16
Dos semanas después, a principios de invierno

La luz del fuego se reflejaba en las paredes de la cueva como duendes danzarines, tejiendo dibujos de calor y comodidad. Una pata de venado chisporroteaba en un espetón, encima de las brasas, al tiempo que la capa y las polainas de Sithas se secaban en una percha improvisada.

—Ni el mejor filete de novillo tiene un sabor tan gustoso y exquisito para el paladar —anunció Kith-Kanan, que chasqueó los labios en un gesto de aprobación. Se inclinó un poco y cortó otra tira caliente de carne que se asaba lentamente sobre las brasas.

Sithas miró a su hermano con los ojos brillantes de orgullo. A diferencia del borrego, el cual admitía haber cazado por un golpe de suerte más que por cualquier otra cosa, había acechado a este ciervo a través del bosque, esperando tendido en el suelo largas y frías horas hasta que el tímido animal se había puesto a tiro. Había apuntado cuidadosamente y lo había derribado con un flechazo en el cuello.

—No tengo más remedio que estar de acuerdo contigo —dijo Sithas mientras terminaba su trozo.

También él cortó otra tira para comer un poco más. Luego trinchó un poco más de carne en jugosas lonchas, que fue apilando sobre una piedra plana que hacía las veces de fuente, antes de retirar el espetón del fuego. Se volvió hacia la boca de la poco profunda cueva, donde la oscuridad invernal empezaba a cerrar.

—¡Eh, Colmillo! —llamó—. ¡A cenar!

El redondo rostro del gigante, exhibiendo su característica mueca sonriente, asomó por la abertura. Colmillo estrechó los ojos antes de alargar la inmensa garra hacia el interior. Sus ojos se iluminaron con expectación cuando Sithas le tendió el espetón.

—Cuidado, está caliente. Que te aproveche, amigo mío. —Sithas contempló divertido cómo el gigante, que había aprendido varias palabras en Común —«caliente» era una de las primeras en la lista—, cogía con precaución el jugoso trozo de carne.

—Es sorprendente lo amistoso que se volvió desde que empezamos a alimentarlo —comentó Kith-Kanan.

De hecho, una vez que el gigante de las colinas se hubo convencido de que el elfo no iba a matarlo, Colmillo se había convertido en un entusiasta colaborador. Había llevado a Kith por la angosta senda que descendía de la cornisa al valle con el mimo que muestra una madre con su primer bebé. El peso del elfo herido no pareció frenar la marcha del gigante en lo más mínimo cuando Sithas lo condujo de regreso al escarpado paso y luego hasta este valle.

El viaje había sido muy penoso para Kith-Kanan, cuya pierna se resentía con el balanceo de cada paso, pero aguantó el dolor en silencio. Ciertamente, se había sentido tan sorprendido como complacido por el modo firme y decidido con que Sithas había tomado las riendas de la expedición.

Les costó un día más de búsqueda, pero finalmente el Orador de las Estrellas descubrió esta cueva poco profunda, cuya boca estaba tapada parcialmente con arbustos y piedras. Situada en la pared rocosa que se alzaba en la margen de un río, era seca y espaciosa, aunque no lo bastante amplia para que cupiera también el gigante. Un pequeño arroyo corría a menos de cuatro metros de la boca de la cueva, asegurando suficiente abastecimiento de agua.

Ahora que habían llegado a este valle boscoso, Sithas pudo entablillar la pierna rota de Kith-Kanan. No obstante, al cabecilla de los Montaraces, que siempre se había valido por sí mismo, le irritaba tener que estar sentado aquí, en forzosa inmovilidad, mientras que su hermano, el Orador de las Estrellas, se ocupaba de cazar, coger leña y explorar, así como también de pequeñas tareas como mantener encendido un fuego y cocinar.

—Esto es realmente extraordinario, Sithas —dijo Kith mientras señalaba su rústico refugio—. Todas las comodidades del hogar.

La cueva tenía unos seis metros de profundidad y una altura de unos cuatro metros y medio. A corta distancia crecían grupos de pinos y cedros.

—Las comodidades e incluso un guardia de palacio —se mostró de acuerdo su hermano.

Colmillo escuchaba atento, notando que estaban hablando de él. Volvió a sonreír, si bien el jugo que le escurría por los enormes labios hizo que el gesto resultara muy grotesco.

