13

Despertares

Tras dormir un par de horas, Maquesta se levantó, antes del alba, para patrullar su barco. Su expresión se ensombreció cuando vio los seis cuerpos cubiertos por una lona, los de los marineros heridos que no habían sobrevivido a la primera noche. Ocupaban una sección de la cubierta principal cerca de la popa, y ella planeaba pronunciar un pequeño responso en su honor en cuanto saliera el sol. La joven suspiró con tristeza. Uno de ellos era el joven marinero que se había mareado durante la carrera. Debería recordar rebuscar entre sus pertenencias para descubrir dónde vivían sus padres. Merecían, como poco, una carta.

La capitana agachó la cabeza, pensando que cada uno de los hombres merecía algo mejor que morir a manos de los piratas de Mandracore. Entonces se maldijo a sí misma. Esos seis marineros habían muerto por su deseo de ayudar a un hombre: su padre. ¿Había cambiado seis vidas por una? ¿Darían también sus vidas Lendle y Fritzen? ¿Qué precio estaría dispuesta a pagar?

Pero rendirse ahora significaría que los muertos habían fallecido para nada, pensó. Maq analizaba las posibilidades en su mente inquieta mientras caminaba hacia la armería.

Aparte de la pérdida personal que sentía Maquesta, la pérdida de seis hombres rebajaba peligrosamente el número de tripulantes del Perechon durante el resto del viaje. Aunque no tanto como el Matarife, pensó con satisfacción. Muchos otros miembros de la tripulación del Perechon habían sido heridos durante la batalla, pero eran lesiones relativamente leves: cortes y hematomas, principalmente. Esos marineros descansaban en sus camarotes e Ilyatha, que se había ocupado brevemente de ellos, aseguraba que estarían levantados y realizando sus tareas dentro de pocas horas, más avanzado el día.

El umbra también se había ocupado de Lendle. La herida del gnomo debía de ser bastante grave porque Ilyatha había pasado muchas horas con él esa noche. Pero el misterioso telépata se negaba a contarle a Maq cuán seria era la lesión, de hecho había rehusado comentar nada con Maq a pesar de sus repetidas preguntas. En cierto momento de la noche llegó incluso a ordenarle a Maquesta que saliera de la improvisada enfermería.

Maquesta se detuvo en la puerta de la armería. Estaba decidida a conseguir respuestas de Ilyatha esa misma mañana. El telépata iba a contarle exactamente cómo estaban Lendle y Fritzen. La joven respiró hondo, abrió la puerta de golpe y entró resueltamente, con el discurso preparado para conseguir información.

—Estaba ocupado cuidando de tus amigos anoche —dijo Ilyatha, alzando la mirada y percibiendo sus sentimientos—. No quería entretenerme hablando, dando explicaciones y haciendo, quizá, que te preocuparas por Lendle y Fritzen más de lo necesario. Necesitabas dormir. Además, yo quería que transcurriera el tiempo para ver si podían mejorar por sí mismos.

«¿Y?», pensó Maquesta, incapaz de poner voz a sus temores.

—Y Lendle ha mostrado cierta mejoría, aunque no mucho. Por lo menos respira con regularidad. Quizá se levante en un día o dos pero… —el umbra bajó la voz, y apuntó al gnomo—, comprende que las heridas en la cabeza son difíciles de predecir. Puede que esté inconsciente durante varios días, quizá varias semanas, incluso. O más. Y puede que tarde tiempo en volver a ser el que era. A menudo las lesiones en la cabeza son más difíciles de curar que las del resto del cuerpo.

Los ojos de Maquesta se llenaron de lágrimas cuando miró al gnomo, pero se contuvo.

—Se pondrá bien, ¿verdad? Dime que se pondrá bien —insistió Maq.

—Mi mente no puede penetrar en la suya. No puedo percibir sus pensamientos. —La respuesta de Ilyatha fue tranquila—. Eso es lo que me preocupa. No puedo decirte que se pondrá bien simplemente porque no lo sé.

Maquesta se mordió el labio para contener el llanto. «Los capitanes no lloran —se recordó—. Los capitanes no son débiles».

—Lendle tiene que mejorar, o nos moriremos todos de hambre —comentó la joven, aparentando entereza ante el estado del gnomo—. Hvel y Vartan dijeron que probarían hacer el guiso de anguila, sin las patatas, pero son unos cocineros horribles. —Maq miró fijamente a Ilyatha e intentó poner la mente en blanco; estaba pensando que era demasiado joven para capitanear el Perechon, que era incapaz de controlar las situaciones de vida o muerte cuando estaban involucradas personas a las que tenía cariño, que deseaba que estuviera aquí su padre, que quería que Lendle y Fritz se pusieran bien, y que ella fuera mucho más fuerte.

El umbra la miró entre preocupado y cansado; no respondió a sus pensamientos íntimos y atribulados, sino que se deslizó hasta una silla que había al lado del gnomo. Se sentó en el fino cojín, se estiró, y bostezó. Maq le preguntó por Fritz, pero se limitó a sacudir la cabeza.

