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La historia de Bas-Ohn Koraf

—Desde mi más tierna infancia estuve fabricando barcos, con hojas, con trocitos de madera, y ahora claro está, con troncos de madera —le dijo Koraf a Maquesta, con voz resonante pero suave, quizá para que no le oyera nadie más.

»Por eso, cuando era aún muy joven, mi familia me consiguió un puesto como aprendiz de Efroth, el mejor constructor de barcos de Nethosak —continuó Koraf—. No provengo de una familia noble o bien relacionada, así que era una muy buena educación, una de la que estaba muy orgulloso. Efroth tenía un negocio muy próspero y empezamos cuatro aprendices a la vez: Diro, Thuu, Phao y yo. Trabajamos y estudiamos bajo su tutela durante muchos años, aprendiendo no sólo a construir y diseñar barcos, sino también a navegarlos. Nos enseñó todo lo relacionado con las corrientes, las pautas meteorológicas, cómo identificar que se acercaba una tormenta observando las nubes y sintiendo el aire sobre la piel.

»No soy jactancioso, y nunca me he considerado arrogante, pero yo era el mejor estudiante. Los otros lo reconocían y de vez en cuando me pedían ayuda, todos excepto Diro. Él estaba celoso y no hacía nada por ocultar sus sentimientos. Intentaba avergonzarme delante de Efroth realizando cosas que hicieran que mi trabajo pareciera inferior, cuando evidentemente no lo era. En cualquier caso, yo sabía que era bueno, y Efroth también, así que los intentos de Diro por hacerme quedar mal sólo se volvían contra él.

»Durante doce años aprendí y trabajé, trabajé y aprendí. No es tanto tiempo, Maquesta, tú misma pasaste aún más años al lado de tu padre aprendiendo. Fue una época feliz de mi vida, quizá la más feliz. Le debo mucho.

»Finalmente llegó el día en que los aprendices debíamos ir por nuestro camino y que Efroth cogiera otro grupo. Él decía que el siguiente grupo sería el último, ya que se estaba haciendo viejo y quería algo de tiempo libre. Todos teníamos que superar una prueba final para que se nos concediera el certificado de constructores navales cualificados. La prueba consistía en diseñar y construir una embarcación, y luego navegarla en solitario por una ruta especial que Efroth había preparado por la costa. Él acompañaría a cada uno de nosotros para poder observarnos y calificarnos.

»Dediqué mucho tiempo a mi pequeño velero, pues era mi intención venderlo después del curso para darle el dinero a mi familia, en gratitud por mi aprendizaje. Después tenía planeado viajar de puerto en puerto, construyendo barcos para las ciudades y la nobleza, diseños grandiosos del tipo que nunca se habían visto en el Mar Sangriento.

»Yo debería haber sospechado que Diro intentaría algo para desacreditarme en esta última competición, pero a esa edad yo era absurdamente ingenuo. La noche anterior a la prueba, entró en el astillero donde se guardaban nuestras embarcaciones y debilitó el casco de mi barco.

»A la mañana siguiente, nos reunimos en el embarcadero del astillero, junto a nuestros barcos. Uno por uno Efroth salió a navegar con nosotros, llevándonos a cada uno por el recorrido trazado, mientras juzgaba el comportamiento del barco, el tipo de aparejo, y evaluando la destreza del capitán. Mi turno era el último. Me gusta pensar que me eligió el último para asegurarse de que ninguno de los otros quedaba mal.

»Diro había hecho un buen trabajo. Se había esforzado realmente en cumplir su objetivo, y yo me alegré por él. Pero cuando me llegó el turno yo sabía que era el mejor.

»Todo comenzó de forma favorable. Los vientos eran racheados, pero orienté bien las velas y mi barco estaba diseñado para sacar el mayor rendimiento al viento existente. Entonces, cuando estábamos a kilómetro y medio de la costa noté que el barco hacía agua. Ante mis ojos, la fuga se convirtió en un surtidor y entonces, con un horrible estruendo mi barco se partió en dos. Me agarré a un resto del naufragio y sobreviví. Efroth no tuvo tanta suerte. Ya era viejo cuando empezamos con él como aprendices, y cuando el barco se partió, el mástil cayó y le golpeó en la cabeza. Se hundió en el agua y se ahogó antes de que yo lo pudiera alcanzar.

»Nadie me culpó directamente por su muerte. La gente simplemente sacudía la cabeza ante el exceso de confianza que yo había depositado en mis habilidades. Incluso mis padres se avergonzaron de mí. Yo estaba atónito. Ni siquiera yo sabía cómo había podido equivocarme tanto con respecto a mis capacidades.

»Esa noche deambulé por el muelle, sin saber hacia dónde ir. Entonces entré en una posada a beber algo y, mientras esperaba, vi que al final de la barra estaban Diro, Thuu y Phao. Pude adivinar por el volumen de la voz de Diro, que estaba de espaldas hacia mí, que éste estaba muy borracho. Lo último que quería hacer era unirme a ellos, pero no pude evitar oír lo que Diro decía. Estaba jactándose de su inteligencia y les mostraba a los otros la pequeña palanca que había usado para debilitar el casco de mi barco.

»Phao y Thuu, que me estaban viendo, intentaron hacerlo callar, pero no pudieron. Yo sí que pude silenciarlo para siempre. Presa de una furia incontenible, caminé hasta él y lo estrangulé. No intenté escapar. Me arrestaron de inmediato y me sentenciaron a luchar en el circo hasta morir.

Maquesta alzó la mirada hacia sus ojos llenos de lágrimas antes de hablar.

—Pero la mala pasada que Diro te había jugado y el hecho de que hubiera causado la muerte de Efroth deberían haber cambiado tu sentencia ¿no? —preguntó Maq.

—Nuestra ley prohíbe terminantemente que un minotauro mate a otro fuera del circo, donde tienen lugar nuestros combates organizados. Diro ya estaba muerto, no se le podía sentenciar —explicó Koraf.

—Entonces, ¿qué estabas haciendo en la casa de Attat? —insistió Maq.

—A veces, a los luchadores del circo se les asignan «amos», minotauros responsables de nuestra manutención entre peleas. A cambio, éstos reciben una parte de cada apuesta que se hace en nuestros combates. Attat es mi amo. Llevo cuatro años en el circo, y todavía no he perdido nunca, en consecuencia, él cobra buen dinero por cada una de mis apariciones.

—Entonces, si Attat es tu amo, ¿por qué no te marchas después de ayudarnos a capturar al morkoth? —preguntó intrigada Maq—. Yo le contaré a Attat que escapaste durante la noche, Kof. Te dejaré en otro puerto, no tienes que volver con él —insistió Maq—. Es despreciable.

—Han muerto dos minotauros como consecuencia de mis actos —explicó Koraf sacudiendo tristemente la cabeza—, o por mi falta de intervención. Es la ley. Yo respeto la ley. Además, si me dejara partir Attat tendría razón suficiente para volver a arrojarte a su mazmorra. No es alguien con quien se pueda jugar.

Al pensar en lo que Attat le había hecho a su padre, Maq no pudo sino estar de acuerdo. La joven asintió con la cabeza y agarró la cabilla central con más fuerza aún.