Navegando por el Mar Sangriento
Maquesta, aturdida aún por el envenenamiento de su padre, habló poco de regreso al Perechon. Lendle trotaba a su lado, Koraf arrastraba la jaula que Attat les había dado para meter al morkoth, e Ilyatha y Tailonna caminaban detrás. Nadie hablaba, lo que hacía que el grupo marchando en fila pareciera un cortejo fúnebre. Llegados a un punto, Maq miró de soslayo hacia atrás pensando que si esa cuadrilla heterogénea era el núcleo de su equipo, iba a tener problemas, y que la vida de su padre corría un peligro muy serio.
Había anochecido cuando remaron hasta el Perechon.
—¿Dónde está Melas? —preguntó Fritzen mientras ayudaba al grupo a subir a bordo.
—Reúne a la tripulación en la cubierta principal —instó Maq de manera cortante por toda respuesta.
Maquesta hizo señas a los otros para que la acompañaran al castillo de popa, donde esperaron a que se reunieran los marineros. La mayoría de ellos miró de hito en hito a Bas-Ohn Koraf, al que dedicaron miradas mezcla de sorpresa, confusión, temor y aprensión.
—Melas no va a navegar con nosotros —les anunció Maq cuando se hubieron reunido todos—. Lord Attat lo ha envenenado. Mi padre se muere lentamente, y Attat no lo salvará a no ser que tengamos éxito en la captura del morkoth.
Los marineros refunfuñaron de forma iracunda y muchos empezaron a apuntar hacia Koraf y a susurrar palabras como «espía», «bestia» y «escoria». La confusión y el temor de sus miradas se convirtieron en odio. Aumentó la hostilidad sobre la cubierta y Maq hizo lo que pudo por disiparla, aunque se dio cuenta de que Fritzen miraba con suspicacia al minotauro.
—Tenemos treinta días. Si le entregamos la criatura a lord Attat antes de ese tiempo, Melas se salvará. Me propongo estar de vuelta en veinte —aseveró Maq, y después empezó a presentar a los nuevos miembros de la tripulación, terminando con Bas-Ohn Koraf.
»Durante todo este viaje, Koraf será mi primer oficial. —Estas palabras de Maq fueron recibidas con abucheos, siseos y gritos de desaprobación que amenazaron con ahogar las palabras de Maquesta, pero la joven apretó los dientes, hizo un ademán con la mano para silenciar a los hombres, y prosiguió—. Es merecedor de ese puesto, y le guardaréis el respeto debido. No lo juzguéis por su raza, pues yo tengo más razones que vosotros para odiar a los minotauros. Les asignaré tareas a Ilyatha y Tailonna cuando tenga una mejor comprensión de sus habilidades. Tened en cuenta que todos debemos trabajar juntos en armonía, y que debemos navegar mejor que nunca. En este viaje no hay cabida para mezquinas hostilidades individuales. Cualquiera que no pueda seguir estas instrucciones que desembarque antes del amanecer, porque entonces levaremos anclas.
Con las primeras luces, cuando empezaba a zarpar la flota pesquera en la parte meridional de la bahía para su jornada de trabajo, el Perechon se deslizó entre los galeones y los barcos mercantes, surcando las aceitosas aguas marrones del puerto de la bahía del Cuerno, pasando ante el rompeolas hacia alta mar.
Tras una noche en vela, en la que se discutió constantemente acerca de la decisión de nombrar a Koraf su primer oficial, Maq tomó el timón. Había considerado la idea de nombrar a Fritzen, pero Lendle le había recordado la permanente depresión del semiogro y le había aconsejado en contra de darle demasiada responsabilidad tan pronto. Aun así, había repasado la ruta de navegación con Fritzen durante la noche. Su plan era navegar entre la punta meridional de Saifhum y el Cerco Exterior de El Remolino que batía las aguas del Mar Sangriento, encima del punto en el que se hallaba la antigua ciudad de Istar, antes de ser devastada por su arrogancia durante el Cataclismo. El Remolino progresaba en anillos cada vez más intensos hacia su centro, la Sima Tenebrosa, como lo llamaban los marineros. Cualquier embarcación que se aventurase hasta el Cerco Exterior corría el riesgo de ser desarbolada por la constante tormenta que soplaba con ferocidad en El Remolino, cuya fuerza centrípeta succionaba hasta el fondo del Mar Sangriento. La ruta que había marcado Maquesta era más arriesgada que rodear la punta septentrional de Saifhum para alcanzar la colonia de kuo-toas; pero les ahorraría un tiempo considerable Bas-Ohn Koraf y Fritzen lo habían aprobado de mala gana.
