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Ese mismo día, avanzado el invierno

Los lobos atacaron de improviso, irrumpiendo de la cobertura de los árboles que crecían a treinta metros de la boca de la cueva. Kith-Kanan y Colmillo habían planeado su defensa pero, no obstante, el ataque se produjo con sorprendente rapidez.

—¡Allí! ¡Jauría viene! —gritó el gigante, el primero en ver a las enormes y peludas bestias.

Kith-Kanan cogió su arco y se puso de pie, maldiciendo la rigidez que todavía menoscababa la movilidad de su pierna.

El lobo más grande dirigía la carga. Era una bestia de pesadilla, de sanguinarios ojos amarillos y espeso pelaje negro; se precipitó hacia la cueva, seguido por los restantes individuos de la manada. Gruñía, con el negro hocico recogido en una mueca amenazante que dejaba a la vista unos dientes afilados y tan largos como los dedos de Kith.

Los lobos de montaña tenían los mismos hocicos afilados, orejas tiesas y puntiagudas, colas, y espesa pelambre que los lobos normales. Sin embargo, eran bastante más grandes que sus parientes comunes, y con una naturaleza mucho más feroz. Una docena salió de los árboles en la primera oleada, pero Kith vio que había más formas oscuras acechando en la penumbra del bosque.

El elfo se apoyó en la pared de piedra y, con precisión automática, disparó una flecha, encajó otra en el arco, y volvió a disparar. Descargó una vertiginosa andanada de proyectiles sobre las bestias lanzadas a la carrera. Las afiladas puntas de las flechas atravesaron pelaje y músculo, abriendo profundas heridas en los feroces animales, pero esto sólo logró enfurecerlos aún más.

Colmillo avanzó pesadamente, con el garrote enarbolado. El gigante de las colinas arremetió con un gruñido, pero su blanco esquivó el golpe escabulléndose hacia un lado. De inmediato, el lobo giró sobre sí mismo y atacó con las hambrientas fauces la desprotegida pantorrilla del gigante, pero éste se apartó de un salto con sorprendente rapidez. En lugar de arremeter contra el gigante, el lobo corrió hacia Kith-Kanan en tanto que un trío de sus compañeros de manada continuaban el ataque contra Colmillo.

El elfo levantó el arco con tranquilidad y disparó otra flecha. Aunque el proyectil abrió un sangriento tajo en el costado de la fiera, no pareció afectar de manera apreciable la carga del lobo. Colmillo giró en círculo quitándose de encima a los amenazantes animales, y luego arremetió desesperadamente, alcanzando a un enorme lobo en las patas traseras. La fiera cayó al suelo y después se apartó de un salto.

Los lobos empezaron a rodear a Colmillo. Kith-Kanan disparó a otro lobo, y a otro más, y ambas flechas se hundieron en las gargantas de los animales. Uno de los lobos se apartó del gigante y saltó hacia el elfo; Kith lo derribó, pero no antes de hincarle tres flechas en el pecho, e incluso entonces la fiera no se detuvo hasta estar casi sobre él.

Una vez más, atacaron impetuosos; una imagen de pesadilla de hocicos plegados, relucientes colmillos y ojos rebosantes de odio. El elfo disparó una flecha tras otra, sin apenas reparar en el efecto de un proyectil antes de tener encajado el siguiente en el arco. El gigante golpeaba a las peludas bestias, en tanto que ellas, por su parte, lanzaban dentelladas a sus piernas y abrían sangrientas heridas con sus afilados colmillos.

La nieve aplastada alrededor de la cueva estaba cubierta de cuerpos grises, con grandes parches teñidos de rojo por la sangre de los lobos derribados. Colmillo se tambaleó y estuvo a punto de caer en medio de sus atroces atacantes. Un lobo se tiró de un salto a la garganta del gigante, pero el arquero elfo lo mató cuando estaba en el aire, de un flechazo en el corazón.

Kith-Kanan tanteó en busca de otra flecha y entonces se dio cuenta de que las había utilizado todas. Desenvainó su espada con gesto ceñudo, se apartó de la pared rocosa, y avanzó cojeando hacia el asediado gigante. Se sentía terriblemente vulnerable sin el muro de piedra cubriéndole las espaldas, pero no podía abandonar a su suerte al valeroso gigante de las colinas.

Entonces, de repente, antes de que Kith-Kanan llegara al lugar de la pelea, los lobos se apartaron del gigante y echaron a correr de vuelta al refugio de los árboles, al tiempo que dejaban tras de sí una docena de los suyos, muertos.