—No estoy familiarizado con el veneno de las arpías de mar, ni con otras muchas toxinas marinas, a decir verdad —dijo Ilyatha con tristeza—. Está luchando por su vida, pero me temo que podría ser una batalla perdida. Ha empeorado durante la noche. ¿Ves lo pálido que está? El veneno que hay en su sangre es muy fuerte.

—¿Puedes percibir sus pensamientos? —preguntó Maq por curiosidad.

—Sueña con sus compañeros caídos en el Torado —contestó el telépata tras asentir con la cabeza—, cuando no está pensando en ti.

Maquesta se paseó por la armería, mirando a Lendle, su amigo de la infancia, y a Fritzen Dorgaard, por quien sentía algo extraño y persistente.

Incorporado en una silla, el umbra dormitaba junto a sus compañeros. Fritzen y Lendle yacían boca arriba y la respiración de ambos era muy débil. Maq puso una mano en cada frente; estaban calientes. La joven frunció el entrecejo, y, sabiendo que todos dormían y nadie la podía ver, dejó fluir por fin las lágrimas.

Ensimismada en sus tristes pensamientos, al principio Maq no oyó que la llamaban. Cuando salió de la armería para ver quién era, no vio a nadie. La cubierta estaba desierta.

—Maquesta —insistió la voz—. ¡Maquesta!

Enjugándose las lágrimas, Maq se asomó por la batayola. Nadando en el agua bajo ella, con su largo cabello flotando en torno a su rostro como un abanico, estaba Tailonna. La ella de mar la saludó con la mano y le dijo que tirara la escala de soga que se usaba para abordar la chalupa. Mientras así lo hacía, Maq se debatió entre el alivio por el regreso de Tailonna y la irritación por su larga ausencia.

La elfa de mar trepó rápidamente por la escalera; al salir del agua, el peso de las grandes bolsas de algas que cargaba se hizo patente en sus hombros. Maq no se movió para ayudarla, pero, en cuanto saltó la batayola, la elfa de mar le entregó dos bolsas muy grandes y ella se ocupó de las otras dos más pequeñas.

—Llévame ésas a la armería, Maquesta —dijo la elfa mientras se sacudía para quitarse el agua, salpicando todo a su alrededor, principalmente a la capitana—. He traído hierbas oceánicas para curar a Fritzen. —Dicho eso Tailonna caminó con paso firme hacia la puerta de la armería, sin molestarse en comprobar si Maquesta la seguía.

Maq miró de soslayo la espalda de la elfa y las dos bolsas de algas que goteaban agua por la cubierta. Rabiosa por el trato recibido, abrió la boca para responder airada a Tailonna, pero se lo pensó mejor. La elfa de mar iba a ayudar a Fritzen, y las represalias bien podían esperar a que le administrara las medicinas.

—¡Lendle! —gritó sorprendida Tailonna al traspasar el umbral de la enfermería provisional—. ¿Qué te ha pasado?

Ilyatha despertó al oír su voz y empezó a explicarle a la elfa de mar todo lo ocurrido en su ausencia. Nerviosa y triste, la elfa se deslizó hasta un banco vacío, se arrodilló y empezó a sacar diversos trozos de algas marinas, caracolas llenas de microalgas, manojos cortos de hierba de mar, raíces bulbosas, una estrella de mar de seis puntas, y algunas cosas más. Colocó cada artículo con cuidado sobre el banco, procurando que no se tocaran entre sí.

—Maquesta, necesito mis otras bolsas. Tráelas aquí, deprisa. Tengo que actuar rápido mientras los ingredientes estén frescos.

Maq dejó caer las bolsas al lado de la elfa de mar y luego se colocó junto a Fritz, mirando alternativamente al semiogro, a Lendle y a Tailonna.

La elfa de mar abrió las bolsas más grandes y sacó trozos de roca del tamaño de un puño sobre los que crecían minúsculas plantas de diferentes colores. Después cogió una de las bolsas de fronda vacías, metió la mano para usarla a guisa de manopla y la introdujo en las bolsas más grandes para sacar erizos de mar, con sus afiladas púas.

—Necesito un cuenco y una cuchara —continuó Tailonna—. Tráeme también dos vasos, uno para Lendle y otro para Fritzen. Creo que tengo suficiente material para mezclar pociones para los dos.

Ilyatha no hizo ademán de asistir a la elfa de mar, así que Maq resopló con resignación y giró sobre sus talones.

—Los cogeré de la cocina —dijo la joven.

Cuando regresó, con los brazos repletos de varios cuencos pequeños, cuatro tazas, tres cuchillos, una gran cuchara de acero y una tabla para cortar, Tailonna alzó la mirada, esbozó una sonrisa e indicó a la joven dónde podía poner las cosas.

—No necesitaba tantas cosas —dijo la elfa de mar.