Antes de que el sol hubiera asomado por el horizonte, Ilyatha acompañó brevemente a Maq en la cubierta superior de popa. Aunque aún había poca luz, llevaba la capucha muy echada hacia adelante, para taparse la cara. El umbra parecía más grande ahora que se habían alejado del palacio de Attat y de los inmensos minotauros. Era bastantes centímetros más alto que Maquesta, y la capa ondeaba a su alrededor, haciéndole parecer casi fantasmal; por primera vez desde que se habían conocido, Maq vio moverse sus labios y escuchó palabras audibles.
—Debo permanecer abajo durante las horas de luz, pero si me necesitas sólo tienes que pensar mi nombre. Lo sabré al momento y ayudaré en lo que pueda. —La voz de Ilyatha era melodiosa y sonora, agradable a los oídos de Maquesta.
Maq sonrió para mostrar su agradecimiento, reconfortada por su oferta, pero antes de que pudiera decirle nada más, se había marchado.
Si el buen tiempo los acompañaba, Maq esperaba acercarse al Cerco Exterior a la mañana del día siguiente. La joven oteó el cielo. Una gaviota de color gris perla trazaba círculos por encima de sus cabezas, siguiendo al Perechon en su salida del puerto.
Tras un día sin incidentes y una cena incómoda durante la cual los rostros extraños y los tristes recuerdos hicieron imposible la habitual camaradería, Maquesta se retiró a su camarote. Totalmente vestida se tendió en el camastro e inmediatamente cayó en un profundo sueño. Sin embargo, el fuerte movimiento del Perechon acompañado de unos golpes fuertes e insistentes en la puerta de su camarote, la despertaron en medio de la noche.
—¡Maquesta! ¡Será mejor que te levantes! —bramó Fritzen—. ¡Koraf te necesita en cubierta! —Incluso antes de despabilarse del todo, Maq se dio cuenta por la forma en que el barco cabeceaba y escoraba que había llegado la tormenta. La lluvia golpeaba contra las portillas y el viento rugía como algo vivo. Al mirar por una de las portillas, Maq vio que seguía estando oscuro. Era imposible que hubieran llegado ya al borde de El Remolino. La joven se frotó los ojos y se concedió unos instantes para aclarar sus ideas antes de abrir la puerta, molesta por la continua llamada de Fritzen. ¿Qué era lo que tanto le preocupaba? Koraf y él eran capaces de manejar el barco en una tormenta.
—Ya voy, Fritzen, ya… —Se oyó un grito agudo y una risa estremecedora por encima del estruendo del viento. Alarmada, Maq abrió de golpe la puerta de su camarote. Se unió a Fritzen en la cubierta principal a tiempo de contemplar una macabra escena iluminada por el destello de un rayo. La horripilante luz iluminó una neblina roja que se derramaba por la cubierta, a ambos lados. La nube roja llevaba consigo un sonido casi insoportable de chillidos y gemidos. Mientras Maq miraba, la niebla cubrió la cubierta y empezó a subir en volutas por los mástiles, y cuando llegó hasta sus pies sintió un escalofrío que le subía por la columna.
Entonces, ante sus ojos, la neblina adquirió forma sólida —docenas de formas sólidas—, pequeñas figuras rojas con cuernos, garras, largas colas puntiagudas y pequeños dientes afilados.
—Diablillos del Mar Sangriento —murmuró Maq, con desesperación. Cuando los diablillos atacaban, su objetivo era inutilizar el barco y asesinar a la tripulación, arrastrando sus cuerpos hasta el fondo del mar. La joven había oído esas historias, pero nunca relatadas por supervivientes. No sabía de nadie que hubiera sobrevivido a un encuentro con los maliciosos pequeños seres.
