevarán al morkoth, aunque el rey nos avisa de que la bestia es peligrosa. Ahora no tendremos que perder el tiempo buscando su cueva, y ganaremos horas. Este maldito ataque al final se ha transformado en una bendición.

—PerotúnopuedesirMaquestaNarThon —dijo Lendle que estaba a su lado y señalaba la sangre de su pierna. El gnomo la apuntó con uno de sus dedos rechonchos y empezó a agitarlo como si ella fuese una niña que se había portado mal.

—Y tú no deberías estar en cubierta, sino en la enfermería —contestó Maq.

—Aligualquetú —respondió el gnomo.

Maq se disponía a discutir con él. El Perechon era su barco y, como capitana, ella daba las órdenes. Pero se lo pensó mejor y decidió cambiar de estrategia.

—Lo sé, Lendle —admitió Maq—. Voy a necesitar algunos de tus cuidados, y una de las pociones de Tailonna pero, mientras tú te ocupas de mí, quiero que Fritz, Kof, Ilyatha y Tailonna vayan tras el morkoth. Harán falta las redes de telaraña y la magia de la elfa para atrapar a la bestia.

—¿Ahora mismo, Maq? —preguntó Fritzen apuntando hacia el minotauro que empezaba a recobrar la conciencia.

—No, por la mañana —contestó la capitana que sacudió la cabeza y apuntó hacia el agua—. El mar está tan oscuro por la noche que sería como nadar en tinta. No verías ni una mano delante de tu cara. Además, están esos otros kuo-toas en el agua, y quiero que Su Majestad les ordene que se alejen.

—Yo también los veo —apuntó Tailonna—. Calculo que hay veinte por lo menos. Me ocuparé de ello. —Dicho eso, la elfa marina empezó a hablarle de nuevo al rey.

—¡Kof! —exclamó Maq cuando el minotauro se acercó a ella—. Ya iba siendo hora de que te levantases y te unieras a la diversión. Quiero que te asegures de que todos nuestros invitados estén a buen recaudo en la bodega de carga esta noche, y arroja a Su Majestad al calabozo. Cuando acabes eso, ocúpate de que envuelvan a los muertos con lona. Les daremos sepultura mañana en alta mar.

Entonces unos brazos fuertes agarraron a Maq y ella notó cómo la llevaban hasta la enfermería, donde sucumbió finalmente al agotamiento al tenderse en un camastro. Las últimas palabras que oyó antes de dormirse fueron las rápidas instrucciones de Lendle y Tailonna a Fritzen para que empezara a mezclar hierbas.

Por la mañana, Fritzen estaba revoloteando alrededor de Maquesta, limpiándole la frente con un paño templado mientras Lendle se ocupaba de preparar otro brebaje. La joven tenía la pierna envuelta en varias capas de vendajes, estaba recostada en una almohada y empezaba a recuperar la sensibilidad en el brazo.

—Te toca a ti hacer de enferma —dijo Fritzen—. Había veneno en las armas de los kuo-toas, pero Lendle y Tailonna prepararon una mezcla que extrae el veneno. La elfa está en el camarote de la tripulación, dándoles algo a los otros heridos, y me ha asegurado que el brebaje es mágico, y todos, incluida tú, volveréis a la normalidad en unas pocas horas.

Maq sonrió e intentó incorporarse, pero el semiogro le colocó una mano amigable en el hombro.

—Eres la capitana —dijo Fritz—, y si me ordenas que te deje levantarte tendré que obedecer, pero preferiría cumplir las órdenes de un capitán sano, uno que yo sepa que va a estar por aquí durante bastante tiempo. Descansa, Maq. Kof llevará el mando en la caza del morkoth, y cuando volvamos te encontrarás mucho mejor.

Maquesta apretó los labios, pero asintió con la cabeza. Aunque quería subir a cubierta para despedirlos, sabía que Fritzen tenía razón. La joven odiaba sentirse débil y no tener un control absoluto de la situación, y estaba furiosa porque parecía que toda la tripulación se turnaba para visitar la enfermería, pero cerró los ojos, intentó relajarse y se concentró en escuchar cómo el gnomo recitaba sus ingredientes. Un olor fétido impregnaba la estancia, y Maq supo que iba a apestar antes de que todo esto concluyera.