—No importa —contestó Maquesta—. No quería tener que hacer dos viajes. —Intrigada por las mezclas que estaba preparando la elfa de mar, Maq acercó una silla a Ilyatha y se sentó a observar. La joven no intentó ocultar la animosidad que le inspiraba la altanera Tailonna y pensó por un instante si el umbra sentiría lo mismo.

La elfa usó una hoja ancha para apartar las púas de uno de los erizos, y luego atravesó el frágil caparazón de la pequeña criatura con su cuchillo, partiéndolo en dos con un sonido horrible. Después sujetó con cuidado ambas mitades encima de un cuenco hasta que dejó de gotear el líquido, que Maq pensó que debía ser el equivalente a la sangre humana. Tailonna repitió la operación con dos erizos más, y luego empezó a mezclar las raíces bulbosas con el líquido. Murmuró después unas palabras incomprensibles para Maquesta e hizo unos extraños movimientos de dedos encima del cueco. Aparentemente satisfecha con su brebaje, Tailonna se levantó, se acercó silenciosamente a Lendle y abrió la boca del gnomo. Puso una mano detrás del rechoncho cuello del gnomo para levantarle un poco la cabeza y vertió la mezcla por su garganta. El gnomo tragó la mayoría de forma refleja, pero buena parte se le cayó de la boca y se le derramó por la barbilla.

—Límpialo mientras preparo una cataplasma para Fritzen —le ordenó Tailonna a Maquesta.

Maq apretó los dientes y se levantó airosa de la silla, cogió una pequeña toalla y limpió con cuidado el espeso líquido maloliente de la cara del gnomo. Después, se acercó resueltamente a la elfa.

—¿Qué le has dado? ¿Qué le va a hacer ese brebaje? —preguntó la capitana.

Tailonna estaba ocupada picando trozos de algas y sumergiéndolas en sangre de erizo de mar. No cabía duda que iba a utilizar todos los utensilios que le había traído Maq.

—Es una poción que me enseñó a preparar mi padre —dijo con sencillez la elfa—. Tiene un poder curativo increíblemente fuerte. Es algo mágica. —La elfa cogió un par de ostras de forma rara que había detrás de Maq, le arrancó la carne una vez abierta y la añadió a la mezcla con unas microalgas—. Necesitaré un paño.

Furiosa, Maq se acercó a un armario pisando con fuerza, pero no había paños ni toallas. Recordó que el único trozo de tela que había en la armería era la toalla que acababa de utilizar para limpiar a Lendle, de modo que se quitó el fajín que llevaba a la cintura y se lo entregó a la elfa de mar.

—¿Te vale esto? —preguntó Maq.

—Supongo que sí —contestó la elfa mientras lo cogía y lo sumergía en el líquido de olor acre. Se puso de pie, se deslizó hasta el semiogro y se sentó a su lado para vendar con el fajín el hombro y el brazo del herido—. Esto absorberá el veneno de las arpías de mar —explicó Tailonna—. Debería surtir efecto rápidamente, en especial porque corre sangre de merro por sus venas. Es extraño que, aunque sea medio ogro, sea tan humano y tan atractivo. Los merros suelen ser una raza muy fea. Fritzen tuvo suerte de no heredar ninguna de las facciones de los ogros, sólo su tamaño y su fuerza.

—¿También hay un toque de magia en esta cataplasma? —preguntó lacónica Maq.

—Por supuesto. —La elfa volvió al banco para continuar su trabajo.

—¿Qué haces ahora? —El tono de Maquesta era severo, empezaba a colmarse su paciencia.

—Quiero hacer otra poción curativa para Fritzen, y tengo intención de crear un estimulante para Lendle. Supongo que, ya que estoy en ello, debería hacer todas las pociones curativas que pueda. Parece que las necesitas por aquí. —Tras decir esto, la elfa se volvió y sus ojos azul verdosos se encontraron con la mirada de la capitana—. Sé muy bien lo que estoy haciendo, Maquesta. Mis habilidades son considerables, y mis pociones los salvarán. Pero me vendría bien algo de ayuda… si no te importa.

—Déjame a mí —se ofreció Ilyatha. Quizás al percibir la irritación de Maquesta o porque realmente quería ayudar a la elfa de mar, el umbra se levantó de su silla y se acercó al banco—. Maquesta tiene muchas otras cosas que hacer en este barco, y otras ocupaciones más urgentes.

—Tengo que enterrar a los muertos —dijo Maq. La joven se volvió hacia la puerta, rezando fervientemente para que habilidades de Tailonna y sus mezclas fueran capaces de ayudar a dos personas a las que apreciaba mucho.

El amanecer llegó al mar, un sol naciente que se elevó para colorear el agua y teñir el cielo de un rosa pálido. Con él subieron varios marineros a la cubierta del Perechon. Koraf cogió el timón y Vartan y Hvel se ocuparon de orientar las velas. Cuando se hubieron reunido suficientes hombres, Maquesta se acercó a los cadáveres y retiró la lona de los rostros. La tripulación se reunió a su alrededor.