Las criaturas corrían frenéticas por el barco y empezaron a tirar del aparejo. Uno flotó hacia arriba por el palo mayor y empezó a desgarrar la vela recogida, rasgándola con sus uñas afiladas. Otros dos habían trepado hasta el tope del palo de mesana y lo estaban balanceando adelante y atrás en un intento de romper la punta. Los crujidos de la madera sonaban por encima de la tormenta sobrenatural. Se oyó un estruendo de sartenes y cazuelas procedente de la cocina, donde los diablillos debían de estar tirando del artilugio colgante de Lendle.
Maquesta aulló furiosa y corrió a su camarote en busca de su espada. Escuchó tras ella los gritos de la tripulación y la cháchara de los diablillos. Entonces oyó a Koraf que ordenaba a los hombres que se concentraran sólo en un grupo de diablillos a la vez.
—¡Proteged primero las velas! —gritó el minotauro. Cuando Maq salió de su camarote con la espada desenvainada vio que los hombres cumplían las órdenes de Koraf.
La joven contempló horrorizada cómo Fritzen sujetaba una daga entre los dientes y empezaba a trepar por el palo de mesana. Tres diablillos se agarraron a sus piernas y lo consiguieron desprender, arrastrándolo después boca abajo por la madera pulida. Cuando Maq corrió hacia allí, el trío la miró desafiante e intentaron tirar al semiogro por la borda. Faltó poco para que lo consiguieran, pues sus piernas colgaban ya sobre el agua; pero, emitiendo un gruñido amenazador, Fritzen lanzó unas patadas e hizo salir despedido hacia la niebla a uno de los diablillos. Trepó hasta subirse de nuevo al barco y se puso de pie enfrentándose a los otros dos. Cerró un puño y golpeó con fuerza la coronilla de uno de ellos. Maquesta vio cómo se hundía el cráneo de la criatura pero también que recuperaba inmediatamente su forma original. Entonces uno de ellos se apartó, dejando a su compinche solo con Fritzen, y se acercó a Vartan con un brillo malvado en los ojos.
Uno por uno, los diablillos no representaban una amenaza seria para nadie. Pero en masa, como la ola roja que salía ahora de la cocina, presentaban un reto considerable para cualquiera. Maq corrió al lado del semiogro. Hacia ellos venía más de una docena de las perversas criaturas, armadas con cuchillos de carnicero, cazuelas de hierro, espetones y todo tipo de objetos que Lendle utilizaba en su cocina. Realizando una triple voltereta, Fritzen consiguió dispersar con facilidad a la mitad de ellos: pero emitió una serie de maldiciones cuando vio que sus patadas y golpes pasaban a través de los seres sin hacerles daño alguno. Maquesta estaba a punto de ser desbordada por el resto, y trazó un gran arco con su espada. La cuchilla atravesó los torsos de las ruidosas criaturas, pero ni siquiera sirvió para retrasarlos. Al darse cuenta de que no podía hacer nada por dañarlos, pero que sin duda ellos podrían hacérselo a ella, Maq envainó su espada, se agachó y saltó directamente hacia arriba para agarrarse a uno de los cabos de la vela. Subió a pulso, y desde su atalaya pudo contemplar la sorprendente escena que tenía lugar bajo ella.
Algunos miembros de la tripulación salieron a cubierta tras ser despertados por la tormenta y el ruido, pero sus esfuerzos por desembarazarse de los ataques de los diablillos estaban teniendo el mismo resultado negativo. Cinco de las criaturas se echaron sobre Hvel y consiguieron arrastrarlo basta la armería, donde lo encerraron. Otro grupo arrastró a Vartan hasta el timón y lo ataron allí con unos cabos sobrantes.
—¡La única forma de atacar a un diablillo del Mar Sangriento es con magia! —gritó Maq a Fritzen mientras éste continuaba sus fútiles esfuerzos para hacer retroceder a los que lo acosaban—. ¡O eso dicen!
Buscando una forma de contraatacar, Maq pensó en la oferta de Ilyatha. Se concentró, y unos momentos más tarde apareció en cubierta el umbra. Maquesta empezó a descender por el aparejo pero aquél negó con la cabeza.