—He de admitir que, cuando me dijiste que tendría que ir montado en un gigante, pensé que el frío te había afectado el cerebro. ¡Pero funcionó!

Habían instalado un campamento permanente aquí, estando tácitamente de acuerdo en que sin Arcuballis se encontraban atrapados en estas montañas al menos mientras durara el invierno.

Por supuesto, los acosaba constantemente la idea de la distante guerra. Habían hablado sobre las defensas de Sithelbec, y habían llegado a la conclusión de que los humanos probablemente no podrían lanzar un ataque efectivo antes del verano. Las sólidas empalizadas deberían resistir las continuas andanadas de catapultas, y la tierra endurecida haría que cualquier tentativa de excavar túneles fuera dificultosa y requiriese mucho tiempo. Pero, por el momento, todo cuanto los hermanos podían hacer era esperar y confiar.

Sithas había recogido grandes montones de ramas verdes de pino, que les proporcionaban lechos bastante cómodos. El fuego encendido en la boca de la cueva echaba el humo al exterior, pero irradiaba un calor impresionante dentro de su refugio, haciendo de él un lugar muy agradable. Y, con la presencia de Colmillo, Sithas ya no temía por la seguridad de su hermano si tenía que dejarlo solo. Los dos sabían que Sithas tendría que salir en busca de los grifos muy pronto.

Ahora los hermanos estaban sentados, en silencio, compartiendo una sensación de bienestar que era bastante extraordinaria, dadas las circunstancias. Tenían refugio y calor, y disponían de comida en abundancia. Con actitud perezosa, Sithas se puso de pie y examinó sus botas, con cuidado de no chamuscar la superficie cubierta de pieles.

Las volvió un poco para que el calor secara otra parte de la empapada superficie. De inmediato, el vaho empezó a salir de la calada piel. El elfo volvió a su sitio y se dejó caer en su capa. Miró a su hermano, y Kith-Kanan presintió que quería decirle algo.

—Creo que tienes comida suficiente aquí para que te dure un tiempo —empezó Sithas—. Voy a ir en busca de los grifos.

Kith asintió con la cabeza.

—A pesar de mi frustración por esto —se señaló la pierna—, creo que es lo más acertado.

—Estamos cerca del corazón de la cordillera —siguió Sithas—. Calculo que puedo encaminarme en una dirección, hacer un reconocimiento a fondo, y regresar aquí al cabo de una semana o diez días. Incluso con nieve profunda, podré recorrer una buena distancia. Volveré para comprobar cómo te encuentras y para informarte de lo que haya descubierto. Después, si no he encontrado nada, saldré en otra dirección.

—Parece un plan razonable —admitió Kith-Kanan—. Te llevarás el pergamino de Vedvedsica, por supuesto.

—Sí. Si encuentro a los grifos, intentaré acercarme lo bastante para utilizar el hechizo.

Su hermano lo miraba fijamente. El semblante de Kith-Kanan tenía una expresión a la que Sithas no estaba acostumbrado.

—Déjame que haga algo antes de que te vayas —dijo el elfo herido—. Quizá te sea útil en el viaje.

—¿Qué?

Kith no quiso explicárselo, y le pidió que le trajera numerosas ramas de pino flexibles, que estuvieran todavía verdes, no secas como los palos que utilizaban para el fuego.

—El tamaño más adecuado sería el grosor aproximado de tu pulgar, y lo más largo posible.

—¿Por qué? ¿Para qué las quieres?

Kith tampoco le dio explicaciones esta vez; sin embargo, a pesar del extraño comportamiento de su hermano, Sithas recogió de buena gana las ramas tan pronto como la luz del día iluminó el valle. Pasó el resto del día reuniendo provisiones para la primera etapa de su viaje, comprobando su equipo, y echando miradas de soslayo a su gemelo. Kith-Kanan fingió no darse cuenta de la curiosidad de su hermano mientras limpiaba de ramas laterales las varas de pino con su daga, luego las entretejía muy tupidas, e incluso las ataba firmemente con hilos que sacó de su capa de lana.

Finalmente, próxima ya la puesta de sol, tendió sus creaciones a Sithas para que las examinara. Había hecho dos objetos planos, de forma ovalada, que tenían unos noventa centímetros de largo por treinta de ancho. Las flexibles varas habían sido tejidas atrás y adelante, como una rejilla.