La joven estaba nerviosa, pero intentó no mostrarlo; había visto en el pasado a su padre pronunciar unas últimas palabras por algún marinero, aunque nunca por tantos muertos al mismo tiempo. Ahora esa tarea le correspondía a ella.

Mirando hacia el sol se pasó los dedos inconscientemente por los rizos, recobró la compostura y se dirigió a la tripulación para recitar lentamente los nombres de los hombres muertos.

—Estos marineros dieron sus vidas por vosotros, por el Perechon, con la esperanza de devolver a Melas aquí. Han pagado el precio más alto que pueda pagar un marinero, y estamos aquí para honrarles por sus actos de valentía. —La voz de Maquesta sonaba fuerte, y notó que todos la miraban fijamente—. Que Habbakuk, dios del mar y de la vida eterna más allá de este mundo, vele por ellos mientras sus espíritus embarcan hacia un nuevo viaje. Ahora entregamos a nuestros amigos y camaradas a la mar, y que ella acoja a aquellos que tanto la amaron.

Koraf sopló un silbato de acero y emitió dos notas penetrantes, sostenidas, la primera grave y la segunda aguda, que indicaban el final de la breve ceremonia. Maquesta se alejó de la batayola y la tripulación inició el trabajo de tirar a sus camaradas muertos por la borda. La joven oyó los chapoteos tras ella mientras se dirigía hacia su camarote, decidida a dar los últimos retoques a su plan para capturar al morkoth. Sintió un escalofrío al pensar en lo definitivo de ese sonido.

Una hora más tarde, un repiqueteo insistente en la puerta distrajo a Maquesta de su estudio. Antes de que pudiera invitar a entrar a la persona, la puerta se abrió de par en par y entró Tailonna. El pelo de la elfa de mar estaba nuevamente adornado por las pequeñas redecillas mágicas y conchas ornamentales.

—¿Dónde estabas? —murmuró Maq—. Te necesitábamos.

—Estaba en la armería, ya lo sabes, ocupándome de Fritzen y de Lendle. Los he salvado —contestó Tailonna.

—No me refiero a eso —continuó Maquesta, furiosa—, sino al día y pico que estuviste ausente. Ni siquiera me pediste permiso para marcharte.

—No necesito el permiso de nadie… —comenzó a responder Tailonna.

—¿Ah, no? —la interrumpió Maq—. Soy la capitana del Perechon, un hecho al que pareces no dar importancia. Los capitanes dan las órdenes en sus barcos. Es así de sencillo. Y mientras estés en mi barco, eres parte de mi tripulación. ¿Lo entiendes?

Tailonna se irguió cuan alta era y contempló a Maq con frialdad.

—Estaba buscando los ingredientes necesarios para ayudar a Fritzen. Por suerte, también van a ayudar a Lendle.

—¿Adónde tuviste que ir a buscarlos? —espetó Maq—. ¿De vuelta a Lacynes? Si no quieres formar parte de esta misión. Tailonna, eres libre de marchar. Aunque me gustaría que primero hicieras esas pociones que nos ayuden a respirar en el agua. —Maq se puso de pie, con los brazos en jarras y la barbilla alzada con expresión desafiante, se encaró a la elfa de mar—. Creo que nunca entenderé por qué accediste a ayudarnos en un principio, pero si decides quedarte con nosotros recuerda que estás bajo mi mando, y no te volverás a marchar sin antes discutirlo conmigo.

—Vuelvo a la armería —contestó Tailonna. Los ojos de la elfa de mar se oscurecieron, y le devolvió la gélida mirada a Maquesta—. Allí aprecian mis talentos. Cuando puedas hacer un alto en la elaboración de tus planes, eres libre de venir a visitarnos, pero sólo durante un breve momento. Mis pacientes necesitan silencio y descanso. —La elfa de mar se giró como una bailarina y salió del camarote.

Maq tenía la certeza de que a Tailonna no le gustaba que la regañaran. «Pero a mí me gusta que me traten con respeto», pensó Maquesta. Miró de nuevo sus papeles y decidió seguir trabajando sobre el plan un rato más y luego ir a comprobar que tal estaban sus amigos. Quería ver por sí misma si las capacidades curativas mágicas de Tailonna eran tan eficaces como decía la elfa de mar.

Tailonna entró de forma tempestuosa en la armería, enfadada por la forma en la que le había hablado Maq.

—Hola, hermosa mujer —saludó Fritzen. El semiogro estaba incorporado en su camastro, cruzado de piernas y con una manta echada sobre los hombros—. Tengo entendido por Ilyatha que he de agradecerte la mejora de mi estado de salud.

El semblante de Tailonna se suavizó al ver a Fritzen e incluso se ruborizó levemente al tiempo que miraba de soslayo al telépata. Ilyatha estaba curando a Lendle, al parecer sin prestar atención a su presencia. La elfa de mar estaba furiosa con Maquesta, y algo enfadada consigo misma por sentirse atraída hacia este habitante de la superficie al que consideraba un mestizo.