—Cuídate —susurró Fritzen mientras se incorporaba, luego se detuvo y la miró fijamente antes de continuar—: Anoche viste más kuo-toas en el agua. ¿Qué don posees, Maquesta, para permitirte tal visión?

—No hay necesidad de contárselo —intervino Lendle, que obviamente estaba escuchando su conversación aunque siguió farfullando nombres de ingredientes y removiendo la mezcla.

—Está bien. Confío en él —contestó Maq, que abrió los ojos y se quedó mirando el techo—. No soy completamente humana —comenzó la joven—. Mi madre era una elfa que dejó a mi padre hace mucho tiempo. Ni siquiera sé si sigue viva. Ella se marchó cuando los bandos guerreros de humanos cazaban a los elfos y similares. Tengo la sospecha de que desapareció para mantener la atención apartada del Perechon. Mi padre, preocupado por mi seguridad, hizo que Lendle cortara las puntas de mis orejas cuando yo era una niña, porque no quería que nadie supiera que era una semielfa. Lo aterraba la idea de perderme a mí también. Así que tengo el don de la vista de los elfos. Puedo ver mejor que los humanos, aunque no tan bien como la mayoría de los elfos.

—Así que ahora sabes el secreto de Maquesta —dijo Lendle con gesto severo—. Sólo lo compartimos los que nos hallamos en esta habitación y su padre que está a muchas leguas de distancia. Y espero que no salga de aquí —dijo el gnomo mirando fijamente al semiogro con sus pequeños ojos brillantes—. ¿Entiendes?

En la cubierta aguardaban Ilyatha, Tailonna y Bas-Ohn Koraf, todos armados con lanzas de los kuo-toas. El minotauro llevaba un grueso cabo en la mano. Varios miembros de la tripulación se habían reunido sólo por curiosidad y cuando Fritzen se unió a ellos, Ilyatha le arrojó una gran red y le dijo que llevarían en ella al morkoth cuando lo encontrasen y lo capturaran. Tailonna metió la mano en un saquillo que colgaba de su cinturón y sacó seis frasquitos que contenían el mágico elixir que les permitiría respirar en el agua como si fuera aire. La elfa entregó dos a cada uno.

—Cada frasco debería durar muchas horas, entre ocho y doce, supongo. Puede tener distinta duración para cada uno de nosotros —añadió, mirando al minotauro y al semiogro—; pero si actuamos deprisa no debería de haber problemas.

Kof asintió con la cabeza y dio un tirón al cabo que sujetaba. En el otro extremo estaban los hijos del rey que tenían la larga soga atada alrededor de sus cuellos como si fuesen perros con correa.

—Acabemos con esto —gruñó el minotauro—. Aunque amo el mar, no me gusta mucho nadar, y menos aún la compañía de los kuo-toas.

Fritzen estuvo a punto de dejar caer sus frasquitos cuando un estallido de luz amarilla más brillante que un mediodía iluminó la cubierta. Al disminuir el resplandor apareció Belwar, cuyos afilados cascos planeaban a pocos centímetros de la cubierta. El ki-rin saludó con la cabeza y la tripulación se apartó cuando se acercó al cuarteto.

—Iré con vosotros —anunció Belwar—. Estuve fuera anoche y regresé a tiempo sólo de ver el final de la lucha. Aunque no pude apoyaros entonces, os ayudaré ahora. Los morkoths son astutos y mortíferos.

—¡Brindemos, entonces, por nuestro éxito! —saludó Fritzen a la par que levantaba su frasco al cielo; luego se lo llevó a los labios y bebió todo el contenido de un solo trago. Los otros hicieron lo propio y se movieron como una sola persona hacia el borde de la cubierta para saltar al agua. El ki-rin también se zambulló, con una salpicadura que dejó empapados a aquellos de la tripulación que los observaban.

Koraf dio un respingo al hundirse bajo la superficie y pateó el agua como un pez herido, intentando desesperadamente mantener agarrada la soga que ataba a los kuo-toas. El minotauro aguantó la respiración y cayó como una piedra, con Ilyatha, Fritzen, Tailonna y las criaturas justo detrás. El ki-rin planeaba justo debajo de la superficie, observando.

Relájate, aconsejó la mente de Ilyatha. Respira en el agua como si fuera aire. Respira.