Quédate donde estás. Las palabras de Ilyatha sonaron dentro de su cabeza mientras éste estudiaba la escena. Me temo que no hay nada que yo pueda hacer para deshacerme de esta plaga. Entre mi gente soy un guerrero, Ilyatha alzó la vara que acababa en un gancho afilado, un arma que siempre llevaba consigo. No soy un consejero. Los hechizos que conozco tienen que ver con la curación, pero nada más. Y tampoco veo barcos cerca, aunque intentaré atraer ayuda por telepatía.
Maq empezó a sentirse paralizada por el pánico. Había un pequeño grupo de diablillos intentando hacer agujeros en la chalupa. Fritzen corrió hacia ellos, agitando los brazos y gritando, pero sin resultado. Maq vio entonces a Koraf cerca de proa; enarbolaba una cabilla en una mano y la espada en la otra y blandía ambas contra un par de diablillos que estaban intentando romper el bauprés. Dos diablillos más acecharon a Maq, trepando por el cabo al que ella se sujetaba, hasta engancharse cada uno a una de sus piernas. Sus chillidos y cacareos le hicieron casi imposible concentrarse. La joven siguió trepando hacia arriba mientras los dos seres le mordisqueaban las pantorrillas.
—¡Pero yo sí que puedo hacer algo! —La voz era la de Tailonna. La elfa de mar emergió de bajo cubierta con apariencia tranquila y fría en medio de tanto caos. Tailonna recorrió rápidamente la longitud del barco, al parecer haciendo algún tipo de cálculo. Al alcanzar la proa se giró para volver sobre sus pasos a la vez que se sacaba del pelo media docena de adornos delicados: finas redecillas de gasa que sujetaban su larga melena, trenzada con conchas en pequeñas lazadas alrededor de su cabeza y cuello.
La elfa se giró primero hacia la docena de diablillos que intentaban desmontar la chalupa, cogió una de las redecillas, se la llevó a los labios, murmuró algunas palabras en su interior y luego la lanzó hacia las malvadas criaturas. La redecilla de pelo creció en el aire hasta convertirse en una red circular, de tres metros de diámetro. Cuando la red cayó sobre los diablillos y se cerró sobre ellos, éstos se quedaron inmediatamente inmóviles y callados, con los ojos abiertos pero sin poder ver.
—Una red de telaraña. Los está hipnotizando —dijo Fritzen con tono de admiración mientras seguía luchando con las criaturas que tenía más cerca.
Tailonna repitió el hechizo cada vez que se acercó a un grupo de diez o más diablillos. A veces venían corriendo otros seres para intentar liberar a sus camaradas, pero eran incapaces de romper la red. Sus relucientes hilos sujetaban a los diablillos con la misma fuerza que una telaraña sujeta a su presa.
Cuando Tailonna hubo usado todas sus redecillas, todavía quedaban unos veinticinco diablillos. Su mirada se encontró con la de Ilyatha. Tras un minuto, éste se comunicó con los marineros que seguían en cubierta.
Quiere que nos coloquemos a barlovento de donde ella está, y quiere mi flauta de hacer bailar al viento, le comunicó Ilyatha a Maquesta.
—¡Entonces dásela! —gritó Maq mientras una de las criaturas le hincaba sus dientes en la carne, por encima de una de sus rótulas. La tormenta sacudía al Perechon y hacía ondear al viento a Maquesta—. No queremos más viento —gritó la joven—. Podríamos perder un mástil, pero eso será irrelevante.
Ilyatha guardó silencio, sin embargo, acerca de las intenciones de Tailonna. Al entregarle la flauta el umbra permaneció a su lado, esperando aparentemente recibir más instrucciones. La elfa comenzó inmediatamente a tocar una variante de la giga que Maq había oído por primera vez el día de la carrera. A sus pies se levantó una tolvanera.
Tailonna siguió tocando hasta que un demonio de polvo estuvo completamente formado y luego hizo un gesto a Ilyatha. El umbra metió una mano en la capa que llevaba la elfa de mar y sacó un saquillo. Espolvoreó una pequeña cantidad de lo que parecía arena amarilla en el centro del remolino. Tailonna varió la melodía y el demonio de polvo empezó a subir por el palo de mesana en dirección a los dos diablillos que allí había. El pequeño torbellino arrojó arena sobre la pareja y éstos se durmieron, deslizándose hasta la base del palo.