—Eres fuerte —dijo Tailonna, a modo de respuesta—. No esperaba que mi cataplasma curativa actuara tan rápido.

—No soy persona que se quede quieta mucho tiempo —contestó Fritzen—. El descanso en cama es aburrido, y siempre he creído que las cosas se curan mejor si uno está levantado y activo.

—Ten cuidado y no hagas muchos esfuerzos —le reprendió la elfa—. La toxina de arpía de mar estará en tu sangre durante mucho tiempo, y cualquier otra lesión que sufras podría darle la posibilidad de recobrar fuerza —continuó Tailonna, poniéndole la mano en la frente—. Todavía tienes fiebre, aunque no alta. —Tardó en apartar la mano, cautivada por el apuesto semiogro.

Tailonna, ¡Lendle está despertando!

La elfa de mar oyó las palabras dentro de su cabeza y la insistencia de Ilyatha la apartó de Fritzen para acercarse al camastro de Lendle. Los párpados del gnomo se movían inquietos y su cabeza giraba lentamente de un lado a otro. Al fin, abrió los ojos y miró fijamente al umbra y a la elfa de mar.

—Meduelelacabeza —barbotó mientras intentaba incorporarse—. Dejaddesacudirmeenlacabezaconunmartillo.

—Túmbate. —La voz firme de Tailonna y una mano aún más firme en el hombro mantuvieron quieto al gnomo—. Te hirieron de gravedad y necesitas descansar.

—Tengo que hacer el desayuno —dijo el gnomo, pronunciando más despacio.

—Ya hemos desayunado —le riñó la elfa de mar—, pero si tienes hambre puedo hacer que te traigan algo aquí.

—Maquesta querrá saber que ambos han mejorado —dijo Ilyatha, apartándose del camastro en dirección a la puerta de la armería—. Iré a verla.

—¡Espera! —sugirió la elfa de mar—. Me vendría realmente bien prescindir de su compañía durante un rato. Además, está ocupada trabajando en su plan para atrapar al morkoth. Pasará por aquí más tarde. Déjala por ahora, y dejemos que Fritzen y Lendle disfruten de la tranquilidad.

Ilyatha miró a la atractiva elfa. La capitana necesita saberlo, comunicó; se envolvió en su capa y se tapó con la capucha hasta que su rostro quedó oculto en las sombras. Dejó caer las mangas hasta que le taparon la punta de los dedos y, respirando hondo, salió a la dolorosa luz de la mañana.

—Yo debería ayudar a Maq con sus planes —anunció Fritz.

—¡No! —El tono de Tailonna fue más de reprimenda que de imposición—. Maquesta se está apañando muy bien sola.

—No te cae muy bien, ¿verdad? —preguntó el semiogro con gesto interrogante.

—Creo que es demasiado autoritaria —contestó simplemente Tailonna—. Asume demasiadas responsabilidades y disfruta al mandar.

—Yo creo que es una buena capitana —contestó el semiogro—, y también creo que estás siendo demasiado crítica con ella.

—Es mi forma de ser. Los elfos marinos no somos habitantes de la superficie, vivimos aislados, aparte. Contemplamos el mundo de forma diferente y quizá nuestra falta de tolerancia con los demás se deba a que esperamos demasiado. Tenemos un nivel de exigencia muy alto —explicó Tailonna y se sentó al lado de Fritzen, tan cerca que sus hombros se rozaban—. Tu sangre también está teñida de mar, deberías comprender cómo me siento.

El semiogro miró fijamente los ojos azul verdosos de Tailonna.

—Creo que todos los marineros tienen algo de salitre en su sangre y en sus corazones —contestó con frialdad el semiogro—. Y creo que sería bueno que buscaras en tu corazón un poco de respeto para Maquesta Nar-Thon. Yo diría que le debes una disculpa. La capitana tiene ahora más cosas sobre su espalda de las que tú quizá puedas llegar a tener y creo que lo está llevando de forma admirable. He servido a las órdenes de muchos capitanes, y muchos te hubieran arrojado del barco por insubordinación. No hubieran admitido tu actitud más allá del primer día.

Antes de que la elfa de mar pudiera contestar se abrió de par en par la puerta, y la luz enmarcó la figura cansada y aliviada de Maquesta. La joven sonrió abiertamente cuando vio sentado a Fritzen, pero entrecerró los ojos al ver lo cerca de él que estaba sentada Tailonna. Sin molestarse en pronunciar palabra, se acercó al camastro de Lendle y se sentó en el borde.

—Maquesta Nar-Thon —dijo lentamente el gnomo—. Me alegro de verte. Y tengo hambre. ¿Qué hay de comer?

—Un estofado de anguila pasable —contestó Maq—. Mejórate pronto viejo amigo, pues no creo que mi estómago aguante durante mucho tiempo las… obras maestras de Hvel y Vartan.