El minotauro cerró los ojos e inhaló un poco. Era una sensación extraña, la entrada de agua por la nariz hasta los pulmones. Al principio Kof pensó que se ahogaba, y que el elixir era una terrible broma de Attat, que quería que todos muriesen. Luego boqueó de miedo e inhaló grandes bocanadas de agua salada que le escocía en la garganta, pero sólo durante un momento, y entonces abrió los ojos. Estaba respirando.

Al llegar hasta el fondo arenoso, tiró de la soga y miró de hito en hito a los hijos del rey, después se encogió de hombros y apuntó en diferentes direcciones antes de tirar de nuevo de la soga. Al cabo, los kuo-toas comprendieron lo que quería el minotauro, y el más grande de los dos apuntó hacia el sudoeste.

Está siendo sincero, sonó la voz segura de Ilyatha dentro de la cabeza de Kof. La guarida del morkoth se encuentra en esa dirección.

Más arriba, el ki-rin vio lo que estaba ocurriendo y empezó a nadar hacia el sudoeste. Sus grandes patas batían el agua y al resto del grupo le costó no perder de vista a la mítica criatura. Pasaron por encima de un arrecife de coral, donde frondas de mar que parecían delicados abanicos se ondulaban al ritmo de la corriente. Pasó ante ellos un banco de peces ángel, que evitaron a los extraños viajeros, y en el arenoso suelo los cangrejos corrieron para apartarse de su camino. Kof empezó a disfrutar de lo que había a su alrededor y su bovino cuello giraba de un lado a otro para no perderse nada. Tras unas dos horas de viaje, el minotauro observó una cresta rocosa que cortaba el suelo arenoso de lado a lado, como la espina dorsal de algún gigante dormido. Los kuo-toas apuntaron hacia la cresta y el minotauro miró a Ilyatha, quien hizo un gesto afirmativo. El ki-rin se sumergió hasta el fondo, y los miembros del grupo, desconfiados y pensativos, frenaron su marcha al acercarse a las rocas.

La cresta se parecía a la que Tailonna había dibujado el día antes en la enfermería, y si su plano era correcto, el resto de la colonia de kuo-toas estaría al otro lado de la elevación, ligeramente hacia el norte.

Al acercarse a la cresta, descubrieron una cueva que era poco más que una estrecha grieta.

El hogar del morkoth, transmitió mentalmente Ilyatha a cada uno de ellos. Los kuo-toas temen a la bestia y dicen que habita aquí. Suplican que no se les haga entrar. Sólo uno de ellos ha estado tan cerca de la entrada, cuando ofreció un sacrificio hace varios meses.

Kof miró la grieta, y luego al ki-rin, que era demasiado grande para caber por ella. El cuerno de la criatura irradiaba un débil fulgor, y habló a través del agua para que todos pudieran oírlo.

—Vigilaré a vuestros prisioneros, ya que no puedo seguiros. Ni siquiera la magia puede hacer que quepa por allí, pero os ayudaré. —El animal cerró los ojos y apareció un fuego que se extendió a lo largo de su cuerno dorado, una combustión mágica que no se apagaba con el agua salada. Las llamas saltaron hacia adelante y golpearon los bordes de la grieta antes de penetrar en la profundidad de la roca—. El fuego no es real, por lo menos no como una hoguera auténtica. No os quemará, pero cubrirá las paredes para iluminar el laberinto interior, y quizá sirva también para asustar al morkoth, pues le gusta vivir en la oscuridad. Os deseo lo mejor. —El ki-rin cogió entre los dientes la soga que ataba a los kuo-toas y se alejó de la grieta.

Bas-Ohn Koraf inhaló una gran bocanada de agua salada y penetró en la cueva. Fritzen y Tailonna lo siguieron, pero Ilyatha se detuvo fuera un momento. El umbra temía la luz intensa y tardó unos instantes en comprender que el fulgor del fuego no le dañaría ni le cegaría. Las llamas subían y bajaban por las paredes como una crepitante hoguera de campamento, creando fantasmales sombras por doquier. De vez en cuando, la estrechez del pasadizo obligaba a Kof a avanzar de lado, y más de una vez el minotauro se raspó la espalda contra un saliente. El túnel era muy largo, tanto que Kof estaba seguro de que debían de estar a punto de salir al otro lado de la cresta, pero entonces empezaron a descender y el camino se dividió en dos.

