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El Isirjir Ziaspraide, nave insignia de la flota thaiática[87], servía menos de arma bélica que de instrumento político en virtud de su impresionante tamaño. Donde el Isirjir Ziaspraide aparecía, se ponían de manifiesto la majestad del Conáctico y la fuerza de la Maza.

El gran casco, con sus diversas plataformas laterales para cañones, pasadizos elevados y rotondas, se consideraba una obra maestra del arte naaético[88]. El interior no era menos espléndido, con un salón principal de treinta metros de largo y once de ancho. Del techo, esmaltado en un cálido tono malvalavanda, colgaban cinco magníficas lámparas. El suelo, de un material negro como el azabache, no despedía el menor brillo.

Las pilastras blancas que circundaban la periferia sostenían enormes medallones de plata. Los espacios intermedios estaban ocupados por reproducciones de las veintitrés diosas, ataviadas con vestiduras púrpuras, verdes y azules. Cuando Jantiff penetró en el salón examinó la complejidad de los cuadros con envidia y admiración; aquella sutil maestría en la ejecución gráfica y en el colorido excedía su talento actual. Sesenta oficiales de la Maza, con uniformes de media gala blancos, negros y púrpuras, le siguieron al salón. Se situaron en fila a lo largo de las paredes laterales y permanecieron en silencio.

Un sonido lejano rompió el silencio; un tambor redobló con cadencia lenta y fatídica. El sonido se fue acercando. El tambor entró en el salón marcando el paso, ataviado sombríamente según la antigua tradición con una máscara negra que ocultaba la parte superior de su rostro.

Detrás iban los Susurros, escoltados cada uno por un enmascarado. Primero, Esteban y Sarp, y después, Skorlet y Shubart. Sus caras eran inexpresivas; sus ojos brillaban de emoción.

El tambor continuó hasta llegar al extremo del salón. Dejó de tocar y se apartó a un lado. El silencio que siguió presagiaba acontecimientos inminentes.

El comandante del Isirjir Ziaspraide apareció sobre una plataforma elevada y se sentó detrás de una mesa.

—Por orden del Conáctico —dijo a los Susurros—, les acuso de múltiples crímenes, en número todavía indeterminado.

Sarp enlazó los dedos con fuerza. Los demás se quedaron inmóviles.

—Un asesinato, muchos asesinatos —dijo Esteban con voz metálica—. ¿Cuál es la diferencia? El crimen no se multiplica.

—Esta observación es irrelevante. El Conáctico admite que se halla en un dilema. Considera que en vuestro caso la muerte es casi una disposición trivial. Pese a todo, tras asesorarse, ha dictado el siguiente decreto: seréis encerrados inmediatamente en esferas de cristal transparente, suspendidas a seis metros sobre el Campo de las Voces. Las esferas medirán seis metros de diámetro, y contendrán las comodidades mínimas. Dentro de una semana, una vez vuestros crímenes hayan sido aclarados con todo detalle a los habitantes de Arrabus, seréis introducidos en un vehículo. A la medianoche en punto, el vehículo se elevará a una altura de setecientos setenta y siete kilómetros y estallará con un espectacular resplandor lumínico. Arrabus sabrá de este modo que habréis expiado vuestros crímenes. Ése será vuestro destino. Despedíos; os volveréis a encontrar, aunque brevemente, dentro de una semana.

El comandante se levantó y abandonó el salón. Los cuatro se quedaron inmóviles, sin mostrar el menor deseo de intercambiar ningún tipo de sentimiento.

El tambor avanzó haciendo redoblar su instrumento con un ritmo siniestro. La escolta guió a los cuatro hacia la salida del salón. Los ojos de Esteban miraban en todas direcciones, como si intentara cometer un acto desesperado; su escolta no le prestaba atención. Esteban, de pronto, clavó la mirada en un punto, echó la cabeza hacia adelante, se detuvo y extendió un dedo.

—¡Allí está Jantiff, nuestra bestia negra! ¡A él hemos de agradecerle la suerte que nos espera!

Skorlet, Sarp y Shubart se volvieron a mirarle. Él les contempló con frialdad.

Los escoltas tocaron los brazos de sus presos. El grupo reinició la marcha al ritmo del tambor.

Jantiff se apartó; se topó con Ryl Shermatz.

—En lo que a ti y a mí respecta, los acontecimientos han seguido su curso —dijo Shermatz—. Ven, el comandante nos ha asignado aposentos confortables, y durante un rato podremos descansar sin sobresaltos ni tareas agobiantes.

Un ascensor les subió a una rotonda. Al entrar, Jantiff se quedó petrificado, sorprendido por una opulencia que sobrepasaba con mucho todos sus conceptos previos. Shermatz no pudo reprimir una carcajada. Cogió a Jantiff por el brazo y le hizo avanzar.