—¿Dónde está Ilyatha? —preguntó Lendle—. Ha sido muy bueno conmigo y quiero agradecerle que me haya curado.

Detrás de Maquesta, la elfa de mar abrió la boca para corregir al gnomo, para reclamar el mérito por su recuperación, pero una mirada severa de Fritzen la interrumpió.

—Ilyatha está bajo cubierta —respondió Maq—. Se ha quedado dormido en la oscuridad de la bodega de carga. Ha estado contigo en vela toda la noche, pero dijo que vendría a visitarte cuando se pusiera el sol. —Maquesta se volvió hacia Fritzen y le explicó que había estado planeando la incursión en la guarida del morkoth—. Creo que nos ayudará Belwar, aunque hoy no lo hemos visto. Ilyatha cree que está viajando en otro plano. Discutiremos esta noche los planes cuando Ilyatha haya descansado. Quizá para entonces haya vuelto Belwar.

La capitana se puso en pie, saludó con la cabeza a Fritz y a Tailonna y salió de la armería.

—Lo siento.

Las palabras sorprendieron a Maquesta, que estaba al timón contemplando las nubes del horizonte y esperando que no augurasen tormenta. Al volverse vio tras ella a la elfa de mar.

—No estoy acostumbrada a tratar con habitantes de la superficie —continuó Tailonna con franqueza—. Mis modales no son los vuestros, y pido perdón por no haber seguido tus instrucciones. Bajo las olas no tenemos capitanes. En mi comunidad los ancianos son sabios, pero son pocos, y la jerarquía está mucho menos definida. No era mi intención insultarte, e intentaré pedir tu consejo y tu permiso antes de actuar. —Maquesta estaba boquiabierta—. Admito que estás al mando de este barco —continuó Tailonna—, y que tú tomas todas las decisiones.

—Pero a menudo pido consejo —dijo Maq—, necesito la sabiduría y la ayuda de toda mi tripulación. Y agradezco lo que has hecho por Lendle y Fritzen. —La joven vio que Tailonna se animaba al mencionar al semiogro, y eso la preocupó, pero no lo exteriorizó.

Tailonna alzó las manos sobre su cabeza y movió los dedos palmeados para disfrutar de la brisa marina. La elfa marina se puso delante del timón y miró a los ojos oscuros de Maquesta a través de sus radios.

—Cuando abandoné el barco para buscar las hierbas y otras medicinas, nadé hasta mi hogar. Allí me enteré de muchas cosas, información que debería ayudarte y preocuparte, en tu intento de capturar al morkoth. —La elfa de mar empezó a contar los detalles de una colonia de kuo-toas adyacente a la guarida del morkoth—. Aunque la colonia no está aliada con la criatura, existe una tregua inestable. El morkoth no ataca a los kuo-toas y ellos no hacen nada para evitar que otras criaturas y animales entren nadando en su guarida. Se rumorea que los kuo-toas incluso ofrecen sacrificios al morkoth. Son un número considerable, y para llegar al morkoth, tú y los tuyos probablemente os tendréis que enfrentar primero a ellos.

—En este viaje no ha habido nada fácil —dijo Maq, lamentándose y bajando un poco la guardia al sentirse algo más cómoda ante la elfa de mar—. Al parecer estamos destinados a afrontar retos cada vez mayores.

—Haré lo que pueda para ayudaros —ofreció Tailonna—. No tengo ningún aprecio por los kuo-toas, ni por sus aliados, que a menudo capturan elfos de mar para convertirlos en esclavos. Mi gente me ha dicho que la colonia trabaja de acuerdo con otra comunidad subacuática cercana. Es un pueblo lleno de koalinthes. Éstos son parecidos a los hobgoblins que habitan la tierra, pero son acuáticos, y malvados, quizás incluso peores que el morkoth y los kuo-toas.

—No sé si contamos con suficientes marineros para enfrentarnos a una colonia de kuo-toas o de koalinthes —dijo Maq pensativa—. Tal vez sea mejor encontrar un camino para rodearlos e ir directamente a por el morkoth. —La capitana notó el gesto sombrío de la elfa de mar y decidió ofrecer un trato—. Cuando entreguemos el morkoth a lord Attat, mi padre regresará al barco. Tal vez podamos enrolar más marineros en Lacynes y regresar aquí. Con una tripulación mayor y la ayuda de tu gente podría irnos mejor en la batalla contra esas criaturas.

—Fritzen tiene razón —asintió la elfa de mar con la cabeza— eres inteligente. Y yo he sido… tal vez… difícil. Para limar nuestras diferencias, deja que te ofrezca un regalo.

Tailonna se dirigió a la parte posterior de la cubierta de popa para coger un cubo. Ató un cabo al asa y lo tiró por la borda para llenarlo de agua y luego lo izó. Después se sentó, cruzando las piernas, al lado de Maquesta y el timón y escudriñó el agua. A continuación, cogió una de las conchas más pequeñas de su pelo, la sopló suavemente, murmuró unas palabras musicales y la soltó dentro del cubo.