El minotauro olisqueó, pero descubrió que su agudo olfato era inútil bajo las olas. Las llamas bailaban en ambos pasillos, pero no proporcionaban pistas acerca del camino correcto a seguir. Kof extendió su lanza y dio un paso hacia el túnel de la izquierda antes de mirar hacia atrás para indicarle a Fritzen con un gesto que cogiera el de la derecha. El semiogro asintió con la cabeza, y Tailonna lo siguió, dejando al Ilyatha para que siguiera a Kof. El minotauro sólo había avanzado unos cuantos pasos cuando sus pezuñas aplastaron algo quebradizo, y al agacharse descubrió un montón de huesos que en el pasado habían sido un pez, tal vez una barracuda, pensó. La luz del fuego relucía sobre la blanca superficie de las esquirlas. Kof sintió un escalofrío y continuó su camino; al poco tiempo soltó un gruñido que le hizo expeler un torrente de burbujas al ver que el pasadizo se dividía de nuevo. El minotauro avanzó hacia la derecha, donde el suelo descendía bruscamente en espiral y tuvo que agarrarse a las paredes para no caer. Echó un vistazo hacia atrás y, al ver que Ilyatha se dirigía al túnel de la izquierda agitó su peludo brazo y estuvo a punto de perder el equilibrio intentando captar la atención del telépata. Ilyatha miró al minotauro con gesto interrogante.

No nos separaremos de nuevo, se concentró Kof, con la esperanza de que Ilyatha captara sus pensamientos.

Muy bien, contestó el umbra. Haré saber a los otros que deben seguir juntos.

En el otro pasillo, Fritzen y Tailonna también se habían topado con un giro brusco, uno con una apertura que les hizo caer flotando unos quince metros. Desde ahí continuaba el túnel hacia abajo en espiral. El semiogro se llevó las manos a la cabeza, soltando la red y la lanza. La presión a esta profundidad empezaba a ser dolorosa y se preguntó cuánto habrían avanzado y cuánto más les duraría el elixir. Metió una mano en el saquillo del cinturón para asegurarse de que seguía intacto el otro frasco. Tailonna tocó suavemente el hombro del semiogro y lo adelantó; estaban en el territorio de la elfa de mar y Fritzen, recogiendo sus pertenencias, la dejó pasar.

Casi una hora más tarde, Tailonna y Fritzen se encontraron ante una sima, y al mirar al otro lado vieron a Kof y a Ilyatha. El fuego mágico se detenía al borde del abismo, que descendía como un embudo hacia una oscuridad sobrenatural. El minotauro dio un codazo al umbra, frunciendo el entrecejo mientras intentaba enviarle un mensaje.

Estoy de acuerdo con Kof, comunicó Ilyatha a través del abismo, con palabras que sonaron con fuerza en el interior de la cabeza del semiogro. Creo que el morkoth está abajo, y que es él quien evita que el fuego se extienda hacia allí. Dicho eso, el umbra saltó de la cornisa y se dejó caer a la oscuridad del pozo.

Kof tragó con fuerza y se unió a él, adelantando enseguida a Ilyatha ya que su gran peso hacía que se sumergiera más rápido. La oscuridad se los había tragado por completo cuando Fritzen y Tailonna se unieron a ellos en la bajada.

Tras un tiempo que al cuarteto le parecieron horas, el grupo apareció en una gran caverna sombría. Aquí la presión era mucho mayor, lo que indicaba que estaban a gran distancia de la superficie del mar. Sólo podían ver unos metros en la oscuridad e Ilyatha dio instrucciones de que se mantuvieran unidos para no perderse. El umbra pensaba que en solitario serían presa fácil para el morkoth. Kof agitaba ante él su lanza y avanzó hasta alcanzar una pared rocosa.

Como exploradores de cuevas, el grupo recorrió el perímetro de la caverna y halló seis entradas, todas tan estrechas que les resultaría difícil penetrar en su interior.

Una para cada uno y sobran dos, pensó Ilyatha. Debemos escoger una y damos prisa; el elixir.

Kof asintió con la cabeza, y a pesar del aviso de Ilyatha decidió que cada uno entrara en un pasillo y que se mantendrían ligeramente unidos mediante la mente telepática del umbra. Indicó a Ilyatha que tomara el pasillo más cercano, y Fritzen el siguiente. El minotauro hizo caso omiso de los dos siguientes al ver que la pendiente era demasiado pronunciada. Después señaló para que Tailonna cogiera el siguiente y él se adentró por el último. Todos penetraron con un arma en una mano y rozando la pared con la otra para tantear el camino.