Tailonna siguió tocando, mandando a la tolvanera contra el resto de los diablillos del Mar Sangriento, incluyendo al par que incordiaba a Maquesta. Pronto la cubierta estuvo repleta de pequeñas formas rojas que roncaban. Por desgracia, la fuerza imprevisible de la tormenta que rugía aún había arrojado también arena a los ojos de varios de los marineros del Perechon, y éstos también cayeron sobre cubierta, profundamente dormidos.
—Tenemos un tiempo limitado —avisó Tailonna—. El efecto de la arena soporífera se pasará dentro de una hora, más o menos; la hipnosis de la red de telaraña dura algo más. ¡Tenemos que alejarnos de esta zona del Mar Sangriento! —Tailonna habló con una voz susurrante y musical que recordaba al mar.
Maq se deslizó hasta la cubierta, donde se frotó los pequeños mordiscos de las piernas.
—No podemos arriesgarnos a largar una vela —dijo la capitana—. La fuerza de la tormenta partiría el mástil y entonces estaríamos de nuevo a merced de esas cosas en cuanto despertaran. Tendremos que usar los remos, pero en esta mar encrespada no sé cuánto conseguiremos avanzar. ¡Esperad un momento! ¿Dónde está Lendle? —Se le había venido a la mente la imagen del artilugio impulsado por fuego que el gnomo había fijado antes a los remos. Se preguntó si debía arriesgarse a pedirle que lo probara.
El gnomo vino corriendo a ella procedente de la cocina, convocado, al parecer, por Ilyatha. Estaba cubierto de una pegajosa masa de fruta y alubias y apuntaba hacia los diablillos agitando un índice rechoncho. Cuando Maq le interrogó acerca de su invento, Lendle se excitó mucho pero le contestó con una lentitud exasperante.
—Está preparado. Tendré que ir a encender el horno —dijo el gnomo.
—Pues ve a ello, Lendle —ordenó Maq—. Y date prisa, que tenemos poco tiempo.
—Ven a ayudarme —le dijo la elfa de mar a Maquesta. Maq se giró bruscamente. La petición de Tailonna se parecía peligrosamente a una orden. Koraf y Maq se miraron. Sin esperar una respuesta, la elfa de mar empezó a coger los diablillos dormidos y a tirarlos por la borda. Siendo casi tan alta como Koraf, Tailonna no necesitaba ayuda alguna para levantar a los pequeños monstruos, simplemente más pares de manos. Fritzen, Maq e Ilyatha se unieron a ella.
La neblina roja seguía invadiendo el barco, envolviendo la batayola con sus zarcillos y subiendo por las sogas de los mástiles. Maquesta maldijo la niebla carmesí y la escudriñó para asegurarse de que no venían más diablillos. Satisfecha, ordenó a Vartan que reuniera unas sábanas. Tendrían que remendar la vela de la mayor en cuanto salieran de la tormenta. Miró hacia atrás y vio a Koraf inspeccionando el bauprés. Sonriendo, decidió que había elegido correctamente al primer oficial después de todo. Fritzen estaba recogiendo los cuchillos y otros objetos que los diablillos habían sustraído de la cocina. Complacida de que todo en cubierta estuviera en buenas manos, fue a ver cómo le iba al gnomo.
—Lendle ¿por qué tardas tanto? —Maquesta estaba de pie sobre la trampilla que llevaba a la bodega de carga y gritaba hacia abajo. Desde donde estaba percibía el calor del fuego.
—Enunminutoenunminuto —contestó Lendle.
Maq había empezado a descender por la escala cuando el Perechon se vio sacudido por una potente explosión y empezaron a subir volutas de humo procedentes de la bodega. La joven saltó para subir de nuevo a la cubierta principal.
—Oh, Lendle —gimió Maq, quien miró por la trampilla a tiempo de oír un chisporroteo después de que Lendle hubiera arrojado un cubo de agua sobre algo que ardía. Salió más humo, lo que hizo que Maq respirara con dificultad. Escudriñando en la nube, Maq intentó ver si el gnomo estaba bien. Trepando fuera de la bodega, el gnomo chocó con ella.