—Hago un hechizo que me permite adivinar momentos del pasado —explicó Tailonna—. Mira dentro del cubo y concéntrate. Verás escenas conocidas y gente que te resulta familiar, pero sólo podrás conocer el pasado.

—¿Mi padre? —supuso Maq.

—Si te concentras verás momentos, o años, del pasado. Será como si estuvieras allí mismo, reviviendo lo que hayas escogido. —Tailonna agitó la mano sobre el cubo y el agua rieló y formó pequeñas ondas relucientes.

Maquesta miró fijamente las ondas y vio cómo se alisaban, dejando ver el rostro de Melas. Concentrándose, la superficie empezó de nuevo a ondularse y luego se alisó otra vez dejando ver al mayor de los Nar-Thon tendido sobre una cama, en la que lo atendía un sabio minotauro. A través de la ventana de la habitación, Maq se vio a sí misma, a Tailonna, a Koraf y a Ilyatha saliendo del recinto del palacio de Attat. El momento debía de ser justo después de que hubiera acordado llevar a cabo la horrible misión de Attat y poco después de que hubieran envenenado a su padre. Aliviada al ver que su padre estaba recibiendo los cuidados que le habían prometido, Maq se concentró en otro período de tiempo.

De nuevo aparecieron las ondas concéntricas en el cubo, y Maquesta se vio como una niña pequeña con pelo largo recogido en unas trenzas a ambos lados de la cara. Debía de tener siete u ocho años y estaba corriendo por la cubierta del Perechon, acercándose peligrosamente a la borda del barco. Era un juego que practicaba cuando nadie la veía, pero hoy era especialmente peligroso porque el mar estaba encrespado y la espuma sacudía constantemente la cubierta. Riendo tontamente, corrió más deprisa y de repente se oyó chillar sobresaltada cuando le resbaló un pie y salió disparada por la borda. Durante un instante sintió la caída, pero luego cambió b sensación y notó cómo la agarraban desde arriba para subirla. La rescataron los fuertes brazos de Melas, que la abrazó con fuerza, regañándola suavemente. La siguiente vez que el Perechon atracó, Melas se gastó todas las monedas que tenía en hacer poner una barandilla en la cubierta. Era la misma batayola que adornaba hoy el barco.

De nuevo cambió la escena; Maquesta era mayor, calculó que tendría unos doce años, por la forma en la que llevaba el pelo. Ahora lo tenía corto, el mismo corte que llevaban otros marineros, y se le veían las orejas. Pero ya no eran puntiagudas, así que no importaba. Maq había ido a ver a su padre al timón. Con una gran sonrisa, Melas acercó una caja que colocó detrás del timón de forma enérgica, levantó a Maq para ponerla encima y colocó su mano en la cabilla principal.

—¡Pilota el barco! —ordenó Melas con su voz potente y grave—. ¡Llévanos a la bahía!

Era la primera vez que cogía el timón sola. Melas le hizo un gesto afirmativo con la cabeza y se alejó hacia la proa. Le confiaba a ella, una simple niña, su barco; ni siquiera la vigilaba. Debía de tener gran confianza en su hija. Maquesta sintió que su corazón se henchía de orgullo al recordar aquel glorioso momento. Pero de eso hacía mucho tiempo, y la visión se estaba desvaneciendo.

Concentrándose más, las ondas parecían moverse más rápido, y los años pasaron muy deprisa. Esta vez Maquesta era poco más que un bebé, y su madre la acunaba en los brazos para reconfortarla. Su madre, vestida con ropas amplias para ocultar su naturaleza elfa, estaba cantando una suave melodía para dormir a Maq. Era una canción elfa acerca de los bosques, pero Maq la había olvidado. Ahora la melodía se repetía una y otra vez en su cabeza cuando alzó la mirada para ver los ojos de su madre y contemplar su hermoso rostro. Si los elfos no hubieran sido perseguidos, no hubieran sido obligados a ocultarse de los humanos en varias partes del mundo, la madre de Maq no habría tenido que ocultar su verdadero origen.

Maquesta se contempló mientras crecía, se vio aprender a caminar, una tarea difícil para una niña que se criaba en la cubierta inestable de un barco, y rió al verse meter todo aquello que fuera remotamente comestible en la boca, incluyendo los mapas de su padre. Entonces se vio a sí misma sola en la cubierta del Perechon una noche. Debía de tener unos cuatro años. ¿Por qué estaría fuera sola tan tarde? No, notó Maquesta, al escudriñar las sombras cerca del cabrestante. No estaba sola, estaba con su madre. Su madre la había llevado hasta allí, cerca de la escala de cuerda que caía por la borda del barco.