Y todos perdieron el equilibrio al desaparecer del suelo bajo sus pies y cayeron más y más hondo, deslizándose por pasadizos rocosos que giraban y giraban.

De nuevo los cuatro aparecieron en una caverna sombría al converger los cuatro túneles en el mismo lugar. Kof gruñó, emitiendo un largo hilillo de burbujas y luego indicó a los otros que se quedaran juntos mientras él recorría el perímetro de la cámara, tocando los salientes y entrantes de la pared con las manos. Cuando regresó con ellos sus ojos ardían de ira e Ilyatha frunció el entrecejo al penetrar en la mente del minotauro para descubrir lo que estaba pensando.

Kof dice que ésta es la misma cámara que dejamos hace unos minutos. Hay seis entradas, y cree que son las mismas por las que bajamos antes, pensó Ilyatha, enviando el mensaje a todos. Creo que nunca hemos salido de esta estancia y creo que es una ilusión y que nos están manipulando. No sé dónde nos hallamos pero… Antes de que el umbra pudiera continuar disminuyó ligeramente la oscuridad de la caverna, como si alguien estuviera encendiendo lentamente un fanal, y vieron que las paredes de roca estaban incrustadas de gemas. Encima de ellos, muy arriba, los bordes de la caverna estaban iluminados por el fuego mágico del ki-rin. Las llamas siguieron bailando alegremente, apuntando hacia una forma negra que descendía hacia el suelo de la caverna. La masa oscura se detuvo a mitad de camino del fondo, flotando sobre ellos.

¡El morkoth! Les comunicó a todos Ilyatha. Ha estado jugando con nosotros.

De la cintura para arriba, la horripilante criatura parecía una serpiente marina, aunque tenía una aleta dorsal con pinchos que llegaba hasta la cresta de su ancha cabeza, parecida a la de un pez. Las cuatro extremidades delgadas, que salían de sus costados escamosos como los brazos de una langosta, acababan en unas pinzas que se abrían y cerraban de forma casi rítmica, con un sonido de castañeteo. Los ojos del morkoth estaban en la parte delantera de su cara, como en los humanos, pero a diferencia de éstos eran oscuras esferas con puntitos rojos en el centro. La criatura no tenía orejas, al menos visibles, y su boca parecía el pico de un calamar. Lo abría y cerraba repetidamente con un sonido seco que reverberaba a través del agua y ponía nervioso al cuarteto que tenía debajo. Entonces el morkoth sacó una larga lengua rosa, que parecía una lombriz marina anillada, y la agitó en el agua.

La parte inferior del cuerpo de la bestia era como un pulpo, con tentáculos recubiertos de ventosas que se retorcían sin parar. El morkoth era algo más grande que Kof, y era negro como la noche, con algunas escamas plateadas luminiscentes repartidas de forma irregular por su superficie. Al acercarse a ellos, descendiendo ligeramente por el agua, siguió castañeteando el pico y agitando los brazos con pinzas, y sus tentáculos ondularon de forma casi hipnótica, dibujando formas en el agua con minúsculas burbujas de aire. Ilyatha y Tailonna se quedaron inmóviles, mirando fijamente a la criatura. Las lanzas que tenían en las manos cayeron al suelo mientras seguían con la vista los extraños dibujos.

Reaccionad, se concentró Kof, rezando para que el umbra y la elfa marina detectaran sus pensamientos. ¡Pensad! Os está hipnotizando. ¡Despertad! Pero nadie respondió a sus demandas. Sólo Fritzen y él parecían inmunes a las ondulaciones del morkoth. El minotauro gruñó y se colocó delante de Ilyatha y Tailonna con su lanza alzada. Intentó herir a la bestia, pero los tentáculos de la criatura estaban fuera de su alcance. Se siguió retorciendo y Kof notó que se mareaba, por lo que cerró los ojos para borrar los dibujos de su mente y continuó asestando golpes con la lanza.

Tras él, Fritzen se acercó a la elfa de mar. El semiogro sujetó su lanza y la red debajo del brazo y la zarandeó con vigor. A su lado, el umbra pareció recobrarse y, durante un momento, el rostro sombrío del semiogro mostró alivio. Ilyatha desenvainó dos dagas gemelas y cuando parecía que iba a saltar sobre el morkoth, se giró hacia Fritzen y se abalanzó sobre él. El semiogro soltó a Tailonna y se echó al suelo, sorprendido al ver a Ilyatha nadar con las dagas trazando arcos justo donde había estado él antes. El umbra se giró y lo miró de hito en hito con unos extraños ojos que tenían puntitos blancos girando en su interior.