—Precioso, Kith…, sencillamente extraordinario. ¡Nunca había visto algo igual! Pero… ¿qué son?

Kith-Kanan esbozó una sonrisa engreída.

—Aprendí a hacerlos y a utilizarlos durante el invierno que pasé en los bosques salvajes. —Por un instante, su sonrisa se tensó. No podía recordar esa época de su vida sin pensar en Alaya, la felicidad que habían compartido, y la extraña suerte corrida por su esposa. Parpadeó antes de continuar—: Se llaman «raquetas de nieve».

Sithas vio de inmediato su utilidad.

—Tengo que atarlas a mis botas, ¿verdad? —dedujo—. Y al caminar dejaré huellas grandes, como las de un gigante, ¿no?

—Te van a sorprender, te lo aseguro. Con ellas podrás andar sobre la nieve sin hundirte, incluso en los montones más profundos.

Sithas se puso las botas y se ató las raquetas con varias trabas que Kith había hecho cortando una tira de una de sus capas. El elfo tropezó y se fue de bruces al salir de la cueva, pero enseguida se incorporó y se dirigió al bosque para hacer una caminata de prueba.

Aunque se sentía raro con las raquetas atadas a los pies, que lo obligaban a andar dando amplios pasos, estuvo recorriendo el bosque durante casi una hora antes de regresar a la cueva.

—¡Pies grandes! —Colmillo lo recibió fuera del refugio, donde se había quedado cuando el elfo se marchó.

—¡Pies estupendos! —contestó Sithas mientras le daba una palmada amistosa en el brazo.

Kith lo esperaba con impaciencia.

—¡Es fantástico! ¡Parece increíble la diferencia que hay entre llevarlas o no!

Al observar a su entusiasmado hermano, Kith tuvo que admitir para sus adentros que Sithas ya no parecía necesitar la ayuda de nadie para hacer frente a los rigores del invierno de alta montaña.

Decidido a iniciar su viaje bien descansado, Sithas intentó conciliar el sueño. Pero, aunque cerró los ojos, su mente permaneció alerta. Pasaba del temor a la esperanza y de ésta a la ilusión en un caótico y agitado torbellino que lo mantuvo despierto mientras las horas pasaban. Oía los fuertes ronquidos de Colmillo en la boca de la cueva, y a Kith sumido en un tranquilo sueño, al otro lado del fuego.

Finalmente, pasada la media noche, Sithas se quedó dormido. Y, cuando lo hizo, sus sueños fueron vívidos y prometedores, llenos de cielos azules atestados de grifos.

Unos ojos amarillos chispearon en el bosque, prendidos en el moribundo fuego de la boca de la cueva. El acechante lobo avanzó sigiloso, conteniendo el apremiante impulso de aullar.

La criatura vio y olió al gigante de las colinas dormido a la entrada de la cueva. Aunque el lobo era enorme —del tamaño de un poni, y unos ciento treinta kilos de peso— le daba miedo atacar al gigante de las colinas, mucho más grande que él.

Además, el fuego lo hacía vacilar. Ya se había quemado una vez, y recordaba muy bien el aterrador tacto de las llamas.

Silenciosamente, el lobo se escabulló al interior del bosque. Cuando se encontró a bastante distancia de la cueva para no ser oído, se lanzó a toda carrera, moviéndose con facilidad por la nieve.

Pero había comida en la cueva. Durante los difíciles meses invernales, la carne fresca era un botín tan escaso como valioso en este reducto de alta montaña. El lobo lo recordaría, y, en su deambular por los valles, encontraría a otros de su especie. Finalmente, cuando la manada se hubiese reunido, regresaría.

La primera expedición de Sithas, hacia el oeste, duró casi cuatro semanas. Avanzó esforzadamente a lo largo de riscos cubiertos de nieve y a través de cañadas áridas, bordeadas de peñascos. No vio otras señales de vida que el rastro esporádico de los resistentes carneros, o la distante silueta de un águila planeando en el cielo.

Viajaba solo, aunque tuvo que persuadir a Colmillo —y sólo después de una intrincada y larga serie de contorsiones, pantomimas, amenazas y súplicas— para que se quedara con Kith-Kanan y lo cuidara. Con el paso de los días, la soledad pareció pesarle más y más hasta convertirse en una sensación opresiva que minaba su ánimo.