—Reconozco que los aposentos son un poco grandes, pero, con tu facilidad de adaptación, no tardarás en sentirte a gusto. La vista, sobre todo cuando el Ziaspraide navega en silencio entre las estrellas, es soberbia.

Ambos se sentaron en sotas forrados de terciopelo púrpura. Un camarero salió de un gabinete y les ofreció una bandeja, de la que Jantiff tomó una copa tallada de un único topacio. Probó el vino, examinó el fondo y volvió a probarlo.

—Un vino excelente.

Shermatz cogió una copa del mismo vino.

—Es un Trille Aegis. Como ves, los que trabajamos al servicio del Conáctico disfrutamos tanto de privilegios como de penurias. En conjunto, no es una vida mala. A veces, agradable, a veces, aterradora, pero nunca monótona.

—En este momento aceptaría de buena gana un cierto grado de monotonía —dijo Jantiff—. Me siento casi exánime. Sin embargo, todavía hay un detalle que me perturba, y tal vez sea inútil pensar en ello. Aun así…

Se sumió en el silencio.

—He tomado ciertas medidas —dijo Ryl Shermatz al cabo de un momento—. Mañana curarán tus ojos; verás mejor que nunca. Dentro de una semana el Ziaspraide parte de Wyst, y navegaremos por el Fayarion. Zeck no se halla muy lejos, y te dejaremos en la misma puerta de casa. De hecho, el Ziaspraide sobrevolará Frayness y descenderás en un bote.

—No es necesario —murmuró Jantiff.

—Quizá no, pero te ahorrarás la molestia de ir a tu casa desde el espaciopuerto. Lo haremos así. Durante el viaje dispondrás de estos aposentos, por descontado.

—¿Y usted? ¿Por qué no viene a visitar nuestra casa del lago Tanglewillow? Mi familia le dedicará la bienvenida más cordial, y le gustará mucho nuestra casa flotante, sobre todo cuando la amarremos entre las cañas del mar de Shard.

—La propuesta es atractiva, pero debo quedarme en Uncibal con gran disgusto por mi parte, a fin de colaborar en la formación del nuevo gobierno arrabino. Espero que los cursars, con toda discreción, controlen Arrabus durante décadas, hasta que los arrabinos recobren sus principios morales. Ahora no son más que seres urbanos recalcitrantes, por lo general indecisos. Cada persona está aislada; en medio de las multitudes se encuentra sola. Alejada de la realidad, piensa en términos abstractos; se estremece ante emociones indirectas. Se inventa una deplorable identificación con su bloque de apartamentos para satisfacer sus necesidades primarias. Merece algo mejor, como todo el mundo. Los bloques de Arrabus serán destruidos, y la gente irá al norte y al sur para reconquistar las Tierras Misteriosas; llegarán a ser de nuevo individuos competentes.

Jantiff bebió de su copa.

—Me acuerdo de los granjeros de Blale: ¡famosos cazadores de brujas todos!

—¡Jantiff, eres muy poco amable! —rió Shermatz—. ¡Arrastrarías a esa pobre gente de un extremo al otro! ¿Es que no hay granjeros en Zeck? ¡Apuesto a que no son cazadores de brujas!

—Es verdad. De todos modos. Wyst es un planeta muy distinto.

—Precisamente, y hay que sopesar con mucho cuidado estos conceptos cuando se trabaja al servicio del Conáctico. ¿Atrae tu interés esa carrera? No me digas «sí» o «no» en este preciso instante; concédete un tiempo para reflexionar. Un mensaje enviado a mi nombre a la atención del Conáctico en Lusz nunca dejará de llegar a mis manos.

Jantiff no supo cómo expresarse.

—Aprecio mucho su interés.

—Nada de eso, Jantiff, soy yo quien debe darte las gracias. De no ser por ti, formaría parte del polvo atmosférico.

—De no ser por usted, estaría ciego y muerto en la playa del Océano de los Lamentos.

—¡Vaya! Nos hemos intercambiado actos de buena voluntad, y ésta es la materia de la que nace la amistad. Por ahora, tu futuro inmediato ya está solucionado. Mañana, los oftalmólogos curarán tus ojos. Poco después, volverás a tu hogar. En cuanto a los otros asuntos que preocupan tu mente, tengo la triste sospecha de que han concluido, y de que debes apartarlos de ella.

—Con toda sinceridad, todavía me siento impelido a viajar al sur y rastrear el Sych. Si Glisten está muerta, bien, pues está muerta. Si escapó de Booch y vive todavía, entonces vaga sola por los bosques, como una pobre niña extraviada.

—Me imaginaba tal intención por tu parte. Ahora comprendo que he de revelar un plan que guardaba en secreto por temor a alimentar tus esperanzas. Hoy he enviado hacia el sur a un equipo de rastreadores experimentados. Comprobarán todas las circunstancias y llegarán a una conclusión definitiva. ¿Estás satisfecho?

—Sí, desde luego. Estoy mucho más que agradecido.