«¡El morkoth!», maldijo Fritzen. Primero se había apoderado de la elfa de mar, y ahora el peligro era doble. Rodó hacia un lado, haciendo caer al suelo a Tailonna, se agachó y se impulsó con los fuertes músculos de sus piernas. El semiogro nadó rápido por el agua con el umbra pisándole los talones. Pasaron al lado del morkoth, que seguía retorciéndose y creando más dibujos con las burbujas. Al mirar hacia allí Fritzen sintió un fuerte mareo, pero luchó contra él y se concentró en Ilyatha, que se le acercaba.

Ilyatha sonrió con maldad al acercarse al semiogro. Aunque Fritzen era un excelente acróbata, su destreza era mucho menor bajo el agua y el umbra maniobraba con mucha mayor facilidad. Fritzen sabía que tendría que recurrir a su fuerza. Ilyatha pataleó fuerte con las piernas hacia Fritzen, y el semiogro maniobró para mantenerse quieto y enfrentarse a él. Cuando lo tuvo a su alcance, le agarró ambas muñecas para mantener alejadas las dagas. Por el rabillo del ojo Fritzen vio cómo Tailonna se movía, se incorporaba con dificultad y miraba hacia arriba, a Fritzen e Ilyatha, antes de echar un rápido vistazo al morkoth. El semiogro dio gracias a los dioses de que no hubiera puntitos blancos en los ojos de la elfa.

Tailonna alzó las manos y agitó los dedos mientras movía la boca para hacer un conjuro. Cogió una de las redecillas de su cabello y, cuidando de no mirar directamente a los tentáculos del morkoth, se concentró en un punto del torso de la bestia. Al terminar el conjuro, la red salió despedida por el agua hacia la bestia; pero se detuvo a pocos centímetros del grotesco cuerpo del animal, flotando durante un instante. Entonces la telaraña encantada retrocedió a la misma velocidad y envolvió a Tailonna con fuerza haciendo que el conjuro se volviera contra ella misma.

Fritzen maldijo entre dientes. La elfa de mar había sido su mejor baza. El umbra se revolvía entre sus manos con todas sus fuerzas, y el semiogro apretó hasta que vio un gesto de dolor en el rostro de Ilyatha. Dando una patada al agua, Fritzen lanzó al umbra bruscamente contra la pared de la caverna. El semiogro estaba intentando aturdir a Ilyatha, pero el guerrero umbra era testarudo y se resistió con fuerza.

Debajo de ellos, el morkoth descendía lentamente hacia Kof. El minotauro seguía agitando a ciegas su lanza ante él, temeroso de abrir los ojos y ser hechizado por los movimientos de la vil bestia. A través de la telaraña, Tailonna vio al morkoth colocarse a la espalda de Kof.

—¡Está detrás de ti! —gritó la elfa. El sonido de su voz apenas atravesó el agua pero llegó a los agudos oídos de Kof—. Ha dejado de retorcerse. Puedes abrir los ojos.

Su aviso casi llegó demasiado tarde. Uno de los tentáculos del morkoth serpenteó hacia la nuca del minotauro, pero Kof se giró y abrió los ojos a tiempo de verlo, se agachó y le asestó una estocada con la lanza, clavando la punta en el elástico tentáculo. El agua se tiñó de sangre negra. Kof sabía que Attat quería la bestia intacta, pero ante la ineficacia de las redes de la elfa marina no había otra elección que enfrentarse a él o morir; o enfrentarse a él y morir. Tiró de la lanza, pero su punta con púas había atravesado el tentáculo y estaba atascada. Gruñendo, soltó la empuñadura y agarró otro tentáculo para acercarse al cuerpo de la criatura.

El morkoth soltó un chillido que atravesó el agua e hizo lagrimear al minotauro. Koraf sintió un insoportable dolor de cabeza, pero sabía que si soltaba a la bestia moriría. Apretó los dientes e intensificó la lucha por llegar hasta el cuerpo. Los otros tentáculos de la bestia se aferraron a las piernas del minotauro, inmovilizándolo. Como respuesta, Koraf clavó las uñas en el tentáculo que agarraba, haciendo brotar más sangre.

