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De El río del tiempo, la gran crónica
de Astinus, maestro historiador de Krynn

La Guerra de Kinslayer derramó sangre a lo largo y ancho de las planicies durante casi cuarenta años. Fue un período de largas batallas prolongadas, de dilatados intermedios de escasez, hambre, enfermedad y muerte. Ventiscas brutales congelaron a los ejércitos acampados en invierno, en tanto que fieras tormentas —rayos, pedrisco y vientos huracanados— descargaron su destrucción caprichosamente en las filas de ambos bandos durante las estaciones primaverales.

Desde la perspectiva del historiador, hay una pesada monotonía en la guerra. Los Montaraces de Kith-Kanan perseguían a los humanos, los atacaban, parecían haberlos aniquilado, y entonces más humanos, en mayor número incluso, ocupaban el lugar de los caídos.

El general Giarno mantuvo un completo control de las tropas ergothianas, y aunque las pérdidas fueron espantosas no despertaron en su conciencia el menor remordimiento. La presión de sus súbitos ataques hacía pedazos a los elfos, aunque nuevos refuerzos compensaban las pérdidas del general Kith-Kanan. Se llegó a un punto muerto en la situación, pues, pese a que las fuerzas de Silvanesti vencían en todas las batallas, los humanos evitaban siempre una derrota completa.

A pesar de esta pauta monótona, el curso de la guerra tuvo varias coyunturas claves. El asedio de Sithelbec debe considerarse como un momento decisivo. Parecía la última oportunidad para el general Giarno de alcanzar una victoria consolidada. Pero la batalla de Sithelbec cambió las tornas y siempre se la considerará como una de las encrucijadas de la historia de Krynn.

De principio a fin, la vida de un personaje es la que mejor ilustra la tragedia y la inevitabilidad de la Guerra de Kinslayer: la de la esposa humana de Kith-Kanan, Suzine des Quivalin.

Familiar del gran emperador Quivalin V, así como su heredera (un total de tres dirigentes de este linaje presidieron la guerra), su presencia en el ejército del país enemigo contribuyó a consolidar la resolución humana. Negada por su monarca, sentenciada en ausencia por su anterior amante, el general Giarno, a ser ahorcada, la mujer se entregó a la causa elfa con firme lealtad.

Durante treinta y cinco años, la mayor parte de su vida, se mantuvo leal a su esposo, primero como su amante, después como su compañera y consejera, y siempre como su esposa. Jamás fue aceptada por los elfos de Silvanesti; el hermano de su marido ni siquiera reconoció su existencia. Le dio dos hijos a Kith-Kanan, y los semielfos fueron criados como elfos entre los clanes de los Montaraces.

Sin embargo, el ejército elfo, al igual que su sociedad, cambió con el paso de los años. Del mismo modo que la sangre humana entraba en las venas reales elfas, la presencia humana acabó por ser aceptada como una parte más de las fuerzas de los Montaraces. La pureza racial de los elfos orientales se convirtió en algo irrelevante en la cultura de mestizaje del oeste. Aun cuando combatían por la causa de Silvanesti, los elfos de Kith-Kanan olvidaron lo específico del propósito de la guerra según lo veía Sithas.

Y las batallas continuaron con violencia y parecían alcanzar un punto culminante sólo para que el esquivo momento decisivo se escabullera de las manos una vez más.

No obstante, tras estos momentos claves y sin duda superándolos con singularidad, estaba el peculiar final de la misma guerra…