Los vientos lo azotaban constantemente, y, la mitad de las veces, el mundo desaparecería a su alrededor tras un telón de cellisca. Ahora comprendía que los días de tiempo despejado que hubo después de resultar herido Kith habían sido una afortunada anomalía en las condiciones atmosféricas típicas de la alta montaña. El invierno se le echó encima de manera brutal, envolviéndolo en nieve, granizo y hielo.

Continuó avanzando hacia el oeste hasta que por fin llegó a lo alto de un risco desde donde vio que el terreno empezaba a descender hacia estribaciones montañosas y posteriormente a planicies. No encontraría el refugio montañoso de los grifos en esta dirección. De regreso a donde se encontraban Kith-Kanan y Colmillo tomó una ruta que variaba ligeramente con respecto a la que lo trajo hacia el oeste; pero ésta, también, resultó infructuosa.

Encontró a su hermano y al gigante de las colinas con buenos ánimos, y un abastecimiento de carne abundante. Aunque Kith todavía no podía apoyar el peso en la pierna, ésta parecía estar curándose bien. A su debido tiempo, recuperaría la mayor parte de su fuerza anterior.

Después de una noche agradable de comer carne recién hecha y descansar al amor del fuego, Sithas inició su búsqueda en dirección norte. Esta vez la expedición duró todavía más, ya que el eje de la cordillera de las Khalkist en esta dirección era aún más extenso. Tras veinticinco días de exploración, sin embargo, Sithas vio que había dejado atrás las cumbres más altas de la cordillera. Aunque la ruta hacia el norte era montañosa y la zona estaba deshabitada, alcanzó a divisar desde su aventajada posición que el paisaje carecía de los picos prominentes y escarpados que tan vívidamente habían surgido en el sueño de Kith-Kanan. Parecía acertado llegar a la conclusión de que el valle de los grifos no se encontraba más al norte.

Su regreso al campamento le costó otros diez días y lo llevó a través de un terreno más elevado, pero igualmente árido. Los únicos hallazgos significativos fueron unas manadas de ciervos. Se había topado con los animales por casualidad, y los contempló mientras huían a todo correr, saltando sobre la profunda nieve. Sumido en una sensación de mortificante impotencia, Sithas rebasó el último risco con paso lento y vio el campamento abrigado en la cueva, tal como lo había dejado.

Colmillo lo recibió con entusiasmo, y Kith-Kanan tenía un aspecto más saludable y fuerte, aunque su pierna seguía entablillada. El elfo herido estaba trabajando en una muleta de intrincada talla, pero hasta el momento no había intentado caminar con ella.

Para entonces, la provisión de comida empezaba a menguar, por lo que Sithas alargó su estancia varios días, los suficientes para acechar y cazar una cierva gorda, un animal con más carne que el resto de las piezas que había cobrado. Cuando regresó al campamento con él, recibió la sorpresa de encontrar a Kith esperándolo en la boca de la cueva… de pie.

—¡Kith! ¡Tu pierna! —Tiró la cierva al suelo y se acercó presuroso a su hermano.

—Duele como el fuego del Abismo —gruñó Kith-Kanan, quien, a pesar de tener apretados los dientes, esbozó una sonrisa tirante—. Aun así, puede sostenerme, con la ayuda de la muleta.

—Llamo ti ahora Tres Piernas —observó Colmillo con agudeza.

—Vale —aceptó Kith, todavía con los dientes prietos.

—Creo que esto merece celebrarse por todo lo alto. ¿Qué tal un poco de nieve derretida y un buen trozo de venado? —propuso Sithas.

—Perfecto.

Colmillo babeaba de contento, compartiendo el júbilo de los hermanos. El trío disfrutó de una velada festiva. El gigante fue el primero en cansarse y poco después roncaba ruidosamente en su sitio acostumbrado, fuera de la boca de la cueva.

—¿Vas a salir otra vez de expedición? —preguntó Kith con voz queda tras largos momentos de agradable silencio.

—He de hacerlo —contestó Sithas. Los dos sabían que no había otra alternativa.

—Esta es la última oportunidad —observó Kith-Kanan—. Hemos venido del sur, y ahora tú has buscado por el norte y el oeste. Si el valle no se encuentra en algún punto del este, tendremos que aceptar el hecho de que toda esta aventura ha sido un disparatado sueño imposible.