La bestia empezó de nuevo a retorcerse para desembarazarse del persistente minotauro. Sus brazos con pinzas castañetearon de forma amenazadora y se giró para intentar morder a Kof con el pico. El minotauro aprovechó la maniobra del morkoth y soltó el tentáculo para agarrarse a su cabeza de pez. El morkoth consiguió morder el hombro del minotauro, haciéndolo estremecerse de dolor.

Más arriba, Fritzen seguía luchando con su hipnotizado atacante, golpeando de forma repetida a Ilyatha contra la pared de la caverna hasta que finalmente el umbra perdió el sentido. El semiogro notó que el telépata seguía respirando y bajó agradecido el fláccido cuerpo hasta el suelo, donde Tailonna seguía luchando con su telaraña. Luego nadó hacia donde se encontraban el morkoth y Koraf.

El minotauro clavó los dedos en la cara del morkoth, arrastrando las uñas por la piel y las escamas, haciendo chillar a la bestia. Los tentáculos se retorcieron frenéticamente y se aferraron a la cintura de Kof, donde apretaron con fuerza, intentando vaciar los pulmones del minotauro. Koraf sintió que el mundo se oscurecía, pero clavó de nuevo las uñas, esta vez en el cuello del morkoth, zarandeando a la bestia mientras inhalaba agua.

Fritzen agarró uno de los tentáculos que sujetaban al minotauro y tiró con fuerza. Aunque no pudo soltar el tentáculo, sí consiguió aflojarlo lo suficiente para que Kof pudiera respirar. El minotauro hizo acopio de fuera y apretó con mayor intensidad el cuello del morkoth, en un intento de asfixiarlo. Fritzen consiguió meter la mano entre el tentáculo y la cintura de Kof, empujó con fuerza y logró introducir el antebrazo entre el tentáculo y el minotauro. Tras unos instantes eternos, el morkoth se debilitó, y los tentáculos lo soltaron. Kof, el morkoth y Fritzen flotando hasta el suelo de la caverna todos unidos en un montón. El morkoth estaba inmóvil y, por un momento, el semiogro temió que estuviera muerto.

—No, todavía está vivo —dijo Tailonna, que había conseguido liberarse finalmente de la telaraña—. Aunque Kof ha estado a punto de matarlo, y aún puede morir si no lo llevamos al barco y cuidamos de sus heridas. Aunque no estoy segura de poder crear una poción para curarlo.

Fritzen se estremeció ante la idea de ayudar a una criatura tan malvada. «Quizá Lendle lo pueda curar», pensó. El gnomo parecía capaz de hacer maravillas.

Kof dio un suave codazo al semiogro y asintió con la cabeza en señal de agradecimiento. El mordisco que tenía en el hombro era profundo, pero pequeño. Lo apretó suavemente con los dedos. El minotauro hizo una mueca de dolor, pero intentó olvidar su sufrimiento. Había recibido heridas mucho peores en el circo de Lacynes. Satisfecho, se acercó al umbra, que estaba recobrando el sentido. Kof se agachó, recogió las dagas de Ilyatha y luego miró las paredes de la caverna. Se volvió hacia su compañero, concentrándose, y estableció contacto con los pensamientos del umbra.

Sacad de aquí al morkoth y pedirle al ki-rin que os ayude. Yo voy a quedarme unos minutos para recoger algunas de estas gemas, le comunicó el minotauro. Ilyatha intentó protestar, pero una mirada severa de Kof le cortó en seco. Si el morkoth muere, o Attat se echa atrás en el trato, puede que Maquesta necesite algo de valor para negociar por su padre y el Perechon.

Ilyatha expuso a los otros el plan de Kof. Tailonna entregó al minotauro la bolsa que llevaba a la cintura, luego ayudó a Ilyatha a incorporarse y ambos bucearon hacia el exterior de la caverna. Fritzen envolvió al morkoth en la red, puso una mano en el hombro de Kof y asintió. Luego tomó impulso y se alejó nadando, arrastrando a su presa herida.

Una vez solo, Koraf emprendió su trabajo de desprender esmeraldas, diamantes y rubíes de las paredes de la guarida del morkoth, y meterlas a puñados en sus bolsillos y la bolsa de Tailonna. Escogió sólo las gemas mayores, las que mejor captaban la luz del fuego mágico de encima de su cabeza. Al cabo de un rato, cuando ya no podía llevar más y estaba seguro de haber reunido una fortuna, empezó a sentirse mareado. Pensó que tal vez había estado reuniendo el tesoro durante varias horas. Manoseó el saquillo que tenía en la cintura, sacó su segundo frasco de poción y se lo bebió.