—Haréunospequeñosajustesyennadadetiempoestaremosvolandoporelagua —farfulló Lendle, quien había sacado un trozo de papel y un carboncillo de un bolsillo de su guardapolvo y empezaba a hacer unos cálculos.
Maq lo dejó solo y se encaminó hacia el castillo de popa.
—Koraf, reúne a suficientes marineros para manejar los remos y bájalos allí deprisa —ordenó Maq.
—¿Qué pasa con el invento de Lendle? —preguntó el primer oficial.
—No lo quieras saber —comentó Maq, sacudiendo pesadamente la cabeza—, pero asegúrate de que el fuego esté apagado antes de bajar a la bodega de carga.
—¿Fuego? —preguntó lívido Fritzen, que se dirigía hacia la cocina.
Maquesta no se dio cuenta porque estaba observando a Ilyatha, el cual escudriñaba fijamente el cielo por encima del barco. Maq también miró bacía arriba. Los truenos y relámpagos habían concluido. La tormenta se estaba desvaneciendo, aunque con demasiada lentitud como para permitirles salir de allí mediante energía eólica. Al entrecerrar los ojos mirando el cielo no vio más que una lluvia cálida que le escocía en los ojos. Entonces Maq creyó ver la gaviota gris que había volado sobre ellos cuando salieron el día anterior de la bahía del Cuerno. En pocos minutos, percibió algo mucho más grande planeando sobre el Perechon.
Fritzen soltó los utensilios de cocina, desenvainó su espada, la agarró por la empuñadura como una lanza y se preparó para apuntarla hacia la criatura. Tailonna se acercó rápidamente a él y sujetó su brazo.
—¿No has visto nunca una criatura como ésa? —El tono de Tailonna traslucía un cierto desprecio—. Es un ki-rin y sólo puede estar aquí para ayudarnos. No le hagas ningún daño o nos traerás la perdición a todos —le ordenó.
Fritzen contuvo con dificultad su ira ante la actitud prepotente de Tailonna, pero los movimientos del ki-rin lo distrajeron enseguida.
Los pocos marineros que aún quedaban en cubierta quedaron boquiabiertos cuando el ki-rin bajó planeando hasta la altura de la cubierta del Perechon, enfrente de Ilyatha. Maq nunca había visto nada igual. Calculó que el animal debía de medir de largo lo mismo que dos hombres grandes. De su frente sobresalía un único cuerno espiral que brillaba como la madreperla. Una espesa crin de color bronce brillante caía desde su cabeza y cuello. Tenía cola y cascos, de un color parecido a la crin, pero no se parecía mucho a un caballo. Cerca de los hombros le brotaban dos alas pequeñas, plumosas y teñidas de oro. Incluso en la oscuridad, el manto del ki-rin mostraba cierta luminosidad, revelando pequeñas escamas doradas que relucían y titilaban como las estrellas.
La criatura e Ilyatha parecían mantener una conversación a pesar de que no se había pronunciado una palabra. El guerrero umbra hizo algún gesto, y el otro asentía de vez en cuando. Transcurridos algunos minutos, Ilyatha hizo una profunda reverencia y se volvió hacia Maquesta y Koraf.
Pido disculpas por nuestra mala educación, comunicó, hablando directamente a Maquesta. Éste es Belwar, un ki-rin. Ah, eso ya lo sabías. Espero que no te importe. Envié un mensaje telepático de auxilio mientras nos atacaban los diablillos. Belwar lo oyó. Está de acuerdo en ayudarnos a salir de aquí.
El ki-rin dio una vuelta completa alrededor del Perechon, a la altura de la cubierta. Ilyatha miró hacia un lado un momento y luego se encaminó deprisa hacia adelante. Mientras el ki-rin esperaba a proa, Ilyatha sujetó un extremo de una soga al bauprés y luego tiró el otro extremo a Belwar, que lo cogió con la boca. Con sus alas poderosas, el ki-rin alzó el vuelo, arrastrando al Perechon como si fuera un barco de juguete tirado por un niño. Tailonna empezó a quitar las redes de telaraña de los grupos de diablillos de mar hipnotizados, y a susurrar algunas palabras a cada grupo. A sus órdenes se alinearon y desfilaron por la borda.