—¡No estoy dispuesto a renunciar todavía! —declaró Sithas con más brusquedad de lo que era su intención. Para ser sincero, las mismas dudas habían rondado su subconsciente desde hacía muchos días. ¿Y si no encontraba rastro de los grifos? ¿Y si tenían que regresar a pie a Silvanost, un viaje que les llevaría meses y que no podrían empezar hasta que la nieve se derritiera a finales de primavera? ¿Y si volvían, después de tanto tiempo, con las manos vacías?

Así fue como Sithas inició su búsqueda en dirección este, con una firme determinación. Puso más empeño y se exigió a sí mismo más que nunca, haciendo largos recorridos para escalar pasos escarpados y salvar riscos empinados que se precipitaban en el vacío. En esta zona las montañas eran más accidentadas que en el resto de la cordillera, y en varias ocasiones faltó poco para que el intrépido elfo pagara con su vida la osadía de escalarlas.

Sithas vio avalanchas a diario, y aprendió a distinguir las crestas salientes, las escarpadas alturas recubiertas de nieve en las que se gestaban estos mortíferos desprendimientos. Identificó lugares donde el agua fluía bajo el manto de nieve, y consiguió la que necesitaba para beber cuando era preciso, pero evitó acercarse a ellos para prevenir una zambullida si el hielo cedía, ya que mojarse en esta zona alta, donde no había madera, sería tanto como una sentencia de muerte por congelación.

Dormía en riscos altos, con piedras por almohada y lecho. Cuando le era posible, excavaba huecos en la nieve, ya que había comprobado que la calidez de estos refugios improvisados aumentaba sus posibilidades de supervivencia en las largas y oscuras noches. Pero, una vez más, no descubrió nada que indicara la presencia de grifos —de hecho, de ningún ser vivo— en estos imponentes riscos.

Viajó durante dos semanas enteras a través de valles áridos, trepando laderas rocosas, eludiendo avalanchas, y escudriñando el cielo y los picos de la cordillera en busca de alguna señal de su presa. Se ponía en marcha cada día antes del amanecer y no abandonaba la búsqueda hasta que la oscuridad se le echaba encima y no habría podido ver ni una huella que tuviera ante sus narices. Entonces dormía a ratos, ansioso porque el nuevo día clareara para reanudar su búsqueda.

No obstante, finalmente tuvo que admitir la derrota y emprendió el regreso al campamento. Una sensación de ciego desaliento se apoderó de él mientras acampaba en un alto risco. Colocaba unas piedras para disponer un sitio donde tumbarse cuando vio las huellas: como las de un gato, sólo que mucho más grandes, más aún que su mano con los dedos completamente extendidos. Identificó sin ninguna dificultad las marcas de estas patas traseras como las de un felino, y acto seguido reconoció también, sin ningún género de dudas, las huellas delanteras, almohadilladas. Podía haberlas hecho un águila enorme, pero Sithas sabía que no era ése el caso. Las huellas pertenecían a las grandes garras de un grifo.

Kith-Kanan rebulló inquieto en su lecho de ramas de pino. Los tallos, antes blandos y flexibles, se habían apelmazado hasta convertirse en un jergón duro y lleno de bultos tras meses de uso continuo, y ya no le proporcionaba el descanso de un mullido colchón. Como había hecho tantas otras veces con anterioridad —de hecho, como hacía centenares, miles de veces al día— maldijo la fractura que lo mantenía enclaustrado en el refugio como un inválido.

Percibió otro ruido que alteró su inquieto duermevela: un fragor semejante al de un fuelle agujereado en una fundición de acero. El sonido retumbaba en la cueva.

—¡Eh, Colmillo! —llamó, irritado, Kith—. ¡Despierta!

El ruido cesó de manera repentina, con un gorgoteo nasal, y entonces el gigante asomó, adormilado, por la boca de la cueva.

—¿Eh? —preguntó el monstruo humanoide—. ¿Qué quiere Tres Piernas ahora?

—¡Deja de roncar! ¡No puedo dormir con ese escándalo!

—¿Eh? —Colmillo lo miró con los ojos entrecerrados—. ¡No roncar!