—Ya no puedo jugar más a este juego, dulce Maquesta —le oyó decir a su madre—. Ya no puedo ocultar quién soy, lo que soy. No puedo negar mi pasado. Amo a tu padre, y te quiero a ti. Pero también debo cuidarme a mí misma y debo marchar para estar con mi gente, donde no tendré nada que ocultar. No volverás a verme después de esta noche, niña mía, pero debes saber que siempre estarás en mi corazón.

Maquesta vio cómo su madre pasaba por encima de la soga que delimitaba la borda. Abajo la esperaba un barco pequeño, con dos elfos dentro. Uno de ellos sopló un polvillo brillante hacia arriba y Maq tosió cuando la nubecilla reluciente la envolvió. Luego vio cómo la oscuridad se tragaba a su madre y olvidó todo lo que había pasado esa noche. A la mañana siguiente, vio llorar a su padre al darse cuenta de que se había marchado su esposa. Melas imaginó que tal vez se había resbalado por la borda y se había ahogado. Luego pensó que alguien había subido durante la noche y se la había llevado. Ésa fue la mañana en que Melas y Lendle cortaron las puntas de las orejas de Maq, al temer que, si alguien descubría que la niña era en realidad una semielfa, también se la llevaran sigilosamente por la noche.

Maquesta se prometió que le contaría a su padre lo que realmente había pasado cuando este volviera al Perechon. Merecía conocer la verdad.

—¿Maquesta? —La elfa de mar interrumpió la concentración de Maq, y desparecieron las ondas. La magia cesó—. ¿Estás bien?

—Sí —contestó Maq—. Gracias por la visión, vi a mi padre. Le estaban cuidando cuando salimos del puerto de Lacynes.

—Te puedo ofrecer otra visión acuática mañana si así lo deseas —propuso Tailonna, que había arrojado ya el agua del cubo por la borda.

—Creo que me concentraré en el presente —dijo Maquesta.

—Ahora volveré a cuidar de Fritzen y Lendle —dijo sonriendo la elfa de mar—. Fritzen está mucho mejor, y creo que necesita a alguien con quien hablar.

Maquesta no estaba acostumbrada a los nuevos modales de Tailonna, y la trastornaba el hecho de que la elfa fuera a pasar tanto tiempo con Fritz; sacudió la cabeza para intentar descartar los celos. Fritzen era un semiogro marino y le iría mejor con alguien que estuviera más unido al agua, razonó con pesar. Intentando cambiar de tema, saludó a Koraf con la mano.

El minotauro, que estaba cerca del cabestrante, hablando con Hvel, respondió al saludo y recorrió rápidamente la cubierta.

—Te he estado llamando «Kof» —dijo Maq—. Quizá, he sido demasiado descortés contigo al hacerlo. Debería haberte preguntado si te importaba, hubiera sido mucho más apropiado.

—El mío es un nombre francamente difícil para las lenguas humanas —dijo el minotauro, ligeramente divertido—. Y no tengo inconveniente con la familiaridad. Me hace sentir más… integrado.

Maquesta observó que el minotauro volvía ruidosamente junto a Hvel. Parecía que Kof había encontrado un buen amigo entre la tripulación. Mientras ambos hablaban, Maq empezó a tararear una suave melodía elfa, acerca de los bosques.

Poco después de la puesta de sol se reunieron en la armería Maquesta, Ilyatha, Tailonna y Hvel. Fritzen estaba sentado en una silla. Sólo un ligero vendaje en el hombro atestiguaba que lo hubieran herido. Maq explicó su plan de intentar rodear la comunidad de kuo-toas para llegar a la cercana guarida del morkoth. Tailonna trazó un mapa, mostrando dónde creía que estaba la colonia y una localización probable para la guarida.

—Mi gente sospecha que la bestia vive en esa cresta rocosa, y que puede haber construido túneles allí, aunque no estamos seguros —dijo la elfa de mar—. Prepararé varios frasquitos de la poción que os permite respirar bajo el agua. Os vendrán bien si tardáis mucho tiempo en encontrar el hogar de la bestia.

—Yo puedo usar mis capacidades telepáticas para explorar e intentar descubrir al morkoth y, al mismo tiempo, mantenernos lejos de los kuo-toas —sugirió Ilyatha mientras examinaba el croquis de la elfa.

—Entonces está decidido —dijo Maquesta, de pie y asintiendo con la cabeza a cada uno de sus compañeros, que devolvieron el gesto—. Iremos Tailonna, Ilyatha, Kof, Hvel y yo. Tailonna se ha ofrecido a usar sus redecillas mágicas para capturar a los kuo-toas.

—YotambiényotambiénMaquestaNarThon. —Lendle estaba sentado en su camastro, emocionado ante la posibilidad de respirar en el agua y explorar un nuevo reino.

—Ésta vez no, amigo mío —dijo Maq con firmeza.

—¿Y yo qué? —Fritzen se puso de pie y movió el hombro—. No quiero perderme ésta, y me encuentro estupendamente.

—Ya veremos —dijeron prácticamente al unísono Maq y Tailonna.