Maquesta abrazó a Ilyatha.
—Esta noche ha acabado mucho mejor de lo que esperaba. Creía que íbamos a morir todos. Gracias. Quizás este Belwar sea una buena señal —dijo Maq.
—¡Sacadme de aquí! ¡Eh! ¡Estoy en la armería, sacadme de aquí!
Koraf fue el primero en oír los gritos procedentes de la proa del barco, mientras la tripulación y él limpiaban la basura creada por el ataque de los diablillos de mar. Hizo un ademán pidiendo silencio y ladeó la cabeza, escuchando, preocupado al principio de que hubiera un diablillo aún a bordo y estuviera llevando a cabo algún truco. Entonces pasó Vartan a su lado y acercó el oído a la puerta de la armería, antes de abrirla de golpe. Del interior salió Hvel a trompicones, con el rostro enrojecido.
—¡Creía que me ahogaba ahí dentro! ¡Creía que los diablillos se habían apoderado del barco! ¿Qué ha pasado? ¿Por qué seguimos vivos? —farfulló el marinero.
Vartan apuntó hacia el ki-rin en el cielo. Tiraba con fuerza y seguridad, y su piel relucía con un color dorado pálido a la luz del sol naciente. Hvel se olvidó de su encierro mientras contemplaba boquiabierto a la magnífica criatura. De repente, Belwar dejó de tensar la soga que tenía en la boca. El ki-rin inclinó las alas y empezó a volver hacia el Perechon. Hvel y Vartan se quitaron rápidamente de en medio cuando Belwar soltó la soga y la siguió hacia abajo hasta posarse grácilmente en el borde de la cubierta superior.
Maquesta, quien había estado ayudando en la limpieza, se acercó con paso firme para saludar a la criatura y dar las gracias. Como estaba saliendo el sol, Ilyatha se había retirado a descansar a su camarote bajo cubierta.
—¿Eres el capitán? —preguntó el ki-rin cuando la joven se acercó, con una voz tan melodiosa como el dulce canto del mirlo.
—Soy la capitana del Perechon, y quiero darte las gracias —contestó Maquesta—. Sin tu ayuda habríamos perecido y se habrían perdido más vidas que las nuestras como consecuencia —añadió, pensando en Melas y en Sando, la hija de Ilyatha—. Como capitana, acepto la deuda que tenemos contigo como responsabilidad mía y prometo recompensarle como desees. —Maquesta miraba directamente los ojos relucientes de color violeta de Belwar, y encontró una gran inteligencia y comprensión en ellos.
—Mi recompensa es tu sonrisa —respondió Belwar—. Pero, cuéntame, ¿qué hace el Perechon en esta parte del Mar Sangriento? Os acercáis a un paso peligroso entre Findeolas y Saifhum y el Cerco Exterior de El Remolino. Lo que hay allí es mucho peor que los diablillos de mar.
Remisa a revelar toda la verdad a una criatura que para ella era casi un desconocido, a pesar de su ayuda, Maq decidió contarle sólo parte de la historia.
—Nos ha contratado lord Attat de Lacynes para recoger y llevarle una carga especial. Cuanto más rápido regresemos, mejor será nuestra recompensa —explicó Maquesta—. Con esta ruta intentaba ganar tempo.
El violeta de los ojos de Belwar pasó a un morado oscuro por la ira, y su mirada se endureció.
—De haber sabido que trabajabais para lord Attat no os hubiera ayudado. Habría dejado que los diablillos os mataran y destrozaran vuestro barco. Es mi peor enemigo y todo el odio que cabe en mi corazón es para él. —La voz de Belwar había perdido gran parte de su musicalidad al decir estas palabras—. No quiero tener nada que ver con aquellos que traten con él.
El ki-rin se preparó para alejarse volando. Justo entonces se deslizó hacia ellos Tailonna, haciendo sonar las conchas trenzadas en su pelo de forma rítmica. Cuando Belwar la vio se detuvo e hizo una reverencia respetuosa. De pie junto a Maq, Tailonna devolvió el cumplido.