—No importa. Siento haberte despertado. —Sonriendo para sus adentros, el elfo herido se giró en el duro jergón y se puso de pie despacio.

—Buen fuego. —El gigante se acercó a las brasas amontonadas—. Mejor que hoguera de pueblo.

—¿Dónde está tu pueblo? —preguntó Kith con curiosidad. El gigante había mencionado su pequeña comunidad anteriormente.

—En montañas, cerca terreno árboles.

Esto no aclaraba gran cosa a Kith, salvo que estaba a una altitud menor que el valle donde se encontraban ahora, un hecho sin mayor relevancia considerando las actuales exploraciones de su hermano por las tierras altas.

—Dormir un poco más —gruñó el gigante mientras se estiraba y bostezaba. El solitario canino sobresalió de su boca abierta hasta que Colmillo chasqueó los labios. Luego cerró los ojos.

El gigante había hecho grandes progresos en el aprendizaje del idioma elfo. No era un conversador brillante, por supuesto, pero podía comunicarse con Kith-Kanan en un considerable número de temas cotidianos.

—Que duermas bien, amigo —dijo Kith suavemente. Contempló al gigante con genuino afecto, agradecido de que hubiese estado aquí durante estos meses de soledad.

Miró al exterior, y reparó en el matiz azul pálido del horizonte oriental que aparecía por detrás de la reclinada figura de Colmillo.

¡Maldita pierna! ¿Por qué había tenido que rompérsela ahora precisamente, cuando más necesarios eran sus conocimientos prácticos, cuando el futuro de la guerra y del país estaban en juego?

Había recuperado cierta movilidad limitada. Aunque le resultaba muy doloroso, podía caminar por los alrededores de la cueva, coger agua cuando tenía sed, y ejercitar los músculos de las piernas. Decidió que hoy se alejaría un poco más y recogería ramas de pino para su burdo y cada vez más incómodo lecho.

¡Pero eso no era nada comparado con la misión épica emprendida por su hermano! Mientras él pensaba en hacer la cueva un poco más cómoda, Sithas escalaba escarpados riscos montañosos y atravesaba valles llenos de nieve, acampando dondequiera que el ocaso lo sorprendía, y explorando nuevos paisajes cada día.

En más de una ocasión, Kith se había obsesionado con la idea de que Sithas arrostraba un gran peligro en estas montañas. De hecho, podía morir despeñado, o a causa de una avalancha, o atacado por lobos o gigantes, o por un sinfín de amenazas, y Kith ni siquiera lo sabría hasta que hubiera pasado mucho tiempo y no hubiese vuelto.

Refunfuñando para sus adentros, Kith se acercó cojeando a la boca de la cueva y contempló el sereno valle. Sin embargo, en lugar de un inspirador paisaje montañoso, lo único que vio fue una prisión de paredes escarpadas y grises; unas paredes que tal vez lo retuvieran cautivo para siempre.

¿Qué estaría haciendo su hermano ahora? ¿Qué tal iría la búsqueda de los grifos?

Salió cojeando al límpido aire de la madrugada. El sol rozaba las puntas de las cumbres a su alrededor, pero todavía pasarían horas antes de que llegara al campamento, en el suelo del valle.

Haciendo una mueca de dolor, Kith siguió avanzando. Las excursiones de Colmillo para coger leña y agua habían aplastado la nieve en una amplia área alrededor de la cueva, y el elfo cruzó la suave superficie sin grandes dificultades.

Llegó al borde de la nieve aplastada, pisó la capa blanda y quebradiza y se hundió hasta la rodilla. Dio otro paso, y otro más, el rostro crispado en un gesto de dolor por el esfuerzo de mover la pierna herida.

Entonces se detuvo, paralizado, con los ojos fijos en la nieve, frente a él. Su mano fue hacia una espada que no llevaba al costado.

Las huellas eran claras en el blando manto blanco. Tenían que ser de la noche anterior. Una manada de lobos enormes, quizás una docena o más, había pasado corriendo cerca de la cueva en la oscuridad. Afortunadamente, no se veían señales de los animales ahora, y Kith regresó cauteloso hacia la cueva.

Recordó el fuego que habían hecho la noche anterior e imaginó a los lobos alejándose furtivamente, temerosos de las llamas. Aun así, mientras recorría con la mirada el silencioso bosque, supo que más pronto o más tarde volverían.