—¿Dónde va jauría? —preguntó el gigante de las colinas mientras agitaba los puños cerrados a las bestias en retirada.

—No lo sé —admitió el elfo—. No creo que los haya asustado yo.

—¡Buena pelea! —Colmillo sonrió a Kith-Kanan al tiempo que se limpiaba la nariz con una muñeca gruesa como un tronco—. Perros grandes… también feroces.

—No tan feroces como nosotros, amigo mío —comentó Kith, todavía asombrado por la repentina retirada de los lobos, justo cuando su victoria parecía segura.

El guerrero comprobó con alivio que las heridas de Colmillo, aunque sangraban, no eran profundas. Le enseñó al gigante cómo limpiarlas con nieve, aunque sin apartar los ojos de los árboles circundantes.

Oyó el estruendo en el aire antes que Colmillo, pero los dos alzaron la vista al cielo en un gesto instintivo. Los vieron llegar por el este: un horizonte lleno de enormes formas voladoras, las alas extendidas orgullosamente y sustentando cuerpos poderosos.

—¡Los grifos! —gritó Kith mientras saltaba de alegría.

El gigante lo miraba como si pensara que se había vuelto loco al verlo brincar por el claro, gritando y agitando las manos.

La gran bandada se posó en el suelo del valle, chillando y gruñendo por lograr los mejores sitios. Sithas aterrizó, montado en uno de los grifos, y Kith-Kanan reconoció su montura de inmediato.

—¡Arcuballis! ¡Sithas!

Su hermano, igualmente entusiasmado, saltó al suelo.

Los gemelos se abrazaron en silencio, demasiado emocionados para hablar.

—Gran león-pájaro —gruñó Colmillo, que miraba atentamente a Arcuballis—. Nariz de Piedra trajo casa.

—¿Lo trajo a casa? ¿A tu pueblo? —preguntó Kith.

—Sí. León-pájaro herido. Nariz de Piedra alimenta, él marcha volando.

—Los gigantes debieron de llevárselo con ellos aquella noche, cuando nos atacaron la primera vez —dedujo Kith-Kanan—. Lo cuidaron hasta que se recuperó.

—Y luego escapó y encontró la bandada en las montañas. Estaba con ellos cuando por fin descubrí sus nidos —concluyó Sithas.

El Orador relató el viaje y cómo había descubierto la bandada.

—Dejé en el valle a los cachorros y a varias docenas de hembras que los estaban alimentando. Los demás vinieron conmigo.

—Son centenares —dijo Kith-Kanan, asombrado.

—Más de cuatrocientos, creo, aunque no los he contado.

—¿Y el hechizo? ¿Funcionó como se suponía?

—Pensé que iban a despedazarme. Las manos me temblaban tanto que casi no podía sostener el pergamino —exageró Sithas—. Leí el encantamiento, y las palabras parecieron llamear y consumirse en el papel. Acababa de leer el conjuro cuando el primero me atacó.

—¿Y qué pasó?

—Se limitó a aterrizar delante de mí, como si estuviera esperando instrucciones. Todos se posaron a mi alrededor. Entonces fue cuando vi a Arcuballis. Lo monté y echó a volar, y los demás nos siguieron.

—¡Por los dioses! ¡A ver cómo nos hacen frente los humanos ahora! —Kith-Kanan estaba tan entusiasmado que hablaba a gritos.

—¿Qué tal te ha ido a ti? Por lo que veo, no han faltado problemas. —Sithas señaló el montón de lobos muertos, y Kith le contó el ataque de las fieras.

—Debieron de oíros llegar —dedujo el guerrero.

—Regresemos a la ciudad. ¡Ha pasado todo el invierno! —instó Sithas.

Kith echó a andar hacia la cueva, y de pronto se fijó en Colmillo. El gigante había observado —al principio con interés, y luego con preocupación mal disimulada— el intercambio de noticias entre los hermanos.

Al elfo lo sorprendió descubrir el fuerte vínculo que se había creado entre el gigante y él.

—¿Tres Piernas marcha volando? —Colmillo miró a Kith con el entrecejo fruncido en un gesto interrogante.

El guerrero no intentó explicárselo. En lugar de eso, estrechó la enorme manaza del gigante entre las suyas.

—Te echaré de menos —dijo en voz queda—. Hoy me salvaste la vida, y te estoy agradecido por tu amistad y tus cuidados.

—Adiós, amigo —contestó el gigante tristemente.

Había llegado el momento de que los elfos montaran en los grifos y pensaran de nuevo en el futuro… y en el hogar.