—Me temo que nuestra capitana no te ha contado mucho respecto a lo que hacemos aquí. —Tailonna miro de soslayo a Maq, con una expresión lo más parecida a una súplica de comprensión de lo que podría ofrecer un elfo. Maq hervía por dentro ante la desfachatez de la dimernesti—. Ella no entiende el origen de tu animosidad.
»Cuando estuviste en el palacio de Attat, ¿te fijaste en una piel que colgaba detrás de la silla, en la tarima? —Tailonna dirigió sus palabras directamente a Maq.
Maq pensó durante un minuto; ese día parecía tan distante. Rememoró el paseo con su padre a lo largo de la imponente sala, y asintió lentamente.
—Sí, lo recuerdo. No reconocí de qué animal provenía esa piel. Era dorada, con escamas y alas. —Su voz se desvaneció. Se giró hacia Belwar, quien tenía ahora la cabeza gacha, y su porte evidenciaba una gran tristeza—. Era la piel de un ki-rin —dijo Maq.
Belwar asintió y levantó la cabeza; sus ojos ardían por la ira.
—Sí. Es la piel de mi hermano, Viyeha. Habíamos estado jugando a un juego que a veces hacíamos cerca de las cumbres de grandes montañas. El corre que te pillo, creo que lo llamáis. Estábamos en la cordillera Cima del Mundo, en Karthay. Viyeha calculó mal la separación entre dos cumbres y se lesionó en un ala. Fue tan serio que tuvimos que esperar allí unos días para que se curara antes de que pudiera volar de nuevo. Usamos nuestros poderes mágicos para crear una guarida cómoda y, por supuesto, conjuramos toda la comida y agua que hizo falta.
»Después de dos días yo… —Aquí Belwar agachó la cabeza—, me impacienté. Me aburría la falta de actividad. Empecé a ausentarme la mayor parte del día, diciéndole a Viyeha que necesitaba patrullar la isla, pero simplemente quería alejarme de allí. Al quinto día, cuando regresé de mi vuelo, me encontré el cadáver desollado de mi hermano. Y descubrí una tristeza grande e irreparable en mi corazón. —La voz de Belwar se quebró y se detuvo para recobrar la compostura.
»Attat había estado dirigiendo una expedición por las montañas, intentando capturar un nuevo ejemplar para su zoológico, cuando tropezó con nuestra guarida. Viyeha estaba durmiendo, o hubiera previsto el ataque. Tal y como sucedieron las cosas, los doce minotauros y seis ogros que iban con Attat consiguieron echar una red sobre mi hermano y cortarle la garganta. —Belwar habló con amargura.
»Un aguilucho que anidaba encima de la guarida lo presenció todo y me lo contó. Ocurrió por la mañana, poco después de irme yo. Cuando volví a última hora de la tarde, Attat y su grupo va habían abandonado la isla. No pude encontrarlos. Pero he jurado vengarme. Algún día, cuando encuentre a Attat fuera de su fortaleza, me la cobraré.
—Te deseamos que lo hagas lo más rápido posible —dijo Maq fervientemente—. Tailonna tenía razón. Yo no estaba segura de tus simpatías así que no te conté toda nuestra historia. Attat nos hace chantaje. —La capitana le explicó acerca de Melas; Sando, la hija de Ilyatha; la captura de Tailonna y la situación de Bas-Ohn Koraf.
El ki-rin escuchó con atención. Cuando Maquesta concluyó su relato Belwar se mantuvo en silencio durante un momento y luego pareció que tomaba una decisión. El animal extendió sus alas, las batió una vez y habló.
—Me quedaré cerca, vigilando al Perechon durante el resto de vuestro viaje. Tengo algunas responsabilidades que atender que pueden alejarme bastante de vosotros en algún momento, pero Ilyatha me podrá convocar. —Belwar hizo una pausa, con expresión seria.
»Os ayudaré porque os lo merecéis y porque es posible que vuestro viaje me ofrezca una oportunidad de enfrentarme a mi enemigo. Peor me temo que hay otras razones para ayudaros. He estado preocupado en los últimos años por señales de maldad en las tierras que están al oeste del Mar Sangriento. Percibo que las fuerzas del Bien y del Mal se están desequilibrando, y todos debemos combatir en esta batalla en la medida de nuestras fuerzas. Y creo que todos coincidimos en saber de qué parte está Attat.