Después encontró el camino de salida.

El ki-rin ya había llevado el morkoth al barco y regresó a buscar a Bas-Ohn Koraf. El minotauro, cargado con su tesoro reluciente, aceptó agradecido la invitación de Belwar y se subió a su lomo. En menos de una hora llegaron a la cubierta del Perechon.

La fiebre de Maquesta había desaparecido. La joven estaba en la proa, a babor, charlando animadamente con Fritzen, que seguía empapado, y Tailonna, que se había envuelto en una manta. La capitana llevaba un fino vendaje blanco en la pierna y se apoyaba en una lanza, pero al parecer se encontraba mucho mejor.

Ilyatha se hallaba cerca de ellos, dirigiéndose en su jerga al rey kuo-toa, que estaba atado de pies y manos. Los otros kuo-toas estaban reunidos en cubierta, contra la batayola, mientras la tripulación del Perechon los vigilaba armada con lanzas y arpones. Cuando el ki-rin se posó, detrás de Maquesta, la joven se giró y sonrió abiertamente a Belwar y al minotauro.

—Belwar, gracias por devolverme a mi primer oficial. Lendle vigila al morkoth. Hemos metido a la bestia en la jaula que nos dio Attat, que hemos fijado a la popa del barco, lo justo debajo del agua para que el bicho no se muera. Lendle cree que puede salvarlo; ha estado echando hierbas al agua a su alrededor. Pero tendremos que vigilarlo de cerca para que no utilice ninguno de sus sucios trucos. Creo que todo va a salir bien —dijo la capitana—. Y conseguiremos recuperar a mi padre y al Perechon.

—Espero que todo te vaya bien, Maquesta —dijo el ki-rin, asintiendo, pero con ojos tristes—. Debo partir ahora, aunque volveré si me necesitas.

El minotauro toqueteó las gemas que tenía en los bolsillos, dejando que sus dedos recorrieran su fina superficie. Luego dio unos golpecitos en la bolsa de Tailonna que colgaba a su costado.

—Tengo una garantía, capitán —dijo Kof cuando estuvo seguro de que la tripulación estaba ocupada y no les escuchaba. Sacó una gran esmeralda y se la enseñó—. Hay más. Suficiente para comprar varios barcos, quizás incluso para comprar todos los barcos de Lacynes y pagar tripulaciones completas.

El minotauro le entregó la bolsa de Tailonna y caminó con Maquesta hasta su camarote, donde sacó las gemas de sus bolsillos y las extendió por la mesa. Los ojos de Maq se iluminaron. Era más riqueza de la que ella había visto en toda su vida, tanta como había en la cueva del mercader de Marina.

—Espero que no las necesitemos para negociar con Attat —dijo la joven—. Se me ocurren cosas mejores que hacer con ellas, incluyendo pagar a una tripulación que lleva trabajando sin compensación durante demasiado tiempo.

Maquesta escondió el tesoro bajo su cama, y luego Kof y ella regresaron a cubierta. Tailonna corrió hacia la pareja con la petición de que ejecutaran al resto de los kuo-toas.

—Matamos a más de la mitad de la colonia cuando anoche atacaron el barco —discutió Maquesta—. Creo que ésa es una pérdida muy importante, de la que tardarán en recuperarse. Matar a los enemigos cautivos es una carnicería cruel.

—Su número ya no representa una amenaza para mi gente —dijo la elfa marina asintiendo convencida con la cabeza—. Si nos atacaran ahora, podríamos enfrentarnos a ellos. Ahora somos más fuertes que ellos.

Dicho eso, Maquesta le hizo un ademán a Ilyatha, el cual cortó las sogas que ataban al rey y le ordenó que saltara por la borda. La tripulación exhortó al resto de los kuo-toas a que saltaran detrás de él.

—Los hijos de rey siguen retenidos en la bodega —dijo Maq a Tailonna—. Cuando estemos lejos de aquí los soltaremos, ya que el rey nos ha asegurado que no nos atacará si sus hijos no sufren daño alguno. Ahora navegaremos hacia aguas más profundas, donde daremos el último adiós a nuestros muertos, y después volveremos al palacio de Attat.